Cuando recuperé mis sentidos amanecía, y la lluvia seguía cayendo sobre mí. Mi pierna derecha palpitaba intensamente a unos veinte centímetros por debajo de la rodilla, lo cual era malo… el lugar y el dolor. Sin embargo, la lluvia era tan solo lluvia. La tormenta había pasado. El suelo había dejado de estremecerse. Cuando conseguí enderezarme, de todos modos, la impresión de lo que vi me hizo olvidar el dolor.
La mayor parte de la isla había desaparecido, sumergida en el Acheron, y lo que quedaba era irreconocible como obra mía. Yo estaba quizá a unos siete metros sobre el nivel del agua, en una amplia extensión de roca. El chalet había desaparecido, y un cuerpo mutilado yacía junto a mí. Me giré para no verlo, y consideré mi propia situación.
Luego, mientras las antorchas del festín de sangre de la noche anterior empezaban a apagarse y dejaban paso a la luz del amanecer, comencé a retirar lentamente las rocas amontonadas sobre mi cuerpo, una por una.
El dolor es la repetición monótona de una acción que entumece la mente, dejándola libre de pensar.
Incluso aunque hubieran sido dioses reales, ¿qué importaba? ¿Qué cambiaba con respecto a mí? Seguía estando allí, en el mismo lugar donde había nacido hacía mil años o más, en mitad de la condición humana… es decir, entre la basura y el dolor. Si los dioses eran realidades, su única relación con nosotros era la de usarnos para sus juegos. Al diablo con todos ellos.
—Y esto te incluye también a ti, Shimbo —dije—. No vengas nunca más a mí.
¿Para qué infiernos buscar un orden allá donde no existía ninguno? O, si existía, era un orden que no me incluía a mí. Me lavé las manos en un charco que se había formado cerca. Aquello le hizo bien a mi quemado dedo. El agua era real. Como también lo eran la tierra, el aire y el fuego. Y eso era en todo en lo que necesitaba creer. Lo único básico. Era inútil romperse la cabeza con sofisticaciones. Lo básico es lo que uno puede sentir y comprar. Si recorría la bahía durante el tiempo suficiente, podría acaparar el mercado de todas las cosas materiales, y no importaría cuántos Nombres estuvieran involucrados, todo quedaría registrado a mi nombre. Luego podrían ladrar y aullar todo lo que quisieran. Yo sería el único propietario del Gran Árbol, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Retiré la última piedra y estiré mis músculos por un momento. Estaba libre.
Ahora no tenía que hacer más que encontrar un nódulo energético y descansar hasta la tarde, hasta que la Modelo T apareciera brillando desde el oeste. Abrí mi mente y capté otra, pulsando en algún lugar a mi izquierda. Cuando me sentí más fuerte, me senté y sujeté mi pierna con ambas manos. Cuando el dolor se calmó, corté la pernera del pantalón y vi que la carne no estaba desgarrada. La vendé como mejor pude a falta de una tablilla, arriba y abajo de la fractura, y luego me giré lenta, muy lentamente, hasta apoyarme en mi estómago y manos, y empecé a arrastrarme tan lentamente como me había girado en dirección al nódulo, dejando tras de mi, bajo la lluvia, lo que quedaba de Shandon.
La cosa no fue tan difícil como podría parecer mientras el suelo fue llano. Pero cuando quise ascender una cuesta de cuarenta y cinco grados y de unos tres metros de altura, tan escarpada como resbaladiza, me quedé sin aliento a los pocos instantes.
Miré hacia atrás, hacia Shandon, y agité la cabeza. Hubiera sido mejor que no hubiera nacido de nuevo. Toda su vida había sido un fracaso, pobre bastardo. Sentí una momentánea piedad hacia él. Había estado tan cerca de poder solucionar todos sus problemas. Pero, como mi hermano, había elegido el juego equivocado en el momento equivocado y en el lugar equivocado. Me pregunté dónde estarían ahora su cabeza y su mano.
Seguí arrastrándome. El nódulo energético estaba tan solo a unos pocos cientos de metros de distancia, pero hubiera sido mejor dar un rodeo por un camino más fácil. En una de las ocasiones en que me detuve para reponerme creí oír un débil y apagado sollozo. Pero fue demasiado breve como para estar seguro.
Lo oí de nuevo otra vez, más fuerte, procedente de atrás.
Me detuve y esperé a que se produjera de nuevo. Entonces me dirigí hacia su origen.
Diez minutos más tarde estaba ante una enorme piedra. Se hallaba situada en la base de una alta pared rocosa, con otras muchas piedras esparcidas a su alrededor. El sonido procedía de algún lugar cerca de allí. Lo más probable era que viniera del interior de alguna caverna, y no sentía deseos de perder mi tiempo explorando. Así que llamé:
—¡Hey! ¿Qué ocurre?
Silencio.
—¿Hey?
Y entonces:
—¿Frank?
Era la voz de Dama Karle.
—Hey, puta —dije—. La otra noche me enviabas al cadalso. ¿Cómo te sientes ahora?
—Estoy atrapada en una caverna, Frank. Hay una roca que no consigo mover.
—Es un encanto de roca, encanto. Estoy viéndola desde el otro lado.
—¿Puedes sacarme de aquí?
—¿Cómo entraste?
—Me oculté aquí cuando empezó todo. He intentado cavar para salir, pero me he roto todas las uñas y tengo los dedos ensangrentados… y no he conseguido abrirme camino alrededor de esta roca.
—No parece que haya ningún camino.
—¿Qué ha ocurrido?
—Todo el mundo ha muerto excepto tu y yo, y tan solo queda una pequeña porción de la isla en pie. Está lloviendo de nuevo. Ha sido una dura lucha.
—¿Puedes sacarme de aquí?
—Tendré mucha suerte si consigo salir yo de aquí.
—¿Estás en otra caverna?
—No. Estoy fuera.
—Entonces, ¿qué quieres decir con lo de «salir tu de aquí»?
—Largarme de este maldito pedazo de roca y regresar a Tierralibre, eso es lo quiero decir.
—¿Entonces esperas que llegue ayuda?
—Para mí —dije—. La Modelo T debe regresar a buscarme esta tarde. La dejé programada para ello.
—El equipo de a bordo… ¿No hay nada que pueda hacer saltar esta roca o la tierra a su alrededor?
—Dama Karle —dije—, tengo una pierna partida en dos, una mano paralizada, y tantas luxaciones, torceduras, abrasiones y contusiones que ni siquiera me atrevo a contarlas. Tendré suerte si consigo alcanzar la nave antes de que me hunda en el sueño al menos por una semana. La otra noche te di una oportunidad de volver a ser mi amiga. ¿Recuerdas lo que me dijiste?
—Sí…
—Bien, ahora es mi turno.
Empujé con mis codos y empecé a arastrarme, alejándome.
—¡Frank!
No contesté.
—¡Frank! ¡Espera! ¡No te vayas! ¡Por favor!
—¿Por qué no? —grité.
—¿Recuerdas lo que me dijiste la otra noche?
—Sí, y recuerdo tu contestación. Y además la otra noche yo era otra persona distinta. Tuviste tu oportunidad, y no la aprovechaste. Si tuviera fuerzas para ello, grabaría tu nombre y la fecha en esta roca. De todos modos, fue bueno conocerte.
—¡Frank!
Ni siquiera miré hacia atrás.
Tus cambios de carácter continúan sorprendiéndome, Frank.
Así que tu también has escapado, Verde. Supongo que estás en alguna otra maldita caverna y quieres que te ayude a salir.
No. De hecho, estoy tan solo a unas decenas de metros de ti, en la misma dirección en la que vas. Estoy cerca del nódulo energético, aunque ahora ya no me sirva de nada. Te llamaré cuando oiga que te aproximas.
¿Para qué?
Se acerca el momento. Voy a entrar en el país de los muertos, y quizá me fallen las fuerzas. Fui herido gravemente esta última noche.
¿Y qué puedo hacer yo al respecto? También tengo problemas conmigo mismo.
Quiero el último ritual. Tu me dijiste que lo habías hecho para Dra Marling, así que lo conoces. Y me dijiste también que llevabas contigo el glitten…
Ya no creo en todo eso. Nunca creí. Lo hice para Marling tan solo porque…
Tu eres un alto sacerdote. Llevas el Nombre de Shimbo el de la Torre del Árbol Tenebroso, el Sembrador de Truenos. No puedes negarte a lo que te pido.
He renunciado al Nombre, y me niego a lo que me pides.
Me dijiste que, si te ayudaba, tu intercederías por mí en Megapei. Yo te ayudé.
Lo sé, pero ahora que te estás muriendo ya es demasiado tarde.
Entonces concédeme esto en su lugar.
Vendré hasta ti y te daré toda la ayuda y consuelo que pueda, pero no el último ritual. Tras esta última noche he terminado con todas esas cosas.
Ven conmigo, entonces.
Eso es lo que hice. Cuando me reuní con él, la lluvia empezaba a disminuir. Estaba hecho una lástima. La lluvia había hecho un buen trabajo vaciándole de todos sus fluidos corporales. Estaba apoyado contra una roca, y los huesos asomaban por su carne desgarrada en cuatro lugares que yo pudiera ver.
—La vitalidad de un pei’ano es algo fantástico —dije—. ¿Todo esto te lo has hecho en el transcurso de la última noche?
Asintió con la cabeza, y luego:
El hablar me duele, así que continuaré comunicándome contigo de este modo. Sabía que tú aún vivías, así que me he mantenido con vida hasta poder entrar en contacto contigo.
Me las arreglé para deslizar de mi hombro lo que quedaba de mi mochila, y la abrí.
—Ten, toma esto. Es para el dolor. Sirve para cinco razas. La tuya es una de ellas.
Lo rechazó echándolo a un lado.
No quiero embotar mi mentalidad hasta ese punto.
—Verde, no voy a hacer el ritual. Te daré la raíz de glitten si quieres, y podrás hacerlo por ti mismo. Pero eso será todo.
¿Incluso si yo puedo darte a cambio lo que tu más deseas?
—¿Qué?
Todos aquellos que siempre has deseado que retornaran, sin ningún recuerdo de lo que ha ocurrido aquí.
—¡Las cintas!
Sí.
—¿Dónde están?
Favor contra favor, Dra Sandow.
—Dámelas.
El ritual…
… Una nueva Kathy, una Kathy que nunca hubiera tropezado con Mike Shandon, mi Kathy… y Nick el rompenarices.
—Me pides un duro intercambio, pei’ano.
No tengo otra elección… y por favor, apresúrate.
—De acuerdo. Lo haré por esta última vez. ¿Dónde están las cintas?
Después de que el ritual haya comenzado y ya no pueda ser detenido; entonces te lo diré.
Me eché a reír.
—De acuerdo. No puedo reprocharte el que no confíes en mí.
Estabas escudando tus pensamientos. Debías estar planeando algo contra mí.
—Probablemente. No estoy muy seguro.
Saqué el glitten, partí la proporción adecuada.
—Ahora andaremos juntos —empecé—, y tan solo uno de los dos regresará a este lugar…
Tras un tiempo frío y gris, y otro cálido y negro, anduvimos por un lugar crepuscular sin viento ni estrellas. Tan solo había una hierba brillante y verde, altas colinas, y una débil aurora boreal que lamía el cielo grisazulnegro siguiendo la línea del agreste horizonte. Era como si las estrellas hubieran caído todas, hubieran sido reducidas a polvo, y luego hubieran sido esparcidas por la cima de las colinas.
Anduvimos sin el menor esfuerzo —casi como paseando, sin ninguna finalidad definida—, con nuestros cuerpos de nuevo intactos. Verde estaba a mi izquierda, entre las colinas del sueño glitten… ¿era realmente un sueño? Parecía real y sustancial, mientras nuestros rotos y exhaustos cascarones, yaciendo entre las rocas y bajo la lluvia, parecían pertenecer a un sueño recordado, transcurrido hacía mucho tiempo. Siempre habíamos estado paseando allí, Verde y yo —o al menos esto era lo que parecía—, y un sentimiento de bienestar y de amistad se derramaba sobre nosotros. Era casi lo mismo que la última vez que había estado en aquel lugar. Quizá realmente me había quedado allí.
Durante un tiempo cantamos una vieja canción pei’ana, y luego Verde dijo:
—Te entrego el pai’dabra que mantenía contra ti, Dra. Ya no lo quiero.
—Eso es bueno, Dra Tharl.
—También prometí darte algo. Era acerca de las cintas, sí… Están bajo el vacío cuerpo verde que tuve el privilegio de llevar durante un tiempo.
—Entiendo.
—Son inutilizables. Las atraje mentalmente hasta mí desde la bóveda donde las había depositado. Han sido dañadas por las fuerzas liberadas sobre la isla; al igual que los cultivos celulares. Así que mantengo mi palabra, aunque sea pobremente. Pero no me diste otra elección. No hubiera podido hacer este viaje solo.
Sentí que debería haber experimentado trastorno, y supe que no iba a ser así por el momento.
—Has hecho lo que debías hacer —me oí decir a mí mismo—. No te sientas turbado por ello. Quizá sea mejor que no pueda hacerlos retornar. Ha pasado mucho tiempo desde sus respectivas épocas. Quizá se sintieran como yo me sentí en una ocasión, perdidos en un lugar extraño. No sé lo que hubiera pasado con ellos, pero lo prefiero así. Es probable que no se hubieran sabido adaptar. Dejemos las cosas como están. Lo que ha ocurrido ha ocurrido.
—Ahora debo hablarte de Ruth Laris —dijo—. Está en el Asilo de Fallón en Cobacho, en Driscoll, donde está registrada como Rita Lawrence. Su rostro resultó alterado, como su mente. Debes sacarla de allí y llevarla a buenos doctores.
—¿Por qué está allí?
—Era más fácil llevarla allí que traerla hasta Illyria.
—Todo este dolor que has causado no significa nada para ti, ¿verdad?
—No. Quizá haya trabajado demasiado tiempo modelando la vida…
—… y modelándola pobremente. Me siento inclinado a creer que era Belion el que actuaba a través de ti.
—No me atrevía a decirlo porque no quiero buscar excusas a mi comportamiento, pero yo también lo creo. Es por eso también por lo que quería matar a Shimbo. Era a esta parte de mí a la que te enfrentabas, y yo también me enfrentaba a ella. Tras dejarme por Shandon, sentí remordimientos por muchas de las cosas que había hecho. Tenía que ser arrojado de aquí, y es por ello por lo que vino Shimbo del Árbol Tenebroso. No se debía permitir a Belion crear más mundos de crueldad y fealdad. Shimbo, que los arroja como joyas en medio de la oscuridad, haciéndolos brillar con los colores de la vida, debía enfrentarse con él una vez más. Ahora que ha vencido, podrá crear muchos otros mundos parecidos a estos.
—No —dije—. No podemos operar el uno sin el otro, y yo he abandonado.
—Estás amargado por todo lo que ha ocurrido, y quizá con razón. Pero uno no puede abandonar tan fácilmente una vocación como la tuya, Dra. Quizá con el paso del tiempo…
No respondí, ya que mis pensamientos estaban girando de nuevo.
El camino que recorríamos era el camino de la muerte. Por placentero que pareciera, era una experiencia glitten; y así como la gente ordinaria puede convertirse en adicta al glitten a causa de la euforia y de su acción sobre la mente, los telépatas utilizan el glitten de una forma muy particular.
Usado con una sola individualidad, sirve para realzar sus poderes.
Usado por dos personas, crea un sueño compartido. Es siempre un sueño placentero… y entre los strantristas es siempre el mismo sueño, debido a que su forma de entrenamiento religioso condiciona al subconsciente a producirlo por reflejo. Es una tradición.
… Y de los dos que inician el sueño tan solo uno regresa.
Es por ello que es utilizado en el ritual de la muerte, a fin de que nadie vaya solo al lugar que yo he estado evitando durante más de mil años.
También es utilizado para finalidades de duelo. Ya que, a menos que se produzca un acuerdo previo sobre el ritual, es siempre tan solo el más fuerte el que regresa. La propia naturaleza de la droga hace que algunas partes dormidas de las dos mentes sean las que entren en conflicto, mientras que las porciones conscientes de ellas son incapaces de conseguirlo.
Verde Verde parecía haber recuperado su equilibrio interno, y por mi parte no temía que fuera un último truco del pei’ano para asegurarse su venganza. Incluso en una auténtica situación de duelo, no creía que se hubiera atrevido a intentarlo, considerando su condición.
Pero, mientras andábamos, me di cuenta de que probablemente yo estaba apresurando su muerte en varias horas, bajo el encubrimiento de un placentero y casi místico ritual.
Una eutanasia telepática.
Un asesinato mental.
Yo me sentía feliz de poder ayudar a un hermano de otra raza a dar aquel paso de una forma decente, puesto que esto era lo que él deseaba. Esto me hacía pensar en mi propia muerte, que estoy seguro no va a ser placentera.
He oído decir a la gente que no se trata del apego que uno sienta a la vida, que, incluso aunque uno piense en no morir jamás, llega un día en el que uno desea morir, un día en el que uno ruega por que llegue la muerte. Cuando hablan así piensan en el dolor que acompaña a la muerte. Piensan que les gustaría una muerte como esta, hermosa, sin sufrimiento.
Yo no espero morirme así, penetrar dulce, suave y resignadamente por mi propio pie en esa larga noche, no, gracias. Como dice todo hombre, pretendo revolverme contra la muerte de la luz, luchar y debatirme a cada paso. La enfermedad que contraí y que fue responsable del inicio de todo esto fue tremendamente dolorosa, y sufrí terriblemente antes de que me hibernaran. Reflexioné mucho al respecto por aquel entonces, y decidí que nunca optaría por el camino fácil. Deseaba vivir, incluso a través del sufrimiento. Hay un libro y un hombre al respecto: André Gide y sus Frutos de la Tierra. En su lecho de muerte supo que solo le quedaban unos pocos días, y escribió como un condenado. En el libro hace recuento de todas las cosas hermosas que se producían en las permutaciones entre la tierra, el aire, el fuego y el agua que le rodeaban, cosas a las que él había amado, y uno podría decir que estaba diciéndoles adiós aunque no pensaba apartarse de ellas pese a todo. Estos son mis sentimientos al respecto. Es por eso por lo que, pese a verme involucrado en ello, no podía simpatizar con la elección de Verde Verde. Hubiera preferido quedarme yaciendo allá, con los huesos rotos y todo lo demás, y sentir la lluvia caer sobre mí y pensar en todo aquello, lleno de lamentos y de resentimiento y también de deseos. Quizá era eso precisamente, esa ansia de vivir, lo que me empujó primordialmente a convertirme en un creador de mundos… a fin de poder hacerlo todo por mí mismo y sacar el mejor partido posible de todo.
Ascendimos una colina y nos detuvimos en su cima. Incluso antes de alcanzarla, sabía lo que íbamos a ver al otro lado, en la otra ladera.
… Entre dos masivas prominencias de piedra gris, se extendía un suelo herboso con al principio el color del crepúsculo, y que tras unos metros empezaba a hacerse más y más oscuro a medida que los ojos se alejaban. Aquel era el lugar. Allí estaba el enorme y oscuro valle. Y repentinamente estaba mirando a una oscuridad tan negra que no había nada, absolutamente nada en ella.
—Te acompañaré unos cuantos pasos más —dije.
—Gracias, Dra.
Y descendimos la otra ladera, avanzando hacia el lugar.
—¿Qué dirán de mí en Megapei cuando sepan que me he ido?
—No lo sé.
—Diles, si te preguntan, que fui un hombre que se volvió loco y que se arrepintió de su locura antes de llegar a este lugar.
—Lo haré.
—Y…
—También lo haré —dije—. Pediré que tus huesos sean enterrados en las montañas del planeta que fue tu hogar.
Inclinó la cabeza.
—Eso es todo. ¿Esperarás a que haya andado hasta el lugar?
—Sí.
—Dicen que hay una luz al final.
—Eso es lo que dicen.
—Deberé buscarla.
—Buen viaje, Dra Verdver-tharl.
—Tu has ganado tus combates y abandonarás este lugar. ¿Crearás los mundos que yo nunca he podido crear?
—Quizá —y miré a aquella negrura sin estrellas ni cometas ni meteoros, sin nada.
Pero repentinamente había algo allí.
Nueva Indiana flotaba en el vacío. Parecía estar a un millón de kilómetros de distancia, con todos sus rasgos destacándose nítidamente, como un camafeo, brillando. Se movió lentamente hacia la derecha, hasta que la roca lo ocultó de mi vida. Pero entonces Cocytus apareció en mi campo de visión. Lo cruzó, y fue seguido por todos los demás: St. Martin, Buningrad, Dismal, M-2, Honkeytonk, Mercy, Summit, Tangia, Illyria, La Locura de Roden, Tierralibre, Castor, Pollux, Centralia, Dandy, y todos los demás.
Por alguna estúpida razón mis ojos se llenaron de lágrimas ante su paso. Cada mundo que yo había diseñado y creado estaba pasando ante mí. Había olvidado su esplendor.
El sentimiento que me había inundado a la creación de cada uno de ellos volvió de nuevo a mí. Había echado algo al pozo. Allí donde había tan solo oscuridad, yo había colgado mis mundos. Ellos eran mi respuesta. Cuando finalmente anduviera hacia aquel Valle, ellos quedarían tras de mí. La bahía reclamaba sus tributos, pero yo había construido algo para reemplazarlos. Había hecho algo, y sabía cómo proseguir.
—Sí, ¡hay una luz! —dijo Verde, y yo no me di cuenta de que estaba agarrando mi brazo mientras contemplaba el espectáculo.
Apreté su hombro y le dije:
—Ojalá mores en compañía de Kirwar el de los Cuatro Rostros, el Padre de las Flores. —Y no capté claramente su respuesta mientras se alejaba de mí, pasaba entre las piedras, echaba a andar a través del Valle, desaparecía.
Entonces me giré e hice frente a lo que debía ser el este, e inicié mi largo camino a casa.
Regresar…
Estaba pegado a un techo rugoso. No. Yacía allí, con el rostro vuelto hacia la nada, intentando sostener al mundo con mis hombros. Pero era pesado y las rocas se me clavaban, me aplastaban. Debajo de mí estaba la bahía, con sus preservativos, sus maderos a la deriva, sus guirnaldas de algas, sus conchas vacías, sus botellas y su espuma. Podía oír el distante chapotear, y chapoteaban tan alto que salpicaban mi rostro. Era la vida, burbujeante, hedionda, helada. Me las había apañado bien entre sus aguas, y ahora que la miraba desde arriba me sentía cayendo una vez más, cayendo hacia sus bajos fondos. Quizá oyera los gritos de los pájaros. Había andado hacia el Valle y ahora regresaba. Con suerte escaparía de nuevo a los helados dedos de aquella estrujante mano. Caía, y el mundo giraba a mi alrededor, y se convertía de nuevo en aquello que yo había conocido cuando lo abandoné.
El cielo era gris y sucio y chorreaba humedad. Las rocas se clavaban en mi espalda. Acheron se encrespaba. No había calor en el aire.
Me senté, agité la cabeza para aclararla, me estremecí, miré el cuerpo del hombre verde que yacía a mi lado. Dije las palabras finales, completando el ritual, y mi voz tembló al pronunciarlas.
Coloqué el cuerpo de Verde en una posición más confortable y lo cubrí con mi hoja de plástico. Tomé las cintas y los biocilindros que había ocultado bajo él. Había tenido razón. Estaban arruinadas. Las coloqué en mi mochila. Al menos, la Inteligencia terrestre se sentiría feliz sabiendo cómo habían terminado las cosas. Luego repté hasta el nódulo energético y aguardé allí, erigiendo una pantalla de fuerzas para atraer a la T y observando el cielo.
La veía andando, alejándose, con sus caderas cobijadas en blanco ondulando ligeramente, sus sandalias palmeando el patio. Hubiera querido correr tras ella, explicarle mi parte en todo aquello que había ocurrido. Pero sabía que no serviría de nada, así que ¿para qué perder el rostro? Cuando un cuento de hadas se destroza y el sueño se convierte en polvo y uno se queda allá, contemplando la última línea que nunca será escrita, ¿por qué no omitir los ejercicios de futilidad? Habían habido enanos y gigantes, sapos y setas, cavernas llenas de joyas y no uno sino diez brujos…
Sentí la presencia de la Modelo T antes de verla, cuando se conectó al nódulo de fuerza.
Diez brujos, todos ellos financieros, los barones mercaderes de Algol…
Todos ellos sus tíos.
Yo creí que la alianza funcionaría, sellada como lo había sido con un beso. Yo no había planeado ningún doble juego, pero cuando este acudió procedente del otro lado hubo que hacer algo. Además, no era yo solo quien estaba metido en ello. Había toda una corporación involucrada. No hubiera podido detener a los demás aunque lo hubiera intentado.
Podía sentir a la T acercándose ahora. Froté mi pierna por encima de la fractura, me dolió, dejé de frotar.
Del acuerdo comercial al cuento de hadas a la venganza… Era demasiado tarde para invocar la segunda parte de tal ciclo, y había salido vencedor de la tercera. Podía sentirme orgulloso.
La T estuvo a la vista, descendió rápidamente, y se detuvo a poca distancia de las rocas, suspendida en el aire, mientras yo la controlaba a través del nódulo.
Hubo un tiempo en que fui un cobarde, un dios y un hijo de puta, entre otras muchas cosas. Esa es una de las cosas que ocurren cuando uno vive realmente mucho tiempo. Uno pasa por distintas fases. Ahora tan solo estaba agotado y preocupado, y había una sola cosa en mi mente.
Conduje a la T hasta un espacio despejado, hice saltar la escotilla, empecé a reptar hacia el aparato.
Ahora no importaba, no importaba realmente, todo lo que había pensado en pleno fuego de la acción. Cuanto más pensaba en ello, menos importaba.
Alcancé la nave. Me arrastré hasta su interior.
Accioné los controles y les di una vida más sensitiva.
Mi pierna me dolía como el infierno.
Derivábamos.
Entonces respondí a todas nuestras preguntas, tomé todo el equipo necesario, me arrastré de nuevo fuera.
Perdona mis ofensas, pequeña.
Me situé cuidadosamente en posición, apunté, disolví una enorme roca.
—¿Frank? ¿Eres tu?
—No, solo pasaba por aquí.
Dama Karle salió al exterior, sucia, con los ojos desorbitados.
—¡Has regresado a por mí!
—Nunca me fui.
—Estás herido.
—Ya te lo dije.
—Dijiste que te ibas, que me abandonabas.
—Tendrás que aprender a conocer cuándo estoy hablando en serio.
Me besó y me ayudó a ponerme en pie sobre mi pierna sana, pasando mi brazo por encima de sus hombros.
—Parece como si estuviéramos jugando a la pata coja —dije, mientras nos dirigíamos a la T.
—¿Qué es eso?
—Un viejo juego. Cuando pueda andar de nuevo quizá te lo enseñe.
—¿Adonde vamos ahora?
—Tierralibre, dónde podrás quedarte o irte, según tus deseos.
—Hubiera debido saber que no ibas a abandonarme, pero después de todas las cosas que me dijiste… ¡Dioses! ¡Ha sido un día terrible! ¿Qué ocurrió por fin?
—La Isla de los Muertos se está hundiendo lentamente en el Acheron. Y está lloviendo.
Miré la sangre en sus manos, su suciedad, sus enmarañados cabellos.
—No pensaba realmente en lo que dije, ¿sabes?
—Lo sé.
Miré a mi alrededor. Algún día recrearía todo aquello, lo sabía.
—¡Dioses! ¡Ha sido un día terrible! —dijo.
—Ahí arriba el sol sigue brillando. Creo que podremos conseguirlo, si tu me ayudas.
—Apóyate en mi.
Así lo hice.
FIN