Capítulo 28

Aquel que sabe cuándo basta,

Siempre tiene bastante.

—Confucio —

201

Shao se arrastró por la tierra como un reptil, silencioso, tenso, con los cinco sentidos puestos en su misión. Intentaba no hacer ruido, que nada le delatara, que ninguna piedra rodara o una ramita se quebrase produciendo un estruendo en la noche. Incluso respiraba muy despacio. Los latidos de su corazón le resultaban insoportables. Un tambor batiendo compases.

Llegó hasta Lin Li.

Su hermana descansaba con la vara a su lado. Su rostro era puro, nacarado bajo la luna. El rostro de una niña convertida en mujer en unas semanas. La bolsita de tela que contenía el jade asomaba por su pecho, entre la ropa. No tenía más que alargar la mano y…

No. Si tiraba de ella, la despertaría.

La única solución era deshacer el nudo y liberar la bolsa, o abrirla despacio para sacar la piedra.

Optó por esto último.

Primero miró a los otros dos. Dormían. Qin Lu estaba de espaldas a él, con Xue Yue pegada a su cuerpo; Xiaofang, boca arriba, con su hermoso perfil recortado contra los restos de las brasas.

Xiaofang.

Sintió el desgarro en su pecho.

Ni siquiera un último beso.

Venció el desaliento y se concentró en su misión. Por lo menos la había conocido. Por lo menos había sido feliz a su lado un tiempo. A veces bastaba muy poco para colmar una vida. Mejor un instante de amor que mil años de soledad. Xiaofang viviría en un mundo mejor.

Shao entreabrió la bolsa.

No respiraba.

Despacio, muy despacio, con movimientos tan lentos como los de un ave rapaz estudiando a su presa, logró hacer mayor el agujero. Luego introdujo los dedos para atrapar el jade. Una gota de sudor resbaló por su mejilla haciéndole cosquillas. Una mosca se empeñó en revolotear por su nariz, zumbando atrevida. Recordó una frase del maestro Wui: «Si te concentras de verdad, ni un terremoto ha de alterarte».

El maestro Wui quizás nunca hubiera estado en una situación como aquella.

La gota de sudor cayó de su barbilla y fue a morir en la ropa de Lin Li. La mosca se posó en su nariz un momento, antes de echar a volar de nuevo.

Shao atrapó el corazón de jade con dos dedos.

Luego lo extrajo.

Su hermana se movió un poco, parecía hablar en sueños.

Retrocedió y soltó todo el aire retenido en sus pulmones.

Lo tenía.

Lo único que le quedaba por hacer era escapar, llevarse un caballo, montar cuando estuviese lejos y no pudieran escucharle, y llegar a la cueva.

Solo.

No quiso volver la vista atrás.

—Cuidaos mucho —susurró—. Os quiero.

Caminó despacio, con los pies desnudos y las sandalias colgando del cuello. Los caballos descansaban a unos quince metros, en un calvero natural, aunque estaban igualmente atados para que nada los ahuyentara durante la noche. Se dirigió al suyo y le calmó palmeándole el hocico. El animal le olisqueó y movió la cabeza arriba y abajo varias veces, como si comprendiera la situación.

Shao se dispuso a liberarlo.

—¿Adónde crees que vas?

El sobresalto fue mayúsculo. No esperaba aquello. Ser descubierto cuando estaba tan cerca de culminar su plan.

Cerró los ojos un momento, suspiró y se dio la vuelta para enfrentarse a su hermano.

—No seas necio, Qin Lu.

—No, el necio eres tú —el muchacho estaba muy serio—. ¿Por qué tienes que ser siempre el héroe?

—Soy el mayor.

—¿Y qué? Esto es cosa de todos. Tengo tanto derecho como tú.

—Xue Yue te necesita.

—Y a ti Xiaofang.

—Déjame pasar —le advirtió.

—No.

—¿Quieres pelea?

—Hace mucho que no nos damos una buena tunda —cerró los puños Qin Lu.

—¿Crees que puedes vencerme?

—¿Por qué no lo averiguamos?

Shao resopló angustiado.

—¡He de ir yo! —su tono era de súplica.

—¡Tú eres un líder! —le respondió Qin Lu—. ¡Te necesitan!

—¡Nadie necesita a nadie! ¡Y no me hables de liderazgos! ¡Tú también estás llamado a grandes cosas, lo sé!

Intentó ganar unos segundos, subir al caballo para espolearlo y salir al galope.

No lo consiguió. Qin Lu fue más rápido.

Los dos hermanos cayeron al suelo hechos un ovillo. Shao tratando de desembarazarse de él, y Qin Lu sujetándole como una lapa. Si en la refriega verbal habían tratado de no levantar la voz para evitar poner en pie a las tres jóvenes, esta vez ya no consiguieron mantener el silencio. Rodando entre las patas de los caballos, que se pusieron a relinchar, y jadeando por la pelea, por mucho que los golpes fueran sordos, el estruendo se hizo general.

—¿Qué estáis haciendo? —oyeron la voz de Xiaofang.

—¡Qin Lu! —la protesta de Xue Yue.

—¡El jade! —la sorpresa de Lin Li.

Siguieron enfrascados en su lucha. Shao, rabioso porque ya no podría irse solo; su hermano, furioso por sentirse menospreciado en la hora de la verdad.

Parecía que no habría vencedor ni vencido.

Más aún, que el combate duraría un buen rato.

Lin Li sujetaba la vara con la mano derecha. De pronto notó su vibración, como en los días en que habían seguido el rastro del jade. Ni siquiera tuvo fuerzas para evitar que se le escapase y volara…

Directa hacia los dos contendientes.

Lo que hizo entonces… fue azotarlos en el trasero a una velocidad de vértigo, por ambos extremos.

Shao y Qin Lu dejaron de pelear.

La vara se quedó delante de ambos flotando en el aire, quieta, amenazadora.

—¿Pero qué…? —se asombró uno.

—¡Será posible! —balbuceó el otro.

Hubiera podido pasar cualquier cosa: gritos, lágrimas, enfados, recriminaciones…

Pero lo que sucedió fue muy distinto.

Xiaofang y Xue Yue rompieron a reír.

A carcajada limpia, liberando todas las tensiones acumuladas.

Shao y Qin Lu no pudieron evitar seguirlas.

Así que acabaron riendo todos, los cinco, porque incluso Lin Li cedió al impulso.

La vara volvió a su mano.

—Vamos a ir los cinco, ¿de acuerdo? —fue la primera en hablar de nuevo—. Una vez allí…

La vara dejó de vibrar.

202

La sala del trono estaba preparada para el gran momento.

Había en ella seis asientos. Cuatro en semicírculo y dos delante. Los dos primeros en llegar fueron Sen Yi y Lian. Después lo hicieron los cuatro señores, uno a uno, en solitario y sin servidores cerca. Todos llevaban sus pergaminos en la mano.

Zhong Min, señor del sur, no miró al mago ni al viejo general. Su rostro estaba contraído, envuelto en una pálida ceniza, como si su cuerpo mantuviera una viva lucha llena de fuegos por apagar.

Jing Mo, señor del oeste, sí dirigió sus ojos a los dos hombres que presidían la reunión. Y sonrió con descaro, no por fuerza, sino por desprecio.

Zhuan Yu, que era el más bajo, levantaba la cabeza para estar a la altura. Su mirada se dirigió a sus dos compañeros y, finalmente, se posó en el último asiento libre.

Gong Li, señor del norte, apareció entonces. Caminaba despacio, con rostro sonriente aunque triste. Una tristeza infinita que emanaba de todo su ser.

Sen Yi esperó a que todos estuvieran sentados.

—Señores…

Nadie dijo nada.

Hasta que Jing Mo rompió el silencio.

—¿Cómo procederemos?

—El que hable primero tendrá ventaja sobre los demás —apuntó Zhuan Yu.

—Al contrario, la ventaja será de los restantes, porque así sabrán si sus deducciones son acertadas o no, y podrán cambiar sus palabras —expuso Jing Mo.

—Sen Yi sabrá cómo resolver esto, ¿verdad? —dijo serenamente Gong Pi.

—Cierto —el mago se relajó en su asiento. Era el más tranquilo de todos, pues incluso el rostro de Lian reflejaba la gravedad del momento—. He pensado que si cada uno hablaba sin la presencia de los demás, podríais sospechar alguna trampa o favor, ¿no es así?

—No, no, somos hombres de honor —dijo Jing Mo.

—Jamás dudaríamos de ti, Sen Yi —dijo Zhong Min.

—Pero es mejor que todos oigamos lo de todos —dijo Zhuan Yu.

—¿Gong Pi? —Sen Yi se dirigió al señor del norte.

—Sé que harás lo mejor y más justo —respondió él.

Guardaron de nuevo silencio, expectantes.

—He traído esto —dijo Sen Yi.

Y colocó un pequeño jade de color blanco en el suelo, entre todos ellos. Una preciosa bola redonda que brillaba igual que si en su interior alumbraran mil soles.

Los cuatro señores lo miraron entre asombrados y curiosos.

—Este jade hará de árbitro de nuestro encuentro —refirió el mago—. En primer lugar, rodará hacia uno u otro para determinar el orden de las intervenciones. Después, cambiará de color si uno de vosotros pretende modificar lo que haya venido a decir sobre el poema, pues detecta la mentira. Si se torna rojo, el que esté hablando quedará descalificado; el azul probará que dice la verdad y que no está alterando sus palabras en función de lo que haya dicho antes cualquier otro para beneficiarse —esperó a que sus palabras calaran y agregó—: ¿Lo habéis comprendido?

Asintieron con la cabeza, sin apartar sus ojos de la blanca piedra de jade. El sol de la mañana proyectaba sus sombras de lado, sobre la brillante superficie del suelo de la sala del trono.

—Entonces podemos empezar —abrió las manos Sen Yi—. Os deseo suerte y… por el bien de los cinco reinos, ¡que gane el mejor!

—Así sea. —Gong Pi fue el único en hablar.

203

En el silencio de la mañana, la bola de jade rodó apenas un dedo en dirección a Zhuan Yu.

El señor del este tragó saliva.

Era el primero.

¿Significaba eso algo?

—Cuando quieras —lo invitó Sen Yi.

Zhuan Yu se levantó para dar más énfasis a su oratoria. Primero deslizó una mirada por sus oponentes; luego, la depositó en la piedra.

Cambiaría de color y se pondría roja si decía algo distinto de lo que tenía preparado. No podía mentir. Tenía que mantenerse firme en su decisión y jugárselo todo a cara o cruz.

Engañar a Sen Yi.

—Es evidente —tomó aire y soltó la primera parrafada— que el poema nos habla del universo, de las fuerzas que lo mueven, de aquello que somos y de lo que queremos ser. Más que un poema de amor, es un canto a la vida. El texto principal es ambiguo, sí, pero la clave está en los nueve símbolos situados al pie, que todos conocemos. Los cuatro primeros son belleza, energía, gloria y paz. Los cuatro segundos son verdad, amor, sabiduría y destino. El último, al pie de todos ellos, es eternidad. Un gobernante de los cinco reinos, cualquiera de nosotros, ha de basarse en esos principios para dirigir a su pueblo. Si además se ha de ser emperador, todo se hace más fuerte. La belleza equivale a…

Le escucharon en silencio durante el tiempo que duró su explicación. Zhuan Yu incluso se animó y dio algunos pasos a derecha e izquierda abriendo y cerrando los brazos, las manos, convencido de que su perorata los estaba impresionando. La bola no se puso roja.

Cuando concluyó, se volvió azul.

No había mentido.

Arremolinando su capa y su larga falda de seda y oro, el señor del este se sentó de nuevo.

Estaba seguro de que nadie había notado su impostura.

—Gracias, Zhuan Yu —fue lacónico Sen Yi.

De nuevo en silencio, la bola, otra vez blanca, se movió ligeramente en dirección a Zhong Min.

El señor del sur se puso en pie.

—Al contrario que mi vecino —comenzó a decir con gesto grave—, yo creo que de lo que habla el poema es de amor, la fuerza que mueve el mundo. Los dos primeros símbolos, los que encabezan esta poderosa narración, son el nombre de una mujer. A continuación, las imágenes y lo que contiene el texto nos sumerge en un universo que podría ser interpretado de muchas formas. Incluso resulta más que ambiguo, porque está lleno de metáforas, visiones, y es ciertamente estremecedor por esa fuerza que late en su ambigüedad —se tranquilizó al ver que la bola de jade seguía blanca; eso le infundió confianza y acabó yendo de un lado para otro, gesticulando con las manos—. Pero la clave para interpretar ese poema nos la dan los nueve símbolos de la parte inferior y su orden, pues no es ni mucho menos aleatorio. ¿Por qué el primero es la belleza? ¿Por qué la paz está colocado detrás de la gloria? ¿Y por qué en el segundo nivel aparece la verdad debajo de la belleza, el amor debajo de la energía o la sabiduría debajo de la gloria? Más aún, ¿por qué el destino precede al último, que es la eternidad? Yo os lo diré…

Habló un poco más que Zhuan Yu, siendo más expresivo a medida que sus grandilocuentes palabras se llenaban de vacío.

Cuando terminó vio que sus tres rivales le miraban serios, sorprendidos. Casi boquiabiertos.

Zhong Min suspiró, seguro de que su impostura había sido merecedora de la mayor recompensa. Cuando hablaba a su pueblo solía ser así de retórico, y ellos le aplaudían. Por fuerza, su señor tenía que ser más listo que ellos, y si no le entendían, por algo era.

La bola se tornó azul.

—Gracias, Zhong Min —asintió Sen Yi.

Y el señor del sur se sentó con un movimiento principesco.

La bola de jade recuperó el color blanco y se desplazó hacia Jing Mo.

El señor del oeste se levantó, para no ser menos que los otros dos, y cruzó los brazos a la altura del pecho. Su rostro se contrajo en un claro gesto de concentración y seriedad. Dio dos pasos hacia la derecha, dos hacia la izquierda, y luego se detuvo centrando su mirada en la del imperturbable mago.

—He meditado mucho, mucho, acerca de ese poema —dijo enfático y con el ceño fruncido—. Me ha resultado… sobrecogedor, tan profundo que me ha hecho dudar muchas veces acerca de su interpretación. Cierto que está dedicado a una mujer, Zhang Ziyi, como indica el nombre del encabezamiento. Cierto que en la parte inferior aparecen nueve símbolos que son la clave para entender el texto enmarcado. Cierto que es tal la ambigüedad de ese texto, que podrían darse muchas interpretaciones del mismo. Pero… —hizo una pausa dramática— difiero en lo que han dicho mis dos predecesores. No se trata del universo ni del amor. Es algo mucho más profundo que eso. Está dedicado a una mujer, y la mujer ya es en sí el amor y el universo. Por eso mi deducción es mucho más simple, y amplia a la vez. Lo que esconde ese poema es la vida en sí, la vida que nos hace eternos y finitos a la vez, la vida que merecemos gracias al amor, la sabiduría, la verdad y los demás signos que aparecen al pie. El autor trata de decirnos, de decirle a su amada, que él…

Su oratoria fue incluso superior a la de Zhuan Yu y Zhong Min. Tanto que ambos se revolvieron inquietos ante la insoportable explicación. Cuanto más hablaba, menos le entendían, y se sentían inseguros, recelosos.

¿Era el mejor precisamente por eso, porque no le entendían?

Gong Pi era el único que permanecía impasible.

Y, aparentemente, muy interesado en todo lo que ellos habían dicho.

Cuando el señor del oeste concluyó, miró la bola.

Se puso azul.

—Gracias, Jing Mo —dijo Sen Yi.

El tercer candidato al trono ocupó su asiento con la misma pompa, haciendo crujir los encajes de su hermoso traje, bajo cuya campana inferior hubieran podido ocultarse dos o tres personas.

Ya solo quedaba un candidato, pero aun así, la bola rodó hacia él.

—Cuando quieras, Gong Pi —le ofreció el mago.

El señor del norte no se levantó. Permaneció sentado, con el rostro ingrávido y la mirada perdida en algún lugar frente a sí mismo.

—¿Gong Pi? —insistió Sen Yi.

Zhuan Yu, Zhong Min y Jing Mo sonrieron levemente.

—Sí, sí —pareció reaccionar el último de los pretendientes al trono—. Es que… todavía estoy impresionado por lo que acabo de escuchar —miró a sus tres rivales—. Tanta lucidez, tan bellas palabras, tanta clarividencia. Yo… celebro la inteligencia con la que han resuelto el enigma, y aunque imagino que uno, y solo uno, habrá dado con la verdad, las interpretaciones de todos me han resultado abrumadoras. Especialmente porque yo no he hallado ninguna y vengo aquí con las manos vacías y la mente en blanco.

Las sonrisas de los otros tres señores se acentuaron.

—¿No tienes nada que decir? —inquirió Sen Yi.

—No. —Gong Pi le mostró las manos vacías—. Lo único que he sacado en claro de esta prueba es que cualquiera ha de ser mejor emperador que yo, puesto que he sido incapaz siquiera de formular la más leve de las teorías acerca de lo que significa ese poema. Es más: si es un poema… bendito el que lo haya escrito, porque los humanos mortales como yo no estamos al alcance de tanta sabiduría.

—Pero no tienes ni siquiera una idea… —insistió Sen Yi.

—Tenemos el nombre de una mujer. Tenemos nueve símbolos. Y en medio, un conjunto de signos que parecen un laberinto, escritos sin orden, tan distintos y complejos que incluso más parecen una lengua extranjera. O el poeta estaba loco o, como digo, era un ser superior para el que no estoy a la altura —terminó su explicación con benevolencia—. Así pues, aplaudiré y respetaré la elección de mi nuevo emperador cuando nos digas quién de ellos ha acertado con la interpretación del poema.

La bola se puso azul.

Después recuperó su blanco primigenio.

Sen Yi alargó la mano y el jade rodó hasta alcanzarla.

—Bien —dijo el mago.

Zhuan Yu, Zhong Min, Jing Mo y Gong Pi le miraron expectantes.

Sen Yi también posó la vista sobre cada uno de ellos.

—Todo está dispuesto para proclamar al nuevo emperador del Reino Sagrado y de los cinco reinos —asintió.

204

Lin Li sostenía el corazón de jade en su mano derecha, con la palma abierta.

Era hermoso.

Tan hermoso que dolía solo mirarlo.

Después de la pelea entre Shao y Qin Lu, había cambiado.

Ahora, cuando lo cogía Shao se volvía rojo, cuando lo cogía Qin Lu era blanco, marrón en manos de Xiaofang y azul al tocar la piel de Xue Yue.

En su palma era verde.

Rojo de fuego, blanco de aire, marrón de tierra, azul de agua y verde de naturaleza, vida.

Los elementos también hablaban.

Y el corazón ya había escogido.

¿Por qué solo ella se daba cuenta de su destino?

¿Por qué los demás, especialmente sus hermanos, insistían en ser ellos los que devolvieran el corazón a la tierra, cuando estaba claro desde el primer momento que esa misión le pertenecía?

Había estado en la cueva, llevaba la vara, y ahora, aquella última pista.

Verde.

—¿Me ayudarás? —le preguntó a la vara, que sostenía con la otra mano.

Las tres serpientes unidas entre sí no se movieron.

Aunque, de pronto, el sol arrancó unos destellos en sus ojos fríos.

—Shao y Xiaofang, Qin Lu y Xue Yue —dijo sus nombres como en un rezo—. Merecen ser felices. Se lo han ganado. Yo fui siempre la elegida, ¿verdad? Desde el día de mi nacimiento, en el eclipse.

Aceptaba su destino con orgullo.

También con entereza.

La tierra, la naturaleza y la vida eran mucho más importantes.

—Gracias —le dijo a las tres serpientes.

Cerró la mano y apretó el jade.

Había momentos que bien valían por una vida.

Todo el cuerpo de Lin Li se llenó de paz.

205

Sen Yi se puso en pie.

Miró de soslayo a Lian.

El viejo general movió ligeramente la cabeza de arriba abajo, una sola vez.

El mago quedó de frente a los cuatro candidatos.

Y comenzó a hablar con voz muy suave.

—Veo que ninguno conoce el cuento de la semilla y las flores. Es un cuento muy popular entre los campesinos de vuestros reinos.

—¿Un cuento? —inquirió Jing Mo.

—¿Qué tiene que ver un cuento con esto? —protestó Zhong Min, molesto por la nueva dilación.

—Mago, no emplees ningún truco con nosotros —le previno Zhuan Yu.

—El cuento de la semilla dice que, hace años, un príncipe buscaba esposa sin dar con ninguna muchacha de su gusto —comenzó a narrar Sen Yi—. Los enviados del rey le trajeron a las más bellas jóvenes del reino y entonces, tras escoger a las tres más idóneas, el príncipe les puso una prueba. Entregó una semilla a cada una y les dijo que, en un mes, la que consiguiera las flores más espectaculares y cuidadas sería su esposa. Las tres muchachas regresaron a sus casas, plantaron las semillas, regaron la tierra, la cuidaron con esmero… Pero al paso de los días, ninguna dio su fruto.

—Las semillas no podían dar flores —dijo Gong Pi con un destello de inteligencia en sus ojos.

—Exacto —corroboró Sen Yi—. Ninguna de las tres jóvenes se vio recompensada con el éxito, y al llegar el día en que tenían que mostrarle al príncipe las flores, una compró la más hermosa que encontró, otra arrancó de un jardín la más bella y la tercera acudió a la cita con las manos vacías. Fue la única que no quiso mentir. Simplemente, le dijo al príncipe la verdad.

—¿Y fue la elegida? —se extrañaron Zhong Min, Zhuan Yu y Jing Mo.

—Lo fue. Dos jóvenes eran mentirosas; una, honesta. Dos hacían trampas, y una no quiso traicionarse a sí misma. El príncipe supo que ella sería una esposa recta, sabia y justa. La futura reina que un día gobernaría a su lado —el mago se tomó su tiempo para ver si la verdad había calado en las mentes de los candidatos: tres estaban serios y perplejos; solo uno sonreía con cierta tristeza, pero también con orgullo—. De haber conocido este cuento, quizás habríais sabido ver que el poema… no dice nada, es falso, no es más que un conjunto impreciso de signos colocados al azar, sin ningún sentido. El nombre de la mujer y los nueve símbolos de la parte inferior solo sirven para despistar y hacerlo… más atractivo, que parezca lo que no es: algo bello como una flor. Pero lo mismo que el cuento, no es más que una semilla inútil —unió sus manos como en un rezo—. Y sin embargo, tres de vosotros lo habéis interpretado, o habéis pretendido que eso creamos. Un buen intento, aunque inútil. Palabras vacías y nada más. El único que ha sido honesto, sincero, y ha admitido su impotencia, ha sido Gong Pi. La honradez es uno de los signos más importantes del poder. Si va unida a la humildad, es aún mejor —miró a Zhuan Yu, Zhong Min y Jing Mo—. Sois astutos, hábiles, inteligentes, pero no los mejores para sentaros en el trono del Reino Sagrado. Por lo tanto —clavó sus ojos en Gong Pi—, yo te proclamo emperador, señor del norte.

Se produjo un silencio muy denso.

Gong Pi bajó la cabeza, abrumado.

Era feliz con la certeza de que no sería emperador: se resignaba a que lo fuera uno de los otros tres. Pero al mismo tiempo, ahora sabía que el destino no siempre se movía en línea recta y escogía trazados muy sinuosos para tomar forma.

Y el destino le señalaba con su dedo.

—Trataré de ser el mejor emperador —dijo.

—Es suficiente —ponderó Sen Yi.

Zhong Min, Zhuan Yu y Jing Mo seguían inmóviles, con los ojos muy abiertos.

Lian tocó su espada.

Sen Yi esperó.

No demasiado.

De pronto, los tres señores se rindieron.

Quizás cansados de guerras. Quizás comprendiendo la verdad. Quizás fieles a su rango.

A su honor.

Jing Mo fue el primero en levantarse e inclinar la cabeza respetuosamente en dirección a Gong Pi.

Le secundaron Zhuan Yu y Zhong Min, para no quedar rezagados ni que pareciera que cuestionaban el resultado de la prueba.

Lian soltó la empuñadura.

—Vamos a anunciar la buena nueva al pueblo —suspiró feliz el artífice del nuevo futuro de los cinco reinos.