18

Por supuesto que llegaba tarde. Irrumpió corriendo en Ingeniería.

—Aquí estoy, señor. —Bernstein la miró un momento con los ojos muy abiertos. A Bet se le revolvió el estómago.

—Como todo el mundo. ¿No cree?

—Sí, señor —respondió rápida y con voz severa, y fue a revisar la planilla de control.

Estuvo un rato sin hablar con nadie. NB y Musa estaban haciendo las rondas y los informes. Nada de trabajos en el taller, ni de arreglos; últimamente alterno no hacía reparaciones, principal era el turno que se ocupaba de ese trabajo ya que contaba con tres veces más personal que alterno. La lista que Bernstein había escrito debajo de su nombre era corta: ayuda en el control de calibración. Ver a Musa.

Y eso fue lo que hizo.

—Te aseguro que no está contento —le comentó Musa, y no se refería a Bernstein precisamente.

—Ya, bueno —el tema le producía una leve sensación de desasosiego. Se centró en lo suyo, pensando que NB podía apañárselas y que lo importante en ese momento era la buena voluntad de Bernstein—. Ayuda en el control de calibración. La lista dice que te consulte.

—Te lo mostraré. —Musa la llevó a los tres tableros de la estación—. Está furioso —dijo entre dientes—. He tratado de hablar con él pero se niega. No razona bien y Bernie se ha dado cuenta de que pasó algo. Le he pedido un poco de tiempo y dijo que bueno pero me miró…, puedes imaginar cómo. No sé cuánto va a aguantarlo.

—Ya comprendo, por cierto… Hughes me quiso golpear en las duchas esta mañana y ha tenido un accidente.

—Mierda.

—No se ha roto nada. Gypsy y Davies estaban ahí y dicen que seguramente pisó el jabón y resbaló.

—¿Y él piensa decir lo mismo?

—No sé qué, otra cosa puede decir. Yo estaba desnuda de arriba abajo y él vestido, tenemos tres duchas y éramos cuatro, él, Gypsy, Davies y yo. Hasta los ofis saben contar.

Mierda. Ojalá no hubiera dicho «ofis». Por un momento, Musa la miró de manera extraña.

—Ya —asintió Musa—. Hablaré con Gypsy esta noche.

Le explicó la rutina, la mayor parte se refería a los ordenadores: se lanzaba el programa de Calibraciones y se le indicaba el sistema a revisar. El programa hacía verificaciones durante unos minutos y después informaba si había algo fuera de los parámetros preestablecidos.

Era tan fácil como cambiar filtros.

NB andaba por ahí cerca como si fuera a matar a alguien, sin cruzar la mirada con nadie.

Mientras Hughes estaba en enfermería contando todas las mentiras que se le ocurrían.

Recordó a Orsini preguntándole a la doctora, la mañana en que atendió a NB: ¿Alguien más tuvo problemas con esa puerta? Y a la med diciendo, con la expresión más seria y dura que hubiera visto nunca: Todavía no.

Corrió a atender el programa de control, principal ya se ocupaba del taller, el mantenimiento y los arreglos en el núcleo, con los viajes incómodos que suponía, el control de sincronización y otros tantos trabajos horribles. A esas alturas, principal seguramente estaría deseando cortarles el cuello. Mientras una novata de lo más tonta, cuya experiencia real era con armas de campo y armaduras, estaba tratando de aprender a diferenciar los tableros. Bernie no la molestaba ni exigía demasiado a su personal.

No le pedía a nadie en alterno que echara una mano en nada que no fueran operaciones de Ingeniería en tableros o mantenimiento de la cubierta y el taller, sólo eso, tampoco hacía nada que obligara a algún miembro de su tripulación a caminar por lugares solitarios sin compañía.

Y eso significaba algo. Bet estaba asustada, en primer lugar porque quizá la nave no estuviera atendiendo la rutina de mantenimiento correctamente, lo cual podía depender de muchas razones, por ejemplo, que estuvieran a punto de atracar en algún puerto; o que estaban en el espacio y corrían riesgos.

Era posible que Bernie hubiera hecho un pacto con Smith en principal porque no quería que hubiera más accidentes como el de NB.

¿Hasta cuándo?, pensó. ¿Cuánto tiempo va a seguir con esto? ¿Durante cuánto tiempo puede seguir haciéndolo? Recordó lo que había dicho NB, que tarde o temprano Bernie tendría presiones o Musa se cansaría de cuidarlo y Hughes o cualquier otro conseguirían su objetivo.

NB todavía no sabía lo que le había pasado a Hughes esa mañana y debía saberlo. Cuando lo vio al final de la consola principal trabajando, inventó una excusa para acercársele. Mientras, Bernstein y Musa hablaban de algo apasionadamente…, por algún motivo, Bet tenía la incómoda sensación de que ese algo no era precisamente la lectura de los controles.

Era un ofi. Pero un ofi en el que se podía confiar…, en el que había que confiar si es que estaba tratando de saber qué había pasado en las duchas en realidad.

—Musa me ha dicho que estás furioso conmigo. —Rozó el brazo de NB y él retiró la mano instantáneamente.

—Por supuesto que no. ¿Qué motivos tengo? Quería contarle lo de Hughes inmediatamente. Pero no parecía el mejor momento.

—Lo hiciste muy bien.

Parecía que a NB le faltaba el aire, la empujó con fuerza con el hombro, pero Bet se puso frente a él. Fue un milagro que no la golpeara.

—Estuviste muy bien anoche —le susurró Bet entre dientes por encima del rumor constante de la nave—. Todo el mundo estuvo bien, y sobre todo, todos pudieron darse cuenta de que tú estabas bien. De eso se trataba. Anoche fuiste realmente humano.

Las cosas no iban bien. Ramey tenía una mirada absolutamente enloquecida. O se marchaba o la pegaría y no estaba preparada para eso.

Pero NB no hizo nada de eso. Se quedó quieto hasta que el aliento se le hizo más pausado.

—Sí. Me alegro.

—¿Es que no te das cuenta?

No podía hablar, y Bet lo notaba. No quería quebrarse frente a ella ni comentar lo que había pasado, y esa mirada herida la enfermaba como un dolor de estómago.

—La gente se comportó bien contigo anoche, ¿me entiendes?

No, no entendía nada. Nada de nada, joder, estaba…, avergonzado, pensó. Era algo más que la sensibilidad herida de un tripulante de nave mercante consciente de que no podía permitirse el lujo de mostrarla en la Loki. Sabía lo que pasaba, pero no pensaba reconocerlo, no pensaba darse por enterada.

No, lo que le molestaba era otra cosa, pensó Bet recordando cómo se había puesto la noche anterior, totalmente aterrorizado durante un minuto…, y no quería que la gente lo viera así.

Pero ¡qué cono!, tenían que verlo, formaba parte del asunto; los demás tenían que ver lo que le pasaba, y sobre todo, verlo recobrarse y dominarse. Ella no podía ni quería arreglar esa parte del problema.

—Tengo que hablarte —lo llevó hacia un rincón que estaba apenas a un metro de Musa y Bernstein—. ¿Tienes algún problema en especial?

Nada.

—Lo hiciste bien; nadie montó bronca, la gente se sentía cómoda, ¿entiendes? McKenzie, Park y Figi, todos están a bien contigo. Vinieron porque yo se lo pedí, estuvieron ahí todo el tiempo y se portaron bien desde el principio, o de lo contrario habría cortado la situación en seco antes de que pasara a mayores, puedes creerme, todavía me queda algo de sensatez. Cerca de ti sólo estaban McKenzie, Park, Figi y Musa, nadie más. Solamente bebieron un rato y miraron el visor…, no son malos, NB.

Supongo que más allá estaban Gypsy, Davies y tal vez otros seis u ocho… Le dije a McKenzie que trajera a sus amigos, y él sabía que tú ibas a estar ahí igual que el resto de la gente, y si no lo sabían, te aseguro que pudieron verte al llegar y se quedaron de todos modos. Éramos cinco compañeros, nada más… ¿Crees que soy tonta? ¿Que hubiera empezado algo así sin conocer las posibilidades?

Se quedó de pie. No decía nada.

—NB, estuviste bien, muy bien.

Era como si todo fuera un gran galimatías para él. Al menos parecía confundido y perturbado, como si no estuviera entendiendo nada.

O tal vez, en el fondo, era que no recordaba quiénes ni cuántos habían estado o quizá le asustaba pensar en lo que podía haber pasado. Lo habían aislado durante demasiado tiempo como para confiarse en estado de borrachera en presencia de cualquiera; incluso de alguien en quien había confiado a medias estando sobrio.

—No dejé que nadie te tocara —siguió Bet—. Sabes que no lo haría. Te lo prometo.

NB retrocedió hacia la pared, la miró un momento como si Bet fuera una especie de monstruo. Después reclinó la cabeza, volvió la cara y miró al espacio uno o dos segundos sin rabia alguna. Aparentaba estar abatido y cansado, aunque tranquilo, pero en el fondo estaba furioso. Le delataba la rigidez de su mandíbula.

—Tengo cosas que hacer —dijo con voz distante, un poco mareada, un poco en ninguna parte. Se enderezó e hizo un gesto como para irse, pero ella no le dejó.

—¡Aún no he terminado! —exclamó Bet rápidamente, mientras él todavía la escuchaba—. Hughes vino a verme esta mañana, ¿me oyes? Y le devolví una cosa.

De pronto la miró con atención. Estaba asustado.

—No cometas ninguna estupidez —le advirtió Bet—. No te me pierdas de vista, ¡por Dios! Tal vez estés furioso conmigo, pero no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

—Eres tonta, Bet, te van a matar.

—Mmmm, no, te aseguro que no. No te preocupes por mí.

—Fitch… —Bajó la voz hasta que el sonido de la nave la hizo imperceptible, por si Musa y Bernie habían terminado de hablar al otro lado. De momento no podían oírles—. Te lo dije desde el principio, vas a conseguir que te maten, Bet.

No sería bueno para el orgullo de un hombre decirle que Bet había mandado a la enfermería al hombre que acababa de darle una buena paliza… Aunque los de la paliza hubieran sido Hughes y dos más. Lo habían pillado en un almacén de suministros, donde sintió un horror especial ante la idea de quedar atrapado, recibiendo golpes en un lugar cerrado.

—Siempre estuve en naves como ésta —dijo Bet tranquilamente. Era mentira, aunque no del todo—. Te lo dije: hay maneras de golpear a la gente sin ponerles una mano encima, y hay un momento en que puedes hacerlo sin que te cojan. Conozco el juego de Hughes. Lo conozco, y muy bien. Puedes confiar en mí, NB, de verdad. Sé lo que hago.

Todo esto era muy difícil para él. Pero Bet vio en sus ojos que lo comprendía, a pesar de estar asustado y disgustado, vio que no quería llegar a esa conclusión, aunque no le quedaba otra salida.

No. NB no podía llegar tan lejos. Al menos era honesto con ella y dejaba que se diera cuenta.

—Yo estuve ahí —le explicó Bet—. Estuve ahí más de una vez. Es como si te amenazaran con un cuchillo en el vientre. Pero hay que jugársela y aprovechar la oportunidad que se tiene mientras dura. Un grupo de individuos llegó a la fiesta en la que estabas, anoche, y te hicieron bromas, sí, pero amistosas. Ahora tienes que saludarles y no tomártelo a mal. Ellos también tienen su orgullo, y te aseguro que hicieron mucho por ti, mucho. Por lo menos, deberías hacer lo mismo por ellos.

—No pienso hacer nada.

Ella tenía ganas de pegarle. Pero dijo con calma y voz suave:

—No sé qué tienes en contra de ellos, ni por qué. Pero te aseguro que me debes un favor, amigo, y si les das la espalda después de lo que hice, me harás quedar como una idiota. Tú eres quien hará que me maten.

Eso le hirió; no sabía hasta qué punto, pero le había afectado. NB se calló y la miró con furia; se sintió de nuevo acorralado.

Bet temblaba como una novata porque se estaba peleando con un estúpido tripulante de nave mercante que apenas si era un chiquillo cuando ella se presentó como voluntaria en el África. Apenas era un chiquillo cuando ella sabía cosas que él todavía estaba aprendiendo.

A la mierda con él… Ya me doy cuenta de la razón por la que tienes tantos amigos en esta nave, caray.

No lo llegó a pronunciar. Se fue a su puesto demasiado furiosa para razonar con tranquilidad, pero Bernstein la estaba esperando y se merecía verla llegar con una cara tranquila y la cabeza lúcida.

Se dirigió a la estación tres y consultó el ordenador para ver cuál era el trabajo que tenía que hacer ahora.

Quiero verla, decía el mensaje.

Apagó el Sistema y se volvió para irse, pero un oficial del puente se hallaba en el umbral, y el corazón le dio un vuelco.

Era Orsini, y no en viaje de turismo, precisamente.

Orsini saludó a Bernstein con cortesía. Bernstein la miró y le hizo un gesto para que se acercara. Bet se aproximó. Y Musa desapareció por un lado, como si tuviera mucho trabajo que hacer.

—Yeager —dijo Orsini.

—¿Señor?

—Hubo un accidente en las duchas esta mañana.

—Sí, señor.

—¿Usted lo vio?

—Sí, señor.

—¿Qué pasó?

Ojalá Hughes hubiera seguido sus indicaciones sin decir nada más, ni hacer acusaciones…

—No había cola fuera. Supongo que Lindy pensaba que había una ducha libre. Entró cuando me estaba secando y me asustó, o yo lo asusté a él. Debió pisar algo húmedo.

—Se resbaló.

—Supongo que se resbaló, señor.

Hubo un largo silencio de Orsini, y una mirada totalmente inexpresiva mientras el sudor corría por el cuerpo de Bet.

Después, el oficial escribió algo más que una frase en el traductor que llevaba, y dijo:

—Eso es todo, Yeager. Y Bet:

—Señor —mientras él se alejaba.

No quería mirar a Bernstein. Pero no podía marcharse sin saludarlo, era un oficial y estaba esperando.

—Lo lamento, señor.

—¿Qué hizo?

—Trató de golpearme —dijo. Como Bernstein no parecía furioso, prosiguió—: A una mujer enjabonada. Y él estaba vestido. Debió caerse, señor.

—Yeager. —Bernstein respiró profundamente—. Tenga cuidado, maldita sea. Tenga cuidado, por favor.

—Sí, señor. —Bet tembló por segunda vez aquella mañana.

—Tiene un trabajo que terminar en el taller. ¿Quiere ocuparse de ello, por favor? Durante una hora, más o menos. Esta tarde, simulación en estación tres, lo máximo que pueda.

Simulaciones. Sims de Ingeniería. No le ayudaba a relajarse, en absoluto.

Un encontronazo con Orsini, Hughes y sus amigos no iban a acobardarla ahora. Pensar así no era inteligente. Musa creía que ella era una tonta, NB quería matarla y Bernie esperaba que una maquinista sin licencia hiciera funcionar los tableros en una nave de anillo como la Loki.

Perfecto.

Empezó el trabajo de electrónica, hojeó el manual como pudo y descubrió que el problema estaba en la interfase del casco. ¡Oh, Dios!

Una especie de hágalousted-mismo… ¿Y si una no sabía dónde iba cada cosa? Lo verificó todo tres veces, fue a ver a Bernie para preguntarle si el aparato estaba dentro de la instalación o si lo dejaba ahí, y él contestó:

—Es el sustituto del recambio, pero tiene que haber una razón para que dejara de funcionar. Principal todavía la está buscando.

Eso sí que daba confianza.

Esta nave de mierda se está haciendo pedazos.

NB todavía no hablaba mucho en el cambio de turno…, como si cada palabra que decía en voz alta le costara dinero, pero al menos se comportaba de forma civilizada y dócil. Un NB que se sentaba en los tableros y estaba siempre en lo suyo.

—Tienes que ayudarme un poco con eso de los tableros —le pidió Bet—. Bernie me persigue y no sé por qué.

El asintió con un gesto poco comprometido para que no se molestara. En realidad no la miraba.

Estaba segura de que Musa se daba cuenta y que estaba furioso porque NB actuaba de esa manera, pero NB no iba a echarles una mano a ninguno de los dos, sino un noestoy-aquí, no-me-importa, haced-lo-que-queráis.

Conseguía que una tuviera ganas de estamparlo contra la pared, pero no podía hacerlo porque NB haría lo mismo que había hecho cuando vio a Hughes y a sus amigos.

Así pues, NB caminó alrededor del anillo seguido por ellos, y fue hasta el final de la cola de la cena en el rec, sin hablar con nadie, ni mirar a nadie, ni siquiera cuando la gente empezaba a observarle para ver en qué estado de ánimo se hallaba.

Bet y Musa se pusieron en la cola detrás de él, y no se volvió a mirarlos. No parecía vivo.

A la mierda con él.

¿Qué se podía hacer con alguien así?: golpearlo en cubierta. Si hubieran estado en el África, alguien lo habría hecho, sin lugar a dudas.

Pero allí no hubiese sobrevivido.

Recordaba el destello, el horror, el olor de la carne quemada, y el hombre con la granada.

Recordaba a tipos que ya no se escondían.

El hombre se está suicidando. No, ni siquiera eso. Se acaba de ir, se ha ido. No quiere pelear. No quiere pelear y no va a hacerlo hasta que alguien lo empuje.

Peligroso. Sí, es un hombre muy peligroso.

En los tableros.

O en cualquier otro lugar que pueda enfrentarlo con una situación crítica.

—¿Qué tenemos hoy? —le preguntó a NB. Y como él no le respondía y parecía a punto de huir, le tocó en la espalda—. ¿Eh?

Primero no se inmutó. Luego dijo con calma:

—Creo que es carne.

—¡Carne!, y, ¡qué más! —dijo Musa—. Tiene aletas. NB lo miró y Bet apuntó:

—Tenemos que acercarnos a una estación, porque la cosa se pone cada vez peor. —NB reaccionó un poco; como si hubiera vuelto en sí.

—Todavía no habéis llegado al guiso. Eso es lo peor —se lamentó.

Como si él estuviera intentándolo realmente.

—El guiso, o esa cosa con huevo y tocino —dijo—. La verdad es que todavía se notaba que ese jamón había sido un cerdo.

Bet también recordaba haber comido algo que antes tenía sangre caliente en las venas y caminaba, en lugar de lo que crecía en los tanques. Una sola vez en su vida. Arrugó la nariz, un poco molesta.

—Una vez lo probé. El sabor es bueno, pero se siente algo especial…

Avanzaron en la cola.

—¿Dónde lo comiste? —preguntó Musa. No es que desconfiara, era puro interés.

—Un compañero lo consiguió en el mercado negro —le dijo Bet.

Ahí era donde lo había obtenido el África, aunque por otro lado no lo habían pagado. Había sido en el espacio, entre las estrellas, donde se encontraban las naves y los cargueros cogían lo que querían.

Sangre salpicando la pared. Era ese tipo de disparo que no dejaba mucho de un hombre. Lo conoció la primera vez que había estado con el grupo de abordaje.

Esa noche había cerdo. La cocina lo presentó en pedacitos pequeños para toda la nave. Aunque era de imaginar que los del puente tenían rebanadas enteras.

La cola avanzó otra vez.

—Pescado —dijo Musa—. Te advertí que era pastel de pescado.

NB se encogió de hombros. Se quedó de pie ahí, delante de ella, con las manos en los bolsillos, mirando hacia el suelo como si se fuera a marchar de nuevo. Bet alargó una mano y le estiró de la manga.

—¿Estás bien?

La miró extrañado durante un instante. Tal vez asustado, pero al menos se sentía vivo.

—No me dejes sola —le pidió.

No contestó. Los miró hasta que se movió la cola, y Musa lo empujó para que continuara.

NB la miró por segunda vez, como si tratara de confirmar algo que estaba fuera de su alcance, pero cercano, al mismo tiempo.

—¡Oye! —dijo Bet—. No soy el enemigo, ya lo sabes.

Le salió una voz rara, como si un frío le recorriera las venas.

—¡Vamos! —gritó alguien desde atrás—. Eso hacedlo en el almacén, no aquí.

Les llegó el turno. Les dieron la ración. A Musa también le trajeron lo suyo. Era poco espeso, casi gris y olía a pescado incluso por debajo de los condimentos que le habían puesto para realzarle el gusto, disimulados entre las salsas del cocinero. Todo crujía con unas espinas que uno trataba de eludir.

Bet intentaba hacer caso omiso de la manera en que la gente los miraba mientras comían. De cómo cuchicheaban unos con otros. Hughes estaba al otro extremo. Parecía confuso y muchas miradas apuntaban hacia él. Hughes estaba con sus dos compañeros. Mel Jason sentada con Kate y otras mujeres más, todas ellas agrupadas, haciendo comentarios…

Existía un abismo entre ella, NB, Musa y todos los demás, no demasiado grande, pero el grupo era de tres, no cabía duda de eso. Se encontraban al final del banco, hasta que McKenzie, Park y Figi atravesaron la cola y se sentaron allí, deliberadamente.

Tío, pensó Bet, mirando a McKenzie, te debo una.

—Hughes no está hoy muy contento —dijo McKenzie para romper el hielo mientras tomaba un trago de cerveza.

—Lo lamento —dijo Musa.

NB estaba más tenso que una cuerda. Ella lo percibía.

—¿Qué le pasa? —le preguntó a Gabe McKenzie.

—Dice que va a saldar sus cuentas —dijo McKenzie.

—Entonces estás corriendo un riesgo.

—Sí —dijo McKenzie.

Bet pensó en lo que debía y a quién, y en cómo iba a reaccionar NB ante la compañía. ¡A la mierda con él! Justo cuando iba a abrir la boca. Musa dijo:

—Ve y prepara algo para todos. Jugaremos.

Musa tenía buenos modales y sentido común, gracias a Dios.

—Tal vez —dijo McKenzie.

—Sí —dijo ella y empujó a NB con la rodilla—. ¿De acuerdo? NB asintió y murmuró:

—Perfecto.

Fueron a jugar a las cartas en las literas de Park y McKenzie que estaban juntas. Tomaron algo, charlaron; NB y Park eran igual de locuaces. Sin embargo, Figi era, sin duda alguna, un artista con las cartas. Mientras las mezclaba, sonreía, y demostraba que tenía cerebro. Podía recordar todo cuanto aparecía en la mesa.

NB tampoco era malo, lo descubrió entonces. Y Musa era agudo como cabía esperar de un tipo que había hecho grandes viajes con muy poco rec a bordo.

—Con vosotros me voy a quedar pelada —se quejó ella, pensando que había perdido ya dos cervezas y media con Figi.

—Así es como ha llegado a tener ese tipo —dijo McKenzie—, con todas las cervezas que gana.

Figi sonrió y se tomó lo que quedaba en el vaso.

En ese momento se apagó el vídeo y se encendieron las luces en los dormitorios, alumbrando como si fuera de día. Una voz sonó por el interfono:

—¡Inspección!

—¡Dios mío! —dijo McKenzie, disgustado.

—¿Qué cono es eso? —preguntó Park—. Todavía no hemos llegado a puerto.

¡Todos al pasillo central, inmediatamente! ¡No hablen! ¡No aseguren materiales! ¡Si están bebiendo, comiendo o cualquier otra cosa, déjenlo y salgan fuera! ¡No hablen, ni discutan! ¡Muévanse!

—¡Mierda! —murmuró NB y los nervios de Bet se tensaron.

—¡Cállate! —dijo ella entre dientes, asustada por razones que no comprendía del todo. Cuando NB decidía portarse como un estúpido, lo hacía a conciencia, cuidadosamente, y ella tenía miedo de esa actitud. Cogió la cerveza y se fue al pasillo, dejando todo como habían dicho los oficiales. Había seis, todos de pie, juntos. Musa siguió tomando cerveza, otros también y pensó que todo debía ir bien. Llegó el grupo de oficiales y empezó por el otro extremo.

Cuando hacían una inspección en los dormitorios de las tropas, no se podía tomar cerveza, había que tragársela y estar listo para entrar en acción. Escupías todo dentro de la bolsa que colgaba en la litera, y se quedaban de pie en el pasillo en posición de firme sin que se les pasara por la cabeza tomar cerveza mientras los oficiales lo revisaban todo y anotaban lo que no parecía estar en orden. Que Dios se apiadara del que tuviera drogas o armamento sin declarar en el armario.

La gente hablaba entre dientes en voz muy baja y se movía un poco para murmurar, en los sitios donde no estaban los oficiales. Bet oía ese murmullo por encima del ruido que hacía la nave.

Después entraron dos oficiales más: Orsini y Fitch, juntos.

—¡Dios mío! —dijo alguien.

Bet echó una mirada a NB, había tensión en su mandíbula, mientras tomaba un trago deliberado y lento de la cerveza que tenía en la mano y miraba con rabia hacia Fitch.

Permanecieron así hasta que la charla murió por completo en el área.

Fitch hacía su ronda de cada mañana, y Orsini estaba de guardia en el período de rec, los dos revisaban todas las literas, una por una, y todo el equipaje, el de principal y el de alterno.

La búsqueda había empezado cerca del vídeo, por cuatro oficiales jóvenes que Bet no había visto nunca, aunque probablemente formaban parte del personal del puente, incluso del de alterno. Las literas crujían al momento de dárseles la vuelta: los oficiales revisaban los depósitos, cosa por cosa, pero con bastante rapidez.

Un momento muy raro para buscar drogas —como decía Park—. No tenía sentido empezar a rastrear algo que hacía ya tiempo que habría subido a bordo. Quizá se había perdido alguna cosa, tal vez una botella de los oficiales, o el capitán no encontraba su reloj. Seguramente era un control de objetos robados —si es que realmente iban a puerto— para cerciorarse de que no se sacaba nada de la nave para cambiarlo por alcohol. Sí, debía de ser eso.

De todos modos una se ponía una muy nerviosa y empezaba a revisar mentalmente todo lo que había subido a bordo por si tenía algo que estuviera prohibido.

No, nada de lo que ella había traído era prohibido, estaba segura, se había leído esa lista con mucho, mucho cuidado. Por suerte acababan de pasar la litera de NB sin problemas.

Ahora les tocaba el turno a ellos. Los seis se quedaron de pie sin hablar, mientras los oficiales daban la vuelta a la litera de McKenzie, a la de Park, a la de Figi, y a la de los que estaban al otro lado del pasillo. Continuaron hacia los dormitorios.

Ahora arriba, por la escalera.

Nada de lo que tengo es ilegal, por favor, Dios mío, suplicaba Bet.

Tomó un traguito de cerveza, se sentía rara, la nave era un infierno para ella por muchas cosas. No podía dejar de preocuparse, sobre todo sabiendo que tenía enemigos: algún hijo de puta con conexiones a nivel del puente y que quería arreglar cuentas con ella acababa de pasar el mensaje.

Yeager —llamó el interfono—. Al área de su litera.

¡Mierda!

Bet respiró hondo y empezó a pedir disculpas para pasar. Sintió que alguien le palmeaba la espalda y otro le apretaba el brazo.

Uno era Musa; el otro, NB. Lo miró y se encogió de hombros.

—Debe de ser el visor —dijo esperando que así fuese.

La dejó ir. Subió la escalera y se dio cuenta de que los dos oficiales de guardia la seguían. Ni siquiera les miró por encima del hombro; caminó directa hasta donde se habían reunido los cuatro inspectores que se hallaban colocados alrededor de su litera, a la que habían dado la vuelta, con el depósito a la vista.

La caja que olfateaba droga se había vuelto loca, la luz roja parpadeaba sin cesar y había un paquete de cápsulas esparcidas sobre sus cosas, delante de todo el mundo.

—¿Es su litera? —preguntó uno.

—Sí, señor —dijo ella—. Pero yo no puse eso ahí.

En el momento en que aparecieron Orsini y Fitch, la tripulación de inspección les contaron cómo lo habían encontrado en su taquilla, claro. Orsini le preguntó si tenía alguna receta:

—No, señor, pero no es mío.

—¿De quién?

—De Hughes, señor. Me dijo que tenía algo para mi dolor de cabeza y que me lo iba a dejar en la litera.

—¿No pensó en ir a la farmacia, Yeager?

—No sabía que hiciera falta receta, señor, tal vez la consiguió esta mañana. Usted sabe que tuvo un accidente; supongo que pensó que las cápsulas no eran demasiado fuertes y que no valía la pena preocuparse.

Orsini sujetó el paquete entre las manos.

—Queda por ver si es una prescripción médica.

—Sí, señor.

—Quiero saber dónde estuvo Hughes —dijo Fitch.

Pero no tenían un olfateador de presencias, ¡qué lástima! No había forma de rastrear en manos de quién había estado eso antes.

—Me gustaría señalar, señor, que si estuviera pasando contrabando, lo haría en un envase mejor.

—¿Quiere que anote eso, Yeager?

—Sí, señor. Sé cómo se pasa y cómo no se pasa la droga. Una bolsa de plástico no sufre ningún control.

—¿Quiere decirnos algo más? —preguntó Orsini.

—No me importa ofrecerme a una prueba, señor. No tengo nada en mi Sistema, excepto la última dosis de trank.

Fitch levantó el visor y metió una ficha. Se quedó callado un momento, mirando. Después apartó el aparato y la miró con frialdad.

—Será mejor que venga a Administración, Yeager.

—Sí, señor. —Y fue a donde le indicaron. Atravesó el pasillo, y bajó por la escalera, unos pasos por delante del resto.

La tripulación murmuraba, pero cuando pasó Bet, se callaron. Vio a NB, y la mirada de pánico en su cara. No estaba donde esperaba, y tampoco Musa, que se hallaba aferrado de su brazo. Lo que NB pudiera hacer la asustaba, así que le echó una mirada de no-teconozco y siguió caminando, tan tranquilamente como pudo, porque Fitch estaba allí, e iba a tener en cuenta cualquier tipo de comunicación que intentara con él, lo anotaría en su informe.

Llegaron a la puerta, caminaron por el rec y el transmisor general empezó a ordenar a Lindy Hughes que se presentara en la oficina de Orsini.

Eso al menos le daba alguna satisfacción. Si iba a terminar como se imaginaba, empezando con preguntitas sin importancia y concluyendo con preguntas que ella no quería responder, entonces no le preocupaba tanto quién lo hubiera hecho, pero quería hacer disparos certeros y llevarse con ella a los más importantes.

Le hicieron detenerse en enfermería para hacer las pruebas. Se alegró.

—No tengo nada en el Sistema. Sólo el trank —le dijo al med—. Eso es lo que va a encontrar.

—Eso espero —dijo Fletcher.

Estaba tranquila. Pero no respecto a la entrevista en la oficina de Orsini.

Al llegar, apareció Bernsteín y preguntó:

—¿Qué demonios es todo esto, Yeager?

—Ojalá lo supiera, señor —pensando que eso era mucho decir en esas circunstancias, estando aún fuera de la oficina de Orsini mientras éste abría la puerta para dejarla pasar.

Procedimiento civil. Oficiales civiles con prerrogativas no muy claras, superposición de poderes hacia arriba y hacia abajo. Eso la ponía nerviosa, pero tener a Bernstein cerca era un alivio, incluso pensando que el hecho podía provocar a Orsini.

Entró y se quedó de pie en una posición informal. Orsini entró, se sentó en su escritorio y tocó un botón de la consola.

—Estamos grabando.

—Sí, señor.

—Sigue diciendo que las pastillas son de Hughes.

—Tengo razones para creerlo, sí.

—¿Por qué?

—Me las prometió.

—Después del accidente con la puerta.

—De la ducha, señor.

—No se haga la lista.

—Sí, señor.

—¿Es amigo suyo?

—No, señor, no mucho. Pero si me dice que me va a dar algo, no tengo por qué desconfiar.

Orsini anotó en su traductor, la miró.

—Usted es muy lista, Yeager.

—Lo lamento, señor.

—¿Le gusta Hughes? ¿Tiene quizá algún problema personal con él?

—Si me puso una trampa, sí, señor, entonces tengo un problema personal con él, pero todavía no lo sé.

—Insiste en que sólo le prometió pastillas para el dolor de cabeza.

—Digo lo que dije antes, señor.

—Usted sube a esta nave, Yeager, y se mete en peleas, creando discordia en mi turno, e inventándose problemas continuamente, ¿no le parece?

—No, señor. No hubo peleas, señor.

—Lindy Hughes se resbaló, entonces…

—El baño estaba enjabonado, señor. Probablemente estaba jugando. Supongo que así fue, señor.

Hizo otra anotación en el traductor, siempre en silencio, pero hubo un cambio en esos ojos negros que la miraban de nuevo.

—¡Dios!, odio a los que se pasan de listos. No era el momento de decir nada. Bet esperó con las manos en la espalda.

—Dígame, Yeager…, ¿usted es inteligente o solamente lista?

—Espero ser inteligente, señor.

—¿Sabe cómo la llaman en el puente?

—No, señor.

—Siempre lista. La mierda no se le queda pegada, ¿no es cierto?

—Trato de no pisar mierda, señor.

—Otra vez la espabilada…

—Lo siento, señor.

Orsini inclinó la silla hacia atrás, con las manos cruzadas en el medio y la miró un rato largo.

—Usted entró en esta nave con papeles firmados por su último capitán. No tiene el grado que dice tener, ¿verdad?

—Maquinista, señor.

Mantuvo una larga mirada con sus ojos negros observándola atentamente, muy larga.

—¿Hughes trató de golpearla? Sintió que transpiraba.

—No me atrevería a afirmarlo, señor.

El transmisor sonó de pronto con un sonido agudo. Orsini lo cogió en privado, con el auricular, y mientras seguía mirándola, escuchaba.

—Gracias —dijo a quien quiera que fuese—. Dolor de cabeza, ¿eh?

—Sí, señor.

—No es una prescripción para Hughes. Es nieve. ¿Conoce el término?

Era peor de lo que pensaba, entonces.

—Sí, señor.

—Todavía cree que es de Hughes.

Meditó un momento, con el corazón en la boca, mientras Orsini la miraba con dureza.

—Creo que si eso es lo que quiere… entonces no es mi amigo.

—¿Alguna vez pensó en entrar en la diplomacia?

—No, señor. —Odiaba los ataques por la espalda. Orsini era de ese tipo.

—¿Está limpia?

—Sí, señor.

—¿De dónde cree que vino el paquete?

—Alguien me quiere meter en graves problemas, señor. Otra vez se hizo un silencio muy largo.

—¿Por qué?

—No lo sé, señor.

—Siempre lista. ¿Dónde aprendió a comportarse de esa forma?

—He estado en muchas naves, señor. —Se obligó a cambiar el peso de pierna, a estar más tranquila, como lo haría un civil—. Y en la milicia de estación. Pan-paris.

Tal vez se lo creería. Tal vez no. La miró con la ceja levantada, y prosiguió:

—Milicia, ¿eh?

—Sí, señor.

—¿Qué rango?

—Especialista.

—¿En qué?

—Técnico en armas, señor.

Caviló, mientras se movía en la silla.

Finalmente, dijo:

—¿De qué tipo?

—De lo que pudiéramos conseguir.

Demasiado cierto, sí, sobre todo en los últimos años en que todo se venía abajo. Bet sintió que el pulso en su cabeza cambiaba de ritmo, mientras Orsini seguía con su movimiento leve y tranquilo sobre la silla.

—Puede esperar fuera.

No sabía cómo quedaba la cosa. Con Orsini era imposible saber nada.

—Sí, señor. —Y abrió la puerta para salir.

—Que venga Hughes.

Hughes estaba fuera, sentado en el banco contra la pared. También Bernstein y Fitch, que hablaban en voz baja.

—Tu turno —le dijo a Hughes.

Hughes se levantó y la miró con furia cuando se cruzaron. Ella se sentó en el lugar que él había dejado vacante, mientras Bernstein y Fitch seguían hablando. Bernstein estaba tan tranquilo y razonable como si estuvieran hablando del menú de la cena, y no de NB Ramey.

—… no hay duda —decía Bernstein ante las objeciones de Fitch—, está mucho mejor, nada de informes de enfermedad, nada de problemas…

—Ese hombre siempre es el centro de algo, no me sorprende que esté en medio de todo lo que pasa. —Fitch hizo un movimiento con la mano y se llevó a Bernstein más lejos para que ella no pudiera oírlos.

Dejó de oír las voces. La cara de Fitch seguía enojada, la de Bernstein, llena de preocupación.

Tenía que estar oscureciendo para alterno, faltarían unos treinta minutos más o menos, y eso quería decir que el período de superposición de noche de alterno y amanecer de principal se estaba terminando. Y lo mismo pasaba con la jurisdicción de Orsini, a menos que Orsini pensara quedarse despierto todo el día, cosa que no era muy probable.

Tampoco Bernstein podría hacerlo, sobre todo si tenía a un miembro de su equipo arrestado y a NB bajo consideración de arresto, sólo Dios sabía con qué cargos, pero Bernie tendría las manos llenas al día siguiente, atendiendo los tableros él solo, a menos que sacara a alguien de principal ya mismo y lo volviera a meter en la cama o a menos que Orsini dejara que alguien trabajara veinticuatro horas seguidas en los tableros…

Fitch acababa de empezar a hacer preguntas.

Por ejemplo acerca de NB.

G Qué cono puede haber hecho?

Dios mío, ¿lo persiguen por culpa mía?

Si Fitch lo acorrala, ¡quién sabe lo que puede llegar a hacerle, tal vez buscarle, en uno de sus ataques tan raros y que al final lo saquen de los tableros, y lo encierren! Eso lo mataría, terminaría con él de una vez por todas

Eso si no le salta encima a Fitch y…

Y si Fitch no lo induce… pero, sí, Fitch lo haría.

Se quedó allí, mirando la pared mientras pasaban un par de miembros de la tripulación del puente y un técnico de administración de principal, escuchando las pocas palabras que llegó a oír de Fitch o de Bernstein. Por lo que podía ver por el rabillo del ojo, Bernstein parecía preocupado; pensó que, en realidad, Bernstein no debía tener derecho a estar allí una vez que sonara el toque de queda y la guardia pasara a manos de Fitch, porque podía ordenarle que se fuera; Fitch podía ordenar lo que quisiera a quien quisiera…, excepto, quizás, a Orsini.

¿Que Orsini siga en el caso?

Bernstein y Fitch dejaron de hablar.

Bernstein se quedó ahí con mala cara, pero Fitch caminó un poco anillo arriba y dio una orden por el transmisor de bolsillo dándole la espalda para que no lo escuchara ni le leyera los labios.

Bernstein caminó hasta ella.

—Ese paquete era nieve.

—Sí, señor, me lo dijeron.

—Están sacando a la mitad de Ingeniería de principal y poniéndolos en alterno.

—¿Qué van a hacer? —Sintió que el pánico le invadía la cabeza y luchó contra él. No tenía sentido dejar que le corriera la adrenalina por el cuerpo, no la ayudaría a pensar, no había nada contra qué pelear—. No pusieron nada en las cosas de NB —añadió ella.

—Musa está limpio, y eso ayudará. Tranquila. Usted tiene un buen testigo.

—¿Arrestaron a NB?

—Para interrogarlo. Unas preguntas, nada más.

Era como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago. Por un segundo no pudo respirar. Pero su mente siguió elucubrando, pensando en él, en los espacios cerrados y pequeños, en él y en su temperamento y en Fitch metiéndolo en su oficina. Maquinó la forma de detener eso y se le ocurrió sólo una cosa.

—¿Qué resulta si le digo a Orsini que el paquete es mío?

Bernstein frunció el ceño, e hizo un gesto rápido y duro; Bet pensó en ese mismo momento que «resultar», así, no era una forma civil de hablar, y que tenía que haberlo notado. Bernie estaba haciendo cuentas en alguna parte, en medio del lío en que estaban metidos. Estaba muy, muy preocupado y a punto de matar a Hughes con sus propias manos.

Porque los habían metido en una trampa, y ella debería haberle roto el cuello. ¡A la mierda con la posibilidad de que la atraparan, a la mierda con todo! La posibilidad de que Lindy Hughes se vengara era de un ciento por ciento, y aunque lo sabía. ¡Mierda!, aunque lo había sentido en el intestino mismo, no había hecho lo que debía hasta que llegaron Gypsy, Davies y Presley. Entonces era demasiado tarde para hacerlo.

Así que cuando te equivocabas, lo cubrías, Bet Yeager. Lo mismo que en medio de una batalla.

—Es un cargo con detención —dijo Bernstein en voz baja—. Si tiene suerte. No se puede salir de esta nave, Yeager. No hay salida, ¿me entiende? Usted no tiene antecedentes, tiene un buen informe de trabajo, pero ya sabe lo que le pasó a NB.

—Estoy preparada para sobrevivir. Y me voy a vengar de Hughes, se lo haré pagar…

Se lo estaba diciendo a un ofi. Pero Bernie lo entendía, era alguien al que se le podía confesar eso y saber que mantendría la boca cerrada el día que Hughes tuviera un feo accidente.

—Creo que será mejor que hable con Orsini —dijo Bet—, antes de que suene el toque de queda.

—Mierda —dijo Bernstein—. Mierda…

—Sí —dijo ella, respiró hondo y se sintió un poco mejor—. Pero los espacios cerrados no me molestan. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Tengo que hablarle. ¿Cuánto tiempo tenemos?

Bernstein controló la hora en su cronómetro.

—Tres minutos.

—¡Dios mío!

Bernstein se acercó a la puerta de la oficina, dudó medio segundo.

—Señor Bernstein —dijo Fitch desde detrás de los dos.

Bernstein tocó el botón.

La puerta estaba trabada, claro.

—Señor Bernstein.

Mientras, sonaba el toque de queda.

—Qué estupidez —pensó ella. Son juegos de poder en la cima del mando, pero era válido.

Había pasado el turno de alterno, Bernie miró en dirección a Fitch y dijo con lentitud deliberada:

—Sí, señor Fitch.

—Yeager —dijo Fitch invitándola con un movimiento de la mano. No se podía decir que no. Ni siquiera Bernstein podía hacerlo. Bernstein no podía hacer nada con Orsini que se negaba a abrir la puerta. Había un guardia de Seguridad armado en el pasillo, mirando todo lo que ocurría; es más, había dos de ellos, hombres que Fitch mismo debió elegir en los muelles, o donde fuera.

Probablemente Orsini pensaba que el que llamaba a la puerta era Fitch, y no pensaba abrir para charlar con él. Más juegos de poder entre los oficiales de guardia, ¡diablos!, nada de Wolfe, todo el comando ocupado con su propia política y un tonto como Hughes tenía a su favor el oficial del puente, el oficial de los tees, ese hijo de puta con el que seguramente se acostaba. Lo suficiente para salvarse de un cargo de homicidio.

O Fitch había estado persiguiendo algo con que eliminar a Bernstein hacía mucho, mucho tiempo y lo que hacía era su forma de vengarse por haber tenido que esperar tanto.

Por eso, dijo, con docilidad:

—Sí, señor —se levantó del banco y fue a donde le indicaba Fitch. Esperaba que Bernie hiciera algo por ella.

La oficina de Ficth era la puerta contigua.