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—Tengo novedades —dijo Bet, inclinada sobre la silla de NB mientras le ponía una mano en el hombro. Él se encogió, en un intento leve de no dejarla acercarse, pero ella estaba en un ángulo que no lo favorecía—. Musa y yo iremos contigo esta noche…

—Ya tengo bastantes problemas.

—Todavía no lo sabes todo. Musa y yo te acompañaremos mañana en el desayuno, en la cena, en los dormitorios, en todo momento; siempre nos tendrás detrás.

—¿Y cuánto va a durar eso? —Se volvió en la silla, todo lo que pudo sin golpearle la rodilla—. Te dije que no te metieras.

—¿Quiénes fueron?

—No es cosa tuya, joder.

—Va a ser cosa mía. Mía y de Musa. Ya nos pusimos de acuerdo.

—¡Te digo que me dejes tranquilo! ¿Qué pretendes? ¿Que anoten algo en mi informe?

—¿Qué pueden anotar? ¿Que caminas por un corredor?

—Ellos saben lo que hacen. —NB no estaba bien. Hizo un gesto con una mano temblorosa—. Vete a la mierda. Ya tengo bastantes problemas.

—¿Qué vas a hacer la próxima vez? —Se deslizó sobre su pierna y se sentó junto a él en el mostrador, sin dejar de mirarlo; se inclinó hacia adelante, con las manos sobre las rodillas—. ¿Qué vas a hacer, navegante de mercantes, si no dejan de pegarte?

—Es cosa mía.

—Mmm. —Apoyó un pie contra el descanso de la silla para que no se levantara—. No. Son órdenes de Bernstein. Idea suya. Y yo no soy una estúpida. No vengo de una nave de Familia y puede que conozca el juego, ¿qué opinas?

—No son sólo ellos…

—Sí, sí, de acuerdo. ¿Qué vamos a hacer Musa y yo? Estabas tomando una cerveza. Un grupo de estúpidos se cabrea por eso. Y ¿qué hacemos?, ¿mirar para otro lado? ¿Hacer como que no nos damos cuenta de que A va con B? ¿O que somos demasiado tontos y no sabemos que cuando uno provoca algo tiene que estar listo para seguir adelante? Hay muchos en esta tripulación que no están de acuerdo con lo que pasa, muchos a los que les importas un rábano, muchos que no piensan en ti más de una vez por semana…, porque no significabas nada, ¿me oyes?, nada. Hasta que te golpearon, y ahora parece que Musa debe decidir si le importa o no. Y también yo, porque soy nueva. Así que ahora tienes una organización, ¿entiendes lo que te digo?

—¡Fitch te va a matar!

—No me estás escuchando, navegante de mercantes. No estás jugando el juego como corresponde.

—Mierda.

Se iba. Bet apretó el pie y lo sujetó del brazo.

—Y ese de ahí es uno de los problemas, compañero.

—Sácame el brazo de encima antes de que te lo rompa.

—Muy bien. No quieres delatar a los tipos que te pegaron pero vas a romperme el brazo a mí. Realmente interesante. NB la zarandeó.

—Ya me dijo Muller que tienes una forma muy rara de pagar a los que hacen algo por ti…

Él empujó la silla hacia otro lado, le pateó la pierna y se levantó. Justo frente a Musa.

—Siéntate —ordenó Musa.

—¡No, hostias!

—Parece que vamos a tener que sacudirlo un poco —comentó Bet a Musa—. Es la única forma de que te tome en serio.

—¡Dejadme en paz! —NB empujó a Musa y se fue hacia la puerta.

—¡NB! —gritó Bernstein desde el otro extremo de la habitación.

NB dio dos pasos más hacia la puerta y se detuvo allí, como si algún tipo de cable invisible lo retuviera.

—Son mis órdenes —dijo Bernstein—. Será mejor que hagas lo que te decimos.

NB se metió las manos en los bolsillos con un movimiento que fue casi un temblor, luego se volvió con la mandíbula tensa.

—Sí, señor.

NB salió de la habitación y ellos detrás… Bernstein los había tenido esperando hasta que llegaron todos los de principal; NB fue a rec a buscar sus pastillas y los otros se sirvieron unas cervezas y se sentaron.

—Mierda —murmuró NB cuando estuvieron instalados uno a cada lado.

Musa le palmeó la rodilla.

—Está bien. Todo va bien. —Y lo miró inclinándose un poco sobre el banco—. Ese ojo se te va a poner de todos los colores, ¿eh?

La gente que entraba, los miraba. Aparentemente iban a lo suyo hasta que creían que no podían oírlos, y entonces echaban miradas descaradas a NB. Naturalmente se preguntaban qué le había pasado a su cara, y, como el asunto tenía que ver con Fitch y era de todos conocido en la nave, los comentarios se hacían con morbo. Seguro que sí.

—Tú te quedas aquí —dijo Musa, palmeando de nuevo la rodilla de NB—. Voy a buscar otra cerveza.

Musa se puso a hablar con Muller apenas llegó al mostrador. Mientras tomaba su cerveza, miraba a NB por el rabillo del ojo, intentando ver si reaccionaba contra alguien en particular esa tarde.

Linden Hughes se azoró al entrar y verlo allí, sentado.

Eso sí fue una reacción.

—¿Es ése el tipo? —preguntó Bet sin volver la cabeza.

—Ya tengo suficiente ayuda.

—Claro. La suya y la de sus amigos. Tienes muchísima ayuda. Silencio.

—Lo has entendido todo mal —dijo ella—, todo al revés, compañero. Los que te ayudan son tus amigos.

—Eres una imbécil —le soltó él, y levantándose se fue hacia los dormitorios.

Bet lo siguió y lo alcanzó dentro, bajo la débil luz. NB se detuvo de pronto.

—Deja de seguirme —le ladró.

—Vale, sí.

—Mira —empezó NB volviéndose con las manos abiertas—, mira, Bernie ha tenido una idea maravillosa que funcionará hasta que aparezca una emergencia y Bernie tenga que enviar a Musa a un sitio y a ti a otro…

—Lo único que tienes que hacer es ser medianamente astuto, y hasta ahora no lo has sido.

—Musa no va a seguir con esto más de tres días. Desaparecerá apenas Bernstein le dé una excusa, y eso te dejará a ti sola, ¿me entiendes?, a ti en ese maldito armario. ¿Te gusta la idea?

—Musa y yo hemos hecho un pacto, un pacto que…

—¿Qué clase de pacto?

—Exactamente lo que estás pensando. Igual que contigo. Or-ga-ni-za-ción, navegante de mercantes. ¿Entiendes lo de las Familias? Claro que sí. Bueno, pues esto es lo mismo. Lo mismo.

NB la miró como si acabara de pegarle en la cara y se fue a su litera.

Un segundo después, Musa entraba por la puerta.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó.

Seguro que es de una nave mercante de Familia, pensó Bet. Apuesto lo que quieras.

Mientras señalaba a NB con un gesto del cuello y los brazos cruzados respondió:

—Fue a buscar algo a su litera. Musa se rascó el hombro.

—No está contento, ¿verdad? No lo entiendo.

—Tengo que decirte la verdad. Me acosté con él.

—¿Y cómo se pone cuando lo hace? —preguntó Musa.

—Algo nervioso y muy dulce algunas veces. Musa lo pensó un segundo.

—Hace tiempo yo también lo hubiera hecho. Eres una mujer bonita. No lo culpo.

Ella sonrió. Se sentía un poco más bonita y nadie le había dicho eso excepto Bieji cuando estaba borracho.

Era lo que convenía hacer, encontrar un lugar y un grupo de tres en quienes confiar. Ése era el problema de la Loki, que había muy pocos así y eso se olía en el aire. No se había sentido segura allí hasta que sintió el brazo de Musa rodeándole la cintura.

Musa también fue bueno en la cama. Estaban pasando un vídeo, mientras los malos y los buenos se disparaban en la pantalla al otro lado del dormitorio, se oía el ritmo de los gritos de aliento de los borrachos y los jadeos de las parejas detrás de las pantallas de plásticos.

NB no estaba ni borracho ni tenía pareja. NB dormía si podía. O probablemente estaría sufriendo, pero al menos estaba seguro junto a la litera de los dos. Era el último de la fila hacia el vídeo y Musa, el siguiente.

Era un arreglo que Musa había hecho a instancias de Bernstein al pasar NB a alterno. Musa ocupaba una litera muy requerida en la mitad de la línea y Muller no había tenido ningún inconveniente en cambiarse. Por otra parte, nadie hablaba con NB, excepto Musa. O por lo menos eso decía él.

Y así fue como Musa acabó cerca del vídeo, con borrachos gritones sentados del otro lado de la pantalla, sobre cubierta, a pocos pasos de la litera que compartía en ese momento. Resultaba divertido preguntarse si gritaban por el vídeo o los alentaban a ellos.

—Tontos —susurró Musa entre un jadeo y otro.

—Da igual —dijo Bet y se rió porque era divertido. Se rió y consiguió que Musa se riera también bajo las mantas que había arrojado por encima.

—Eres una buena mujer. —Musa olía nada menos que a jabón perfumado y tenía las sábanas muy limpias. Había sacado una vieja botella de whisky auténtico, whisky de la Tierra, y le había servido un buen trago. Era algo que Bet sólo conocía de oídas, de boca de soldados del África que eran lo suficientemente viejos como para recordarlo.

—¿Dónde lo conseguiste? —le preguntó y Musa, contento, le habló de recuerdos del hogar.

Así que Musa era de Tierra. La Flota había luchado por Tierra y el África había vuelto a pelear allí. Era algo así como una conexión oscura, ni siquiera de amistad, pero la hacía pensar en las vueltas que la vida había dado para que una mujer del África y un hombre como Musa estuvieran en la misma cama.

Cosas así sucedían a veces.

El vídeo proyectó una serie de explosiones y los borrachos aullaron. La voz de Musa repitió las siguientes líneas de memoria, resultaba de lo más divertido, al menos borracha como estaba ella. Le sirvió otro trago.

El vídeo enmudeció de pronto. Los borrachos gruñeron y se callaron.

—Habla el capitán —tronó el comunicador—. La nave saltará a las 06 00 del día principal.

Después, la película volvió a pasar, pero la charla se había acallado mucho.

—Mierda —exclamó Bet—. Otra vez. ¿Adonde vamos ahora?

—Eso es fácil —dijo Musa.

—¿Adonde?

—Adonde nos lleven.

—Vale —sonrió ella y le dio un golpecito.

—En realidad —siguió Musa acomodándose para charlar con tranquilidad un rato—, no es difícil de imaginar. La Flota recibió una buena paliza dos veces, en Tierra, y ahora han vuelto a saltar de nuevo…, nadie sabe adonde…, tal vez a la vieja estación Beta.

Sus comentarios le hacían sentir escalofríos. Siempre había habido rumores en la Flota, murmullos sobre el hecho de que Mazian tenía un agujero donde esconderse y el nombre de la estación abandonada, el viejo centro en Alfa, había surgido en varias oportunidades… Era conocida como la estación de la mala suerte, la segunda estrella que había recibido una nave humana y una colonia…, y que, según decía la historia, había desaparecido de las transmisiones un día cualquiera. El flujo constante de datos hacia otras estaciones… se había detenido, simplemente, sin razón, sin explicaciones. Cuando una nave de velocidad menor a la luz llegó a investigar, no quedaba ni una clave/Entonces cerraron la Estación Beta, sistemáticamente, y el módulo que podría haberse llevado a la gente ya no estaba…

Ni siquiera quedaron restos, ni parásitos electrónicos en las transmisiones, nada que diera una pista sobre lo que había pasado.

—Serían unos imbéciles —comentó Bet, y pensó que ése era el tipo de rumor que Mazian podía haber hecho correr para confundir a todo el mundo.

—Saltaron hacia algún otro lugar en esa dirección —añadió Musa—. Eso es lo que oí.

—Puede que sepan de algún punto de masa que nadie más conoce.

—Tal vez. O quizá saltaron a la vieja Beta y se quedaron quietos ahí, sin hacer nada. Beta les conviene, toda esa minería, esa biomasa, anticuada sí, pero si el polvo no es lo único que queda… Es probable que lo hicieran.

—¿Es ahí donde vamos?

—No. Nosotros no.

—¿Entonces qué hacemos?

—Mantener las pistas abiertas. No dejar que ese hijo de perra nos corte el camino hacia Tierra. No dejar que tome las Estrellas Hinder. Podría empezar una guerra otra vez, aislar a Tierra y obligar a Pell a entrar en Unión o hacer tratos con él. Pell no puede mantenerse independiente si Mazian tiene a Tierra en su bolsillo. Además las Estrellas Hinder no son nada, apenas un almacén de seres humanos. Eso lo sabes tú por experiencia.

—Sí —asintió ella.

El vídeo no volvió a alborotar: ni lo que pasaba en la pantalla ni la multitud que miraba. Mucha gente se fue a rec a tomar una cervezay charlar mientras que otros se sentaron en las literas a beber.

—Debería ver qué tal está NB —dijo Bet y se inclinó por el borde de la litera para poner la cabeza por debajo del nivel de la pantalla.

—¿Está bien? —preguntó Musa.

—Parece dormido. Discúlpame un momento.

Bet se arrastró, agachándose, y se sentó junto a la litera de NB.

Estaba medio dormido, las pastillas lo habían atontado. La miró con cansancio.

—¿Has oído? —le preguntó—. Salto por la mañana.

—Tengo que despertarme —murmuró NB.

—No, duerme. Musa y yo te pondremos en la hamaca. No hay problema. Puedes confiar en nosotros. —Le apretó la mano—. Buenas noches. ¿Estás bien?

Silencio. Los dedos no la apretaron. Pero estaba bien. Musa y ella habían supervisado las pastillas…, por si había algo raro. Si la Loki iba a algún sitio por la mañana, fuera donde fuese, todo estaría en orden esta vez. Sin sorpresas.

Se agachó y volvió a la cama de Musa con frío, temblando.

Un hombre a quien no le importara eso era un caballero.