—Buenos días, Nan —saludó Bet desde la puerta del Registro. Nan la miró extrañada mientras abría la puerta.
—Está muy contenta hoy según parece —dijo Nan.
Ella asintió. Tomó una taza de coca atrás, donde no pudieran verla los clientes que entraban en ese momento, ya que ése era un privilegio de empleada.
Puede que Rico se preocupara en algún momento de esa tarde del día principal al ver que Terry no aparecía. Y tal vez lo llamara al apartamento para dejar un mensaje, pero Terry era un inestable. El tipo de hombre que toma un trabajo durante un tiempo y después se mete en líos y desaparece. Probablemente Rico conseguiría otro hombre de día alterno en pocas horas. Eso era lo que haría. Mientras tanto, la tarjeta de Terry todavía tenía créditos en el banco, y podía usarla en las máquinas expendedoras…, no pretendía entrar en un restaurante y decir que era Terry Ritterman pero podía usar las máquinas y comprar cosas baratas, para que los que quisieran controlar los registros de usos de tarjetas supieran que Terry Ritterman todavía andaba por ahí, que no había motivo para alarmarse a menos que alguien tuviera una razón específica, y seguramente nadie la tenía.
¿Acaso eran tan extraño que un ayudante de día alterno en un bar de mierda se fuera un día en el cambio de turno con alguna tonta con más dinero que él y ni siquiera se preocupara por decirle al dueño que ya no pensaba volver?
Sabía que podía vivir con lo que había en el apartamento, pero le interesaba que la tarjeta siguiera funcionando. Por ello tomó el desayuno en una máquina expendedora junto a los muelles. Para eso no hacía falta un código clave, simplemente había que entrar y desayunar, almorzar o cenar. También había encontrado algo en efectivo en los bolsillos de Ritterman, ocho créditos. Pero le convenía guardarlos. Los usaría cuando llegara la nave; eso y algunas otras cosas de Ely. Incluso podría ahorrar un poco.
Había dejado el cuerpo en el dormitorio. Apagó la calefacción, cerró las ventilaciones y las grietas bajo la puerta y después lo selló todo con una cinta. Podía llegar a ponerse muy desagradable en una semana. De todos modos no había vecinos, y aunque la gente encontrara a una navegante apestando en la puerta del apartamento de Terry Ritterman, lo único que pensarían sería que era una loca por salir con él. Y nadie se preocupaba mucho por una loca.
Había lavado el traje, se había dado una ducha con jabón perfumado y se había cortado el pelo. Ely la miró de arriba abajo cuando entró. Parecía contento y sorprendido al verla toda limpia y alegre como si él y su caridad fueran los responsables de ese cambio espectacular.
—Se la ve muy bien, Yeager.
—Claro —dijo ella y sonrió—. Algo de comida no le hace mal a nadie, hombre de estación.
Bet sentía algo cálido y auténtico por gente como Nan y Ely. Probablemente les gustaba realmente hacer el bien. Y sería lamentable que cambiaran de opinión y decidieran que no era bueno ayudar a extraños, cuando la ley de la estación descubriera lo que había en el apartamento y uniera las piezas del rompecabezas.
Estaba metida en un buen lío. Tenía que conseguir una nave que la sacara de allí, conseguir volver a Sol si era necesario, cambiar de nave en cuanto pudiera, moverse rápido para llegar lo más lejos posible y sobrevivir.
El Viejo se había marchado. África todavía estaba viva y tal vez tuviera suerte, tal vez, de alguna manera, pudiera llegar a cruzarse en el camino de la Flota. Mientras tanto, lo único que le interesaba era evitar a la ley de Alianza y a Mallory. Eso era lo que la hacía temblar de miedo, que esa renegada de Mallory estuviera cazando a sus amigos, y que la Noruega tocara esos puertos de tanto en tanto, porque ahora Mallory era alguien respetable. El resto había quedado del lado de los perdedores y punto. Pero Mallory era lista, había peleado con Mazian y después, con suerte, había conseguido lealtades nuevas y limpias y estaba fuera de toda sospecha. Una capitana muy inteligente. Muy buena, la condenada, Bet tenía que reconocerlo. Si ella hubiera tenido esa suerte, se habría pasado a la Noruega en lugar de al África, y ahora tendría un pasado limpio…, créditos en el bolsillo, un lugar abrigado y una cama para dormir, todo lo que podía esperar alguien como ella. No debía importarle que la capitana de la Noruega fuera una hija de puta sin entrañas que había pasado por las armas a sus propias tropas y había tratado de hacer estallar al África.…, no era amor lo que había entre Mallory y Porey. Habían peleado en el espacio y después en el puerto. Mallory había arrestado a tres de los soldados del África y las tropas del África respondieron emboscando a las de la Noruega en los muelles de Pell antes de salir al espacio abierto. Era mejor no pensar en lo que harían los hombres y mujeres de la Noruega si alguien del África subía a bordo.
Una muerte lenta, muy lenta. Bet lo sabía muy bien.
Y si la ley de la estación la atrapaba, la retendrían para entregarla a Mallory, que se interesaría mucho por ella. Tendría lo que se dice un interés personal en el asunto.
Bet tembló. Se concentró en su trabajo y pensó en la nave que llegaba y en el tiempo que pasaría en puerto…, tal vez tres o cuatro días. Otros tantos para llenar los tanques de la Mary Gold…
Y mientras, el contenido de aquella habitación se hacía más y más notorio. Tal vez el tiempo suficiente para que la investigación en torno al asunto del baño se fuese concretando.
Decían que iban a cerrar Thule, que la harían estallar y arrojarían las piezas hacia el sol. La Flota no podría usarla para conseguir metal…, así que no habría una estación Thule a la que la nave pudiera regresar. La gente se distribuiría a lo largo de una docena de años luz y puede que nunca se preocuparan por los informes y los archivos. Incluso era posible que lo tiraran todo. Entonces ella podría seguir adelante y no volver a preocuparse por el asunto de Thule. Eso, siempre que consiguiera mantener todo tranquilo durante una semana, seguir usando la tarjeta de Ritterman en lugares a los que ese hombre pudiera haber ido y convencer así a los ordenadores de que todavía estaba vivo en alguna parte. Thule no era como Pell, donde algún pariente se hubiera podido preocupar. Los que llegaban allí, a aquel agujero del universo, había perdido pie, eran, mayormente, la escoria de Pell, los que quedaban de la sección Q, refugiados o pobres desgraciados a la espera de una oportunidad que tal vez habrían podido tener, pero que ahora no llegaría nunca. Y Ritterman no era hombre de muchos amigos.
Tenía que alcanzar los objetivos que se había fijado: parecer respetable para impresionar a la gente de la Mary Gold, trabajar en el puerto siguiente, y tratar de ser útil para que la conservaran hasta llegar a cualquier puerto, cualquiera menos Pell, porque ése era el puerto de la Noruega.
Por eso le había dicho al viejo Kato que se quedaba, porque la Ernestina regresaba. Él creyó la historia de que estaba buscando oportunidades en la Frontera, y dado que Kato tenía asuntos urgentes que hacer en Pell y una nave endeudada, la dejó pensando que Bet era tonta: adiós, compañera, no te nietas en problemas, espero que tengas suerte.
Mierda.
Volvió al apartamento de Ritterman y leyó los mensajes registrados en el ordenador, sólo había un aviso de la biblioteca de la estación reclamando algunas cintas atrasadas. Las buscó y las dejó sobre la mesa para devolverlas a la mañana siguiente y localizó la dirección de la biblioteca para saber cómo llegar hasta allí.
Mantuvo el vídeo sintonizado en las noticias de tránsito de la estación, siempre esperando, mientras improvisaba una cama en el sillón y bebía el vodka de Ritterman, comía las patatas fritas de Ritterman y sus caramelos y se distraía mirando los libros de fotos de Ritterman hasta la hora de dormir.
A la mañana siguiente regresó a los muelles y fue hasta la línea de máquinas expendedoras que se alzaban del lado del eje saliendo del ascensor. Tenía la boca llena de bolas de queso cuando sonó la alarma, ese largo aullido que significaba que había entrado una nave en el sistema: se las tragó con un poco de soda y respiró hondo.
Se obligó a caminar lentamente hasta la esquina donde estaba instalado el monitor público. La información de la boya del cénit era del sistema de largo alcance y eso significaba una hora y media luz de distancia con respecto a la estación misma.
Thule era una estrella doble de poca intensidad, y carecía de tránsito, era un punto de salto de dificultad más que moderada: la boya estaba próxima y esa nave, si se trataba de la Mary Gold, un día y medio antes de lo previsto, probablemente habría sacado ya casi una hora luz de distancia en los saltos-V desde el momento en que la información había empezado a trazar su camino hacia la Central de Thule. Eso significaba varias horas en el espacio real V y un largo camino todavía, además de otra hora para atracar en el muelle una vez que lograra acercarse lo suficiente.
La Mary Gold, un carguero, una nave común de suministros procedente de Pell. Y de ahí a Bryant, ésa era la ruta. Seguramente movían menos masa de la prevista, pensó Bet, y eso podía haberles significado casi un día menos. Gracias a Dios.
Pero cuando llegó a la esquina donde el monitor ofrecía sus ciclos grises y cansados de información, descubrió que el nombre de la nave era AS Loki.
Se le aceleró el corazón, un brinco de asombro y preocupación. Sólo eso.
¿Quién cono es la Loki?
Se detuvo, comió un par de bolas de queso, las acompañó con agua y miró la información en el vídeo. No era la única. Los trabajadores se reunían alrededor llenos de curiosidad.
Era una nave de Alianza. Era ya claro.
El estómago de Bet se agitó, asqueado. Oyó a alguien especular que se tratara de una nave mercante de Unión que acababa de entrar en Alianza.
No, a menos que fuera una nave muy, muy pequeña, pensó Bet, algo procedente de algún paraje olvidado como la Estrella de Wyatt, en el fondo de Unión. Conocía los nombres de todas las naves que había que conocer, sabía el nombre de la Familia, la clase de carga y el tipo de armamento. En las cubiertas de la nave África, los nombres y las capacidades de las naves eran tema común de conversación. Los marineros de las cubiertas se sabían impotentes ante una escaramuza, pero si uno está atrapado abajo en su litera y sabe que su nave va a entrar en combate, conocer el nombre del capitán de la otra nave resulta importante; y si uno, después de la pelea, va a tener que abordar la cubierta de una nave mercante y entrar en pequeños corredores llenos de lugares perfectos para emboscadas, necesita saber detalles. Seguro que los necesita.
Bet siguió comiendo queso y mirando cómo se iban presentando los datos…, después, bruscamente, recordó la hora y se lanzó a través de la multitud hacia el Registro.
—Empezaba a preguntarme si vendría hoy —dijo Nan cuando la vio pasar por la puerta.
—Lo lamento. —Le llegó un rumor de bebida y comida procedente de la oficina. Era el desayuno—. Dejo esto en el basurero en un momento. Disculpe.
—¿Conoce esa nave? —preguntó Nan. Bet negó con la cabeza.
—Pensé que las conocía todas. Fantasmas. —Era una palabra de soldado que ahora se estaba haciendo común por la guerra, pero hubiera preferido no haberla pronunciado. Se dirigió junto a Nan hacia el interior, donde la esperaba Ely.
—¿Conoce esa nave? —le preguntó él.
—Acabo de decir que no, señor. Es nueva.
Ely parecía preocupado. Era lógico. Bet pasó al área de trabajo, acabó el queso y la soda, hizo una bola con el papel y la lata y las arrojó al recipiente para reciclaje antes de volver hacia el sitio en donde estaba el vídeo.
Ahí estaban todos: Ely, Nan y los tres clientes que buscaban trabajo esa mañana, todos de pie, mirando el vídeo sin decir nada. Los tres hombres de estación la miraron y tal vez decidieron que era una navegante honesta o al menos una buena fuente de información.
—¿Conoce…? —empezó uno. Ella volvió a negar.
—No, es nueva para mí, compañero. Ni idea. —Cruzó los brazos y observó las cifras, oyó decir a alguien que el acercamiento era correcto y que los números no parecían corresponder a un ataque.
Eso depende, mujer de estación. Depende de la masa. Del vector de entrada. De muchas cosas, estúpida. A veces, si era necesario maniobrar, mentíamos a esas boyas, claro que lo hacíamos… Pensó Bet para sí.
Se quedó de pie, observando con los brazos cruzados, pensando como lo hacían los de la estación a su alrededor, pensando que tal vez fuera una nave de la Flota; disfrutando —y eso era algo que los de la estación no sentían, de eso estaba segura— de algo parecido a la esperanza en su estómago revuelto, la idea de que tal vez fuera una de las naves de Mazian.
De todos modos, esperaba que no fuera una nave decidida a atacar a la estación y acabar con ella.
Y puestos a esperar, deseaba que ese puntito empezara a generar otros, y que el África misma, con todas sus naves satélite desplegadas, entrara en los datos del ordenador de la estación, mientras el viejo Junker Phillips comunicaba a una Thule totalmente aterrorizada que una nave de la Flota iba a entrar en puerto, les gustara o no.
Siguió mirando. Se mordió el labio y meneó la cabeza cuando uno de los de la estación le preguntó por los números. Seguía escuchando mientras el flujo de comunicación de la estación interceptaba el flujo de la recién llegada. Eran frases tranquilas, la estación preguntaba al intruso por su ID y algo sobre sus intenciones, el intruso que ya estaba a pocos minutos luz y aminoraba su velocidad.
Continúa el acercamiento, decían los números.
—Bah —dijo ella finalmente al comprender que pasaría un rato antes de que hubiera alguna novedad. Se sentó y su actitud hizo que los de la estación la miraran por un momento como si esperaran que eso significara algo bueno.
Bet se relajó. Mirar el vídeo resultaba mucho más cómodo que lo que una podía hacer en las cubiertas, contando únicamente con el audio, un comunicador que sólo decía lo que realmente necesitaban saber mientras la nave llegaba al punto G y las placas y paneles gruñían como si se les soltaran todas las tuercas y el equipo que alguien había dejado suelto en el momento de la alarma se convertía en una nube de misiles.
Nan y Ely volvieron a sus tareas. Uno de los que buscaban trabajo fue hasta el mostrador a completar su solicitud pero los otros dos se quedaron mirando el vídeo.
—Soy el capitán de la Loki —anunció el vídeo finalmente en medio del flujo de comunicación lleno de estática que había estado llegando hasta ese momento—. Entendemos las instrucciones, Estación Thule. Somos una nave de quince tanques y venimos bajos.
Dios. No era precisamente pequeña.
—Aquí el Jefe de Estación de Thule. Tenemos planificada la llegada de otra nave en el diagrama de tránsito, Loki, podemos llenarlos sólo en parte.
Bet se quedó sentada con los pies sobre una silla de plástico estropeada y escuchó con el corazón estremecido y el cerebro lleno de números, mientras el tiempo de espera entre preguntas y respuestas se acortaba cada vez más sin llegar a desaparecer del todo.
Una nave desconocida y de ese tamaño. Que decía pertenecer a Alianza.
El Control de Thule informó que la nave Loki había dado el impulso necesario a sus cohetes. Llegaban.
—Jefe de la Estación Thule —dijo la misma voz sobre el comunicador—, aquí el capitán de la Loki. Tenemos prioridad para ese combustible. Pedimos que nos indique cómo atracar en el muelle principal.
Los de la estación comprendieron inmediatamente el sentido de la palabra prioridad. Una tensión súbita se apoderó de ellos. Bet se quedó sentada con los pies en alto y los brazos cruzados, sabiendo que todavía faltaba un rato; el corazón le latía con una fuerza como de cuero, una fuerza que hablaba de calma controlada y furiosa.
Prioridad. Sólo existía un muelle en Thule con una bomba capaz de servir a una nave estelar. La bomba tenía ya cien años y se las arreglaba como podía, pero era lenta y los tanques de la estación no podían cargar dos naves grandes en la misma semana: los tres filtros de Thule y el conductor de masa necesitaban tiempo para llenar una carga de hielo en el tanque de una nave.
Si esa nave gozaba de prioridad y pertenecía a Alianza, entonces se trataba de algo oficial, alguien con una misión, alguien que incluso la misma Mallory podía haber enviado; eso en caso de que dijera la verdad y no estuviera entrando en el puerto para volarlos a todos de un plumazo.
Y si era oficial, y permanecía allí durante cinco días, seguramente agotaría todos los tanques de agua de Thule y no habría forma de que un carguero como la Mary Gold pudiera usar ese muelle y volver a salir en una semana.
Ni en dos ni en tres.
La información seguía llegando de la Central de la Estación, que en ese momento obtuvo una imagen de vídeo.
—Dios —dijo Nan cuando apareció la nave. Bet se quedó sentada con los brazos cruzados y el estómago revuelto.
El lugar reservado para la tripulación era muy pequeño, un eje desnudo, flaco, y el equipo de motores, más grande de lo que parecía necesario.
—Mierda —dijo Bet dirigiéndose a un grupo de habitantes de la estación, civiles y muy nerviosos, y puso un pie en el suelo con rapidez—. ¿Qué cono es esa cosa?
Don Ely había salido otra vez de su despacho para ver el vídeo con todos los demás, a pesar de que el vídeo mostrara lo mismo en todas partes. La gente tiende a reunirse cuando cree que tal vez la vayan a volar en pedazos.
—Dios, ay, Dios —repetía uno de los clientes una y otra vez.
Bet se levantó cuando el flujo de la comunicación que seguía pasando por el audio adquirió un tono aparentemente normal, comercial, como siempre, a pesar de que ahí estaba una nave de guerra, lista para atracar en el muelle de la estación.
—Bet —dijo Nan—. ¿Qué es eso?
—No lo sé —dijo ella—. No lo sé. —Revisó desesperadamente con la mirada los detalles en sombras, el área media de la nave, los enormes propulsores—. Es algún tipo de nave reconstruida, una modificación de alguna otra…
—¿De cuál? —preguntó un civil.
Bet movió la cabeza.
—No lo sé. Es una modificación, puede ser cualquier cosa.
—¿Y de qué lado está? —preguntó alguien.
—Puede ser cualquier cosa —repitió ella—. Nunca la había visto. Las naves no se ven en el espacio profundo. Sólo se las oye. Se habla con ellas en la oscuridad.
Se cruzó de brazos. Se obligó a sí misma a calmarse y a sentarse en un extremo de la mesa, pensando que en realidad no había forma de saber lo que pasaba. Esa nave era lo que quería ser. Las naves fantasmas eran una raza, no una lealtad.
Pero no tenía sentido pensar que fuera a abrir fuego y volar la estación. No si quería que le llenaran los tanques. Eso si realmente tenía los tanques tan vacíos. O arrastraba una masa que no quería mostrar o era cierto que había viajado mucho.
El flujo de comunicación seguía llegando. La gente de la estación se reunió frente al vídeo, con sus recuerdos. Era gente que había pasado por el infierno varias veces, gente que había visto demasiados cambios, que había visto demasiada guerra.
No eran tontos. No eran cobardes. Simplemente era gente que había sido blanco de otros durante demasiado tiempo en estaciones que no tenían defensa alguna.
Bet mantuvo los brazos apretados; el corazón le latía con un pánico propio que no tenía nada que ver con las razones del miedo de los hombres y mujeres de la estación.