Qué fue de aquellos Hombres
Muerte de Maura, y personajes en pendiente
Los dos jefes de Gobierno en la crisis Annual-Arruit, quien se encontró con ella —Allendesalazar— y quien tuvo que hacerla frente —Maura—, fallecieron sin ver resuelto el problema de Marruecos. El primero, en 1923; el segundo, dos años más tarde.
Con la llegada del primorriverismo, sufrió Maura un drástico alejamiento de las ya de por sí difíciles relaciones suyas con palacio. Mantuvo sus críticas, con elegancia nunca exenta de firmeza, y se refugió en la pintura y casi sobre ella moriría. Fue en la Casa del Pico, que el conde de Las Almenas (José María de Palacios y Arburúa) poseía en Torrelodones. Allí había ido el 13 de diciembre de 1925, aprovechando el descanso dominical, dispuesto a pintar. Maura dejó sus bártulos en la terraza del palacete, subió al primer piso para ordenar su equipaje, y enseguida quiso volver a trabajar en la acuarela que había traído de Madrid y tenía medio acabada. Eran las doce y media de la mañana. Al bajar por las escaleras, en compañía del conde, se agarró al brazo de éste y, palidísimo, le murmuró: «Almenas, no veo…».[829] Maura dio unos pasos más y cayó al suelo, cerca de la entrada, fulminado por un derrame cerebral.
El vizconde de Eza terminaría su presencia en la política con la legislatura de 1922-23. Estaba marcado, tanto en lo institucional como en lo moral, por el desastre de Annual. Supo mostrarse en el Congreso mucho más entero y lúcido como simple diputado por Soria que como desconcertado ministro de la Guerra y hombre de confianza para la Corona. Murió en Madrid, en 1945.
La Cierva no tuvo mayores problemas en pasar del régimen parlamentario al absolutismo doméstico de Primo de Rivera. Volvería a las tareas gubernamentales en el Ejecutivo Aznar, haciéndose cargo de la cartera de Fomento. En las febriles horas del 13 al 14 de abril de 1931, defendería ese todo por el todo que tan bien cuadraba a su carácter. Alfonso XIII tuvo la sabiduría de no hacerle caso. Falleció en Madrid, en 1938.
Las figuras de Álvarez, Cambó, García Prieto, Romanones y Sánchez Guerra tenían por delante, al finalizar 1921, caminos políticos notables, trágicos incluso (es el caso de don Melquíades).
Los mejores parlamentarios de las Responsabilidades —Alcalá-Zamora, Besteiro, Crespo de Lara, Martínez de Campos, Prieto, Solano— debían enfrentarse a la fase terminal del proceso, que parecería consumarse en 1923, pero que extendería sus destrozos nacionales hasta 1936. Alfonso XIII, Primo de Rivera, Burguete, Franco y Sanjurjo forman parte de esta galería de personajes en pendiente, a la que deben sumarse los hermanos Abd el-Krim.
De Berenguer y Picasso a la metáfora de Beigbeder
Berenguer fue apagándose, como militar y gobernante, en una dilatada agonía a la que la aparente resurrección de 1930 aportó un definitivo aislamiento. El 28 de junio de 1923 fue concedido el Suplicatorio en su contra. Dos meses y medio después, del mismo no quedaban más que imposibilidades. Pero Berenguer nunca se repondría de esa iniciativa parlamentaria, que él y sus altas amistades entendieron como sumaria política.
Con la llegada de la II República, pasó a la situación de reserva (agosto de 1931). Tenía entonces cincuenta y ocho años y ostentaba el rango de teniente general. A continuación afrontó un tercer proceso, a causa de las ejecuciones habidas en Jaca. Franco fue uno de sus testigos. En sus declaraciones (17-18 de diciembre de 1931), sin hacer un panegírico del exjefe de Gobierno —que, un año antes, desestimara sus méritos para ascender a divisionario—, defendió la supremacía del Código de Justicia Militar sobre el Civil cuando los delitos atañeran al primero. Incluso formuló Franco una singular —y contradictoria en su caso— loa disciplinaria, al afirmar que si los militares recibían las armas de la nación «en sagrado depósito», actuarían de forma criminal si las esgrimiesen contra esa misma nación y «el Estado que nos las otorga»[830]. En 1935, el Tribunal Supremo fallaría a favor de Berenguer.
El país olvidó a Berenguer. Su muerte acaeció en la madrugada del 19 de mayo de 1953. La capital conocía el ajetreo oficial por las recepciones en honor al presidente de la República de Portugal, general Craveiro Lopes, el cual emprendía viaje de regreso a Lisboa el mismo día en que era enterrado Berenguer. El duelo lo presidió su hermano Federico. En representación de Franco acudió su ministro de la Presidencia, Luis Carrero Blanco. El sepelio reunió, a las puertas de su domicilio —Paseo de Atocha, 15—, a unas doscientas personas. Del acto se dijo que fue «de conmovedora simplicidad», y aclaró el cronista que «el ataúd era modestísimo»[831]. Avanzada la tarde del miércoles 19 de mayo, la comitiva fúnebre se dirigió hacia el Manzanares. Iba camino de la Sacramental de San Lorenzo. Allí se encontraría Berenguer con Picasso.
El militar que tuvo que enfrentarse a la más dura de las tareas investigadoras que en su historia conociera el Ejército español, aceptó con disciplina el cambio de régimen. Picasso nunca quiso hacer lo que Aguilera y Weyler hicieron: conjurarse contra el dictador. Había pasado a la Reserva el 23 de agosto de 1923, al cumplir los sesenta y seis años de edad. Siguió como miembro del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y entendió en las causas contra Berenguer y Navarro. Formuló un riguroso voto particular disidente sobre la amnistía regia que beneficiaba al coronel Araújo. El 28 de agosto de 1925 pasaba a la Segunda Reserva, con el rango de teniente general. Estaba cansado y no poco amargado.
La llegada de la II República no le sorprendió, pero sí los resultados de una creciente anarquía que afectó a la sociedad española, y con independencia de que fuese civil o militar. En su familia quedaría, entre otras impresiones, la de verle llegar un día a su domicilio, en la calle de la Amnistía, «con aspecto abatido, tristón y silencioso, raro en él al llegar a su casa». Tardaron los suyos en enterarse de la causa. El general había visto, en la Puerta del Sol, a un joven oficial «dándose golpes con su fusta en las botas, la gorra ladeada, el nudo de la corbata deshecho, la camisa abierta y el uniforme en desaliño, pavoneándose ante la gente»[832]. Ese ejército chulesco, ese espíritu militar en ruinas, le tuvo días compungido, consciente de que sobrevendría otra tragedia que afectaría a todo el país.
El nuevo régimen no hizo nada por Picasso, ni a éste se le ocurrió pedir algo sólo por haber sido justo y consecuente con sus principios. Quedó también en el olvido. Llevaba encima una enfermedad que socavaría su resistencia física, ya muy deteriorada desde los años del Expediente (1921-1922). Se le diagnosticó cáncer de garganta, ante el que nada pudo hacerse. Falleció en Madrid, el viernes 5 de abril de 1935. El entierro tuvo lugar en la más absoluta intimidad, pues el general había dado órdenes estrictas de no avisar a nadie.
Su muerte fue conocida por una esquela aparecida en el diario ABC, dos días después.[833] Tan sólo un mes más tarde, fallecía María Luz Vicent, víctima de un cáncer de pecho. Los esposos se unieron en San Lorenzo. Allí, en el Patio de San Roque, descansan ambos.
El salmantino Ayala, firme amigo de Picasso y Aguilera, falleció en Altafulla (Tarragona), poco después de proclamada la República (28 de mayo de 1931). Contaba setenta y seis años de edad.[834]
Del granadino Ángel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, que llegó a auditor de división en 1928, nada sabemos de la parte final de su vida. En esa fecha tenía cuarenta y nueve años.[835] Había sido uno de los oficiales de mayor confianza para Jordana en la época de éste como alto comisario en Tetuán. Fue el puntal de los procedimientos sumariales del Supremo, y ejemplo de africanista.
Ángel Romanos y Santa Romana era natural de Albacete, donde había nacido en 1857. En 1881 obtuvo el Premio Extraordinario de Licenciatura en la Facultad de Derecho de Zaragoza. Sirvió en Cuba durante la última guerra (18954898). En 1911 llegaba al máximo rango: auditor general del Ejército. Consejero del Supremo de Guerra y Marina en 1921, sus tesis de fiscal, tan bien fundadas como emotivas, hicieron del Expediente Picasso una pieza jurídica magistral, sostenidas en el Suplicatorio Berenguer. Falleció en Madrid el 10 de abril de 1923.[836] De otro de los ayudantes de Picasso —en el inicio de su Instrucción—, Juan Martínez de la Vega, no hemos obtenido dato significativo alguno.
Aguilera, tras sortear continuas emboscadas —partidistas y periodísticas— por el Suplicatorio contra Berenguer, quiso derribar el primorriverismo. A la fuerza de éste, opuso la suya en 1926. Fracasó y quedó desentendido de todo. Murió en 1931.
Weyler, que mantuvo su firme coherencia —defensa del orden constitucional y denuncia de los fracasos militares— hasta el final, falleció en Madrid (1930), a los noventa y dos años de edad.
Juan Beigbeder Atienza ascendió a coronel y fue nombrado alto comisario (13 de marzo de 1937). Fue sustituido por Asensio Cabanillas, uno de los supervivientes de Annual; en agosto de 1939, se convirtió en el principal reclutador de los contingentes rifeño-yebalíes que lucharon por Franco. Los sucesores de Tarik, un temible ejército de unos sesenta y dos mil hombres, cruzaron de nuevo el Estrecho. Mataron, fueron heridos y murieron. Salas Larrazábal estima en treinta y cinco mil sus heridos, y de sus muertos dice que «no es fácil que sobrepasara la cifra de siete mil»[837]. Beigbeder, una vez cesado como ministro de Asuntos Exteriores (octubre de 1940), quedó en situación de sospechoso para el franquismo dada su muy conocida anglofilia. Se le rehabilitaría en 1948. Falleció en Madrid, en 1957, a los sesenta y nueve años de edad. De lo ocurrido en Annual había dejado una sorprendente calificación.
Fue el 24 de agosto de 1921. Berenguer había enviado a su mejor ayudante a Madrid, para informar al Rey. Reconocido por los periodistas a las puertas de palacio, y al ser requerido para que expusiera su opinión, Beigbeder se expresó así: «La Comandancia de Melilla se ha hundido en unas horas, y nadie acierta a explicarse cómo ha podido suceder. Es una casa que se ha hundido, aplastando a todos cuantos estaban dentro de ella. De ahí que sea dificilísimo concretar las responsabilidades».[838]
Los generales del Rey y los generales de la verdad
Navarro ascendió a general de división en julio de 1924. Congenió bien con Primo de Rivera, y siguió manteniendo estrecha relación con Alfonso XIII. En agosto de 1926 alcanzaba el grado de teniente general. Entre 1929 y 1931 fue capitán general de la I Región (Madrid). La República le puso en la Reserva.
Detenido a finales de julio de 1936, fue llevado a la Cárcel Modelo. Al ser incendiada la prisión (23 de agosto de 1936), pudo Navarro, en el caos subsiguiente, recuperar su libertad.
Ansioso por ver a su familia y deseando lavarse, tras un mes de miseria en su celda, el general llegó a su domicilio, y allí, saliendo del baño, volvieron a detenerle. Le llevaron a Paracuellos del Jarama. Su hijo, el capitán Carlos Navarro Morenés, de treinta y cuatro años de edad, fue con él. A los dos los mataron en aquella ladera terrosa, cerca de Barajas, en uno más de aquellos feroces amaneceres del 7 y 8 de noviembre de 1936 que tantas muertes vieron. En su atroz final les acompañó un joven comandante, Eduardo Araújo Soler, que pudo librarse de la tragedia de Dar Quedbani[839], mas no del odio fratricida.
El malagueño Agustín Luque y Coca, íntimo amigo de Romanones y conocedor de no pocas intimidades del alfonsismo, murió en Hendaya, su lugar favorito de descanso, en 1937. Contaba entonces ochenta y siete años. Era teniente general del Ejército desde 1898.
Marina, que mantuvo recias peleas periodísticas con el senador y eminente catedrático de Medicina, Tomás Maestre, murió en 1926. El senador falleció en 1936. La correspondencia Maestre-Romanones es fundamental para entender los errores y las oportunidades perdidas por la España alfonsina en 1913.
Marina recibió una Laureada tardía —la había merecido más en Cuba—, y bajo recuerdo criminal al que era del todo extraño: la muerte de Sidi Alkalay. Aquella condecoración tendría un insólito recorrido hasta encontrar un nuevo y famoso destinatario.
Finalizando abril de 1939, días antes de presidir Franco el paso victorioso de sus divisiones, no se encontraba ninguna Gran Cruz Laureada en la capital, ni joyero que pudiera realizarla. Enterada del caso, la familia Marina cedió la Gran Cruz del viejo general, que le fuera costeada por Alfonso XIII. Y ésa fue la que Varela prendió en el uniforme de Franco, en aquel aparatoso desfile por la Castellana y bajo persistente aguacero.[840]
Fidel Dávila ascendió a brigadier en 1929. Fue fiel al Rey. Al proclamarse la República, se acogió a la Ley Azaña y se retiró a su residencia en Burgos. Activo conspirador, sujetó con mano férrea a la capital castellana al producirse el alzamiento nacional. Al fallecer Mola en accidente de aviación (4 de junio de 1937), le sustituyó en la jefatura del Ejército del Norte. Fue cabeza rectora de la encarnizada campaña del Ebro (agosto-noviembre de 1938). Jefe del Estado Mayor Central (1941) y ministro del Ejército (1945-49), Franco le recompensaría con la Grandeza de España y el marquesado de su apellido. Era también Consejero del Reino. Falleció en Madrid, en 1962, a los ochenta y cuatro años.
Aizpuru fue ministro de la Guerra con García Prieto. Tuvo que encajar el golpismo de Primo de Rivera. Era un superviviente nato, así que se mantuvo al margen. Cuando Primo le llamó para dirigir la Alta Comisaría, aceptó, sabiéndose elegido sólo por profesionalidad y no por camaradería cuartelera. Luego hizo un discreto mutis de toda relación institucional.
La guerra civil le llevó a conocer situaciones dramáticas. Nada podía hacer ante aquella lucha —en 1936 tenía ochenta y tres años—, sintiéndose sólo obligado con los suyos. Él se salvó, en las primeras horas, por el buen recuerdo dejado en Marruecos. Cuando fueron a detenerle, uno de los milicianos le reconoció en el acto, y, cogiéndole del brazo con afecto, le dijo: «No se preocupe, mi general, a usted no le va a pasar nada».[841] Pero sí le pasaría a los que vivían con él. Su hermana, Carmen Aizpuru Mondéjar, moriría en Madrid, de hambre, el 29 de enero de 1939. Por la misma causa fallecería una de sus hijas, Carmen Aizpuru Martín-Pinillos (el 9 de marzo). Y él mismo, consumido ya, indiferente a todo, moría a los tres días de haber entrado las tropas de Franco en Madrid (31 de marzo de 1939). Está enterrado en la Almudena, bajo una gran lápida de mármol gris. Allí yace uno de los más inteligentes generales españoles en África.
Morales, mano derecha de Aizpuru, y cuyas opiniones Silvestre debería haber tenido muy en cuenta, dejó un imperecedero recuerdo en cuantos le conocieron. En junio de 1923 se le instruyó Juicio Contradictorio para decidir si merecía la Laureada de San Fernando por su valerosa acción en el Izummar. Claro que la merecía, aunque fuese sólo por respetar su valor y lucidez. Pero las conclusiones —expuestas el 1 de octubre de 1924—, le fueron contrarias.[842] Su memoria no ha desaparecido. Su esposa, Carmen Moreno de Alcántara, falleció en 1952. Muerto su hijo Gabriel —de no menos valentía y claridad en sus escritos— en 1986, queda la esposa de éste, Carmen Ormaeche de Morales. Ella sola se basta para conservar el espíritu del legendario coronel.
Miguel Núñez de Prado y Susbielas, que mandaba los Regulares en aquel intento fallido por liberar Igueriben, llegó a general e inspector de la Aeronáutica republicana. El 17 de julio de 1936 no dudó en volar hacia Zaragoza, donde estaba su compañero africano, Cabanellas, al frente de la 5.ª División.
Núñez de Prado logró aterrizar en la capital aragonesa y hablar con Cabanellas. En el despacho de éste se entera de que los rebeldes habían inutilizado su avión, lo que hace imposible su regreso a Madrid. Y en presencia de su amigo le detienen. Tras una estancia en prisión de la que poco conocemos, le fusilan. Núñez de Prado era otro de los africanistas ejemplares. Cuando le mataron, tenía cincuenta y cuatro años. Cabanellas, que el 23 de julio voló hacia Burgos, haciéndose allí con la presidencia de la Junta Militar, sabía bien que adquiría un poder efímero. Franco representaba el poder, y a él nunca le gustaron las juntas. Murió en 1938.
Alberto Castro Girona, el genial dominador de Xauen en 1920, procedía de Ultramar —había nacido en Punta Princesa (Filipinas), en 1815—. Tuvo muy serios problemas —ministeriales y en la Alta Comisaría— para ascender a general, pese a que su labor en Marruecos recibiera unánimes plácemes. Fue el Morales de Yebala. Sabemos que llegó a teniente general en 1930. Y poco más. En su Expediente no consta el año de fallecimiento.[843]
Joaquín Fanjul llegó a general de división. Sublevado en el Madrid de 1936 al triple grito de «¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Viva el Ejército!»[844], tuvo que afrontar las consecuencias de su actitud. Disponía de dos mil hombres y cerca de quinientos voluntarios —falangistas la mayoría— bajo su autoridad en el cuartel de la Montaña. Si hubiera sacado esa masa a la calle en las primeras horas del 18 de julio tal vez habría invertido la situación. O generado una matanza aún mayor. Como militar y abogado que era, se defendería él mismo, revestido de toga ante el Tribunal. Los que le juzgaron tampoco tenían opción: era un claro delito de sedición militar. Fusilamiento. Ésa fue la sentencia que escuchó y firmó el 16 de agosto de 1936. Fue ejecutado al amanecer siguiente, en el patio de la cárcel Modelo, en compañía del coronel Fernández Quintana. Fanjul tenía entonces cincuenta y seis años.
Otros nombres y situaciones finales
El más bravo de los defensores de Nador fue Manuel Almarcha García. Hizo varias salidas, él solo. En todas combatió cuerpo a cuerpo con los rifeños. Digno de una Laureada, quedó privado de ella y limitado a su humilde empleo de «guardia segundo». La guerra de 1936 le sorprendería en Madrid, en el cuartel de Bellas Artes, donde fue ascendido a cabo «por elección de los miembros del Comité» de esa agrupación republicana. Ese ascenso estuvo a punto de costarle la vida, pues en consejo de guerra celebrado en Alicante, el 1 de diciembre de 1939, fue condenado a doce años, le expulsaron del Instituto y perdió todos sus derechos. Almarcha aún vivía en 1914, con ochenta años de edad. Su hijo Salvador pidió la revisión del proceso. Tan justo empeño le sería negado.
Ricardo Fresno Urzaiz, el mejor oficial en la defensa de Nador, estaba destinado en la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona cuando le sorprendió el alzamiento franquista. En quince años sólo había podido ascender a capitán. Leal a la República, fue llevado preso al fuerte de San Cristóbal, donde tantos navarros sufrieron cruel fin. Y allí, «sin juicio previo», el 26 de julio de 1936, cayó ante un pelotón fratricida. Tenía cincuenta años. Así murió este leridano valiente (natural de Tremp). Su viuda, Josefina Alegría Reizabal, tuvo que pasar por la despiadada humillación de declararse «entusiasta del Movimiento Nacional», y así optar (en 1940) a la pensión de su asesinado marido.[845] En cuanto a Pardo Agudín, vio frustrados u disparatado intento de lograr la Laureada tras su vacilante defensa de Nador, que mereció durísimas críticas de Berenguer. Pero se le concedió la Cruz de San Hermenegildo, pensionada con seiscientas pesetas. Murió en Madrid, en octubre de 1925.[846]
Fernández Tamarit ascendió a coronel. En 1922 estaba en Palma de Mallorca, al frente de la Zona de Reclutamiento. Allí tuvo conocimiento, por Picasso, de los sorprendentes avances hacia la verdad que mostraba el Juicio Contradictorio instruido al cabo Arenzana. Fernández Tamarit quedó muy dolido. Había apostado por la honradez, y le habían vuelto a engañar.
En su respuesta a Picasso (11 de enero de 1922), tras advertirle que «no soy uno de tantos fabricantes de héroes que por allá (Melilla) se estilan», le adjuntaba dos cartas de Arenzana, y exponía su tesis: «Meditando sobre el asunto, se me ocurre pensar si ese desventurado, contagiado de aquel fatal ambiente, en que tanto se mentía y tanta heroicidad se inventaba, quiso encumbrarse contando con la imposibilidad de la prueba y luego, ya al final, su conciencia se ha impuesto». Tras referirse a su «salud quebrantadísima, por ley de mis dolencias y padecimientos morales», Tamarit se despedía así: «Por ello, y por lo que el ambiente me repugna y desespera, me estimo ya un pretérito, y abrigo el propósito de irme en cuanto pueda»..[847] No sabemos qué fue de este gran militar —su plan envolvente sobre los Beni Urriaguel era una idea genial—, pues en su expediente ni aparece su hoja de servicios ni consta el año de su fallecimiento.[848]
El coronel Silverio Araújo Torres murió hacia 1931, según Domínguez Llosa. De ser así, tendría entonces sesenta y cinco años. Su expediente no se encuentra en los archivos militares.[849] Saturio García Esteban fue encausado y absuelto del cargo de «negligencia» el 13 de octubre de 1924. Se retiró en 1929. Tuvo la osadía de pedir su ascenso «a general de brigada honorario». Y lo logró. La II República le concedió tal rango «a instancia de él mismo», en diciembre de 1931, cuando tenía sesenta y seis años.[850] Por entonces vivía retirado en Burjasot (Valencia).
Riquelme y López Bago quedó relegado en el primorriverismo. Alcanzaría gran popularidad durante la guerra civil, mandando varias columnas. Al principio actuó con acierto, pero la dimensión del conflicto le desbordó. Expatriado en Francia, Franco le reconoció el grado de divisionario el 2 de septiembre de 1969.[851] Murió en París, en 1972. Queda como uno de los mejores africanistas del Ejército español.
Julio Fortea García, el capitán que perdiera el habla por las emociones vividas aquel 22 de julio de 1921, afirmó que tal mudez provino de su impresión al presenciar «cómo los moros de Beni Urriaguel se apoderaban del cadáver de Silvestre y lo destrozaban». Al no poder hablar, Fortea había recurrido a la escritura: «Y en letras trazadas por su mano ha relatado la trágica escena a que hacemos alusión», según la crónica de El Liberal[852]. Pero en sus declaraciones oficiales sólo mencionará que, «al aproximarse a la columna, procuró acercarse a los puestos, y al ver que unos estaban abandonados, y que otros (tomados por el enemigo) hacían fuego contra las fuerzas que se retiraban, sufrió un ataque congestivo nervioso que le privó del habla»[853]. Fortea falleció en 1952, a los sesenta y cinco años de edad.
Carrillo y Manzaneque, los abnegados aviadores que abastecieron Arruit, tuvieron muy distinta suerte. El madrileño Carrillo permaneció en operaciones tres años seguidos. Cayó en Dar Xeruta (Yebala), el 24 de septiembre de 1924, en emocionante empeño por socorrer a esa posición española cercada.[854] Luis Manzaneque Feltrer se retiró (1952) con el grado de general de división. Murió el 24 de junio de 1971, a los setenta y nueve años[855] Manuel Martínez Vivanco, el único oficial sobreviviente en el aeródromo de Zeluán, llegó a coronel en 1952, y fue nombrado gobernador de Palma de Mallorca. Y en Palma fallecería el 17 de septiembre de 1954[856], cuando contaba sesenta años.
Pérez Ortiz fue uno de los mejores jefes en Annual. Poseía ocho cruces del Mérito Militar. Había entrado en el Ejército, en 1884, como trompeta voluntario. Era autor de varios estudios sobre técnicas de tiro y guerra de partidas (entre 1900 y 1903). Pérez Ortiz ascendió a coronel, en marzo de 1922, todavía prisionero. Pasó a situación de retirado del Ejército en septiembre de 1930, y fijó su residencia en Cádiz. Volvió a Melilla, y desde allí, en mayo de 1940, se decidió a solicitar su ascenso al empleo «honorífico» de brigadier. El Ministerio le contestó en octubre de 1941, diciéndole que «la Ley de 4 de noviembre de 1931, referente a ascensos honoríficos, no se encuentra en vigor»[857]. En 1941 tenía setenta y seis años.
Jiménez Arroyo fue encausado y condenado «a seis años y un día de prisión por el delito de negligencia y por el de abandono de destino en campaña». Cumplía condena en el penal de Chafarinas. Pero su esposa, María Antonia Aguirre Olózaga, actuó con tanta diligencia, al amparo del Real Decreto de amnistía (4 de julio de 1924), que Alfonso XIII le concedió el indulto (30 de agosto de 1925) «por el resto de la pena»[858]. Desconocemos la fecha de su muerte. En los tiempos de Annual tenía cincuenta y cinco años.
Sánchez Monje fue ascendido a general de Brigada en julio de 1924. Pasó a la Reserva cuatro años después. Entre 1929 y 1930 fue director del Museo del Ejército. Sería depurado, en mayo de 1940, «por posibles servicios a los rojos»[859], tras evadirse de zona republicana. No sabemos cuándo ni dónde murió.
Del compañero de Arenas en las defensas de Tistutin y la cuesta de Arruit, el también capitán de Ingenieros Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, sabemos que llegó a general de división y murió en los años sesenta. En 1923, al ser liberado en Axdir —donde desarrolló una labor admirable—, contaba treinta y tres años.
Vázquez Bernabeu, el teniente que pudo haber sido médico de Abd el-Krim, propuesto dos veces para la Laureada, la recibió al fin por la brava actitud mostrada el 16 de junio de 1921: defender a sus heridos «pistola en mano», en la Loma de los Árboles. En 1923 ascendió a capitán. Había nacido en Argelia, en 1896, y era hijo de colonos valencianos. Y a Valencia pidió ser destinado cuando acabó la guerra de Marruecos en 1927. En 1934 se encontraba tan mal de salud, y tan desanimado por la muerte —por peritonitis puerperal— de su esposa, Trinidad Vidal, que estuvo por pedir el retiro. Pero siguió de capitán. La guerra civil le sorprendería en el balneario de Paterna, donde buscaba reposo. Y allí, en fecha por determinar del verano de 1936, fue fusilado por las milicias republicanas.
Felipe Peña Martínez (Buenos Aires, 1896), el médico de Ben Tieb que luchara con tanto valor en los parapetos de Arruit, no recibió su merecida Laureada. El Juicio Contradictorio, fallado en febrero de 1927, le fue adverso. La contienda civil le sorprendió en el Norte, con el ejército republicano. Hecho prisionero en Santoña, en 1937, fue sometido a depuración, pero al no encontrársele cargo alguno pasó a cumplir servicios médicos en las filas nacionales. Cumplió tan bien en sus cometidos que fue repetidas veces ascendido. Pero su «pasado rojo» preocupaba.
Catorce años después de terminada la guerra se dio orden de investigar al teniente coronel Peña. El resultado no pudo ser más inocuo. En el certificado expedido al efecto —por la Jefatura de Falange—, el 26 de septiembre de 1953, se terminaba reconociendo: «Su conducta moral, pública y privada es inmejorable. En la vecindad se le conceptúa como una bellísima persona. En cuanto a su conducta política, es más bien apolítico».[860] Peña había casado en 1946 con Josefa Terán Barreda. El matrimonio no tenía hijos. Pronto empezó a mostrar signos severos de descoordinación mental. En abril de 1954 se le dictaminó «parálisis general progresiva». A ello se añadía un evidente cuadro de demencia. Se le otorgó carácter de «Mutilado Absoluto Accidental», más el sueldo de coronel. Peña sobrevivía en una silla de ruedas. Su familia lo llevó a Bilbao, y allí falleció el 19 de febrero de 1956.
Caso a todas luces extraordinario es el del navarro Emilio Alzugaray Goicoechea. Para él solicitaría el fiscal nada menos que «la reclusión militar perpetua». Se enfrentó a dos sentencias: una, el 14 de abril de 1923, por la que era condenado a doce años de cárcel, y otra, el 20 octubre siguiente, que elevaba esa pena a la más dura de las habidas por los sucesos de Annual: veinte años de presidio. Alzugaray decidió fugarse.
Su causa sumarial mostraba notables irregularidades: tres jueces se sucedieron en la instrucción que, pese a no percibir «delito alguno» en su actuación —de ahí que el fiscal solicitase castigo por «seis meses y un día»—, derivaría hacia una reclusión a perpetuidad, lo que Alzugaray achacaba a una constante inquina de la Alta Comisaría, por sus gestiones, en 1921, en favor de los prisioneros del Arma de Ingenieros.[861]
El 7 de agosto de 1923, aprovechando la visita de su esposa al fuerte melillense de María Cristina, se vistió con ropas de paisano y, acompañado de varios amigos, salió por la puerta principal mezclado con los visitantes a la fortaleza.[862] Su mujer quedó en la celda, simulando que le acompañaba. Cuando la artimaña fue descubierta, Alzugaray navegaba rumbo a Orán. Desde allí pidió la revisión de su causa. El Tribunal Supremo Militar le contestó de forma negativa (9 de diciembre de 1931).
En 1934, y todavía desde Orán, solicitó indulto otra vez, en base a la amnistía decretada el 24 de abril de ese año. Sin resultado. Pasó a Casablanca por carretera, cruzando el Protectorado español con pasmosa audacia, según Imbroda.[863] Al estallar la guerra civil, ofreció sus servicios a la República, recibiendo el mando de la 7a División. En febrero de 1937 ostentaba la jefatura del II Cuerpo de Ejército, o lo que es lo mismo, Alzugaray estaba al frente de diecisiete brigadas, que sumaban 44.219 hombres. Con ellos guarnecía el gran arco defensivo que iba desde el Manzanares al Jarama.[864] Herido, fue trasladado al Ejército del Centro, donde se pierde su pista.
Por lo que se sabe, Alzugaray logra exiliarse en Francia. Y allí tiene una controvertida y pasmosa actuación, pues, según Imbroda Ortiz y Domínguez Llosa, se une a la Resistencia; pasa a ser agente del Intelligence Service británico; actúa con éxito en ese puesto pero es capturado por los alemanes; llevado a París por la Gestapo, sufre tales torturas o extorsiones que pasa a ser… confidente nazi. De ahí asciende a jefe de un gran Kommando contra el maquis. Convertido en objetivo prioritario para la Resistencia, cayó muerto en una emboscada, en compañía de varios colaboracionistas, cerca de Niza, el 2 de enero de 1944.[865]
El jefe de la única escuadrilla de aviones que tuviera Silvestre, Pío Fernández Mulero, siguió en operaciones. Demostraría que coraje no le faltaba. A punto de terminar la guerra, al frente del 5.º Grupo de Bombardeo, y en vuelo a baja altura sobre el Yebel (monte) Alam, fue alcanzado en una pierna y después por «un disparo en la cabeza, con orificio de salida por la frente». Era el 17 de junio de 1927. Pero Fernández Mulero no sólo no murió, sino que, medio inconsciente, lograría regular los mandos del avión antes de cedérselos a su observador y desplomarse en la cabina. Tras superar una crítica trepanación, fue ascendido a teniente coronel, nombrado gentilhombre de cámara y designado jefe de las Fuerzas Aéreas de Marruecos (entre 1928 y 1930).
La guerra civil le sorprendería veraneando en Yeste (Albacete), donde había nacido en 1888. Encarcelado, el 3 de octubre de 1936 fue puesto en libertad, «pero con engaño». Al día siguiente,
Fernández Mulero era detenido «en el hotel donde se hospedaba» y llevado a un lugar conocido como «Puente Viejo», en la carretera de Albacete. Allí le mataron, «dejando abandonado su cadáver». En el crimen participaron «varios elementos de aviación»[866]: un oficial y algunos suboficiales que tal vez conociera durante su conflictivo mando en Zeluán.
El teniente Civantos fue condenado por «un delito de negligencia», considerándose «poco ajustada a los dictados de su propio espíritu y honor su decisión de venir desde Drius a la Plaza»[867]. La condena (23 de julio de 1923), por dos años, que cumplió en el fuerte de María Cristina, le permitió ascender a capitán —por antigüedad—, antes de abandonar su encierro. Martínez Vivas ascenderá a teniente coronel, pues se le aceptará que se encontraba «con carácter eventual, en servicio técnico», en la posición del Izzumar.[868] Pérez Valdivia, que debió ordenar la resistencia a ultranza en el Izzumar, seguía de capitán en 1922. A partir de esa fecha desaparece del Anuario Militar.
El sargento Francisco Basallo Becerra, alma buena de Axdir, murió en Zaragoza, el 19 de mayo de 1985, con noventa y dos años.[869]
Allí está enterrado. Era Hijo Predilecto de Córdoba, su ciudad natal. Hubo unanimidad nacional en torno a sus excepcionales méritos y, a pesar de merecer la Laureada, no la recibió. Curó a españoles y rifeños y dejó un recuerdo imborrable en cuantos le trataron.
El teniente Luis Casado Escudero, superviviente en Igueriben, ascendió a capitán tras ser liberado. Llevaba en Melilla una vida rutinaria de guarnición, pero el 17 de julio de 1936, conocidas sus simpatías republicanas, fue detenido. Le fusilaron seis días más tarde. Tenía treinta y nueve años.
Luis Ruedas Ledesma, el capitán que pidió perdón a Silvestre tras el asesinato de Sidi Alkalay, pasó luego al Servicio de Aviación —como comandante—, participando en numerosas acciones de guerra. Teniente coronel y jefe del aeródromo de Tablada (Sevilla), fue capturado por las milicias republicanas tras una breve lucha y fusilado en fecha por determinar (julio de 1936) cuando tenía cuarenta y cinco años de edad.[870]
De los tres grandes periodistas de la guerra —Corrochano, Lobera y López Rienda—, el último tuvo muy corta vida. Este granadino apuesto, atrevido, muy a lo Silvestre, era firma habitual en El Sol, dirigía el Diario Marroquí de Larache, y desarrollaba una exitosa labor como novelista y guionista cinematográfico. Un accidente de automóvil, en Valencia, obligó a trasladarle a Madrid. De recaída en recaída, viviría una agonía de cinco meses, concluida el 15 de septiembre de 1928. Tenía treinta y un años.
La familia de López Rienda pasó grandes penalidades. En la guerra civil, elementos de Falange se incautaron del Diario Marroquí a cambio de «una ridícula cantidad de pesetas». Además, privaron a su viuda de una pensión de quinientas pesetas que recibía de la Alta Comisaría por «los grandes méritos» de su marido.[871] López Rienda fue suboficial de Regulares[872] en la época de Silvestre en Larache. De ahí proviene su documentación sobre El Raisuni y Sidi Alkalay, que nadie más que él estudiara.
Gregorio Corrochano, el otro gran articulista de la guerra y firma de prestigio en ABC, murió en Madrid, el 19 de octubre de 1961. Había nacido en Talavera de la Reina, en 1882.
Cándido Lobera Gilera, el influyente director de El Telegrama del Rif —periódico que fundó en 1902— era comandante de Artillería y una celebridad en Melilla. Falleció en 1932, a los sesenta y un años.
Carmen Angoleti y Mesa, duquesa de la Victoria, que ayudó a que cientos de hombres, sin distinción de rango y condición, salvaran sus vidas en el caos sanitario del alfonsismo, llegó a ser presidenta de la Cruz Roja Española. Murió en Madrid, el 4 de noviembre de 1959, a los ochenta y cuatro años. Fue un modelo de persona.
Personajes rifeños y personalidad resistente del Rif
Los hermanos Abd el-Krim edificarían un Estado de guerreros: la Jummurhiya Rifiya (República del Rif). Resistirían cinco años el contraataque del alfonsismo colonial, causándole severas derrotas y padeciendo, a su vez, cruentos reveses.
El estudio de los partes de operaciones aéreas desde 1922 —en la excepcional colección documental reunida por el coronel Eduardo Álvarez Varela—[873] demuestra que, si no se hubiera producido dicha intervención a gran escala y desde dos frentes —España al norte, Francia al sur—, el régimen alfonsino no hubiera doblegado al Rif en 1926-27, o esa costosa victoria se hubiera retrasado varios años. El empeño conllevó el sacrificio de los pilotos españoles. Y en una proporción de muertos jamás igualada por otra Arma: ochenta y cuatro oficiales y suboficiales murieron, por otros cuarenta que resultaron heridos y se perdieron ciento treinta y un aparatos.[874]
Kaddur Namar fue hecho prisionero en uno de los avances de la Reconquista. Le llevaron a Melilla. Al penal de Rostrogordo. Kaddur, desdeñoso con sus carceleros, no quiso huir como Abd el-Krim ni pactar como Araújo, y optó por morir. De hambre. Los hombres del Rif no toleran ningún encierro, y el jefe de los Beni Said no sería la excepción. El 17 de agosto de 1923 su cadáver recibía sepultura en el cementerio de Sidi Aguariach.[875]
Hach Abd el-Kader Ben Tieb, a cuya lealtad debió Melilla su salvación, murió el 8 de noviembre de 1950, a los ochenta y seis años. Dos mil soldados españoles cubrieron el recorrido de su entierro. Franco ordenó que al ilustre rifeño se le rindieran «honores de Capitán General con mando en plaza»[876]. El bilaureado general Varela, entonces alto comisario, presidió la ceremonia.
Dos hombres, entre otros miles, simbolizan lo vivido entre 1921 y 1926, cuando el norte de Marruecos movilizó a todos sus hijos para defenderse de la invasión española. Mohammed Ben Saddaui fue pronto nombrado kaid t’nash (jefe de pelotón). Hacia el final de la guerra lucía los tres preciados cordones rojos como kaid tabor (comandante de batallón). En las durísimas operaciones de Alhucemas perdería a tres miembros de su familia. En 1985 tenía ochenta y cuatro años y aún estaba esbelto y fornido.
Hach Mimun El Kassini, de los Beni Ulixek, tenía diez años en 1921. Hizo de rakkas (correo) llevando órdenes de operaciones, distribuyendo víveres y municiones, o socorriendo a los heridos. Al llegar la paz, se alistó en una harka amiga de España.
Los excombatientes del Rif y Yebala destacaban, de entre sus recuerdos, el rugir de los aeroplanos al sobrevolar, en vuelo de bombardeo, sus trincheras y zocos. Sólo entonces sentían miedo. Los aviones volverían, pero no serían españoles.
El Rif se sublevó dos años después de la independencia de Marruecos (7 abril 1956). Se alzó contra el despótico poder del Istliqal (Independencia), en connivencia con los clanes alauís. Tras barrer a los cuadros policiales del régimen, quedó a la espera. Error fatal. Un ejército de quince mil hombres desembarcó en Alhucemas (enero de 1959). Lo guiaban el comandante Mohammed Ufkir y el príncipe Muley Hassán. Con ellos llegaron otras escuadras aéreas. Cargadas con napalm. Pocos poblados escaparon a su soplo ardiente, que fue reforzado con otras llamaradas: con lanzallamas entraban las tropas alauís en aduares y casas. Ein Zoren les sirvió de bestial aprendizaje, según los prolijos informes coordinados por García Figueras.[877]
Lo cierto es esto: el Rif se rebeló contra la injusticia y el hambre. Y no se rindió, sino que le quemaron y arrasaron. El general Ufkir, tras conspirar contra su rey, fue emboscado y muerto en Rabat (1972). El príncipe Muley se convirtió en Hassán II a la muerte de su padre, en 1961. No ha vuelto al Rif.
Los cráneos de Arruit y una fosa vacía
La cruz de Arruit resumía el holocausto no sólo de la columna Navarro, sino de todo el ejército de Silvestre. Siete años antes de que Marruecos obtuviese su independencia, fue demolida y el osario trasladado a Melilla. En marzo de 1949, por orden del general Gustavo Urrutia González, se procede a preparar tan delicado traslado. En el cementerio de Melilla se habilitan dos grandes fosas-osario, mientras se construyen dieciséis arcones de 1,70 x 0,60 x 0,60 metros para el transporte de los restos. El 5 de agosto siguiente una compañía del Regimiento de Zapadores n.º 10 comienza la exhumación.
No quedaban cuerpos y tampoco uniformes. Se reunirán «13 trozos de tela pequeños». Pero sí aparecerán los cráneos. Se contarán 2.996. Los tres mil de Arruit fueron una terrible verdad.
Junto a ellos se encontrarán doce fundas «en oro, de molares y dientes»; 897 chapas y emblemas (de las diferentes unidades); once monedas en plata y seis en cobre; 43 hevillas; 117 botones y hasta «un lápiz». Y objetos más personales: «un reloj de bolsillo en plata», «dos alianzas de oro», «dos gemelos de camisa»… Todo ello fue inventariado y depositado en un arcón de hierro. La exhumación concluyó el 15 de agosto. El entierro tuvo lugar siete días después. Melilla supo recibir a los que murieron por ella.
La ciudad entera les esperaba. Aquel 22 de agosto de 1949 la guarnición presentó armas y los melillenses les ofrecieron respeto y dolor. Los tres mil de Arruit, resumidos en aquellos dieciséis arcones, desfilaron, siguiendo el eje de la avenida de Alfonso XIII, camino de su reposo final, recibiendo adioses y oraciones. Sobre ellos caía «una lluvia ininterrumpida de flores»[878]. Los tres mil cupieron en una sola fosa. La otra quedó vacía.
La historia de «Bolete» y del cuñado de Silvestre
Manuel Fernández-Silvestre y Duarte quedó obsesionado por la muerte de su padre en Annual. Al ser reocupada la posición (26 mayo 1926), volvió a encontrarse con la verdad, pero no dio con ella. La búsqueda del cadáver resultó tan agotadora como infructuosa. La madre del general, Eleuteria Silvestre y Quesada, fallecía el 12 de julio siguiente en su domicilio de Madrid —calle de Velázquez, 120—, y era enterrada en La Almudena.[879]
Manuel siguió en el Ejército. Era capitán cuando se sumó a la intentona de Sanjurjo (10 agosto 1932). Perdió el empleo y, al parecer, fue desterrado a Villa Cisneros[880], donde también estuvo el hijo de Manella, Poli (Francisco Manella Du Quesne), gran amigo suyo. Deambuló sin rumbo fijo hasta el verano de 1936. Estaría en Madrid el sábado 18 de julio, en el cuartel de María Cristina, sede del regimiento Wad-Ras, del que López Ruiz era entonces coronel. En los momentos postreros de la defensa, el coronel exigió al excapitán que escapase. No quiso aceptarlo Manuel, pero Tulio hizo valer su mando. El excapitán obedeció. Logró infiltrarse entre los asaltantes, mientras el coronel era hecho prisionero. El 13 de septiembre de 1936, López Ruiz caía ejecutado ante un pelotón de fusilamiento.[881]
Fernández-Silvestre pasó una odisea en la capital republicana. De escondite en escondite, con esporádicas salidas para procurarse alimentos, sobrevivió unos días. Por último, logró fugarse a un tranquilo pueblo del suroeste madrileño: Villaviciosa de Odón. En la escapada le acompañó un teniente de Artillería de veinticuatro años, que se había sublevado en Campamento: Manuel Gutiérrez Mellado, futuro capitán general. Ambos pertenecían a Falange Española, y los dos acabaron en casa del abogado Mellado de Zulueta, primo hermano del teniente, y cuya familia poseía grandes propiedades en Villaviciosa.
Pese a las medidas de seguridad tomadas por los Mellado, la estancia de ambos oficiales no pasó desapercibida en el pueblo, pero el alcalde, el socialista José Santander, con tanto coraje como audacia, cortó de raíz todo intento de persecución local no sólo contra ellos, sino contra varios civiles y militares implicados en la sublevación: «Salvó a muchísima gente aquel hombre», según el resumen admirativo que haría, en 1997, un testigo de aquellos hechos, Narciso Higueras Pablos.[882]
El 7 de agosto de 1936, Gutiérrez Mellado fue trasladado a Madrid, donde sería juzgado y absuelto en Consejo de Guerra.[883] Fernández-Silvestre quedó en Villaviciosa. Mientras su amigo lograba provisional refugio en la embajada de Panamá, él lograba pasar las líneas e ingresar en el ejército nacionalista.
El hijo de Silvestre fue ascendido a comandante y puesto al frente de una bandera (batallón) de falangistas. En Villaviciosa de Odón se encontraría con Higueras, que ha dejado de él este perfil: «Era alto, delgado y fuerte. Llevaba puesta la camisa de Falange, cuyo cuello azul asomaba por debajo del caqui del uniforme. De aspecto distinguido y reservado en el trato, aunque muy simpático una vez conociéndole. Hablaba con pasión de España y del Ejército. Me impresionó».[884] Poco después, Higueras marchó a incorporarse a otra unidad de Falange (la II Bandera), y nada más supo del hijo de Silvestre. Acabada la guerra, se enteró de que había muerto en combate. Fue en la primavera de 1937, en el llamado «frente del Tajo», donde ambos bandos empleaban grandes masas de infantería y artillería. En uno de esos choques cayó el hijo de Silvestre. Le llevaron a Villaviciosa, y allí le encontramos. En la avenida principal del cementerio de Santiago Apóstol, en la fila de la izquierda, cerca de la entrada, hay una lápida de caliza, casi devorada por el tiempo, donde puede leerse esta inscripción: «Manuel Fernández Silvestre y Duarte. Comandante de Caballería y jefe de la Bandera de Castilla. Murió heroicamente en el frente de Toledo, el 10 de mayo de 1937. A los 36 años de edad».
Encontrar al hijo de Silvestre era encontrar a los hombres del ejército perdido. En la misma tumba se encuentra Salvador Mellado de Zulueta, fallecido en 1988. Él fue quien, en 1946, compró, a perpetuidad, la sepultura y encargó la lápida.[885]
De Silvestre a «Silvestrón», el general de los bigotes
El puesto de mando de Silvestre en Annual hizo de poderoso imán de pasiones, opiniones y mitos. Varios soldados que «estuvieron cautivos» y hablaron con Vivero, «vieron el cadáver en su tienda cuando subieron a llevar municiones»[886]. Araújo manifestó, al ser liberado en enero de 1923, que «los moros afirman que Silvestre se suicidó»[887]. A Sainz se lo dijeron aquellos oficiales que sobrepasaron, los primeros, el temible Izzumar.
Parece ser que fue sólo a partir de la pérdida de Dar Drius (10 enero 1922), cuando los rifeños permitieron a los cautivos españoles que recogiesen los despojos de sus compañeros muertos en el área de Annual. Un comerciante italiano, Emilio Paggi, fugado de Sidi Bel Abbés, en la Argelia francesa, recorrió los alrededores de Annual en noviembre de 1921, camino del Peñón de Alhucemas, desde donde consiguió pasar a Melilla.
Paggi, portador de un salvoconducto de Abd el-Krim, se encontró con «un espectáculo horrible» en las inmediaciones de Annual, afirmando haber visto «centenares de cadáveres, convertidos en momias, que yacen a lo largo del desfiladero (del Izzummar) y en lo profundo de los barrancos»[888].
Las sufridas compañías de cautivos-enterradores, bajo el mando del sargento Basallo, acabaron con esa dantesca visión. Francisco Basallo Bercerra pertenecía a la guarnición de Kandussi y era uno de los pocos supervivientes de la matanza habida en Dar Quebdani. El sargento se haría célebre por su excepcional ayuda a los 587 españoles —534 militares y 53 civiles (según nuestras cuentas y aún no completas)—, retenidos en cautividad. Paggi le conoció en Annual.
Basallo sería requerido por los rifeños «para que reconociera a un cadáver, al que le faltaba el bigote, que se hallaba descompuesto y creían era Silvestre». Basallo «no logró identificar» ese cuerpo, mas «en el lugar que lo enterraron puso una señal, y, pasados unos días volvió; pero el cadáver había desaparecido»[889]. También se diría lo contrario: que Basallo había identificado a Silvestre «por sus cicatrices, perfectamente conocidas por él, y que cree era el del General»[890].
En boca de un rakkas (correo) de Kaddur Namar se pondría esta otra versión: «Yo volver (a Annual) pasados ocho días y ver todavía general tendido boca abajo. Yo cogerle por bigote para verle mejor la cara, y quedarme bigote entre los dedos».[891] Para los rifeños, Silvestre era más caudillo por sus mostachos de puntiagudas guías que por sus victorias. Unido a la corpulencia del general, compondrían ese «Silvestrón», en el que la admiración se antepone a toda inquina hacia el enemigo muerto.
A falta de más documentos de Basallo[892], queda la leyenda y una realidad: Silvestre desapareció; algunos de sus oficiales, no. En una tazuda (meseta), a las puertas del Izzumar, subsiste un moraba (santuario). Según los lugareños, allí está enterrado «un jalifa bravo», del que poco más sabemos.
Muy cerca de ese morabo existe un campo para cereal que suele cultivarse si llueve en primavera. Entre los surcos, caídas, aparecen numerosas estelas. Algunas gentes de los Beni Ulixek aseguraron, en julio de 1998, que dichas señales indicaban la existencia de «cadáveres españoles».
Manella y cinco más, los muertos que no se admitieron
Los prisioneros-enterradores que dirigía Basallo localizaron e identificaron el cadáver del jefe de Alcántara, «que tenía cinco balazos»[893]. Manella era un valiente y supo morir como tal. A su lealtad, y a la de los caídos en Annual, respondió el militarismo alfonsino con un proceder tan amoral como pusilánime.
Basallo y los suyos darían sepultura, en la zona de Annual, a 697 cadáveres de españoles «sin identificar», pero el sargento advertiría en su detallista Informe: «Además, identificados, en lugar próximo a la fosa del capitán Salafranca, los siguientes: coronel Manella, comandante Benítez, capitán Federico de la Paz, y tenientes Julio Bustamante, Eugenio Nougués y Alberto Escrich».[894] Corría la primera semana de febrero de 1922.
Basallo mandó este importante mensaje al coronel Civantos Buenaño, comandante del Peñón de Alhucemas. Y Civantos lo reexpidió, vía telegráfica, a Sanjurjo (comandante general en Melilla por aquellas fechas). Sanjurjo, a su vez, lo envió a La Cierva, todavía ministro de la Guerra, y a Berenguer, que seguía siendo alto comisario. Tan altas cabezas callarán. Las familias no fueron informadas y el país nada supo. Ese despacho, el n.º 4.333, del 4 de febrero de 1922, como si no existiese.
En 1997, Concepción Manella, nieta del coronel, mostró su sorpresa —y su indignación— por un hecho tan cruel, cuando su madre había estado ¡diez años! buscando noticias. Diez años «molestando a generales y ministros»[895], para averiguar «si era posible» rescatar el cuerpo de su esposo. Nadie le dijo nada de ese telegrama, el n.º 4.333. Los silencios fueron para toda la España enlutada por Annual. El régimen alfonsino no expedía certificados de muerte. Sólo de «desaparecidos». Y eso con tiempo.
La viuda de Manella recibirá uno de ellos, el 4 de mayo de 1928. Procedía del Servicio de Administración del Ministerio de la Guerra, y lo firmaba su director, Antonio Losada Ortega. Contradicción suprema: el remitente adjuntaba a doña María «el certificado de desaparecido de su difunto esposo». Si era «difunto», no estaba desaparecido. María Du Quesne Montalvo murió en 1953 sin saber nada de su marido, perdido en Annual.
Tan abrumadora conducta cabe achacarla al pánico oficial que entonces había, en Madrid y en Melilla, por no agravar las demandas de Abd el-Krim sobre el rescate de los prisioneros. Mas no serían miedos económicos aquéllos, porque el dinero se tenía.
El 7 de enero de 1922, Berenguer, tras informar a La Cierva de las últimas proposiciones de Abd el-Krim —«entrega de cuatro millones y todos los presos moros (su número se había elevado a 243)»—, pedía la concentración, en Melilla, de esos mismos cautivos, «y se disponga el Almirante Lobo u otro barco análogo, provisto de embarcaciones pequeñas, para el desembarque». Por último, el alto comisario le decía al ministro de la Guerra: «Ruego me comunique con urgencia si se pueden aceptar estas condiciones y, en caso afirmativo, se me envíe a Melilla el millón que falta para completar los cuatro y el barco».[896]
Luego Berenguer había recibido los primeros tres millones, cantidad que meses antes había considerado «fabulosa», pero que terminó aceptando. Berenguer era así coherente consigo mismo, pues siempre se mostró favorable a cambiar dinero por vidas, sin tantas deferencias hacia el Estado alfonsino como mostró Maura.
Así que los millones del rescate fueron a Melilla, a la delegación del Banco de España. Y el caso es que Maura no quería pagar. Pero La Cierva manda el dinero. Lo que falta lo reclama Berenguer. Pasarán doce meses, y los presos españoles seguirán muriendo en Axdir. Del contingente militar (534) caerán 139, doce de ellos fusilados. Si no fallecieron más se debió a los denodados esfuerzos que llevaron a cabo los convoyes de la Cruz Roja Española, tan admirable en 1921-22 como en 1898-99.[897]
Cambian los gobiernos y vendrán los liberales de García Prieto. Con éstos, Santiago Alba, ministro de Estado; López Ferrer, alto comisario interino —tras el nombramiento y renuncia de Villanueva para ese cargo—, y un noble rifeño, Dris Ben Said. Alba convencerá a Horacio Echevarrieta Mauri, prohombre republicano —diputado por Bilbao entre 1910 y 1917—, y empresario relacionado con Abd el-Krim en diversas prospecciones mineras, para que ejerza de hombre bueno ante los jefes rifeños.
Echevarrieta será quien pague. Con el dinero que estaba en Melilla, se supone. Pero también será quien no dude en ofrecerse como caballeresco rehén cuando estuvieron a punto de fracasar las conversaciones de entrega de los cautivos, el 27 de enero de 1923. Los 326 espectros de Axdir embarcaron en el Antonio López y navegaron hacia la libertad. El Rey no fue a Melilla para recibirlos. Estaba en Doñana, invitado a una montería por el duque de Tarifa, Carlos Fernández de Córdoba.[898]
Un mes después se publicaba un Real Decreto por medio del cual se facultaba la creación de diversas listas de desaparecidos en los Registros Civiles y Juzgados. Se trataba así de «legalizar la situación jurídica de las numerosas víctimas del Ejército expedicionario del Norte de África»[899]. Ahí acabó todo.
En cuanto a los cadáveres no identificados y enterrados en Annual, nada quiso saber el Estado alfonsino. En su falsa desaparición se yergue el ejército perdido. Los ocho mil o diez mil de Silvestre.
Madrid, junio 1996 - noviembre 1998