26

Se durmió de nuevo, tan sólo un ovillo sobre la cubierta, mientras esperaba que Merrill le trajera el trabajo terminado. Se dejó caer apoyando la mejilla sobre la superficie congelada de la cubierta durante un precioso cuarto de hora, o media hora. Excepto eso, todo lo demás estaba hecho.

Tal vez fue un error porque se despertó con una sacudida de Merrill y durante unos segundos no pudo recordar dónde estaba y no podía mover los brazos para levantar la cara del suelo, porque la espalda no aguantaba su peso. Estaba como muerta. Lejos. Le dolía la espalda y las articulaciones, y el frío la paralizaba.

—¿Estás bien? —le preguntaba Merill—. ¿Estás bien, Yeager?

Después de un rato, pasó de estar asustada porque iba a morirse, al deseo de terminar con todo. Se arrastró sobre la nariz, los codos sobre la cubierta y se quedó así un momento mientras Merrill le contaba que NB estaba bien y que iba a esperar, y Mike Parker también, pero por si acaso, iban a ir afuera a trabajar en los controles de las esclusas, ya que había dos tipos de Sistemas, acostumbrados a manejar giganúmeros; iban a meterse con un circuito de seguridad. ¡Dios!

—Fitch se va a dar cuenta —dijo Bet con furia, con miedo de que hubiera puesto micrófonos. Él permanecía fuera—. Mierda, ¿dónde está ese capitán? —Merrill estaba abajo, con Ingeniería en obras, cerca de la esclusa y seguramente sabría si alguien entraba o salía de la nave.

—No hay noticias —dijo Merill—. Nada. Como si no hubiera nadie ahí fuera.

—La tripulación tiene que saber si esta nave está cerrada, ¿cómo no se dan cuenta? ¿No preguntan? ¿Qué cono hacen allí fuera?

—Nadie sabe nada —dijo Merrill—. Llamamos al puente y Mike pidió una llamada exterior. Al menos lo intentó. No funcionó. Había dos en el puente y nosotros.

—¿Fitch está allá fuera?

—Goddard.

El operador de Hughes.

—¡Mierda! —Bet se sentó, se dio en la cabeza con fuerza contra la pared—. ¡Fitch está durmiendo! ¡A la porra! Dile que lo necesito, dile a Goddard que lo despierte, es necesario arreglar esa armadura.

Había que desnudarse para meterse en la armadura. Empezando por las botas y luego el resto, pero allí hacía frío, mierda, hacía frío. En ninguno de los almacenes de la nave había buena circulación de aire.

Eso la hizo sentirse mejor. Imaginar a Fitch de pie, en ropa interior, no era una mala imagen, a pesar de que era un hijo de puta. Se mantenía en forma a base de golpear a la tripulación contra las paredes. Tendría unas pocas cicatrices y una muy grande en las costillas, probablemente una cuchillada en algún hotelucho de estación. Merecido, sin duda, pensaba ella, mientras ajustaba las tuerquitas y tornillitos.

Sólo faltaba poner un poco de grasa negra en las abrazaderas. En la bota, cerrar la bota y ajustaría hasta que las tres abrazaderas dejaran una marca en la piel. No era pesado. Torturaba la superficie del traje pero si se había de ajustar para un novato, era más fácil que preguntarle si los contactos le tocaban la piel: siempre parecía que tocaban hasta que se tenía experiencia.

Además, era Fitch.

Bota izquierda, bota derecha, pantorrilla izquierda, pantorrilla derecha, rodillas y muslos.

Mientras, Fitch estaba de pie con un comunicador en la oreja, escuchando algo que Bet hubiera dado cualquier cosa por conocer. No prestaba ninguna atención a la incomodidad, como si lo que estuviera oyendo fuera mucho más interesante para él.

Parte inferior del cuerpo. En un minuto, tendría que sentarse y descansar. Le temblaban tanto las manos que no podía mantener el destornillador dentro de los malditos agujeritos.

De pronto, Fitch se movió, le quitó el destornillador de las manos, dolía, carajo, así que ella se sentó bruscamente, sin saber si él iba a salir caminando y la iba a dejar sola.

Pero con ese peso no se podía caminar rápido. Fitch activó el comunicador y le dijo a quien quisiera que le estuviera hablando:

—No responda. ¡No responda, cono! ¡Haga lo que le digo!

Bet se levantó como pudo y le golpeó en la pierna de la armadura para que le prestara atención. Empezó a trabajar de nuevo: aflojar aquí, dar vueltas allá, señor, estese quieto, por favor…

Empuje, señor, o no lo vamos a poder mover de aquí.

Mierda, le hubiera gustado ajustarlo un poquito más flojo.

Pero había que reconocerle algo a Fitch: tenía la cabeza donde estaba, y si uno le decía que se quedara quieto, se quedaba, sin quejarse y sin moverse. Era evidente que él tampoco estaba tranquilo. Se le veía en los ojos.

—Creo que esta cosa va a funcionar —le dijo ella con lo que le quedaba de voz—. Verifiqué los sistemas y salió bien. —Y pasó a la pregunta que quería hacer—. ¿Nos preparamos para una batalla, para el vacío, o qué?

—Cualquier cosa —dijo Fitch—. Cualquier cosa.

—¿Alguna vez estuvo dentro de una armadura de éstas, señor?

Silencio absoluto.

—Se conecta y hay que relajarse. Ese es el secreto. Si uno se pone tenso, la armadura recibe órdenes, y tiembla todo como si te fueras a caer. La armadura reacciona cuando no debe y no hay control. Algunos prefieren ajustaría muy poco, floja, pero otros no, para que tenga un tiempo de reacción muy rápido. Así que… elija, señor. Tal como la estoy poniendo, ésta va a ser rápida o puedo aflojarla a la mitad.

—Acepto su consejo en esto —dijo Fitch totalmente amable con ella.

—¿Cuánto tiempo tiene para practicar con esto?

—No lo sé —dijo Fitch. Nunca la miraba mientras ella trabajaba y Bet nunca se tomaba libertades dada la situación—. Tal vez no tenga tiempo. —Fitch respiró y dijo en el comunicador—: Ya entiendo.

—Tenemos una interfase para armas, señor —dijo ella—. Podemos conectarla a los sistemas de la armadura. Si tiene un arma con una conexión I/O, para apuntar y rastrear con fuego automático, para cualquier cosa que tenga.

Era pura arrogancia. Tendrían suerte si la nave llevaba armas que fueran la mitad de buenas.

Por supuesto, Fitch no pensaba decirle nada sobre el tipo de armas que llevaban…

—Tenemos armas comunes —dijo después de un momento—. Y vamos a tener mucha suerte si aparece un blanco.

Parecía un Fitch muy diferente a los que ella había conocido antes. Un hombre cansado, civilizado, con un tic muscular en el brazo derecho y la piel fría como la de un cadáver.

Hacían una curiosa pareja… Hasta que Fitch se quejó, con la voz muy ronca:

—¿Qué cono cree que está haciendo, Yeager? —Porque ella temblaba tanto que parecía que no podría seguir manejando el destornillador.

—Lo lamento, señor —dijo. Temblaba de cansancio, y él, de frío, y la cosa llevaba tiempo. Fitch estaba doblado en una postura muy incómoda mientras ella trataba de ajustar las junturas del cuerpo principal.

Para entonces, Bet estaba como un piloto automático, se movía sin saber cómo. Así ajustó la coraza, la manga derecha y el guante derecho y siguió ajustando tornillitos hasta que Fitch mismo llamó por el comunicador a Goddard para que trajera algo caliente y algunos sándwiches.

¿Desayuno o cena?, ni siquiera recordaba lo que tocaba. Mike Parker fue quien lo trajo. No dijo nada. Bet recordaba vagamente que Parker y NB estaban juntos abajo, participando en un motín. Lo único que Fitch tenía que hacer era descubrir que alguien había estado trasteando en la esclusa exterior…

Cinco oportunidades para decidir a quién acusaría.

Ya no tenía apetito. Masticó y tragó grandes pedazos de sándwich que acompañó con la bebida caliente, que deseó hubiera sido cerveza.

Deseó que fuera un buen trago de ese vodka que tenía en el dormitorio improvisado del almacén. Pero sabía que si el alcohol le tocaba el sistema digestivo, desaparecería y se hundiría en un desmayo en menos de diez segundos.

Por el intercomunicador, llegó algo que a Fitch no le gustó. Ella lo vio escuchando a Goddard, o el que fuera, con el ceño fruncido, meneando apenas la cabeza.

—Ya entiendo —dijo a Goddard y era lo único que había dicho hasta el momento.

—¿Qué pasa, señor? —preguntó finalmente. Fitch la miró con frialdad:

—El mismo problema. Terminemos ya con esto. Le prometo que si esto funciona, tendrá un descanso para dormir.

Si no funciona… pensó ella, y pensaba en bombas y servos saltando en pedazos, en los filtros que se derraman sobre la armadura, entonces, será mejor que me suicide con un buen disparo.

—Sigamos entonces —dijo en voz alta y levantó la manga derecha—. Todas esas diminutas junturas, los tornillitos, hasta el codo, la muñeca y los dedos.

Estaba medio ciega cuando terminó. Pensó conectar adrede la armadura sin avisar a Fitch, porque estaba medio tembloroso también y ella sabía lo que podía pasar si sus temblores le hacían tocar los sensores.

No lo hizo. No quería empezar una guerra donde no la había, no quería convertir a un Fitch casi civilizado en un pelele tonto.

—Tengo que decirle algo, señor —dijo con un gruñido que le quedaba por voz—. Ya ha estado de pie demasiado tiempo, mejor será que descanse. Si la conectamos ahora que está temblando, lo tirará al suelo.

—¿Dónde está la tecla de encendido?

Se la mostró. El la hizo funcionar y la volvió a apagar con mucha rapidez porque todo el aparato tembló.

—Funciona —dijo ella—. El que tiembla es usted y usted es el que hace ruido. —Y para ser diplomática, como Teo—: La mayo ría se cae, directamente. Sería mejor que no le pasara a usted, señor. Creo que debe dormir un poco.

—Cuando funcione —dijo Fitch—. Funcionar quiere decir funcionar, Yeager. Ha de funcionar para mí, así que enséñeme las teclas, la técnica… los sistemas, para que los dos sepamos que funcionan, después hablaremos de descanso. ¿Me oye?

Mierda, sí, le oigo, señor.

—Sí, señor. Entiendo.

Lo primero que se hace cuando se está instruyendo a alguien es ponerse la armadura.

Fitch no estuvo de acuerdo.

—No hace falta —dijo. Y ella:

—Sí, hace falta, señor, si no voy a tener que darle las instrucciones desde el pasillo hasta que pueda controlar la armadura, señor.

Había que ser sincero. Fitch entendió lo que Bet quería decir, por eso escuchó cuando le dijo que se relajara, y se quedó de pie mirando mientras ella se desnudaba y se metía en la armadura, tal como había que hacerlo.

Ella también hizo ruido cuando la puso en marcha. Luego se amortiguó.

—Éste es el ajuste, tecla número tres, sensibilidad en los puntos clave. Si uno tiembla, tiene que ajustaría más, hasta que se detiene el ruido. Si se tiembla demasiado, el aparato se puede incendiar.

A Fitch no le pareció gracioso.

—Tiene algunos giroscopios que mantienen el equilibrio —dijo ella. Fitch se había convertido en una forma con casco, sin cara, enmarcada en los dispositivos y los números verdes de sus propios indicadores. Era una visión de 360 grados comprimida y proyectada en una banda de sombra verde, sobre el fondo, en la parte superior de la placa que tenía sobre los ojos. Veía los leves movimientos de Fitch, que movía la mano con el cuerpo enmarcado en una luz intermitente y amarilla. Los sonidos amplificados y un dispositivo de lectura de los decibelios que tableteaba y brillaba a la izquierda. Bet le cogió la mano y la guió hasta el primero de los controles, bajo el cuello.

—Puede ver su propia mano por la imagen de 360. Tiene que acostumbrarse a la distorsión. Eso es el control de esclusa, eso es el giroscopio, ése es para el movimiento libre, una tecla de tres posiciones: la primera, vea la luz blanca intermitente a la derecha de la pantalla. Le dice que la tecla dos, posición B, se está estabilizando. A es esclusa, C es libre, ¿entiende, señor?

—A, esclusa; B, giros; C, libre.

—La armadura se siente siempre como algo en desequilibrio. El centro de gravedad es diferente pero no se olvide de que tiene esas botas enormes por debajo. Póngala en B, el giros lo mantiene en equilibrio y no se puede caer aunque quiera, excepto si hace mucho esfuerzo por conseguirlo. Le aconsejo que lo deje en B un rato. La tecla tres es su sensibilidad. Yo la pondría en 85. Le cansará un poco, pero es mejor que caerse. Yo tengo la mía en 150. La amplificación máxima es de 300, pero hace veinte años que no uso estas cosas. No necesita la tecla cuatro, no tenemos estación base, así que no sirve. ¿Se siente mejor en 85?

—Molesto —dijo Fitch—. Duro.

—Puede designar las sesiones para las distintas amplificaciones, pero es muy incómodo y molesto. Ponga la tres en 90, y un punto o dos, como le guste, pero tenga cuidado cuando empiece a pasar de cien. Cuanto más alto ponga esa tecla, la armadura leerá con mayor sensibilidad sus temblores musculares. En cien se mueve mucho más rápido, golpea mucho más fuerte, aprieta mucho más. Se incrementa. En 150, un tipo puede quebrar el cañón de un arma con un movimiento muy leve; la mayoría no pone nunca la armadura a más de 250. Hay que moverse con mucha delicadeza y tratar las cosas como si fueran de vidrio, no moverse con brusquedad. Todo lo que usted haga estará amplificado. La masa aumenta. Cuando se mueve, tiene que tener en cuenta que hay que darse bastante espacio para detenerse. Correr es como flotar leve como una pluma; caminar, lo mismo. Hay que ser leve con los pies. Si se cae, no pelee, no tiemble, no se defienda, la caída no lo puede lastimar, acéptela y póngase en pie de nuevo. Ahora voy a quitar el giros. Relájese. Quédese quieto, nada más. Levante el brazo. Despacio.

—¡Mierda! —dijo Fitch cuando la armadura resonó y se flexionó. Sintió un pequeño temblor. El brazo de Bet y el de él rozaron uno con otro y él rompió un asa del armario al tambalearse.

Ella lo cogió y lo aseguró en el suelo. Podía oír el jadeo. Una respiración muy pesada a través del comunicador del casco.

Aquel hombre no estaba acostumbrado a controlarse.

Estaba exhausto, furioso y tal vez un poco asustado.

Tembló. Sonó un crujido y un tartamudeo en todas las articulaciones. Una vez se liberó, movió el brazo más de lo que quería, pero se detuvo a tiempo.

—Bastante bien —dijo Bet—. Si se tambalea así tiene que frenar más de lo que le parece al principio. Otra vez la masa… ¿Contra quiénes vamos a usarlas si me permite preguntarlo, señor?

Fitch no dijo nada durante un minuto. Pero ella oía su jadeo.

—Suponga que se limita a hacer su trabajo —dijo Fitch—. Explíqueme el resto de las teclas y no se salga del tema.

—De acuerdo, señor, pero tenemos cientos de teclas. Supongo que el tiempo es limitado, y si supiera con quiénes tenemos que vérnoslas, señor, podría imaginarme qué es lo más cétil.

Hubo un silencio. Después:

—Suponga que no se pasa de lista, Yeager, y piense en seguir respirando. Aprendamos cómo se mueve «esta cosa».

—Sí, señor —dijo ella, ronca, mientras sentía que le temblaban todas las articulaciones y se le nublaban los ojos con los números verdes. Hacía un gran esfuerzo por dominarse—. Tiene un buen equilibrio inicial. ¡Tratemos de caminar!

Fitch se las arregló bien en 95 y en 100. Llegó a 110 y lo hizo pasable. Pudo mantenerse la primera vez, usando el giros, en 110. La segunda vez no fue tan bien. Golpeó los armarios sin darle a ella, al menos no dio fuerte.

—Tiene buenas aptitudes para esto, señor —dijo ella y ajustó la amplificación a 130. Se golpeó otra vez con los armarios. Bet lo hizo rebotar hacia atrás y él se controló mejor de pie.

—¿Quiere ver cómo se hace para apuntar, señor? ¿O usar las armas?

Lo siguió, desconectó el traje y por fin descansó. Le explicó las cosas más básicas, a veces con los ojos cerrados, y se aburrió con la conferencia estándar para el novato. Pero él no se daba cuenta.

—Tiene cuatro posiciones, una es para los diestros; otra, para los zurdos; otra, para los ambidiestros. El número uno es fuego automático, olvídelo, no lo tenemos, póngalo en dos, vea cómo se abre un paréntesis amarillo en el pie, ahí, es la fibra óptica de su guante derecho, le da una idea aproximada de adonde apunta su arma. Puede ajustar el foco, la armadura entiende órdenes habladas, usted dice Programa, Blanco, Manual, y Cancelar para detenerla. —Sonó un crujido de parrilla y marcadores a través de su propia pantalla, que terminó con Cancelar—. Puede decirle izquierda/derecha, arriba/abajo, dígale listo cuanto esté satisfecho.

—Lo tengo —dijo Fitch. Tampoco él parecía enfocado.

—Pienso que ya tenemos los elementos básicos —dijo Bet. Esperaba que fuera así—. La próxima vez, si tenemos tiempo, le doy las órdenes verbales. Las órdenes son mejores, más fiables: no sé cómo nadie puede hacer un programa que le haga distinguir entre sentar y sentir. ¿Quiere terminar ahora, señor? —No esperó una confirmación, no quería oír la palabra «no», se acercó a él y lo guió con la mano hasta la tecla de salida—. Estas son sus cintas de tensión. La izquierda está conectada, la derecha no, súbala y puede soltar los broches, es como con un traje muy duro, una vez que está unido y preparado, hay que seguir la misma dirección de los broches. Primero las mangas, la parte superior, las botas y los pantalones. Quieto ahora, déjeme coger los broches, señor.

Destornilló las mangas, le ayudó a soltar la derecha, él soltó la izquierda, se sacó el casco y el cuello, aunque tuvo que esperar a que ella lo agarrara y después se agachó para salir. Estaba lleno de sudor y grasa hasta la cintura, mientras le soltaba la armadura por los hombros.

Fitch parecía a punto de caerse de boca, estaba pálido, sudoroso y temblaba. Se secó la frente y empezó a vestirse.

Nada de simpatías, hijo de puta. La espalda le recordaba viejas deudas. Dios mío, cómo deseaba una cerveza.

Fitch se secó la cara, con la mitad de ropa en las manos, mientras ella se ponía la suya.

—De acuerdo, Yeager, puede irse. Tiene seis horas. Ella parpadeó, demasiado aturdida para comprender.

—¡Fuera! —dijo él.

Bet se subió el cierre del traje.

—¿Puedo ir a por una cerveza, señor?

—Haga lo que quiera, carajo, beba si quiere; duerma, lo que quiera, siempre que pueda volver bien sobria cuando yo la llame. ¿Me ha oído?

—Sí, señor. Gracias, señor.

—¡Fuera!

Metió los pies en las botas y salió temblando al puente, donde Goddard todavía estaba de guardia, se metió en el ascensor, se apoyó contra la pared y se inclinó, temblándole la cabeza y las rodillas. Quería desaparecer.

Ni siquiera fue hasta el almacén donde estaba el dormitorio provisional, pasó tambaleándose por la curva, entró en Ingeniería, donde trabajaba NB, que se asustó muchísimo al verla.

—Tengo seis horas —dijo—. Fitch nos ha dado las buenas noches. ¿Cómo te va?