No se olvidó de su viaje matutino a las máquinas expendedoras; vivía de sándwiches, coca, queso que calentaba en los microondas y de la salsa de Ritterman. Habían pasado dos días, y de no ser por esas salidas, se quedaba en el apartamento revisando las habitaciones desordenadas para ver qué le convenía llevarse.
Estaba atenta al ordenador, bebía, comía otra vez sándwich de queso para cenar y miraba películas baratas. En una ocasión se hizo una aguja y arregló uno de los suéteres de Ritterman que estaba todo agujereado. Le gustaba ensuciarse las manos, arreglar ropa, lavar, hacer las compras y fregar todo lo que fuera necesario, pero no pensaba ayudar a la rep de Ritterman limpiando aquel agujero que él llamaba apartamento. Sólo pateaba lo que había pertenecido a Ritterman cuando se le cruzaba en el camino, y lavaba únicamente lo que estaba usando.
Pero aquella noche dormir le costó más de lo habitual y el nivel de la botella de vodka bajó mucho antes de que ella se quedara tranquila.
Seguía pensando en inmigración y en la única formalidad que había que pasar para embarcarse; iba a tener que registrarse en los archivos de la estación antes cié llegar al agente de la aduana. Aquí afuera resultaba difícil que la localizaran. Con la tarjeta de Ritterman, viviendo en su apartamento, sin que el Registro supiera dónde estaba y con sólo Nan y Ely para relacionar su nombre con su cara…, pero eso cambiaría en el momento en que tuviera que dar su ID temporal a la aduana de los muelles y la aduana enviara la información, a través de los ordenadores de la estación desde una terminal en los muelles, para asegurarse de que ella era quien decía ser.
La única cosa que conseguía poner los pelos de punta a Alianza, además de las armas, era la gente. Mariner y Panparis habían aprendido por las malas que la gente era mucho más peligrosa que las armas; ese tipo de gente que iba y venía con nombres e IDs falsas, a las órdenes de individuos que vivían a cientos de años luz más allá. La aduana insistía en controlar las IDs de la tripulación. Ya la habían controlado cuando bajó de la Ernestina y volverían a controlarla cuando subiera a la Loki.
Trató de pensar en algún modo de evitar ese control. Tal vez podría recorrer los pocos bares de Thule, buscar a la tripulación de la Loki, dormir con alguien y hacer que la subieran temprano para evitar el control; eso si la Loki cooperaba…
Pero eso podría suponer que la Loki ya no la quisiera a bordo, y esa posibilidad la asustaba aún más que el control mismo. Además, para acercarse a la tripulación en tiempos de permiso hacía falta dinero y ella no lo tenía. En los tiempos que corrían, todos tenían que pagar su propia cuenta en los bares.
Se había dormido con ideas mucho peores en la mente, de eso no había duda, pero la soledad era una aflicción nueva. El pensamiento volvía una y otra vez a sus compañeros del África y se preguntaba si todavía estarían vivos, en particular el mayor, y con quién dormía ahora Bieji Hager.
Teo había muerto arrojado al frío espacio. Lo mismo le había sucedido a Joey Schmidt y a Yung Kim y a varios miles más.
Maldita Mallory.
Así que aquí estaba ella, aceptando trabajo en una nave fantasma que tal vez cumplía órdenes de Mallory. Puede que fuera una forma justa de saldar viejas deudas, eso en el caso de que esa nave terminara salvándole el cuello. Se imaginó a Teo meneando la cabeza ante lo que estaba por hacer, pero Teo diría: Mierda, Bet, los muertos no cuentan. El nunca la acusaría por esto.
Se dio media vuelta y trató de no pensar, punto, trató de evadirse, de no hacer nada, de no estar. Como cuando la fuerza G iba a golpearlos y los misiles a estallar, y si uno era un miembro inferior de la tripulación de las cubiertas intermedias en una nave de guerra, sólo se podía esperar y dejar que los tees evitaran que los disparos alcanzaran la nave.
Claro que sí.
Cuarto día. Se levantó y tropezó con los montones de basura del apartamento. Sintonizó los canales de información públicos en el vídeo de Ritterman para ver cuándo se había fijado la llamada a bordo. D/P 21 00, decía. Tanques al 97% dé. Capacidad.
Gracias a Dios, gracias a Dios. La Mary Gold había entrado en el sistema de Thule durante la noche y el vídeo añadía: condición en suspenso, lo que quería decir que la Mary Gold, se estaba aproximando poco a poco, despacio, y probablemente desesperada y furiosa porque había previsto una parada rápida y ahora descubría que podían tardar semanas. También la Estación de la Estrella de Bryant, en la ruta de la Mary Gold protestaría porque sus suministros llegarían con un mes de retraso, y así en toda la línea. Un pequeño desliz temporal en un lugar como Pell, que era una estación grande y moderna, no suponía nada. Pero aquí…
Una de las cuestiones era qué razón había alegado la Loki para explicar su prioridad, o si estaban pidiéndola sin motivo pasando de los perjuicios que causaban en las estaciones. O quizá la urgencia consistía en desear salirse de enmedio con rapidez.
La urgencia en una nave de ese tipo significaba…
Pensó en el África, en la posibilidad de estar del lado equivocado en medio de una batalla en el espacio. Podía volar en mil pedazos con una fantasma. Probablemente eso era lo que pasaría. Y moriría a manos de sus propios compañeros, de su propia nave. Trató de olvidar ese tipo de dudas, tomó el desayuno habitual y se sentó para leer los mensajes del ordenador.
Anuncios, sólo llegaban anuncios. Como siempre. No había ni una llamada para Ritterman, nada excepto reclamaciones de cintas. Nada en todo el tiempo que llevaba viviendo allí.
Un hombre muy popular.
Finalmente, tenía que recoger el equipaje. El trabajo serio. Se había obligado a esperar, como hacía siempre con las cosas que deseaba mucho. Tomó otra bolsa de bolas de queso, se dio una ducha, se cortó el cabello y finalmente empezó a poner sus cosas en una bolsa; era lo último que hacía antes de embarcarse.
Sonó el timbre de la puerta.
Bet se quedó inmóvil en el baño, casi sin respirar. Tenía miedo de que fuera alguien con una llave. Y si era…, si era Rico la salvaría, Rico diría que ella había estado con Ritterman, que seguramente había ido al apartamento al saber que tenía que embarcarse; que había dejado sus cosas allí y quería recogerlas. Hacía días que no veía a Ritterman, no, nunca le había preguntado dónde estaba, siempre había entrado y salido sin decir nada…
Segundo timbrazo.
Tercero.
Pero se fueron.
Bet dejó escapar un suspiro. Sacó su pequeño neceser del baño y acabó de recoger mientras miraba la hora.
15:27.
El teléfono sonó.
Dios. Contuvo el aliento esperando que quien fuera se decidiera a colgar.
Se quedó allí, pensando en cómo moverse, adonde ir; rápido era la única forma, rápido y directo. ¿Y si alguien estaba esperando afuera en el vestíbulo o en el ascensor, para ver quién salía…?
Ay, Dios, había olvidado que en el Registro tenían la dirección de Rico.
Si alguien preguntaba por ella en el bar de Rico… Si Rico había dicho que una mujer con un ojo amoratado había salido con Ritterman esa noche. Tal vez la estaban buscando a ella y no a Ritterman…
Y si entraban allí, encontrarían a Ritterman…
Revisó los bolsillos para asegurarse de llevar la tarjeta, tomó la bolsa y con el corazón palpitante, avanzó por el sucio vestíbulo de metal hacia el ascensor.
Nadie. Gracias a Dios.
Ocultó la tarjeta detrás de una moldura suelta junto al ascensor, un lugar en el que ya no la tendría si se la pedían y donde podía buscarla si la necesitaba…, había pensado en eso hacía dos días; tomó el ascensor de bajada hacia los muelles, salió e hizo un esfuerzo por moverse a ritmo normal. Si no habían seguido su rastro hasta la Loki, si conseguía cruzar el muelle, subir a bordo y contar con la ineficiencia habitual en Thule…
Ea tripulación iba a y venía a la espera de la llamada a bordo; alguien que había olvidado algo, otro que tenía que volver y comprobar algún asunto con intendencia de la nave. A las naves no les gustaba que personal ajeno a la tripulación entrara o saliera por el puente, especialmente en un lugar olvidado como Thule. Ea aduana consideraba que la nave tenía sus propios motivos para vigilar y no intervenían hasta el último momento, al menos así era en Thule. Solamente existía esa formalidad si la nave tomaba pasajeros…
Las naves no solían dejar entrar a los nuevos empleados hasta que se producía la llamada, momento en que la tripulación podía seguirles el rastro y asegurarse de que se comportaban bien. Y todavía eran las 16 00. Faltaban cinco horas.
Caminó hacia las luces del muelle. No podía parar de pensar. Si los oficiales de la estación siguiendo su pista habían llegado a Rico vía Nan y Ely y la rastreaban luego hasta el apartamento de Ritterman, sabiendo que era una navegante, no necesitaban esforzarse demasiado. Estaba en la lista del Registro, Nan y Ely no podían cubrir eso aunque mintieran por ella. Una vez que la estuvieran buscando, e incluso si Nan no decía ni la mitad de lo que sabía, las autoridades solamente necesitaban una neurona para pensar en la nave en puerto y saber adonde iría una fugitiva.
Mierda, no podían encerrar a alguien por haber puesto sus dedos sobre la pileta de un baño público.
De acuerdo, pensó mientras se acercaba a la rampa de la nave, a la madeja oscura de líneas y brazos de anclas, a la masa de bombas y contrafuertes, de acuerdo, Bet Yeager, si algo sale mal, no hace falta romperse la cabeza: existen suficientes motivos en contra para que hagan lo que quieran. Si te atrapan, vas con ellos, te haces la inocente y que llamen a Nan, eso es lo que harás; Nan tiene sentido común…, Nan puede arreglar las cosas para ayudarte…
Caminó por el área de trabajo. Tenía un pie en la rampa cuando la voz aulló:
—¡Eh, tú, esa de ahí! —Bet tuvo un momento de duda entre correr por la rampa, arriesgándose a recibir un tiro en la espalda y darse cuenta con cordura de que la compuerta de la Loki estaría cerrada; aunque llegara hasta allí, no podían tenerla abierta con el frío del muelle.
—Soy de la tripulación —dijo a los hombres que caminaban hacia ella. No eran de los muelles, eso estaba claro, eran de categoría superior—. Soy de la tripulación de la Loki y tengo una carga que llevar arriba. ¿Qué pasa?
—Elizabeth Yeager —dijo uno, y le mostró una ID—. Tenemos que hacerle algunas preguntas.
—Lo siento, pero tengo que estar aquí en un par de horas.
—Si puede satisfacer a las autoridades cumplirá con la llamada, no se preocupe. Sólo tenemos que hacerle algunas preguntas, eso es todo.
—¿Sobre qué?
—Venga con nosotros, señora Yeager.
—¡A la mierda! Está bien, pero antes tengo que hacer una llamada. Un minuto por favor.
—Nada de llamadas, señora Yeager. Podrá notificárselo a quien quiera más adelante.
Ella los miró un momento y sintió un impulso irracional, un deseo de arriesgarlo todo y perderse en los muelles, tratar de relacionarse con la tripulación, pero lo que había decidido anteriormente pesó más.
En un momento de crisis debía actuar así. Una tenía un plan y lo cumplía, sobre todo cuando las cosas se ponían negras; una sabía que no debía hacer nada estúpido ni dejarse sacudir por lo que le pasara.
—De acuerdo —dijo y movió una mano hacia los ascensores del otro lado del muelle—. De acuerdo. Arreglemos esto.
Pero se sentía aterrorizada. No estaba segura de la valide?; de su decisión. Desconfiaba de las decisiones tomadas con las rodillas temblorosas. Siempre había querido pensar, siempre quería estar segura de lo que hacía cuando era algo que se pudiera planear; pero, Dios, estaba metida en un lío, sabía que estaba metida en un buen lío, y ese lío tenía que ver con gente de la estación, gente que se guiaba por reglas que no tenían sentido y cada estación era impredecible y excéntrica en lo que permitía y lo que no y en la forma en que funcionaba.
Así que conocían su cara. Eso quería decir que habían sacado su foto del archivo de tarjetas, de la ficha que había cumplimentado cuando llegó a Thule y en inmigración le dieron la tarjeta temporal. Tenían sus huellas digitales, tenían una navegante con un ojo amoratado y muchos rasguños. Y tenían un cadáver en una habitación en la que, finalmente, encontrarían más huellas…
Eso llevaría tiempo. El problema, el primer problema consistía en saber si iban a entrar en esa habitación a la fuerza; si ya la habían relacionado con lo de Ritterman; si tenían suficientes datos parar hacer que el departamento legal de la estación firmara la orden de trasladarla al hospital y empezar a interrogarla con el trank.
Después de todo, los dos hombres muertos eran el menor de sus problemas.
Ea llevaron por los muelles hasta un ascensor de uso oficial y subieron directamente a la pequeña sección azul de Thule, un solo piso por encima y después un corredor de pequeños despachos deprimentes.
—ID —dijo el oficial desde un escritorio, y ella le dio la tarjeta temporal—. Papeles —preguntó el hombre después, y eso la asustó más que cualquier otra cosa en el procedimiento. Eso era todo, esa carta doblada. Pero tenían derecho a preguntarle y también tenían derecho a quedarse con ella hasta que estuvieran satisfechos. Dijeron que la guardarían en el escritorio y que no la perderían. Ea hicieron sentarse y llenar un formulario que preguntaba cosas como: Dirección actual, Empleo actual, Último empleo; fecha.
Cada vez peor. Querían saber datos que ella no podía facilitarles, como cuál era su saldo de créditos y dónde estaban los recibos que probaban que había estado gastando en efectivo desde el momento en que abandonara la Ernestina.
Querían referencias de gente de la estación. Les dio las de Nan y Ely.
Dijo con desesperación que había estado viviendo con Nan. Nan tal vez la cubriría con una mentira. Era lo único que se le ocurría decir.
Dios, si le preguntaban la dirección… Nan vivía en Verde, recordaba haberla oído comentarlo con Ely una vez. Sí, estaba segura.
Entradas estimadas del mes, preguntaban. Ella contó. Escribió: 25 créditos.
Contando lo que había sacado de Ritterman, del trabajo en el muelle y de Ely. Iba a mentir pero había visto la siguiente pregunta y maquinó una salida posible, una ruta de escape a todas las trampas.
Otra fuente de ingresos, decía.
Nanjodree, escribió Bet. Habitación y comida, a cambio de la limpieza y los recados.
Miró la hora. 1710. Estaba sudando. La última respuesta era legal, lo sabía… Si Nan la apoyaba, y suponía que Nan lo haría, no podrían acusarla de lo peor, de consumir sin pagar, que era lo que alegarían para mantenerla allí mientras controlaban todo lo demás.
Si es que era legal hacer trabajo privado en Thule.
Si Nan no se asustaba y contestaba cualquier tontería dejándola colgada sin darse cuenta.
Tomaron el formulario, lo miraron, y después le pidieron que entrara en una sala de interrogatorios.
—Para contestar algunas preguntas —dijeron.
—¡Ya he contestado todo!
—Señora Yeager —dijeron los hombres, mientras mantenían la puerta abierta.
Le pidieron que se sentara a una mesa, ellos se sentaron del otro lado y le hicieron preguntas del tipo ¿Qué le pasó a su cara, señora Yeager?
Una pelea con un borracho, respondió ella, lo mismo que le había dicho a Terry Ritterman.
—¿Dónde?
En el muelle verde, dijo ella.
—¿Cuándo?
Tenía que decir la verdad al respecto. El ojo lo mostraba con claridad y tal vez Rico recordara la fecha en que había aparecido por el negocio. Dijo:
—La semana pasada. No recuerdo bien el día.
—¿Miércoles?
—No sé. Tal vez… Mire, tengo que llegar a la nave. Tengo derecho a…
—¿Cuál es la dirección de Nan Jodree? Y ella, pensando de pronto como una navegante de nave mercante, dijo:
—Tengo derecho a hablar con mi capitán.
—¿Cómo se llama? —preguntaron ellos.
—¡Wolfe! —respondió, la primera respuesta para la que no tenía dudas.
Pero entonces volvieron a insistir con las preguntas anteriores.
—No tengo por qué contestarles —dijo ella—. Ya respondí una vez. Llamen a mi capitán.
—¿Quiere ir ante el juez?
Ley civil. Ley de Alianza. Estaciones y derechos civiles, jueces y hospitales donde podían arrancar la verdad de la boca de cualquiera aunque uno no quisiera darla. Donde nadie podía dejar de decir todo lo que hubiera hecho o pensado hacer.
—No tengo por qué hablar con usted sin el conocimiento de mi capitán.
—Vamos —dijeron ellos—. Usted todavía no es miembro de la tripulación, no se la borró de los archivos de la estación.
—Soy miembro de la tripulación de la Loki, tengo derecho a notificar a mi capitán…
—No, no lo tiene —dijeron ellos—. Llame a un abogado, eso es lo único que puede hacer.
—Entonces, requiero al personal legal de la Loki.
Eso los detuvo. Salieron de la habitación y consultaron, tal vez porque no sabían qué hacer, tal vez para discutir cuáles eran las opciones o si debían hacer lo que ella decía. Pero eso Bet no lo sabía.
Discutían por algo; después tres de ellos se marcharon y la dejaron allí, en aquel cubículo con una sola ventana grande. Uno so quedó de pie junto a la puerta.
Ella no sabía qué tramaban. Puede que hubieran ido a comprobar si sus declaraciones eran ciertas, a preguntarle a Nan.
Quizá llamarían a Wolfe, que probablemente no se alegraría de que le dijeran eso con respecto a una nueva maquinista.
No la habían registrado. Eso quería decir que todavía no estaba bajo arresto, o al menos eso era lo que suponía. Pensó en todo ello mientras esperaba allí, sentada. Wolfe estaba a un paso de Mallory, y si Wolfe se interesaba por su caso…, si conseguían una orden judicial para interrogarla bajo trank y descubrían quién era… Pero no había posibilidades de que eso sucediera, no era posible a menos que consiguieran una acusación en el último momento, entre la llamada a bordo y la partida misma, cuando la Loki se fuera a cumplir con esa misión tan urgente que parecía justificar la prioridad sobre un carguero honesto y que había creado problemas en toda la línea de estaciones.
Miró el muelle a través de la ventana. Vio el reloj, las 17 45, las 18 00, las 18 30; finalmente se levantó y trató de abrir la puerta, de hablar con el hombre que estaba en el pasillo, pero estaba encerrada bajo llave. Golpeó la lámina de metal con el puño.
—¡Tengo que contestar a la llamada! Mi nave se va —gritó, y después, sin obtener respuesta (el hombre ni siquiera se interesó), volvió a la silla y se sentó, pasándose una mano por el cabello. Sintió un pánico casi absoluto.
Esperaba…, sí, esperaba que al menos llamaran a Nan y que Nan y Ely la apoyaran, que entraran por la puerta y se pusieran de su lado, que hicieran algo inteligente para sacarla de allí. Al menos podrían llamar a Wolfe, si es que nadie más quería hacerlo.
Pero los que aparecieron cuando se abrió la puerta no eran ni Nan ni Ely. Eran hombres con el uniforme de Seguridad.
—Bet Yeager —dijo uno—. Está bajo arresto.
—¿Por qué? —preguntó ella indignada.
—Por el asesinato de un tal Eddie Benham y de Terrence Ritterman…
—¡Terry no está muerto! —aulló ella. Se había preparado para eso mientras esperaba—. ¡Fui a buscar mis cosas a su apartamento esta mañana! Y ni siquiera conozco a ese tal Eddie Benham…
—Claro que fue a buscar sus cosas. ¿En la habitación del frente…? Antes dijo que estaba con la señora Jodree.
—Y es cierto. Me quedé con ella pero dejé mis cosas en el apartamento de Ritterman. Le pedí cincuenta. ¡Estaba tratando de pagarle!
—El señor Ritterman está muerto. ¿No entró en el dormitorio?
—No, ¡claro que no entré en el dormitorio! ¿Qué se me ha perdido a mí en el dormitorio de nadie?
—Esa es una de las preguntas que tenemos para usted, señora Yeager.
—¡Quiero a mi abogado!
—Deposite todo lo que lleva en los bolsillos sobre la mesa, por favor.
Pensó en negarse, pensó en matar a un par de los de Seguridad, y llegó a la misma conclusión que en los muelles. Vació sus bolsillos, que apenas contenían un crédito y la navaja, y lo dejó todo sobre la mesa.
Ellos la condujeron por un vestíbulo hasta Detención. Bet no discutió.
Se sentó allí con la vista clavada en la puerta mientras trataba de convencerse de que Nan llegaría y manejaría la situación legal, como sólo sabía hacerlo alguien de la estación.
Le diría a Nan que las cosas no eran lo que parecían, le explicaría todo…, al menos lo de Ritterman y el otro hombre. Nan la entendería, Nan apoyaría su historia sobre el hecho de que no era una consumidora ilegal, y entonces el jefe de estación de Thule se disculparía personalmente y le daría mil créditos. Claro que sí, así era como trabajaba la justicia de las estaciones, todos los de la Flota lo sabían, al igual que conocían el agradecimiento de los hombres y mujeres de las estaciones cuando se les hacía un favor, un recuerdo, quizás un monumento a los muertos de la Mota o un poco de apoyo de los comerciantes que habían hecho contrabando constantemente de los suministros de guerra e inteligencia a los dos lados de la Línea, acusando después a la Flota de piratería cuando la Flota se proveyó de suministros de la única forma en que podía hacerlo: sin ayuda de las estaciones, ni de los comerciantes, nada, ni siquiera de Tierra.
Siempre podía pedirle a Mallory un puesto en la Noruega. O ya puestos buscar una misión, en Alianza.
¡Dios, Dios!
Pasaron las 19 00, las 20 00. Empezó a caminar por la celda mirándose los callos que tenía en las manos y los azulejos del suelo.
Le dolía el estómago, eso hubiera sido hambre en otra situación, pero que ahora no habría podido tolerar la comida.
Finalmente abrieron la puerta. Otra vez Seguridad.
Y Fitch, Dios, era el señor Fitch.
—Es ella —dijo Fitch dirigiéndose a Seguridad—. Vamos a firmar los papeles.
Bet lo miró con los ojos muy abiertos. Seguridad le hizo un gesto y Bet salió; cuando pasó junto a Fitch en el pasillo, éste la cogió del brazo y dijo:
—Está en graves problemas, Yeager.
Pero supo que no tenía opción cuando un abogado de la estación le expuso las dos posibilidades: podía quedarse o aceptar la extradición en la Loki que reclamaba la jurisdicción de los tribunales militares de Alianza sobre el caso.
Pensó en la pequeña habitación de la que acababa de salir. Pensó en el muelle, en la nave y en salir de Thule; también pensó durante un largo, largo rato en Mallory y en lo que podía pasarle si cometía un error y Wolfe averiguaba quién era en realidad.
Pero daba lo mismo, tarde o temprano los de estación iniciarían un interrogatorio bajo trank y la Loki era la única oportunidad de salvarse que tenía.
—Deme el papel.
—Se da cuenta —dijo el abogado— de que si firma esto está renunciando a cualquier derecho que pudiera tener para acceder a la justicia civil, incluyendo la apelación. Y que la ley militar contempla la pena de muerte.
Ella asintió. Tenía el estómago revuelto y estaba realmente asustada. Firmó con su nombre completo, Elizabeth A. Yeager, y le devolvió el papel al hombre de la estación.
Entonces Fitch la tomó del brazo.
—Ya tengo mis cosas —dijo ella, y Fitch llamó a otro miembro de la tripulación. Luego le esposaron las manos al frente y ambos la llevaron por el corredor de la sección Azul hasta el ascensor y bajaron.
Iban tranquilos y serenos, Fitch no decía ni una palabra; y Bet pensó que el silencio era de agradecer dadas las circunstancias. Durante todo el viaje al muelle miró hacia la puerta con los ojos bien abiertos. Caminó sola entre los dos hombres hasta la rampa de la Loki. Era evidente que el agente de la aduana estaba al corriente porque no hizo objeciones cuando los tres subieron por la rampa y entraron en el tubo.
Llegaron a la esclusa de aire y Fitch la abrió. Luego, la tomó del brazo y la llevó adentro.
—Guarda eso —dijo Fitch al hombre que llevaba las cosas de Bet. Y la empujó contra la pared—. ¿Tiene algo que decirme? —le preguntó.
—Gracias, señor.
Fitch le dio dos bofetadas.
—Usted es un problema, Yeager. Una mierda para esta nave, ¿me oye?
—Sí, señor —repitió ella esperando un puñetazo en el estómago o que le golpeara la cabeza contra la pared. Pero Fitch dijo:
—Así que ya lo sabe. —Volvió a tomarla del brazo y la llevó hasta la primera puerta en el corredor.
Compartimento de carga, una serie oscura de vueltas que sabe Dios adonde llevaban.
Mierda, pensó ella. Fitch la empujó al interior y cerró la puerta.
Bet buscó alrededor de la puerta con las manos y encontró unas llaves, pero no funcionaban. No había comunicador. Ni calefacción, al menos ella no la sentía. No había energía, ni siquiera ventilación. La llave principal debía estar fuera del alcance de los tripulantes.
Se apoyó contra la pared de armarios mirando hacia la entrada. Pensó un poco en la oscuridad total para ver si podía orientarse, saber dónde estaba el eje de la nave…
Lo que había dicho Fitch…, un problema. Ella era un problema.
Fitch parecía estar furioso con ella pero al menos no le estaba encima como uno de los de Mazian. Probablemente no supiera nada excepto que tenía que sacar a la nueva adquisición del capitán de la cárcel de la estación y ponerla en un lugar seguro a bordo.
Tal vez Wolfe no sabía nada.
Dios, sí, si es que realmente había una posibilidad de salir de allí, una posibilidad de que una nave fantasma necesitara personal con tanta desesperación…
Apoyó una bota lentamente contra la puerta para ver si había espacio. El lugar justo. Nada más.
Pasado un rato, sintió la partida de la nave.
Ahora sí que no había regreso posible, fuera para vivir o para morir. Lo sabía, sabía eso mejor de lo que lo explicaba el abogado de la estación.
Una aguantaba, aguantaba, solamente eso, se sostenía cómo podía; ese hijo de puta le había dado pocas posibilidades…, pocas posibilidades, sí. El tipo de agujero que se usaba para sujetarse en un corredor largo, un espacio estrecho, tan sólo un lugar para apoyarse. Después de los tirones de los exagerados motores de la Loki, después del estallido de energía que trataba de arrancarle a una los pulmones, un segundo estallido que le golpeó la cabeza contra un armario de metal. Apretaba los dientes tratando de sostenerse y no resbalar, porque si se soltaba, podía tener que hacer un viaje muy desagradable; y si se resbalaba hacia la izquierda la caída sería muy, muy larga.
Cuando finalmente la Loki se estabilizó en una G y la propulsión, Bet se quedó con la cara contra los armarios que se habían convertido en cubierta durante un rato, manteniendo el pie bien trabado, por si…, por si Dios sabía qué…
Fitch enviaría a alguien en algún momento. Alguien llegaría antes de que la nave saltara. Alguien traería las drogas que había que tomar para el hiperespacio, las drogas sin las cuales era mejor morir.
Sin las cuales se perdía el sentido del espacio y no había forma de volver a la realidad, no había forma de procesar aquello que la mente y los sentidos no podían aceptar ni comprender.
Era un buen modo de sacarse de encima un problema. Lo único que hacía falta era un pequeño error en las órdenes. Y allí no había comunicador.
¡Que alguien se acuerde de que estoy aquí, mierda!
Arriesgó la cabeza para volver a intentarlo con los interruptores, que esta vez estaban hacia arriba. Nada. La aceleración le pesaba en los brazos, la confundía, le hacía temblar las rodillas. Se quedó recostada y volvió a apoyar un pie en la puerta.
Tranquila, se dijo. Ya vendrán. Una nave a punto de saltar está muy ocupada, eso es todo. Cuestión de prioridades. Alguien como Fitch no va a ver a los oficiales de la estación para sacar a una maquinista de la cárcel y después arruinarle el cerebro por un arreglo oficial.
No puede ser. No es lógico.
Dios…, que venga alguien…