15

Saltaron de las literas y se dirigieron hacia las posiciones de trabajo. Su turno era el que había tenido la suerte de estar de guardia en ese salto: apenas tuvieron tiempo de pasar por la ducha; una galleta y algo caliente mientras Servicios estiraba las hamacas para principal. NB casi no funcionaba, renqueaba y no quería salir de la ducha caliente, pero Musa era el que seguía en la cola y Bet lo sacó llevándolo a desayunar, decaído y con el ojo negro como estaba.

—He dicho que me dejéis en paz —murmuró NB mientras pasaban por la puerta—. Vigilar no quiere decir colgarse de mí todo el tiempo.

—Eh, no estarás enojado por lo mío con Musa, ¿no?

—¡Por supuesto que no!

—Entonces, vete. —Lo empujó con el codo—. Recoge el desayuno tú solo.

Tenía muy mal aspecto, un ojo hinchado y la boca el doble del tamaño normal. La expresión de esa mañana no contribuía a mejorarlo mucho. Murmuró algo, cojeó en la línea frente a Bet.

Hughes y sus amigos. Los vio venir antes que NB, justo medio segundo antes de que Hughes lo empujara haciéndole perder el equilibrio.

—¡Fíjate por dónde andas! —chilló Hughes.

—¡Fíjate tú, cabrón! —masculló Bet entre dientes sujetando a Hughes de la manga—. Si quieres pelear, amigo, ya tienes pelea.

Hughes intentó cogerle la muñeca pero no pudo… no iba a volverse loco, al menos en ese lugar. Era poco probable. Pero el resto de rec se había quedado de pronto en silencio.

—¿Qué? ¿Eres amiga de ése? —preguntó Hughes. Lo único que se oía en la sala era el rumor de la nave.

—Tal vez —dijo ella—. Y no sé lo que te pasa a ti con él, ni me importa, pero lo vigilo por órdenes del jefe, que está cansado de que su tripulación se golpee con las puertas de los armarios. No es nada personal.

—Ah, y ya puestos, te acuestas con él por orden del jefe.

—Eso es asunto mío, y tu pregunta, una impertinencia. No me hagas preguntas así, amigo. Yo también puedo ser asquerosa. Todo estaba en calma.

—No pelees —dijo NB.

—De acuerdo. No estoy peleando. Este tío tiene un pequeño problema, eso es todo. Probablemente de tipo glandular. ¿Quieres acostarte conmigo, tío? Ve al almacén apenas se termine el salto. Tú y tus compañeros de ahí, los dos. Podemos arreglar las cosas con tranquilidad.

—Eh, Lindy. —Musa apareció entre el público. Gracias a Dios. Todavía húmedo de la ducha, la voz baja, como siempre—. ¿Tenemos problemas?

—El problema es tu nueva chica —contestó Hughes—. El problema es esta basura que dejas sobre la cubierta.

—El problema —machacó Bet con voz alta y cortante — es que hay algunos cables cruzados por aquí. Ese es el mismo gilipollas que apareció ayer mientras nuestro turno estaba sentado con toda tranquilidad tomando una cerveza. Aparte de eso me importa un carajo cuál sea el problema de este tipo. Alguien se vengó por esa cerveza, en la oscuridad y por la espalda, así es como yo lo veo. La pregunta es: ¿fuiste tú, Lindy Hughes?

Silencio. Algunos miembros de principal aparecieron por la puerta de regreso de sus obligaciones. Más espectadores.

—Alguien le hizo un favor a esta nave —afirmó Hughes.

—¿Ah, sí? Ya me han explicado unas mil veces lo que hizo NB, pero yo no veo más que a un buen ingeniero que acude a su puesto todos los días, alguien que hace su trabajo y el de muchos otros, y te recuerdo que la única vez que no apareció estaba casi muerto en el depósito, así que no me hables de responsabilidad, tío; hay más responsabilidad en NB Ramey que en el estúpido que golpeó al hombre que mantiene los Sistemas justo cuando esta nave está por saltar en cualquier momento…

Un aplauso lento, mesurado, desde algún lugar de la multitud. Eso molestó a Hughes.

—¿Queréis acostaros con esta basura? —preguntó a la tripulación en general haciendo un gesto amplio con la mano—. Una novata de mierda viene y nos dice qué gran tipo es NB Ramey. ¡A la mierda con ella!

—Basta, Lindy —ordenó Musa.

—Una novata de mierda.

—He dicho que basta. Son órdenes de Bernstein. Alguien golpeó al de Sistemas y tenemos órdenes de mantenerlo entero. No es cuestión de preferencias, ni mías ni suyas.

—¡No pienso hacerle caso a esa puta!

—Cállate, Lindy.

Hubo un largo silencio. Después, Hughes pasó con rapidez y tras él, sus amigos.

—Lo lamento —se excusó Bet entre dientes—. Empujó a NB.

Musa le puso una mano en el hombro y la empujó en dirección al mostrador. NB todavía estaba allí de pie, en un estado de ánimo que Bet prefería no imaginar. Fue a buscar el trank, la c y el desayuno. Johnson, el cocinero, estaba allí trabajando con el personal de la cocina. Organizaban las cosas para después del salto. La miró de una forma extraña, con los ojos bajos.

—Estás loca —le susurró, y Bet lo tomó como una advertencia amistosa.

—Puede que sí. Pero juzgo según lo que veo.

También pidió los paquetes de NB y otro desayuno y se los llevó.

NB los aceptó sin inmutarse, sin mirarla directamente. Tomó los paquetes, los puso debajo del brazo y se tragó la galleta y el té. Ella lo imitó a pesar de llevar demasiada adrenalina en la sangre para permitirle sentir apetito; tenía el estómago hecho un nudo, pero había que comer mientras hubiera comida. A la mierda con Lindy Hughes.

Quedaba un par de ingenieros de principal, Walden y Farley, que tal vez habían estado en el momento del problema. Ya no vio a Hughes.

Había sido una estupidez, pensó con la boca llena de galleta. Estaba llamando la atención más de lo que convenía en rec.

Yeager has metido la pata a fondo. Acabas de iniciar una pelea de la que tal vez no salgas viva…

Mejor que otras…

Me he pasado toda la vida luchando en la guerra de la Tierra, y mira cómo nos pagan. Por una vez no está mal entrar en una pelea que elijo yo, no está mal irse así si es necesario.

Lo único que necesito son blancos, diría Teo.

Miró a NB, que tomaba su té de pie con la boca lastimada. Le sonrió…, o algo parecido.

Él la miró como alguien a quien han acorralado.

—Tienes una actitud terrible —bromeó Bet y lo tocó en las costillas—. Arriba ese ánimo, NB.

Se fue solo a tirar la taza en la papelera y después salió hacia el trabajo. Bet no lo perdía de vista y Musa los siguió tragándose el último pedazo del desayuno.

Rodearon Ingeniería. NB, unos doce pasos adelante, Musa y ella detrás. Bet llevaba las manos en los bolsillos y sentía una alegría completamente fuera de lugar. En cambio, NB parecía furioso.

Llegaron tal como les había indicado Bernstein: no hubo un sólo momento en que NB no estuviera a la vista de ambos: entraron y verificaron los sistemas y los datos. Bernstein llegó para reemplazar a Smith…, venía de una reunión general para oficiales, al menos eso era lo que decía.

Bernstein y Smith hablaron un momento en la privacidad que permitía el sonido de la nave mientras hacían las verificaciones de rutina; Bet los vio por el rabillo del ojo y sintió que empezaba a sudar por causa de los nervios…

Tranquila, tranquila, se decía. No habrá lucha después del salto, sólo otra espera como ésta. Así es como trabaja esta nave, es lo único que hace…

Pero las manos tenían cierta tendencia a temblar y el estómago se le anudaba de ansiedad por tenerlo todo preparado a tiempo.

Mierda, no estoy a la altura de esto, tienen a NB que está contra las cuerdas y además loco, me tienen a mí que no soy ingeniera; y además de nosotros sólo tienen a Musa y a Bernstein, ¿qué manera de llevar una nave es ésta?

No puede ser una guerra, pensó de nuevo, no pondrían a la tripulación de alterno si hubiera peligro de disparos.

Bernstein acabó de hablar con Smith y fue a ver lo que hacía NB. La alarma empezó a sonar, era el aviso de que los motores empezaban a funcionar.

—¿Dónde estamos? —preguntó, curiosa—. ¿Adonde vamos?

—Secreto —respondió Bernstein directamente. Lo había intentado.

—No luchamos —añadió Bernstein—. Pero estamos listos para huir. Eso es todo.

—Sí, señor.

—Lo que hemos hecho siempre —dijo Bernstein—. Tenemos media hora. El impulso está a punto de empezar. Tome la silla tres. ¿Cómo está, NB?

—Sin problemas —dijo NB, frío y concentrado mientras movía interruptores.

Al parecer Bet era la única que tenía el estómago revuelto cuando se instaló en su sitio y se preparó; el paquete de trank, el de c y el micrófono en la oreja. Después, nada más que hacer: principal había sido amable asegurando el taller y sellándolo.

El impulso empezó de pronto, un empujón autoritario de los motores que crecía con fuerza. La cubierta dio una sacudida y toda la sección del comando de Ingeniería crujió sobre sus goznes mientras se reorientaba. Un temblor que agitaba los huesos y los nervios.

Ahí vamos.

—Vigile esos números —ordenó Bernstein por el micrófono y conectó las tres pantallas de la estación—. Aquí tiene el botón de alarma roja. Si alguna luz empieza a titilar, apriete el botón de alarma roja y páseme el sistema a mí o a Musa. ¿Me ha entendido, Yeager?

—Sí, señor.

—¿Conoce los parámetros de contención? El corazón de Bet saltaba en su pecho.

—Sí, señor.

—Ése es el número uno, ahí, a la derecha. Si los números empiezan a mostrar una tendencia que no le gusta, apriete el número uno y el de alarma al mismo tiempo. ¿Comprendido?

—Sí, señor, lo comprendo, pero por Dios no me diga que soy la única que controla esto.

—Por supuesto que no. Pero me gusta tener a más de uno vigilando. Mire las pantallas, Yeager, y no me moleste que tengo muchas cosas entre manos… Estarnos en cuenta atrás. Empiece con el trank.

Tomó el paquete y lo apretó, sintió el pinchazo en la mano y una tensión familiar en el estómago. Podía ver el puesto de NB, y vio cómo tomaba el trank con la mano derecha y lo aplicaba. Tenía la cara serena todavía, pero se le había manchado el traje de sudor y se le veía la piel perlada.

Ahora viene el impulso más duro.

—Cinco minutos —anunció Bernstein.

Sentía que las ideas se le escapaban mezclándose. Hughes; NB, Musa anoche; las lecturas de contención, los números; y la posibilidad de que hubiera problemas afuera.

Mira los números, joder. No hay tiempo para otra cosa.

¿Y NB? ¿Está bien?

¿Cuánto tiempo hace que no tiene que pasar un salto sentado?

Una visión momentánea del espacio tras las latas del almacén; NB enloquecido con las manos en su cuerpo, golpeándole el labio…

¿Le pasará a menudo?

Justo cuando sonaba el último timbre y el salto iba a empezar, pensó: ¿Sabe Bernstein realmente lo que le está haciendo a NB? ¿Sabe lo que le pide? ¿Lo que supone para él trabajar en un salto?

Ese hombre nos puede matar a todos

Afuera otra vez. Oyó la charla electrónica en la oreja.

Trató de centrar su atención buscando los números que recordaba. Miró el ritmo de variación del número uno y vio que decrecía bruscamente.

Dios mío.

Golpeó los botones con el corazón en la boca.

—Lo sé —dijo Bernstein—, ya lo sé. Siempre ocurre. El sudor cubrió la cara de Bet. Se desplomó mientras sentía un temblor en los músculos que la recorría de pies a cabeza. NB comentó:

—Todo es correcto, Bet. Un poco de parálisis en el brazo, eso es todo.

Sentía que iba a desmayarse. Se quedó sin aliento un momento y la sacudió un calambre en las tripas, un calambre que no había experimentado en años, como si el tratamiento estuviera acabándose de pronto.

O tal vez era por la edad.

Inversión de V entonces. Sintió el pulso a través del trank que se desvanecía de su sangre mientras apretaba otra vez el tubo y tomaba otro poco.

Segunda inversión. Muy dura, Dios, Dios…

Los números…

—¡Otra vez esa variación! —Había apretado el botón.

—Lo sé, lo sé —esta vez fue Musa.

Dios.

Se limpió el sudor y volvió a tomar trank mientras pensaba que lo habitual en ese turno era hacer todo eso con uno menos en el personal. El viejo juego de asustar a la novata. En ningún momento habían dejado de controlar el sistema. ¡Mierda! No era un problema técnico, era una mentira, le habían escondido información. No sabía de qué jodido brazo hablaba NB ni si tenía que ver algo con el magnetismo; tampoco sabía qué cono estaban haciendo para que los números hubieran vuelto a la normalidad.

Ea nave funcionaba, eso era todo, maldita sea. Los tees la hacían funcionar. Una nunca debía pensar que la nave pudiera estallar, perder los frenos o la dirección porque unos estúpidos números no daban lo correcto en una pantalla cualquiera.

Estaba temblando. Necesitaba un trago y una ducha. Quería descansar. Había estado mirando la pantalla, así, sentada, hasta quedarse casi ciega. NB hablaba con Musa y Bernstein, frío, tranquilo, hasta que Bernstein comentó:

—El puente nos da permiso para desabrocharnos el cinturón. Yeager, ¿quiere cinco minutos de descanso?

—Sí, señor. —Bet tuvo que arrancarse literalmente de la silla. Fue directamente afuera, hacia la sección I, entre Ingeniería y la oficina del sobrecargo. Ni siquiera le asustaba pensar que la nave podía cambiar de idea, saltar de nuevo e incrustarla contra el panel; eso no le daba la mitad de miedo que esos malditos números que fluían como si la nave estuviera desangrándosele entre los dedos y ella no tuviera con qué detener la hemorragia.

Mierda, mierda, si los demás podían quedarse sentados y tranquilos, si incluso NB podía hacerlo y seguir trabajando con temblor y todo…

Ella también podía, cojones.

Treinta y siete años y empezar de nuevo como novata. No era de extrañar que tuviera temblores.

Era la adrenalina que no sabía dónde meterse, simplemente. Pero una aprendía, claro que sí, aprendía qué hacer con esa carga que le había dado la naturaleza. La cabeza le trabajaba y lo hacía, eso era todo, fuera lo que fuese. Bernstein no iba a confiarle algo real sin un control extra, y al menos nadie le disparaba mientras estaba aprendiendo.

Pero por Dios, que no fuera a darle algo real y dejarlo sólo en sus manos…

¿Qué le digo si lo hace? ¿No sé de qué cono me habla, señor?

Preguntas sobre los documentos y el camino a la oficina del capitán, ahí es dónde la llevaría la sinceridad. Quizá la perdonaran por ser una estúpida y la pusieran a hacer trabajo de cadete raso, eso era todo. Pero Bernstein podía decirle al capitán que era demasiado buena para algunas cosas y demasiado tonta para otras, que algo no encajaba bien. Ahí es adonde llegarían si empezaban las preguntas.

Aprender, eso era todo lo que podía hacer, decir que no cuando hacía falta, y no aceptar nada que no entendiera del todo.

—¿Temblores? —le preguntó Bernstein, que se había detenido a su lado.

—No, señor.

El palmeó el respaldo de la silla.

—Lo ha hecho muy bien. Solamente tuvimos un pequeño problema en un servo, siempre se va un poquito cuando salimos. ¿Sabe por qué?

Lo miró desesperada.

—No, señor.

—Sugiero que se lo pregunte a alguien y pronto, Yeager.

—Sí, señor. Gracias, señor.

Bernstein volvió a palmear el respaldo de la silla y siguió con su trabajo. Se quedó sentada un segundo mientras dejaba que su corazón se calmara un poco.