10

Bet se acomodó en su litera. Se dio cuenta de que quien había hecho la queja era un tal Mel Jason que tenía la litera junto a ella; una cama rodeada de fotos pegadas en las paredes, fotos de flores y recuerdos de bares y estaciones, también había fotos de hombres desnudos y bien parecidos, todo lo cual no añadía mucho acerca de Mel Jason si una ya suponía por entonces que el tal Mel Jason era homosexual.

Del otro lado no tenía vecinos, la escalerilla del costado estaba anillo abajo, Jason estaba anillo arriba y la lámina de plástico que proporcionaba algo de intimidad habría impedido ver a cualquier otro vecino darse cuenta de que ella no había usado sábanas. A no ser que alguno de anillo arriba hubiera pasado junto al pie de la cama hacia la escalerilla…, siempre cabía la posibilidad de que hubiera sido otro, pero el que estaba más cerca era el más probable.

Puso a Mel Jason en su lista provisional de hijos de puta pero decidió no enfurecerse demasiado teniendo en cuenta el resto: era un lugar agradable en la nave, con pantallas para tener algo de intimidad y todo, una sensación aireada, buena y segura al mismo tiempo; con la red de seguridad que impedía que alguien volara hacia el costado en una maniobra brusca aplastando a algunos en el viaje.

Lo mejor de todo era que cada uno tenía su propio estante y su taquilla para las cosas debajo de la litera. La nave no llevaba ni la mitad de tripulantes que cabían en ella y no había que compartir nada con los del turno del día principal.

Considerando lo limpio que estaba todo y la forma en que la gente estaba acostumbrada a vivir, no podía culpar a Jason, al menos no demasiado. Eso, si es que había sido Jason el de la queja. De todos modos, quien quiera que fuese, había reaccionado demasiado rápido. África tenía, sus reglas, a pesar de la multitud que la poblaba, y si le hubiera tocado uno nuevo al lado, alguien que las infringiera la primera noche, ella también hubiera saltado.

La vida la había enseñado a dar espacio a los demás, al menos eso era lo que creía detectar en sí misma.

Así que fue agradable con Jason, rodeó la pantalla de plástico y dijo:

—Discúlpame por lo de anoche. No tengo excusas pero quiero que sepas que no es mi costumbre.

Jason levantó la vista de la costura, y asintió, una vez y nada más. Ese era todo el comentario que pensaba hacer. Ni siquiera le preguntó de qué hablaba. Era toda la respuesta que Bet deseaba por ahora. Pensó que el tiempo arreglaría las cosas o las empeoraría, y se fue a cenar.

NB estaba allí. Casi ni la miró y Bet no se sentó con él porque, por las razones que fueran, le había advertido que no se le acercara en público. Se acomodó en el primer lugar vacío sobre el banco y prestó atención a la comida. NB salió, ignoraba dónde podía ir.

Poco después, cuando la mayor parte de la tripulación se reunió en los dormitorios oscuros para ver un vídeo muy antiguo anterior a la Guerra, un hombre se acercó a ella por detrás. Bet estaba de pie con los brazos cruzados pensando que por lo menos lo había visto veinte veces.

El hombre le tocó el hombro, hizo un gesto hacia la puerta y dijo:

—¿Yeager?

No era NB. Al principio había pensado que era él.

Se trataba de un intento de acercamiento, conocía el baile cuando lo veía. Le dijo que su nombre era Gabe y quería invitaría a una cerveza. Era amable y estaba interesado en sentarse y charlar un rato con otras intenciones para el resto de la noche, intenciones que no era difícil suponer.

No se sentía demasiado entusiasmada por la invitación. Había estado buscando a NB con la esperanza de sacarle alguna información, pero si NB estaba en los dormitorios, no lo veía, y si se había marchado a otro sitio, no le había hecho ninguna señal para que lo siguiera. Así que no encontró excusas, tomó una cerveza, luego dos, y Gabe —el nombre grabado en el bolsillo era McKenzie— le preguntó cosas a las que respondió con las mentiras habituales: nave mercante destruida en la ruta a Pan-paris, abandonada en Thule, desesperada…, ¿y él?

McKenzie la comprendía. McKenzie dijo que llevaba diez años en la Loki. Era evidente que estaba más interesado en sus gestos que en los detalles de las respuestas. Después, llegó vagando otra pareja desde el anillo inferior, eran dos hombres amigos de McKenzie que venían a ver a la nueva, hacer alguna broma, aprovecharse de la situación, ponerla nerviosa si podían y divertirse si no podían. Decidió que eran buenos tipos: Park y Figi. No se sentaron, se quedaron de pie y la miraron desde arriba, le preguntaron cómo andaba todo, observaron su disposición para con McKenzie al tiempo que intentaban averiguar qué había para ellos si es que era abierta.

McKenzie, Park, Figi, obviamente un sistema de amigos, los tres tees de los sistemas de exploración. McKenzie era el atrevido, Park y Figi algo más tímidos, un poco menos cómodos con una desconocida a pesar de su aspecto decidido y burlón.

Resultaba fácil apostar quién era el jefe de ese trío, pensó, y se rió de los tres. Fue divertido ver a McKenzie sonrojarse porque lo habían acorralado con una broma sobre literas equivocadas en la oscuridad. Él les dijo que se fueran.

Estaba tratando de ponerse amistoso de nuevo cuando aparecieron otros dos hombres en el área de descanso. Se presentaron ellos mismos. Rossi y Wilson, por el traje; Dan y Meech de nombre, no estaban mal, sobre todo Rossi, pero una no podía ponerse a elegir siendo nueva; no era bueno empezar con un hombre y después salir con otro, no a menos que una quisiera crearse una mala reputación.

—Eh —dijo McKenzie pasándole un brazo protector sobre el hombro—, es mi amiga. Fuera de aquí. Kate, llévate a estos tipos… —añadió dirigiéndose a una mujer que se servía una cerveza.

—¿Qué me das a cambio? —gritó Kate por respuesta. Eso desató una pequeña tormenta amistosa en la sala, algo grato entre Kate, Rossi y Wilson. McKenzie vio una oportunidad para aproximarse y la apretó un poquito.

—No los tomes en serio. ¿Cómo estás? Los dormitorios son un lugar tranquilo ahora que todo el mundo está viendo el vídeo, y tengo una botella, ¿qué te parece?

—De acuerdo —respondió.

Pero cuando se levantó con McKenzie, vio a NB de pie, apoyado contra la pared de los dormitorios, mirándolos.

Se le encogió el estómago. Recordó la promesa que le había hecho por la tarde y a la cual NB había respondido con una especie de no-temolestes. Bet había llegado a la conclusión de que ésa debía ser su opinión sobre el asunto. Pero la mirada de aquel hombre que estaba de pie contra la pared no decía no-te-molestes. La cabeza de Bet empezó a latir y trató de no mirarlo, pero sus ojos se encontraron, una única mirada, rápida, directa, mientras caminaban hacia la puerta.

Después, NB volvió la cabeza en dirección contraria y se inclinó con las manos en los bolsillos mientras ella pasaba a través de la puerta y se dirigía a los dormitorios con McKenzie.

McKenzie tenía una litera inferior, al final, al otro lado del lugar en que el vídeo seguía funcionando. Había otras parejas y seguramente no todos estaban en la litera que les correspondía esa noche, porque el vídeo ocupaba el otro extremo de la zona. McKenzie sacó una botella, tomó un trago y se la pasó mientras se desvestía. Ella tomó tres, largos, y después de devolvérsela se quitó la ropa. Se metieron en la cama, bajo las sábanas, mientras el otro extremo de la habitación estallaba en un alarido por el maldito vídeo cuando apareció la nave de los buenos; recordaba el argumento. El aire frío la atrapó de pronto, o quizá fue el vodka; los dientes le castañeteaban en la boca y se apretó contra McKenzie.

—¿Qué te pasa? —le preguntó él pasándole una mano por los hombros. Fue muy cuidadoso y parecía preocupado por su opinión, como si tuviera miedo de que estuviera asustada.

—Es que hace frío. Estoy bien.

Tomaron otro poco de la botella. Mierda, pensó, Gabe McKenzie no está mal: amable, cuerdo, estaba preocupado por ella, lo hizo todo bien y le gustó lo que hacía ella, pero fue como si la piel de Bet estuviera muerta de pronto, igual que con Ritterman, como si estuviera demasiado cansada, las hormonas no le funcionaran o algo así.

Eso la asustó, y la confundió durante un segundo, después pensó en NB, en la mano de NB, y la sintió sobre su hombro y se encendió, se encendió sólo de pensar en esa mano, sintiendo todo el tiempo que McKenzie no pasaba de la superficie.

Es una locura, pensó, y recordó a NB afuera, en el área de descanso, NB que sabía lo que estaba pasando y que probablemente estaría furioso y disgustado con ella por esa escapada…

No, mierda, no era ella quien se había escapado, ni lo estaba evitando; él no se había acercado y además la había rechazado esa tarde cuando ella se le ofreció directamente. Había tenido una oportunidad de cenar con ella o al menos de mirar en su dirección y hacerle una seña a la hora de la cena.

Deseaba que NB no fuera un loco, deseaba que no estuviera afuera haciéndose el loco, dando vueltas como un lunático o como un lobo. Hubiera querido patearlo para echarlo lejos por el corredor…

Quería…

Mierda, quería que fuera él quien la estuviera tocando en lugar de McKenzie, así que se dedicó a fingir orgasmos deliberadamente, a pensar en él el día anterior en el área de recreo, y después otra vez en lo que estaba haciendo McKenzie para conseguir algo de sentimiento, alguna sensación. Mierda… mierda… Se daba cuenta de que tenía un problema con NB Ramey, y cuando alguien empezaba a hacer eso…, cada vez que uno confundía el sexo con arriesgar el cuello, se metía en un gran lío. Había visto ese tipo de cosas en la Flota, había visto a los que terminaban así acabar con unos cuantos espectadores cuando enloquecían por última vez. Era estúpido, muy estúpido…

Excepto que había algo más en NB, estaba esa mirada herida. Ésa era una expresión que McKenzie no hubiera podido entender aunque lo hubiera mirado a los ojos en el área de recreo. Ella era la única persona que sabía la razón por la que NB estaba allí de pie…, y no podía olvidarlo, no podía detenerse, a pesar de saber que le debía toda su atención a McKenzie. Nadie la había conmovido como NB, nunca.

No, mierda, eso era mentira, aquel hombre la había acorralado contra un armario oscuro, la había llevado hasta el límite de su paciencia con los hombres, tuviera la excusa que tuviera para hacerlo…, y tampoco había pasado nada tan espectacular…

Excepto que su mente seguía confundiendo el asunto del almacén con la forma en que él la había tocado en el corredor y con el brote de locura que había sentido en los nervios en ese momento, algo que no había experimentado nunca antes, ni siquiera en el sexo, esa sensación de que, si podía hacerlo dos veces y comprenderlo, tal vez…

Mierda, no podía ser, era falso, una mentira, la primera vez en dos años que sentía tal golpe de adrenalina, eso era todo, no iba a repetirse, simplemente estaba agotada y NB había sido el primero. No estaba tan loca como para excitarse tanto con un hombre que podía saltar al otro lado en cualquier momento y enloquecer, y no estaba tan desesperada como para excitarse sólo porque él podía enloquecer en cualquier momento…

No. No era el riesgo lo que la atraía, era la mirada, esa mirada que le decía que también él creía estar haciendo algo que no le convenía hacer.

Como si NB fuera dos personas distintas: el hombre que la había acorralado para comprarle una cerveza y el que estaba allí afuera, con miedo a entrar, el que se negaba a irse y dejar las cosas como estaban… Dios, para los demás sólo serían sus rarezas de siempre, pero ella sabía, estaba segura, de que eso no era lo que estaba pasando. NB estaba forzando las cosas esa noche, ese estar de pie ¡unto a la puerta era como una lucha, una defensa a pesar de que McKenzie no se diera cuenta.

Eso era lo que la perturbaba. Y muy adentro. Él no estaba ahí afuera porque buscara pelea, ni tan siquiera para avergonzarla…, había arriesgado mucho orgullo en aquel momento de contacto visual antes de girar la cara. Eso era lo que la molestaba en la litera de McKenzie. No tenía idea de cuál podía ser la litera de NB, ni tampoco de si había entrado o no en los dormitorios con tanto trajín de gente que iba y venía.

Tal vez se había quedado dormida por un momento y al despertar habían puesto otro vídeo. McKenzie roncaba, así que se levantó y salió a la galería.

Alguien la acorraló en la oscuridad del pasillo entre las literas, era un tipo grandote, algo brusco y borracho. Le ofreció un trago si se acostaba con él, así que, mierda, lo hizo con él. No sabía exactamente por qué, quizá porque no tenía sueño y quería que alguien borrara lo que había hecho NB la noche anterior llenando de agujeros su análisis lógico de las cosas.

Pero el hombre no lo hizo. Tampoco le interesaba, estaba demasiado perdido en su propio espacio. Pero compartieron una botella y Bet consiguió emborracharse a conciencia, aunque logró encontrar su litera, se desvistió y se acostó. Se hundió en el sueño antes de tocar la almohada.

Pero se despertó a medianoche, asqueada y asustada por lo que había hecho, de nuevo se durmió y volvió a despertarse por segunda vez con el timbre del amanecer de alterno chillándole en la cabeza y la gente que se levantaba a su alrededor para ir a trabajar.

Mierda, no tenía idea de quién era el segundo hombre ni de en qué litera había estado.

Quería darse una ducha. Deseaba con toda su alma no haber hecho lo que había hecho, por lo menos no la segunda vez. Eso sí que iba a ser un buen chisme. Un jodido chisme.

Una estupidez total, emborracharse hasta el fondo en un lugar desconocido y dejarse meter en una litera por un hombre desconocido tan borracho como ella. Dios, ni siquiera podía recordar si había sido con uno solo ni la forma cómo había vuelto a su litera. Podría haber acabado en la enfermería sin saber qué había pasado. No eran sus compañeros, todavía no, estaban muy lejos de serlo.

La única esperanza que le quedaba era que el borracho con quien había dormido tampoco recordara quién era ella.

Mierda, mierda, mierda… Estaba furiosa con NB Ramey, ése era el problema, maldito loco, maldito lunático… Pero en realidad la única loca era ella por creer que el único que podía despertarla era NB. Eso era una estupidez, un sentimiento que había nacido después de muchos tragos y muchos problemas, eso era todo. La inseguridad y el hecho de que resultara más fácil preocuparse por un caso de locura espacial que por el lugar donde estaba la nave y por el tipo de juego que se desarrollaba en ella, o incluso por lo que haría cuando Bernstein la pusiera frente a algo realmente complicado que no pudiera arreglar.

Se duchó y tomó el desayuno: unos tragos rápidos de jugo de naranja sintético, algo de sal para equilibrar la sangre y un pedazo de galleta, lo suficiente para llenar algo el estómago junto a un par de píldoras para la borrachera.

Se presentó en Ingeniería y fue la primera en firmar esta vez, con un suéter y unos pantalones limpios. Al diablo con los ojos enrojecidos y el palpitar del cráneo.

Había verificaciones que realizar. Tomó la lista que pendía de un gancho en la pared y se concentró en ello, toda eficiencia y entusiasmo, exactamente como había dicho Bernstein que esperaba que se portaran los nuevos.

NB apareció se le acercó y le tomó la planilla de las manos.

—Buenos días —dijo Bet.

—Será mejor que lo verifique también yo —respondió él y empezó a hacerlo, todo lo que ella ya había hecho, desde el principio.

—Pero si estoy bien, sé lo que me hago —estaba indignada y trataba de que no la oyeran los miembros de la tripulación de principal que todavía no habían terminado—. Mierda, ¡sé escribir un número en una planilla, Ramey!

Asintió y sin mirarla siquiera se fue a hacer su ronda.

Bet no podía hacer nada con eso ahora. El jefe de principal todavía andaba dando vueltas por ahí y después aparecieron Bernstein y Musa. Resignada se tragó el enfado y esperó a que Bernstein le indicara algún trabajo.

Bernstein la puso en una inspección del núcleo, un paseito de rodillas con Musa y así pasó el resto del día. Llevaba el traje puesto pero estaba muerta de frío, una larga agonía para verificar junturas y buscar escapes. Musa no paraba de hablar:

—Me gustaría acabar pronto esto. Es distinto de lo que sucede en una nave mercante…, si la Loki tuviera que moverse ahora mismo, compañera…, estaríamos en medio de un jodido viaje…

—¿Y cómo es que tenemos tanta suerte? —preguntó Bet refiriéndose al turno de alterno. Flotaban, a cero G, con la perspectiva abismal de tuberías de un cuarto de kilómetro de largo, medio colgados de las tuberías; con las lámparas de casco, las cuerdas y las linternas de mano que iluminaban el vacío con una luz que se perdía en la larga caída de la que hablaba Musa.

—Bernstein perdió una apuesta —afirmó Musa.

—¿Estás hablando en serio?

—Aquí aun pasan cosas peores. —Un momento de silencio, mientras las luces hacían su pequeño ruido, blink-blink, blink-blink.

Se tenía que llevar una correa que se iba asegurando a medida que uno se movía. Y esperaba no tener que confiar en ella. Nunca se permitía pensar en un arriba y un abajo en un lugar como aquél o los meds podían tener que extraerla de las anclas, completamente loca.

Todos los miembros de la Flota conocían los largos corredores y los movimientos rápidos e inesperados. Un anillo en un carguero no era exactamente un anillo, sino un cilindro con escasos corredores muy largos, de adelante hacia atrás, y otros en zigzag para evitar caídas de ese tipo; pero incluso ésos podían significar caídas muy, muy largas si los motores empezaban a funcionar de repente. Había que correr como alma que lleva el diablo cuando sonaba el timbre de aviso de maniobras, asegurarse en un gancho cualquiera, esperando encontrar un broche de seguridad cerca para aferrarse a él y cerrar el cinturón de seguridad alrededor. Después uno trataba cíe sostenerse con las manos en las agarraderas, tanto como las manos podían soportarlo, pero a veces el impulso era demasiado fuerte y entonces sólo quedaba esperar que acabara pronto concentrándose en respirar. Una vez habían pasado sólo tres segundos entre el timbre y un impulso que fue excesivo: ciento veinte muertos, gente que no había logrado cerrar los broches…, lo recordaba perfectamente, incluso a veces soñaba con aquel momento, recordaba los cuerpos cayendo a su alrededor. Ella había tenido la suerte de tener la espalda contra una pared sólida.

No se podía pensar en el núcleo como algo que estaba abajo, nunca, o se terminaba vomitando todo lo que había en el estómago. Especialmente si una se estaba recuperando de una borrachera.

A la mierda con él.

—Musa.

—Sí…

—¿Te molestaría decirme algo? ¿Crees que nos estarán escuchando?

—No es probable. Tal vez. ¿Qué quieres?

—¿Qué le pasó a NB?

—¿Quién te habló de él?

—Muller.

Un largo silencio, sólo se oía el silbido del flujo de aire y el ruido de la lectura de los aparatos de control.

—¿Y qué te dijo Muller?

—Sólo que estaba al margen. Que tenía una relación jodida con la tripulación, pero no dijo por qué. Otro largo silencio.

—¿Te ha molestado?

—No. ¿Cuál es el problema?

—Su ac-ti-tud, compañera. Yo mismo se lo dije…, y se lo repito de vez en cuando. Y lo que hizo, bueno, mató a un hombre.

—¿Y la ley?

—No fue algo normal. Estaba donde no debía estar y no vigilaba lo que tenía que vigilar. Estalló una tubería y mató a un hombre, se llamaba Cassel, un buen hombre. NB… tenía la costumbre de desaparecer cuando quería. Cassel trató de encubrirlo. Y así le fue.

—Mierda.

—Pero no es la única cosa que hizo. Quiero ser justo con él, yo no me meto en peleas ni en problemas. Bernstein es su última oportunidad. Fitch le acusó la última vez que desapareció. Iba a hacerlo caminar por el espacio, así, tal cual. ¿Leíste el reglamento en los dormitorios?

—Sí…

—No lo creas… NB estaba listo, acabado, pero Bernstein lo salvó, hizo un trato con el capitán y pidió que lo pusieran en la tripulación de alterno y sacaran a otro, que él se responsabilizaba, de lo contrario te aseguro que NB no estaría aquí.

Mucho en qué pensar, se dijo Bet.

—¿Y NB le dio las gracias a Bernstein?

—No sé. Tal vez. O puede que no… Te voy a decir algo…, ese hombre no está aquí del todo. Lo cierto es que no volvió a escaparse de sus obligaciones. Nunca le ha dado problemas a Bernstein, ni a mí. Pero no lo hagas cabrear. —Otro largo silencio. Musa se elevó sobre la tubería y se arqueó hacia ella. Le tomó la mano y la acercó hasta que los cascos se tocaron. Cortó el comunicador. Bet comprendió y desconectó el suyo—. Te voy a decir algo más, Yeager. —La voz de Musa parecía lejana y extraña. Veía su cara detrás del casco, iluminada por las luces rojas de los controles—. Creo que una vez esta nave saltó y NB estaba en el calabozo. No estoy muy seguro de que Fitch se ocupara de que le dieran el trank. No estoy seguro, escúchame bien. Pero ésa fue la época en que Bernstein lo sacó de allí porque llevaba demasiado tiempo en el calabozo. Bernstein se preocupó, tal vez por ese salto y por la idea de que iban a mandarlo al espacio…, pero no estoy seguro de que haya pasado tal como te digo: Fitch le odia. Tuvimos una emergencia, saltamos, NB se moría o eso creyó Fitch. Pero una vez que Bernstein lo sacó de ahí, una vez pasado el salto…, Fitch no iba a decirle al capitán lo que había hecho. No puede probarlo. NB no habla y no estoy seguro de que haya vuelto entero de ese viaje.

—Dios…

—Que quede claro que no estoy seguro. No hay forma de probarlo. Ni siquiera pienses en ello. Ahora somos legales. Formamos parte de Alianza. Hay derechos y reglamentos ¿entiendes?, y el capitán los firmó. Pero en esta nave no funcionan, mujer. No se sale de esta nave, no hay forma de conseguir licencia. Si entras, te quedas hasta el final. Espero que te dieras cuenta cuando firmaste. Si te escapas en una estación, Fitch te encuentra, si protestas alegando las leyes de la estación, Fitch miente y te hace volver, y te aseguro que terminas en el espacio. ¿Te lo dijo?

—No. Pero no me sorprende.

—Entonces ya me entiendes.

—¿NB es voluntario?

—No lo sé. Fitch es el que los recluta. NB nunca comentó nada, a menos que le dijera algo a Cassel. Pero ahora no importa, está en esta nave y morirá en ella igual que todos. —Musa la empujó y volvió a conectar el comunicador. Ella hizo lo mismo—. Apurémonos —añadió Musa haciendo un gesto a lo largo de la nave con el brillo de su lámpara—. Te aseguro que odio este asunto del núcleo.