Se sacó el traje y pasó el control con Bernstein y Musa. Un largo día. Tenía el frío metido en los huesos.
—Pueden irse —dijo Bernstein—. Un día tranquilo, sólo falta una hora para el final del turno. NB se queda pero ustedes se pueden ir.
En ese momento hubiera podido jurar que Bernstein era humano. Se quedó leyendo la hoja de trabajo mientras Musa revisaba todo antes de irse y, al pasar, se dejó caer por el lugar donde trabajaba NB. Musa salía en ese momento y Bernstein, que andaba ocupado, le daba la espalda.
NB no volvió la cabeza. Siguió mirando la planilla y las lecturas. Ella se acercó y le pasó los dedos por la nuca.
—Quiero verte.
El hombre hizo un gesto de disgusto por la interrupción y se volvió para mirarla con una expresión… de rabia, tal vez; perturbada, confusa, asustada…, todo en un segundo; parpadeó y después hizo un gesto de rechazo con la mandíbula tensa y furiosa.
—¿Dónde? —preguntó Bet. Pero él siguió rechazándola.
—¿Frente a las taquillas? —añadió Bet alegremente—. ¿A las 21 00?
—En el almacén —respondió él sin cambiar de expresión.
—Vamos a terminar en… —y estuvo a punto de decir «espacio», pero pensó que no era una buena idea.
NB no hizo ningún comentario. No parecía contento.
—De acuerdo —concluyó Bet, y se fue antes de que Bernstein pudiera darse vuelta y notar algo.
Salió y fue a retirar su ropa limpia de la sección Servicios, subió por el anillo hacia recreo, se sentó en el banco y tomó una taza cíe té con Musa mientras los del día principal tomaban el desayuno. Ambos esperaban que se vaciaran las duchas, y después se aseó poniendo mucha atención en bañarse, luego cena…
McKenzie tramaba algo. Vio cómo la buscaba entre los demás y trató de evitarlo.
Se sentó entre dos mujeres, haciendo un gesto de asentimiento a su silencio de piedra y después prestó una atención deliberada a la comida, pero McKenzie se le acercó y le preguntó qué tal andaba.
—Muy bien —dijo mientras trataba de pensar con rapidez—. Pero tengo que solucionar un problema con los Servicios, se armó un lío terrible con mi ropa…
—¿Y esta noche?
—No sé —intentaba resultar amistosa. Vio entrar a NB por el anillo desde recreo…, ¡mierda! McKenzie podía sentirse realmente ofendido si una mujer se mostraba fría después de pasar una sola noche con él…, especialmente si el segundo hombre empezaba a comentar que ella había dejado a McKenzie metiéndose en su litera porque McKenzie no se había portado bien. ¡Dios!
Sonrió y arrugó la nariz con una expresión dulce.
—En serio, te tomo la palabra —se levantó con la bandeja en la mano tratando de sacárselo de encima. Al menos ese movimiento hizo que pudiera hablar con él sin que la oyeran las dos mujeres—. Creo que debo decirte la verdad, Gabe. La verdad es que tengo una cita esta noche, bueno realmente, las dos próximas noches y no creo que haga otra cosa…, pero estás en mi lista de amigos. Sólo que no estoy preparada para tener una pareja estable… Nunca la he tenido.
El pobre hombre se sentía totalmente fuera de lugar, venir dos veces seguidas, hacerlo en público y ponerla a la defensiva cuando ella no le debía nada. ¡Mierda!
—Bueno, más adelante.
—Eh —sonrió Bet—. Tengo que actuar con cuidado, Gabe.
—Nada que tú no quieras.
—¿Me has oído decir que no quiero? Porque no lo he dicho. Pero me dan mala espina las parejas unidas desde el principio. Es malo para todos. Pero no te preocupes, tengo mis favoritos cuando se termina la novedad. —Lo palmeó en el hombro, guardó los platos y la bandeja y dio media vuelta haciéndole una mueca de simpatía—. Hasta pronto, amigo.
Se escapó. No sabía cómo debía sentirse McKenzie, pero al menos la había mirado con algo más de comprensión al final. Bet regresó a los dormitorios y se escondió por un rato por si McKenzie o alguno de sus amigos la estaban siguiendo. Después salió de nuevo sin hacerse notar y escapó en dirección contraria sin girar la cabeza ni disminuir la velocidad hasta que estuvo en el corredor. ¡Mierda!, pensó con el corazón en la boca. McKenzie le daba escalofríos y la cita que tenía le daba escalofríos.
Mierda… pensó. ¿Por qué estás haciendo esto, Bet Yeager?
No había una respuesta lógica, nada que no fueran las hormonas que le producían un asco especial contra el pobre tipo que estaba allá atrás tratando de invitarla a una cerveza. Disgusto ante el silencio callado y duro de las mujeres en el banco, y disgusto por lo que veía de la moral de esa tripulación. Pasaban cosas muy extrañas en esa nave, y solamente ese loco de NB le proporcionaba una sensación de cordura y seguridad.
Las hormonas, quizá. Pero también estaba su propia experiencia con Fitch. Lo que había dicho Musa. Y la señal ambigua de Muller.
Caminó alrededor de Ops y de Ingeniería, se cruzó con el tránsito de siempre y se escondió en el almacén del taller como si tuviera algo que hacer allí.
Adentro las luces estaban bajas para ahorrar energía. El lugar tenía tres largos pasillos de latas y alrededor del borde, barriles de material para los moldes de inyección, repuestos para la prensa y los moldes de extrusión, ejes, mangueras, cables y material aislante: un compartimento enorme como un gran laberinto embarullado. Bet se inclinó contra la puerta, miró a izquierda y derecha y escuchó por encima del murmullo permanente que sonaba en una nave pequeña.
—¿NB? —llamó lo suficientemente alto para que la oyera, en caso de que hubiera llegado antes y no hubiera notado el sonido de la puerta.
Ni un ruido. Pero eso no era extraño estando con él.
De pronto, Bet tuvo un ataque de miedo, sintió el frío del lugar y el aliento se le congeló en la luz casi inexistente. Cruzó los brazos y los apretó alrededor del cuerpo. Hubiera deseado llevar un suéter bajo el traje de salto.
Dios, realmente este hombre quiere hacerme el amor en un refrigerador.
Si es que es eso lo que en realidad quiere, pensó con el estómago un poco revuelto. Un hombre al borde de la locura podía delirar mucho más de lo que ella pudiera imaginar, podía estar esperándola en cualquier parte con un cuchillo o algo, obsesionado con la idea de que se estaba riendo de él…
¿Qué mierda estoy haciendo en este agujero? Tengo algo más de sentido común que esto, por Dios, siempre lo tuve.
Me puedo cuidar sola. Y cuidarme significa salir de aquí cuanto antes, volver a los dormitorios, decirle que no lo encontré…
Claro que lo va a creer. Será su problema si no lo cree.
Si fijas la atención de un loco en ti, te buscas problemas para siempre, y eso es lo que has hecho, Bet Yeager. Y no es digno de ti, tú sabes más que todo eso, sabes mucho más desde los ocho años…
Debía regresar a los dormitorios, a la cama y no con McKenzie, ni con nadie, ni esta noche ni en muchas otras tal vez…, hasta que se recuperara y comprendiera las cosas un poco más. Ya tenía dos problemas en esa tripulación, tres, contando a Fitch. Lo más inteligente ahora era irse, cortar toda conexión con NB Ramey y buscar un grupo compatible, con una mujer, mierda, quería tener amigas, no sólo compañeros de cama, y la tripulación femenina estaba más alejada de ella que nunca. Alguna gente le enviaba señales hostiles, sobre todo las mujeres, como si estuviera haciendo algo malo o como si cruzara líneas que no sabía que existían… Lo cierto es que cada vez estaba menos segura de que realmente estuviera haciendo algo bien.
Estaba al borde de asustarse de esa tripulación, sobre todo por las señales confusas que le llegaban de McKenzie…, asustarse de lo que recibía de las mujeres, igual que le asustaba la gente de las estaciones, como se había asustado a veces en la Ernestina. Era como si estuviera moviéndose y tropezando en el peor lugar, una y otra vez, y la gente hubiera empezado a murmurar a sus espaldas…, mírala, mírala…, mira cómo hizo eso, eso no es de civiles.
Trataba de recordar la forma en que se comportaban los civiles. Trataba de actuar bien. Tenía dieciséis años cuando se unió al África y apenas recordaba su hogar, ni siquiera podía recordar la cara de su madre, solamente el apartamento donde había que colocar de nuevo las literas para poder dormir cada noche y recogerlas por la mañana porque, si no, no había espacio para moverse; y las ropas de mamá colgadas en una pared y sobre la cubierta…, los corredores de metal de la nave refinería número dos de Panparis y los sitios que usaba para esconderse, los agujeros que conocía tan bien… Su madre tratando de manejar a una hija que nunca obedecía las reglas de los civiles y que siempre se metía en problemas. Y aquella gente que no sabía lo que quería, los reglamentos que nunca habían colgado en ninguna parte, que no eran claros y que tenían excepciones que nadie explicaba…
En primer lugar, mamá, podría habérselo explicado mejor, pero mamá nunca supo dominar las cosas. Mamá rompía cosas y luego la golpeaba por eso, llegaba furiosa y había que esconderse, no importaba si realmente una tenía la culpa.
Nunca entendió a mamá y menos aún a los amigos de mamá. Nunca confió en lo que decían, ni se atrevió a confraternizar con ellos.
Porque nunca fue otra cosa que una marginal entre los civs. Pero cuando uno empieza verdaderamente a formar parte de la tripulación de una nave, puede confiar en la gente. Como con Bieji Mager, y Teo…, los cinco…, los momentos que habían pasado…
¡Mierda!
Sintió un nudo en la garganta, de pronto se sintió alejada de todo, sintió que tenía que huir, conseguir un poco de aire, volver a la luz, a la cordura…
Abrió la puerta y ahí estaba NB, entrando.
—Yo… —Estaba frente a frente con él. No quería molestarlo ni parecer tonta, y ya era demasiado tarde. Lo dejaría abrazarse a ella y echar el cerrojo a la puerta. Así que ahí estaba, en medio del fregado.
Se metió las manos en los bolsillos.
—No estaba segura de que vinieras.
Se sentía como si tuviera diecisiete años. O doce. Pero no estaba evitando a mamá, sino a Fitch.
—Quería hablarte —le dijo. Él trató de tocarla inmediatamente y Bet retrocedió unos pasos, con rapidez. No era lo que quería hacer pero estaba perturbada…
Ramey convirtió su movimiento en un gesto de abandono, un vete-a-lamierda. Dios, las manos le temblaban. Las convirtió en puños cerrados y las metió dentro de los bolsillos, donde estaban bien a salvo.
Me gustas, así era como quería empezar, pero resultaba una estupidez y no sabía de qué podía ser capaz NB. En cualquier momento podía cruzar la línea y hacer algo violento si sentía que tenía algún derecho sobre ella. Bet preguntó:
—¿Estamos seguros aquí?
La miró, parco como siempre. Estaba enojado.
—No —concluyó ella, y sintió como si le anduviesen bichos por la piel. Después, pensó en Fitch, pensó en NB y en un posible informe sobre una última infracción de las reglas.
£5 la última oportunidad que tiene, había dicho Musa.
—No quiero meterte en problemas. Ramey, joder…
Mierda, ni siquiera, puedo situarme yo misma en esta nave. ¿Qué cono puedo hacer por él?
Meneó la cabeza, se pasó una mano por el cabello y volvió a mirarlo.
—Mira, me enrollé con un tipo anoche, pero en realidad no quería. Llevarte a mi litera, eso era lo que quería, y arreglar las cosas, pero dijiste que habría problemas. Por eso no fui a buscarte, ni te hablé. No sé por qué estás tan furioso.
Ni una palabra, apenas un parpadeo.
—Ramey, por favor, ayúdame. Un largo silencio. Después:
—Te puedes encontrar con problemas, problemas serios. —Su voz era tan baja que casi no podía oírlo por el ruido de fondo de la nave—. Algo más serio que la tripulación. Sería mejor que no estuvieras aquí, que no me hablaras. Su actitud la disgustó.
—¿Eso es lo que querías la otra noche? NB se encogió de hombros. Sólo eso.
Bet reunió el coraje para decírselo; tenía el cuerpo alerta para saltar y alejarse si era necesario.
—Hablé con Musa —esperó un estallido, pero él solamente jadeó un poquito, sin cambiar de expresión—. Está casi de tu lado, Ramey.
—Musa es buen tipo —dijo NB con un movimiento tan leve en su mandíbula que resultó casi imperceptible—. McKenzie tampoco está mal. Mira, hago mi trabajo y la tripulación me deja en paz, no lo eches a perder.
Iba a dejarla. Buscó el cerrojo de la puerta.
—Ramey.
—Olvídalo.
—Por supuesto que no, mierda. —Le cruzó el brazo por delante, con el corazón asustado y palpitante, sabiendo que en esa posición él podía rompérselo—. Si vuelvo, McKenzie se me echará encima. No quiero a McKenzie.
NB se detuvo con la mano en la puerta, sin mirarla.
—Mira, Ramey, no me dejes así. Joder, ¡no me dejes así! ¡Creo que podemos encontrar respuestas juntos!
Dejó caer la mano, se volvió de pronto y la apretó contra su cuerpo, ya nada podía detenerlo. Sintió que se paralizaba, asustada, Dios, cuerpo contra cuerpo podía hacerle cualquier cosa, podía romperle el cuello. Debía haberlo hecho retroceder y hablar primero con él, despacio, con cordura, pero en ese momento incluso le costaba poner dos ideas una junto a la otra en un razonamiento coherente y lo que pensaba no tenía mucho que ver con él en realidad.
—Lejos de la puerta —jadeó cuando logró separar la boca y respirar—. Mierda, NB…
No había querido decir eso, pero él ni siquiera lo notó.
—Vamos. —La llevó hacia la oscuridad, hacia un hueco que quedaba entre la pared y las latas, donde el camino que seguían daba una vuelta.
En la oscuridad encontraron un viejo almohadón, dos mantas y el espacio suficiente para que cupiera un cuerpo; o dos, si se montaba uno sobre otro. Frío, Dios, hacía frío, pero las manos de Ramey no estaban frías y él tampoco. Bet trataba de seguir su ritmo, de mantenerlo en calma y tranquilo…, hasta que tuvo que concentrarse en respirar y no hacer ruido durante un rato mientras se encendían las luces de colores detrás de sus párpados.
—Dios —exclamó finalmente, y sacando un brazo fuera de la manta lo abrazó. NB, dejó escapar un suspiro, y se puso un poco más pesado por un momento, se relajó sobre ella porque no había espacio para nada más—. Estás bien —susurró Bet apoyando la mano en su costado para que no se moviera—. Estás bien, Ramey. Y debes saber que tienes un par de amigos en esta nave. Por lo menos un par.
Ramey respiró una vez, profundamente, como si le faltara el aire…, o la cordura.
Bet le frotó los hombros un poco asustada hasta que logró respirar de nuevo…
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó para matar el silencio y para que él no pensara en otra cosa—. ¿Cómo llegaste a esta nave?
Nada. NB era así.
—¿Eres un navegante libre, Ramey? ¿O un contratado? ¿Vienes de una nave de Familia, una mercante? ¿Cómo te llamas en realidad?
NB movió lentamente la cabeza, contra su hombro.
—¿Ramey es tu nombre? ¿O tu apellido? Otro gesto con la cabeza, quizá solamente una indicación de que no quería contestar.
—No me importa. Pero ahora estás mejor, Ramey, ahora sabes dónde estás. ¿Te contaron cómo me encontró Fitch? Un jadeo. Un poco más tranquilo.
—Se dicen cosas.
—¿Qué dicen?
—Que pinchaste a un par de tipos.
Le pareció gracioso y grotesco: Ramey tenía razones para preocuparse por ella; pero en realidad no tenía gracia. Los dos tenían motivos para preocuparse. Le pasó la mano por el cabello.
—No es normal. No te molesta, ¿verdad?
—No me importa —respondió NB.
La verdad absoluta, pensó ella, solamente la verdad, directa, cansada, —yo también estuve así —sintió el frío de los muelles de Thule, recordó las noches en que no tenía créditos y la estremeció el frío de la cubierta de la Loki a través de la manta, congelándole la espalda; tuvo miedo de que alguien entrara y trajera a los oficiales—. Pero las cosas cambian. Y yo estoy aquí viva, para contártelo.
—No. Nada cambia. —Y suspiró profundamente, un suspiro que se convirtió en un escalofrío cuando los labios rozaron la oreja de Bet—. Es cuestión de tiempo. —Empezó a temblar, lento, como el escalofrío, pero después el temblor empeoró; intentó levantarse con prisas, pero se golpeó con un ancla y cayó sobre Bet con fuerza golpeándola con el codo, la empujó, pero el espacio no les dejaba moverse bien—. ¡Dios! —aulló—. ¡Dios! ¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
No había ningún lugar al que ir. Bet sabía reconocer un acceso de locura espacial cuando lo veía. Se levantó como pudo, ciega por un momento y con la boca llena de sangre, buscó algo contra el metal congelado de la bandeja de las latas. Consiguió levantar las rodillas para protegerse, pero él estaba allí, sentado, doblado en dos.
—Ramey —gimió temblando y tratando de reunir las ropas. NB se enroscó agachándose con el brazo sobre la cabeza. Bet tomó una manta y se la pasó por encima de los hombros.
—A la mierda contigo —masculló entre los dientes que le castañeteaban.
—Ya estuve ahí, estúpido. —Y volvió a cubrirlo con la manta. Ramey la había empujado con las manos—. Debería haberte pateado. ¡Déjalo, cono!
Estuvo así durante mucho rato, aferrado a sí mismo, temblando. Bet se quedó sentada allí, inclinada sobre su espalda y sosteniendo la manta para que no se helara. A veces le hablaba, y pensó en darle algo del trank que llevaba encima, pero no estaba segura de que fuera lo correcto, ni sabía dónde se encontraba su mente, fuera, en algún desconocido salto mental en el espacio.
Finalmente, Ramey murmuró:
—Vete, Yeager. Vete de aquí.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—¿Puedes levantarte?
NB se enderezó lo suficiente como para empujarla.
—¡Que me dejes solo!
Bet consiguió equilibrarse poniéndose en cuclillas, puso una mano en la pared para sostenerse, en una posición que no era precisamente defensiva.
—Grita todo lo que quieras, hombre. Si quieres que venga la tripulación, sigue gritando con toda la fuerza de tus pulmones. Silencio. Un largo rato de silencio.
—Ramey.
—Que te vayas —dijo él sin levantar la cabeza de los brazos.
—¿Que haga qué? ¿Dejarte aquí para que te congeles el culo? Levántate, vamos. Nada.
—Ramey, joder.
Nada.
Se puso en pie, tensa y medio congelada se agarró a la pared.
—Voy a buscar a Bernstein.
—¡No!
—Entonces, ponte de pie, Ramey, ¿me oyes?
Se movió. Empezó a buscar la ropa con manos temblorosas. No levantó la vista para mirarla y ella se agachó de nuevo, se chupó el labio lastimado.
—Hijo de puta —dijo lentamente mientras hacía un movimiento desesperado con la cabeza sacando una mano para apretarle el hombro. Él se sacudió la mano de encima—. Eres un estúpido.
—Es lo que opinan todos aquí. Déjame en paz.
—¿Es así cómo pagas los favores que te hacen?
Ramey se dejó caer de nuevo junto a la pared con la mano sobre los ojos. Era como si ya no pudiera tolerarla.
A Bet le dolía el estómago. Todavía estaba temblando por la adrenalina y le castañeteaban los dientes, pero ciertos tipos de dolor la conmovían y un hombre con un problema real era difícil de tolerar. Un navegante que había sufrido a manos de otro navegante lo que Ramey había sufrido a manos de Fitch, eso era difícil de imaginar.
Aparte de lo que había hecho aquella tripulación…
Tal vez no sabían qué hacer con él… Ella misma no sabía qué hacer con él en ese momento. Estaba a punto de darse por vencida, irse y dejar que saliera de ese pozo como pudiera, a su tiempo, un hombre no se hacía daño a sí mismo, eso nunca sucedía.
Quizá no podía hacer nada en el fondo, nada excepto enloquecerle todavía más.
Ramey se pasó la mano por la cara y se reclinó contra la pared; un rayo de luz leve le cayó sobre la barbilla y sobre un ojo.
—¿Estás bien?
Él asintió, exhausto.
—Musa dijo que Fitch no te dio el trank —prosiguió ella—. ¿Es verdad? Otra vez sí.
—Fitch me encerró en ese maldito almacén durante la salida de puerto —dijo Bet—. Y tuve miedo de que no me lo diera.
El único ojo visible de Ramey parpadeó. Con fuerza, rápidamente.
—Fitch es el único que está loco —dijo ella—. ¿Eres de las mercantes, Ramey? Nada.
—Ramey, ¿me tienes miedo? Nada.
—Supongo que sí —siguió ella con calma—. Ya tienes bastantes problemas. Eso lo entiendo. Pero quiero decirte algo, Ramey, yo tampoco necesito a nadie. No voy a apoyarme en ti, no voy a molestarte ni a engañarte. Sólo querría que te fijaras dónde apoyas los codos, eso es todo.
Ramey se inclinó en el espacio que había entre los dos y le acarició el brazo, una vez, con dulzura.
Bet puso una mano sobre la de él y le apretó los dedos.
—¿Quieres volver a rec y comprarme una cerveza? Todavía no estoy segura de que hayan puesto mis créditos en el banco. Él negó con la cabeza.
—Vamos —dijo Bet—. No me asusto con facilidad. Otra negativa. La mandíbula tensa.
—De acuerdo —comentó Bet—. Acepto el consejo que me das. Otro día será.
—Fitch —dijo él. Un disparo frío y certero, para poner serio a cualquiera—. Me llaman NB —añadió después, como si con eso ayudara a destapar algún tipo de obstrucción en su garganta—. No te obsesiones. No te quedes fuera del grupo.
—Te entiendo.
Ramey levantó la vista y le tocó la mandíbula, un roce dulce, muy dulce que le devolvió a la idea de lo que podía llegar a ser, loco o cuerdo, y ni siquiera estaba segura de quién la acompañaba en ese momento.
—Vas a darme una reputación muy, muy mala. Le dije a McKenzie que iba a salir con alguien y vuelvo con un labio cortado. ¿Qué otros agujeros hay en esta nave donde pueda decir que estuve?
—En los almacenes de la cocina. En Servicios. Junto al ascensor del núcleo en los almacenes generales.
—¿Se cabrean los oficiales? Él meneó la cabeza.
—La mayoría no.
—Pero Fitch vigila.
—Estamos en el turno de Orsini. Fitch es de principal.
—¿Orsini es un hijo de puta?
—Otro tipo de hijo de puta. —NB se pasó la mano por el cabello y apoyó la cabeza—. Él…
La puerta se abrió, se encendieron las luces.
La mano de NB buscó la de Bet y se aferró a sus dedos. Ella la apretó con fuerza y se quedó inmóvil mientras las voces pasaban cerca: una mujer y un hombre enojado, severo.
Se oyó una llave, la maquinaria gimió y las latas se movieron sobre la bandeja de transporte. Bet sacó la manta del riel donde podía detener la bandeja, vio una lata que venía hacia ella y se apretó contra NB mientras las latas pasaban, una tras otra, empujándola con una fuerza brutal, moliéndole la espalda y la cadera al pasar, un dolor lo suficientemente intenso como para quitarle el aliento.
Más máquinas conectadas. La mano de NB le apretó la cabeza contra su hombro cuando se oyó el ruido de un cargador.
Luego se detuvo.
Después las cosas se tranquilizaron y las voces apenas eran un murmullo sobre el rumor de la nave. Se apagaron las luces y la puerta se cerró.
Bet se quedó sentada con los dientes temblándole en la boca y el frío metido en el cuerpo.
—El agujero todavía está aquí —dijo por fin NB—. Siempre está.
—Ya sé —suspiró Bet, con la mandíbula tensa porque había estado pensando en eso y estaba demasiado asustada para echar un vistazo.
—Será mejor que te vayas Bet. Pasa por la puerta del taller. Podría estar abierta. Ésos era Liu y Keane. Liu es una perra.
Tenía que hacerlo. Logró hacer funcionar sus miembros ateridos, apretó el cuerpo entre las latas en la curva, salió al corredor y caminó como si estuviera donde debía estar, sólo que con las rodillas débiles y el estómago totalmente revuelto.
Se detuvo cerca de la línea que rodeaba Ops y esperó junto a los depósitos, temblando, preocupada, hasta que vio aparecer a NB.
Era obvio que no la esperaba.
—Es tarde, NB. —De algún modo la tripulación tenía la culpa de todo ese lío, de los dolores en el cuerpo y del labio cortado. Pero sobre todo, de lo que le pasaba a él. Estaba furiosa e insistió—. ¿Sabes?, quiero esa cerveza. Yo voy primero, me siento, tú llegas y te me acercas, ¿de acuerdo?
Él asintió.
Y así lo hizo. Bet entró y se sirvió del té gratis que ofrecía la cocina; se lo tomó con el labio lastimado y se quedó en el mostrador dando la espalda a dos parejas que habían llegado al mismo tiempo. No había nadie más.
NB llegó pasado un rato. Bet se sentó y él le llevó la cerveza.
—Gracias —dijo ella, e hizo un gesto para que se sentara a su lado.
Pero Ramey fue a buscar su cerveza y se la tomó en el mostrador, dándole la espalda.