Dejemos ya mi historia, por el momento. ¿Y qué hay de la vuestra? Os diré que no soy la única en mi obsesión, para algunos ilícita. Pese a la histórica decisión del Tribunal Supremo en el año 2003 respecto al caso «Lawrence contra el estado de Texas», que declara inconstitucionales e inaplicables las leyes contra la sodomía, las leyes siguen presentes en los códigos de veintidós estados y Puerto Rico (y sospecho que Disneylandia tiene en letra pequeña una ordenanza al respecto). Todos los estados de la Unión contaron con una ley contra la sodomía hasta 1962, cuando Illinois fue el primer estado que la revocó. Las revocaciones se propagaron por veintisiete estados más y el distrito de Columbia; es bueno saber que todo ese dar por el culo en la capital de la nación por fin se ha legalizado.
Entre todos los estados donde las leyes contra la sodomía se encuentran aún en la legislación vigente, Kansas, Missouri, Oklahoma y Texas son los únicos en que «el vicio inefable de los griegos» sigue siendo ilegal sólo para los homosexuales, en tanto que Alabama, Florida, Idaho, Louisiana, Michigan, Mississippi, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Virginia lo prohíben sin distinción de sexo o especie.
Las definiciones varían: en Rhode Island, por ejemplo, donde la ley se revocó en 1998, la sodomía era un delito mayor, un «atentado abominable y repugnante contra la naturaleza» que merecía entre siete y veinte años de prisión; a menos, claro, que se estuviese casado. Entonces no pasaba absolutamente nada. ¡Y pensar que había que casarse para ser legalmente «abominable y repugnante»! Siento un verdadero respeto por esa clase de lógica jurídica.
Carolina del Sur es el único estado que todavía hace referencia a la sodomía con el arcaísmo buggery, «bujarronería», un afectuoso gesto de reconocimiento, supongo, a su antigua condición de colonia británica. Este estado también ostenta el impresionante honor de contar con el mayor número de acusaciones: entre 1954 y 1974 hubo nada menos que 146 casos de sodomía, que dieron lugar a 125 condenas.
En Oklahoma, en 1977, un intento de revocar la ley contra la sodomía fracasó debido al «coro de risitas» que demoró la votación, según las actas oficiales. En Arkansas, donde la sodomía se definió como un delito menor sólo para homosexuales, la ley iba explícitamente «dirigida a bichos raros y maricas que viven en un mundo de plumas e intentan destruir la vida familiar». Por suerte esta ley se declaró anticonstitucional en 2002, aunque fuese sólo para desviar la atención de la tendencia de las leyes de Arkansas a usar vocabulario como «bichos raros y maricas».
Minnesota se lleva la palma en lo que se refiere a la defensa de los derechos de los animales: antes su ley, hoy revocada, tenía un anexo curioso donde se especificaba que el sexo «entre seres humanos y aves» estaba terminantemente prohibido. Por lo que se ve, algún enfermo mental confundió una pájara por otra. Como mujer para quien la mayoría de los animales son preferibles a la mayoría de las personas, diré sin reservas que, en mi opinión, esta ley en particular debería reinstaurarse para perseguir a aquellos ejemplares de Homo sapiens que representan una amenaza para la comunidad aviar.
Las penas que acompañaban estas leyes variaban ampliamente: en Utah, podías salir del paso con una multa de mil dólares, por lo que era uno de los estados de la Unión más baratos para la práctica de la sodomía ilegal. En 1857, un mormón de veintiún años fue condenado a muerte por «bestialismo» con su caballo, pero en una inversión brutal perdonaron al mormón y mataron de un tiro al caballo. Lógico.
A propósito de Utah, no puedo por menos que preguntarme qué opinan los mormones del sexo anal —es decir, con humanos— con todas esas esposas y orificios de más por la casa. ¿Es posible que la prohibición de disfrutar de múltiples opciones conduzca a otros disfrutes?
Sin embargo, uno tenía que andarse con cuidado en el contiguo Idaho, donde el mismo acto podía mandarlo al trullo de por vida con los demás sodomitas recién convertidos. Esta enorme variación de penas en tan estrecha proximidad geográfica induce a pensar que la frontera de doscientos cincuenta kilómetros entre Utah e Idaho podría estar plagada de moteles baratos —la Ruta de la Sodomía—, llenos de residentes de Idaho gozando de una conducta fronteriza a precio de ganga.
Pese a su nuevo estatus jurídico, la sodomía sigue siendo el último tabú, sexual y social. Oprah Winfrey habla de todo: violación, abusos deshonestos a menores, incesto, adulterio, asesinato, drogas, homosexualidad, bisexualidad e incluso tríos. Pero nunca, jamás, de la sodomía, excepto para presentarla como ejemplo de malos tratos y comportamiento delictivo. Siempre un escándalo, nunca publicidad. «Es curioso que la literatura del siglo XIX esté delimitada en sus dos extremos por un escándalo anal», observó el crítico de teatro Kenneth Tynan. «Wilde en el trasero de Bosie, Byron en el de Annabella».
Todas estas pruebas me llevan a pensar que entrar por la salida nunca será una práctica dominante. Ni siquiera el corrector ortográfico de mi procesador de textos, que reconoce más de 135 000 palabras, reconoce el verbo «sodomizar». Pero no importa. Sé cómo se escribe.