Bet caminaba lentamente hacia su refugio: el baño público de mujeres que estaba en el muelle Verde, una instalación diminuta e incómoda, improvisada. Todo en esos muelles era improvisado: los bares, las pensiones y los restaurantes baratos. Era una estación diseñada para las naves de velocidad menor a la de la luz que ahora intentaba, en una segunda juventud, cubrir las necesidades completamente distintas de las MRL.
El baño estaba lleno de inscripciones en las paredes y olía mal; había una sola luz mortecina en el vestíbulo y otra igual en el baño mismo dividido en cuatro compartimentos con dos piletas. Las navegantes habían grabado allí los nombres de sus compañeros y compañeras y saludos para las naves que llegarían después: Meg Gómez de la Polaris, decía una. Hola, Golden Hind.
Naves legendarias. Naves de aquellos días en que las estaciones tenían suerte si recibían una llamada cada dos años. Cuando partían, el mantenimiento de la estación lo pintaba todo de nuevo.
Tontos.
Ese agujerito era su hogar, un lugar seguro. Encontró el baño sucio y desierto como siempre, se lavó la cara y bebió un poco del agua fría que goteaba en las piletas.
Le fallaban las piernas. Se aferró al borde de la pila, tropezó y se dejó caer contra la pared. Durante un momento, pensó que iba a desmayarse y la habitación giró enloquecida a su alrededor.
No estaba acostumbrada a la comida, claro. 1 labia aceptado la coca porque tenía azúcar, pero lo poco que había tomado casi había vuelto a la superficie en la oficina de Ely, y ahora ora una de las galletas la que la amenazaba, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas y peleaba, tragando y jadeando, para no vomitar.
Finalmente, logró sacar una galleta del bolsillo y morderla un poco, no porque tuviera buen gusto —ya nada tenía buen gusto—, además le asustaba comer porque la última ve/ sufrió una descomposición y sabía que no podía permitirse el lujo de desperdiciar la poca comida que se llevaba al estómago. Pero lo intentó, masticó despacio, dejando que se le disolviera en la lengua, y se la tragó a pesar de la dulzura pegajosa.
Inteligente, de veras inteligente, Bet.
Esta vez sí que te has metido en un buen lío.
Hubo tiempos en Pell en que se había escondido de ese modo. Hubo tiempos en Pell en que llegó a estar casi así de desesperada. Era difícil distinguir un día de otro cuando las cosas iban tan mal. Se sobrevivía de algún modo y eso era todo.
Sea como fuere, seguía allí, lo toleraba; el lugar sucio, sentarse en el suelo helado del baño tratando de no desaparecer, de no vomitar. Pero mordisco a mordisco, retenía algo, y eso la mantenía viva, incluso cuando había llegado a depender de un bolsillo lleno de galletas y la esperanza de un trabajo de un crédito por día. Con un crédito podía comprar un sándwich de queso, o quizá tarta de pescado y una taza de zumo de naranja sintética. Se podía vivir con eso, sólo debía pasar esa noche para lograrlo, eso era todo.
Había dejado de tener fe el día anterior, realmente había perdido la fe. Si acudió al Registro fue solamente porque mantenimiento controlaba los agujeros de vez en cuando, porque ir al Registro era una forma de mantenerse caliente y demostrar que todavía estaba buscando, y ésa era la única prueba que podía utilizar un residente sin documentos para mantener un estatus legal. Pero sobre todo, porque podría mantener su prioridad con algún trabajo posible en el carguero que llegaría pronto a puerto. Esperar eso era una buena forma de morir, haciendo lo que había elegido. Luchando por lo único que siempre le había parecido importante hacer. Una buena manera de morir. Ya había tenido ocasión de conocer las malas.
Y si las cosas se ponían demasiado feas, siempre existía una manera de evadirse; si la ley la encontraba allí, había formas de evitar que la llevaran al hospital. Tenía una en el bolsillo. Había empezado a pensar en ello, pero todavía no había llegado a ese extremo; pero sabía que si se desmayaba y la gente llamaba a los médicos, tal vez lo haría; o si la encarcelaban y la consideraban deudora de la estación…, entonces sería el momento. Desaparecer, reventar a los abogados.
Ahora sus posibilidades se habían ampliado un poco. Había hecho bien en aguantar tanto. Tal vez había tenido razón en todo lo que había hecho. Tal vez saldría adelante si esa nave llegaba a tiempo. Todavía podía sucederle.
Se sentó un rato bajo la sombra de la pileta hasta que logró terminarse una galleta. Tenía que moverse porque se le estaban entumeciendo la espalda y las piernas, así que se aferró a la pileta, tomó algo más de agua con gusto a metal y fue hasta uno de los compartimentos a sentarse. Apoyó los brazos y la cabeza sobre las rodillas tratando de descansar y dormir un poco. Ese era el lugar más cálido: las paredes del compartimento aislaban de la corriente que llegaba a todo el resto del baño y, en general, los buenos modales impedían que la gente hiciera preguntas.
Ya tarde, entraron dos mujeres, probablemente personal de mantenimiento de los muelles; oyó el murmullo de las voces, las maldiciones y la discusión sobre algún hombre de la tripulación que les interesaba. Parecían borrachas. Se fueron. Ése fue el único tránsito de la noche, y Bet dormitó, enroscada como un gato, pensando que al día siguiente por la noche tal vez podría ir a una máquina expendedora, poner el crédito en la ranura y conseguir un plato de sopa caliente…, para empezar. Tenía experiencia con el hambre.
Cuando uno quería salir de un período de escasez extrema, había que limitarse a los líquidos, ir poco a poco y no comer nada graso. Sentía cómo su estómago trabajaba la galleta medio disuelta y el tercio de taza de coca, y no estaba muy segura de poder con eso tampoco.
Los muelles habían entrado en un período de calma, eso suponía menos ruido de máquinas y transportes. El día alterno en Thule no era tiempo de vigilia. La mayoría de oficinas permanecían cerradas en ese turno, no había tránsito de naves que lo hiciera necesario y los pocos bares de la zona estaban casi vacíos. Antes, cuando todavía le quedaba algo, entraba en los bares para mantenerse caliente. Los muelles siempre estaban fríos, los muelles de todas las estaciones helaban los huesos de quienes transitaban por ellos. En el día alterno, Thule se cerraba como una de las viejas ciudades de la Tierra entrando en la noche. La falta de máquinas que trabajaran en ese turno y la ausencia de la gente que regresaba a sus apartamentos en busca de calor, significaba que el aire de los muelles se congelaba todavía más. Eso equivalía a que los hombres y mujeres de la estación no aparecieran por allí durante la noche principal y los que organizaban los horarios en la estación no hacían nada al respecto.
Así que no se cargaba nada, no se firmaba nada, no se movía nada, ni se hacía nada en los muelles hasta que la aurora principal encendía las luces de nuevo. Thule agonizaba. El comercio de Tierra se había abierto otra vez después de la guerra, pero ahora Thule era superflua, la carrera había producido nuevos supercargueros como el Otra vez Dublín capaces de acortar camino y no tocar las Estrellas Hinder, además el descubrimiento de una nueva masa negra más allá de Bryant suponía una buena vía alternativa en lugar de Thule, Gloria y Beta; es decir, más de la mitad de las estaciones reabiertas de un solo plumazo.
Una ruta directa hacia Tierra vía Bryant, dejando atrás el lugar en que la había desembarcado la Ernestina. Recordó al Viejo diciéndole como para convencerla:
—No seas tonta, Bet. Tenemos que volver a Pell, eso es todo. No pararemos mucho tiempo. Aquí no hay nada bueno, y más adelante es peor.
Espero que lo hayas logrado, pensó Bet en homenaje al viejo Kato. Pero conocía las posibilidades de la Ernestina, una pequeña nave que navegaba casi vacía, tratando de regresar a Pell, luchando contra la marea de la economía, la suerte y su propia masa, porque las Estrellas Hinder eran un problema. Las Estrellas Hinder se habían tragado a más de una de esas naves pequeñas. La última esperanza de la Ernestina, tras haber perdido todo su crédito de carga por un problema importante de mecánica, era Pell. Llegar a Pell, aunque fuera deshecha, y llevar algunos pasajeros que le dieran algo de crédito en los bancos de Pell.
Pero Pell no era un lugar al que Bet Yeager quisiera ir.
—Yo no —había dicho—. Yo no.
La tripulación de la Ernestina había discutido con ella, también ellos conocían las oportunidades en un lugar como Thule. Los miembros de otras tripulaciones consiguieron contratos aquí y allá y siguieron su camino. Jim Belloni había intentado darle la tercera parte de su dinero cuando se fue en la Polly Frears. La emborrachó a conciencia y se lo dejó en la cama.
Ella se emborrachó de nuevo. Nunca había lamentado esa extravagancia. Ni siquiera cuando se le encogía el estómago. El recuerdo de aquellos tiempos era lo que la mantenía caliente en noches como ésta.
Volvió a adormecerse y se despertó al oír el ruido de la puerta exterior.
El corazón le dio un vuelvo. Era extraño, día alterno, noche principal…, realmente era extraño que alguien necesitara ese baño en particular. Tal vez mantenimiento. Un fontanero o alguien por el estilo que venía a arreglar la pileta.
Apretó las rodillas contra la cara y se quedó donde estaba, temblando un poco por el frío. Eran los pasos de un hombre. Hijo de puta mal educado. Ni siquiera había llamado para advertir a posibles ocupantes.
Oyó cómo se cerraba la puerta, lo oyó respirar y olió el alcohol. Así que no era un fontanero.
Te equivocaste de puerta, amigo. Vete. Date cuenta por favor, pensó.
Oyó los pasos que se acercaban de nuevo a la puerta.
Vamos, amigo, vete por favor.
La puerta se cerró de nuevo. Dejó caer la cabeza sobre las rodillas.
Pero el jadeo todavía estaba allí.
Dios.
Temblaba. No se movió.
Los pasos volvieron a la pileta y pudo ver unas botas negras.
El hombre intentó abrir la puerta. La sacudió.
—¡Salga inmediatamente de aquí! —gritó ella.
—Seguridad —dijo él—. Sal tú de ahí. Mierda.
—¡Fuera!
No era cierto. Poca delicadeza. Y además olía a alcohol.
—Usted no tiene nada que ver con Seguridad —dijo ella—. Soy navegante, con licencia. Saque su culo de este baño antes de que consiga más de lo que busca.
—No hay naves en el puerto, putita. —El hombre se inclinó. Bet alcanzó a ver una cara sin afeitar con la nariz torcida—. Vamos. Vamos, sal de ahí.
Suspiró y lo miró, cansada. Hizo un gesto con la mano.
—Mira, si quieres, me pagas un trago y un lugar para dormir, después, puedes hacerlo toda la noche. Eso o nada. Una sonrisa torva.
—Claro. Claro. Lo vas a pasar muy bien. Sal de ahí.
—Está bien. —Respiró profundamente y bajó los pies.
Lo había visto venir. Lo sabía y trató de librarse de las manos que saltaron a agarrarle los tobillos bajo la puerta, pero le temblaron las rodillas y se tambaleó. Él lo intentó de nuevo. Bet apretó un pie y le golpeó la cabeza contra los azulejos pero él se revolvió y la agarró del tobillo, retorciéndolo y tirando hacia sí. No podía pisar en otro sitio que no fuera sobre él. Se tambaleó contra la puerta, sintió los dedos que la asían y aunque intentó evitarlo, cayó contra el inodoro; un golpe doloroso en un costado, otro en la mejilla cuando rebotó golpeando la pared y luego el suelo junto al baño. Las manos del hombre la recorrían toda, se estaba arrastrando bajo la puerta sobre ella, la envolvía con los brazos y todo era una confusión de luces sobre aquel rostro de borracho. El hombre le golpeó la cabeza contra los azulejos una y dos veces, y durante un rato, sólo hubo explosiones de color, aliento alcohólico, su peso y sus manos que le rompían las ropas.
Mierda de lío, pensó, y trató de no moverse, de quedarse quieta mientras él le rompía el traje tocándola. No podía detenerlo: la tenía acorralada entre el baño y la pared. Necesitaba un poco más de aire. Un respiro para que las estrellas dejaran de estallar.
Empezó a asfixiarse y no podía hacer mucho, excepto sacudirse y pelear. Excepto llevar la mano derecha al bolsillo mientras la boca del hombre, pegajosa y maloliente, se le metía en la suya matándola poco a poco.
Consiguió alcanzar la navaja. A pesar del dolor y la turbación, mantuvo los dedos alrededor del mango, la sacó y le hizo un corte en la pierna. Él se levantó aullando, la espalda contra la puerta del baño. Bet lo empujó con fuerza con la bota y él jadeó cayendo hacia ella. Entonces volvió a clavar la navaja y le hizo otro corte.
Lo único que quería ahora el hombre era salir del compartimento, y ella lo dejó. Logró pasar un codo por encima del retrete, se levantó y abrió la puerta mientras él vomitaba afuera.
El hombre estaba inclinado. Ella se aferró a la puerta del compartimento y le dio una patada en la mandíbula. Vio que golpeaba la pileta y caía con la pierna doblada, esperó hasta que él trató de levantarse de nuevo y entonces le golpeó en la garganta.
Parecía muerto, pero sería mejor asegurarse: yacía allí jadeando; Bet lo miró con el cerebro sacudido y palpitante y sintió que se le nublaba la vista. Intentó espabilarse echándose agua fría de la pileta sobre la cara. Podía haberse equivocado. Puede que él no estuviera tan mal. Tal vez llevaba un cuchillo, podría levantarse y matarla. Lo miró con el agua corriéndole por la cara, las manos y el traje. Él se quedó allí, tendido con los ojos abiertos.
Estaba muerto. Lina sensación de mareo la recorrió de arriba abajo. Le echó agua fría para asegurarse de que no fingía, pero no se movió.
Le dio un vahído. Recordó que él había gritado. Alguien podría haberlo oído desde afuera. Se miró para ver si tenía marcas en la cara. Algunos raspones en el pecho y en el cuello. Se había manchado el traje de sangre, sangre coagulada sobre una rodilla. Se desnudó y lavó la pernera del traje en la pileta hasta que el agua corrió con un color apenas rosado y el traje estuvo casi limpio; sintió que se desmayaba, apoyó los codos sobre la pileta para poder fregar, y luego escurriendo el traje se lo puso de nuevo. Estaba frío como el hielo. Usó el secamanos de aire. Era peligroso con los muelles tan silenciosos. Alguien de Seguridad podía oír la máquina.
Hubiera querido seguir recostada en el aire cálido, quedarse allí el resto de la noche. Empujó el botón una vez más y luego otra, las piernas le temblaban mientras miraba al hombre echado en el suelo, y el gris y el rojo iban y venían en sus ojos. Había un reguero de sangre desde el baño hasta el sitio en que había muerto. Recordó la navaja, pero ahora la tenía él otra vez en el bolsillo, donde la había encontrado con dos créditos.
De repente se encontró caminando por los muelles. No recordaba haber salido. Recordaba la situación del baño, nada más. El hombre en el suelo. También recordaba haberle revisado los bolsillos, haberse detenido y volverse para ver dónde estaba.
Seguridad podía atraparla con bastante facilidad. El banco de la estación tenía sus huellas digitales. Pero cualquier mujer podía usar el baño, maldita sea. Ella lo había hecho al igual que otra gente. En consecuencia era él el que estaba fuera de lugar. Siguió caminando, pensó en la ley y en la operación que permitía obtener el genotipo revisando las uñas del muerto, en todas las huellas que tenían, en todas las mujeres a las que tendrían que interrogar.
Otro mareo. Se sentía hambrienta y muy débil. Volvió a caminar mientras comía algún que otro bocado húmedo de galleta que iba sacando del bolsillo y finalmente, un poco más segura que antes y con dos créditos en el bolsillo, fue a un bar y tomó una taza de sopa de pescado aguada que casi no pudo terminarse.
El hombre que atendía el bar estaba solo, Bet se sentó y charló con él. Quería algo más.
—De acuerdo —dijo ella. Le dolía la cabeza, y estaba descompuesta y cansada. En alguna ocasión lo había hecho para pagar una apuesta, nunca para pagar una habitación, pero el hombre era tranquilo, estaba solo y no le importaba su nombre, sólo que tenía algo que ofrecerle y ella esta vez había llegado a la desesperación total; necesitaba un lugar caliente, lejos de las garras de la ley—. Un lugar para dormir. A la mierda.
—Lo tengo —dijo él.
Fueron al depósito y él montó un catre donde se acostaron. El hombre hizo lo que quiso mientras Bet se dejaba hacer pensando en Pell y en los viejos camaradas.
Se llamaba Terry. Descubrió que estaba lastimada. Ella le contó algo sobre un trabajador de los muelles que se había puesto brusco en una pensión y sobre cómo lo había dejado en plena noche. Terry le consiguió algo para el dolor de cabeza y tuvo cuidado con sus heridas. Se excusó para ir a atender a un cliente y cuando regresó empezó de nuevo mientras ella dormitaba. Estuvo bien. Él fue amable. Era suave, sudaba y estaba nervioso, Bet le dejó hacer lo que quiso. La despertó un par de veces pero ella estaba demasiado débil para hacer nada.
—Volveré mañana —le dijo—. Seguro que estaré mejor. Haz lo que quieras y mañana me pagas el desayuno.
Él no dijo nada. En ese momento estaba ocupado. Bet se dejó ir de vuelta hacia la oscuridad y un par de veces más lo sintió alrededor. Por la mañana, él le pagó el desayuno. Se sentó en una mesa del bar y comió una tostada sola mientras miraba las noticias de la mañana sobre una mujer que había encontrado un cadáver de hombre en un baño de mujeres del muelle Verde.
Terry estaba ocupado rindiéndole cuentas al dueño. Era sombrío, un poco pasado de peso, nada impresionante de aspecto y nada limpio. El dueño la observó con una mirada larga y atenta. Pero Terry como-sellamara reaccionó con rapidez pagándole el desayuno en efectivo, para que pasara por una dienta cualquiera y el dueño no dijo nada. El muerto trabajaba en los muelles, hacía dos años que residía en Thule y había dejado el trabajo hacía poco. La compañía para la que trabajaba se había trasladado. Últimamente había aceptado puestos en la estación. Su supervisor le había descontado tres días de trabajo por beber durante el horario de principal.
Dijeron que había muerto con la garganta aplastada.
Dijeron que iban a controlar las huellas digitales. Naturalmente. Cuando llegaran a las de ella, diría que había estado allí con Terry toda la noche y Terry lo confirmaría. Tal vez si podía mantenerlo interesado en ella hasta diría que habían peleado.
Comió masticando despacio. Le dolía la cabeza. Le dolía todo el cuerpo. Nunca había hecho lo que acababa de hacer para conseguir cama y comida. Ni siquiera en Pell.
Pero iba a llegar una nave la semana siguiente. Después de semanas, una nave llamada Mary Cold. Quería irse en esa nave.
Cualquier cosa, cualquier cosa para salir de Thule.