—No era mío, señor —respondió Bet otra vez en el interrogatorio.
—¿Piensa que soy tonto? —preguntó Fitch.
—Nunca pensaría eso, señor.
—A mí me parece que sí, me parece que piensa que en esta nave todos somos tontos. Joder, yo la saqué de ese agujero… Yeager, yo firmé para que subiera a la nave, y no me ha dado más que problemas. ¿Se da cuenta o no?
—No lo creo, señor.
—Usted no lo cree, claro, no lo cree, puñetas… ¡Me está llamando mentiroso, Yeager! ¿Me está llamando mentiroso?
—No admito los cargos, señor.
Estaban grabando, estaba segura; y no pensaba decir nada que Fitch pudiera convertir en otra cosa con un buen trabajo de montaje de cintas.
Tal vez Fitch estaba furioso, tal vez no; puede que estuviera mucho más controlado de lo que parecía y estaba tratando de hacer que ella reaccionara. Se levantó del escritorio, caminó por la oficina, le gritó en la cara, se inclinó y le chilló en el oído.
Y Bet pensó: lo han intentado otros mejores que tú, y tomó una actitud de total inmovilidad y docilidad. Era igual que mantenerse firme en presencia del viejo Junker Phillips cuando le gritaba, pensando únicamente en las preguntas y en seguir afirmando lo que se había dicho al principio, fuera como fuese, a pesar de los intentos del hijo de puta del ofi por desviar el argumento hacia otro lado. Si una no decía nada distinto, y repetía siempre lo mismo, no podían sacarle nada y entonces se enfurecían, o se aburrían y le endilgaban a una lo que podían, dándose por vencidos. A veces hasta se olvidaban del asunto con el tiempo.
Sí, señor; no, señor; no, señor, no admito los cargos.
Y si el cabrón no podía asustarte, te incitaba a que tú le pegaras, empujándote y molestándote lo suficiente para que saltaras si eras tonta. Pero como no lo era, no le respondía.
No, señor.
Siga todo el día, si quiere, ofi, hasta que cambie el turno y empiece la guardia de Orsini otra vez. Tengo tiempo.
Al menos no es NB el que está aquí.
—¿Me oye?
—Sí, señor.
Fitch la agarró del traje por delante y la sacudió con fuerza. Ella le dejó hacer, quedándose como floja.
—Le di una oportunidad. La saqué de ese agujero y ahora trata de meterse en otro. La saqué de ahí y resulta que trae contrabando. ¿O no?
—No, señor.
Se dio cuenta de que Fitch iba a golpearla. La zarandeó de nuevo y se inclinó hasta casi tocarle la cara.
—Tengo otras fuentes, Yeager. Sé quién arma líos en esta nave y sé dónde ir cuando hay algo que anda mal y nadie quiere hablar del tema en las cubiertas.
Este hombre está loco, absolutamente loco pensó Bet Habla de NB.
—¿Quiere pensar en eso? —le preguntó Fitch—. ¿Quiere pensar en eso? —La sacudió hasta los pies y la hizo perder el equilibrio, pero ella no hizo lo natural, no se aferró a él ni le golpeó, sino que pisó atrás y se dio con la pierna contra la silla. Él la pegó, la sacudió y la golpeó en la cabeza.
Los golpes no se ven ahí, pensó, mientras sentía cómo empezaba a dolerle.
Levantó la rodilla.
La golpeó, dos veces más antes de que volara contra la parecí y le diera de frente. Pensó que iba a ponerse de pie, pero tropezó y el suelo se le vino a la cara.
Todavía estaba mareada, pero se movió para enroscarse y protegerse al ver las botas de Fitch, porque pensó que debía seguir lo bastante furioso como para volver a pegarla, dejándole moratones por todas partes.
—Levántese —le ordenó. Pero ella no reaccionó. La levantó agarrándola por el traje y la puso en pie.
Ella le miró a los ojos, pensando: ¡te he cogido, hijo de puta!
¡Te he cogido!, si existen reglas en esta nave.
La llevó a la silla, la sentó, y después se acomodó en el borde del escritorio, mirándola.
Bet se chupó la sangre del labio cortado y siguió mirándolo.
—Usted se lo ha buscado —dijo Fitch. Ella no dijo nada.
—Respire, ¿quiere un trago?
—No, señor.
Fitch cortó la grabación y la hizo retroceder un minuto aproximadamente, y no volvió a ponerla en marcha. Eso la preocupó.
—Yo soy el que se ocupa de los informes —dijo Fitch—. ¿Ve lo lejos que le lleva su astucia? Viene a la nave y se junta con los que crean problemas. Ha sido condenadamente útil, Yeager. Cree que es inteligente. Pero no me hace falta mucho para acabar con usted. Por cierto ahora no estamos grabando. Solamente necesito que usted exista, ¡perra de mierda!
Ahora empezaba todo. Pensó que Fitch se vengaría y que mucho de lo que había hecho hasta entonces por NB había sido un error.
—Ahora —dijo Fitch—. Quiero que piense alguna forma de serme útil, para que yo quiera salvarla, porque ésta es su única oportunidad. La única. Quiero que piense cómo seguir siéndome útil y entonces la ayudaré, ¿me oye?
—Sí, señor.
¡Mierda! No es un hijo de puta fácil…
Vas a sufrir por esto, Yeager…
Así que miente. Pero ¿qué es lo que quiere en realidad?
—Lo único que tiene que hacer es llevarse bien conmigo. —Sí, señor.
Se levantó del banco, volvió a cogerla del traje como antes. Ella hizo un movimiento para defenderse, cosa que la enfureció, aunque los nervios instintivamente le recordaban que el cuerpo debía protegerse, y si una se defendía, terminaba caminando en el espacio, de eso no cabía duda.
La abofeteó una, dos, tres veces y se detuvo. La seguía sosteniendo. Le dolían los huesos, le zumbaban los oídos y se le nublaba la vista. Él podía golpearla como quisiera, y ella se veía obligada a aguantarlo…
La sacudió otra vez lastimándole en el cuello.
—¿Quiere más?
—No, señor.
—¿Son suyas esas drogas?
—No, señor.
La volvió a golpear.
—¿Le parece que me es útil?
—No lo sé, señor—. Le irritaba hablar como si estuviera con la boca llena; era sangre, seguro—. Lo intento.
—¿Cómo?
—Lo intento, señor. Coopero, en serio.
—Creo que me miente, Yeager. ¿Me mentiría usted si pudiera?
—No, señor.
La tensión se aflojó en su ropa. Ella se puso alerta, porque esperaba un golpe más, pero Fitch la dejó sentada.
—Quiere que sus amigos estén bien, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Hay un baño allí atrás. Vaya a lavarse y después ya se puede ir.
Ella le miró.
—Quiero que quede claro —dijo Fitch—. No hay pruebas suficientes para el informe sobre las drogas, pero será mejor que no la atrape por otra cosa, Yeager. Ni a usted, ni a sus amigos, ¿está claro?
—Sí, señor —dijo Bet. Se levantó tal como él le había ordenado, y mareada se las arregló para ver dónde estaba la puerta. En el baño fue a la pila del lavabo y abrió el agua fría. El espejo reflejaba una cara mejor de lo que ella había esperado. La sangre de la boca y la nariz desaparecieron con un poco de agua, pero el color rojo de las sienes, no.
Se secó con la toalla, levantó la vista y vio a Fitch en la entrada.
Se le encogió el estómago. No podía impedirlo, y menos cuando tuvo que darse la vuelta, mirarlo y pasar junto a él, que se movió apenas para dejarla pasar y tuvo que rozarlo. ¡Mierda!, ese hombre sabía lo que se hacía. No se sorprendió cuando él le puso una mano en el hombro, suavemente pero con fuerza suficiente para que Bet sintiera ganas de vomitar.
—Le irá mucho mejor en el futuro —dijo él—. Y nos llevaremos muy bien… ¿Me oye?
—Sí, señor.
Se dirigió hacia la puerta. Llegó como pudo, la abrió y anduvo por un pasillo vacío. El frescor del agua se le iba un poco de la cara. Le dolían los huesos. Todavía tenía la vista nublada. Caminaba alrededor del anillo y tenía que descansar y levantarse de nuevo. Cuando por la mañana sonara el timbre del amanecer de alterno, tendría que volver al trabajo. De pronto se dio cuenta de que no sabía dónde estaban ni NB ni Musa, lo que les habría pasado, ni si era NB el que seguía en la oficina de Fitch.
Le pareció perder el conocimiento durante un momento. Se encontró en la zona rec caminando hacia los dormitorios, casi llegó hasta allí, pero se mareó y tuvo que agarrarse a algo durante un instante. Se soltó de un empujón y caminó por la oscuridad junto a la tripulación dormida, hasta las literas de NB y de Musa. Las dos, estaban vacías.
¡Dios mío!
Tenía que sentarse. Eligió la litera de Musa, se sentó y después se acostó, pensando que si cualquiera de los dos volvía, iría allí. Por otra parte, no creía que pudiera subir por las escaleras, estaba demasiado mareada y descompuesta para eso.
El mareo se le fue después de encontrarse un rato en posición horizontal. Pero el miedo no.
Exactamente lo que le había hecho Fitch a NB.
Exactamente eso.
Pero podía ponerse peor, claro. Y una tenía que estar a buenas con Fitch, o Fitch se ocupaba de que hubiera accidentes, y tenía los suyos a bordo para estar seguro de provocar acusaciones. Con razón las conexiones de Hughes y los suyos eran tan sólidas.
¡Goddard!, Goddard, en navegación… el operador de Hughes. Es amigo de Fitch.
Fitch elegía el personal.
Había conseguido a una tipeja con dos muertes en su haber en Thule, y gracias a la bondad de su corazón y a su fe en la humanidad la había llevado a bordo y la había dejado libre.
Claro, Fitch era el que llevaba la nave…
O trataba de hacerlo.
Bernstein debía de ser una molestia para él, porque había estado en principal hasta que se hartó de Fitch y pidió la transferencia a alterno…
… como todos los que podían pedirla.
Alterno era el sitio al que uno iba cuando no podía trabajar bien con Fitch y tenía algo de poder, sólo un poco, como había hecho Bernstein con NB y Musa; o cuando Fitch lo elegía a uno para hacer de espía…
… como a Lindy Hughes.
Debería haber matado a ese hijo de puta.
Lo haré.
Excepto que… Los hechos estaban claros ahora y también cuáles eran las verdaderas reglas en la nave. Eso significaba que una estaba en contra de Fitch y eso quería decir…
Fitch le había dado un adelanto de lo que quería decir…
Él estaba ahora con NB. Había sucedido otro accidente con la puerta de un armario, eso era todo. Pero era más valioso si estaba vivo.
Uno no se dedicaba a fabricar mártires, los golpeaba y los devolvía a la cubierta para seguir con la campaña.
Pequeños accidentes al personal y otros personalizados, bastaban para que uno supiera que si se defendía iba a terminar en la oficina de Fitch, incluso en el almacén en medio de un salto.
Otra posibilidad eran los pequeños accidentes a los amigos de uno. Y los «amigos» se alejaban y preferían evitar los problemas, lo hacían si eran realmente inteligentes.
O simplemente humanos. Uno siempre le dejaba una salida abierta al enemigo; en la dirección en que uno quería que fuese, claro. Eso le había dicho el Viejo. Eso era lo que hacía Fitch, no debería haberla asustado. El viejo Phillips una vez la había atado en un pasillo, pero Junker Phillips no trataba de matarla, sino de mantener a su gente con vida.
Fitch sí, trataba de matar, o de eliminar a los que se le resistían. Ésas eran las dos opciones. Un ejemplo de ello era NB.
Pero NB estaba demasiado loco para doblegarse y era demasiado valioso para asesinarlo.
No iba a asesinarlo cuando era un camino hacia Bernstein…
Y Fitch realmente no la necesitaba a ella ahora, excepto como una puerta de acceso a NB.
No estaba tan loco como parecía, ni la mitad de loco teniendo en cuenta que todavía estaba vivo y también Bernstein.
Y el hombre llamado Cassell tampoco estaba loco.
Cassell había tenido un accidente fatal, en Ingeniería.
Y NB Ramey cargó con el muerto por ese accidente. Le echaron la culpa.
Cassell era amigo de NB. Y de Bernstein.
Bet descubrió que tenía los puños apretados y que estaba tragando sangre. También se dio cuenta de que si Fitch la detenía en un pasillo después de aquella noche, se pondría a temblar de pies a cabeza.
Temblar como en el infierno de una armadura, pensó, e imaginó lo que se sentía con el cuerpo envuelto en cerámica. Los servos chirriando cuando una se movía y la presión de las bandas en el cuerpo, las bandas que le decían al traje lo que el cuerpo quería que hiciera. Y los malditos servos se confundían mucho cuando una temblaba y todo el mundo se daba cuenta por qué todos los servos empezaban a chillar y charlar como gallinas…
Era vergonzoso. Y una desarrollaba cierto sentido del humor sobre el tema porque no podía hacer otra cosa y sabía que temblaría cada vez que se la pusiera.
Una carga de adrenalina. Un tartamudeo y un zumbido…
El olor del aceite, el metal y el plástico. El sudor humano y el aliento dentro del casco.
Una era entonces como una máquina. Una tripa humana dentro de una máquina con forma humana. Y el disparo que pudiera destruir eso tenía que ser muy afortunado.
¡Claro que a veces extrañaba el traje que había tenido que dejar en ese corredor de Pell!
El temblor se detenía cuando una seguía adelante. Los servos se suavizaban y una flotaba, casi sin esfuerzo, y nada podía detenerla.
Pero la armadura no tenía cerebro, ni estómago. £50 lo eres tú, tonta, tú eres el Sistema Operativo. La armadura signe caminando aunque te mueras, pero no dispara, no vale nada en esas condiciones. Tú eres el cerebro, y los redaños, el valor, recuérdalo.
Tenías razón, Junker Phillips.
Alguien golpeó la cama. Se despertó con el corazón agitado, e inmediatamente se dio cuenta de que estaba en los dormitorios, en la litera de Musa, esperando a sus compañeros. Había dos hombres haciendo sombra contra el brillo nocturno, uno con forma de Musa y el olor de Musa, y otro con los de NB, tocándola y levantándola, cuando ella trató de moverse. La abrazaron hasta hacerla arder de dolor.
—Estoy bien —dijo Bet—. ¿Y tú?
—Bien —dijo NB, y ella los retuvo un momento entre sus brazos sin importarle el dolor que sentía. NB le acarició la cara y sus dedos se detuvieron sobre el labio partido y la mejilla derecha. Por la forma en que le dolía y lo hinchado que estaba todo, se hizo una imagen mental de lo que debía de parecer a la luz. La misma imagen que debía de tener NB.
Pero él no dijo nada. Y NB era peligroso cuando no decía nada.
Ella lo tomó de la mano, con fuerza.
—Escúchame —murmuró—. Escúchame bien. Aquí no vamos a hablar, pero lo que quiere Fitch es de locos, ¿me oyes?
NB permaneció en silencio. Desplegó la mano para que ella no se la aplastara.
—Me voy a la cama —anunció Musa, poniéndole una mano en la espalda dolorida y empujándola un poquito—. A tu litera, ¿me oyes?
—Sí —respondió Bet, y sintió un nudo en la garganta. Se inclinó y apretó la boca contra la mejilla de Musa—. Te amo —le dijo—. Te amo, compañero.
Musa la empujó de nuevo y ella se agachó para seguir a NB.
NB la asió por los hombros y la mantuvo a distancia.
—Te va a matar —siseó—. Te va a matar, ¿entiendes lo que te digo?
Bet se tambaleó y se aferró a él. NB no tuvo más remedio que llevarla a la cama y meterse con ella entre las sábanas, abrazándola con la ropa puesta y todo.
—Yo sé cómo manejarlo —le dijo ella en el oído con la voz más baja que pudo. Pero no lo sabía en realidad. Nunca se sabía. Fitch podía haber puesto un micrófono en la almohada. Ella le pasó una pierna alrededor del cuerpo hasta que los dos se acomodaron. Era la única forma de dormir dos en una litera. Le dolía la espalda. Le ardía la cabeza—. Conozco estas tonterías —dijo esperando que esta vez Fitch la oyera—. No es nuevo para mí. Shhh, tal vez nos hayan puesto micrófonos. —Se movió para acercarse a él, despacio, pensando que tal vez él también tenía el cuerpo dolorido y eso era algo que podía molestarle. Pero no parecía lastimado, tampoco parecía interesado, al menos en ese sentido. La besó en la cara y le hizo el amor de esa manera, muy suavemente, con sumo cuidado. Ni siquiera era sexo del todo, pero a ella le gustó.
Le gustó y se dio cuenta de que estaba preocupada por él como no lo había estado nunca por nadie. Había conocido hombres. Hacía conocido gente que moría y compañeros de cama que morían, como Teo, a veces de una forma horrible. Pero ninguno de los que había perdido había muerto por su culpa y ninguno de ellos había tenido que arriesgar lo que NB estaba arriesgando por ella.
Dormitó lo que parecieron apenas unos minutos y luego sonó el timbre de la mañana. Tenía que moverse, cambiarse de ropa y aguantar que le vieran la cara y oír murmullos a su espalda.
También tendría que enfrentarse a NB y Musa, con las luces encendidas.
—Mal, ¿eh? —les preguntó.
Musa hizo una mueca y meneó la cabeza, y NB dijo:
—Hijo de puta.
También tuvo que enfrentarse a Hughes, a Presley y a Gibbs, que la miraron con furia y se le rieron en la cara.
—Oye, Yeager —dijo Hughes—. ¿Tu hombre te estuvo pegando?
—Claro que no —chilló ella—. Fue Fitch. Quería que le besara las botas. ¿Qué fue lo que quiso que le besaras tú?
Se hizo un silencio absoluto en los dormitorios. Miradas.
—Tienes una bocaza tan grande como el mundo, perra.
—Tú eres todo boca, imbécil. Tú dejaste las drogas en mi litera. O fue uno de tus amigotes. Mira qué raro, y yo que había pensado que te olía cuando entré.
Silencio mortal.
—Ya vas a recibir lo tuyo, perra.
—Sí, por la espalda. Como con NB. Lo intentaste de frente en las duchas y te golpeaste la cabeza, ¿recuerdas? Un imbécil que se dedica a resbalarse en el baño. Que irrumpe en duchas ajenas… ¿Eso es lo único que te excita?
Un corte muy feo en la frente de Hughes y un ojo que se le estaba poniendo negro no le daban muy buen aspecto.
Algunos caminaban a su alrededor, hacia las duchas, tratando de ignorar los gritos.
Pero uno de los que miraban era Gabe McKenzie, que empujó a los del otro grupo y se paró junto a ella. NB y Musa estaban con las manos en los bolsillos.
El otro era Gypsy Muller, que caminó lentamente hasta el centro del dormitorio y dijo:
—Tú eres quien recibió lo que mereces, Hughes. Que te aproveche.
Después llegaron Park y Figi, quienes se pusieron junto a McKenzie. Después Meech y Rossi, Mon y Zilner, los amigos de Gypsy y luego… ¡Dios!, una de las mujeres era Kate Williams, de Cargas, que se plantó al frente del grupo con los brazos cruzados.
Nadie se movió, hasta que Hughes murmuró entre dientes:
—Hijos de puta. —Empujó a sus dos compañeros y se fue.
—No sabes cuánto me alegro de que te vayas —comentó McKenzie.
Ésos no eran los planes de Fitch. De eso no cabía duda.
Había caras nuevas en el dormitorio. Freeman, Walden, Battista y Slovak, de Ingeniería, de principal. También Weider y Keene. Bet los reconoció entre el tumulto. Vio que todos la miraban a ella y a sus amigos. A McKenzie y a los suyos. Todo estaba silencioso, tan en silencio que se podía oír el rumor de la nave.
—Lo lamento —dijo ella a todos en general—. De veras lo lamento. Odio las peleas.
Fue como si el dormitorio entero se relajara. La gente empezó a movilizarse. Vieron que era tarde y que la línea de duchas no estaba completa.
—Gracias —dijo ella a algunos en particular, y después descubrió que temblaba. Levemente pero temblaba—. ¡Mierda!
—Ya era hora de que nos libráramos de ese maldito —dijo Park. Eran malas noticias para alguien que descubre que la gente de su turno piensa así de él. Hughes tenía que darse cuenta. No era tonto, al menos no tan tonto.
—¡Qué desastre! —dijo McKenzie, mirándola. Ella se puso una mano en la mejilla hinchada, que no le dejaba abrir bien los ojos.
—Sí —dijo, y supuso que él se refería a su cara. Durante un segundo se sintió serena, sobria… y asustada. El desastre en el que estaba pensando no era el de su cara precisamente.
—Lo más seguro es que haya ido a ver a Fitch —dijo Musa—. No creo que se quede ni a desayunar.
No podían estar en medio del dormitorio y gritar cosas así sobre los oficiales. Las reglas tenían un nombre para ese tipo de actividad y nadie quería que lo señalaran como líder. Pero ella deseaba que lo que había dicho se supiera, y había suficiente gente en el círculo como para asegurarse de que las noticias llegarían al último rincón y rápido.
—Si tienen micrófonos en los dormitorios —dijo ella, mirando la cubierta y murmurando—, él ya lo debe saber.
Los demás no lo habían pensado. No lo esperaban. Había tradiciones y había derechos, e incluso contra toda evidencia, la tripulación no había pensado en eso…, ni siquiera Musa, y eso que era muy astuto en esas cosas.
—Tengo algo que decir —añadió—, pero no es el lugar ni el momento.
Después de las duchas, en rec, en la cola del desayuno, que se movía con rapidez y donde el ruido hacía que fuera mucho más difícil captar una conversación específica, se acercó a NB y Musa y les dijo:
—Escuchad. Escuchad que no hay mucho tiempo. Hughes no tiene nada que ver con lo que pasó anoche. Tal vez podría haber sido el centro. Pero ahora lo es Fitch. Y creo que él está intentando provocar a alguien más, aparte de nosotros.
—¿Bernie? —Musa no era lento.
—Creo que sí. Quiere que uno de nosotros estalle; NB, ¿me oyes? Yo acorralé a Hughes con algo de su propia mierda y anoche acorralé a Fitch. Ahora él me está acorralando a mí. Tratando de hacerme caer en una trampa, como hizo contigo. ¿Qué pasó anoche?
NB dudó un segundo, como si le costara hablar. Musa respondió:
—Nos llamó para interrogarnos. Nos dejó sentados en Ops alrededor de dos horas. Nos hizo preguntas, —¿a los dos a la vez? —Bet esperaba que hubiera sido así. Que Fitch no hubiera presionado todo lo que podía.
NB asintió. Musa también, y ella respiró más tranquila.
—¡Así que soy yo la que tiene que estallar! —exclamó ella—. Él no piensa ponerte la mano encima, en realidad quiere que pierdas el control por mí y cometas alguna estupidez. Así, tal vez, también Bernie cometa un error.
Los ojos de Musa se iluminaron de pronto por esa idea. NB contestó con voz grave y desgarrada:
—Te va a meter en ese almacén, Bet, eso es lo que pasará…
Ella sintió frío. Se quedó helada en su sitio. En ese momento supo que McKenzie y Williams, que estaban al principio y final de la cola, tenían que estar oyéndolo todo, incluso sin que hubiera otro micrófono.
—Ya lo sé. Lo tengo bien claro. Pero no tenemos otra alternativa. Fitch no nos va a dar ninguna oportunidad, así que hay que mantener la calma. Puede arrestarnos, a cualquiera de los tres. Puede preparar algo como lo de la droga, y eso significa presionar a Bernie, ¿me oís? Los tíos como nosotros no importan allí arriba. Ni tú ni yo pasamos por la mente de Fitch ni una vez al mes. La guerra de Fitch es con Bernie, no sé nada más, pero eso está claro. Algunos de los de la tripulación de alterno, en el puente, deben de ser gente transferida, como Bernie. Gente que no quiere saber nada de Fitch. Los otros deben de ser los protegidos de Fitch. Y lo mismo pasa en las cubiertas. Lindy Hughes está apunto de irse de este turno, ahora; pero si Fitch no tiene aliados aquí, encontrará a alguien que pueda asustar o comprar. ¿No os parece?
No contestaron. Pensaban. Williams se tomó su galleta y su té y les llegó el turno de tragar algo y tratar de armar las piezas dispersas del rompecabezas.
—Está arruinando el funcionamiento de Ingeniería —explicó Musa—, está sacando a la gente de su turno, molestando a Bernie en sus operaciones y forzando transferencias, pero no nos toca a nosotros. La gente está loca, la cosa está que arde y no hay válvulas para aflojar la tensión.
—Tenemos que ser amables con ellos —dijo Bet, y se tomó un gran trago de té para bajar el desayuno, pero el té caliente le lastimó el labio. Empujó a NB con el codo—. Tenemos que ser especialmente amables. Incluso si se ponen pesados. Los estamos metiendo en algo espeso, muy denso, y tenemos que facilitarnos las cosas al máximo.
—Están hasta la coronilla —dijo Musa—, y tal vez estén furiosos, pero no son tontos. Tienen contactos con principal. Tengo que hablar con Freeman.
NB asintió, más tranquilo. Se había metido la galleta en el bolsillo y solamente tomaba té. Tiene el estómago revuelto —pensó ella— está sin apetito; pero estaba allí, seguía las ideas con la mente, eso por descontado. Confiaba en él a pesar de que veía que le temblaban las manos.
—Tengo dos preguntas rápidas —dijo Bet—. ¿Dónde está Orsini ahora? ¿Dónde estaba el capitán anoche?
—Buena pregunta —dijo Musa después de pensarlo.
—¿Qué cono hace Wolfe en esta nave? ¿O es que Fitch es el dueño de todo?
Era una pregunta que asustaba, que podía tomarse como parte de una acusación de motín. Y Bet pensó en la posibilidad de que sus palabras cruzaran el límite de ese círculo de tres.
—No es un activista —dijo Musa con la voz tan baja como pudo.
—¡Mierda! —dijo ella, con asco e irritada. ¡Dios! Tenía nostalgia por el África. Tal vez podía decirse que Porey era un hijo de puta y un perro, pero no había ninguna duda de quién estaba al mando.
Daba miedo pensar lo que estaría pasando en el mando de la Loki, y trató de relacionarlo con el hombre sutil pero frío que había conocido una vez en aquella oficina de la estación.
Ese hombre no era ningún estúpido. No parecía dispuesto a esconderse en su cabina. Era ese tipo de hombre capaz de dispararle a cualquiera a sangre fría.
Era un buen capitán, sí. Tenía que serlo para poder mantener entera una nave como la Loki durante los años de la Guerra. Pero una no sabía por qué bandos había apostado, ni cuántas veces. Ni siquiera a qué bando pretendía apoyar ahora.
Capitán de una nave fantasma, fantasma sin duda alguna. A Bet no le gustaba nada.
Era realmente extraño no ser los únicos que se dirigían a Ingeniería. Freeman, Walden, Battista y el resto fueron hacia el anillo en dirección opuesta a la acostumbrada y firmaron con Ely y su tripulación al mando de Smith… Liu estaba seria, como preocupada, y contestaba con palabras breves y en voz baja. Smith estaba un poco triste, se notaba por el gesto de su boca después de hablar con Bernstein, como hacía todas las mañanas.
Bernstein los vio llegar y se acercó furioso, incluso antes de ver los daños de cerca.
—¡Mierda! —exclamó.
—Estuve discutiendo con una pared —dijo Bet—. ¿Puedo hablar con usted, señor, en privado?
—Cinco minutos —dijo Bernstein, y acto seguido fue con Smith a arreglar algo, mientras los demás se acomodaban y Musa se llevaba a Freeman, Battista y los otros transferidos hacia el rincón. Habría conversaciones rápidas y tensas allí abajo.
NB le puso la mano en el hombro y lo apretó con dulzura.
—No se te ocurra hacer estupideces —le advirtió Bet—. ¿Me oyes?
El era capaz de entrar en la oficina de Fitch y matarlo. Bet ya pensaba hacerlo si la cosa llegaba al punto de que la encerrara en un almacén sin trank. Había que acabar con el problema principal y dejar la nave en manos de Orsini. Por lo menos, Orsini les daba a todos una oportunidad.
Se podía pensar así cuando una sabía que, de cualquier forma, estaba sentenciada.
—¿Me oyes? —insistió Bet.
Él asintió, hizo un ruidito forzado que parecía un «sí», como si estuviera tan asustado que no pudiera decir nada y no supiera cómo hablar con la gente sin llegar a enloquecer.
—Es trabajo de equipo —le dijo. Él respiró hondo y asintió como si realmente se lo creyera. Cogió la planilla de datos y se fue a hacer su trabajo solo. Como siempre.
—Señor —dijo Bet cuando Bernstein volvió con ella. Se metieron en el rincón—, ¿fitch tiene algún problema con usted?
No era lo que Bernstein había esperado oír. Era impertinente y tal vez no fuera una información que quisiera compartir con el primero que le preguntara.
—¿Dio señales de algo por el estilo?
—Tengo esa sensación.
—¿Qué pasó? —preguntó Bernstein.
—Me hizo quedar de pie, me preguntó sobre las drogas, me golpeó un buen rato y al final dejó que me fuera. Pero tengo la sensación de que no ha terminado, y de que no tenía nada que ver con Hughes. Tengo la impresión —agregó casi con un suspiro tenso— de que está decidido a ir contra este turno, y no es por NB… No le pido que me informe, pero quiero decirle que eso es lo que pensamos y que estamos preparados. Y algo más, señor: no es un secreto en los dormitorios. Se sabe lo que pasó anoche y hay muchos que no quieren a Hughes y a otros muchos no les gusta el señor Fitch, señor. Con su permiso, señor, pero muchos no creen que lo que pasa en este turno sea justo y sienten que están abusando de esta tripulación.
Bernstein apoyó las manos en su cinturón, miró la cubierta un momento y después la miró a ella.
—¿Y Fitch la rescató?
—Sí, señor. —Ella se sentía cada vez más acorralada; se preguntaba si debía explicar más o si eso empeoraría las cosas—. Me arrestaron con un cargo. Luego buscaron y encontraron a ese tipo…
Se dio cuenta de que Bernstein no le estaba prestando atención. No le importaban ni sus antecedentes ni el asesinato. Lo que le preocupaba realmente era la conexión con Fitch y la cuestión de para quién trabajaba ella, ahora que estaba tan metida en el asunto y tan cerca de él. Se calló y esperó a que él lo pensara.
—Mejor será que ahora sea inteligente —dijo Bernstein—. Muy inteligente. ¡Quiero la verdad! ¿Usted es de Mallory?
Eso la hirió tanto que le pareció que se le venía el mundo encima.
—No, señor.
—Orsini tenía esa idea.
Iba a temblar de nuevo, pero trató de no demostrarlo, y de contenerse para que no le temblara la voz.
—¿Esta nave tiene problemas con Mallory? —preguntó ella.
—Orsini se lo preguntaba. Nada más… Con que milicia en Pan-paris, ¿eh?
—Sí, señor.
—¿Me está mintiendo, Yeager?
—No, señor. —Mientras le corría el sudor por el pecho y el aire le parecía muy caliente y muy frío al mismo tiempo—. Hice muchas cosas, y las costumbres no se olvidan.
—Yo creo que me está engañando.
Lo observó desesperada. Pensaba que ya no había posibilidad de volver atrás desde el punto en que estaba. Con esa pregunta ya no se podía retroceder. Si él desconfiaba de ella, era la muerte. Así de simple.
—África —dijo entonces, con la boca muy seca—. África, señor. Me separé de mi nave en Pell. La miró.
—¿Tripulación?
—Tropa.
El silencio se quedó suspendido en el aire.
—No tengo nada contra esta nave, señor —le dijo—. Es verdad. Lo único que quería era salir de las estaciones. —Hubo otro silencio, todavía más largo—. Le doy todo lo que tengo, señor. Usted es un buen oficial. Me ha preguntado y le he contestado. Es lo único que puedo hacer, señor.
—¿Alguien más lo sabe?
—No, señor.
Bernstein se frotó la nuca de nuevo. Meneó la cabeza. Después la miró de reojo.
—¿Obedece las órdenes?
—Sí, señor. Las suyas.
—¿Golpeó a Fitch?
—No, solamente lo asusté, lo irrité, señor, porque pensaba que me iba a dejar marcas. Es la única defensa que tengo, señor, que la gente sepa lo que hace ese hombre, es lo único que se me ocurrió. Tal vez, hacer que se redacte un informe sobre su forma de comportarse. No sé si fue una actitud inteligente.
—Muy inteligente —dijo Bernstein—. Hasta ahora. De ahora en adelante… Mierda, tiene que tener cuidado, Yeager, ¡mucho cuidado!
Bet respiró hondo.
—Sí, señor. Eso lo tengo bien claro, como todos. Pero hay otros que nos apoyan en el asunto de Hughes, como McKenzie y su grupo, Williams, Gypsy Muller y sus amigos. Nadie está a favor de Hughes ahora. No en los dormitorios. Eso hemos ganado, señor.
Bernstein digirió esa novedad sólo durante un segundo. Después:
—¿Fue a la enfermería?
—No, señor.
—Vaya inmediatamente.
—Puedo…
—Ha de llevar la documentación necesaria.
—Sí, señor. —De pronto lo comprendía—. ¿Pero qué les digo?
—Que la puerta del armario de NB la pilló. Que Musa y Freeman vayan con usted. Quiero testigos.
—Musa… —protestó.
—NB está de guardia, y no puede ir a ninguna parte. No quiero que usted se quede por el camino.
—Sí, señor —dijo en voz baja—. Gracias, señor.
Pero por dentro tenía miedo. Miedo de ir con los meds, y dejar a NB a cargo de la situación. Pensó en montones de cosas que podían salir mal y dispararse de pronto, y sintió ese tipo de inquietud supersticiosa que le sobrecogía antes de dar un salto. Si se dejan las cosas sin acabar, después se vuelven contra una misma. Te vienen problemas que ni siquiera hubieras soñado.
Casi siempre el destino era lo que podía acabar contigo. Y si dejabas un hilo sin atar, estabas perdida.
Se detuvo como si fuera una cobarde y miró a Bernstein. Quería… Dios sabía que lo que quería era preguntarle qué pensaba, que la consolara. Pero eso no era lo más importante. Si Bernstein decidía que no confiaba en ella, eso no iba a ser lo peor que podía pasarle.
Lo peor era lo irracional. Ese tipo de cosas que iban mal justamente porque confiabas en ellas y entonces… la muerte.
—Señor…, lo que le dije de mí…, no creo que a NB le gustara, si se enterase.
—Yo tampoco lo creo —dijo Bernie.