24

—Señora Yeager —dijo Wolfe cuando llegó por el puente y miró a su alrededor para localizar al oficial que estuviera a cargo. No esperaba precisamente al capitán.

—Señor —y como explicación—: El señor Orsini… Wolfe asintió.

—Vaya, señora Yeager.

—Gracias, señor.

Bet inclinó la cabeza y llevó consigo su equipo de herramientas hacia el almacén número uno de la parte superior de la nave, donde pensaba que podía respirar mejor.

No era Fitch el que estaba a cargo, gracias a Dios.

Ojalá no estuviera a cargo de nada en ninguna parte. Esperaba que no se hallara en la nave, pero no había forma de estar segura sin preguntar directamente, y no creía que una pregunta así fuera conveniente. Los oficiales eran los que lo manejaban todo. Tenían sus propias maneras de ahorrarse problemas. Si Fitch estaba realmente a bordo, se iba a poner el doble de nervioso si le habían dado órdenes de no meterse con ella.

No quería provocar problemas. Ni siquiera se atrevía a preocuparse por el asunto.

Así que se puso a trabajar. Subió a gatas por los peldaños interiores para poner una oruga de expansión de 200 kilos entre dos montantes, colocó una polea, hizo correr un cable y un par de ganchos por los anillos auxiliares de la mejor de las dos arma duras y levantó la cosa en el aire para poder trabajar sin pelearse constantemente con ella.

Uno podía imaginarse cómo había muerto Walid, ya que no había ningún daño visible en la armadura, ningún orificio de penetración que pudiera haberlo matado, pero los hombres que terminaban flotando en el espacio no eran prioridad de rescate. Ninguna autoridad de Pell se había preocupado demasiado por la supervivencia de los miembros de la tropa, y el oxígeno solamente duraba seis horas.

Seis horas flotando en la oscuridad del espacio o en la luz infernal de la estrella de Pell.

Los brazos no llegaban a las perillas. La posibilidad de que fuera un suicidio era imposible. La armadura tenía algún pequeño impacto, que podía haber recibido cuando salió volando por las grietas abiertas de la estación hacia el vacío; había sobrevivido al choque, pero era un golpe grande, lo suficiente para que las junturas le hicieran juego…, en el sello de circulación en la muñeca derecha y una presión en ese mismo hombro. A la mierda las seis horas. Se podía perder un sello en la muñeca y vivir sin una mano, pero cuando se perdía un sello del cuerpo principal, lo único que se podía hacer era desear un congelamiento rápido en lugar de una cocción lenta, y lo que pasara dependía de la cercanía al sol.

—Oye, Walid. —Con un golpecito a la corteza vacía—. Deberías haberte agachado.

¡Qué horrible sentido del humor, Bet!

Se acordó de la voz de Walid, del crujido de las poleas y de todo el mundo quejándose por los pasillos, mientras él se ponía esas cosas. Recordó el olor repugnante de algo que les habían puesto dentro.

Sintió una ráfaga en la memoria cuando miró los sellos. Después de una muerte, aunque la armadura hubiera estado meses y años arrinconada en un depósito congelado, el interior seguía oliendo a jabón de tocador.

Revisó la armadura de la Europa. Era simple, pero tenía un gran pinchazo en el vientre, justo debajo del sello de la ingle. Lo llevaba un tipo grande, de nombre W. Graham, que pertenecía al equipo B del escuadrón táctico de la Europa. Willie. Lo recordaba fuerte como un toro, pero no invulnerable a un apretón o un impacto tan fuerte como para atravesar cuatro capas de Flexina.

Dios.

Así pues, para asegurarse del grado de deterioro de las junturas, lo mejor era desnudarse y levantar la armadura, congelarse el culo y el resto de lugares sensibles, porque el calefactor interno no funciona hasta que se conecta la armadura, y no quería conectar nada hasta que hubiera hecho los ajustes de tensión. Había que arreglárselas como fuera con esas llaves y destornilladores horribles que eran del tamaño de una tijerita y trataba de no perder los dientes con el temblor, mientras ponía la llave o el destornillador en agujeros diminutos y difíciles de encontrar. Poner de tres a cinco por juntura, darse una vuelta tras otra y luego probar la tensión en ese lugar y en el otro, hasta que parecía que estaba bien.

Mientras tanto, te goteaba la nariz.

Pero al final una se calentaba, uniendo juntura tras juntura, lentamente, desde las botas, la armadura se unía a su alrededor y se levantaba, enganchando los contactos. Pesaba como el plomo y apenas se podía levantar la rodilla para probar la tensión y llegar hasta el cuerpo.

Las cintas de tensión estaban entre dos capas de cerámica, cada una con pequeñas tapas de acceso y tornillitos de difícil ajuste, cuatro o cinco por segmento, unos tornillitos que estiraban los sensores de contacto sobre la piel desnuda para llevar las señales al sistema hidráulico. Había que estirar o soltar todo eso hasta que adquiriera la flexibilidad correcta en el momento de tirar de la llave para salir de la armadura, para que volviera a la configuración buscada al entrar y mover la llave principal: una sentía todos esos puntitos de contacto que no tenían que apretarse con demasiada fuerza, ni tampoco perder contacto y la cobertura que impedía que una se golpeara contra esos contactos estaba demasiado tensa en algunos sitios y había que aflojarla o soltarla con otro equipo de destornilladorcitos y llavecitas de mierda.

Y encima un idiota acababa de entrar y encender los Sistemas. Probablemente se había caído de culo o había tirado algo tratando de levantarse.

Bet esperaba que fuera Fitch.

Tal vez fue esa idea la que lo condujo hasta ella.

Se abrió la puerta. Allí estaba, en el escritorio, medio desnuda y medio metida en la armadura. Fitch de pie bajo un cálido marco de luz, en la puerta.

La miró un momento y ella le devolvió la mirada con el corazón agitado. ¡Mierda! Aquel hombre todavía le causaba pánico.

—Sí, señor —dijo—. Discúlpeme si no me paro, no tengo energía en este momento.

—¿Cómo va la cosa? —preguntó Fitch. Una pregunta directa, normal. Apoyó sobre la rodilla la pesada muñeca con armadura y todo.

—Es un desastre —dijo—. Pero se puede arreglar. Me va a llevar tiempo. Serán unos días. Silencio.

—¿Escuadrón táctico, eh?

—Sí, señor.

Si una tenía una pelea con un oficial, después no actuaba y no se hacía la lista, sino que ponía cara de inocente y voz relajada y profesional, pensara en lo que pensase.

—¿Eso es insubordinación, señora Yeager?

—No, señor.

—¿Guarda rencor contra mí, señora Yeager?

—Tuve a peores que usted, señor. Fitch lo pensó un minuto.

Una estupidez, Yeager, había sido una estupidez, ten cuidado con lo que dices, por Dios.

—¿Otra vez va de lista, Yeager?

—No, señor. No tengo intenciones de hacerlo.

—¿Está segura, señora Yeager?

—Estuve veinte años en el África, señor, y nunca tuve cargos por insubordinación.

—Me alegro, señora Yeager. Me alegro muchísimo.

Después de esa declaración, Fitch cerró la puerta y se fue.

Mierda, Yeager, qué brillante eres.

Dios, NB está trabajando solo allí abajo. ¿Dónde está Wolfe?

¿Quién más está de guardia?

Se sacó rápidamente todos los broches manuales de los guantes, los del cuerpo, las botas y las pantorrillas, y se levantó como pudo. Puso las líneas de seguridad sobre las piezas desarmadas y luego tomó la ropa común al vuelo.

—Tengo que verificar unos suministros —fue la excusa que dio en el puente cuando pasó—. Vuelvo en cuanto pueda.

Con el ascensor bajó hasta la cubierta inferior, subió por la curva inferior hasta el otro lado, lo más rápido que pudo, y pasó frente a operaciones inferiores, ahora desierta, y se fue por el anillo hacia el taller.

Naturalmente pasó por Ingeniería.

—Hola —dijo a la espalda de NB, por encima del ruido de las bombas que trabajaban llenando tanques; él se asustó.

—Dios —dijo él.

—Se trata de Fitch —le previno—. Pensé que sería bueno que lo supieras.

Se reclinó sobre la mesa. Y Bet subió a la primera de las secciones suspendidas, que convertían a Ingeniería en un rompecabezas lleno de escalones.

—No es que haya problemas —siguió explicando, y levantó un dedo hacia arriba, como quien no quiere la cosa—. El capitán está allí también por lo que yo sé.

—Vienen y van —dijo NB, preocupado—. Quizás el capitán bajó al puerto. No entres en ningún lugar solitario sin testigos.

—Estoy trabajando junto al…

Se oía el ascensor sobre el latido regular de las bombas de combustible.

—… puente. Mejor será que vaya al taller. Voy a buscar algo por si Fitch te pregunta.

—Seguro que va a preguntar —dijo NB, con la cara seria. Bet volvió a bajar al pasillo y se detuvo con un miedo terrible de que Fitch intentara hacer que todo se supiera, para empezar.

—Tengo algo que decirte —dijo—. NB…

Él parecía asustado. Ella, sin duda, lo estaba. Se contagiaban uno al otro. El ascensor había pasado el núcleo. Siempre hacía un extraño ruidito cuando atravesaba esa parte de la nave.

—Va a tratar de hacernos daño —dijo ella—. Diga lo que diga, eso es lo que quiere. Y pase lo que pase, no le creas hasta que yo hable contigo. ¿Me oyes, NB? Tienes que confiar en mí.

—¿Qué es lo que pasa?

—Yo… —Bet oyó que el ascensor se detenía, abajo. No había tiempo para hacer nada, excepto enredar más las cosas si se lo tiraba a la cara en frío. Como lo hubiera hecho Fitch—. Por el amor de Dios, NB, está tratando de jodernos. Haga lo que haga, diga lo que diga, recuerda que ése es el juego. ¿Me entiendes?

La miró con los ojos muy abiertos.

Bet se deslizó por su lado y salió, corrió hasta la entrada del taller de máquinas, golpeando las luces por el camino.

Qué frío, Dios, se le congelaba el aire en la boca. Sentía el frío hasta en las botas, sobre las placas de las cubiertas y el aire le mordía tanto la piel desnuda, como la revestida. Encendió la calefacción maldiciendo a los que querían ahorrar energía y se apresuró a coger algunos cables de seguridad extra. Tecleó: ¿Flexinal en el terminal y consiguió el inventario y la localización de los tubos y las láminas.

¡Flexibori!

Localización. Se sopló los dedos, tomó seis cables de seguridad y se preguntó qué estaría pasando al lado, si debía volver, si era Fitch el que había bajado, o si estaba con NB. ¡Qué cono estaba pasando allí!

Sabía que había dicho tonterías, que se había equivocado, que había cometido un error muy grave…

Tienes que confiar en mí.

¡Dios! Si esa frase no obligaba a un hombre a revisar sus bolsillos

Se mordió el labio y se quedó allí, de pie, temblando durante un minuto. Se decidió a salir al pasillo de nuevo y por la curva volver a Ingeniería. La puerta estaba abierta y Fitch se hallaba allí. Lo vio hablando con NB, que estaba de pie prestándole toda su atención, que era lo que había que hacer con Fitch si uno quería evitarse problemas.

Bet no oía nada y no sabía leer los labios: NB decía algo, pero la cara de Fitch estaba de espaldas. Siguió adelante hasta el ascensor y luego subió al puente.

Cuando llegó, el oficial responsable apenas la miró. Ella no estaba muy segura de saber quién era. Tuvo un impulso momentáneo y desesperado, de ir directa a la oficina del capitán y decirle la forma en que Fitch los estaba molestando, pero se reprimió. No era una buena idea.

Se detuvo, dio media vuelta y respiró hondo.

—Disculpe, señor, ¿está el señor Bernstein o el señor Orsini?

—Ninguno de los dos está en este momento —le dijo el oficial.

—¿Le importaría llamarlos, señor? Tengo un problema con la reparación.

—El señor Fitch está de guardia.

—Sí, señor, pero el señor Orsini me ordenó que lo llamara a él personalmente.

—Le preguntaré al señor Fitch. Mierda.

—Gracias, señor —tuvo que obligarse a no hacer el saludo militar y se fue caminando con mucha tranquilidad hacia el almacén.

No era inteligente tratar de hablar con Wolfe, justo después de que el hombre le había dicho directamente que no. Era mejor seguir trabajando, para que pareciese que realmente tenía un problema, y después bajar otra vez.

No era muy probable que Wolfe estuviera a bordo, a menos que estuviera en operaciones y no quisiera que nadie lo supiera. Pero el almacén y la enfermería eran las únicas áreas de la zona superior que estaban en giro como el puente, los únicos lugares a los que se podía ir, y a los que uno podía querer ir, ya que mientras la nave estaba en puerto, los dormitorios de los oficiales estaban cabeza abajo o de lado y el anillo estaba cerrado. Es decir, las puertas comunes estaban al revés y un paso más allá de las secciones de giro podía acabar con uno haciendo equilibrios sobre la cabeza. Wolfe debía de tener un catre abajo, en operaciones o en la oficina del sobrecargo; los capitanes no solían quedarse en los hoteluchos de los muelles como simples mortales. Generalmente pasaban su tiempo en puerto en lugares como la residencia de la Estación, donde el servicio era lujoso y los poderosos no tenían que cruzarse con la tripulaciones en tiempo de permiso.

Si Wolfe estaba en su propio viaje de permiso, comiendo cerdo y tomando whisky auténtico, o lo que tomaran los capitanes, cosa que las tripulaciones nunca llegaban a ver…, bueno, ¡a la mierda!, no le iba a caer en gracia enterarse de que Bet Yeager tenía problemas con el señor Fitch.

Mierda, Orsini sabe que Fitch está en la nave ahora, y Bernie tiene que saberlo, y debería importarle, es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de lo que puede pasar.

El miedo es estúpido. Fitch nunca hace nada que pueda traerle problemas, es más inteligente que eso y ése es el problema. Si Bernie fuera lo suficientemente listo para conseguir una orden de nohablar y de no-tocar de Wolfe, Fitch no se atrevería ni a acercarse a NB.

¡Ojalá lo haga!

Cerró otra vez la puerta del depósito, ató las líneas al broche de seguridad más cercano y se sentó a trabajar de nuevo en la armadura. Le producía una sensación familiar, un olor que le despertaba recuerdos, y las viejas formas de enfrentarse a las cosas. Le venían ideas agradables sobre cómo hacer que Fitch apareciera muerto por ahí… pero ¡mierda!, cualquiera en la nave sabía quién tenía mayores razones para desear la muerte de Fitch: NB Ramey dirían todos; incluso si a nadie le importaba que Fitch diera el gran salto, no se podía acabar con alguien que estaba en una posición tan alta en la nave, a menos que pudiera hacer pasar por un accidente creíble y absolutamente convincente.

Dios, ¿no piensa volver arriba, ese Fitch?

¿Qué estará pasando ahí abajo?

Mientras ella se sentaba ajustando las malditas válvulas de tensión.

Y ese hijo de puta de oficial del puente no se iba a molestar en llamar a Orsini. Tendría suerte si se molestaba en llamar a Fitch.

Bernie, por Dios, vuelve. Tienes que saber que Fitch quiere sangre. Vuelve desgraciado. Y que vuelva Orsini.

Nada de nada. Iba ajustando tornillos y sacaba piezas y las volvía a colocar con el estómago revuelto, pensando y pensando en posibles maneras de acabar con Fitch o de herirle donde más le doliera.

Podría hacer que la golpeara y llevarlo un poco más cerca del límite de seguridad por el pasillo.

Lo lamento, capitán, me estaba atacando y me moví.

¿Y si no muere?

Oyó de nuevo el ascensor, se sentó y siguió ajustando tornillos con una paciencia infinita. Tengo que ira buscar Flexina, el taller debe de estar más caliente ahora, puedo ir y buscar tubos para tener oportunidad de hablar con NB. Ni siquiera sé si es Fitch el que sube, pero no puede seguir abajo hablando todavía.

Mierda. Si bajo, tendré que decírselo todo a NB. Yantes que eso, encontrarlo de buen humor.

Espero que no le haya pegado a Fitch.

Enganchó el riel izquierdo con el brazo izquierdo, flexionó los dedos. Tenía todo el brazo exhausto por el esfuerzo.

Si trato de prepararme lo que voy a decir, lo voy a arruinar todo, tengo que decírselo todo, y listo. No importa si Fitch no ha hecho nada, tengo que inventarme algo que lo explique o destaparlo todo y acabar de una vez.

Se aseguró la manga con una línea y cerró la tapa de la caja de herramientas.

Se abrió la puerta. Era Fitch, que entró y miró lo que estaba haciendo con todas las piezas esparcidas por el suelo.

—¿Tiene problemas, señora Yeager?

Se abrió la esclusa de aire y hubo un eco distante en la nave. Trató de dominarse y de recordar lo que le había dicho al oficial de fuera.

—El señor Orsini no me indicó si quería una reparación provisional o permanente, señor.

—¿Cómo van las cosas hasta ahora?

¡Vaya!, era una pregunta civilizada y tranquila, para venir de quien venía; sin embargo, la asustó. Hizo un nuevo intento de dominarse y logró respirar mejor.

—No lo sé, señor, no le pasa nada en particular, pero debe de haber golpeado algo con bastante fuerza…

—¿Cuánto tiempo le llevará repararlo?

—No lo sé, señor, depende de si quiere una reparación provisional o permanente, señor.

—¿Cuánto puede tardar una provisional?

—Lo mismo, señor, es cuestión de…

—¿Pero cuánto?

hacerlo bien, había estado a punto de decir. El orgullo le salía así. Pero la actitud de Fitch la enfurecía.

—En ésta…, unas ochenta o cien horas. Tengo que llegar a las bombas, verificar…

—¿Y la otra?

—No lo sé, señor. Más.

—¿Necesita ayuda?

—No creo que haya quien me ayude, señor —contestó—. De esto se sabe, o no se sabe y si alguien se hace un lío con los tornillos de las junturas, se estropea todo. Si la persona que lo arregla sabe lo que hace, existe una posibilidad; pero si alguien mezcla los tornillos o toca lo que no entiende, se terminó, señor.

Le empezó a doler un músculo en la rodilla por el ángulo en que estaba sentada; y tenía uno en el brazo que empezaba a molestarla.

Quizás era el frío. O Fitch ahí de pie, mirándola.

—Quiero que funcione esta noche —dijo Fitch—. Y quiero la otra…, mañana. ¿Necesita ayuda, señora Yeager? Escúchame, ¡hijo de la gran puta! Pero no pensaba decirlo, claro.

—No es posible, señor. No puedo prometer eso.

—No me importa cómo lo haga, señora Yeager. Quiero el equipo listo ya, aunque sea una reparación provisional. Quiero que las dos funcionen para mañana. ¿Me ha entendido, señora Yeager?

—No es posible.

—No estamos hablando de dormir, señora Yeager. Ni de tomarse tiempo de rec. Quiero eso arreglado ahora mismo.

—No sé si la otra puede volver a funcionar, señor. Todavía no sé si alguna de las bombas están rotas o no, no sé cuántas líneas de circulación se rompieron cuando la golpearon, no tengo ni idea de si todos los motores funcionan o algunos de esos tornillitos de mierda están hecho pedazos. Si es así, señor, esta armadura tal vez no se pueda arreglar hasta que se me ocurra algo y la desarme totalmente.

—Hágalo, Yeager, hágalo. Es una orden. Se quedó sentada en el suelo, mirándolo demasiado furiosa para decir nada en ese momento, mientras se preguntaba si Fitch pensaría acusarla de algo, o si solamente se estaba portando como el hijo de puta que era.

—¿Existe algún problema, señor?

—No es cosa suya, Yeager. Digamos que tenemos una pequeña diferencia de opinión con la Central de la estación.

—Entonces será mejor que olvide la idea de hacer que la armadura no vuelva a funcionar.

—Digamos que tenemos un serio problema —dijo Fitch entre dientes—. Digamos que ese equipo es absolutamente necesario, señora Yeager. Necesitamos que funcione perfectamente.

El pulso de ella se tranquilizó. Latía a un ritmo lento y pesado. Sus sensores de problemas funcionaban a varios niveles. Ahora ya no estaban enfocados solamente en Fitch.

—¿Le importaría decirme qué pasa, señor?

Fitch la miró como si fuera una mancha en la cubierta. Bet le devolvió la mirada con la mandíbula tensa, pensando que, tal vez, ella era realmente importante para Fitch. También pensó que a Fitch no le gustaba ella ni lo que estaba pasando, pero sabía que era lo único que tenía.

—¿Le gusta la gente de esta tripulación, señora Yeager?

—Algunos, no todos.

—¿Se acuesta con Ramey, señora Yeager? Bet lo miró con los ojos muy abiertos y fríos, pensando: ¡Dios!, ¿qué es lo que quiere?

—Sí —dijo—. Sí, señor.

—Hagamos un trato, señora Yeager. Usted me consigue lo que quiero para mañana, y limpiamos los antecedentes del señor Ramey. ¿Le gusta la idea?

Está loco, loco del todo.

—¿Qué le parece, señora Yeager?

—Lo pensaré, señor, pero necesito ayuda. Un buen maquinista, tal vez alguien que sepa armar cuatro capas de Flexina, para… —Mentira, porque lo que decía era sólo lo que ese hombre quería oír. Empezó a marcar los puntos con los dedos sin dejar de cavilar con desesperación. ¿Le creo? Es un hijo de puta. ¿Puedo creerme cualquier cosa que me diga? ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué está tramando?

¿Y qué pasa ahí afuera?

—Voy a traerle a Merrill.

—… y un cuerpo vivo. —Con un gesto hacia la armadura Europa—. Para ésa, señor.

—Haga un ajuste general.

—No funciona así. —Abrió el equipo de herramientas y metió la mano en el guante y sacó la palanca manual. Hizo un puño—. Tiene que estar ajustado a la persona que va a usarlo. O uno se cae de culo, o termina vomitando, señor. ¿Quién va a usarla?

Se produjo un largo silencio en el depósito, con el latido distante de las bombas en el fondo.

—Usted y yo, Yeager —dijo Fitch.

Las piezas del rompecabezas se desordenaron en la mente de Bet. Miró hacia arriba y lo único que vio fue a Fitch, loco.

—Sí, señor —dijo con esa sensación terrible que asociaba al olor y la imagen de las armaduras. Eran muy distintas de los trajes que se usaban para otro tipo de operaciones. Y lo que los oficiales ordenaran no tenía por qué tener sentido. Si le decían a una que matara a unos hijos de puta, iba y lo hacía antes de que ellos la mataran a una primero. No había que preguntar por qué. Simplemente había que hacerlo.

Pero, tengo amigos en esa estación.

Y compañeros de tripulación que están fuera, en medio del fuego.

NB está abajo y no sé lo que le ha dicho Fitch.

—¿NB lo sabe? —le preguntó a Fitch—. ¿Usted le ha contado de dónde vengo?

Fitch la miró con los ojos fríos.

—Le gustaría que hiciera eso, ¿no es cierto?

—¿Qué le dijo?

—Que si quería sobrevivir sería mejor que se quedase sentado en ese tablero hora tras hora. Tenemos a seis personas en esta nave y todo está en juego, en un plazo de veinticuatro horas. De lo contrario esta nave morirá aquí, y él con ella. Sus amigos están en peligro. Y usted. ¿Me oye?

—Sí, señor —dijo ella—. Lo entiendo perfectamente.

—Entonces, repárela, Yeager.

Fitch se fue. Cerró la puerta y ella cogió el guante y el antebrazo. Empezó a unir las líneas y colocar las válvulas de empuje, pensando en cómo le dolía la espalda y en lo que le dolería después.

¡Ojalá eso fuera lo único que la preocupaba!

¡Mierda!, vas a morir de ésta, Yeager, todo este asunto huele a muerte. Todo el mundo está angustiado. ¿Dónde están todos, cono? ¿En qué lío nos metió la estación?, ¿y por qué todavía siguen con esa bomba si tenemos problemas más graves?

¡Fitch me está mintiendo! ¡Fitch me está mintiendo!, joder. ¿Cuándo hizo algo que no fuera en su beneficio?

Esta vez vas a morir. ¡Vas a morir!, y ¿qué mierda va a pensar NB?

Pensará que lo engañé, eso es lo que pensará. ¿Qué más podría pensar?

Maldita sea.

Aseguró el brazo terminado, se levantó de rodillas y se puso en pie. Atravesó la puerta y luego el puente mientras ponía otra vez las mangas en su lugar.

—¡Yeager! —gritó Fitch tras ella.

Bet llegó al ascensor, tocó el botón y lo vio venir hacia ella. Levantó una mano con los dedos extendidos.

—Necesito estar cinco minutos abajo, señor. Si quiere que arregle esa armadura, no me toque y no toque a mis amigos.

Se abrió la puerta.

Entró y se dio la vuelta. Fitch se quedó allí con la cara enrojecida de rabia.

Se cerró la puerta y el ascensor empezó a descender.

Fitch podía detenerlo desde el puente y ella lo sabía. Había muchas cosas que se podían hacer en el puente.

Pero arreglar las armaduras, no. De ninguna manera.