Una voz fuerte no puede competir con una voz clara,
Aunque esta sea un simple murmullo.
—Confucio —
Los ojos pacientes y serenos de Sen Yi los observaron con detenimiento.
El impetuoso Shao, el reflexivo Qin Lu, la firme Xiaofang, la dulce Xue Yue, la nueva Lin Li.
Todos juntos.
—Es un momento largamente esperado —dijo.
Los cinco callaron. Apenas cruzaron unas miradas entre sí. Sus mentes y sus corazones estaban pendientes del anciano, con una mezcla de curiosidad y desconcierto, paz y agitación, serenidad y dudas.
—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Shao.
—Una pregunta simple. Una respuesta compleja —asintió el mago.
—¿Por qué nos diste los cintos? —intervino Qin Lu.
—Sí —le secundó Lin Li—. Tres hermanos, tres cintos. No puede ser casual.
—Y no lo es —su voz era dulce—. Tendréis que escuchar una larga historia —levantó una mano para pedir calma—. Algo que os atañe a los cinco.
—¿No ha sido el azar lo que nos ha unido? —vaciló Shao.
—No —sonrió Sen Yi con dulzura—. Xiaofang y tú, Qin Lu y Xue Yue. Y después os cruzasteis, salvaste a la hija del emperador y la trajiste aquí, mientras que tu hermano conocía a Xiaofang. No hay azar en eso. Era vuestro destino. Los cintos os han ayudado a completarlo, nada más. Y no ha sido más que el preámbulo. Lo que os espera sí es esencial, la clave de todo, de nuestra misma supervivencia.
—¿Supervivencia? —musitó Xue Yue.
—¿Tan grave es? —se estremeció Xiaofang.
Sen Yi bebió un sorbo de agua. Luego, otro. No había urgencia en su gesto ni prisa en su voz, y, sin embargo, su mirada se asomaba de pronto al infinito. Miles de estrellas concentradas en su apacible figura.
Ya no quebraron el silencio.
—Desde que la tierra empezó a morir, salí a los caminos buscando algo —comenzó el anciano—. No sabía muy bien qué. Solo me guiaban el instinto y lo poco que pueda saber de la naturaleza, tanto la humana como la que nos rodea. Así fue como descubrí que para salvar la tierra necesitaba de algo excepcional, algo que solo unos entes puros podían proporcionar. Entes que estuvieran en sintonía con las fuerzas que mueven la vida y el mundo.
—¿Y esos entes…? —vaciló Shao.
—Debían reunir valor, honradez, fuerza, honestidad… —se centró en los tres hermanos—. Encontré a muchos que tenían algo, parte de lo necesario, pero vosotros…
—¿Nosotros somos… los entes puros? —dijo Qin Lu.
—Es lógico que seáis hermanos, que tengáis la misma sangre, una raíz común —asintió Sen Yi—. Fuisteis los elegidos. O mejor dicho, los cintos os escogieron. Ellos debían cuidaros, protegeros y guiaros hasta el momento de la reunificación.
—Pero has dicho que para salvar la tierra se necesita algo excepcional —repuso Lin Li.
—Vosotros lo sois —sonrió el mago—. Antes he de contaros por qué estáis aquí, en Shaishei —miró a Xiaofang y Xue Yue—. ¿Habéis tocado los cintos?
—Sí —respondieron las dos al unísono.
—¿Qué sentisteis?
—Yo al tocarlo sentí mucha inquietud, como si me asomara a un abismo sin fin, lleno de miedo y zozobra —dijo Xue Yue.
—Yo entreví mi pasado, y me atravesó un dolor tan grande que… —se estremeció Xiaofang.
—Los cintos también os han unido a vosotras —les explicó Sen Yi.
—¿Por qué a nosotras? —preguntó Xiaofang.
—Conozco tu pasado —su voz se hizo aún más dulce—. Tus padres murieron asesinados por soldados, y una mujer dejó a su hija muerta al nacer y se llevó a tu hermana.
—Cierto.
—¿Recuerdas tu miedo, Xue Yue? —se dirigió a la muchacha.
—El fuego, sí —cerró los ojos temblando antes de que Qin Lu alargara la mano para coger la suya y darle ánimos.
—Voy a contaros una historia —continuó el mago—. En cierta ocasión, una poderosa mujer embarazada salió de viaje por una falsa predicción de su oráculo, que le dijo que antes de dar a luz tenía que embeberse de los poderes de la tierra para así transmitírselos a su hija. La mujer le hizo caso, pero bien por la mala suerte o por el cansancio de aquel viaje, se puso de parto un mes antes de lo previsto, sin tiempo para regresar a su casa. Asistida por sus propios hombres, dio a luz a esa niña en condiciones terribles y la pequeña murió. La mujer, llena de dolor y de furia, se desesperó. Más aún, su marido podía hacerla matar por su temeridad, pese a que él también se servía ciegamente de su oráculo. Fue entonces cuando el azar la puso en el camino de un matrimonio joven y sus dos hijas, una de ellas recién nacida. Mientras la mayor jugaba aquel día en el bosque, escondida, los soldados mataron a sus padres y se llevaron a su pequeña hermana, dejando en su lugar a la niña muerta. No contenta con eso, y dado que su secreto estaba en peligro, pues cualquiera de los soldados podía contar la verdad en una borrachera o un desliz, una noche los envenenó a todos y tuvo el valor de regresar sola con su joven hija recién nacida.
Xiaofang tenía la mandíbula desencajada y los ojos muy abiertos.
Los de Sen Yi destilaron un inmenso amor cuando agregó:
—Esta es tu historia, Xiaofang, pero también la de Xue Yue.
—¿Cómo? —no pudo creerlo la muchacha.
—La poderosa mujer era la emperatriz —se dirigió a ella—, y tú, la niña raptada, a cuyos padres mató para quedarse contigo.
Las dos jóvenes se miraron estremecidas.
—Sois hermanas —dijo finalmente el mago.
El silencio los tenía paralizados.
Hasta que Xiaofang y Xue Yue se abrazaron emocionadas, la primera cerrando los ojos y la segunda sin reprimir sus lágrimas.
—Ahora decidme —continuó Sen Yi tras unos instantes de espera—. ¿Aún dudáis del poder de los cintos y de vuestra misión?
—¡No somos más que unos jóvenes inexpertos! —protestó Qin Lu.
—Jóvenes, sí; inexpertos, no. Habéis demostrado muchas cosas en estas últimas semanas —se mostró categórico—. Tres hermanos, tres poderes. Dos hermanas, un vínculo recuperado por el amor que ambas sienten hacia vosotros. La suma de todas estas energías es muy poderosa. Más de lo que imagináis ahora mismo.
—Esto es una locura —insistió Qin Lu.
—Has dicho que debíamos salvar la tierra —dijo Shao.
—De lo contrario, todo terminará, incluso para esos necios señores dispuestos a luchar entre sí por el poder, ajenos a la realidad que los envuelve y dominados por su ciega ambición.
—¡No somos más que cinco jóvenes que no saben nada del mundo! —insistió Qin Lu, desconcertado.
—Os equivocáis. —Sen Yi extendió sus manos para calmar la zozobra de todos—. Sabéis más de lo que os imagináis, porque no todo está en la mente: también cuenta el corazón. Y aun así, los atributos son lo de menos. Poseéis integridad, valor, sois generosos…, sí. Pero lo más importante es lo que sois, o mejor dicho, lo que representáis.
—¿Y qué representamos?
—La esencia de los cinco elementos, aunque con el metal cambiado por la energía —respondió escuetamente a la pregunta de Shao.
—¿La energía? —se extrañó Qin Lu.
—Sí —el mago levantó los dedos de su mano derecha y los fue bajando uno a uno a medida que pronunciaba las palabras—: Fuego, tierra, agua, aire… —quedó un último dedo en alto—. Y la energía que lo mueve todo. La misma energía que llegó a dominar el gran Xu Guojiang y cuyo conocimiento trasvasó a sus dos discípulos: Tao Shi y yo mismo.
—¿El mago del emperador? —recuperó el habla Xue Yue.
—Después hablaré de él —volvió a ordenar sus explicaciones—. Primero, vosotros. ¿No os habéis dado cuenta de lo extraordinario de vuestra unión?
—¿Qué tiene de extraordinario? —dudó Xiaofang.
—Cada uno representa uno de los cinco elementos. Por eso, juntos podéis dominar las fuerzas de la naturaleza y devolver a la tierra la esperanza de su futuro —dejó que sus palabras calaran en su ánimo y siguió hablando—. Tú, Shao, eres el fuego, impetuoso, rebelde, intuitivo, apasionado. Tú, Qin Lu, eres el aire, leve, capaz de estar en todas partes, noble y generoso para purificar los pulmones de los humanos. Xue Yue, eres el agua…
—¡Por eso, cuando me veo reflejada en ella, intuyo cosas más allá de mi imagen!
—Cierto —confirmó Sen Yi—. Tú, Xiaofang, eres la tierra; siempre has estado unida a ella por tu trabajo, por tu serenidad y porque ahora que está enferma eres la que más lo siente en su alma. Por último, tú, Lin Li, eres el quinto elemento, y no el metal, sino el más poderoso de todos: la energía.
La muchacha bajó la cabeza.
—Sí —susurró.
—Te habías dado cuenta, ¿verdad?
—Sabía que me sucedía algo, que era diferente, y ahora…
Sen Yi los miró con la ternura de un padre.
—Sois la esperanza de la tierra —convino—. Solo vosotros podéis salvarla.
—¿Y tú? —se extrañó Shao.
—Yo soy mago porque domino la energía y su poder, no por ser realmente capaz de crearla o hacer magia. Puedo ayudaros, pero sois vosotros los que debéis encontrar el camino hasta el corazón de la tierra.
—¿Has dicho… el corazón de la tierra? —frunció el ceño Qin Lu.
—Alguien le robó el corazón a la tierra, sí —su semblante se ensombreció—. Y lenta pero inexorablemente, se está muriendo.
—Pero… ¿cómo es el corazón de la tierra? —preguntó Xue Yue.
Sen Yi contempló sus manos desnudas, abiertas con las palmas hacia arriba.
Un destello titiló en sus pupilas.
—Es un corazón de jade, pequeña. Un hermoso y singular corazón de jade.
El mago bebió otro sorbo de agua. Ahora todos estaban tan expectantes que casi ni respiraban.
—La tierra está viva —dijo con solemnidad—. Tiene órganos, sangre, siente. No habla, pero siente. La lava que fluye por su interior, los volcanes, la misma lluvia del cielo, todo está relacionado con su latir vital. Se sabe que un día, cuando se formó todo, un pequeño corazón de nuestra piedra sagrada, el jade, le insufló esa vida. A partir de ese momento nacieron los árboles, los animales, los humanos que la habitamos y nos creemos sus dueños —hizo una breve pausa—. Desde que empezó a secarse y cambiar, he estudiado su evolución, aquí y allá, en el norte y en el sur, en el este y el oeste, en los valles y en las montañas, en los ríos y las quebradas. La respuesta a mis indagaciones ha sido la misma. La energía me ha revelado que la tierra se muere, lentamente, despacio, pero sin vuelta atrás… a menos que encontremos ese corazón sustraído.
—¿Pero cómo sabes tú eso? —se esforzó en comprenderlo Qin Lu.
—La misma tierra me lo ha dicho, aunque no con palabras.
—¡Tienes que ayudarnos a encontrar ese corazón! —protestó Shao.
—Tenéis que hacerlo solos. Yo he de detener la guerra antes de que los cinco reinos estallen.
—¿Y qué importa esa guerra, si al final morirán todos igualmente?
—Si encontráis el corazón y yo detengo la guerra, se habrán salvado miles de vidas. La ceguera de los señores no puede dar como resultado esa masacre que se avecina.
—¿Cómo es el corazón? —preguntó Xiaofang—. Debe de ser enorme si es el que alienta a toda la tierra.
—Te equivocas —suspiró Sen Yi—. Es pequeño, apenas del tamaño de un puño o menos. Importa su fuerza, su enorme poder. Es de jade puro, posiblemente el más hermoso y puro jamás imaginado.
—Entonces será como buscar una aguja en un pajar —se rindió Xue Yue.
—Por esa razón os necesitáis los cinco, porque juntos formáis un todo único. El poder que emana de eso es tan fuerte que ni podéis imaginarlo. Si dudáis, fracasaréis. Si en esa unidad aparece un resquicio, una grieta por la que entre el desánimo o la derrota, no lo conseguiréis.
—¿Y qué haremos si lo encontramos? —quiso saber Qin Lu.
—Tendréis que devolverlo a su lugar.
—¿Y dónde está eso? —mostró su incredulidad Xiaofang.
—También deberéis…
Lin Li detuvo las palabras del mago hablando por primera vez.
—Yo sé dónde está —reveló.
Miraron hacia ella. Su rostro era puro y níveo. Sus ojos se perdían en su interior. Era como si flotara en medio de una paz celestial.
Destilaba serenidad.
—Estuve ahí —habló muy despacio la muchacha—. Algo me llevó hasta ese lugar. Como si me empujara o me arrastrara. Sentí el dolor de la tierra. Me convertí en parte de él. Cuando desperté supe el camino a seguir, y él me llevó hasta aquí.
—¿Lo veis? —Sen Yi abrió los brazos—. Una parte resuelta. ¿No es maravilloso?
Su entusiasmo encontró poco eco en ellos.
Seguían abrumados por la tarea que el destino les reservaba.
—¿Por dónde empezar? —insistió Shao.
—El báculo os ayudará. —Sen Yi señaló los tres cintos, unidos entre sí formando aquella vara—. Ahora es más fuerte, más poderoso. Cada uno hallará sus respuestas en él. Podrá guiaros, captar la energía del corazón mientras no se extinga del todo.
—Y tú, ¿cómo impedirás la guerra? —quiso saber Xue Yue.
—No lo sé —fue sincero el mago—. Los cuatro señores están en Nantang, enloquecidos, ávidos, unos buscando el poder y otros intentando evitar que los demás lo consigan impunemente. Pero quizás ni siquiera sea eso lo peor. Lo peor es que allí está Tao Shi, vivo.
—¿Tao Shi? —intervino Xiaofang.
—Los dos recibimos las enseñanzas de Xu Guojiang. Éramos sus hijos más queridos, sus aprendices, sus herederos. Nos formó como discípulos y nos transmitió sus conocimientos. Nos enseñó a dominar la energía, a vivir de acuerdo con sus leyes. Los dos crecimos juntos, igual que hermanos. Lamentablemente, Tao Shi se volvió ambicioso y se pasó al lado oscuro de la magia, el que solo busca la recompensa egoísta y necia. ¿Para qué vivir solos pudiendo tener lujos y poder? ¿Y para qué hacer el bien, si el bien no reporta beneficios materiales? Fue a ver al emperador y le ofreció sus servicios, le convenció de que lo tomara como consejero. Si Tao Shi ayuda a uno de los cuatro señores…
—¿Lo hará emperador?
—Intuyo que su poder ha aumentado. Antes lo ponía al servicio del emperador. Ahora lo usa en beneficio propio, sin límites. Siento una enorme fuerza procedente de Nantang… y sé que él capta la fuerza que emana ahora de mí, de nosotros. Nos presentimos. Por eso, mientras vosotros intentáis salvar la tierra, yo debo tratar de recuperar la paz, o todo será inútil y morirán miles de inocentes.
—Sois magos los dos. ¿Cómo te enfrentarás a él? —se preocupó Shao.
—Nuestra única arma es la energía.
—¿Y si se ha vuelto más poderoso, como dices?
No hubo respuesta.
Solo aquella mirada repleta de serenidad.
—¿Quién será el nuevo emperador? —preguntó Xue Yue.
—¿Hace falta un emperador? —dijo Shao.
Les sobrevino un silencio muy denso, cada cual envuelto en sus pensamientos, sintiendo como una losa el peso de la misión que acababan de encomendarles.
Músculos agarrotados, piernas de plomo.
Corazones de fuego.
Pero sangre de hielo.
—Debéis partir de inmediato. —Sen Yi rompió el silencio.
Shao fue el primero en reaccionar.
—Pero debemos ir a ver a nuestros padres —se agitó.
La voz de Lin Li volvió a resurgir de su pecho como un frío flagelo.
—Estamos solos —se enfrentó a sus hermanos—. Padre murió al iros los dos. Y madre, cuando huimos del pueblo tras el ataque de las tropas del sur.
La noche había sido amarga.
Pero la mañana despertó hermosa, cálida.
Una mañana en la que brillaba la esperanza.
Después de que Lin Li narrara el fin de Yuan y de Jin Chai, Shao se había refugiado en brazos de Xiaofang, y Qin Lu en los de Xue Yue. Finalmente, los cuatro se habían abrazado unidos por la necesidad de compartir su dolor, pues ellas también tenían que recuperar sus vidas, rotas, separadas por la crueldad de la emperatriz.
A cierta distancia, Lin Li los observaba con el corazón dividido.
Estaban juntos de nuevo.
Pero ella se sentía sola, muy sola.
Como si además de representar la energía en aquella combinación de elementos, fuera la pieza angular, la única que ya no tenía nada que perder.
La elegida.
—¿Estás bien? —escuchó la voz del mago a su lado.
—Sí —mintió.
Supo que él no la había creído, pero agradeció que no insistiera.
En cambio le dijo:
—Tú eres la que los aglutina a todos —miró a Shao, Qin Lu, Xiaofang y Xue Yue.
—Lo sé —fue sincera la muchacha.
—El fuego se extingue con el agua, el aire lo aviva, la tierra lo acoge todo, pero se inunda o se abrasa… Así es la vida también. Lo único que permanece es la energía. El Wu Xing dice que la madera nutre el fuego, el fuego procrea la tierra con cenizas, la tierra es la base del metal y el metal es el contenedor del agua que hidrata la madera.
Lin Li se miró las manos.
Recordó los efectos de su poder.
Ahora no sentía rabia, solo tristeza.
—Ven —dijo Sen Yi—. He de deciros algo más. Algo que anoche no pude contaros cuando les diste la triste noticia a tus hermanos.
La tomó del brazo y tiró de ella suavemente.
La mañana brillaba con una luz especial, como si el nuevo día saludara a los que desde esos instantes acometían la dura misión de tratar de sanar la tierra.
Devolver la esperanza a los seres humanos.
Shao, Qin Lu, Xiaofang y Xue Yue dejaron de susurrar cuando Lin Li y el anciano llegaron hasta ellos.
—Debéis saber algo más —la voz de Sen Yi volvía a ser profunda, pero también cómplice, dibujando cada palabra en el lienzo de su corazón.
—Estamos preparados —le hizo ver Shao.
—Es bueno no tener miedo —concedió el mago—, pero malo ignorar los riesgos.
—Valoramos los riesgos, pero no tenemos miedo —insistió el mayor de los hermanos.
—El corazón de jade es poderoso —envolvió sus palabras en un largo suspiro—. Él alimenta la tierra. Separado de ella, no es más que una hermosa piedra que cambia de color según quién la toca y varía su intensidad y su fuerza. Siendo así, puede cambiaros a vosotros, afectaros profundamente, extraer lo mejor de cada uno, pero también lo peor.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo sé, Shao. Lo sé —asintió firme—. Hay puertas que no deberían abrirse, y si se abren, por la razón que sea, hay que volver a cerrarlas, aunque para hacerlo sea inevitable mirar al otro lado o asomarse al abismo. Solo os digo que tengáis cuidado. Vuestros corazones son nobles y generosos, pero también vulnerables. Si lo recuperáis, aquel de vosotros que lo devuelva a su lugar… puede incluso morir.
La revelación los conmocionó.
Se miraron unos a otros.
—Será tal la cantidad de energía liberada cuando la tierra se reactive y vuelva a la vida, que bien por ella o por un terremoto, el que esté cerca del núcleo lo sufrirá.
—¿Y quién…?
—No lo sé —fue sincero—. Depende del momento, de cómo lleguéis, de quién sea el más fuerte…
—¿No podemos dejar caer el jade en ese lugar?
—No, Shao. Ha de encajarse con la mano en su receptáculo.
—Entonces, esa será mi misión —dijo Shao.
—Te equivocas —le interrumpió Lin Li—. Yo soy la energía, ¿recuerdas?
—Y yo, la tierra —les hizo ver Xiaofang.
—Siendo el aire, quizás no me suceda nada —intervino Qin Lu.
—¿Por qué no…? —intentó hablar Xue Yue.
—Callaos —los detuvo el mago—. No vendáis la piel del oso antes de cazarlo. Primero tenéis que encontrar el corazón. Y presumo que no será fácil. Puede estar incluso muy lejos, o quizá no sea así.
—¿Quién pudo robarlo? —preguntó Xiaofang.
—Un inconsciente, alguien que solo vio en él una hermosa piedra. La necedad humana suele ser la causa de la mayoría de fatalidades.
—¿Y si no quiere devolverlo? —dijo Qin Lu.
—Es asunto vuestro cómo lo consigáis, aunque recordad que un mal nunca puede traer un bien. Algo más —volvió a abarcarlos a todos su mirada, cargada de emoción y cordura—. Shao y Xiaofang, Qin Lu y Xue Yue, incluso tú, Lin Li: el amor os ha unido, pero recordad que es más importante lo que vais a hacer que vosotros mismos. Tenéis que olvidaros de lo que sentís, o seréis incapaces de pensar y reaccionaréis tarde ante la adversidad. Pensar en el otro o buscar la heroicidad y el sacrificio puede hacer que fracaséis —dejó que sus palabras los impregnaran—. Ahora sois uno. Actuad como uno. Sed fuertes, porque la vida y el futuro dependen de vosotros. Xu Guojiang me dijo una vez que no somos nada y a la vez lo somos todo. Sin cada eslabón, la cadena del equilibrio se rompería, aunque en la serie pasemos desapercibidos.
—¿Cuándo murió Xu Guojiang?
La pregunta de Lin Li flotó en el aire.
—No sé si murió, aunque es probable, o sería hoy muy anciano. Demasiado.
—¿Entonces…?
—Un día se despidió de nosotros. Dijo que era nuestra hora, que la suya había pasado. Entonces se retiró a meditar.
—¿Dónde?
—No lo sé.
—¿No puedes percibir su energía?
—No —repuso con pesar—. Por eso creo que ha muerto. Su luz se extinguió poco a poco a través del tiempo —dio por terminada su explicación y puso una mano sobre los hombros de los dos jóvenes—. Ahora tenéis que prepararos para partir. Cada instante cuenta, y lo que os aguarda será muy duro.
—Encontraremos el corazón —apretó los puños Shao.
—Y lo devolveremos a su lugar —dijo Qin Lu—. Si esa gruta está tan cerca como dice Lin Li, el jade no puede estar lejos.
Sen Yi no dijo nada.
Un padre no podía mirar con mayor orgullo a sus hijos.
Pero ellos no podían escuchar los latidos de su propio corazón.
Xiaofang y Xue Yue recogían la comida que iban a llevarse para el camino. La guardaban en los zurrones tratando de cargar la mayor cantidad posible de alimentos, pues con la tierra muerta y los bosques extinguiéndose, toda precaución era poca.
Lin Li era la encargada de llenar los buches de agua.
Shao y Qin Lu preparaban las monturas, daban de beber a los caballos y los acariciaban, sabiendo que de su fortaleza dependía en gran medida su éxito.
Los habitantes de Shaishei contemplaban a los cinco salvadores con una mezcla de respeto y admiración, temor y ansiedad.
No eran más que cinco jóvenes.
Tan niños…
Xiaofang y Xue Yue no podían dejar de mirarse.
De pronto, eran hermanas.
Una, campesina; otra, hija del emperador. Y la misma sangre.
El destino, que las había separado cruelmente, las había unido de nuevo.
—Mis recuerdos son borrosos, y sin embargo… —Xiaofang sonrió acariciándole el cabello.
—¿Sabes? —susurró Xue Yue—. Siempre me pregunté por qué yo era tan distinta de mis hermanas Zhu Bao y Xianhui. Creo que en el fondo lo sabía. Mi propia madre adoptiva, antes de morir, ya me trataba de forma diferente. Solo mi padre veía en mí a una hija. Cruel o no, sé que me quería.
—Has tenido una vida cómoda. El despertar debe de haber sido duro.
—No lo lamento —bajó los ojos ruborizada—. No solo he conocido la verdad y te he recuperado a ti, sino que he hallado el amor.
Xiaofang miró a los dos hermanos.
—El amor lo cambia todo —convino.
—Pase lo que pase, ya no nos separaremos jamás, ¿verdad?
Captó la ansiedad de Xue Yue.
Y a modo de eco, las palabras de Sen Yi revolotearon por su cabeza.
«Si recuperáis el corazón de la tierra, aquel de vosotros que lo devuelva a su lugar… puede incluso morir».
—No, ya no nos separaremos —le dijo a su recién recuperada hermana con determinación, y continuó con su trabajo.
Shao y Qin Lu ya tenían los caballos a punto. Solo faltaba cargarlos con la comida y el agua. Los dos hermanos se encontraron de pronto mirando a Xiaofang y a Xue Yue, recortadas con su propia luz en la breve distancia que los separaba.
—Es extraordinario —suspiró Qin Lu.
—¿A qué te refieres?
—Somos afortunados —esbozó una sonrisa—. Tú no querías luchar y luchaste. Liberaste a la mujer que me ha dado la felicidad suprema. Yo me salvé gracias a ese amor, pues de no haber tenido que huir de palacio, quizás hubiese acabado peleando contigo. Ahora estamos aquí, dispuestos a salvar a la tierra, juntos, todos.
Se habían contado ya sus respectivas odiseas, sin olvidar nada. Del asombro inicial fluía la serenidad que los había conducido a la paz previa al viaje que los esperaba. La única laguna sombría en todo aquello era la muerte de sus padres.
—Parecéis estatuas —les recriminó la voz de Lin Li, de pronto a su lado.
—Hermana… —la abrazó Qin Lu.
—Siempre fuiste un sentimental —le reprochó ella fingiendo una sequedad que no sentía.
—Te he echado mucho de menos —se defendió Qin Lu.
—Y yo a vosotros.
Había estado sola en lo más amargo de su vida. Primero enterrando a su padre; después, a su madre.
Eso la hizo reflexionar.
—Quería contaros algo —dijo de pronto la muchacha.
—¿Qué es? —frunció el ceño Shao.
—Una cosa que madre me reveló antes de morir y que… —no supo cómo seguir.
—¿Por qué quieres contárnosla a nosotros dos y no a todos, incluido Sen Yi? —se extrañó Qin Lu.
—Porque nos atañe a nosotros —fue valiente.
—Vamos, ¿de qué se trata? —apremió Shao—. Hemos de partir cuanto antes.
Lin Li les tomó de las manos.
—Madre me dijo que esto tenía que habérnoslo revelado hace tiempo, pero que por una u otra razón lo había demorado. Sabéis que ellos nos tuvieron muy tarde, ya mayores, uno tras otro, cuando no tenían esperanzas de conseguir descendencia.
—Sí —asintió Shao.
—Un caminante, un hombre viejo, muy viejo, le anunció un día lo que iba a suceder. Puso la mano en su vientre y se lo dijo: que sería madre tres veces. Ella no le creyó, pero después…
—¿Quién…? —se quedó sin aliento Qin Lu.
—No le dijo su nombre, pero madre estaba segura de que era… Xu Guojiang.
Los dos hermanos desorbitaron los ojos.
—Eso no es todo —prosiguió Lin Li—. También le dijo que sus tres hijos serían diferentes, especiales, únicos. Tres hijos forjados con los elementos de la vida, y que uno de los tres nacería en un eclipse de luna, y que no lloraría ni daría la menor señal de estar vivo hasta que el primer rayo de sol le alumbrara y penetrara en su cuerpo.
—¿Y quién de nosotros tres nació así? —logró decir Shao.
Lin Li no tuvo casi que responder. Sus ojos se inundaron de lágrimas.
—Yo —musitó, quebrada por el dolor.
—¿Qué significa eso? —vaciló Qin Lu.
—No lo sé —se rindió ella—. Madre me dijo que era una señal. En el pueblo hablaron de un mal augurio: la niña que nació muerta y revivió con el sol. Nadie volvió a hablar de ello jamás. Pero madre exhaló su último suspiro insistiendo en ello. Sus últimas palabras fueron misteriosas.
—¿Qué dijo?
—Habló del destino y de los cuatro elementos, tierra, aire, fuego y agua —se agotó Lin Li—. Eso fue lo último que pronunció.
Se hizo el silencio.
Quizás aquello tuviera un significado. Quizás no. Pero ya nada podía ser casual. Todo parecía seguir un camino, un plan inquietante. Los hilos del destino movidos desde el mismo momento de nacer.
Sobre todo, ella.
—¿Por qué no se lo has contado a Sen Yi? —quiso saber Shao.
—No. —Lin Li movió la cabeza de lado a lado con determinación.
—¿Pero por qué?
—Porque no quiero escuchar lo que pueda decirme —fue categórica—. Deseo descubrirlo yo sola.
La miraron consternados, pero respetando su decisión.
—¿Y si no era Xu Guojiang? —se atrevió a plantear Qin Lu.
—Entonces da igual, ¿no os parece? —dijo ella.
—Tuvo que ser él —reflexionó Shao—. Le dio la energía suficiente para dar a luz tres veces. Algo que solo el Gran Mago podía hacer.
—¿Pero cómo sabía Xu Guojiang que ahora…?
Ya no hubo respuesta. Xiaofang y Xue Yue caminaban hacia ellos con los zurrones llenos.
Los caballos relincharon intuyendo la partida.
La vara formada por los tres cintos estaba hundida en el suelo frente a la escultura de la serpiente que presidía la plaza de Shaishei. Los cinco se acercaron a ella, sujetando sus monturas, y la miraron como si de pronto fuese a cobrar vida una vez más.
Ninguno se atrevió a cogerla.
El pueblo entero aguardaba, expectante.
Todos menos Sen Yi.
Él ya no estaba allí.
La escena pareció detenerse.
Y bajo aquel impresionante silencio, el relinchar del caballo de Shao tomó la iniciativa. El animal caminó hasta el cayado y bajó la cabeza. Su pata rascó el suelo.
Su jinete alargó la mano y lo cogió, desclavándolo con un gesto seco.
Qin Lu, Xiaofang, Xue Yue y Lin Li esperaron expectantes.
Una señal que no llegó.
—Vamos —susurró Shao dejando que la vara se equilibrara en la palma de su mano abierta.
Esperó unos instantes.
Luego se la pasó a su hermano.
Se repitió la escena: la vara inanimada y el silencio que los envolvía, como si nadie se atreviera a respirar.
—¿Y si ya es tarde? —le dijo Qin Lu a Shao.
—No, no puede ser.
Qin Lu tenía a su lado a Xue Yue.
—Cógela tú —se la ofreció.
La muchacha fue la tercera en sentir aquel liviano peso, y la tercera en comprender que la vara no se movía.
Y si ella no señalaba el camino…
¿Adónde dirigirse?
Le tocó el turno a Xiaofang.
—¿Por qué se ha ido ya Sen Yi? —lamentó la joven.
Por cuarta vez, el cayado continuó siendo lo que ahora parecía ser, un simple pedazo de madera.
Todos miraron a Lin Li, que se había mantenido en un segundo plano, dejando la iniciativa a los demás.
—Has de hacerlo —dijo Shao.
Ella vaciló.
La responsabilidad en sus ojos, el eco de las palabras de su madre al morir, el miedo.
Miedo a la verdad.
La vara esperaba en manos de Xiaofang.
Hasta que Lin Li se rindió.
Alargando la mano derecha, tomó el cayado, y nada más hacerlo…
Sucedió.
Cobró vida.
Sin que ella pudiera evitarlo, se movió noventa grados y señaló hacia el noroeste.
Hacia el corazón de jade.
Entonces sí, el pueblo entero gritó y gritó.
La hora de la verdad había llegado.