Kurt despertó con Kta sacudiéndole por los hombros y el tronar de pies corriendo por la cubierta encima de sus cabezas. Parpadeó confuso. Alguien en cubierta gritaba órdenes, preparativos de batalla.
—Hay velas a la vista —dijo Kta—. La flota de Nephane.
Kurt se frotó la cara e intentó oír con claridad lo que se decía por encima suyo.
—¿Qué posibilidades hay de que Nephane se detenga aquí?
Kta lanzó una carcajada que parecía un sollozo.
—Dioses. Ninguna si el informe de la Methi es correcto. Si hay guerra civil en la ciudad, se habrá incapacitado a la flota. Sin los sufakis, las Familias no podrían ni sacar las grandes naves del puerto. Sería una matanza.
Los remos retumbaron sobre sus cabezas. Un momento después se oyó la voz de mando y los remos cayeron al unísono. La nave empezó a ganar velocidad.
—Allá vamos —murmuró Kurt, luchando contra el pánico.
Una serie de imágenes asaltaron su mente. No podían hacer otra cosa más que seguir allí, encadenados a la nave de la Methi. Había conocido el miedo de entrar en combate en el espacio o en el descubierto puente de la Tavi, pero nunca con tal sentimiento de impotencia.
—Échate atrás —le aconsejó Kta, apoyando los hombros contra el maderamen. Cogió la cadena del tobillo con ambas manos—. Si embestimos, la sacudida será considerable. Prepárate y agarra la cadena. No hay por qué añadir los huesos rotos a nuestros padecimientos.
Kurt siguió su ejemplo, dirigiendo una mirada de desconfianza a los bultos almacenados en la parte delantera de la bodega. No estaban bien asegurados y un impacto enviaría toneladas de peso sobre ellos y contra eso no había defensa posible.
El hiriente tronar de los trescientos remos aumentó su cadencia y se mantuvo a un ritmo que ningún hombre podría resistir mucho tiempo. Hasta en la oscura bodega había una innegable sensación de velocidad, con el latir de los remos y el bullir del agua contra el casco.
Kurt se apoyó con fuerza contra los tablones. No necesitaba imaginar lo que pasaría si la trirreme fuera embestida a su vez y una proa nephanita se incrustara en medio del barco. Recordó el fin de la Tavi y los hombres aplastados en la colisión, e intentó no pensar en lo delgado que era el casco que tenía a la espalda.
El tronar se detuvo, luego hubo un silencio ensordecedor y se recogieron los remos de babor; la nave se dejó llevar por la inercia durante un instante.
La madera empezó a astillarse y la nave tembló y resbaló, arrancando y rompiendo madera a su paso. Arrojados al suelo, Kurt y Kta aguantaron lo mejor que pudieron a medida que los reiterados golpes vibraban por toda la nave. De arriba les llegó un griterío, por encima del clamor de hombres sumidos en el dolor y el terror, repentinamente apagado por el sonido de los remos que volvían a encajarse en su sitio.
La incansable cadencia volvió a empezar, la trirreme recobró el impulso. El crujir y retumbar de los remos lo abarcaba todo, siendo sólo turbado por los débiles gritos de los oficiales. Luego los remos se alzaron abandonando el agua y se mantuvieron inmóviles. El silencio era tan intenso que pudieron oír su propia respiración, el chirriar de los remos en sus esclusas, el crujir de los maderos y el gemir de los aparejos, y los lejanos sonidos de la batalla.
—Esta es la nave de la Methi —contestó Kta a su ansiosa mirada—. Ha debido romper la línea de ataque y ahora aguarda. No arriesgarán innecesariamente esta nave.
Y permanecieron mucho tiempo acurrucados contra el casco, mirando a la oscuridad, atendiendo a cada sonido que pudiera decirles lo que sucedía arriba.
Se dieron nuevas órdenes, demasiado débilmente para ser comprendidas. Hombres corrieron por cubierta en una dirección y otra, pese a que el moviento del barco indicaba que apenas se estaban moviendo.
Luego se abrió la escotilla y Lhe t’Nethim acompañado de tres hombres armados bajó los escalones que llevaban a la cala.
—¿Ahora necesitáis armas? —preguntó Kta.
—Se os reclama en el puente, t’Elas —dijo Lhe.
Kta se puso en pie, mientras uno de los hombres se agachaba y soltaba la cadena que sujetaba la argolla de su tobillo.
—Llevadme con él —dijo Kurt, también en pie.
—No tengo órdenes al respecto —dijo Lhe.
—T’Nethim —suplicó Kurt, y Lhe lo meditó un momento, mordiéndose el labio. Luego hizo un gesto hacia el hombre de las llaves.
—Tengo vuestra palabra de que no haréis nada violento —insistió Lhe.
—La tenéis.
—Traedle también.
Kurt siguió a Kta escaleras arriba hasta salir a plena luz del día, quedándose tan cegado por la desacostumbrada claridad que casi tropieza al poner el pie en el último escalón. A su alrededor se movían las borrosas formas de muchos hombres, y sus guardias les guiaron hacia la proa del barco como si fueran ciegos.
Ylith estaba sentada bajo el palco azul. Allí empezó a aclararse la visión de Kurt. Kta se puso inmediatamente de rodillas y Kurt siguió su ejemplo, encontrando alivio en ello. Empezaba a comprender la ofrenda de respeto que hacía Kta en ese momento. Kta la hacía con gracia, rindiendo honores como un caballero, sin que la amenaza o la ausencia de ella le hicieran cambiar. Su valor era contagioso.
—Podéis sentaros —dijo Ylith con suavidad—. T’Elas, si miráis al lado de estribor, creo que veréis los motivos por los que os he hecho llamar.
Kta se volvió apoyándose en una rodilla, y Kurt también miró. Una nave se dirigía hacia ellos, lentamente, moviéndose sólo con parte de sus remos. La nave negra llevaba el pájaro blanco de Ilev, y la banderola roja de inmunidad ondeaba en el mástil.
—Como veis, hemos ofrecido a las Familias de Nephane la oportunidad de parlamentar antes de ser hundidas. También he ordenado a mi flota que recoja a los supervivientes, sin importar su origen, aunque haya sufakis, si es que hay alguno. Si tu elocuencia puede persuadirles para que se rindan, les habréis salvado la vida.
—No he aceptado hacer tal cosa —protestó Kta furioso.
—Es tu oportunidad, t’Elas. Preséntales mis condiciones, haz que te crean, o guardad silencio y contemplad cómo intentan detenernos.
—¿Cuáles son las condiciones?
—Nephane volverá a ser parte del imperio o parecerá pasto de las llamas. Y si vuestros sufakis aceptan ser parte del imperio… bueno, ya me preocuparé de ese portento cuando se presente. Nunca he conocido un sufaki, lo confieso, como nunca había conocido a un humano. Debería estar interesada en ello, pero en mi terreno. Persuádeles por mí, t’Elas, y salva sus vidas.
—Dadme vuestra promesa de que vivirán —dijo Kta, y hubo un agitarse entre los guardias de la Methi, con manos posándose en armas.
Pero Kta continuó en la misma postura, humildemente arrodillado.
—Dadme vuestra promesa, en palabras sencillas: vida y libertad para los hombres de la flota si aceptan las condiciones. Se que con Ylith-methi, las palabras y las armas son de doble filo. Pero creeré en vuestra promesa.
Un movimiento de los dedos de la Methi contuvo a sus hombres de desenvainar las armas, y miró a Kta con lo que parecía curiosidad y hasta amistosa satisfacción.
—Se han medido con nosotros en batalla, t’Elas, mientras vos lo hacíais con mi paciencia. Contemplad ese triste precio que flota ahí, y el hecho de que aún vivís tras disputar verbalmente conmigo, y decidid a quién encomendarla a sus vidas.
—Os estáis tomando lo que juré que no daría —dijo Kta.
Ylith bajó la mirada y luego volvió a levantarla, esta vez falta de arrogancia.
—Sois demasiado razonable para destruir a esos hombres por vuestro orgullo herido. Intentaréis salvarlos.
—Entonces, y ya que la Methi es razonable, me permitiría ir a ese barco —dijo Kta, aún con voz calmada. Puedo hacer allí más que aquí, donde serían reacios a hablarme ante vuestra presencia.
Ella lo meditó, asintiendo al fin.
—Quitadle los hierros. Y también al humano. Si te matan, t’Elas, serás vengado. —Y, suavizando el arrogante tono, añadió—: Estoy intentado no matar a esos hombres, t’Elas. Persuádeles de ello, o considérate culpable de las consecuencias.
La nave de Ilev tenía cicatrices del fuego y la batalla hasta el punto en que era un portento que todavía pudiese flotar. De las esclusas caían remos rotos. Tenía destrozada la balaustrada. Y tenía un aspecto tristemente cochambroso mientras se unía a la inmaculada trirreme de la Methi, pareciendo muy pequeña al lado de tan enorme nave.
En cuanto se realizaron los enganches, Kta le hizo una seña a Kurt y los dos bajaron por la plataforma tendida desde la trirreme.
Llegaron uno detrás del otro, descalzos como vulgares marinos, sucios y sin afeitar, pareciendo compañía adecuada para los hombres de la castigada nave. La sorpresa se pintó en los familiares semblantes que les rodeaban, sobre todo en Ian t’Ilev y en hombres de Irain e Insulan.
Kta hizo una reverencia, que t’Ilev tardó en corresponder.
—Dioses —murmuró entonces t’Ilev—. Tienes extrañas compañías, Kta.
—La Tavi fue hundida al abandonar las Islas. Kurt y yo fuimos rescatados. Que yo sepa somos los únicos sobrevivientes. Hemos sido prisioneros de Indresul desde entonces. ¿Estás aquí al mando, Ian?
—Mi padre ha muerto. Sí, desde ese momento.
—Que tus guardianes le acojan con bondad —dijo Kta.
—Hoy se han incrementado considerablemente los Ancestros de muchas casas. —Un músculo temblaba en la mandíbula de t’Ilev. Hizo señas a sus camaradas para que despejaran el lugar, pues se apiñaban para poder escuchar. Endureció el rostro antes de hablar—. ¿Hago bien al pensar que la methi de Indresul desea echarnos a un lado para poder seguir su camino y que tú estás aquí para darnos tal cosa?
—Me han dicho que Nephane está inmersa en una guerra civil y quizá no pueda defenderse —dijo Kta—. ¿Es cierto, Ian?
Hubo un silencio mortal.
—Que la Methi haga sus propias preguntas —dijo t’Irain con dureza—. Podríamos haber subido a su cubierta.
Y se oyeron palabras peores en boca de otro. Kta les miró con rostro impasible. En ese momento se parecía a su padre, pese a que tenía las ropas sucias y su pelo, normalmente cuidado, le caía en mechones sobre la cara. Las lágrimas brillaron en sus ojos.
—Yo no rendí mi nave, aunque los dioses saben que me hubiera gustado hacerlo; una tripulación muerta es un precio amargo por el honor de una casa, y uno que yo no habría pagado. —Sus ojos se clavaron en los que le rodeaban—. No veo sufakis entre vosotros.
Los murmullos aumentaron.
—Quietos todos —dijo t’Ilev—. ¿Permitiréis que los hombres de Indresul nos vean pelear entre nosotros? Di k» que te han enviado a decir, Kta. Luego podrás marcharte con t’Morgan, a no ser que sigas preguntando cosas que no deseamos compartir con la Methi de Indresul.
—Ian, somos amigos desde que éramos niños. Haz lo que creas correcto, pero si he oído la verdad, y hay guerra civil en Nephane, si no hay esperanzas y sólo querías ganar tiempo viniendo hasta aquí, probemos con sus condiciones. Siempre es mejor que irse al fondo.
—¿Por qué nos permite ella esto? ¿Por tenernos afecto? ¿Por confiar en ti? ¿Por qué te ha enviado a nosotros?
Creo —dijo Kta débilmente—, creo, no estoy seguro, que puede ofrecerte condiciones mejores a las que obtendrías de Shan t’Tefur y creo que lo hace porque hablar es más barato que luchar, hasta para Indresul, vale la pena intentarlo, Ian, o no habría aceptado bajar aquí.
—Venimos para ganar tiempo, creo que lo sabes. Para nosotros, tal como estamos, hablar es más barato que luchar, pero seguimos estando dispuestos a ello. Hasta el tomarse la molestia de rematarnos podría retrasarla. En cuanto a tu pregunta sobre el actual estado de Nephane…
Los demás le pidieron silencio. Ian les miró con dureza.
—T’Elas tiene ojos para ver. Los sufakis no están a bordo. Exigieron el mando de la flota. Unos pocos intentaron razonar con los hombres de Shan t’Tefur, que los Ancestros les reciban con bondad. Luz del cielo, tuvimos que robar la flota por la noche y abrirnos paso para salir del puerto y así defender la ciudad. T’Tefur espera que seamos derrotados. ¿Cuáles crees que serán las condiciones de la Methi?
El silencio reinó en el barco. Todos los hombres escuchaban en ese momento, abandonando animosidades e iras, dejando a un lado toda pretensión. Sólo parecían asustados.
—No lo sé, Tan. Tehal-methi era Ian. Tehal-methi era inflexible y sanguinario. Ylith es… no lo sé. Temo que no suelte nunca lo que tenga cogido con la mano. Pero es justa, y es una indras.
El silencio aún perduraba. Por un momento sólo se oyó el crujir de los maderos, y el rozar de la nave contra el costado de la trirreme a medida que el mar los acercaba.
—Tiene razón —dijo Lut’Insulan.
—Eres amigo de su casa —dijo un hombre de Nechis—. Kta pidió en matrimonio a tu prima.
—Eso no me cegaría a la verdad —dijo t’Insulan—. Estoy de acuerdo con él. Estoy harto de t’Tefur y de sus amenazas y sus rufianes.
—Sí —dijo su hermano Toj—. Tuvimos que dejar indefensas nuestras casas para poder tripular la flota. Y estoy pensando que quizá corran más peligro por sus vecinos sufakis que por la flota de Indresul. El —dijo enfurecido cuando otros objetaron a esto—, aclaraos los ojos y ved, amigos míos. Isulan envió a cinco hombres del corazón principal y a cincuenta de los menores, y ya han perecido un tercio de ellos. Sólo quedan los hijos de los chan para defender la puerta de Isulan contra los piratas de t’Tefur. No quiero perder al resto de mis hermanos y primos en un gesto vacío. No moriremos por oír sus condiciones. Soy uno que las aceptará, si son honorables.
Ylith se reclinó en la silla y aceptó los respetos del pequeño grupo de hombres derrotados que se arrodillaban en su cubierta.
—Podéis levantaros —dijo, mostrándose generosa para las circunstancias—. T’Elas, t’Morgan, me alegra que hayáis vuelto sanos y salvos. ¿Quién encabeza esta delegación?
T’Ilev realzó una ligera inclinación.
—Ian t’Ilev uv Ulmar —se identificó—. Señor de Ilev —y hubo tristeza, cruda y reciente, al asumir el título—. No soy el primogénito, pero la flota me eligió para reemplazar a mi padre.
—¿Pedís condiciones? —preguntó Ylith.
—Oiremos condiciones —dijo t’Ilev.
—Seré breve. Pretendemos entrar en Nephane, con vuestro consentimiento o sin él. No dejaré a la mujer Djan al cargo; no trataré con ella ni negociaré con quienes la representen. Restauraré el orden en Nephane e instauraré un gobierno en el que confíe. A partir de ese momento la ciudad estará en constante y total comunicación con la madre de las ciudades. No obstante, estoy dispuesta a negociar la medida de la relación entre nuestras ciudades. ¿Tenéis algún comentario t’Ilev?
—Somos la flota, no el Upei, y no podemos negociar nada que no sean nuestros propios actos. Pero sé que las Familias no aceptarán ninguna solución que no nos garantice unas libertades esenciales.
—Ni tampoco lo harán los sufaki —intervino Kta, sin permiso.
Los ojos de Ylith se clavaron en él. Lhe t’Nethim, detrás de ella, se llevaba reacio la mano al pomo de su y pan. La inteligencia de Ylith y el poder de Ylith se bastaban para responder a Kta, y Kurt apretó los dientes, esperando que Kta no fuera humillado ante esos hombres. Y de pronto vio el juego que Kta llevaba a cabo con su vida y se heló por dentro. La Methi también estaba ante testigos, para los que una ofensa podía significar una batalla; una desagradable y, para las fuerzas de la Methi, carente de honor.
Los labios de Ylith sonrieron. Le miró de arriba a abajo, reconociéndole finalmente al mirarle a los ojos.
—He estudiado vuestra ciudad, t’Elas. He reunido información de muy diversas fuentes, incluyéndote a ti y a mi humano, t’Morgan.
—¿Y a qué conclusión ha llegado la Methi? —preguntó Kta.
—Que una persona sabia no cuestiona la realidad. Los sufakis son… una realidad. La aniquilación de los sufaki no sería práctica, ya que pueblan toda la costa de Sufak. T’Morgan me contó una fábula sobre guerras humanas. He meditado sobre la perspectiva de ciudades muertas y campos arrasados. Es algo que no me parece beneficioso. Por tanto, aunque no creo que los hijos del este lleguen a ser otra cosa que un problema para nosotros, considero que son un problema menor allí donde están, en Nephane y sus otras ciudades, que estando dispersos y disparando flechas contra mis fuerzas de ocupación. No cederé nada en cuestiones religiosas. Pero prefiero tener una ciudad a tener ruinas, una provincia a una desolación y si consideramos que lo que se discute es vuestra ciudad y vuestra tierra, puede que quizá estéis de acuerdo conmigo.
—Podríamos estarlo de no ser por el término fuerzas de ocupación —dijo Ian t’Ilev cuando ella le dirigió la mirada—. Las Familias gobiernan Nephane.
—Ai ¿no mencionáis a los sufakis? Bueno, ya conocéis la ley, t’Ilev. Un methi no se inmiscuye en las familias. La cuestión precedente deberá resolverse entre vuestros dos corazones. El cómo lo hagáis no me incumbe. Pero no puedo anticipar si Ilev-en-Indresul querrá cruzar el mar para intervenir en los asuntos de Ilev-en-Nephane. No creo que la ocupación resulte necesaria.
—¿Nos dais vuestra palabra? —pidió Kta.
La Methi le dedicó una estraña mirada, una sonrisa algo irónica. Luego abrió las palmas de las manos al cielo.
—Dejemos que la sagrada luz del cielo me contemple; no os engaño. —A continuación se recostó y descansó las manos sobre los brazos de la silla. Su encantadora faz adquirió gravedad—. Mis condiciones son: destitución de Djan, disolución del partido de t’Tefur, la muerte del propio t’Tefur y la alianza de las Familias con Indresul y conmigo. Ese es el límite de lo que exijo.
—¿Y la flota? —preguntó Ian t’ilev.
—Creo que podréis llegar a Nephane en un día. Mañana a esta hora llegaréis a puerto. Tendréis un día por delante para llevar a cabo lo que he dicho o encontrarnos con vosotros por la fuerza.
—¿Queréis que conquistemos Nephane por vos? —Exclamó t’ilev—. Dioses… ¡No!
—Paz, control de vuestra ciudad… o la guerra. Si entramos en la ciudad no nos limitaremos a esas condiciones.
—Dadnos un poco más de tiempo. Dejadnos llevar esas proposiciones al resto de la flota. No podemos aceptar solos.
—Hazlo, t’ilev. Os daremos un día de ventaja, decidáis lo que decidáis. Si usáis ese día de gracia para preparar la ciudad para resistirnos, no volveremos a negociar hasta que la ciudad esté en ruinas. No seremos generosos por segunda vez, t’ilev.
T’ilev hizo una reverencia, reunió a los tres miembros de su tripulación que le habían acompañado y la tripulación de la trirreme se apartó para dejarlos pasar.
—Methi —dijo Kta.
—¿Queréis ir con ellos?
—Con vuestra venia, Methi.
—Concedido. Haced que os crean, t’Elas vuestra oportunidad. Un día para que vuestra ciudad exista. Espero que tengáis éxito. Lamentaré enterarme de vuestro fracaso. ¿Le acompañaréis, t’Morgan? Lamentaré separarme de vuestra persona.
—Sí —dijo Kurt—. Con vuestra venia.
—Miradme, miradme a la cara. —Y cuando él lo hizo así, tuvo la sensación de que le estudiaba como a una rareza que quizá no volviese a ver. En sus oscuros ojos brillaba cierta temerosa fascinación—. Sois como Djan-methi.
—De la misma especie.
—Entregadme a Djan. Pero no como Methi de Nephane.
Y les despachó con un gesto. Se dispusieron a alejarse, pero, entonces, Leh t’Nethim se postró a sus pies, posando la cabeza en la cubierta, como alguien que solicita un gran favor.
—Methi. —Methi dijo cuando ella se lo permitió—. Dejadme partir en esa nave. Tengo asuntos en Nephane, con t’Tefur.
—Me sois muy valioso, Lhe —dijo ella con gran preocupación.
—Es un asunto del corazón, Methi, y debéis permitirme marchar.
—¿Debo? Os matarían antes de llegar a Nephane. ¿Cómo se saldaría entonces vuestra deuda, t’Nethim, y cómo le diría a vuestro padre que permitió que su hijo hiciera tal cosa?
—Es asunto de familia —dijo.
—La Methi apretó los labios.
—Si os matan, sabremos cómo reaccionan ante un pacto con nosotros. T’Elas, sois testigo. Tratadle honorablemente, decidáis lo que decidáis, por su vida o por su muerte. Responderéis ante mí por ello.
T’Nethim hizo una última y agradecida reverencia y se apresuró tras ellos, tras los hombres de t’Ilev que también se habían retrasado para oír lo que pasaba.
—Alguien le rebanará la garganta —le siseó t’Ilev a Kta, antes de bajar de la balaustrada—. ¿Qué es él para ti?
—El primo de Mim.
—¡Dioses! ¿Cuánto tiempo hace que eres de Indresul, Kta?
—Confía en mí. O al menos, permite que dejemos este puente. Te lo suplico, Ian.
T’Ilev se mordió el labio, apresurándose luego a buscar la pasarela.
—Que los dioses nos ayuden —murmuró—. Que los dioses nos ayuden. Guardaré silencio al respecto. No me cargues con más cosas, Kta.
Y desapareció por el costado y descendió rápidamente hasta su nave, donde le esperaba su ansiosa tripulación.
El navío de Ilev navegó por entre la destrozada flota con el pabellón blanco de reunión ondeando junto al rojo, y los demás capitanes se reunieron en su puente todo lo rápidamente que les fue posible: Eta t’Nechis, Pan t’Ranek, Camit t’ilev, primo de Ian, y otros jóvenes, cuyas capitanías hablaban de tragedias en el mar o en el hogar.
—¿Es esto? —gritó Eta t’Nechis cuando escuchó las condiciones y miró a t’ilev como si no tuviera palabras—. Grandes Dioses, t’ilev, ¿es que decides por todos nosotros? ¿O es que le has entregado el mando a Elas y sus compañeros? A Elas que nos arruinó primeramente con su huésped humano. ¡Y que ahora nos trae un amigo de la casa de allende los mares.
—Discutid más tarde si queréis luchar o negociar en Nephane y poned ahora la flota rumbo a casa —dijo Kta—. Necesitamos demasiado cada momento que desperdiciemos.
—¡Seguimos teniendo hombres en el agua! —gritó t’Renek—. Hombres que los indras no nos dejarán rescatar.
—Están siendo recogidos —dijo Ian—. Es lo más que podemos hacer. Kta tiene razón. Partamos cuanto antes.
Devolvedle a la Methi su hombre —dijo t’Nechis—, a sus tres hombres: t’Elas, humano y forastero.
T’Nethim empalideció, pero mantuvo la dignidad tras el respaldo que t’ilev ofreció a los tres. Se alzaron las voces, las armas estuvieron a punto de desvainarse, y finalmente se zanjó el asunto cuando Ian ordenó que la nave pusiera rumbo a Nephane con la banderola de la flota ondeando ante los demás.
Y una vez encaminados y con la visión de la flota de la Methi desaparecieron en el este sin ninguna señal visible de persecución, se animaron los hombres y se callaron algunas de las demandas de venganza.
—¿Para qué necesitamos que nos persigan si vamos a hacer el trabajo por ellos? —preguntó t’Nechis—. ¡Dioses, dioses, esto no está bien!
Y volvió a hablarse de cortar cuellos y de arrojar a los tres al mar con Lhe t’Nethim en pedazos, hasta que los partidarios de t’Tlev se interpusieron entre los de t’Nechis y Kta t’Elas.
—¡Quietos! —dijo Ian, y si a la mayoría le parecía que sólo era un joven y menor en edad a algunos de los hombres que estaban en la disputa, puso tal furia en su voz que se hizo el silencio, oyéndose sólo el respirar de alguno.
—Es vergonzoso —dijo Lu t’Isulan con gran sentimiento—. Nos ponemos en evidencia ante los ojos de este extranjero indras. Traed té. Hay mucho camino hasta Nephane. Si no podemos llegar a una decisión meditada en ese tiempo, entonces seremos merecederos de nuestra desgracia. Calmémonos y pensemos por una vez.
—No compartiremos fuego y bebida con un hombre de Indresul —dijo t’Nechis—. Encadenadle.
T’Nethim retrocedió con gran dignidad.
—Me apartaré de vuestra presencia —dijo, las primeras palabras que le oían pronunciar—. Y no interferiré. Seguiré estando a bordo si optáis por la guerra.
Y con una cortés reverencia, se alejó en dirección a la proa, conformando una figura de soledad entre tantos enemigos. Su dignidad creó un silencio entre ellos.
—Yo también me marcharé, si lo deseáis —dijo Kurt.
—Eres de Elas. Conserva tu sitio —dijo Kta con fiereza.
Hubo duras miradas ante esto. Entonces, se le ocurrió a Kurt que Elas había perdido mucho con la Tavi, y no sólo un barco, sino hombres valientes y fieles amigos de Elas. Y los que ahora les rodeaban, con la excepción de Irain, ilev e Isulan, eran de Familias que simpatizaban menos con Elas.
E incluso entre aquellos los había que odiaban a los humanos. Como era el caso de Itan t’Ilev, en quien notaba un escalofrío de aversión cada vez que sus miradas se cruzaban casualmente.
Sólo Lu y Toj t’Isulan, amigos de la casa de Elas, prefirieron sentarse a Kta para compartir la bebida, y lo hicieron a su izquierda, estando Kurt a la derecha.
Kurt aceptó agradecido la taza y bebió el cálido y dulce líquido. Estaba sosteniendo sus recuerdos de un hogar y de Elas, de cordura y raciocinio, como si no hubiera poder en toda la tierra que pudiera cambiar o amenazar esta pequeña distracción, este raro tributo a los indras de corazón y orden civilizados.
Sin embargo, todo, sus vidas y la propia Nephane, eran tan frágiles en ese momento como la taza de porcelana que sostenía entre los dedos.
Se pasó una ronda en silencio. También sucedió así con la segunda. Como dirían los nemet, era un problema de tres rondas, un asunto tan grave que nadie se sentía suficientemente calmado hasta que no hubieran transcurrido tres series de cortesías y ceremonias.
—Podemos afirmar que la palabra de la Methi ha demostrado ser buena hasta ahora —dijo finalmente Ian—. No estamos siendo perseguidos. Tenemos que considerar que es una methi de nuestra gente, y que resulta impensable que mienta.
—Acordado —dijo t’Nechis—. ¿Qué nos permite esa verdad?
—Que Nephane siga en pie —dijo Kta con mucha calma—. Amo a la ciudad, t’Nechis. Cree esto aunque me odies.
—Lo creo —dijo t’Nechis—. Sólo sugiero que quizá ames más a los honores que te ha prometido la Methi. Más de lo que conseguirías.
—Ella no le dio nada —dijo Ian—. Tienes mi palabra en eso.
—Quizá sea así —concedió t’Nechis, dirigiendo una mirada incómoda a Kurt, como si cualquier nemet que se mezclara con humanos fuera sospechoso.
Kurt bajó la cabeza y miró a la cubierta.
—¿Hasta qué punto están mal las cosas en Nephane? —preguntó Kta.
—Lamentamos los infortunios de Elas —dijo el hijo más joven de Uset-en-Nephane. Pero sólo fueron el principio de los problemas. Han muerto hombres de algunas casas como Nechis o Ranek, se han desenvainado ypaisulim. Ten cuidado con la forma en que les hablas. Hazte cargo del temperamento de sus Guardianes.
Las Grandes Armas, que se desenvainan sólo para matar y nunca se guardan sin que lo hayan hecho. Kta hizo una inclinación para mostrar su deferencia hacia t’Nechis y t’Ranek, y un gesto llevándose una mano a la ceja que Kurt no comprendió. Los otros hombres le correspondieron. Reinó el silencio, y eso pareció calmar los ánimos.
—Entonces parece que debo preguntar si hay una ciudad que salvar —dijo Kta finalmente—. He… he oído un doloroso rumor referente a Osanef. ¿Puede hablarme alguien de esto? Los detalles eran escasos.
—Son malas noticias, Kta —dijo Ian—. Han t’Osanef mató a Tlekef t’Tefur. La casa de Osanef fue incendiada por los partisanos de Tefur como ejemplo para los demás sufakis que nos son amistosos. Los vándalos atacaron en la noche, mientras dormía la familia, invadieron la casa y derribaron el fuego para que prendiera en toda la casa. La dama la, la muy honrada esposa de Han, murió en el fuego.
—¿Y Aimu? —interrumpió Kta—. ¿Bel y mi hermana?
—Bel fue muy malherido, pero tu hermana fue puesta a salvo por el chan de osanef. Tanto Bel como Aimu están a salvo según los últimos informes, refugiados en Isulan con la hermana de tu padre.
¿Cómo murió Han?
—Eligió morir tras vengar a la dama la. Su funeral fue causa de mucho derramamiento de sangre. Lo siento, Kta —añadió, pues su rostro había empalidecido y parecía repentinamente débil.
—Eso no es todo —dijo Toj t’Isulan—. La ciudad toda está llena de funerales semejantes. Han y su dama no fueron los primeros o los últimos en perder la vida a manos de los hombres de t’Tefur.
—Es un loco —dijo T’Nechis—. Amenazó con quemar la flota… ¡Quemar la flota!… antes de permitir que navegara con capitanes indras. Hablaban de incendiar Nephane y retirarse a sus colinas ancestrales de Chteftikan.
—Así es, y yo, por mi parte, preferiría ver la ciudad en manos de Indresul antes que en las de t’Tefur —dijo el joven t’Irain.
Y ese sentimiento fue coreado por un murmullo de aprobación entre muchos de los demás. T’Nechis gruñó, pero ni siquiera él pareció estar en total desacuerdo.
—Señores —dijo Kurt, sorprendiendo a todos—. ¿Qué ha hecho Djan-methi en esta situación? ¿Ha… puede… hacer algo para restaurar la paz a la ciudad?
—Tiene el poder —dijo t’Ranek—. Se niega a controlar a t’Tefur. Esta guerra es obra suya. Sabe que nunca nos entregaríamos a Indresul, así que pone el poder en manos de los que lo harían, en los que respaldan sus ambiciones. Y eso no es digno de su oficio, pero tampoco lo es ella.
—No sé por qué respondemos a preguntas del amante de la Methi —dijo el más joven de los t’Nechis.
Kta se movió y habría habido problemas si los t’Nechis de mayor edad no hubieran impuesto disciplina a su primo.
—Mis disculpas —dijo t’Nechis, con palabras que parecían ser una herida en su garganta.
—Comprendo que los humanos no sean queridos en Nephane o en otros lugares. Pero soportadme, pues tengo algo que decir.
—Dilo —dijo t’Nechis—. No te negaremos eso.
—Haríais bien en acercaros a ella con peticiones claras y concesiones para los sufakis que no están con t’Tefur.
—Pareces favorecerla —dijo t’Ranek—, y tener mucha confianza en ella. Creo que nos equivocamos al compadecerte por la muerte de Mim h’Elas.
Kurt alargó un brazo para detener a Kta, y él mismo miró a t’Ranek con tanta frialdad que todos los nemet guardaron silencio.
—Mi esposa fue tan víctima vuestra como de Djan-methi, aunque juré que intentaría sentir lealtad hacia las Familias, ya que era parte de Elas. Soy humano. No fui bienvenido, y me lo hicisteis saber como se lo hicisteis saber a Djan-methi, y a los sufakis que la precedieron. Si esa no hubiera sido la naturaleza de Nephane, mi esposa no habría muerto.
Y antes de que alguien pudiera objetar algo, se levantó y se alejó, en dirección a la soledad de t’Nethim en la proa.
Lhe le miró con curiosidad, y luego hasta con piedad, que viniendo de un enemigo fue como echar sal en la herida.
Tal y como sospechaba Kurt, pronto apareció alguien enviado por Kta para intentar persuadirle de que volviera, para persuadirle de que inclinara la cabeza y se tragara su humanidad y su orgullo y se sometiera en silencio.
Escuchó cómo los pasos se acercaban a él, ignorando expresamente su presencia hasta que le oyó decir su nombre.
Entonces se volvió y vio que era t’Ranek en persona.
—Kta t’Elas ha amenazado con una deuda de sangre —dijo t’Ranek—. Acepta mis disculpas, t’Morgan. No soy de Elas… pero no quiero una lucha, y reconozco que no era algo digno de decirse.
—¿Kta lucharía por esto?
—Es su honor —dijo t’Ranek—. Dice que eres de Elas. También ha pedido que vuelva t’Nethim —añadió, con una mirada incómoda a éste—. Ha explicado algo de la dama Mim h’Elas, Acepta mi disculpa, por favor, Kurt t’Morgan.
Al hombre no le resultaba fácil pedirlo. Kurt hizo una tensa reverencia de agradecimiento y miró a Lhe t’Nethim. Los tres volvieron en silencio al círculo. Kurt retomó su lugar junto a Kta, t’Ranek con su hermano, y Lhe t’Nethim permaneció en pie nerviosamente hasta que Kta le hizo una brusca seña y le pidió que se sentara. Lo hizo a los pies de Kta, con los labios apretados y mirada baja.
—Tenéis entre vosotros a mi hermano Kurt y a Lhe t’Nethim que está bajo la protección de Elas —dijo Kta en ese silencio.
Los hombres del círculo asintieron como la hierba al ser rozada por el viento.
—Estaba hablando —dijo entonces Kurt con serenidad en medio de esa calma—, y sólo diré una cosa más, y luego dejaré de importunaros. En el Afen hay armas. Si Djan-methi no las ha usado es porque Djan-methi ha decidido no usarlas. En cuanto le amenacéis, tendréis que contar con la posibilidad de que pueda usarlas. Os equivocáis en alguna de vuestras suposiciones. No sólo puede destruir a Nephane, sino también a Indresul, si decidiera hacerlo. Arriesgáis vuestras vidas al contar con su paciencia.
El silencio continuó presente. Y no era uno de odio, sino de miedo. Hasta Kta le miraba como un extraño.
—Estoy diciendo la verdad —dijo, por Kta.
—T’Morgan —dijo t’Ilev—. ¿Tienes alguna sugerencia sobre lo que debemos hacer?
Era una pregunta hecha con amabilidad, hasta con humildad, y para su vergüenza era incapaz de responderla.
—Os diré sólo que si Djan-methi aún controla el Afen cuándo Ylith-methi entra en el puerto, es más que probable que veamos cómo se usan esas armas. Y lo peor, si Shan t’Tefur consigue apoderarse de ellas. Djan-methi no quiere dárselas o ya lo habría hecho. Pero ella podría perder su poder para impedírselo o reconocer como suyo el derecho. Caballeros, os sugiero que hagáis la paz que sea posible con los sufaki que quieran la paz. Ofrecedles opciones alternativas y haced lo que podáis para quitarle el Afen de manos de Djan-methi y de las de t’Tefur.
—El Afen sólo ha caído mediante la traición, nunca por un ataque nemet —protestó t’Ranek—. El Haichema-tekle es demasiado elevado, nuestras calles demasiado inclinadas, y las armas humanas lo harían imposible.
—La alternativa parece ser coger toda la flota y huir hacia el mar del Norte, salvando nuestro pellejo. Y no creo que seamos capaces de hacer eso.
No —dijo t’Nechis—. No lo somos.
—Entonces atacaremos el Afen.