Pasaron junto a los depósitos, alrededor de la gran curva, hacia la zona de rec, donde ya estaban sirviendo el desayuno de alterno, y los de principal tomaban sus cervezas nocturnas.
—No te detengas —dijo Musa cuando entraron.
Y con razón, pensó Bet, consciente de la expresión de su cara y de la razón por la que la miraban. ¡Dios!, estaba Liu-laperra, con Pearce, el hombre más importante de Sistemas, los compañeros de Freeman del día anterior. Liu y Pearce la miraron. Musa hizo un gesto y siguió hacia adelante. Freeman miró, claro. Tenía que mirar. Era un hombre que se veía obligado a caminar junto a sus compañeros sin detenerse y tenía que perderse las cervezas y la charla, el compartir la cama y las diversiones y todo lo demás que la situación había creado de la mano de Ingeniería principal.
Era como si te secuestraran y te violaran. Claro que ni Liu ni Pearce parecían felices cuando Musa y ella pasaron por allí, por órdenes de Bernstein.
No era una tripulación feliz la de rec. No eran miradas felices las que los seguían. Principal estaba perturbado, Ingeniería era, con diferencia, el grupo más importante en las cubiertas, y si habían transferido a compañeros, si el señor Smith no estaba contento y el señor Fitch estaba furioso, entonces no serían una tripulación precisamente feliz durante bastante tiempo.
Freeman, ¡pobre hombre! Los miraba como si sufriera un poco y Bet deseó poder decirle que lo lamentaba, pero no pensaba que Freeman quisiera escucharla, sobre todo no de labios de ella.
—La puerta del armario, ¿eh?
—Sí, señora —le dijo a Fletcher mientras Musa y Freeman esperaban fuera. Estaba sentada desnuda sobre la camilla, dejando que la luz de Fletcher le deslumbrara en los ojos mientras buscaba sangre en los oídos.
—No hay contusión, creo —murmuró Bet, que quería que terminara el examen y la dejaran vestirse de nuevo. El consultorio estaba frío y las manos de Fletcher le parecían todavía más gélidas—. Una vez tuve una contusión. Pero no es el caso.
—Parece que tiene razón —dijo Fletcher, apagando la luz y apartando el aparato hacia otro lado. Le puso una mano en el hombro para mantenerla firme.
Le examinó la espalda. Bet se enderezó y se tragó un ¡mierda!, porque casi se le sale el desayuno de la sorpresa.
—Está bien, ¿verdad?
—¡Estaba frío! —dijo ella con los nervios de punta. Fletcher corrió el aparato por toda la espalda.
—Debería haber venido anoche —dijo—. Supongo que fue entonces cuando ocurrió.
—Sí, señora. —A Bet le parecía que los ojos se le saltaban de las órbitas. Le faltaba el aire—. Sí, es cierto. Se iba a desmayar.
—Así que se acostó así. ¿Con quién?
—Solamente me acosté.
—¿Sola? —Unos dedos le examinaron los puntos dolorosos—. Mierda, no podía haber venido directamente, claro. Tenía que esperar, y llamarme ahora, cuando estaba en mi tiempo de rec.
—Lo lamento.
—Debe lamentarlo, se lo aseguro. —Fletcher fue al armarito, miró las imágenes del escáner de nuevo, anotó algo y trazó unas líneas que Bet no entendía. Después empezó a buscar en los estantes, intentando encontrar algo. Era buena señal. Quería decir que había una pastilla que podía arreglar las cosas.
—Debió ser justo después de verla anoche —dijo Fletcher.
—Sí, señora.
—¿Cuándo?
Bet desconfiaba de ese tipo de preguntas. Bernie lo llamaba Documentación. Todo era una porquería, incluso lo que ella contó acerca de la historia sobre Fitch. Eso era lo que constaba en los papeles y Bet quería bajarse de la camilla. Quería poner los pies en el suelo y quitarse ese peso de encima. Pero sobre todo, quería estar con Musa, afuera, y volver a Ingeniería. Si alguien llamaba a Bernstein al puente o algún otro lado, seguro que NB se quedaría solo ante media docena de hombres transferidos y furiosos.
Fletcher encontró lo que buscaba y sacó una jeringa. La llenó.
—No necesito una inyección —dijo Bet. Pensó en Fitch, en que tal vez Fletcher quería terminar con ella, que tal vez trabajara para Fitch…
Entrabas en una nave y ya estabas en manos de sus meds, como si de Dios se tratara. Tenía que ir a enfermería para una revisión de rutina y ni siquiera Bernstein podía impedir que Fletcher le administrara esa inyección…
Y Fletcher lo sabía, no cabía duda de eso.
—Yo soy la que prescribe aquí, señora Yeager. Y eso quiere decir que usted es la que obedece las órdenes. No debe ir al núcleo en las próximas dos semanas. Ni limpiar la cubierta. Ni inclinarse en el trabajo. Ni levantar pesos. Es una orden. Voy a apuntarla en la lista.
Dicho esto, la pinchó en el hombro y en tres lugares más, muy dolorosos en la espalda, y le dijo, mientras ella hacía un esfuerzo por no vomitar, que iba a ingresarla en enfermería durante cuarenta y ocho horas.
—Tengo cosas que hacer.
—Lo que tiene, señora Yeager, es una espalda resentida, eso sin mencionar los golpes.
—Señora, tengo órdenes que cumplir. Puedo estar en mi puesto, en los tableros, sentada. El departamento no tiene personal y ha venido gente nueva para el turno…
Fletcher se giró y buscó en el armario de las drogas.
¡Dios mío!, a lo mejor realmente estaba con Fitch.
—Doctora Fletcher, se lo juro. No necesito estar en enfermería… Por favor, por favor, mire, me puedo sentar bien, y no pienso caminar demasiado.
Fletcher desenvolvió un paquete y anotó algo.
—De acuerdo, haré un trato con usted. No haga ninguna de las cosas que le he prohibido. No utilice los brazos. Siéntese, vigile y punto. O la encierro aquí, le doy un tranquilizante y la hago descansar como sea.
—Sí, señora —dijo ella.
La documentación, al infierno. Por Dios, Bernie. ¿Qué me estas haciendo?
Puede pasar cualquier cosa si me encierran en enfermería. Mierda. NB está solo allá abajo con esos tipos, y en los dormitorios lo único que faltaría es que alguien distrajera a Musa, que volviera la cabeza y perdiera de vista medio minuto a NB, estando cerca de Hughes y sus amigos.
En las duchas o algún lugar parecido…
—Su test de drogas ha dado negativo —dijo Fletcher dándole dos pastillas y una taza de agua. Se las tomó. La doctora agregó como de pasada—: Ahora la prueba daría positivo. ¿Me entiende?
La miró un momento, con los ojos muy abiertos, repasando la conversación y tratando de entender si lo que le decía Fletcher era una forma de salvarla o de hundirla…
Ahora no podría hacerle una prueba antidoping legal, en caso de que se le ocurriera intentarlo de nuevo.
—¿Se siente lo suficientemente fuerte para caminar?
—Sí, señora. —Bet se levantó como pudo de la camilla, decidida a parecer fuerte, y empezó a ponerse la ropa con rapidez. Lo que le había dado la doctora estaba empezando a hacerla sudar y tenía miedo de que Fletcher tomara eso como excusa y la retuviera en enfermería por más tiempo.
Lo único que quiero es salir de aquí… rápido…
El escáner, la lectura del escáner. Las inyecciones. Las pastillas. Cuanto más tiempo llevara todo eso, más tiempo estaría Musa de pie en el pasillo.
Y eso significaría más tiempo sin poder ayudar a Bernie y NB.
Fletcher le dio un papel y dos paquetes de pastillas.
—No se meta en problemas —dijo—. Siga mis indicaciones. Aquí tiene una orden escrita que la exime de realizar ciertas tareas. Llévela con usted. Llámeme si le duele más. Y ¡por Dios!, no lo pase por alto.
—Sí, señora.
—Uno de esos paquetes es para NB. No vino a buscarlo a enfermería. Asegúrese, de que lo va a tomar, ¿me oye?
Fletcher estaba con ellos; se dio cuenta de pronto. Sabía lo que estaba haciendo Fletcher con esos papeles y esas inyecciones. Y por qué NB no podía ser un buen blanco para un intento de acusación de drogas.
—Sí, doctora —dijo.
Fletcher no contestó. Solamente le hizo un gesto como para despedirse con la mano y siguió escribiendo.
—Váyase. Sea inteligente y no pierda la cabeza. Tenía razón —pensó Bet y se fue, con la cabeza más aliviada, hacia el pasillo, al encuentro de Musa y Freeman.
Pero Musa y Freeman no estaban solos. También estaba Liu.
Bet se detuvo estupefacta, a punto de perder el equilibrio. Pensaba, ¡ay, madre mía!
—¿Todo bien? —preguntó Musa.
—Me ha dado unas pastillas —dijo, aferrando los paquetes y el papel que le había dado Fletcher mientras el pasillo parecía flotar ante sus ojos y la cabeza se le iba. Liu, que era oficial de principal, la miró de arriba abajo y le dijo como si acabara de pensarlo:
—Es lo máximo que podemos hacer.
Secretos. El pasillo cambió y se enderezó ante la cara consumida de Liu. Musa cogió a Bet por el brazo y la llevó hacia la cocina.
—¿Qué pasa? —preguntó ésta.
—Nada, nada —dijo Musa, y la dejó marcharse por las escaleras en el lugar donde el pasillo se hacía más angosto, a través del cilindro de la cocina hacia la zona de rec caminando despacio.
Liu fue detrás de ellos hasta ahí. Entonces se apartó hacia el mostrador de la cocina y Freeman se quedó con ella un segundo. Después los volvió a alcanzar.
El lugar olía a cerveza. Los dormitorios tenían otra vez el vídeo encendido, podía llegar a entender las palabras leyendo en los labios. Podría haber sido el rec de alterno, donde esperaba ver a McKenzie, a Gypsy y al resto, pero eran otras caras. Eran los que llegaban de mañana y se iban de noche, que llenaban las camas durante el tiempo del día alterno. Estaban de pie, mirando, y no conversaban entre ellos. Había una quietud inquietante.
Tal vez era la maldita pastilla de Fletcher que le hacía ver todo tan extraño, tan peligroso y antinatural. O las inyecciones, que todavía le dolían, la descomponían y la asustaban.
Tal vez todos la estaban mirando a ella y a los suyos, ya que el rumor había llegado a principal. El rumor de que había una tonta que había provocado a Fitch y causado todo el problema.
No estaba navegando bien cuando llegó a Ingeniería. Miró por todos lados porque quería localizar a NB, asegurarse de que estaba a salvo y de que la guerra no había estallado todavía. Entonces murmuró:
—Tengo que sentarme, señor.
Después de que Bernstein le preguntara lo que le había dicho Fletcher. Las cosas se le confundían un poco pero al menos oía las voces y los ecos de las cosas.
—Creo que no me encuentro bien —dijo, sin fuerzas, sin miedo, ya que no podía sentir. Ahora estaba segura de que la habían drogado y por eso ya no sufría dolores ni siquiera en la espalda. Podría haberse puesto a trabajar, podría haber hecho cualquier cosa, incluso flotar a través de la sección, pero vino el tonto de Bernie y le llamó la atención con una mano en el hombro y le preguntó si quería almorzar…
… es decir, tomar esa tacita de té con bollos que traían los de Servicios, y que le parecía tan apetitosa como masticar goma de pegar. Generalmente no probaba bocado, pero Bernie dijo que le iba a sentar bien comer. Bet no recordaba dónde estaban sus instintos normales frente a la gente que quería manejar su vida, así que aceptó.
No había duda, estaba drogada. Se quedó sentada allí, con el asiento echado un poco hacia atrás, mirando y escuchando con una placidez total, oyendo cómo la gente hablaba de ella a su alrededor.
Y por fin, después de comer, las voces empezaron a aclarársele, y los tableros parecieron ponerse en foco.
Tenía que tranquilizarse. Se daba cuenta de que no se encontraba bien y se quedó ahí, sentada, mientras pudo. En cuanto la incomodidad fue mayor que el mareo, entonces se levantó y caminó.
Alguien la tomó por la cintura. Era NB. Ella le miró, parpadeando y dijo:
—Tengo unas pastillas para ti. Me las dio la doctora…
Hacia la media tarde, se sentía de lo más avergonzada, ahora que tenía la mente fría de nuevo. Se dio cuenta de pronto de que estaba sentada en la estación tres de Ingeniería y de que la gente hablaba a su alrededor. Uno era Freeman; otro, Musa, y el otro, Bernstein.
—¿Despierta? —dijo Bernstein.
—Sí, señor. —Bet buscó el brazo de su asiento y se levantó, un poco mareada todavía, mientras trataba de recordar por qué estaba allí. Todo ese día era un blanco total. Simplemente, no había existido. Y Bernstein no la había sacado de la guardia, sólo la había dejado dormir en la silla.
—Mierda —murmuró ella—. Espero no haber insultado a nadie.
Bernstein arqueó una ceja y le sonrió. Parecía de buen humor. ¡Por Dios! Después de todo lo que ella le había dicho, después de todo lo que había pasado. Se reclinó contra el asiento y miró a los demás: a Walden, a Slovak y a Keane, juntos. También vio a NB en la estación uno, entero.
No había tomado las pastillas de Fletcher.
—Ha sido un día tranquilo —dijo Bernstein, y miró a Freeman—. ¿Por qué no se va al rec más temprano?
Tal vez Bet estaba drogada, pero no era tonta. Se quedó de pie, aferrada al respaldo de la silla, con un poco de dolor en la espalda, con una sensación de estar envuelta en algodón, sobre todo en las piernas que parecían sugerirle que no era el momento de una caminata larga. Pensó que no era por cuestión de simples prioridades confundidas que Bernstein dejaba que una mujer drogada del África se quedara frente a los tableros, todo el día, y prefería enviar a un hombre sano de Sistemas a los dormitorios.
Había rumores, charlas entre Ingeniería de alterno y el equipo de Liu, en un nivel y en el otro. Musa se había acercado a él, y Freeman volvió temprano. No parecía que hubiera alborotos en el bar durante el cambio de turno, y Bernstein no estaba enojado con nadie. Siempre se daba cuenta si él se enfadaba, y ese día no parecía que fuera a ser así.
Las cosas no estaban aconteciendo como Fitch se imaginaba. La situación era delicada. Fitch dormía todo el día. Cuando se levantara y descubriera el estado de cosas, no se iba a sentir muy feliz.
Ellos se irían a dormir y Fitch se quedaría despierto pensando en cómo arreglarlo todo a su manera.
Era una guerra muy especial y asquerosa, pensó, y se quedó ahí mirando cómo Freeman firmaba para retirarse y volver a los dormitorios, donde tendría tiempo para desayunar con sus compañeros.
—¿Le duele algo? —le preguntó Bernstein, como si ella estuviera a buenas con él, como si todo fuera bien.
—No mucho —contestó lentamente, pensando que algo andaría tramando. Pero Bernstein no iba a soltar prenda, y ella no pensaba arruinarlo todo con preguntas, claro que no.
Se sentó de nuevo, sin molestar a nadie, sólo ejecutó las simulaciones y miró las luces de colores. Todavía estaba un poco ida, no había recuperado del todo el sentido común. Y por otro lado creía que debería estar más asustada de lo que estaba.
No estaba demasiado mal para el rec, pero sí lo suficientemente bien para tomarse una cerveza o 3os, y sentarse con los nuevos en el banco, con NB y Musa, McKenzie, Park y Figi; NB tampoco se encontraba mal, un poco afectado por el trank plácido gracias a las pastillas de Fletcher.
Fletcher había confeccionado un informe oficial sobre la espalda de Bet. Con eso justificaba la dosis que le había dado, no importaba que no le hubiera dolido hasta que Fitch se la tocó y que Fletcher le hubiera administrado distintos medicamentos. Así se aseguraba de que no había ninguna prueba que pudiera demostrar nada: ni drogas ni ninguna otra cosa. Ni en ella, ni en NB…
NB daba lástima, así, tan abatido, sentado en el banco entre ella y Figi, recostado contra la pared. Los ojos con las pupilas muy dilatadas y ese tipo de mirada ausente en la cara, como si se hubiera ido del todo y la gente pudiera hacer lo que quisiera con él, como si a él no fuera a molestarle nada.
—¿Estás bien? —le preguntó Bet, y él murmuró que sí, tomando otro traguito de cerveza.
En esas condiciones eso no era importante. Bet estaba tomando los tragos de él, ya que no se podía conseguir nada de alcohol, excepto esos tragos ligeros y la cerveza. Probablemente NB no lo notaba. No parecía ser de los que solían beber.
Se quedaron sentados, charlando. La gente se acercó a saludar a Freeman y a sus compañeros para darles la bienvenida y a decir qué bien está NB…
Meech, el hijo de puta, incluso se acercó y sacudió el hombro de NB con un:
—¡Jamás lo vi tan simpático!
Y NB, que era perfectamente consciente de lo que pasaba, pudo haberse enojado, pero lo tomó con una mirada de sorpresa.
Nunca se debe confiar en una receta que tiene una sola pastilla.
—¿Está bien? —preguntó Gypsy.
—Fletcher le dio un calmante —dijo Musa—. Receta.
Ni Hughes ni ese par de hijos de puta aparecieron por ninguna parte desde la cena. Tal vez estaban viendo el vídeo. No era tan fácil hacer un cambio de turno cuando toda la tripulación tec de alterno de la nave pedía ese cambio al mismo tiempo. Eso era lo que decía Musa… los tees del puente estaban acostumbrados a sus operadores y viceversa. Principal tenía mayor rango que alterno. Los operadores de principal no aceptarían a Hughes y compañía y no iban a cambiar de turno con alterno solamente porque Lindy Hughes les hiciera un truco sucio.
Así que Lindy Hughes estaba por ahí, muy callado esta tarde. Era sorprendente lo agradables que estaban todos los demás: gente como Liu, Freeman y todos ellos, aunque tenían razones para estar furiosos, se les veía tan amables que hasta resultaban empalagosos.
No hacía falta mucha inteligencia para darse cuenta de que habían atacado y provocado a alterno y los oficiales habían salido corriendo hacia los dormitorios detrás de lo que iba a ser una trampa, gracias a la palabra de algún soplón.
Habían zurrado a alguien a quien no podían probarle nada.
Eso, según la humilde opinión de las cubiertas, era ir demasiado lejos.
A hora no me atrevo a decir lo que es ilegal y lo que no, lo había oído por la línea de Musa, pero sí digo que si alguien cree que puede provocarnos o si cualquiera de nosotros se decide a ser firme en eso, va contra las reglas, pero no somos máquinas en esta nave, no somos cosas a las que se pueda insultar para descargar la adrenalina, y tal vez tengamos que dejarlo claro en la mente de algunos, a los que parece que se les haya olvidado.
De modo que los Liu, los Musa, los McKenzie y los Gypsy Muller de las cubiertas sonreían y les decían a sus compañeros y compañeras que sonrieran también y que fueran amables. Bernie estaba muy amable con Freeman. Según Musa, se inclinó y se acercó para darle la bienvenida. Y compraron cervezas para los demás. La gente deambulaba y era deliberadamente a-mable con los demás.
Era gracioso, empezaban a divertirse realmente y a sentirse bien, como si flotara algo irónico en el aire. Como NB estaba drogado, la gente se acercaba para verlo.
NB estaba muy drogado, así que primero se había sentido sorprendido y ahora se lo estaba pasando realmente bien, especialmente cuando una delegación encabezada por Meech y Rossi le trajo la segunda cerveza, pero Bet no pensaba dejársela tomar. Rossi la puso entre las manos de NB, le avisó con un roce en la cara. Dijo que necesitaba otra cerveza y que un grupo de tees del puente habían decidido comprarle una.
NB miró a Rossi con la boca abierta. Rossi se alejó y finalmente NB empezó a beber del vaso, totalmente sorprendido.
—¡Oye! —dijo ella—. Traguitos cortos, ¿eh?
Bebió un poco, lo suficiente para que no se desmayara ahí mismo. Figi estaba en el otro lado, por si se caía. Figi era una roca, probablemente ni lo notaría.
No podía sentarse en la cubierta de rec. Sólo estar en cuclillas, por si alguien tenía que entrar por una emergencia. Meech, Rossi y otros trajeron dados. Se pusieron en cuclillas y jugaron apostando créditos.
¡Mierda!, incluso se les unieron Freeman y los suyos, hasta que perdieron todo y quedaron en bancarrota. Más tarde, Battista y Keane se fueron hacia las literas o a una fiesta en un almacén, y había tanto ruido en rec que nadie oyó el primer alerta de los oficiales.
El ruido cesó de repente en el momento en el que apareció alguien de la tripulación del puente: un tipo pequeño de tez oscura. Los que estaban en cuclillas se pusieron en pie y le abrieron paso.
—Kusan —dijo Musa entre dientes.
Era el número dos en persona. El capitán de alterno.
Kusan miró a su alrededor, examinó las caras y dijo:
—Yeager.
De pronto, todo estaba en silencio. Sólo se oía el ruido del final de la zona de rec y de los dormitorios, donde estaba el vídeo funcionando.
No había mucho que hacer, así que le dio su cerveza a Musa y levantó el hombro de NB para que no pareciera que estaba tan mal, y mientras se incorporaba, dijo:
—Sí, señor, soy yo.
—Señora Yeager —dijo el número dos, haciendo un gesto para que le siguiera. Y al resto, ordenó—: ¡Sigan con lo que estaban haciendo!
Se quedaron todos callados, excepto NB, que en un brusco estallido preguntó:
—¿Qué pasa? —Y trató de levantarse, pero Musa se lo impidió.
—¡Cállate! —tuvo que decirle, con dureza.
—No pasa nada —dijo Bet.
Ojalá fuera verdad. Era otra vez la guardia de Fitch, el final de la de Orsini.
Esperaba que Musa llamara a Bernstein. Que alguien lo llamara. —¡Bet! —gritó NB furioso, con la voz enloquecida. Estaba consiguiendo meterse en problemas. Pero la gente debió de hacerlo callar, y ella tuvo miedo de mirar hacia atrás para comprobarlo.