¿Qué diría el gran Nobodaddy[3] si nos hablase? ¡Hola! ¿Hay Alguien ahí arriba? Mis dedos, que huelen bien al salir de mi cuerpo, ¿pintarán el éter con mi jugo amoroso mezclado con sangre espesa?
Antes de que caiga la noche, amorosa, cuando ella se ha incorporado, follada, ¿quién deja en los muslos abiertos del cielo esos tonos de carne estrujada?
Nobodaddy ese pulsional ese obseso ama el amor ama el sexo, con su divina espada toca y hiende todo lo que se mueve, es decir, todo, él también abre los muslos, ahí arriba, sus muslos de virgen de vértigo eterno que desflora él mismo, dos veces al día y salvajemente, como puede verse… Nobodaddy me habla, dos veces al día y salvajemente, esto me dice: ¡Falla, revienta y córrete! O bien: ¡Túmbate y sueña! ¡Sueña conmigo y llora! Nobodaddy, eres muy amable, pero haré lo que yo quiera… Verás, amigo mío, los hay que se pasan la vida queriendo ser libres, pero yo nací libre… Y no me da miedo arrodillarme, ni ante ti ni ante los hombres, ya que soy la reina…
Nobodaddy soy, cuando me poseo a mí misma, cuando me hago yo misma hombre, cuando me desvirgo por enésima vez y encuentro en mí, mi mujer, lo necesario para volver a pintar el mundo con mis dedos manchados.
¡Dios mío, qué bonito es el mundo!
Y esta noche ¿qué haremos en la cama?
Mañana, la séptima noche, noche del señor, Aquel a quien amo me tomará como el hombre toma a la mujer según la voluntad de Dios o de la madre Naturaleza. Pero esta noche, esta noche de hoy, se consagrará al trasfondo de las cosas.
Hombre y mujer Nobodaddy me hizo. Si quieres hacerme tu mujer, tu verdadera mujer para la eternidad, has de poseerme en cuerpo y alma. Mi coño es gilipollas, mi boca habla y mi culo os manda a la mierda. Antes de ser tu mujer quiero ser tu hombre, tu sicario, tu asesino a sueldo: conóceme, reconóceme primero por ese camino oblicuo, ríndeme homenaje, inyéctame tu semen de luz. Ángel mío, fóllame por la boca y por el culo, por la cara desde donde te hablo y por el revés de donde viene tu palabra… Puro genio mío, mi joven loco, mi patoso, mi ángel de luz, poséeme allí donde soy tu hombre, con mis dedos llenos de pintura erguidos en los muslos del cielo. Luego, luego, cuando estés desatado, hazme tu mujer si quieres, yo te la doy, ¡encárnate en mi cuerpo de carne y serás poderoso, para siempre libre alegría en la gracia del amor!
Por la tarde fui a comprar ropa interior de arpía. Porque mi amado me hace reír mucho, muchísimo. Cuando hace de ángel, cuando hace de bestia. Y yo también me hago reír, cuando me lleva por donde él quiere ir, y yo voy, Sin cansarme voy, por amor voy… Pero «ver zozobrar a las naturalezas trágicas y poder reírse de ello, pese a la profunda comprensión que se experimente», ¿no es «divino», según dijo un poeta que se volvió loco? Sobre todo cuando se trata de uno mismo…
Lo grotesco de los sexos y del delirio se enreda en el deseo, delirio moral, deseo del bien o del mal, de pureza o de impureza, mientras los sentidos quieren una sensación nerviosa y espiritual, su límite de riesgo, un encuentro amoroso y estético, su límite de fuga en el coito… Cuando hago de ángel, cuando hago de bestia… ¡Es el diablo, el diablo que azuza! Reírse mucho divirtiéndonos, sin decir que nos divertimos…
De modo que me proveí de mis artículos de juego… Para esa noche escarpines escotados hasta el nacimiento de los dedos… Medias negras de nailon, con costura que sube por detrás de las piernas, como un corte o una promesa de raja, y acaba en agujero en el remate más oscuro que exalta la redondez de los muslos… Rodeando el templo, ligas, cintas, encajes y ganchos… ¿Con o sin bragas? ¿Sujetador o corpiño? Te asustaba nuestro primer beso como si fuese una picadura de avispa, ¿no? La que tenía que tener miedo era yo…
En casa me probé los complementos ante el espejo. Ahí tienes a tu inocente pastorcilla disfrazada de donosa puta, yeso le encanta… También ella se quiere como mujer. Toda mujer es un hombre que lleva dentro una mujer, una mujer que la pone caliente y no sabe si debe ocultada o entregada al primero que llegue… Mírame, amado mío, en mis pétalos de lencería soy una flor, no menos ligera, y me ofrezco…
Desde el taxi vi desfilar la ciudad, temblorosa aquella noche como un papel recortado y proyectado en sombras chinescas sobre una sucesión de teatros de marionetas. El hotel estaba desierto, sumido en un silencio de hotel abandonado. El ruido de mis tacones, que habían resonado en la acera, quedaba ahora ahogado por las alfombras. Apenas entré en la habitación, a modo de beso lo hice tumbarse en el suelo y me senté sobre su cara.
¡Ah, me hubiese gustado asfixiado! Abría y cerraba mis muslos en torno a sus orejas, me balanceaba, me masturbaba con su nariz, le colocaba las nalgas en los ojos, para que se enterase, me incorporaba abriéndolas con los dedos para que lo viera todo bien, regresaba a su boca… Inundados, el uno y el otro, el uno por el otro…
Una vez satisfecha, me incorporé, me quité la falda y lo de arriba y, mientras él se desnudaba, me tumbé arqueada encima de la cama para presentarle mi culo, con la cabeza hundida y sepultada entre las almohadas. Lo estrujó, lo mordió y lo lamió hasta sentirme dispuesta.
Permanecí inmóvil, con una mezcla de miedo y de impaciencia, y me penetró. Al principio con suavidad y prudencia, luego directamente hasta el fondo. Comencé a decir cosas y obscenidades, que salían solas de no sé dónde.
Se retiró, me dio la vuelta y me cabalgó en la cara. No para que se la chupara, sino para penetrarme y follarme la boca, embistiéndome.
Varias veces me dio la vuelta, como una carta de baraja. Yo me dejaba golosamente, mi cuerpo era puro delirio orgiástico, habitaba indistintamente aquí o allá, según él se hundiese aquí o allá, se hundiese sin límites, extraordinariamente amenazador y placentero, despiadado e invasor. En la violencia de aquella relación, deliberada, enajenante, que él controlaba, mi placer llegó por los dos lados, boca y culo, y de forma extraña, muy física y mental, remitiéndome a mi singularidad.
Salió de mi boca para terminar de poseerme cara a cara, mirándonos a los ojos. Al llegar al orgasmo, se dejó caer sobre mí, pesado, delicioso, los dos con los brazos en cruz y los dedos unidos. Luego permanecimos tumbados boca arriba, pegados el uno al otro, con la luz apagada, tomados de la mano y en silencio.
Un poco más tarde, de noche, salimos a caminar por las calles desiertas y nos detuvimos a cada momento para besarnos, locos de amor. Soplaba una suave brisa, las luces de la ciudad dejaban asomar algunas estrellas diseminadas sobre los tejados, unas almas abandonadas.
Nos sentamos en un banco a la orilla del río oscuro. El agua fluía en silencio, poderosa. En la profunda y compartida soledad se oyen voces, se oyen voces…
Volvimos a besarnos. Me metió la mano bajo el vestido, me masturbó así, colgada de su cuello, de su boca, transida de placer, de placer carnal y del placer de estar allí con él.
Todo era blanco y negro, de un blanco de luna y de un negro de carboncillo, todo era tierno, aterciopelado, dulcemente misterioso, junto a nosotros un sauce llorón murmuraba, mientras el agua, más cerca, cantaba con su discreto chapoteo; nosotros mismos parecíamos en blanco y negro, nosotros mismos estábamos hechos de esa luz del blanco y negro que se desliza por las formas como gatos en los tejados por las noches, esa luz en la que el tiempo se extravía, se abandona y se olvida de sí mismo, como una mujer enamorada a quien su amante acaricia en la oscuridad, y cuyo placer se pasea y rebrota en la esquina de un cuadro.
Le abrí la bragueta, tomé su miembro en mi mano, allí, bajo el cielo; y cuando sentí que su vena se hinchaba y palpitaba más fuerte en la palma de mi mano, me arrodillé ante él para recibido en mi cuello.
Regresamos a las calles, paramos un taxi y me acompañó hasta mi portal. Me acosté y me dormí enseguida, con una sonrisa pintada en los labios. Había transcurrido nuestra sexta noche, de lo más hermosa…