23

La noticia de que estaban llegando a puerto estaba en el comunicador general cuando Bet volvió a Ingeniería, unos cuarenta minutos antes del cambio de turno.

—¿Está todo bien? —preguntó Bernstein. Pero estaba preguntando más que eso, pensó Bet, y frunció el ceño porque no podía olvidarse de lo que había pasado. No, sin hacer algo que obligara a Bernstein a pensar cosas sobre ella, porque Bernstein la vigilaba, e informaba regularmente a Orsini y a Wolfe, y tal vez a Fitch. Ella lo sabía. Si una le pide a un tipo que sea un traidor, tiene que vigilarlo, al menos si lo respeta.

Tiene razón, señor.

No hay que confiar en los traidores cuando sonríen.

—No lo pasé bien, señor —dijo Bet.

Bernie pareció triste al oírla. Pero no la miró con enojo.

—¿Pasa algo? —preguntó NB. Él fue el primero que se le acercó sin que nadie lo llamara, y eso que, en general, no se ponía al frente de nada.

—Parece que no tengo permiso —dijo ella pensando con rapidez.

Sin embargo, no era lo que le preocupaba a NB. Parecía perturbado y le tocó el brazo con suavidad.

—Mierda, a mí nunca me dieron permiso. Yo voy a quedarme.

Eso le llegó a Bet al corazón. No pudo pensar en nada durante un instante, ni recordar lo que había decidido decir hacía un momento, ni siquiera podía organizar sus pensamientos. NB va a estar a bordo. Él y yo. ¡Dios mío!

—No lo esperabas —dijo Musa a su espalda.

—No lo sé. No lo pensé hasta que me lo anunciaron y Orsini me dijo que eran cinco años. Mierda, Musa…

No quería pensar en meses ni en años. Una semana era bastante, y NB iba a preguntarle qué hacía arriba mientras estaban en puerto o por qué Orsini la tenía lejos de Ingeniería, siempre entre el taller y el puente.

¡Mierda!

Musa le apretó los hombros con cariño. A Bernie no le importaba y NB no añadió nada, según su costumbre de no hacer comentarios. Bet trató de alegrarse y pensó que lo había hecho bastante bien.

Mierda. Mierda. Mierda.

Hubo un impulso antes del cambio de turno; después, otros.

—Llegaremos a la estación Thule —dijo Wolfe por el comunicador general.

Ella sintió que se desintegraba.

Me pregunto si Nan y Ely todavía estarán allí. ¿Cuánto estuvimos fuera, en tiempo real?

Contó los saltos y calculó que tal vez había sido un año de la estación.

Guardó todo lo que no iba a necesitar, armó un equipo con lo que le parecía que tenía que tener a mano, como los otros que iban a la estación.

—Lo lamento, Bet —venían a decirle. Y algunos, incluyendo a McKenzie, estaban con humor suficiente como para decir:

—Bueno, sí; pero tú y NB tenéis literas libres y toda la cerveza del mundo. ¿Quieres que te compre algo?

Bet fue a ver al sobrecargo y descubrió que podía sacar el dinero del permiso aunque se quedara a bordo, y que NB era realmente rico porque nunca había usado sus créditos de estación excepto para comprar cervezas en la nave.

—Vodka —le pidió a McKenzie, y le dio una cantidad considerable—. Walford es barato, muelle verde; escucha, necesito algunas cosas, te doy tres botellas si me las traes.

—Claro —dijo McKenzie—. Dame la lista. No hay nadie más en puerto, vamos a tener que arreglarnos sólo con los de la estación y ya sabes que Figi va a estar jugando a las cartas desde el momento en que entre. Park y yo podemos ir de compras y traerte lo que quieras.

—Eres un amor. —Y se sintió un poquito mejor. Llevó a McKenzie al rincón e intercambió unos veinte minutos de concentración por los puntos que McKenzie se había ganado a su favor.

Fue realmente especial esa vez, a pesar del aprieto. Era difícil saber por qué, tal vez porque los dos estaban desesperadamente apurados y a pesar de todo se tomaban el tiempo necesario para ser amables el uno con el otro. O porque ya no eran simples conocidos sino que se buscaban mutuamente.

Eso era lo que Bet quería, alguien que no fuera complicado, y que se preocupara por ella. Le dolió la espalda al hacerlo, pero no se arrepintió, después, cuando sonó la alarma y arrastró los treinta kilos de asiento y equipo hasta el área del almacén, para fijarla y meterse allí con el resto de alterno y la mayoría de principal.

Los oficiales no. Los oficiales y algunos de los tees de principal tuvieron que ir en el ascensor desde el puente hasta la esclusa de aire, excepto los pocos con suerte que estaban de guardia o tenían que responder a la llamada a puerto.

Espero, por Dios, que Fitch tenga un permiso muy largo. Espero que ese hijo de puta se acueste con alguna mujer por lo menos una vez. Eso le mejoraría el humor.

Sobre todo le preocupaba que Hughes y sus amigos estuvieran allí fuera con Musa, en cambio ella y NB, no.

—Cuídamelo —le dijo a McKenzie, y McKenzie le juró que lo intentaría.

Atracaron con bastante suavidad, sin dientes rotos, sin golpes. La tripulación se quedó en los asientos, esperando el permiso para moverse, haciendo planes grandiosos para los bares en los que pensaban entrar…, sí, claro, compañero, en Thule

Les dieron permiso, se separaron, se reunieron en grupos o se instalaron con el equipo, verificando los créditos que tenían. Johnny Walters había dejado su equipo arriba. Generalmente había alguno que se lo olvidaba, pero siempre había un voluntario que se ofrecía a conseguirlo en el cambio de turno.

—Sí —dijo Bet—. Yo. O NB. ¿Quién más? Haced una lista. La lista siempre crecía cuando la gente descubría que había olvidado cosas en los dormitorios.

—¡Venga! ¡Escribid! Voy a tener un año de favores en mi haber, compañeros…

Excepto Dussad, de Cargas en principal, que murmuró algo sobre que no le gustaba que NB le tocara las cosas…

—¿Quieres el favor? —preguntó Bet, dándose vuelta para leer el nombre en el bolsillo y agregó—: ¿Dussad? ¿Quieres el favor o tienes algún problema conmigo y con mi amigo?

—Tienes muy mal gusto para los amigos —dijo Dussad, y lo interrumpió nada menos que Liu:

—Tranquilo. Y McKenzie.

—No hay ningún problema con NB. Es sólo que le cuesta hablar.

—Pregúntale a Cassell —dijo una mujer de principal. ¡Dios!, no podían moverse, no podían salir sin permiso. NB estaba allí de pie y nadie podía salir de la habitación.

—Ya pagó por eso. Se hizo sus guardias y bien que comió mierda. Y por bastante tiempo —dijo Gypsy.

—Estalló una válvula —dijo Musa—. Ann, sacas la cabeza y pasas. No importa que tengas o no un compañero ahí dentro. El resto no importa, además, pasó hace demasiado tiempo y ya no se puede investigar.

—¿Qué? ¿No sabe hablar solo?

—Déjalo tranquilo —dijo Bet y miró a NB. No pudo dejar de mirarlo. NB estaba observando algo con atención, con los ojos muy abiertos y la mandíbula contraída. ¡Dios!, no podía hablar, no podía, ahora estaba en otro lado—. Déjalo en paz, cono.

—Sé lo que dicen sus amigos. Quiero saber qué tiene él que decir al respecto. Hay demasiados problemas.

—Te voy a invitar a una copa, Dussad. Y hablaremos —dijo McKenzie.

Silencio durante un minuto o dos. Tensión. Arriba en el puente, el ascensor crujió y se movió. Los oficiales hacían lo suyo en el puerto.

—Basta —dijo Liu—. Basta, Dussad. Más tarde, ¿vale?

—¿Y mi equipo? —dijo Walters en el silencio—. ¿Alguien lo va a ir a buscar o no?

Terminaron la lista, los oficiales salieron a ocuparse de la aduana. Había mucho ruido en el ascensor y en la salida de aire. Esperaron, hablaron y se quejaron…

Hubo una queja general: por qué «tal» tenía que quedarse, por qué «el otro» tenía que levantarse y pedirle a los demás que se tomaran un trago por él, mientras la voz del capitán salía por el comunicador general y daba permiso para salir e informaba de cuándo era la llamada general a bordo.

—Tengo un par de amigos aquí —le dijo ella a Musa—. Por favor, pasa por el Registro y saluda a Nan Jodree y Dan Ely por mí. Págales una copa si tienen tiempo.

Se quedó deprimida cuando todos se alejaron con un ruido espantoso y les dejaron en el pasillo inferior a los dos. NB prestaba atención de nuevo, pero sin decir palabra y con la cara triste. ¡Mierda, con ese Dussad!

—¿Y? —dijo mirándolo. Suspiró y levantó el equipo y el asiento—. ¿Dónde lo ponemos?

NB miró el pasillo, levantó la vista y vio las curvas en las dos direcciones. Finalmente suspiró y dijo, en esa especie de cerrazón suya, horriblemente tranquila:

—El almacén está bien.

Sacaron el equipo de Walters, era un trabajo difícil en el que había que trepar por la curva con las sogas de segundad, con las cosas de Bala, Causen y Cierra…, las de Dussad. NB fue el que lo hizo, dio toda la vuelta trepando por la parte más peligrosa, donde uno podía caerse desde muy arriba, si se descuidaba.

—Te vas a fastidiar la espalda —le dijo a Bet—. Yo trepo, tú quédate y coge las cosas.

Actuaba bien. Ella deseó saber qué decirle sobre Dussad y principal, que había sido el turno de NB durante un tiempo…, y el de Cassell. Deseó saber lo que pasaba por su cabeza y deseó que Musa estuviera allí, aunque sólo fuera para hablarle a NB. O Bernstein. Bernie podía hacerse escuchar por NB. Ella no estaba segura de su habilidad para eso ni de querer hablar del tema con él.

¡A la mierda con Dussad! Hughes no se había metido, debía de estar atento a lo que pasaba para decir algo…, y no había duda de que hablaría en los bares y los muelles durante cinco días, y haría todo el daño que pudiera, hablando a oídos que sabía receptivos y más estando de permiso. Los turnos se mezclaban desde el primer día hasta el último.

Tenía que contárselo todo a NB. Tendría que decirle lo que estaba sucediendo, tarde o temprano. Los dos solos en la guardia de alterno. Podría haber sido un buen momento porque había pasado lo de ese Dussad y esa maldita de principal…, Thomas, le parecía que se llamaba. Ann Thomas, navegante, la que reemplazaba a Hughes en el otro turno. La navegación de principal y la de alterno, las dos, eran una desgracia —decidió—, debía ser algo típico en el grupo. En cambio, Dussad, de Cargas, era un hijo de puta cabeza dura y nariz alta. Un pedante, pero no había que echarle demasiado la culpa. Sólo romperle el cráneo y listo.

—¡Arriba! —aulló NB desde el techo—. ¡Esto es frágil!

No eran los únicos que no tenían permiso en la tripulación: Parker y Merrill estaban de guardia en principal de Ingeniería, y Dussad y Hassan tenían un parcial y salían para los suministros y los tratos de comercio para la nave. Tenían solamente el tiempo libre que pudieran ganarse con su eficiencia; mientras que Wayland y Williams tenían tres días y debían volver y supervisar la carga de los suministros. Un grupo de la tripulación del puente, a suertes, se turnaban para salir de la nave a dormir y hacer el tiempo de rec que pudieran, en las pocas horas que les quedaban. Eran responsables del llenado de tanques, vigilaban los indicadores y la comunicación con la Central de Thule. En definitiva, una rutina de operaciones que ella conocía: desde la complejidad de los cables y las conexiones, los nombres de las líneas y los peligros. Lo había tenido que aprender porque había que preocuparse mucho por el sabotaje en la guerra, y cuando el África estaba en puerto, el escuadrón siempre estaba allí armado hasta los dientes, con todo el equipo, controlando los puntos claves, haciendo guardia…

¡Mierda!

Seguía recordando sin querer. Ahí arriba estaban esas armaduras muertas, esperándola, como fantasmas…

NB iba a hacer preguntas. Tenía derecho, era natural que quisiera saber adonde iba todos los días y por qué.

Por lo menos, tuvieron toda la noche.

—No voy a hacer el amor en un asiento —avisó Bet a NB mientras se instalaba, después de consultar por el comunicador a Parker y a Merrill sobre lo que sería el dormitorio de cuatro miembros de la tripulación, por turnos alternos, en el almacén. Extendieron los dos asientos en la cubierta para estar cómodos y mientras lo hacían, consiguieron una nueva botella de vodka, porque apareció Walters con algunos de los muchachos para pagar algunas de las deudas por la búsqueda del equipo.

—No os estáis perdiendo gran cosa —dijo Walters, que se retrasó para hablar con ellos—. Este lugar está muerto, está todo cerrado. Solamente hay dos bares y un hotelucho, eso es todo. Aquí lo único que queda son ecos.

Eso la puso triste, tal vez porque allí había un fragmento de su vida, aunque fuera un fragmento miserable, o bien porque ahora había algo fantasmal en la idea de conocer personalmente a una parte de la humanidad que se moría, o porque, tal como se había previsto, la oscuridad estaba tomando lentamente las primeras bases que habían construido los seres humanos al dejar el Sistema Solar.

Como esos nombres que había pintados en el baño. Polaris y Golden Hind. Dios, Musa seguramente recordaba Thule en sus días de gloria.

Y ahora volvía para verla morir como parte de la tripulación de una nave MRL.

—¿Bet? —le preguntó NB. Le tiró del brazo cuando la puerta se hubo cerrado y John Walters se alejó hacia los muelles. Bet, pensó, sin razón: Todo lo que hicimos…, la Guerra, todo, ahora lo están borrando con pintura, pintan encima como si nunca hubiera existido, como si ninguno de nosotros hubiera muerto nunca

Mazian no se da cuenta. Todavía sigue peleando

¡Mierda! ¿Qué importa ganar? ¿Qué importa ganar cuando las cosas están cambiando con tanta rapidez que nadie puede predecir lo que tendrá valor dentro de un mes?

Sintió la mano de NB sobre su hombro. Seguía viendo los muelles de Thule, el apartamento de Ritterman, el Registro…

Sintieron el calor nuclear de la estrella sombría de Thule.

Sonó el toque de queda.

El vodka de Walters, la cama, la intimidad, toda la cerveza que se podía tomar sin volverte loco y todos los sándwiches congelados del mundo, estaban en Servicios, al otro lado de la puerta.

No estaba mal dejar de pensar en el mañana, pensó ella, ya había aprendido a hacerlo, a pensar solamente en la noche que tenía por delante, la noche en la que ella y NB lo pasarían realmente bien…

Decírselo, sí, pero y ¿después? El pobre hombre necesitaba un período de tiempo sin sufrir.

Así que se comieron los sándwiches con cerveza, los acompañaron con vodka e hicieron el amor.

No hicieron falta las fotos. No hizo falta absolutamente nada. NB fue muy civilizado y tuvo mucho cuidado con su espalda.

Bet pensó que no valía la pena. Se puso ruda y le mostró un truco que hacía con Beiji en la cubierta.

—Dios —dijo él. Y le pasó la mano por la nuca.

Nadie tenía esas manos. Nadie la había hecho temblar así. Nadie, nunca.

Él era el que siempre sentía claustrofobia, pero por un segundo fue ella, la que no pudo respirar.

Estás aquí y ahora, Yeager, en esta nave.

Con este hombre, este compañero.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—Muy bien —dijo ella y pronunció un suspiro apenas audible—. Es que no puedo dejar de pensar en ciertas cosas.

Después de un minuto o dos, pareció sentirse mejor y empezó a respirar profundo y a pensar en los plazos más cortos. NB tenía una ventaja: no hacía muchas preguntas y sabía lo que era tener nervios. Y sabía qué podía curárselos, al menos temporalmente.

Cuando Bet tuvo suficiente coraje, se atrevió a decirle:

—Bernstein me dejó una porquería de trabajo. Arriba, parece que yo soy la de mecánica y tú tienes los tableros. —Trató de decir lo que era. Pero le dio otro ataque de cobardía, cobardía pura y despreciable. No tenía confianza. No podía predecir la reacción de NB. No le apetecía un estallido hasta haber estado un día o dos a solas con él, y lo hubiera ablandado y comprendido con más profundidad en qué estado se encontraba—. Es horrible. Vas a estar solo aquí abajo.

—Estoy acostumbrado —dijo él—. Siempre estoy solo en los puertos. Desde hace años.

No le preguntó cuál era el trabajo. Se dijo que si él le hubiera hecho la pregunta, habría seguido adelante y lo habría soltado. Pero no preguntó. Ni siquiera parecía tener curiosidad.

Gracias a Dios.