Era una tarde tranquila en recreo, el vídeo zumbaba en los dormitorios y gran parte del turno dormía en las literas.
Hubo mucha cerveza, pero era una forma de beber callada que se convertía en dolores de cabeza al día siguiente.
El grupito de tres se reunió al final de un banco en la cocina y nadie los molestó. Como dos buenos ingenieros de Sistemas dibujaron diagramas en una pizarra y trataron de meter lo que sabían en la cabeza dura de una novata muy tonta.
Tenía sentido, pero sólo a medias.
—¿Pero por qué hace eso? —preguntó Bet.
—Es Dios —respondió NB, exasperado—. Acéptalo y listo.
—No, no, no —dijo Musa—. Vamos, por una vez dale una respuesta lógica.
NB borró la pantalla y dibujó de nuevo sus pequeños círculos esquemáticos, con paciencia, meticuloso como siempre.
—Él muchacho es de lo más inteligente —comentó Musa, acercándose—. Nunca entendí esa parte.
—Vete al diablo —murmuró NB mirando a Musa con rabia y volvió a explicar de nuevo cómo y por qué funcionaba así el impulso de una nave cuando había una inversión de V.
Cuando Bet empezó a comprender lo que podía salir mal, lo que significaba esa tendencia a decrecer en los números y lo que podía pasar si las cosas no salían bien, creyó que iba a desmayarse.
—Bueno, ¿vamos a arreglar esa porquería o no?
—En cuanto podamos.
—Tenemos que hacerlo pronto —insistió ella.
—No hay instalaciones —dijo Musa—, no en el sitio al que vamos. Debemos esperar y hacerlo en otra parte.
—No podemos perder la nave en el… Musa la hizo callar con un gesto.
—Esos asuntos no tienen nada que ver con rec. Toma tu cerveza y cállate.
Bet tomó un traguito. NB, uno más grande.
Ahora que notaba la mirada en los ojos de NB, deseó no haber empezado a decir nada sobre perder la nave en el hiperespacio.
Al ver esa mirada…
Más allá estaban sentados Lindy Hughes y sus dos amigotes, mirándolos.
—Hughes está ahí —comentó con un segundo escalofrío en el estómago.
—Hughes pertenece a este turno —afirmó Musa—. Tiene derecho.
—Vaya mierda. —Levantó la pizarra, la borró y se la dio a Musa, pensando que si la cosa no hubiera sido tan fácil de rastrear y tan dañina para NB, ella misma hubiera podido encargarse de Hughes: un pequeño accidente…
—Es un estúpido —prosiguió Musa—. Bernstein está por encima de todos los tees, y ese hombre acabará teniendo problemas. Si fuera inteligente, pediría un traslado.
NB se quedó sentado sin decir nada.
—Voy a llevar a éste a la cama —dijo Bet a Musa mientras ponía la mano sobre la rodilla de NB.
—No —saltó NB, se levantó y arrojó la taza a la papelera. Se fue solo a los dormitorios, pasando junto a Hughes y su grupo.
—Está amargado —lamentó Bet.
—Sí —reconoció Musa.
—Debo vigilarlo —estaba preocupada por NB y por Musa. Mierda, ya tenía bastantes locos alrededor. Pero Musa giró su mano llena de callos y le apretó la suya.
—Ten cuidado con Hughes, ¿me oyes? Hay algunas cosas que yo no controlo.
—Sí.
—Anda.
Se fue. Tiró la taza y caminó por los pasillos a media luz hacia los dormitorios; oyó un pequeño griterío desafiante procedente del grupo de Hughes y de repente se encontró cara a cara con McKenzie en el umbral.
¡Mierda!, pensó y retrocedió cuando McKenzie, tomándola de la mano, la empujó dentro y dijo que tenía que hablarle.
—Tengo trabajo.
—Lo que tienes son problemas —respondió McKenzie. La estaba lastimando—. Problemas graves. —La empujó hacia la primera litera que había con pantalla junto a la puerta—. Escúchame.
—El brazo es mío, compañero.
La fuerza de las manos disminuyó. McKenzie estaba muy cerca, empujándola contra el rincón.
—¿Era con NB con quien tenías una cita?
—¿Y qué pasa si era con NB?
—Que serías muy estúpida. Muy, muy estúpida. —Otro tirón cuando trató de zafarse—. ¡Escúchame! Ese hombre va a conseguir que te maten. La gente está tratando de avisarte y…
—¿Estás con Hughes?
—No tengo nada que ver con eso, diablos. Estoy tratando de decirle algo a una tonta. Tú no conoces esta nave.
Dio un tirón para liberarse y él volvió a aflojar. Hubiera podido soltarse del todo, pero había un matiz de honestidad en las cosas que le decía McKenzie.
—Cumplo órdenes —dijo ella.
—¿Y eso incluye dormir con él?
—¿Te parece que eso en particular es problema tuyo?
—Vete al diablo —la empujó—. Si quieres terminar mal, adelante.
Esta vez fue ella la que lo tomó del brazo antes de que cruzara la puerta.
—McKenzie. ¿Has oído algo?
—Te digo que en esta nave hay formas de hacer las cosas y formas de pagar lo que haces. Y tú eres una tonta, mujer. No juegues con fuego.
—Gracias por el consejo, de veras, gracias. ¿Qué quieres a cambio? Silencio.
—Sí —dijo ella.
—No seas tonta. Te lo digo, eso es todo. Tómatelo como quieras.
McKenzie la confundía. Al principio mal rollo y ahora le venía con esto…
—En esta nave hay pocas mujeres, joder —dijo McKenzie con tranquilidad, como razonando—. Muy pocas. Es un desperdicio, Yeager.
—¿Que yo esté con él?
—Eso también.
De pronto, sintió que McKenzie le gustaba mucho más que antes…, quizás estaba algo apurado y ansioso por empezar una relación, pero era más cuerdo que otros que conocía. Le tocó el brazo con el dorso de la mano.
—La verdad es que puede que tengas razón, Gabe. Eso espero.
El le puso una mano en la cadera. ¡Dios!, pensó ella, confundida.
—Te repito que si te dedicas a remover el agua que estaba tranquila, te pueden pasar ciertas cosas.
—¿Es una amenaza?
—No. —Le tomó la mano—. Ya te he dicho que…
—Me pones nerviosa, amigo. En serio. Pero tal vez me equivoqué.
—¿En qué?
—En pensar que estabas con Hughes.
—¡No estoy con ese tipo, maldita sea!
—¿A qué juega Hughes?
—Es un hijo de puta. Un hijo de puta y nada más, no gana nada con todo esto. Tiene su grupito selecto. Tal vez esté a las órdenes de Bernstein, pero tiene conexiones con el puente. Goddard está de su lado. Compañía de la nave. Y Goddard es compañero de póquer de Kusan y de Orsini, ¿entiendes?
—Sé quién es Orsini.
—Goddard es un… —McKenzie se calló de pronto—. Ten cuidado. Te estoy dando un buen consejo.
—Y yo te estoy escuchando.
—Eso es todo. Apártate del problema. Figi y Park, Rossi, Meech y yo mismo intentamos no meternos en eso.
—¿Tenéis miedo de Hughes? ¿O es que hay otras conexiones con los de arriba? ¿Y los de operaciones y control?
—Hughes no me asusta. Pero no me interesa meterme en los problemas de otro. Te digo que te apartes antes de que te marquen, la gente ya ha empezado a hablar.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué dicen?
—Que eres una estúpida. Llegas aquí, cruzas las líneas y revuelves el avispero de un asunto que ya estaba muerto…, no sé cuál es el juego de Musa, tal vez lo conseguiste como a alguno de los hombres de este turno, y no voy a decir que no te creo lo de las órdenes de Bernstein: ése ya le salvó la vida a NB, de lo contrario no estaría vivo. En esta nave hay gente que se siente molesta por lo que le pasó, pero eso no significa nada. No van a meterse cuando empiece el baile.
—¿Y tú?
—Yo no soy idiota. Te digo que te estás buscando problemas graves. Y no me gustaría verlo, mierda, te aseguro que no me gustaría.
—Gracias. En serio. —Le palmeó el hombro—. Estás en mi lista de tíos buenos por lo que dijiste. Y te aseguro que me doy cuenta de la razón que tienes para hacer oídos sordos si quieres, pero Musa y yo no podemos.
McKenzie se burló:
—¿Qué vas a ganar?
—Puntos a mi favor. Con Bernstein tal vez, ¿quién te dice…?
—Te aseguro que los puntos que da Bernstein no llegan al puente. Sigue que vas por buen camino…
—Ya lo he comprendido. No necesitas repetirlo, te entendí perfectamente bien.
—Me alegro. —La tocó, en realidad no le importaba.
—Oye, Gabe, ¿sabes dónde está mi litera? Tengo una botella, y otras cosas. Puedes venir. Cuando quieras. Tú, Park y Figi.
—¿Qué más viene con la botella?
—Puede que mucho más. ¿Quieres una fiesta? Yo traigo a mi grupo.
Un largo silencio.
—Estás buscándote problemas.
—Busca a otros. Y si quieres, trae bebidas, no tenemos prisa; de momento no hay aviso de alertas que yo sepa. ¿Qué te parece?
—Mierda…
—Tengo fotos buenas. Y también tengo un visor. Escucha: yo llevo a NB un rato, digamos media hora, tú pasas como por casualidad, y después que vengan los otros…, de uno en uno.
—Estás tan loca como él.
—Vodka.
—Bueno, al diablo, de acuerdo.
Sonrió, le dio una palmada en la mejilla y se fue por el pasillo.