Habría que empezarlo todo otra vez, y aquello me irritaba. Pero, más que irritación, había un cierto miedo. Shandon había fracasado una vez por ceder a sus emociones. No iba a cometer de nuevo el mismo error. Era un hombre fuerte y peligroso, y aparentemente ahora tenía algo que lo hacía aún más peligroso. Además, sabía de mi presencia allí en Illyria, tras mi mensaje a Verde Verde la noche anterior.
—Tu has complicado mi problema —dije—, así que vas a ayudarme a resolverlo.
—No te comprendo —dijo Verde Verde.
—Tu me tendiste una trampa, y ahora resulta que tiene más dientes de los que esperabas —le hice notar—. Pero el cebo tiene mucho más atractivo ahora del que tenía antes. Iré tras él, y tu me acompañarás.
Se echó a reír.
—Lo siento, pero mi camino va en la otra dirección. No volveré atrás por mi propio pie, y no te serviré de nada como tu prisionero. De hecho, representaré más bien un impedimento.
—Tengo tres elecciones —dije—. Puedo matarte, dejarte ir, o hacer que me acompañes. La primera puedo descartarla por ahora, ya que muerto no me eres de ninguna utilidad. Si te dejo ir, seguiré con mi empresa yo solo. Si consigo lo que deseo, regresaré a Megapei. Allí les diré a todos cómo fallaste en tu plan de venganza contra un terrestre, tras siglos de preparación. Les diré que fracasaste en tu plan y huíste, porque otro hombre de su misma raza desencadenó el infierno sobre ti. Si deseas tomar esposas, deberás ir a buscarlas lejos de tu pueblo, en otros mundos… y quizá tampoco puedas allí, ya que es probable que la noticia corra por toda la galaxia. Nadie te llamará Dra, pese a tus riquezas. Megapei rechazará tus huesos cuando mueras. Nunca más oirás el sonido de las campanas de mareas, y sabrás que tañen por ti.
—Ojalá las cosas ciegas que yacen en el fondo del gran mar, y cuyos vientres son círculos de luz —dijo— recuerden con placer el sabor de la médula de tus huesos.
Le lancé un anillo de humo.
—… Y si prosigo mi empresa por mis propios medios —dije—, y soy muerto en mi próximo encuentro, ¿crees que podrás escapar del peligro? ¿No has visto nada en la mente de Mike Shandon mientras luchabas con él? ¿No me has dicho que lo habías herido? ¿Crees que es un hombre que va a olvidar algo así? No es tan sutil como un pei’ano. Ni siquiera considerará la necesidad de proceder con finura. Simplemente te perseguirá, y cuando te encuentre te hará pedazos. Así pues, gane o pierda yo, tu fin será inevitablemente la desgracia o la muerte.
—¿Y si elijo acompañante y ayudarte? —preguntó.
—Olvidaré la venganza que has maquinado contra mí —dije—. Te mostraré que no existe pai’dabra, no hay ningún instrumento de afrenta, y así podrás librarte honrosamente de esta venganza. No exigiré ninguna reparación, y podremos seguir cada uno nuestro camino, libres ambos de la atadura del otro.
—No —dijo—. Hubo pai’dabra en tu elevación a Nombre. No puedo aceptar lo que propones.
Me alcé de hombros.
—Muy bien —dije—, pero piensa bien las cosas. Puesto que tus sentimientos e intenciones me son conocidos, para ninguno de los dos tiene sentido un plan de venganza dentro de los cánones clásicos. Ese exquisito momento final, cuando el enemigo reconoce el instrumento, el móvil y el pai’dabra, y se da cuenta de que toda su vida no ha sido más que un prefacio a esa ironía… este momento quedará disminuido, sino destruido totalmente.
»Así que déjame ofrecerte satisfacción en lugar de perdón. Ayúdame, y te daré luego una oportunidad honesta de destruirme. Por supuesto, reivindico también una oportunidad igual de destruirte a ti. ¿Qué dices de ello?
—¿Qué medios tienes en mente?
—Ninguno, por el momento. Cualquier cosa que sea asequible a ambos.
—¿Qué seguridad tengo de tu palabra?
—Lo juro por el Nombre que llevo.
Se giró hacia otro lado y permaneció silencioso durante un rato. Luego:
—Acepto tus condiciones —dijo—. Te acompañaré y te ayudaré.
—Entonces ven a mi campamento y pongámonos cómodos —dije—. Hay cosas que debes explicarme para que sepa como está realmente la situación.
Me giré de espaldas a él, y me dirigí al campamento. Recogí el saco, y extendí la hoja de plástico para que pudiéramos sentarnos encima. Realimenté el fuego.
El suelo tembló ligeramente bajo nosotros mientras nos sentábamos.
—¿Eres tú quien ha originado esto? —pregunté, haciendo un gesto hacia el noroeste.
—En parte —respondió.
—¿Por qué? ¿Para asustarme?
—No a ti.
—¿Y Shandon tampoco se ha asustado?
—En absoluto.
—Supongamos que me dices exactamente lo que ha pasado.
—Antes, con relación a nuestro trato —dijo—, acaba de ocurrírseme una contrapropuesta… algo que tal vez te interese.
—¿De qué se trata?
—Tú vas a ir allí para rescatar a tus amigos —hizo un gesto en el aire—. Supongamos que fuera posible rescatarlos sin ningún peligro. Supongamos que Mike Shandon pudiera ser evitado por completo. ¿O deseas su sangre inmediatamente?
Permanecí sentado allí, reflexionando. Si lo dejaba con vida, vendría tras de mí tarde o temprano. Por otro lado, si conseguía salirme de aquello sin tener que enfrentarme con él, tendría ante mí un millar de formas de eliminarlo luego sin peligro. Sin embargo, había venido a Illyria dispuesto a enfrentarme con un enemigo mortal. ¿Qué diferencia había en que los nombres y los rostros hubieran cambiado? Sin embargo…
—Déjame oír tu propuesta.
—Las gentes que buscas —dijo— están aquí tan solo porque yo los he hecho retornar. Tu sabes cómo lo he conseguido. He utilizado las cintas. Esas cintas están intactas, y solo yo sé donde están. Te he dicho cómo las obtuve. Lo que hice antes puedo hacerlo de nuevo ahora. Puedo transportar las cintas hasta aquí inmediatamente, si tu me lo pides. Entonces podremos irnos de este lugar, y tu podrás hacer retornar a tu gente cuando quieras. Una vez estemos a salvo en tu nave, puedo indicarte dónde debes disparar o bombardear para destruir a Mike Shandon sin peligro para nosotros. ¿No es más sencillo y más seguro? Luego podremos llegar a un acuerdo sobre nuestras diferencias.
—Hay dos fallos en ello —dije—. Primero, no hay ninguna cinta de Ruth Laris. Segundo, hacer esto sería abandonar a los otros. El hecho de que luego pueda volver a hacerlos retornar no tiene importancia, si ahora me voy dejándolos tras de mí.
—Los seres análogos que puedes hacer retornar no tendrán ningún recuerdo de esto.
—Este no es el problema. Existen ahora. Son tan reales como tu o yo. No importa que puedan ser duplicados. Están en la Isla de los Muertos, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces, si debo destruirla para terminar con Shandon, los destruiré también a ellos, ¿no?
—Será inevitable. Pero…
—Veto tu propuesta.
—Es tu privilegio.
—¿Tienes alguna otra sugerencia?
—No.
—Bien. Ahora que has agotado todos tus argumentos para cambiar de tema, cuéntame lo que ha ocurrido allí entre tú y Shandon.
—Lleva un Nombre.
—¿Qué?
—La sombra de Belion está tras él.
—Eso es imposible. La cosa no se produce de esta forma. Él no es ningún creador de mundos…
—Espera un momento, Frank; ya sé que la cosa requiere una explicación. Aparentemente hay algunas cosas de las que Dra Marling nunca ha juzgado conveniente hablarte. Pero él es un revisionista, de modo que es comprensible.
Hizo una pausa.
—Tu sabes —continuó— que no es esencial ser un portador de Nombre para diseñar y construir mundos…
—Por supuesto que lo es. Es necesario un artificio psicológico para liberar los poderes inconscientes que se requieren para llevar a cabo ciertas fases del trabajo. Uno tiene que sentirse como un dios para actuar como tal.
—Entonces, ¿por qué yo puedo realizarlo?
—Nunca oí de ti hasta que te convertirse en mi enemigo. Nunca he visto ninguna de tus obras, excepto desde que llegué aquí. Y si lo que he visto es representativo, entonces debo decirte que no sabes trabajar. Eres un mediocre artesano.
—Eso es lo que tu dices —murmuró—. De todos modos, resulta obvio que puedo manipular todos los procesos necesarios.
—Todo el mundo puede aprender a hacerlo. Yo estoy hablando de proceso creador. No he visto ninguna señal en ti.
—Estaba hablando del panteón de los strantristas. Existía ya antes de que hubiera creadores de mundos, ya lo sabes.
—Sí, lo sé. ¿Y?
—Algunos revisionistas, como Dra Marling y sus predecesores, utilizaron la vieja religión en su negocio. No la tomaban por lo que aportaba, sino, como tu dices, en tanto que artificio psicológico. Tu confirmación como el Sembrador de Truenos era simplemente un medio de coordinar tu subconsciente. Para un fundamentalista, eso es una blasfemia.
—¿Tu eres un fundamentalista?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué hiciste el aprendizaje de algo que considerabas como un negocio pecaminoso?
—A fin de ser confirmado con un Nombre.
—Me temo que no te sigo.
—Era el Nombre lo que buscaba, no el negocio que hay tras él. Mis razones eran religiosas, no económicas.
—Pero si se trata tan solo de un artificio psicológico…
—¡Esa es la cuestión! No lo es. Es una auténtica ceremonia, y sus resultados, el contacto personal con el dios, son genuinos. Es el rito de ordenación de los grandes sacerdotes del strantrismo.
—Entonces, ¿por qué no entraste en las órdenes sagradas, en lugar de dedicarte a la ingeniería de mundos?
—Porque tan solo un Nombre puede celebrar el rito, y los veintisiete Nombre que aún viven son todos ellos revisionistas. Nunca querrán celebrar el rito de acuerdo con sus antiguos significados.
—Veintiséis —dije.
—¿Veintiséis?
—Dra Marling está bajo la montaña, y Lorimel el de las Numerosas Manos descansa en la feliz nada.
Inclinó la cabeza y permaneció en silencio durante un rato. Luego:
—Uno menos —dijo—. Puedo recordar cuando eran cuarenta y tres.
—Es triste.
—Sí.
—¿Por qué deseabas un Nombre?
—Para convertirme en un sacerdote, no en un creador de mundos. Pero los revisionistas no querían a uno como yo entre ellos. Me dejaron terminar mi entrenamiento, luego me rechazaron. Entonces, para insultarme aún más, el siguiente Nombre al que confirmaron fue un alienígena.
—Entiendo. ¿Es por eso que me has elegido como objeto de tu venganza?
—Sí.
—Pero tú sabes que yo no era responsable de nada de eso. De hecho, es la primera vez que oigo la historia. Yo siempre creí que las diferencias de denominación apenas tenían significado en el interior del strantrismo.
—Ahora ya lo sabes mejor. También debes comprender que no me mueve ningún resentimiento personal. Vengándome de ti, me vengo de todos esos blasfemos.
—¿Por qué te dedicas a la creación de mundos entonces, si lo consideras inmoral?
—La creación de mundos no es inmoral. Es la subyugación de la verdadera religión a este fin lo que considero objetables. No soy portador de un Nombre en el sentido ortodoxo de este término, y el trabajo que hago me reporta beneficios. ¿Por qué no debería hacerlo?
—No puedo pensar en ninguna razón —admití— si alguien te paga por ello. ¿Pero qué relación hay entre tú y Belion, y entre Belion y Mike Shandon?
—El pecado y su castigo, supongo. Inicié el rito de confirmación por mí mismo una noche, en el templo de Prilbei. Ya sabes como es: cuando se ha realizado el sacrificio y han sido pronunciadas las palabras, uno avanza a lo largo de la pared del templo, rindiendo homenaje a cada uno de los dioses… hasta que una placa resplandece ante ti, y sientes el poder entrar en ti, y aquel es el Nombre que llevarás.
—Sí.
—Esto es lo que me ocurrió ante la imagen de Belion.
—Así, te confirmaste a ti mismo.
—Él me confirmó a mí, en su propio Nombre. Yo no quería ser él, ya que se trata de un destructor, no de un creador. Yo había esperado que fuera Kirwar el de los Cuatro Rostros, el Padre de las Flores, el que acudiera a mí.
—Cada uno debe obedecer a su disposición.
—Eso es cierto, pero yo adquirí la mía equivocadamente. Belion me hace actuar incluso cuando yo no lo invoco. Ni siquiera sé si no habrá sido él el que me impulsó a preparar mi venganza sobre ti, porque tu llevas el Nombre de su antiguo enemigo. Puedo sentir cómo cambian mis pensamientos, incluso ahora, cuando pienso en esas cosas. Sí, es posible. Desde que me ha abandonado, las cosas son tan diferentes…
—¿Cómo ha podido abandonarte? La disposición es para toda la vida.
—Pero la naturaleza de mi confirmación no lo ataba a mí. Ahora se ha ido.
—Shandon…
—Sí. Es uno de los pocos de tu raza que puede comunicarse sin palabras, como tu mismo.
—No siempre ha sido así en mí. Ese poder fue creciendo poco a poco, mientras estudiaba con Marling.
—Cuando lo hice retornar a la vida, lo primero que descubrí en su mente fue la angustia de morir en tus manos. Pero luego, rápidamente, muy rápidamente, echó esto a un lado y se reorientó. Sus procesos mentales me intrigaron, y lo favorecí con respecto a los otros, a algunos de los cuales mantenía como prisioneros. Hablaba a menudo con él, y le enseñé muchas cosas. Empezó a ayudarme a preparar las cosas para tu visita.
—¿Desde cuánto tiempo está aquí?
—Aproximadamente un splanth —dijo. Un splanth corresponde aproximadamente a ocho meses y medio de la Tierra—. Los hice retornar a todos más o menos al mismo tiempo.
—¿Por qué raptaste a Ruth Laris?
—Pensé que quizá tu no creyeras que tus muertos habían retornado. No habías iniciado ninguna investigación masiva tras empezar a recibir las fotos. Me hubiera gustado que buscaras durante mucho tiempo antes de descubrir cuál era el lugar donde te esperaba. Pero como no reaccionabas, decidí actuar más abiertamente. Rapté a una de las varias personas que significaban algo para ti. Si no hubieras reaccionado tras eso, cuando me había tomado incluso la molestia de enviarte un mensaje, entonces hubiera raptado a otra, y luego a otra… hasta que te hubieras preocupado realmente.
—Así, Shandon se convirtió en tu protegido. Confiabas en él.
—Por supuesto. Era un pupilo y un ayudante muy bien dispuesto. Es inteligente, y posee unas maneras agradables. Era agradable tenerlo a mi lado al principio.
—Hasta hace poco.
—Sí. Es lamentable que interpretara mal su interés y su deseo de cooperar. Naturalmente, compartía mi deseo de venganza hacia ti. Al igual que tus otros enemigos, por supuesto, pero ellos no eran tan inteligentes, y ninguno era telépata. Me gustaba tener a alguien con quien pudiera comunicarme directamente.
—¿Qué es lo que hizo fracasar esa delicada amistad?
—Cuando ocurrió, ayer, pareció que era a causa de la venganza. Sin embargo, se trataba del poder. Era mucho más tortuoso de lo que nunca hubiera creído. Me traicionó.
—¿En qué forma?
—Dijo que deseaba algo más que tu muerte tal y como la habíamos planeado. Dijo que deseaba una venganza personal, que deseaba matarte él mismo. Discutimos sobre ello. Finalmente, se negó a seguir mis órdenes, y amenacé con castigarle.
Permaneció silencioso un instante, luego prosiguió:
—Entonces me golpeó. Me atacó con sus propias manos. Mientras me defendía, sentí que la furia crecía en mi interior, y decidí hacerle mucho daño antes de destruirlo. Llamé al Nombre que había adoptado, y Belion me oyó y acudió a mi. Contacté un nódulo energético y, amparándome en la sombra de Belion, hice estallar el suelo a mis pies, y apelé a los vapores y llamas que residen en el corazón de este mundo. Es así como estuve a punto de matarlo, ya que vaciló por un instante al borde del abismo. Conseguí que se quemara gravemente, pero luego recuperó el equilibrio. Había conseguido lo que pretendía: me había obligado a llamar a Belion.
—¿Con qué finalidad?
—Él sabía mi historia, tal y como acabo de contártela. Sabía cómo había obtenido yo el Nombre, y tenía un plan al respecto que había conseguido ocultarme. De todos modos, aunque yo me hubieran enterado, no le hubiera dado ninguna importancia, me hubiera reído de él. Me eché a reír cuando vi lo que estaba intentando. Yo también creía que tales cosas no pueden ocurrir. Pero estaba equivocado. Hizo un pacto con Belion.
»Despertó mi cólera e hizo como si amenazara mi vida, sabiendo que yo llamaría a Belion si ocurría algo así y me daba tiempo suficiente. Luchó desmayadamente, para darme ese tiempo. Entonces, cuando la sombra acudió, proyectó su mente hacia ella, y entonces se produjo la comunión. Así hizo la jugada, arriesgando su vida a cambio del poder. Si hubiera hablado con palabras hubiera dicho: “Mírame. ¿No soy yo un receptáculo superior al que has elegido? Ven a constatar las posibilidades de mi mente y los poderes de mi cuerpo. Cuando lo hayas hecho, entonces podrás elegir abandonar al pei’ano y venir conmigo el resto de los días de mi vida. Te invito, estoy mejor dotado que cualquier otro hombre vivo para servir a Tus fines, que creo son el fuego y la destrucción. Ese que está ante mí es un débil, que se habría unido con el Padre de las Flores si hubiera tenido la oportunidad. Ven a mí, y ambos sacaremos provecho de esta asociación”.
Hizo una nueva pausa.
—¿Y? —dije.
—Repentinamente, estuve solo.
En algún lugar, un pájaro graznó. La noche estaba creando humedad, que invadía todo el mundo a nuestro alrededor. Muy pronto una luz aparecería por el este, se ocultaría, volvería a aparecer. Miré hacia el fuego sin percibir ningún rostro.
—Esto parece poner fin a la teoría del complejo autónomo —dije—. Pero he oído hablar de transferencia de psicosis entre telépatas. Podría tratarse de algo parecido.
—No. Belion y yo estábamos unidos por la confirmación. Simplemente, ha encontrado a un agente mejor y me ha abandonado.
—No estoy convencido de que sea una entidad de derecho.
—¿Tú… un portador de Nombre… no crees…? Me estás dando una razón para que te desprecie.
—No intentes buscar un nuevo pai’dabra, ¿entiendes? Mira dónde te ha llevado el último. Solo decía que no estaba enteramente convencido. No comprendo… ¿Qué ocurrió después de hacer Shandon su pacto con Belion?
—Se apartó lentamente de la fisura que se había abierto entre nosotros dos. Me giró la espalda, como si yo ya no existiera. Lo alcancé con mi mente y lo sondeé, y Belion estaba allí. Él levantó sus manos, y toda la isla empezó a retemblar. Se giró, y entonces huí. Tomé la embarcación en el amarradero y puse rumbo a tierra firme. Tras un tiempo, las aguas bulleron a mi alrededor. Entonces empezaron las erupciones. Alcancé la orilla y, cuando miré hacia atrás, el volcán estaba surgiendo del lago. Pude ver a Shandon en la isla, los brazos levantados, el humo y las chispas coloreando el aire a su alrededor. Entonces empecé a buscarte. Tras un tiempo, recibí tu mensaje.
—¿Era capaz de utilizar los nódulos energéticos antes de que ocurriera todo esto?
—No, ni siquiera podía detectar su presencia.
—¿Qué ha ocurrido con los otros a los que hiciste retornar?
—Están todos ellos en la isla. Algunos están drogados, para que permanezcan tranquilos.
—Entiendo.
—¿Cambiarás ahora de opinión y seguirás mi sugerencia?
—No.
Aguardamos allá hasta que la luz inundó el mundo, quince minutos más tarde. La bruma empezaba a disolverse, pero el cielo seguía cubierto. El sol incendiaba las nubes. El viento era frío. Pensé en mi ex espía, jugando con su volcán y comunicándose con Belion. Ahora era el momento de golpearlo, cuando todavía estaba intoxicado con su nueva fuerza. Me hubiera gustado poder sacarlo fuera de la isla, a alguna zona de Illyria que Verde Verde no hubiera corrompido, donde todo lo vivo fuera aún mi aliado. Pero no caería en algo tan obvio. Me hubiera gustado separarlo de los demás si ello era posible, pero no veía ninguna forma de conseguirlo.
—¿Cuánto tiempo has necesitado para estropear toda esta zona? —pregunté.
—Empecé a alterar esta sección hace unos treinta años —dijo.
Agité la cabeza, me levanté, y eché tierra sobre el fuego hasta apagarlo.
—Vamos. Será mejor que nos movamos.
La sima de Ginnunga, según la mitología nórdica, existió en el centro de todo el espacio en el inicio de los tiempos, rodeada de un perpetuo crepúsculo. Su borde norte era de hielo, y su borde sur estaba en llamas. A través de las eras esas dos fuerzas luchaban entre sí, y los ríos fluían, y la vida palpitaba en el abismo. Los mitos súmeros nos hablan de la lucha entablada y vencida por Enki sobre Tiamat, el dragón del mar, separando así la tierra y las aguas. El propio En-ki estaba hecho más o menos de fuego. Los aztecas creían que los primeros hombres estaban hechos de piedra, y que un cielo ardiente presagiaba una nueva era. Y hay numerosas historias acerca del fin del mundo: El Día del Juicio Final, el Gotterdammerung, la fusión de los átomos. Para mí, que he visto gentes y mundos nacer y morir, real y metafóricamente, siempre será igual. Siempre serán el fuego y el agua.
No importa cual sea la formación científica de uno, emocionalmente todos somos alquimistas. Uno vive en un mundo de líquidos, sólidos, gases, y efectos de transferencia de calor acompañando sus cambios de estado. Hay cosas que uno percibe, y cosas que uno siente. Y la noción que tiene uno de su verdadera naturaleza está injertada en la cúspide de todo ello. Así, cuando se trata de las sensaciones cotidianas de la vida, ya sea remover una taza de café o lanzar una cometa, uno debe hacer frente a los cuatro elementos ideales de los viejos filósofos: tierra, aire, fuego, agua.
Mírese por donde se mire, el aire no es muy atractivo, hay que admitirlo. Por supuesto, no podríamos pasarnos sin él, pero es invisible y, mientras conserve sus propiedades, pasa prácticamente desapercibido. ¿La tierra? El problema con la tierra es que permanece. Los objetos sólidos tienden a persistir con una monótona regularidad.
No así, en cambio, el fuego y el agua. Están llenos de formas y de colores, y siempre están haciendo algo. Cuando nos invitan a arrepentirnos, los profetas raramente anuncian la ira de los dioses en términos de tornados y de terremotos. No. Las inundaciones y los incendios con los encargados de castigar los pecados. Los hombres primitivos sabían lo que hacían cuando aprendían a encender el uno teniendo siempre a la otra cerca por si acaso. ¿Es una coincidencia que hayamos llenado de fuego el infierno y de monstruos los mares? No lo creo. Ambos principios son móviles, lo cual es generalmente un signo de vida. Ambos son misteriosos, y poseen el poder de golpear y matar. No es sorprendente que las criaturas inteligentes de todo el universo hayan reaccionado a ellos de forma parecida. Es la respuesta alquímica. Así había ocurrido entre Kathy y yo. Había sido algo tempestuoso, móvil, misterioso, lleno con el poder de golpear, de dar la vida y dar la muerte. Era mi secretaria hacía ya casi dos años antes de nuestro matrimonio, una pequeña muchachita morena con unas hermosas manos, a quien le sentaban maravillosamente los colores brillantes, y a la que le encantaba echar comida a los pájaros. La había contratado a través de una agencia en el planeta Mael. En mi juventud, la gente se sentía feliz de poder emplear a una chica inteligente que sabía taquigrafía, mecanografía y sistemas de archivo. Pero con la progresiva degradación de la maquinaria académica y el crecimiento de los certificados requeridos en un mercado del trabajo en expansión y cada vez más competitivo, la contraté siguiendo los consejos de mi oficina de personal al saber que poseía un doctorado en Ciencias Secretariales: por el Instituto de Mael. ¡Dios! ¡Aquel primer año fue terrible! Lo automatizaba todo, desbarataba todo mi sistema personal de archivo, y consiguió retrasar seis meses mi correspondencia. Cuando conseguí hacer reconstruir una máquina de escribir del siglo veinte, a un precio exorbitante, y le enseñé a manejarla, y logré que aprendiera taquigrafía, se convirtió en una secretaria tan buena como una graduada en estudios comerciales del siglo veinte. Los negocios volvieron a la normalidad, y creo que nosotros dos éramos los únicos seres en el mundo capaces de descifrar los garabatos taquigráficos que redactábamos… lo cual era estupendo para los asuntos comerciales, y nos daba algo en común. Ella una llamita brillante y yo una manta húmeda, la hice llorar numerosas veces en aquel primer año. Luego se me hizo indispensable, y me di cuenta de que no se debía tan solo al hecho de que era una buena secretaria. Nos casamos, y fuimos felices durante seis años… seis años y medio, exactamente. Murió entre las llamas en el gran desastre del astropuerto de Miami, cuando acudía a reunirse conmigo para una conferencia. Tuvimos dos hijos, uno de los cuales vive aún. A intervalos, antes y después, el fuego me ha perseguido a lo largo de los años. El agua ha sido siempre mi amiga.
Aunque me sienta más cerca del agua que del fuego, mis mundos han nacido de ambos. Cocytus, Nueva Indiana, San Martín, Buningrad, Mercy, Illyria y todos los demás han sido engendrados a través de un proceso de llamas, agua, vapor y enfriamiento. Ahora andaba a través de los bosques de Illyria —un mundo que había edificado como un parque, como un lugar de descanso—, andaba a través de los bosques de un Illyria comprado por mi enemigo que andaba ahora a mi lado, vacío de la gente para la que había sido concebido: la gente feliz, la gente en vacaciones, la gente que buscaba el descanso, la gente que aún creía en árboles y en lagos y en montañas con caminos serpenteando entre todos ellos. Se habían ido, y los árboles entre los que pasaba estaban ahora retorcidos, el lago al que me acercaba estaba polucionado, el cielo había sido herido, y el fuego que era su sangre brotaba de la montaña que se erguía frente a mí, aguardando, como aguarda siempre el fuego, aguardando a por mí. Las nubes colgaban del cielo, y entre su apelotonada blancura y mi sucia negrura revoloteaban las partículas de hollín enviadas por el fuego, una infinita migración de mensajes funerales. A Kathy le hubiera gustado Illyria, si lo hubiera visto en otro momento y en otro lugar. Pensar en ella en aquel momento y en aquel lugar, con Shandon montando la puesta en escena, me enfermaba. Maldecía entre dientes mientras avanzaba, y esos eran mis pensamientos acerca de la alquimia.
Avanzamos durante una hora, y Verde Verde empezó a quejarse de su hombro y de su cansancio en general. Le dije que tendría mi simpatía mientras siguiera andando. Aquello pareció convencerle, ya que dejó de lamentarse. Una hora después, le dejé descansar mientras yo trepaba a un árbol para examinar el terreno ante nosotros. Ya estábamos cerca, y el suelo empezaba a descender hasta el final de nuestro camino. El día era más claro de lo que habían sido todos los días anteriores, y la bruma había desaparecido casi por completo. Hacía más calor que en cualquier otro momento desde mi aterrizaje. El sudor empapaba mis costados mientras trepaba al árbol, y mis manos empezaban a escamarse. Cada vez que golpeaba una rama levantaba una nube de cenizas y de polvo. Estornudé varias veces, y mis ojos estaban llenos de lágrimas.
Podía ver la parte más alta de la isla por encima de las copas de los distantes árboles. Y a su izquierda y un poco más lejos, podía ver también la cónica cima de roca volcánica recientemente surgida. Maldije de nuevo, porque necesitaba hacerlo para calmarme, y descendí.
Necesitamos otras dos horas para alcanzar la orilla del Acheron.
Tan solo el fuego se reflejaba en la oleosa superficie de mi lago. La lava y las rocas incandescentes restallaban y siseaban al entrar en contacto con el agua. Me sentí sucio y viscoso y empapado mientras contemplaba lo que quedaba de mi obra maestra. Pequeñas olas dejaban líneas de espuma y restos negruzcos sobre la orilla. El agua presentaba manchas de las mismas sustancias. Los peces muertos flotaban con sus barrigas al aire en los remansos en las zonas poco profundas, y el aire olía a huevos podridos. Me senté en una roca y miré todo aquello, mientras fumaba un cigarrillo.
A un kilómetro y medio de distancia se erguía mi Isla de los Muertos, intacta… desolada y ominosa como una sombra que no muestra nada. Me incliné hacia adelante y metí un dedo en el agua. El lago estaba caliente, muy caliente. Lejos hacia el este se divisaba una segunda luz. Parecía como si un cono más pequeño estuviera surgiendo allí.
—Alcancé la orilla a unos cuatrocientos metros al oeste de aquí —dijo Verde Verde.
Asentí, y seguí observando. Era aún temprano por la mañana, y deseaba seguir contemplando la perspectiva. La cara sur de la isla —la que tenía ante los ojos— poseía una estrecha franja de playa que seguía la curvatura de la pequeña bahía a lo largo de unos setenta metros. Desde allí zigzagueaba un camino aparentemente natural que ascendía, alcanzando varios niveles y, finalmente, la cima del agreste promontorio.
—¿Dónde crees que está? —pregunté.
—A unos dos tercios de la altura total, por este lado —dijo Verde Verde—. En el chalet. Allí es donde tenía mi laboratorio. Agrandé algunas de las cavernas que hay detrás de él.
Era casi obligatoria una aproximación frontal, ya que las otras caras de las isla no poseían playas, y caían a pico hasta el agua.
Casi, pero no absolutamente.
Dudaba que Verde Verde, Shandon o algún otro supieran que la cara norte podía ser escalada. La había diseñado de modo que pareciera inescalable, pero no lo era exactamente. La había hecho así porque me gusta que todos los lugares tengan una puerta trasera además de la puerta principal. Pero si utilizaba ese camino, debería subir hasta arriba y luego volver a bajar hasta la altura del chalet.
Decidí tomar ese camino. Decidí también que me guardaría esa decisión para mí mismo hasta el último minuto. Después de todo, Verde Verde era un telépata, y por lo que sabía la historia que me había contado podía ser un cuento chino. Él y Shandon podían estar trabajando en equipo, e incluso era posible que no existiera ningún Shandon. No apostaría ninguna moneda por él, ni siquiera una moneda falsa.
—Vamos —dije, levantándome y arrojando el cigarrillo en la cloaca en que se había convertido mi lago—. Muéstrame donde dejaste la embarcación.
Así que seguimos la orilla, a lo largo de la línea de las olas, hasta el lugar donde él recordaba haberla dejado. Solo que la embarcación no estaba allí.
—¿Estás seguro de que este es el lugar?
—Sí.
—Bien, ¿dónde está?
—Quizá se haya soltado con una de las sacudidas y se haya ido a la deriva.
—¿Te ves capaz de alcanzar la isla a nado, con el hombro y todo lo demás?
—Soy un pei’ano —respondió, dando a entender con ello que podía atravesar ida y vuelta el Canal de la Mancha con los dos hombros hechos picadillo. Yo había dicho aquello tan solo para irritarlo un poco—. Pero no podemos ir a nado hasta la isla —añadió.
—¿Por qué no?
—Hay corrientes a gran temperatura procedentes del volcán. Son muy fuertes más adelante.
—Entonces podemos construir una balsa —dije—. Yo cortaré la madera con mi pistola mientras tu buscas algo que nos permita irlas atando entre sí.
—¿Como qué? —preguntó.
—Tu eres quien ha metido mano en este bosque —le recordé—, así que tu sabrás mejor que yo qué es más adecuado. Creo recordar que he visto algunas lianas que parecían suficientemente fuertes.
—Son bastante resistentes —dijo—. Pero necesitaré tu cuchillo para cortarlas.
Vacilé por un instante.
—Está bien. Tómalo.
—El agua puede pasar por encima de los bordes de la balsa. Es probable que esté muy caliente.
—Entonces habrá que enfriarla.
—¿Cómo?
—Muy pronto empezará a llover.
—Los volcanes…
—No creo que caiga tanta agua como para eso.
Se alzó de hombros, asintió, y se dedicó a cortar lianas. Yo empecé a abatir y cortar y limpiar árboles, dejando troncos mondos de unos quince centímetros de diámetro y tres metros de longitud, mientras vigilaba tan cuidadosamente como me era posible mi espalda.
Poco después se puso a llover.
Durante las siguientes horas, una fría y regular lluvia cayó de los cielos, empapándonos hasta la médula, agitando las aguas del Archeron y limpiando algo de la suciedad que se había acumulado por todas partes. Me dediqué a descortezar dos largos troncos y hacer un par de pértigas con ellos mientras aguardaba a que Verde Verde recogiera las lianas suficientes como para construir la balsa. Mientras aguardaba, el suelo se estremeció violentamente, y una terrible erupción hendió en dos la parte superior del cono del volcán. Un río del color del atardecer surgió de la fisura. Mis oídos zumbaron durante varios minutos después de la explosión. Luego la superficie del lago se rizó, creció y avanzó hacia mí… un pequeño maremoto. Corrí como perseguido por todas las potencias del infierno y trepé al árbol más alto que encontré en mi camino.
El agua lamió la base del árbol, pero no ascendió a más de treinta centímetros del suelo. Luego se sucedieron otras tres impetuosas olas a lo largo de veinte minutos; después las aguas empezaron a retroceder, no dejando más que un montón de lodo allá donde estaban todos los troncos y las dos pértigas que había cortado.
Sentí que la rabia me vencía. Sabía que mi lluvia no podía apagar su chorreante volcán, que incluso podía empeorar algo las cosas.
Pero me volvía loco furioso el ver cómo todo mi trabajo desaparecía arrastrado por las aguas. Empecé a pronunciar las palabras.
Oí al pei’ano llamándome desde algún lugar. Lo ignoré. Después de todo, yo ya no era exactamente Francis Sandow.
Bajé de nuevo al suelo, y sentí la atracción de un nódulo energético a varios centenares de metros a mi izquierda. Avancé en aquella dirección, ascendiendo una pequeña prominencia para alcanzarlo. Desde aquel punto, tenía una clara panorámica a través de las revueltas aguas hasta la propia isla. Quizá mi agudeza visual se viera incrementada. Vi el chalet con toda claridad. Incluso hubiera jurado que veía algún tipo de movimiento en el ángulo de la balaustrada que dominaba las aguas. Los ojos humanos no son tan agudos como los pei’anos. Verde Verde había dicho que había podido ver claramente a Shandon tras haber cruzado el lago.
Sentí el pulsar de Illyria a través de todas sus grandes venas y todas sus pequeñas arterias mientras permanecía allá frente al nódulo energético, y el poder entró en mí, y lo envié hacia arriba.
Muy pronto la lluvia se convirtió en un terrible diluvio, y cuando bajé de nuevo mi alzada mano los relámpagos zebraron el cielo y los truenos retumbraron y retumbaron en ir: sucia bóveda que me cubría. Un viento, tan repentino como un gato salvaje y tan frío como el aliento del Ártico, empezó a soplar, escarchando mis mejillas a su paso.
Verde Verde gritó de nuevo, llamándome desde algún lugar a mi derecha, creo.
Entonces los cielos hirvieron a mi alrededor, y la lluvia fue tan intensa que el chalet se desvaneció ante mi vista, y la propia isla se convirtió en una imprecisa masa gris. El volcán era apenas un débil chisporroteo sobre las aguas. Muy pronto el jadeo del viento se convirtió en el aullar de una poderosa locomotora, y su sonido se mezcló con el rugir del trueno hasta crear un estruendo interminable. Las orillas del lago iban ensanchándose, y las aguas volviendo a sus cauces en olas parecidas a las que nos habían recibido pero retirándose en la misma dirección de donde habían venido. Si Verde Verde me llamó de nuevo, no lo oí.
El agua corría a ríos entre mis cabellos, por mi rostro y a lo largo de mi cuello. Pero no necesitaba mis ojos para ver. El poder me inundaba y la temperatura se convertía en plomo; la lluvia chasqueaba como látigos ahora; el cielo era tan negro como la noche. Me eché a reír, y las aguas se derramaban del cielo a chorros y rodaban como genios, y los rayos lanzaban sus guantes una y otra vez, pero la inmensa maquinaria nunca hacía «tilt».
¡Detente, Frank! ¡Va a saber que estás aquí!, me llegaron los pensamientos de Verde Verde, dirigidos a la parte de mi mente que confiaba alcanzar.
Ya lo sabe, ¿no?, hubiera podido responder. Ponte a cubierto hasta que esto termine. ¡Espera!
Y mientras las aguas se derramaban y el viento torbellineaba, el suelo tembló una vez más bajo mis pies. La chispa ante mí creció y brilló como un embrumado sol. Entonces los resplandores de los rayos la cercaron; se posaron en la cima de la isla; inscribieron nombres en el caos… y uno de ellos era el mío.
Mis rodillas se doblaron ante una nueva sacudida, pero me mantuve en pie, y alcé ambos brazos.
… Y entonces me encontré en un lugar que no era ni sólido, ni líquido ni gaseoso. No había luz, ni tampoco oscuridad. No era cálido, ni frío. Quizá estuviera en el interior de mi propia mente, o quizá no.
Nos miramos el uno al otro, y en mis manos verde pálido había un rayo dispuesto a ser lanzado.
Él tenía la apariencia de un masivo pilar gris, y estaba recubierto de escamas. Su mandíbula era como la de un cocodrilo, y sus ojos estaban llenos de ferocidad. Sus tres pares de brazos asumieron varias actitudes mientras hablábamos. Pero el resto de su cuerpo permaneció completamente inmóvil.
Viejo enemigo, viejo camarada…
Se dirigió a mí.
Sí, Belion. Estoy aquí.
… Tu ciclo ha terminado. Ahórrate la ignominia de ser destruido por mis manos. Retírate ahora, Shimbo, y preserva el mundo que construiste. Dudo que este mundo esté perdido, Belion.
Silencio. Luego:
Entonces tendrá que haber una confrontación… A menos que tu elijas retirarte.
No lo haré.
Entonces tendrá que haber una confrontación.
Exhaló una llama.
Que así sea.
Y desapareció.
… Y yo estaba de pie en la cima de la pequeña colina, y bajé lentamente los brazos, puesto que el poder se había ido de mí.
Era una extraña experiencia, como nunca hasta entonces había conocido. Como soñar despierto, si ustedes quieren. O una fantasía nacida de la tensión y la rabia, si lo prefieren así.
La lluvia seguía cayendo, aunque no con su fuerza anterior. Los vientos habían perdido parte de su intensidad. Los relámpagos habían cesado, al igual que los temblores de tierra. Y la fuerte actividad del volcán había disminuido, y la parte superior de su cono ya no estaba rodeada de un halo naranja.
Miré a todo aquello, sintiendo de nuevo la humedad y el frío, y la firmeza del suelo bajo mis pies. Nuestro combate a larga distancia había sido interrumpido, y nuestros poderes anulados. De todos modos, aquello era bueno para mí; las aguas parecían más frías, y la masa gris de la isla menos amenazadora.
¡Ja!
De hecho, mientras miraba, el sol se abrió camino por un instante a través de las nubes, y un arco iris desplegó su abanico de colores en medio de las brillantes gotas, trazando su arco a través del aire ahora limpio y mostrando al Acheron, la isla y el apagado cono como un paisaje encerrado dentro del cristal de un pisapapeles, una miniatura que tenía algo de irreal.
Abandoné la colina, y regresé al lugar junto a la orilla del lago. Había una balsa que debía ser construida.