1

—¿Ramey?

Dejó que la puerta se cerrara. El área de talleres no era precisamente el lugar en que se sentía más segura; un gran almacén para máquinas, con un pasillo estrecho, las luces muy bajas, y un frío helado. Dejó las luces tal como estaban. Se quedó de pie, sin moverse. No estaba realmente asustada pero actuaba con prudencia.

—¿Estás ahí?

Silencio. Tal vez se había equivocado. Tal vez era una tonta hablándole a una habitación vacía. Alguien de principal podía salir de Ingeniería y encontrarla allí en un horario que no correspondía a su turno, entonces sí que tendría problemas.

—¿Ramey?

Hubo un movimiento leve en los pasillos de prensas, elevadores y taladros.

No había duda de que estaba ahí. A Bet se le ocurrió que podía estar loco…, pero no era exactamente eso lo que había dicho Mullen Lo cierto era que tampoco estaba cooperando.

—De acuerdo —susurró ella—, sé entender una indirecta. Me voy a la cama. Lo he pasado mejor con otros, Ramey, pero gracias por la cerveza.

Oyó un movimiento y vio una sombra al final del pasillo.

Ese hombre está loco, pensó. O incluso drogado.

Yo sí que estoy loca. De remate.

Debería salir por esa puerta ahora mismo, pero tal vez eso lo provoque. Habíale, por favor.

—Si quieres —comentó Bet—, tal vez podamos tomar otra cerveza… No estoy demasiado en forma para pensarlo mucho, pero te la debo. Claro que vas a tener que pagarla tú, todavía no he cobrado la primera semana.

La sombra se quedó quieta un momento, finalmente hizo un gesto brusco como para sacarse algo de encima y salió a la luz un hombre con un traje de salto desgastado, los ojos convertidos en agujeros por la falta de luz y las mejillas hundidas.

Se quedó ahí, con las manos sobre las caderas y después caminó hacia ella.

Ten cuidado, tío, pensó Bet. Estás tratando de asustarme, tratando de meterme miedo. Puede que sea una tonta por haber venido, pero esta tonta puede romperte el cuello, querido.

—¿Quieres problemas? —preguntó él.

—Quiero otra cerveza —respondió Bet con las manos sobre las caderas, imitándolo. Estaba decidida a mantener la situación bajo control porque no pensaba permitir que se saliera con la suya y empezar a jugar en un rincón oscuro durante las horas del turno, cuando Bernstein podía pescarla y ponerla en el informe—. No estoy segura de querer nada más. Estoy agotada, Fitch me maltrató bastante, Bernstein también y un hombre me compra una cerveza y me deja plantada así, sin más… y ahora no tengo nada en mente excepto que pensaba dormir en tu cama, además no tengo ni idea de dónde poner mis cosas sin despertar a alguien. No quiero meterme en una cama ocupada ni quiero que nadie se enfurezca conmigo; y no estoy lo suficientemente despierta para hacer juicios de valor, así que prefiero volver —dijo mientras señalaba hacia la puerta—, tomarme otra cerveza, darme una ducha y después de eso nada de filosofía profunda. ¿Estás interesado?

NB estaba muy cerca ahora, y su cara no era precisamente amistosa, realmente estaba tratando de asustarla. Aunque quizá pensara que ella podía ocasionarle problemas. Retrocedió hacia el mostrador y se inclinó con los brazos cruzados mirando la cubierta.

—Fuera.

Probablemente era un buen consejo. Bet empezó a obedecerle, y estaba a punto de echar a andar, cuando observó que él seguía mirándola con un músculo muy tenso sobre la barbilla. Se quedó mirándolo, cruzó los brazos y él, poniéndose en pie, la miró con ojos como veneno puro.

—Fuera —repitió.

—Mierda —exclamó Bet—. Empiezo a entender por qué no eres popular.

NB hizo un gesto hacia la puerta y salió. Ella cruzó también la puerta y caminó tras él por el corredor. Andaba lo más rápido que podía, como un chaval con un berrinche, y Bet lo seguía despacio porque tenía las piernas más largas y no pensaba correr para alcanzarlo.

Adelantaron a una pareja de tripulantes que andaba buscando algo y que tal vez los miraron con atención por la espalda. Bet no se giró, él tampoco. Un poco más allá del sitio en que todavía podían verlo se detuvo, habían llegado al área del almacén general. La miró con rabia.

—Tozuda, ¿eh?

Bet sostuvo la mirada.

—Tú también. Y además tú eres quien empezó. No fue idea mía. Y si tengo un lunático en mi turno prefiero saberlo.

NB la miró con más rabia todavía. Pero no era para tanto en realidad. Y el no tanto se convirtió en una mirada de loestoy-pensando.

—Me llamo NB. NB. Ella extendió la mano:

—Bet.

La observó como si estuviera loca. La mano de Bet quedó en el aire. Un largo rato.

—¿Qué quieres? —le preguntó NB.

—Una cerveza, mierda. Puede que dos. ¿Te parece mucho? A mí, no.

Él jadeó y le tomó la mano pero no para estrecharla. Enredó sus dedos fríos entre los de ella como si sacara a alguien de un pozo, pensó Bet. Frío hasta los huesos, se dijo, no está listo para esto, en realidad quiere otra cosa.

Pero NB no la soltó. La apretó contra su cuerpo, uno junto al otro; la apoyó contra la pared interna y la miró fijamente. Bet no esperaba esa reacción y sólo pensaba en cómo le dolían las rodillas, el trasero, la espalda y los brazos; en cómo le retumbaban en la cabeza todos los sonidos y en que estaba tan cansada…

Un loco, pensó. ¿Debería hacer algo? ¿Cómo reaccionaría él? ¿Qué haría Fitch, qué diría la tripulación si yo le rompiera el brazo?

NB le susurraba algo con la boca pegada a su oreja:

—Lo hacemos al revés, no volvemos, vamos al taller y después tomamos la cerveza, ¿quieres?

Estaba casi paralizada. Pero lo que sentía hasta entonces… estaba bien. No está mal, pensó, no está mal este hombre, claro que no. Eso era un alivio para ella. Desde lo de Thule no había estado segura de que la quedaran sentimientos. La parte de su cerebro que todavía funcionaba le advertía que un loco estaba tratando de arrastrarla a un lugar donde no hubiera testigos. Peligroso, muy peligroso, seguramente era un hombre que causaba problemas, problemas serios, sabe Dios qué clase de locura tendría…

—El almacén es un lugar discreto —dijo él, jadeando contra su cuello mientras una mano dentro del traje le buscaba los senos.

Soy una tonta, pensó Bet. ¿Para qué lo quiero? No quiero liarme con un loco del espacio, no quiero dormir con este hombre, ni siquiera quiero esa cerveza, y por supuesto que no quiero entrar en un almacén «privado» con él.

Pero tampoco quiero problemas. Sé cuidarme sola y vi algunos peores en el África, mucho peores.

NB abrió el almacén que había junto a ellos, la dejó pasar y cerró la puerta. Se quedaron a oscuras. Esperaba que él no fuera tan loco o atolondrado como para echar la llave. Todavía se estaba preocupando por eso cuando NB la empujó hacia adentro por las curvas del lugar, la apretó contra los armarios y empezó a sacarle el traje de salto mientras le pasaba las manos por el cuerpo. Mierda, pensó Bet, pero no podía concentrarse más que en los ecos que había en su cabeza y en las cosas que NB estaba haciéndole. Abrió el traje del chico y se calentaron un poco, con dulzura, con amabilidad. Él parecía más calmado; después las cosas se aceleraron y acabaron en la oscuridad de la cubierta del depósito. Bastante rudo, algunos golpes más en la espalda y de nuevo el dolor. Bet estaba pensando si a pesar de su locura le convenía decir algo al respecto; las críticas no ayudan a los hombres en ese trance y tal vez lo volverían loco del todo. Entonces NB susurró:

—Lo lamento —entre un jadeo y otro acabó bruscamente. Parecía apenado y muy avergonzado.

—No importa —le acarició el cabello mientras yacía sobre ella jadeando y sudando, un largo rato—. Espero que nadie necesite nada de aquí —dijo finalmente Bet cuando el jadeo se calmó. NB no se había movido y ella dudaba de que estuviera lo suficientemente cuerdo para pensar en cosas prácticas—. ¿Estás bien?

No respondió. Empezó a hacerle el amor de nuevo, realmente le hacía el amor, con un toque dulce, abierto, el mejor hombre que Bet había tenido desde Bieji. Estaba casi agotado y sin embargo lo hacía, lo hacía solamente por amabilidad, casi como agradecimiento.

—¡Mierda! —exclamó al final, no tan agotada como había creído—. Mierda… —Y se aferró a él un rato mientras la sostenía. Cuando se recuperó, dijo—: Gracias, compañero. Muchas gracias. En serio.

No contestó. La apretó contra él acariciándole el hombro. Finalmente, cuando se sintió más cómoda después de respirar una o dos veces:

—Tendría que ir a la cama —dijo aunque no quería hablar, ni siquiera pensar en moverse—. Me voy a dormir aquí si no me voy ahora mismo.

Él se levantó y la ayudó a buscar la ropa en la oscuridad más absoluta. Después se vistió y fue a ver qué pasaba con el cerrojo. Abrió la puerta con cuidado. Bet se inclinó sobre su hombro y escuchó. Se deslizaron en el corredor y cerraron la puerta.

—Será mejor que te vayas antes —dijo NB con la boca tensa, eran casi las únicas palabras que había dicho en todo el tiempo—. Búscate una litera. Hay dos vacías en medio de los dormitorios.

Lo miró, ahora tenía una idea clara de dónde procedía al menos parte de su locura y de por qué no quería hacer nada en los lugares que frecuentaba la tripulación. La vida en medio de otros, en un sitio donde todos se movían constantemente, donde no había intimidad alguna, molestaba a la gente que no estaba acostumbrada. A ella misma le había molestado al principio en el África. Y aún resultaba más molesto a un hombre con tendencia a enfriarse con facilidad, a un marginal a quien la gente trataba mal, sobre todo si había salido de una nave familiar como la Ernestina, donde esas cosas no sucedían nunca. La guerra destrozaba naves y dispersaba a los miembros de la tripulación. Ella lo sabía, como sabía lo que sucedía cuando el África arrancaba a un chico asustado de las manos suaves de una nave mercante y lo hacía pasar por la Iniciación, como a ella, como a todos en el África.

Pero algunos se quebraban. Algunos se suicidaban. Algunos morían.

—¿Te molesta Muller? —le preguntó entonces.

El dudó, como si las palabras se valoraran al peso. Miró con desconfianza el pasillo al oír los pasos de alguien que doblaba la curva.

—Vete. Te estoy haciendo un favor.

—Es el favor más raro que me han hecho. —Y se quedó. Empezó a caminar, y ella, zancada tras zancada, lo alcanzó.

—Te van a perseguir por esto —dijo sin mirarla—. Te van a joder la vida si te encuentran conmigo, y no tiene gracia. Lleva tus cosas arriba, la tercera o cuarta litera, anillo superior. —Se inclinó, la tomó de los hombros como un amigo, y la dejó ir con un empujoncito sensual en el brazo que la dejó temblando.

El hombre más raro que haya tenido, pensó, sin contar a Ritterman. Dos en dos meses. ¿Qué hago para merecerlos?

Estoy agotada. Mañana no rendiré, y voy a causar mala impresión a Bernstein

Pero entró deslizándose por la escalerilla con sus cosas, las ató a los pies de la segunda litera libre, se dejó caer sobre el colchón sin destaparlo, buscó la red de seguridad, la cruzó sobre su cuerpo y cerrándola, se dejó ir, lejos, fuera, hasta que sonó el timbre del amanecer de alterno.

—Tengo que hablarle un minuto, Yeager —le espetó Bernstein, cuando ella se presentó en Ingeniería. La llevó a un rincón—: Tenemos una queja, Yeager, en esta nave tenemos un nivel de limpieza, no importa lo cansada que esté, no se deje caer en una litera que no está preparada y tenga cuidado y dese una ducha después de trabajar, Yeager.

—Sí, señor —sintió que enrojecía—. No es mi costumbre señor. Le pido disculpas. No encontraba las cosas y no quería despertar a nadie.

—No voy a ponerlo en su hoja de servicios, Yeager. Primer y único aviso.

—Sí, señor; se lo agradezco, señor.

Durante un minuto la miró con extrañeza. Pensó que tal vez no estaba reaccionando bien o que había dicho algo mal y se puso muy nerviosa.

Dios, tal vez alguien había hecho correr la voz sobre ella y su compañero.

—Acuérdese —repitió Bernstein y la llevó a dar una vuelta, mostrándole dónde estaban las cosas, los aparejos provisionales, los problemas especiales, le dijo lo que tenía que hacer, lo que había que controlar y en qué horario.

Gracias a Dios, pensó Bet, había hecho muchas de esas cosas para la Ernestina, hasta el punto que, al final, Jennet la había dejado quedarse sola en la guardia de alterno, le había enseñado las lecturas y le había mostrado, con sus maneras razonables y tranquilas, lo que era crítico y lo que no lo era.

—Hará las rondas con Musa —añadió Bernstein, y le presentó a un hombrecito oscuro.

También le presentó a NB, que la miró con frialdad, tipo inteligente, y después se fue con Bernstein al interior. Se sentía la tensión en el aire.

Arqueó una ceja en dirección a NB Ramey y lo miró con ojos fríos para que la vieran Bernstein y Musa. Como si acabara de conocer a alguien en quien no tenía ninguna confianza.

Tal vez eso era lo que en realidad estaba sucediendo.

Musa tenía nueve dedos. Era una de esas personas a las que no se le preguntaban cómo había sucedido. Algo le había golpeado la nariz rompiéndosela y dejando una cicatriz. Probablemente la misma cosa le había quemado la piel en las sienes hasta el cabello, donde se veían algunos trazos grises al costado. Aparentaba unos cincuenta años y tenía la piel de color castaño claro, ese tono que toma la piel oscura cuando uno entra en la rejuv; no era un hombre mal parecido por cierto, pero igual podía tener cincuenta, noventa y cinco o ciento quince años. Era imposible saberlo.

Pero Bernstein tenía razón: Musa era un buen hombre. Era evidente que sabía lo que hacía con todos los sistemas de la nave; acostumbraba decir:

—Pregunta. No me importa.

Realmente no le importaba y eso era un alivio. Le dijo que Bernstein la había puesto en mantenimiento, algo fácil para empezar, y que su primer trabajo consistía en arreglar una bomba que no funcionaba.

Bet estaba realmente contenta. Era un trabajo fácil, algo que conocía de cabo a rabo y que podía hacer sentada en un banco, del taller…, no importaba que le dolieran las piernas y los brazos y que apenas si pudiera sostener una llave.

Necesitaba un simple diagrama plástico. Fue hasta Ingeniería a preguntar y se encontró con NB en las rondas de control.

—¿Tenemos algún diagrama o hacemos uno nosotros?

NB le mostró el inventario de repuestos y cómo acceder a él por ordenador. El ordenador les indicó que había uno en el almacén.

—Te enseñaré dónde encontrarlo —dijo él, y la puso al corriente sobre el esquema informatizado del depósito.

Como Bernstein estaba en una reunión y Musa atendía una llamada de control en ops, estaban solos. Le puso una mano sobre la cadera; no pretendía pasarse, sólo ver cómo reaccionaba ella, como si estuviera explorando la situación. Bet se zafó.

—No mientras estamos trabajando, amigo.

NB miró el ordenador e hizo un gesto. Sin palabras.

—No he dicho nunca —añadió Bet frunciendo el ceño—. Me pones nerviosa. Nada.

—Hagamos un trato —dijo ella—. Tú me dices dónde estamos y lo que hacemos aquí y esta noche jugamos un rato…

—No hace falta —le respondió, sin mirarla—. Estamos cerca de Venture.

—¿Para qué?

—Cazando. Cazando.

—¿Cazando qué?

—A los de Mazian.

No era difícil darse cuenta de eso…, siempre que pudiera saberse de qué lado estaba una nave fantasma.

—¿Saben de qué nave se trata? —preguntó. Se encogió de hombros.

—La Australia, tal vez. Todavía no están seguros. África, pensó Bet. El corazón le palpitaba. Pensar en su nave le hacía sentir un nudo en la garganta.

—¿Estamos esperando?

—Acabamos de verlos. Si podemos, les haremos algo de daño. De todos modos, nos vamos muy rápido después. Esta nave no dispone de mucho armamento.

—Ya lo había imaginado —murmuró entre dientes mientras pensaba…, pensaba que estaba del lado equivocado de las cosas. Estaba desesperada por volver a casa, al África, al Australia, a la Europa, a cualquier nave que operara en las Estrellas Hinder. Y no tenía posibilidades, no sobreviviría a un encuentro como ése, a no ser que abordaran a la Loki.

Tenía posibilidades de arreglar eso, algo de sabotaje bien hecho…

Pero podía acabar caminando por el espacio por pensar así.

Para hacerlo sin que la descubrieran tenía que saber más sobre la nave y sus sistemas.

Volvió a mirar a NB y lo vio sentado allí en la consola, con su mata de cabello negro y la mirada siempre sombría como si nunca estuviera contento, como si no esperara nada bueno de nada ni de nadie.

Un loco, pensó. Tal vez no tenía la culpa de la forma en que había entrado en esa nave y puede que fuera un gran amante, pero un hombre tan nervioso podía volverse realmente loco en cualquier momento. Había pasado una o dos veces en el África, incluso a miembros muy duros de las tropas; se les notaba en la mirada, día tras día, cada vez más callada y más enloquecida. Uno de esos locos había conseguido un arma de aproximación, una AP, había disparado por el corredor principal y acabado con cuatro cabezas antes de que lo atraparan; una veterana de diez años había esparcido pedazos de sí misma sobre los dormitorios a las tres de la noche principal mientras todos dormían…, y nadie pudo explicar cómo había conseguido la granada.

NB no era feliz en esa nave, con esa tripulación.

Y estaba en Ingeniería…, eso hacía que Bet se sintiera descompuesta.