Más mecánica: el esfínter anal interior no se controla conscientemente. Lo regula el cerebro de las entrañas, el sistema nervioso entérico, y tiene un funcionamiento reflejo, abriéndose de manera espontánea en respuesta a un estímulo. En cambio, el esfínter externo, el esfínter gemelo del interno, está conectado al cerebro consciente, regulado por el control consciente; prueba de ello es su capacidad de cerrarse y retener cuando es necesario, en momentos de ira, de miedo, de tensión. Un esfínter interno inconsciente, un esfínter externo consciente, separados sólo por unos centímetros. ¿En qué otra parte del cuerpo están tan estrechamente conectados la conciencia y el inconsciente, tan claramente regulados, tan fácilmente sondeables? Es un patio de recreo psicológico con curiosísimas posibilidades. Si ponemos un culo en el diván, tendremos grandes revelaciones.
Pero, al principio, en la niñez, el esfínter externo no responde a la mente consciente. Durante más o menos el primer año de vida, tiene un funcionamiento inconsciente, reaccionando en colaboración con el interno y distendiéndose en respuesta a un estímulo; de ahí los pañales. Al nacer, el cerebro y la médula espinal no están aún desarrollados para el control consciente.
Y luego hay que aprender a ir al baño. Cuando el cerebro ha evolucionado y los padres han insistido (o gritado) lo suficiente, el niño de dieciocho meses toma conciencia del esfínter anal externo y descubre cómo mantenerlo cerrado, cómo controlarlo, para no hacérselo encima a las primeras de cambio. Nace la vergüenza. Todo esto es para decir que, cuando me dan por el culo, he aprendido a invertir e incluso jugar con esa toma de conciencia, ya lejana en el tiempo y probablemente traumática, destinada a controlar el culo, retener el contenido y no mostrárselo a nadie. Al fin y al cabo, Freud postuló la hipótesis de que los excrementos son el primer regalo que uno ofrece a sus padres, la primera producción creativa.
Sólo ahora —noventa y siete polvos anales después— me doy cuenta del enorme poder que reside en esto. Es una terapia emocional y física al nivel más profundo: revivir y aprender literalmente a confiar lo suficiente para abrir la salida prohibida y entrar en la zona prohibida. En la tierna infancia, el primer gran y sonoro «no» del mundo tal como lo conocemos es el «no» destinado a reprimir un esfínter anal externo inconsciente y suelto. Dejarse follar por el culo es la forma más extrema de rebeldía contra los padres a la que una puede abandonarse, volviendo no a las transgresiones adolescentes, sino a la herida original.
Experimento una regresión a una edad muy temprana cuando él está dentro de mi culo. Ronroneo y río y siento la alegría que debió de existir antes de imponerse la ansiedad. Como si lo único que quisiera fuese ser amada sin tener control del culo, permitiéndole ser tal como es. ¿Y qué es lo que se libera junto con mi esfínter anal? Un amor enorme, un amor que ha tardado décadas en liberarse, un amor que fluye libremente, un amor que es infinito en el momento de su concepción.
De acuerdo, lo entiendo. Estáis pensando: el amor infinito es bueno, pero ¿y si me desangro por el camino? Para ir sobre seguro, nunca he dejado de utilizar un condón, pero tampoco he sangrado nunca. Eso puede depender de la habilidad del amante, pero también puede ser que ciertos agujeros del culo, como el mío, sean más aptos, más elásticos, que otros: una bendición genética. Si sangráis, deteneos. Y no se hable más.
También sé que hay gente que al oír hablar de sexo anal sólo ve mierda: mierda, mierda por todas partes. Mierda en la cama, mierda en su polla, mierda en tu culo. Estoy aquí para deciros que no es así. Apenas hay el menor rastro, casi nunca. Lo único que hay que hacer es incluir en vuestro aseo habitual una buena limpieza del culo con el dedo antes de una visita anal. ¿Qué mujer no se lava el coño antes de una relación sexual? Es lo mismo, sólo que hay que enjuagarse también el culo. A mí, la mierda tampoco me va: no quiero verla, olería ni limpiarla. El sexo anal no tiene que ver con la mierda. Tiene que ver con no sentir miedo de la propia mierda, ir más allá de la mierda: descubrir la mierda que cuenta.