—Tenemos un pequeño problema —le dijo a NB cuando lo alcanzó en la penumbra junto a su litera, cerca del vídeo—. No hagas preguntas, ven, rápido.
Lo llevó hasta la escalera:
—Vamos, no te preocupes, no es nada grave.
—Mierda —parecía confundido.
Subió delante de ella por la escalera…, mucha confianza por parte de un hombre al que habían emboscado hacía poco.
Lo tomó del brazo y lo llevó hacia su litera; él empezó a resistirse.
—¿Dónde está Musa? —preguntó.
—Musa está donde tiene que estar. Cállate, quédate tranquilo y no me des problemas. —Se adelantó entre él y la pantalla de plástico, inclinó la litera y sacó la botella, el visor y las fotos de Ritterman. Lo puso todo en el suelo y después bajó la litera de nuevo—: Siéntate. Y no llames la atención, cono. —Cuando NB se sentó, ella se dejó caer a su lado, buscó la botella y tomó un trago—. Toma.
Él aceptó. Tomaron un segundo trago y ella se le acercó acomodándose con una pierna en la litera y la otra sobre sus rodillas.
—Caray —dijo él, comprendiendo.
Hizo un gesto como para darle la botella y levantarse, pero Bet cruzó una rodilla en su camino y pasándole los brazos alrededor del cuello, le dijo bajito cerca del oído:
—Nadie ha dicho que no podamos divertirnos. Se trata de no hacer ruido ni volcar la botella.
Se quedó inmóvil. En unos segundos se tranquilizó y empezaba a calentarse. Volvió a la litera. Ella también y se las arreglaron para no volcar el vodka.
—¿Dónde está Musa? —preguntó él mientras se quitaban la ropa.
—No lo sé. Ordenando algunas cosas. Yo me encargo de tenerte donde no puedas meterte en problemas.
—Mierda. —Lo repitió varias veces, pero después ya no pudo decir mucho más.
Los hombres siempre tienen problemas primarios con el sexo y las prioridades, o quizá fuera porque tenía la vida destrozada, el caso es que NB estaba muy ocupado cuando apareció McKenzie.
—¿Molesto?
—Adelante —invitó ella y aferró a NB, que intentaba salir de la litera—. No pasa nada. McKenzie, viene a pedirme prestado el visor.
—¡Claro, claro! —farfulló NB.
—Es cierto —dijo McKenzie y tomando el aparato se sentó sobre la cama—. ¿Eso es vodka?
—Sí.
—Disculpad —se excusó NB; estaba frío de arriba abajo, pero Bet lo tomó del brazo antes de que pudiera escaparse.
—No, no —insistió ella—. NB, Gabe es un amigo.
—¡A la mierda con eso!
—No hay ningún problema —dijo McKenzie tranquilo, y Bet enredó una pierna alrededor de la de NB para ayudarlo a sentarse. McKenzie buscó el botón de encendido del visor, puso una ficha y miró.
—¿Qué te parece?
—¡Guaaau! —exclamó McKenzie—. Esto sí que es algo.
—Déjame ver. —Bet cogió el aparato. NB seguía sentado allí como un cubo de hielo. Miró un segundo y le pasó el visor a NB.
—No me interesa.
—No seas pesado. —Bet buscó el vodka y le devolvió el visor a Gabe—. Toma.
—¿Dónde está Musa? —preguntó NB sin expresión en la voz, mientras rechazaba el trago.
—Musa está bien. Toma un poco.
—Me voy de aquí, cono.
—¿Quieres salir por ahí y meterte en problemas?
—El único problema está aquí.
—Te aseguro que no. —Empujó la botella con las manos—. Vamos. Gabe sólo me hace una visita, nada más. Silencio absoluto. Pero al menos no se iba.
—¿Cómo te va, Gabe? —preguntó Bet con un brazo bien colocado alrededor del cuerpo de NB.
—Bien —respondió McKenzie. Tomó otro trago y lo volvió a pasar.
Después llegaron Park y Figi al pasillo, apenas unas sombras detrás de la pantalla.
—Hola —saludó Park.
—Ah, no, cojones —dijo NB—. ¿Pero esto qué es?
—Una fiesta —contestó Bet reteniéndolo—. Y estás invitado, así que deja de resistirte.
—¡No quiero!
—Tranquilo. No hagas tanto ruido. No pasa nada. Tómate algo. Gabe es amigo mío y conoce a esos dos.
—¿Qué cono te crees que estás haciendo? —Su voz era terriblemente tranquila—. Bet, ¿qué me estás haciendo?
—Lo único que te pido es que seas amable. Son amigos que vienen a ver mis fotos, ése es todo el problema. Nos conocemos todos, así que siéntate, toma un trago y…
—Quiero irme —repitió en el mismo tono. Tenía los músculos muy tensos y la voz justo por debajo del límite de la histeria—. Bet, me voy.
—No, no te vas. Musa se cabreará. Siéntate. Park y Figi agregaron su peso a la litera, que se ladeó un poco.
—¡Hay vodka! —exclamó Figi. Bet pasó los brazos por la cintura de NB, y se acomodó de nuevo.
—Basta —murmuró él entre dientes.
—Pórtate bien, Ramey… —No lo empujó ni lo obligó a nada, sólo tomó la botella cuando era su turno y luego se la pasó. NB tomó un trago bien largo mientras el visor pasaba de mano en mano. Park y Figi hacían ruiditos de satisfacción. NB estaba tenso como un cable recién colocado, listo para estallar, pero Bet le hizo tomar otro trago y le pasó el visor que miró sin ganas y que no le ayudó mucho por cierto.
Después aparecieron Rossi y Meech con su propia botella y se sentaron en el suelo, en un lugar que quedaba libre justo en el pasillo de salida. Más tarde se sumaron un par más al grupo.
NB, que estaba en el rincón con ella, atrapado contra la pared, se relajó un poco cuando vio que nadie le prestaba atención…, Bet se enrolló a su alrededor y puso una mano entre las suyas; eso mantuvo el clima suave y relajado durante un rato.
—¿Qué cono es…? —empezó Musa que venía desde detrás de la cortina. NB se tensó de nuevo.
—Tranquilo, está aquí —dijo Bet y McKenzie agregó:
—Tómate un trago —mientras le ofrecía la botella.
—Vaya, vaya… —sonrió Musa, pero se quedó allí de pie y aceptó el trago.
—¿Lo ves? —susurró Bet a NB en el oído—. Todo marcha bien.
Él no dijo ni una sola palabra. Nada. Sólo un ligero temblor. Después se apoyó contra la pared y se quedó muy quieto. Bet intentó relajarlo de nuevo.
—Déjame en paz.
—Vamos. Son amigos.
—¡Que me dejes en paz, joder! —aulló él y la empujó, pero Bet lo sujetó de la espalda y gritó—: ¡Gabe, que no salga!
NB pisó a Meech y se enredó con los brazos de Bet, que le rodeaban el cuello. Gabe lo agarró por el frente y Meech y Rossi le sostenían los pies.
Entonces, se volvió loco, se revolvía retorciéndose para liberarse…
—¿Dónde lo quieres? —preguntó Gabe, no demasiado sobrio, por supuesto. NB gritaba:
—¡Por Dios, dejadme solo! — Y peleaba por soltarse mientras toda la mesa caía de nuevo sobre la cama.
—¿Quieres que lo retengamos o no? —preguntó Park.
—Ese hombre está loco —dijo Rossi—. Te dije que está loco.
Musa no comentó nada, era uno más de los que se aferraban a NB hasta que casi lo ahogaron entre todos. Se lo oyó jadear intentando conseguir aire.
—Basta —gritó Musa. Se soltó para impedir que Rossi salpicara de vodka a NB y empujó a Bet con fuerza—. Basta, Bet, carajo.
—Él está bien. —No se había tomado el empujón en serio, se dejó ir y apoyó una mano sobre el hombro de NB mientras los otros se calmaban y recuperaban el aliento—. ¿NB? Nadie te va a lastimar. Nadie.
—Vete al diablo. —Le castañeteaban los dientes.
—Basta ya. —Esta vez era Bet quien soltó a McKenzie, a Rossi, a Figi y a Musa, uno por uno. Dios, si se me va de las manos y algún borracho decide que NB también es propiedad de todos, como las botellas…
Tomó la botella de manos de Rossi y se la ofreció a NB; tenía miedo de que fuera a estallar y arruinarlo todo.
—Vamos, venga. —Era como si estuviera convenciendo a un chico para que saliera de un escondite—. ¿NB?
La miró con los ojos muy abiertos. Sólo eso. Musa lo palmeó en el hombro diciéndole que todo estaba bien, que respirara hondo y se recuperara.
—Te está hablando un amigo —murmuró McKenzie, borracho y muy amistoso. Apretó la rodilla de NB—. ¿Lo has oído? Estos compañeros están tratando de ayudarte, hijo de puta. Tómate algo.
—Dejadme en paz —aulló de nuevo entre jadeos—. Por favor.
—Soltadle —pidió Musa—. Que lo tenga Bet.
—Que alguno le dé más bebida —comentó alguien de alrededor. Bet ya no sabía quién más se había incorporado a la fiesta. Se estaba reuniendo una multitud…, peligroso, muy peligroso. Si perdía el control…
—Ya lo tengo —dijo—. Dadme la botella. Rossi se la pasó y ella tomó un trago primero y se la ofreció a NB.
—Tranquilo.
Él dio un trago largo, bebió dos veces, jadeando, y de nuevo se la pasó a ella que, después de tomar otro, se quitó el traje y se sentó en la litera con NB. La botella daba vueltas y todos se alegraron de nuevo.
NB dejó de pelear. No estaba en forma para nada. Estuvo temblando algo y después empezó a relajarse. Al rato puso los brazos alrededor de Bet, mientras ella le decía al oído:
—Muy bien, navegante de mercantes.
Y mierda, casi lo consiguió en ese momento, con testigos y todo, cuando un tonto, ella no supo quién, empezó a soltar la pantalla de plástico de la otra litera, la de Mel Jason. Jason no estaba cerca y le estaban desordenando sus cosas.
—Eh, ¡cuidado con esas cosas! —gritó Bet—. Es mi vecina.
—Dejad eso —ordenó Musa, autoritario.
McKenzie, Park y Figi hicieron que la cosa parara mientras NB se recostaba sobre un brazo para ver qué pasaba y luego se dormía así como así, pumba, enroscado sobre el costado.
Había más gente en el asunto de la que ella había previsto… y varias botellas dando vueltas…, a no ser que las dos primeras fueran interminables… Reunió las ropas y se inclinó contra NB. La cabeza le daba vueltas y le zumbaban los oídos. Mientras, Musa, McKenzie y los otros del grupo controlaban el alcohol y los borrachos. Empezaban un juego de dados.
Ya nada era excitante, excepto que el visor seguía dando vueltas entre comentarios y gritos, la botella seguía pasando de mano en mano y alguien decía que Mel Jason estaba furiosa con toda esa gente tan cerca.
La gente no paraba de llegar. Había mucho ruido y pensó que las cosas podían ponerse feas. Empezó a fingir que bebía cuando alguien le pasaba la botella y al cabo de un rato estaba algo más sobria. Se reclinó en la cabecera de su litera sobre un cuerpo que debía ser el de NB, aislada por la gran espalda de Figi. Se sentía bien allí, protegida por una pared de amigos y con NB a salvo.
Poco a poco todo se tranquilizó. Musa estaba borracho como una cuba y limpió a todos en el juego mientras contaba algo increíble sobre que había servido en la Gloriaría.
En la Gloriaría, por Dios…, una nave de velocidad menor a la de la luz…
Era un hombre mayor y puede que fuera posible…
Ella sintió un temblor en los huesos, como si se encontrara con Dios pensando en la posible edad de Musa. Si la dilación del tiempo afectaba a los navegantes de su generación, eso no era nada comparado con lo que habían pasado los viejos navegantes de las naves más lentas que la luz. Y aunque todas esas naves estuvieran modificadas para ser MRL ahora —las que quedaban de las nueve originales— la tripulación todavía podía estar viva…
Musa tenía una botella de whisky auténtico en su bolsa…
Musa había aprendido ingeniería a trancas y barrancas, sabía cosas prácticas que no tenían explicación teórica o al menos él no la conocía. Ni conocía las palabras técnicas como los que habían crecido en naves MRL…
Musa había visto la Tierra…
Sonó el timbre del toque de queda.
—Se acabó la fiesta —dijo alguien, y la gente gruñó preguntándose si podrían bajar la escalera.
—¿Quieres que lo dejemos? —preguntó Musa.
—Sí —respondió ella y abrazó y besó a Musa. Después dio un beso pegajoso a McKenzie, un beso torpe—. Hasta luego —tenía las manos de McKenzie sobre su cuerpo—. Te debo una.
—Una bien grande —bromeó él.
—Tendré que ordenar las cosas —comentó, recordándolo. Pero la gente había sido considerada y le habían apilado las fichas y el visor sobre la litera, llevándose las botellas vacías con ellos. Recogió las fichas, las puso en un bolsillo y guardó el visor bien abajo entre las sábanas.
Después se dejó caer junto a NB luchando con un solo brazo para poner la red sobre los dos, la cerró y se durmió.
—¿Qué cono…? —murmuró NB poco después. Sacó un brazo fuera o puede que hiciera rato que lo intentaba y por eso a Bet le dolía el hombro.
—No pasa nada. Estás conmigo. Duérmete.
—¡Sí, claro! —Empezó a pelear de nuevo y la golpeó con la rodilla tratando de levantarse. Después soltó el broche de seguridad y la red, al enroscarse, golpeó a Bet, que trataba de abrazarlo y razonar con él.
—Pero si no pasa nada… Estás en mi litera, tranquilo…
—¡Callad! —llegó una voz femenina desde la otra litera.
—Shhhh, shhhh —murmuró Bet tratando de retenerlo—. Hace mucho rato que sonó el toque de queda. Quédate.
—Me voy a mi litera —insistió NB, moviendo las piernas y soltándose.
—Estás arriba —siseó ella rápido, para que pudiera oírla. Imaginó que en su situación podía empezar a caminar recto sin acordarse de la escalera.
Se fue. Bet se levantó y lo siguió tropezando y enderezándose hasta que vio que terminaba de bajar la escalera. Luego volvió, se dejó caer en la litera y puso la red con el piloto automático porque era lo único que podía hacer.
No había duda de que Mel Jason estaba disgustada. Pasó junto a Bet hecha una furia mientras ella intentaba comprender el hecho de que no tenía que ponerse el traje de salto del día anterior para ir a las duchas: lo llevaba puesto.
De hecho, Jason siempre estaba disgustada.
Se pasó una mano por el cabello, se levantó y anduvo a tropezones hasta el borde del balcón. Una vez allí se colgó de la red de seguridad y fijó la vista tratando de ver si Musa estaba levantado y cerca de NB. Pero NB ya estaba afuera y parecía que había ido a las duchas antes que los demás porque no tenía las ropas arrugadas. Volvió y arregló la litera. Encontró un bulto entre las sábanas: era el visor, que tenía que guardar debajo; además tenía el bolsillo lleno de fichas aplastadas que milagrosamente se habían salvado. Todo parecía estar bien, excepto el intenso dolor de cabeza que sentía.
Cuando bajó ya era tarde. Casi todos estaban allí y supuso que NB y Musa ya debían de estar desayunando.
El casi hacía referencia a Lindy Hughes.
No le gustaba estar en la fila esperando frente a ese hombre; ni le gustaba estar en las duchas con él cerca y los dormitorios casi vacíos.
Pero era mejor no amilanarse.
Siguió aguardando, y cuando alguien salió, entró en la ducha libre y se desnudó para bañarse con rapidez y secarse; tranquila, Yeager, tú a lo tuyo, se decía, mientras se enjabonaba. Se abrió la puerta. Hughes estaba en el umbral.
—Me han dicho que lo haces con cualquiera.
—¿Quieres comprobar si es cierto? ¿O prefieres guardarte lo poco que tienes?
Trató de sujetarla por el cuerpo. Ella lo agarró de la ropa y Lindy Hughes siguió hacia delante por el impulso, derecho contra la pared y el grifo de la ducha.
—¡Dios mío! —gritó Bet mientras le golpeaba la cabeza con el codo y la cara con la rodilla, después lo dejó caer al suelo y cuando intentó moverse, le pateó otra vez la cara con el pie. Luego pasó frente a su cuerpo y se encontró con Davies, de Cargas, que estaba en el pasillo, desnudo como ella; y con Gypsy Muller—. Ese estúpido vino corriendo y se llevó la pared por delante. Ha sido terrible. Llamad a enfermería, por favor.
—¡Mieeerda! —dijo Davies y recogió su ropa del suelo.
—Claro que es una mierda. —Era Gypsy mirándola primero a ella y después a las piernas encogidas de Hughes frente al umbral de la ducha.
Presley, el amigo de Hughes, apareció en la puerta.
—Será mejor que llames a enfermería —le aconsejó Bet—. Tu amigo ha resbalado.
—¡Perra, hija de puta! —masculló Presley entre dientes.
—No ha sido culpa mía, amigo —pasó junto a Davies por el pasillo apenas más ancho que una persona—. Dios, estoy llena de jabón. Discúlpame por favor.
—¡Perra de mierda!
—Creo que tienes problemas —le advirtió Davies.
—En efecto.
Presley intentaba levantar a Hughes, que se estaba despertando y sangraba por la frente. Un corte muy, muy feo.
—Sé bueno —le dijo ella—, y yo no diré que ha sido un intento de violación.
Hughes la miró completamente furioso.
—Diremos que estábamos bailando algo exótico en la ducha, ¿te parece? Y que tú resbalaste con el jabón. El asunto estaba claro: dos testigos y Presley.
—Puta de mierda.
—Si quieres, podemos ir los dos a la oficina del capitán. Yo estoy dispuesta. ¿O prefieres ir a enfermería y decirles que pisaste el jabón y te resbalaste? Te estoy salvando el pescuezo. Me debes una.
Tal vez Davies y Gypsy la apoyaran, tal vez no. No lo esperaba, al menos en el caso de Gypsy.
—¡Hija de perra! —repitió Hughes, secándose la frente. Nadie dijo nada, pero Presley ayudó a Hughes a levantarse. Cuando estuvo de pie, Gypsy agregó:
—A mí me pareció un resbalón. Nadie quiere problemas, Lindy.
—Así es —apoyó Davies.
Hughes los miró con los ojos encendidos y se secó la frente de nuevo con el dorso de la mano…, la sangre goteaba sobre los azulejos.
Después empujó a Presley y se fue.
Bet dejó escapar el aire que había estado reteniendo.
—Gracias. —Gypsy esperó mientras Davies buscaba la toalla.
—Es tarde —gruñó Davies—. Mierda, vamos a llegar tarde.
Bet fue a quitarse el jabón antes de que le lastimara la piel, secó la sangre del suelo, se llevó la ropa limpia y puso la sucia en una lata.
Ella no estaba manchada de sangre. Ni una gota.
Un hombre de principal abrió la puerta, era el primero del turno saliente.
—Buenas noches —saludó incómoda por su mirada.
Pero llegaron otros seis por lo menos, y más de uno la miró fijamente al salir. Sintió los ojos clavados en su espalda durante todo el camino hasta llegar a la puerta del pasillo.