El Espíritu del Árbol
Volvió al pueblo de los tuthanach, en un viaje largo, de incontables días y gran dificultad. Junto al gran pantano, encontró la barcaza de los daurog. Aunque estaba llena de agua, sabía cómo habían arreglado los agujeros con juncos, y rehizo los parches. Luego se tendió en el interior y se dejó llevar toda la noche entre la niebla, por el agua silenciosa.
Mientras seguía el curso del río, se sentía casi enferma por la aprensión. Llegó al claro espiritual donde Scathach y ella habían visto por primera vez a Wynne-Jones. ¿Qué encontraría? ¿Habría conseguido regresar el anciano? ¿Habría emprendido también Scathach su viaje a través del primer bosque, sólo para regresar, envejecido pero triunfante, del otro mundo?
Siguió los senderos llenos de maleza. Ya había visto que los tótems cercanos al agua estaban podridos, llenos de hongos. Nada más llegar a los terrenos despejados en torno al campamento, Tallis advirtió que todo estaba descuidado. Unos matorrales espesos llenaban el claro. La empalizada estaba caída, la tierra se había deslizado. Divisó los restos de los refugios de los tuthanach, ya sin techos de paja, con los muros de arcilla disueltos por las lluvias.
No había nadie. Pero, entre los nuevos árboles, había enigmáticos montículos de tierra en forma de cruz. Tallis caminó entre ellos, clavó en uno su cayado. Cuando removió un poco la tierra, se estremeció al ver la carne gris de un hombre, de bruces contra la tierra.
Morirán enterrados, y renacerán.
Había humo en la colina donde la casa funeraria guardaba su legado de huesos. Y Tallis alcanzó a oír un tenue silbido en aquella dirección. Eran notas extrañas, agradables, que el viento traía y llevaba como una marea. Cuando se acercó más, las notas sueltas se convirtieron en una melodía. Con un atisbo de sonrisa, con el corazón latiéndole a toda velocidad, tarareó a su vez la sencilla melodía del Prado de la Canción Triste.
No sabía por qué había esperado encontrar a Wynne-Jones; quizá porque relacionaba la melodía con el señor Williams, de manera que trepó por la colina de los espinos con la imagen de un anciano en la cima, acurrucado entre sus pieles, silbando para devolverle la vida.
Encontró a Tig, por supuesto. El joven bajó el silbato de hueso y la miró con sus ojos claros, aterradores. Cuando sonrió, Tallis vio su hilera de dientes afilados, dos de ellos rotos. Había encendido una hoguera donde otrora se irguieran los orgullosos rajathuks. Cuando se puso de pie, vio que era alto. La amplia capa de piel cayó de su cuerpo esbelto y musculoso, cubierto de cicatrices y de los viejos dibujos de ocre, sales cobrizas y jugo de arándano. Era un hombre pintado, con la piel destrozada por las heridas, pero el cuerpo duro, preparado para los años de supervivencia que le esperaban.
—Has venido a ver a Wynne-Jones —dijo en un susurro ronco, enfatizando el término chamánico, con cierta burla.
Tallis se quedó atónita al oírle hablar en su idioma.
—¿Está aquí?
—Lleva aquí cierto tiempo. Haré que venga.
Entró en las ruinas del cruigmorn, aunque tuvo que agacharse para cruzar la puerta medio derrumbada y arrastrarse por el largo pasillo. Tallis se sentó, con la cabeza gacha. No tenía la menor duda de lo que le traería Tig: un puñado de huesos, o quizá su cráneo. Pero el anciano carraspeó junto a la salida, y Tallis gritó de alivio al ver los rasgos familiares de Wynne-Jones. Estaba gris, tenía el rostro rígido por el frío y le costaba trabajo sonreír, pero los ojos que contemplaban a Tallis por encima de la barba blanca eran brillantes, estaban llenos de inteligencia. Había recuperado la vista.
—Hola, Tallis —susurró roncamente.
—Wyn…
Sintió que el frío le atenazaba el corazón. El anciano se estremeció. Su rostro se arrugó y se derrumbó. Una lengua asomó entre los labios grises.
—Hola, Tallis —se burló Tig, con voz aguda.
Se quitó la blanda máscara de carne, estrujando los rasgos del anciano entre sus dedos. Se sacudió la capa de pieles de Wynne-Jones, y volvió a quedar desnudo.
Tallis sentía ganas de llorar. Un pájaro volaba en círculos sobre su cabeza, y Tig retrocedió un paso, de pronto ya sin ganas de alardear de su triunfo. El pájaro era grande, con plumas blancas y negras. Tenía el cuello largo y un pico curvo, agresivo. Tallis nunca había visto una criatura igual. Ascendió dibujando espirales en un aire más cálido, luego graznó y se dirigió rápidamente hacia el sur, antes de desaparecer entre los altos árboles.
Aquel vuelo repentino parecía haber arrebatado sus energías al joven. Se quedó mirando al pájaro hasta que estuvo fuera de la vista, y después se rascó la piel marcada, murmurando palabras para sus adentros.
—¿Por qué lo mataste? —preguntó Tallis.
Tig volvió hacia ella su rostro de duende.
No sonreía, no la retaba.
—Fue lo que tenía que hacer. Él lo sabía. Por eso volvió. Sólo necesitaba sus huesos, así que le arranqué la carne, la he conservado. —De repente, parecía lamentar el truco de la máscara, y se la tendió—. Si quieres, puedes quedarte con él. Está dentro, entero. He conservado la carne con aceites y resinas. Los huesos también están ahí. Ya no los necesito. Fue una buena comida.
—No, gracias —murmuró Tallis, asqueada. Miró a su espalda, a través del bosque donde yacían enterrados los tuthanachs—. ¿Y también mataste a todo el pueblo?
—No están muertos —replicó Tig—. Sencillamente, tocan la tierra. Les están sucediendo toda clase de cosas maravillosas. Los viejos espíritus fluyen por sus cuerpos, los nuevos espíritus susurran en sus cabezas. Pájaros-lobo, ciervos-venado y cerdos-rana bailan sobre sus pechos. En sus vientres crecen bosques olvidados hace mucho tiempo. Cuando vuelvan a levantarse, serán míos. Tengo el conocimiento del pueblo. Por eso me comí sus sueños. Ahí donde estás ahora se alzará pronto un gran monumento, con piedras pintadas y talladas, y un sólo camino hacia el corazón del túmulo donde el sol brillará entre los muertos. Será el camino iluminado por luz de la tierra hacia una tierra maravillosa.
Tallis contempló a Tig, y pensó en las palabras de Wynne-Jones. Al otro mundo no se entra a través de cuevas o tumbas. Ésas son cosas de leyendas. Tienes que atravesar un bosque más antiguo…
Sonrió con tristeza al comprender que Tig era una cosa de leyenda. Por tanto, al menos para los tuthanach, el viaje a Lavondyss sería mucho más sencillo.
¿Hasta qué punto estoy a salvo?, se preguntó. Se había fabricado rudimentarias armas de madera, pero Tig tenía hachas y cuchillos de piedra, lanzas de huesos, garfios, hondas y piedras. Estaban por todo el lugar que en el pasado ocuparan los rajathuks. Repentinamente, se dio cuenta de que las armas estaban distribuidas, preparadas para una defensa desde diferentes ángulos. Ahora que se fijaba, los montones de piedras estaban colocados con intención, había cinco lanzas a intervalos regulares, y cadáveres de pájaros colgados de pértigas sobre los muros de tierra.
¡Tig había creado la Tierra del Espíritu del Ave! Tenía miedo de los pájaros, de manera que llevaba a cabo su propia magia para defenderse de las criaturas depredadoras, para mantener lejos de su casa de huesos y de los restos de su gente a las aves carroñeras.
Tig tenía miedo. Estaba bajo asedio. ¿Se alegraría de la presencia de Tallis o seguiría con su hostilidad?
Decidió plantear la pregunta directamente. Era sin duda el mejor sistema.
—¿Tienes intención de comerme a mí?
Tig lanzó una carcajada seca.
—Creí que tenías miedo. —Sacudió la cabeza—. No, no serviría de nada. Ya tengo todos los sueños que necesito sobre tu Inglaterra. Parece un lugar terrible, con muchas tierras yermas, pueblos abarrotados de gente, tantas sombras, tantas lluvias…
Tallis sonrió.
—Wyn-rajathuk me aseguró una vez que nunca sería capaz de volver a ese «lugar terrible». Le aseguré que sí lo haría. Pero esperaba regresar con mi hermano, y lo único que he conseguido es verle un momento. Si que aquí. Si vuelvo a mi propia tierra, nunca lo encontraré. Si me quedo, quizá espere hasta la muerte. Me gustaría haber preguntado muchas cosas a Wynne-Jones… —Suspiró—. Pero fue un buen festín para ti, y una burla cruel para mí.
Tig sonrió y palmeó la tierra sobre la que estaba sentado.
—Te olvidas de una cosa…
¡Un grito! Un repentino aullido de furia. Venía del bosque, entre el cruigmorn y el poblado. Aquello interrumpió a Tig, que se levantó, con el rostro ceniciento, sangrando por las cicatrices. Corrió en busca de una honda. Tallis se subió a la muralla de tierra y miró hacia abajo, hacia los árboles. Su corazón se llenó de esperanza. Allí había una mujer. Era alta. Estaba pintada de blanco y negro a partes iguales. Vestía una capa de plumas, atada a la cintura. Se rodeaba la frente también con plumas largas, de color amarillo claro.
—¡Morthen! —exclamó Tallis.
Pese a lo salvaje de su último encuentro, pese a las heridas, Tallis quería volver a ver a la niña. Sola, en aquel vasto bosque, necesitaba tener a su alrededor cosas conocidas, y eso incluía a Morthen, que quizá fuera ahora la única aliada posible que le quedaba.
Morthen lanzó un grito en su propio idioma. Tig bailó en círculo, luego aulló, un ululante grito de desafío. La sangre manó literalmente de su cuerpo, y él se la restregó con la mano derecha, mientras con la izquierda aplastaba un cráneo de cuervo.
Morthen echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada, antes de volver corriendo hacia los bosques. Tallis la siguió a toda velocidad. Cruzó el poblado, siguió las huellas hasta el río, pero éstas desaparecieron de repente. En el silencio del claro espiritual, miró hacia el norte y hacia el sur de las aguas, sin encontrar rastro de Morthen. Aunque muy cerca, por encima de ella, algo se movía en los árboles.
Alzó la vista hacia las ramas, pero no vio nada.
Mientras aguardaba allí, llegó el ocaso, y Tallis, helada y hambrienta, volvió a la casa funeraria.
En el muro de tierra ardían cinco hogueras. Tig corría entre ellas haciendo sonar el silbato de hueso. Por último, emitió un chirrido que a Tallis le pareció un desafío a los pájaros. El joven escrutó los cielos, nervioso, y miró a la mujer con desconfianza. Ella entró en el recinto funerario, olfateó la carne que se asaba. Tig había cazado con su lanza varios animales pequeños, que se tostaban sobre las llamas de las hogueras.
Sin que le dijera nada, Tallis comió parte de la carne correosa. Tenía un sabor fuerte y desagradable, y le quitó el apetito. Cuando hubo terminado, Tig se acercó a la hoguera y comió un poco, lamiéndose los dedos. Ahora olía mal, y temblaba.
—Morthen está intentando matarme —dijo—. Yo maté a su padre, al viejo chamán. Está furiosa. Quiere vengarse. Te matará a ti también.
—Ya tuvo ocasión de hacerlo —replicó Tallis—. Me hirió tres veces y me abandonó para que me desangrara.
—¿Ha muerto su otro hermano, Scathach?
—Sí.
Tig asintió, pensativo.
—Una parte de mí piensa, «bien». Pero otra, el anciano, está triste, aunque sabía que llegaría ese momento.
Sus palabras emocionaron a Tallis. Durante un rato, apenas se atrevió a hablar, y siguió mirando al joven, que masticaba rápidamente otro trozo de carne sin dejar de mirar a su alrededor.
—El anciano, Wyn-rajathuk… ¿está dentro de ti?
Tig sonrió. Tallis supuso que había estado esperando a que ella lo comprendiera. La miró con ojos inteligentes, casi bondadosos.
—Ya te lo dije antes. Me comí sus sueños. Ahora hablo su idioma. Recuerdo muchas cosas. Oxford. Un amigo llamado Huxley. Una hija llamada Anne. Inglaterra. El lugar terrible.
—No tan terrible como el sitio que acabo de visitar.
Tras un momento de duda, quizá mientras el sueño devorado que era Wynne-Jones llegaba a la parte consciente de la mente del mitago, Tig preguntó.
—Entonces, ¿encontraste el lugar de hielo? ¿Llegaste a Lavondyss?
—Creo que sí. Atravesé el primer bosque. Me convertí en bosque. Supongo que entré en mi mente inconsciente… Nunca había sufrido tanto. Me sentí violada, consumida; y aun así, también me sentí amada. —Sacudió la cabeza—. La verdad es que no sé qué sentí. Toda mi vida había pensado que Lavondyss era un reino de magia. Frío, sí. Prohibido, sí. Pero era una tierra vasta, con muchos aspectos diferentes. Descubrí que era un lugar de muerte, un lugar de culpa, un lugar de honor, un lugar donde nace la creencia en el viaje del alma.
—Es una tierra vasta —dijo lentamente el joven que era Wynne-Jones—. Tiene múltiples aspectos. Sólo entraste en tu parte personal de ella, claro. Cada uno de vosotros nace con un recuerdo del mismo acontecimiento de antaño, y la abundancia de los mitos y leyendas posteriores que se desarrollaron a partir de él. Cuanto más te acercabas al lugar donde Harry estaba atrapado, más cooperaban tu mente y el bosque para crear la ruta por la cuál entrarías en ese paisaje mítico, compartido. Lavondyss, para ti, para todos nosotros, es lo que podemos recordar de los tiempos antiguos…
—Ahora empiezo a comprenderlo —dijo Tallis en voz baja, contemplando la oscuridad en los ojos del joven cuya boca articulaba palabras de una inteligencia para cuyo nacimiento aún faltaban cinco mil años—. Desde mi infancia he estado creando el lugar de nuestro encuentro, según la pauta establecida por Harry…
—¿Y encontraste allí a tu hermano? —murmuró Tig.
—Estaba atrapado dentro del segundo hijo de una familia. Llevaba allí desde que creé la Tierra del Espíritu del Ave a partir de una visión de la gran batalla, Bavduin. No fue Harry quien interfirió con las leyendas en su viaje a Lavondyss, sino yo. Cuando expulsé a los pájaros de la tumba de Scathach, también los hice desaparecer del mundo de nieve donde Harry era un espíritu visitante en un niño soñador. No consiguió salir. Me quemaron, y la magia se rompió. Los pájaros volvieron. Tuvo alas y se fue. Sólo lo vi un instante, ni siquiera lo toqué. Siento que he fracasado.
—¿Y cómo volviste tú? —preguntó Wyn.
Tallis sonrió.
—Tú me dijiste que los daurog eran obra mía, no de Harry. Tenías razón. Al menos en lo que respecta a uno de ellos, a Acebo. Entré en él, y nos vi a nosotros —a ti, a Scathach, a mí— en el viaje río arriba. Cuando estuve en el primer bosque, pareció que pasaban milenios. Vi criaturas extrañas, animales extintos. Pasaron cientos de años hasta que me tallaran con la forma de Viejo Árbol Silencioso y entrara en el corazón del bosque, en el lugar del comienzo. En el viaje de regreso, dentro de Acebo, el tiempo pasó muy deprisa. Recuerdo cómo me miró a mí en el bosque, cuando viajaba contigo. Recuerdo cómo la miré yo a ella. Acebo y yo éramos un mismo ser. Creé el mitago de mi propio viaje de regreso. Al mismo tiempo que iba al reino, volvía de él. Me resultó muy extraño, aunque ya me lo habías advertido cuando dijiste que eso sucedería. Que, a menudo, viajar a la región desconocida es volver a casa. Que estaría viajando en ambas direcciones.
Tig pareció hundirse en sí mismo durante un instante, pero luego alzó la vista.
—Eso es lo que había oído el anciano. No llegó a entender su auténtico significado.
Se quedaron en silencio. Tig atizó el fuego bajo los restos chamuscados de los pequeños mamíferos. Al igual que Tallis, había comido poco, y aun así ninguno de los dos parecía tener apetito. La luna brillaba a través de nubes tormentosas, plomizas. El viento tenía garras afiladas. Tallis buscó en los ojos brillantes de Tig algún rastro de Wynne-Jones, pero el anciano no era más que un espíritu inquieto, un elemental que aleteaba entre las ramas del árbol forestal del joven. Su voz era un viento antiguo. El sueño desaparecería pronto. Y Tig no tenía una aureola de supervivencia.
Unas alas batieron en el aire y pasaron de largo. Tallis se estremeció, al igual que el joven.
—Es ella otra vez, vuelve a por mí —susurró.
Ahora era Tig quien hablaba.
—Te ayudaré a defenderte.
—La echaré. No he acabado mi trabajo aquí. Hay que devolver muchas cosas al pueblo. Soy el guardián de los conocimientos de la tierra. Tengo que mantenerla a distancia hasta que acabe con mi labor.
Tallis recordó el breve relato de Wynne-Jones sobre la leyenda de Tig. Su muerte, cuando llegara, sería terrible. También recordaba a Wynne-Jones contándole que Morthen se convertiría algún día en Morthen injathuk. Se encontraba a la deriva en un mundo de magia. A su alrededor, todo lo que veía estaba impregnado de ella. Estaba en Tig. Había estado en Soñador-Harry. Habitaba en la misma Tallis. Allí donde quiera que Scathach estuviera pasando por el proceso de resurrección, tendría magia en él. Estaba también en Morthen.
Tig estaba destinado a morir. También estaba destinado a transmitir conocimientos a la tribu resucitada de los tuthanach. Extrañas visiones, extraños recuerdos. Había recuerdos antiguos en la tierra, y Tig era el vehículo «humano» de esos recuerdos. Si moría, los tuthanach no pasarían a la siguiente generación. A menos… ¿y mediante Morthen?
¿Seguiría allí Wynne-Jones? Llamó al anciano con voz suave.
Él se adelantó entre los barrotes de su jaula de madera, e hizo sonreír al joven.
—Está aquí —susurró Tig.
—¿Qué fue lo que presencié? ¿Qué es Lavondyss?
—Dile lo que viste.
Tallis le hizo un relato de la transformación y el encuentro.
—No presenciaste una leyenda, sino un asesinato que provocó una leyenda. Ésa es la naturaleza de Lavondyss: es un lugar salido de la mente y el recuerdo donde yacen las primeras historias, los hechos que generan los mitos a través del recuerdo de los niños. Soñador sobrevivió para contar la historia de aquel espantoso momento. Puede que el resto del clan, los que los precedían, perecieran. La tierra estival, entonces, se llenaría de descendientes de la familia que quedó atrás. Las historias de Soñador, acrecentadas y recordadas, se convirtieron en leyenda: un hijo asesinado, su cuerpo robado, se convierten, en la historia, en un hijo al que se le niega un castillo a menos que éste se encuentre en un reino prohibido. Una abuela que enseña a un niño a tallar, y luego presencia su muerte a manos de su propio hijo, se convierte en Ceniza, enseñando al muchacho cojo a cazar en reinos extraños, sólo para presenciar su muerte a manos de algo, el Cazador, que ella misma ha creado. Cuando Harry te pidió que lo rescataras, usó todas las versiones de la historia. Se había introducido en el hecho. Había entrado en el recuerdo del hecho. Se metió en la acción básica que yace en cada mente. Y allí se quedó atrapado. A través del bosque de sus propios mitagos, buscó a su hermana…
Tallis cerró los ojos. Las palabras le daban vueltas en la cabeza. Había acudido en busca de Harry, y sólo consiguió liberar su espíritu. Algo…, algo la irritaba. Era la pregunta que había planteado antes, y ahora, mientras la repetía, empezó a vislumbrar la respuesta.
—Pero fui yo quien atrapó a Harry —dijo—. Y lo atrapé después de que contactara conmigo. Yo no me hubiera llamado, yo no habría aprendido a abrir encrucijadas. Si no hubiera sabido abrir encrucijadas, no habría visto a tu hijo Scathach, no habría querido protegerlo, y no hubiera creado la Tierra del Espíritu del Ave. Y si yo no hubiera creado la Tierra del Espíritu del Ave, no habría dejado atrapado a mi hermano Harry al arrebatarle el pájaro en el que abandonar la región desconocida…
—Cuando creaste la Tierra del Espíritu del Ave, afectaste a tu propio tiempo, afectaste al viaje dé. Harry —murmuró Tig—. Cambiaste cosas. Cambiaste los detalles del primer crimen. Bavduin, el campo de batalla, no era más que una resonancia tardía de aquel acontecimiento, relacionada con el pasado a través de vuestras dos mentes.
—Eso lo entiendo. Toda mi vida supe que no se debía cambiar una historia.
—Tú lo iniciaste todo al crear la Tierra del Espíritu del Ave. Harry contactó contigo a través de una confusión de eras. Llegó demasiado pronto.
—Esto también lo comprendo. Pero ¿por qué comenzó? Fue con Scathach. ¿Por qué? Creé la tierra espiritual después de ver a tu hijo en el mundo de Inglaterra. Lo hice un año entero después de su llegada. Scathach es el comienzo. Me inspiró a ver a través de encrucijadas su futuro y su muerte. Al interferirme con la visión, atrapé a mi hermano…
«Pero ¿cómo puede hacerlo? ¿Quién era Scathach? ¿Cuál era el enlace?».
—Era el hijo que tuvo el anciano con Elethandian de los Amborioscantii —replicó Tig lentamente.
—¿Y quién fue Elethandian?
—La hija de Harry. Sólo era del bosque en parte. —Tig sonrió—. Eres la tía de Scathach. Ése es el enlace entre vosotros.
Tallis se recostó muy despacio, sacudiendo la cabeza, respirando aceleradamente el aire gélido. Tig la miró con una expresión peculiar. Era difícil decir hasta qué punto era el niño o el anciano.
—Entonces, tú lo supiste siempre. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No lo supo hasta que no estuvo casi al lado de Bavduin. Tus preguntas sobre la relación le habían estado inquietando. Se le ocurrió de repente. En cierto modo, volvió aquí tanto por eso como por sus diarios.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Porque Elethandian también estaría allí. Es parte del mismo ciclo de leyendas. Es la madre que acude al lugar donde ha muerto su hijo. Allí encuentra el espíritu de su padre, disfrazado de animal…
—¡Era yo! —exclamó Tallis, al comprender—. Yo era el espíritu de Harry. Y ella era la anciana del velo negro…
—Sacrificó su vida para dar nueva vida a su hijo. El viejo no habría soportado verlo.
Tallis miró al joven chamán durante un largo instante; las palabras del anciano, murmuradas en el tono del anciano pero con el acento del chico, le recorrían la mente.
—En ese caso, puede que Scathach también vuelva a casa… —dijo casi sin atreverse a oír la respuesta de los huesos devorados.
—Estará allí. —Tig sonrió—. Tú hablaste al viejo de la protección del cuerpo de su hijo con piedras…
Hombre Hoja y Madre Hoja…
—Sí. Las colgué sobre el cadáver. Madre Hoja y Hombre Hoja.
—Tú te convertiste en Madre Hoja. Invocaste a los daurog. Viajaste dentro de la daurog Acebo. Y luego te desprendiste de la daurog como si fuera una piel.
Hombre Hoja. Chamán[6]. La daurog que había escapado a la matanza invernal. También había viajado con Scathach, su propio espíritu regresaba de la región desconocida de Lavondyss en la forma del Espíritu del Árbol. ¡Quizá fuera ella misma quien viajaba en aquella forma concreta! No se habían reconocido, y aun así la afinidad existente entre ellos los hizo embarcarse en el abrazo del amor a los pocos momentos de encontrarse.
Tig luchó contra sí mismo. Tenía los ojos fijos en el cielo, buscando frenético a la criatura que le perseguía. El fuego hacía brillar el sudor y la sangre sobre su cuerpo. Tallis comprendió que estaba perdiendo a Wynne-Jones. El muchacho empezaba a dominar sus recuerdos devorados del hombre.
Ella se levantó y salió del recinto funerario, caminó intranquila colina abajo, de vuelta al silencioso poblado, al río, al camino que llevaba hacia el norte. A su espalda, oyó los silbidos y cánticos de Tig. Eran un sonido desesperado.
En algún lugar, le pareció que hacia el oeste, un pájaro lanzó un graznido. El aire se llenó con el repentino batir de alas gigantescas que se dirigían hacia el muchacho de la antigua casa funeraria.
* * *
Tallis trepó por el empinado sendero hacia el castillo en ruinas, cruzó la puerta y encontró la habitación donde el bosque la había tomado. Los restos de Acebo yacían en el suelo, un montón de madera podrida, aplastada. Entre los huesos quedaban unas cuantas hojas verdes.
Junto a la ventana yacían los restos de Espíritu del Árbol. Tallis se sentó junto a ellos, acarició la madera, las hojas secas, el cráneo aplastado. Si aquellos restos habían estado allí cuando volvió del Otro Mundo, no los había visto.
Sus máscaras seguían en la cueva. Rebuscó entre ellas. ¿Cuál debería ponerse? Se colocó Morndun ante el rostro, pero había demasiados espíritus, y se asustó al ver lo que ocupaba el mismo espacio, pero en un plano diferente.
No tenía ninguna máscara para buscar a Scathach.
Caminó entre los acantilados, los bosques, las cornisas de piedra. Buscó entre las figuras que se acurrucaban junto a cada fuego. Levantó capuchas, examinó rostros a la luz, trató de dar con un lenguaje comprensible. La búsqueda duró días.
Si él había estado allí, ya se había marchado. Quizá, al igual que Tallis, tomó la decisión de volver con los tuthanach. La travesía del pantano tuvo lugar en invierno, quizá no llegaron a verse en la tormenta.
Estaba equivocada.
Volvió al lugar sagrado en la caverna, hambrienta y muerta de frío. Allí había un hombre, sentado entre sus máscaras, acariciándolas con dedos nudosos y temblorosos. Se irguió un poco cuando la mujer se le acercó desde atrás. Tenía el pelo gris, el cráneo se le marcaba a través de la piel arrugada del rostro. Sus ojos estaban abiertos, pero ya no había fuego en ellos.
Le puso las manos sobre los hombros y se inclinó para besarle la cabeza.
—Espíritu del Árbol —susurró—. Me alegro de verte.
Él suspiró y dejó caer la cabeza, en gesto de alivio. Sonrió y lloró, la cogió de la mano. Guardó silencio durante un largo tiempo, su respiración se aceleró cuando empezó a aceptar que su tiempo de espera había terminado, que Tallis había vuelto a casa con él.
—¿Dónde has estado? —preguntó.
—Paseando por el bosque —respondió ella.
«Soñé en mi sueño todos los sueños de otros soñadores,
Y fui los otros soñadores».
WALT WHITMAN, «The Sleepers».