Bet llegó al pasillo inferior corriendo, saltó por la cubierta curvada hacia arriba, y fue hacia Ingeniería. Subió los escalones de placas de la cubierta con tanto ruido, que atrajo a NB a la puerta con una cara pálida y asustada, antes de que ella entrara.
—Tengo sólo cinco minutos. Vengo a decirte algo. Fitch cree que la nave tiene problemas, necesitan que arregle eso…
¡Mierda!, no era lo que quería decir. Se quedó muda, muerta, mientras NB la miraba con cara de sorpresa.
Se asustó por ella, y le dio como un ahogo al darse cuenta.
—Fitch y yo hicimos un trato. —Empezó a decir. Pero eso tampoco era lo que le importaba—. Tienen un problema con… Era la tercera vez que lo intentaba en vano.
—NB…, no sé si te has dado cuenta… Mierda, no pertenezco a una nave mercante, ¿me entiendes?
Casi dijo milicia, como la última mentira desesperada. Pero lo omitió. Una mujer puede hacer quedar a un hombre como un tonto una sola vez. Dos, nunca.
No, si quiere que la perdone.
—… estuve con Mazian.
Quería saber qué sentía él antes de seguir adelante, pero no reaccionaba, solamente la miraba con los ojos brillantes y asustados.
—Nunca quise mentirte —le dijo—. Nunca quise que cargaras con la idea del sitio de donde vengo. Supongo que eres el que tiene más razones para odiarme en toda la nave y el que tiene más motivos para querer mi cabeza.
Parecía como si NB se hubiera alejado de ella. Tal vez ni siquiera la escuchaba ya. No parecía enojado, sólo mudo y sordo, sin hacer un movimiento.
Ella alargó una mano y le rozó el brazo. Estaba frío como la mesa en la que estaba apoyado.
—Quería que supieras —dijo— que nunca te mentí sobre ninguna otra cosa, nunca hice nada que pudiera hacerte daño. Al menos conscientemente. Jamás lo haría. ¿Me oyes? —Le sacudió el brazo—. NB. ¿Me oyes?
Tal vez sí, tal vez no. NB estiró la mano y no la miró.
Bet podría haberle dicho el nombre de su nave. Era un orgullo, pero el África tenía mala reputación entre los mercantes. Se lo dijeron en los muelles de Pell. NB todavía no tenía por qué saber eso. Tal vez prefería no saberlo.
Él no dijo nada, ni miró a ningún lado durante un segundo. Después vio la pizarra en su mano izquierda y la observó como si fuera a encontrar respuestas en ella.
Era lógico. Algunas cosas tenían que hacer ruido un rato, antes de que pudieras siquiera empezar a pensar en su existencia.
Así que Bet pensó que lo mejor iba a ser irse en silencio, dejarlo solo para que las cosas se tranquilizaran por sí solas. Pronto llegarían Merrill y Parker. Iban a trabajar abajo, así NB no estaría tan solo, gracias a Dios.
Pero cuando ella ya se iba, él la tomó del brazo. Bet se detuvo. Quería abrazarlo pero él no parecía querer, solamente le puso la mano en el hombro y dijo con la voz tranquila:
—… no te odio, Bet…
Era como si le hubiera dicho: «Tampoco puedo decirte nada más».
NB la dejó ir. Bet se giró cuando llegó a la puerta, y dijo, porque no quería dejar ese silencio:
—¿Está Merrill? Fitch dijo que iba a llamarlo.
—Fitch ha dicho que hay trabajo en el taller, y que tenemos veinticuatro horas seguidas de trabajo. Bet asintió. Podía ser civilizado, hacer el trabajo como correspondía y dejar de lado un asunto personal, hasta que su mente lo aceptara. Podía enfrentarse a todo. Era un alivio saberlo.
—¿Qué pasa ahí fuera? —preguntó NB.
—No lo sé, tienen esas armaduras destrozadas y como hay algún problema, creen que las necesitan urgente, según Fitch. Pero no todo lo que dice tiene sentido…
—¿Me oyes?
—… Fitch dice que hay problemas con la estación. Que sólo somos seis en la nave, el resto está abajo. Tengo la terrible sospecha de que no es ninguna casualidad que seamos nosotros los únicos que quedamos a bordo.
Su cara volvió a crisparse por el miedo.
—Haz lo que te diga Fitch —le aconsejó Bet. La adrenalina le subía por el cuerpo—. He de irme. Fitch me ha dado cinco minutos. Tengo que volver. No te metas en problemas. Te necesito, ¿me entiendes? Por Dios, te necesito.
—¿Qué trato? —dijo él, como si de pronto pudiera pronunciar esas palabras.
Luego sí la había estado escuchando, y con más atención de la que pensaba. A Bet le dio un vuelco el corazón. Empezó a mentir.
Y recordó a tiempo lo que acababa de decirse a sí misma sobre las mentiras.
—Tengo antecedentes limpios —dijo casi automáticamente y paralizada, mientras trataba de pensar si él lo entendería, si lo que llegara a decirle en dos segundos podía ayudarle en algo—. Tú y yo tenemos antecedentes limpios. Eso dice Fitch. Por lo visto hay un problema con la estación. Pero, entonces, ¿por qué mierda sigue funcionando la bomba?
—¡Yeager! —sonó amenazante la voz de Fitch por el comunicador general.
Miró la cara de NB, congelada, asustada, mientras ella se volvía para salir corriendo hacia la puerta y bajaba por el pasillo lo más rápido que podía.
Fitch me ha oído. Creo que me ha oído.
—¡Ha tardado diez minutos! —exclamó Fitch cuando llegó.
—Lo lamento, señor. Pero tenía que arreglar un asunto con NB. Está bien, se lo aseguro. Fitch solamente la miró.
—Tiene veinticuatro horas, Yeager.
—Sí, señor.
Bet se alejó hacia el depósito y siguió con lo suyo. Un trabajo provisional, había encargado Fitch.
Una hacía cualquier cosa con tal de que pareciera que el resultado iba a durar seis horas. Que era lo máximo que podía durar de todos modos sin una carga de reserva.
Evidentemente no la tenían.
Una de las bombas de circulación estaba rota, ya lo esperaba, y gracias a Dios la válvula siguiente de la línea se había cerrado antes de que se congelara todo. Jim Merrill tendría que arreglar eso. Merrill echó una dura mirada alrededor cuando abrió la puerta del almacén superior número uno y descubrió exactamente para qué era la Flexina y de dónde venía la bomba que tenía que arreglar.
—Mierda —dijo—. ¿Esperan que arreglemos esto?
Al menos parecía que nadie le había dicho nada a Merrill. Era posible que gran parte de la tripulación supiera lo que había en ese depósito desde hacía años. Quizá desde este viaje. Le entregó lo que le había traído, Bet se levantó y le pasó la bomba desmontada.
—Hazlo tan rápido como puedas —dijo y tuvo que preguntar—: ¿Cómo está NB ahí abajo?
—Tan hijo de puta como siempre, ¿te parece que podría cambiar algún día?
—¡Mierda!
—Me dijo… —Merrill sonaba como si no estuviera seguro de a qué se arriesgaba con lo que iba a decir—. Me dijo que te preguntara qué cono pasaba aquí arriba.
Bet lo miró con una súbita esperanza, y a la vez absurda, sobre la situación y deseó tener una respuesta. Pero NB le había preguntado algo, mierda; al menos le dirigía la palabra a Merrill y todavía seguía trabajando.
—Dile —dijo ella—, dile que él sabe todo lo que yo sé. Dile que no se meta en problemas, que se mantenga al margen. Dile también que no tengo intención de morir en este lugar.
—¿Pero qué pasa? —preguntó Merrill.
—Fitch dice que hay un problema con la estación. Llega tú mismo a una conclusión. ¿Todavía está ahí, Fitch?
—En el puente —dijo Merrill—. Afuera. ¿Pero qué tipo de problemas, por Dios?
—No lo sé. No tengo ni idea. El capitán no está desde esta mañana, la tripulación está de permiso…
—Todos locos —dijo Merrill—. Locos.
Y como Bet no agregó nada, se fue. Oyó el ascensor que bajaba mientras medía la nueva línea.
La bomba de Thule seguía enviando combustible. Thule todavía volcaba sus pequeños tanques en los de la Loki, todo lo rápido que le permitía una maquinaria antigua. Zump, zump, zump.
Nadie volvió a la nave. Lo más lógico era pensar que la tripulación volvería para guardar lo que había comprado. Eso, si no pasaba nada malo… Todo el mundo sabe que se roba en los muelles de Thule. Nadie lleva nada encima… sólo los créditos que son absolutamente imprescindibles.
«Tenemos problemas», había dicho Fitch, y la estación todavía seguía abasteciéndoles como si el problema no tuviera nada que ver con ese departamento…
Tal vez alguien golpeó a alguien. Quizás haya un problema legal y van a tratar de sacar a alguien de la prisión por la fuerza. La Loki no aceptaría ninguna estupidez de la ley de la estación y menos en una estación abandonada como ésta…
Pero ¿por qué tener a bordo sólo a Fitch?, ¿dónde está el otro oficial que vi?, ¿dónde está el capitán?, ¿por qué carajo mandaron a todos abajo menos a NB, a mí, a Parker y a Merrill? Los de Ingeniería…
Justamente a nosotros, que no estamos en la lista de los «buenos» de Fitch.
¿Han enviado a todos tal vez para dar una demostración de fuerza en los muelles?
¿Y quién dice que Fitch no dice la verdad o al menos parte de ella?
Fijó la línea y el sello. Colocó la bomba que había sacado de la armadura de la Europa, pensando que, por lo menos, podía asegurarse de tener una de las dos en funcionamiento. Encendió la sección de la coraza. Comprobó el funcionamiento de las válvulas en los puntos de sellado y vio que los sistemas lo soportaban bien.
Me juego la, vida a que van a funcionar, pensó.
Era una simple broma de soldado.
Merrill le trajo un sándwich y se lo iba comiendo mordisco a mordisco mientras seguía trabajando. Se durmió unos minutos sin querer, hasta que acabó dándose de narices contra el casco que tenía en las manos. Se preguntó dónde cono estaba y qué hacía ahí, medio congelada, con un casco sobre el regazo.
No estaba contando las horas, sólo trabajaba lo más rápido que podía sin provocar más problemas de los que ya tenía encima. Había hecho marcas con un lápiz especial sobre la cubierta, para verificar los sistemas que había dejado en funcionamiento y los que todavía le faltaba revisar. Ésa era la memoria de una técnica, en lugar de una pizarra informatizada con estímulos previstos y controlados; tenía muchos repuestos preparados y hechos a mano, porque el área de suministros no podía darle otros. Se le resbalaba una tuerca de tensión en el hombro derecho, así que tomó prestada una de la cadera izquierda; un par del codo derecho también se soltaban, así que las sacó del izquierdo.
Hacía ajustes de ese tipo todo el tiempo.
Se levantó para pedirle al señor Fitch un té caliente y otro tubo de Flexbond. Fitch, desde su tablero, le ladró y le gritó que se pusiera a trabajar de nuevo. Pero el té apareció después. Se lo trajo Merrill.
Acabo de conseguir un favor de Fitch.
Merrill le trajo otra cosa. Se inclinó sobre ella y le dijo rápidamente en voz baja:
—Fitch tiene los Sistemas conectados. —Y le dio una nota escrita a lápiz y doblada unas veinte veces.
Decía: Lo que funciona mal no es secundario. Tienes que salir como puedas. Pregúntale a Merrill.
Y: Lo otro, creo que, en realidad, ya lo sabía. Está bien.
NB.
Bet miró a Merrill con frialdad real y aparente.
—¿De qué mierda habla? —murmuró. Él acercó la boca a la oreja de Bet.
—Hace mucho que Sistemas le dice al puente que tenemos un problema. Sistemas dice que esta nave va a volar en pedazos si seguimos corriendo así. Ahora tenemos una carga de combustible para cinco días. Hay una cantidad de masa considerable en esos tanques. Lo que estamos tratando de entender es qué cono está haciendo el capitán…
No era secundario lo que pasó cuando llegábamos.
—¿Pero qué se puede hacer? Sé que tenemos un problema. Pero aquí no lo van a arreglar, te lo aseguro.
—No necesitamos un tanque lleno para llegar a Pell. Se suponía que iba a haber una parada aquí y llevarnos luego a Pell, con una carga ligera. Allí podríamos arreglar esa jodida cosa. Eso era lo que Mike entendió de la situación y lo que Smitty y Bernstein entendieron. ¿Qué cono es esto de los cinco días? Era lo que se preguntaba Sistemas en principal. ¿Por qué vaciaron la nave como si allí afuera no supieran que el llenado seguía adelante? ¿Creen que Sistemas no va a hablar o que Ingeniería no se da cuenta de la masa que vamos a arrastrar? Sistemas dice que… no están seguros de quién está a cargo. El puente está patas arriba. Sistemas dice que… tal vez haya que atascar la esclusa de aire. Eso nos sacaría de la nave…
Bet se sentía cada vez más fría. Rompió el trozo de papel en mil pedazos, con mucho cuidado. Se jugaba la vida por lo que había allí escrito.
Murmuró:
—No sé, no sé. Dile a NB…, di le veinticuatro horas. Dile que, por Dios, espere, que espere. Que confíe en mí. Voy a averiguar qué pasa.
Merrill suspiró.
—Se lo diré —dijo. Y abrió la puerta para irse cuando se topó cara a cara con Fitch.
—¿Tenemos problemas, señor Merrill? ¿Señora Yeager?
—No, señor —dijo Merrill y se encogió para salir.
—Tenemos casi todo listo con la primera —dijo Bet, rápidamente antes de que Fitch le hiciera otra pregunta—. Estoy con el segundo ahora. Voy a hacer los ajustes más generales, señor, los que pueda, para que usted no tenga que estar parado tanto tiempo. Después necesitaré el cuerpo que lo va a usar, unas dos horas, más o menos. Es todo lo que puedo hacer.
Fitch se quedó mirándola. Y se preguntó si percibía algún atisbo de doble juego.
—¿Está segura de que no tiene ningún otro problema, señora Yeager?
—Sí, señor —dijo ella. Se le iba la voz. Justo cuando la quería firme y decidida—. Sí señor. Todo está bien.
—¿Está segura de que Ingeniería no tiene ningún problema?
—No, señor. No hay problema.
—Estamos atrasados —dijo Fitch—. ¿Me comprende, señora Yeager?
No tenía sentido.
—Sí, señor —respondió pensando tengo que dormir, tengo que dormir, ya no puedo más.
Estaba temblando cuando Fitch cerró la puerta. Cogió la taza de té y se la bebió.
Me miente. Me está mintiendo.
¿Qué cono quiere?, ¿por qué cono Wolfe me ha puesto en manos de Fitch y se ha ido?
Voy a cometer un jodido error haciendo esto para Fitch y ajustándolo para él… mierda, podría…
Tenía miedo de que Fitch sacara un revólver y la matara inmediatamente después de que terminara, y se llevara la armadura para otro.
¿Quién tiene mi talla? ¿Quién, de los que están con Fitch?
Podría matarlo a él primero. ¡Sí!, podría matar a ese mal bicho, salir de aquí y hacerle un favor a todos.
Pero el capitán me puso aquí. El capitán sabe todo eso que dice NB.
Mierda. ¡Mierda! ¿Qué prisa hay con estas armaduras? ¿Qué cambió desde que entramos en este puerto?
¿Quién se arriesgaría a volar la nave cuando lo único que se tiene que hacer es romperle el cuello a Wolfe, promover a su propia facción y después dirigirse a Pell?