XVI

La vela azul oscura de la Taví se izó y llenó con el viento nocturno, Val t’Ran lanzó una ronca orden a los remeros para que cogieran los remos. El ritmo cadenciado de la madera y el agua se detuvo, cuarenta remos permanecieron alzados sobre el agua. A continuación se subieron a bordo en un único rozar de maderos obedeciendo a una sola orden de Val, siendo encajados en su sitio por los sudorosos remeros que descansaban en los bancos.

La Edrif se veía ocasionalmente rondando la costa, pero el bajel sufaki tenía la desventaja de tener que buscar, y los bajíos de la costa eran escarpados, con muchos bancos de arena que permitían pasar a la Tavi, un barco esbelto y ligero, mientras que la Edrif, de mayor calado, debía mantenerse en aguas más profundas.

La Tavi recogió el viento en sus velas, cortando velozmente el agua con su casco. A estribor se alzaba una gran columna rocosa recortándose contra el cielo nocturno, erosionada por el mar, advertencia de otras rocas en las negras aguas. Las olas lamieron sonoramente el arrecife, pero el barco lo evitó, esquivando otro a la izquierda por un margen igualmente escaso.

Eran aguas conocidas por Kta. La tripulación estaba en los bancos, preparada pero sin estar asustada por la proximidad de las paredes del canal por el que navegaban.

—Baja —le dijo Kta a Kurt—. Llevas demasiado tiempo en pie. No quiero tener que sacarte del mar una segunda vez. Apártate de la borda.

—¿No hay peligro?

—Hay un paso recto por entre estas rocas y el viento nos arrastra perfectamente por su centro. El cielo nos ayuda. Aquí sólo conseguirás salpicarte de agua. Lun, lleva a este hombre abajo antes de que perezca.

La cabina estaba próxima y caldeaba, y había luz en ella, bien resguardada de una visión del exterior. El viejo marino le guió hasta el catre e hizo que se tumbara. El balanceo de la nave le desorientaba de una forma que no había sentido antes en el mar. Cayó al catre, incorporándose sólo cuando Lun le puso un bol de sopa ante los labios. Ni siquiera podía sostenerlo sin temblar. Lun lo sostuvo pacientemente y el calor de la sopa llenó su estómago y se repartió por sus miembros, insuflándole fuerza.

Le pidió a Lun que le pusiera unas toallas detrás de los hombros y le diera un segundo bol. Entonces pudo sentarse parcialmente erecto, con las manos sujetando el humeante cuenco. No tenía especial interés en beberlo, pero quería su calor y el saber que estaba ahí. Tuvo cuidado de no dormirse y derramarlo. De cuando en cuando le daba un sorbo. Lun se sentó en un rincón asintiendo con la cabeza.

La puerta se abrió con una ráfaga de viento frío y Kta entró, se sacudió el agua salada de la capa y se la entregó a Lun.

—Aquí tiene sopa, señor —dijo Lun, preparando y entregándole una taza, y Kta se lo agradeció y se hundió en el catre del lado opuesto de la pequeña cabina. Lun se marchó y cerró la puerta con suavidad.

Kurt miró durante largo tiempo a la pared, sin atreverse a afrontar otro round con Kta. Por fin, éste se movió para beber y respiró soltando un suave suspiro de cansancio.

—¿Estás bien? —le preguntó Kta finalmente. Puso una amabilidad en la pregunta, mucho tiempo ausente en su voz.

—Estoy bien.

—La noche nos favorece. Creo que podremos dejar esta costa antes de que la Edrif se dé cuenta.

—¿Seguimos yendo hacia el norte?

—Sí. Y con a t’Tefur pisándonos los talones.

¿Hay alguna esperanza de poder vencerle?

—Tenemos diez bancos vacíos y nadie de refresco. ¿O es que esperas que mate al resto de mis hombres?

Kurt se encogió, bajó los ojos. Ahora no podría afrontar una discusión. No quería luchar. Miró a otra parte y bebió un sorbo para disimularlo.

—No lo he dicho en tu contra. Kurt, esos hombres lo dejaron todo por mi culpa, dejaron familias y corazones sin esperanzas de retorno. Vinieron a mí en la noche y me suplicaron… ¡me suplicaron!, que les dejara sacarme de Nephane. De otro modo esa noche habría terminado con vida pese a los deseos de mi padre. Han muerto doce de ellos en esta costa. Soy respetable de ellos, Kurt. Mis hombres han muerto y yo estoy vivo. De todos ellos, solomo sobreviví.

—Los salvé todo el tiempo que pude. Hice lo que debía hacer, Kta.

Kta terminó el resto de la sopa como si no hubiera saboreado nada y apartó la taza. Luego guardó silencio, con dientes apretados y labios temblorosos.

—Mi pobre amigo —dijo por fin—. Lo sé. Lo sé. Hubo un momento en que no estuvo seguro. Lo siento. Duérmete.

—¿Sobre qué?

—¿Qué quieres que diga?

—Me gustaría saberlo —repuso Kurt, y apartó el bol y descansó la cabeza sobre las sábanas. La calidez se le había asentado en los huesos, y empezaron los dolores, la fiebre de la piel quemada, la fatiga de los nervios destrozados.

—El yhia me alude —dijo entonces Kta—. Siempre debe haber razones, Kurt. Debí haber muerto yo, pero murieron los otros, los que no estaban en peligro de morir. Mi corazón ha muerto y debí morir con él, pero ellos… Esa es mi rabia, Kurt. No sé por qué.

Si se hubiera tratado de un humano, Kurt lo habría despachado sin más, pero para Kta, el no saber no era algo de escasa importancia. Afectaba a todo en lo que creía. Miró a Kta apiadándose de él.

—Te mezclaste con humanos —dijo Kurt—. Somos un pueblo caótico.

No. Toda la creación obedece a unas pautas. Vivimos por pautas. Y no me gusta la pauta que vislumbro.

—¿Cuál es?

—Muerte sobre muerte, morir a costa de los muertos. Nadie está a salvo excepto los muertos. Pero lo que será de nosotros, aún está en nuestro futuro.

—Estás demasiado cansado. Deja los pensamientos para mañana. Las cosas suelen tener mejor aspecto entonces.

—¿Volverán a estar vivos por la mañana? ¿Indresul hará las paces con mi ciudad y Elas estará intacta en Nephane? No. Mañana seguirán siendo verdad las mismas cosas.

—También las cosas buenas. Duérmete, Kta.

Kta se levantó de repente y fue a encender la luz de oración del pequeño phusa de bronce en un nicho de madera y bronce. La luz de Phan iluminó la esquina con su dorado resplandor y Kta se arrodilló, se sentó sobre los talones y alzó las abiertas manos.

Empezó en voz baja su invocación a los Ancestros, y al poco dejó de oírsele y sus manos descansaron en su regazo. Era una habilidad que Kurt le envidiaba a los nemet religiosos como Kta, como Mim; dejar de sentir dolor físico. La mente se concentraba primero en la luz y luego más allá, buscando lo que ningún hombre había conseguido, pero buscándolo.

La calma que había reinado en Elas llenó la pequeña cabina. Se oía el crujir de los maderos, el rumor del agua rozando el casco, el mar azotando las rocas. La calma pareció llenarlo todo. Kurt descubrió que por fin le era posible cerrar los ojos.

Había dormido un tiempo. Se estiró, despertando de algún sueño olvidado, y vio la luz de oración consumiendo las últimas gotas de su aceite.

Kta no se había movido.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Pensó en Mim, muerta ante el phusa, y en el estado mental de Kta, y saltó de la cama. El rostro y el cuerpo semidesnudo del nemet brillaban por el sudor, aunque no hacía calor en el cuarto. Tenía los ojos cerrados, las manos flojas en el regazo, aunque todos los músculos de su cuerpo parecían estar tensos.

—Kta —llamó Kurt. Interrumpir la meditación no era un asunto nimio para un nemet, pero de todos modos le zarandeó por los hombros.

Kta tembló y suspiró.

—¿Estás bien, Kta?

Kta respiró profundamente. Abrió los ojos.

—Sí —murmuró con voz espesa, intentando moverse y fracasando—. Ayúdame a levantarme, Kurt.

Kurt le levantó, le enderezó sus piernas muertas. Un momento después, el nemet se pasó una mano por los cabellos húmedos de sudor y enderezó los hombros.

No dijo palabra alguna, sólo se tambaleó su catre y cayó en él con ojos cerrados, tan relajado como un niño dormido. Kurt se le quedó mirando con cierta preocupación, y finalmente concluyó que estaba bien. Le cubrió con una sábana, apagó la luz, pero dejó que la luz de oración se apagara sola al consumirse el remanente de aceite. Había oraciones que debían decirse para apagarla y las conocía por habérselas oído decir a Mim, pero sería una hipocresía recitarlas y ofensivo para Kta el omitirlas.

Buscó el refugio de su propia cama y permaneció despierto mirando la cara del nemet en la semioscuridad, recordando la invocación que Kta había hecho a los Guardianes de Elas, esos misteriosos, y ahora furiosos, espíritus que protegían la casa. No creía en ellos, pero sentía la atmósfera cargada cuando se les invocaba, y se preguntó con qué había estado en contacto el consciente o el subconsciente de Kta.

Recordó los computadores oraculares del mando central de la Alianza que analizaban, predecían, hacían política, progetizaban en suma, y se preguntó si esas máquinas y el nemet no percibirían alguna razón mas allá de lo racional, si las máquinas construidas por el hombre funcionaban porque los nemet tenían razón, porque había una pauta y los nemet se acercaban a su conocimiento.

Miró al rostro de Kta, pacífico y tranquilo, y sintió un terror irracional hacia él y sus ultrajados Ancestros, como si aquello que velara por Elas aún viviera y aún fuera poderoso, más allá del control de los hombres.

Pero Kta dormía con la cara de la inocencia.

Kurt se preparó cuando Lun vació sobre él un cubo de agua de mar, fría, con sal que quemó sus heridas, pero alivió su alma. Volvía a estar limpio, afeitado, civilizado. El hombre le entregó una sábana y Kurt se envolvió en ella agradecido, sin preocuparse de si su rugosa textura le tocaba la castigada piel. Kta, recostado contra la barandilla, le miró con piedad en los ojos; su piel bronceada era capaz de absorber sin daño aparente los ardientes rayos de Phan, y hasta las heridas sufridas a manos de los tamurlin parecían desaparecer en su complexión y su pelo negro se secaba al viento para caer a su posición acostumbrada, mientras que el de Kurt, más ligero y aclarado por el sol, estaba totalmente revuelto. Kta parecía un dios que no había padecido daño alguno y se renovaba con la luz matutina, como una serpiente que acabase de mudar de piel.

—Parece muy delicada —dijo Kta, frunciendo el ceño ante la quemadura que sangraba en las rodillas y muñecas y tobillos de Kurt—. Un poco de aceite vendrá bien.

—Ahora me pondré un poco.

Cogió su ropa y se vistió, hiriéndose la piel enferma. Ese día sólo vestiría el ctan. Bastaba cuando no había mujeres presentes.

—¿Cuánto tiempo nos llevará llegar a las Islas? —preguntó Kurt a Kta, pues era el destino que había marcado.

Kta se encogió de hombros.

—Un día, si gozamos de favor del cielo y de las damas de los vientos. Hay otros peligros en estas aguas además de la Edrif; Indresul tiene una colonia al oeste, Sidur Mel, que dispone de toda una flota. No quiero arriesgarme a ese peligro. Y una vez lleguemos a las Islas, no hay que olvidar que la gran colonia de Smethisan está dominada por la casa de Lur, rivales comerciales de Elas, y no confía en ellos. Pero la isla de Acturi está gobernada por amigos de la casa. Espero fondear allí.

La tela chasqueó encima de ellos y Kta miró a la vela, haciendo una seña a Val. La tripulación de la Tavi se apresuró a entrar en acción.

—Puede que las damas grises no nos favorezcan durante mucho tiempo dijo Kta, refiriéndose a los espíritus del cielo. —Los marineros deberían hablar con respeto del cielo y no tomar nada por garantizado.

—¿Un cambio en el tiempo?

—A peor. —Kta tenía una mirada preocupada, indicando un tono grisáceo en el cielo del norte—. Había esperado llegar a las Islas antes de esto. Los vientos primaverales son inseguros, y éste sopla desde los hielos de Yvorst ome. Puede que lo sintamos en nosotros antes de que concluya el día.

A media mañana, la vela se deshinchaba e hinchaba por turnos; las damas etéreas de Kta parecían haberse vuelto holgazanas. A mediodía, la nave se había quedado casi inmóvil, casi sin viento para agitar su vela. La tela chasqueó. Val bramó órdenes a la tripulación del puente, mientras Kta permanecía cerca del bauprés y miraba huraño al banco de nubes que se aproximaba a ellos.

—Será mejor buscar ropa de abrigo —dijo—. Cuando cambie el viento lo notaremos en los huesos.

Las nubes adquirieron un aspecto ominoso ahora que estaban más cerca. Cubrían los cielos como un velo negro.

—Nos hará retroceder —observó Kurt.

—Ganaremos toda la distancia que podamos y lucharemos para mantener nuestra posición. Careces de experiencia en esto; no has visto tormentas como las que traen los vientos del norte. No debes estar sobre el puente cuando empiece.

Por la tarde, el cielo del noroeste estaba casi completamente negro, con intermitentes fogonazos relámpagos, y el viento soplaba poco a poco, inseguro por aquí o por allí.

Kta lo miró y juró con ganas.

—Parece que nos la envían los demonios de la vieja Chteftikan. Sufak está a sotavento, con sus escondidos arrecifes. El único consuelo es que Shan t’Tefur está cerca de ellos y que si nos desviamos hacia allá, él se hundirá antes que nosotros. ¡Hya, hombre! ¡Tkel! Asegura eso con fuerza. ¿Quieres ponerte a trepar en la tormenta? Te mandaré entonces que lo hagas.

Tkel sonrió, hizo un testo para dejar clara su comprensión y afianzó la cuerda que agarraba, pues la Tavi empezaba a experimentar mar gruesa.

—Kurt, ve con cuidado. Este puente se verá pronto inundado, y una ola podría arrojarte por la borda.

—¿Cómo pueden mantenerse tus hombres en pie?

—No se mueven sin necesidad. Tú no eres marinero, amigo mío. Me gustaría que bajaras. No quiero que esta noche entretengas a las hijas de ojos verdes de Kalyt. No sé lo que opinan de los humanos.

Kurt conocía la leyenda. Los marineros ahogados eran retenidos en los dominios de Kalyt, el padre del mar, hasta que los ritos adecuados liberasen sus almas de los lujuriosos espíritus marinos y fueran enviadas a sus corazones ancestrales.

Aceptó la advertencia de Kta, pero era un consejo, no una orden, y no tenía ganas de bajar. Caminó hacia proa y, de repente, un gran balanceo le hizo perder el equilibrio. Se encogió al mástil a tiempo de no verse arrojado de cabeza al foso de los remeros. Ya bastante humillados, procuró no volver la cabeza para mirar a Kta. Recuperó el equilibrio y caminó con cuidado hacia el promontorio que formaba la cabina, refugiándose en su pared.

Pronto fue difícil mantener al barco en su rumbo contra las aguas. Su quilla se alzó sobre las olas y el puente se hundió de forma alarmante a medida que las recorría. El cielo cedía a un crespúsculo prematuro sobre sus cabezas y el viento llevó el olor a lluvia.

Una enorme ráfaga de viento asoló el mar y golpeó la nave. La rociada golpeó, la proa cuando las aguas rompieron sobre su espolón de bronce. Kurt se secó la picante agua de mar de los ojos, a medida que el mar y el cielo temblaban enloquecidos. Se mantuvo aferrado a la cuerda de seguridad. La Tavi se convirtió en una frágil concha de madera reducida a proporciones en miniatura contra las olas que aquella misma mañana fluían plácidamente bajo su proa.

La madera y los aparejos gimieron como si el bajel se esforzase en mantenerse entero, y un torrente de agua estuvo a punto de arrojar a Kurt al suelo. La lluvia y el agua salada se mezclaban en una continua y cegadora neblina. Los relámpagos brillaban en el cielo ensombrecido y el trueno retumbaba justo a continuación, y Kurt se encogió contra la pared de la cabina, esperando constantemente que la nave no saliese a la superficie en la siguiente bajada o con el romper de las olas contra el puente. El trueno rugía sobre sus cabezas, los relámpagos parecían estar lo bastante cerca como para abatir el mástil. Ya tenía el corazón en la garganta y se limitaba a cerrar los ojos a cada tronar y esperar la muerte. Había estado en combate una docena de veces y la furia de este pequeño mar rodeado de tierra era más impresionante. Siguió agarrado, medio ahogado y tembló ante el aullante viento y los espíritus marinos de ojos verdes parecían reales y amenazadoramente malévolos, y los abismos y mortales se alternaban con el cielo al otro lado de la barandilla. Casi podía oírles cantar en el viento.

Pasó un tiempo sin medida antes de que cesara la lluvia, pero por fin las nubes se abrieron y los vientos se calmaron. A estribor había aparecido tierra entre el velo de la lluvia, la tierra que tanto querían dejar atrás. Una borrosa línea gris, los cortantes arrecifes y costas de Sufak. Kta entregó el timón a Takel y miró al este, enjugándose la lluvia de la cara; el agua chorreaba por sus cabellos.

—¿Cuánto hemos perdido? —pregunto Kurt.

Kta se encogió de hombres.

Considerable. Considerable. Debemos navegar con el viento en contra, al menos de momento. La primavera es una lucha continua entre los vientos del norte y los del sur, y el sur siempre acaba ganando, es una cuestión de tiempo y del favor de los cielos.

—El favor de los cielos podía habernos evitado esta tormenta.

Los miembros helados y el cansancio le hacían ser más ácido de lo normal, pero Kta estaba bien acorazado aquel día; se limitó a desentenderse del cinismo humano.

—¿Cómo podemos saberlo? Quizá íbamos hacia algún problema y el viento nos devolvió a terreno seguro. Puede que la tormenta no tuviera nada que ver con nosotros. Un hombre no debe ser demasiado engreído.

Kurt le dedicó una mirada un tanto peculiar y tuvo que agarrarse para no perder el equilibrio cuando el reflujo del mar volvió a levantar y bajar a la Tavi. Incluso entonces le alegró descubrir a Kta rostro serio reírse abiertamente de él. Así había sido en Elas, en las conversaciones que mantenían por la tarde, bromeando sobre sus diferencias. Era bueno saber que todavía eran capaces de hacerlo.

¡Hya! —gritó Val—. ¡Mi señor Kta! ¡Nave a popa!

Allí estaba, en medio del velo gris: un minúsculo objeto que no pertenecía ni al mar ni a la costa. Kta profirió un juramento.

—¡Van a alcanzarnos, mi señor!

—Eso es seguro —dijo Kta, y luego levantó la voz para dirigirse a la tripulación—. Compañeros, tenemos a popa la Edrif. Nos espera una dura lucha. Armaos y comprobad vuestro equipo; puede que luego no tengamos tiempo. Kurt, amigo mío… Cuando estén más próximos, como temo que llegarán a estarlo, mantente a cubierto. Los sufaki son arqueros consumados. Si nos atacan con el espolón, salta y trata de encontrar un trozo de madera al que agarrarte. Emplea espada o hacha, lo que quieras, pero no quiero abordarles ni que me aborden si puedo evitarlo. Por mucho que queramos a Shan t’Tefur, es preferible no arriesgarse.

El espacio que les separaba se acortaba. La cercana visión confirmó que la nave era la Edrif, una goleta de sesenta remos, y la Tavi, aunque de diseño más nuevo y veloz, tenía vacante los puestos de diez de sus cincuenta remeros. En este momento sólo remaban veinte.

—El —dijo Kta a los hombres de los fosos de remeros a ambos lados; y los otros también se sentaron y se prepararon para empezar y seis de los hombres de la tripulación ocuparon puestos vacantes para ayudar al barco a acercarse a su velocidad normal—. El, mantened el ritmo, remeros, seguid así, y escuchadme. La Edrif nos da caza y tendremos que empezar a movernos. Que ninguno de nosotros titubee o cometa un error. No tenemos margen para ello ni alivio en lontananza. Debe salvarnos la habilidad, la habilidad, la disciplina y la experiencia; ningún barco sufaki puede superarnos en esto. Y ahora, que se prepare el resto de los remeros. Los que ya bogáis, deteneos.

La cadencia se detuvo un momento, los veinte remos que estaban en funcionamiento se alzaron crujiendo y goteando hasta que los otros veintiséis se colocaron y estuvieron preparados. Kta en persona dirigió la cuenta, de ritmo moderado. La Edrif ganaba terreno con seguridad, con sus sesenta remos golpeando las aguas. Ya se veían figuras sobre su puente.

Kurt bajó para coger una espada de una panoplia en la armería, y tras pensárselo un momento la cambió por un hacha corta, diseñada para cuerdas y maderas y no para combate. No consideraba que sus lecciones con Kta le hubieran hecho de él un espadachín igual a un nemet que hubiese manejado toda la vida el ypan y no confiaba en que todos los sufaki prefirieran el manejo de arco y el cuchillo al del y pan.

Se demoró lo bastante como para vestirse también, poniéndose un pel debajo de la ctan y un cinturón, pues el viento era cortante y la perspectiva de estar casi desnudo en la lucha no le atría en lo más mínimo.

Cuando volvió al puente. Tras un espacio de tiempo tan breve, la Edrif se había acercado tanto que su mascarón de proa se veía claramente por encima de las aguas que bullían bajo su espolón forrado de metal. Un oficial vistiendo túnica a rayas estaba junto a los arqueros, gritando órdenes que se llevaba el viento.

—Preparados para dar una vuelta completa —le gritó Kta a su tripulación—. Un giro rápido, alto a los remeros de estribor. ¡Girad! ¡Con fuerza! ¡C on fuerza!

La Tavi cambió de rumbo con tal rapidez que hizo crujir sus maderos y remos, y exponiendo las tres cuartas partes del casco a merced del viento; y Kta ya le gritaba nuevas órdenes a Pan.

La oscura vela azul con el emblema de combate de Elas se alzó desde la verga y se hinchó, mientras la tripulación terminaba de izar la vela. La Tavi cobró vida en el agua, lanzándose súbitamente contra la Edrif con toda la fuerza del viento y sus cuarenta y seis remos.

En la otra cubierta estalló una frenética actividad. La Edrif empezó a girar, mostrando por un momento todo su costado, continuando hasta casi dar la vuelta. Se desplegó su oscura vela verde, pero no pudo girar con la grácil rapidez de la nave que perseguía, y su tripulación titubeó, tomada por sorpresa. La Tavi tenía el viento en sus velas, robándoselo a las de ellos.

—¡Remos de babor! —rugió sobre el tronar de los remos—. ¡Quietos los remos de babor! ¡\Hya, Val!

—¡Sí, señor! ¡Comprendido, mi señor! —gritó Val.

Un grito de pánico les llegó desde la Edrif a medida que la Tavi se les echaba encima, y Kta gritó a los bancos de babor a medida que se acercaban al punto de colisión. Los dos bancos de la Tavi alzaron los remos, y los hombres de babor recogían los remos con frenético apresuramiento, mientras los remeros de estribor los mantenían en posición alzada.

Con el último embate de viento y la velocidad acumulada, la Tavi arañó el costado de la Edrif, y los remos de estribor del navío sufaki se hicieron astillas al tiempo que de sus fosos surgían gritos de dolor y pánico. Los remeros dejaban sus puestos y huyeron para salvar la vida mientras sus oficiales les insultaban en vano.

—¡Recoged velas! —gritó Kta, y la vela azul de la Tavi empezó a deshincharse. Pronto perdió la fuerza del viento y bajó por el impulso.

—¡Timón! —gritó Kta-Remos de estribor al agua, y ¡Bogad!

La Tavi ya empezaba a desplazarse bajo el control de su timón, y el golpear unilateral de sus remos volvió a dejarse oír, junto con el crujir de las maderas. Se oyó un chasquido semejante a un disparo y un grito; uno de los largos remos se rompió bajo la tensión y golpeó a un hombre haciendo que sangrara y precipitándole contra el banco de atrás. El hombre que lo ocupaba se apartó para dejarle caer, pero mantuvo el ritmo, y uno de la tripulación corrió a ayudarle, sacándole del foso. Las flechas sisearon clavándose en el puente; arqueros sufakis.

—¡Remos de babor! —gritó Kta, pero los hombres, bien entrenados, ya habían sacado los remos y estaban preparados—. ¡Al agua! ¡Y remad!

Cuarenta y cinco remos golpearon el agua al unísono, los músculos se contrajeron bajo relucientes espaldas y remaban, y remaban, y remaban, y la Edrif se quedó a popa, indefensa, con la mitad de sus remeros destrozados y el puente cubierto de hombres heridos por astillas. Las flechas se quedaban ahora cortas, impotentes. La respiración de los hombres de la Tavi se oía fuerte y continuada, como el viento en las velas de la nave, como si tripulación y barco navegaran como una sola entidad viviente al dirigirse hacia el norte, ensanchando la distancia que les separaba de su rival.

—Primera tanda —gritó Kta—. ¡Remos arriba!

Con un solo entrechocar de maderos, se recogieron los remos y se mantuvieron en alto, goteando, sólo ligeramente elevados sobre la superficie de las aguas y apoyados en los jadeantes cuerpos de los remeros.

—Subid remos y recogedlos. Segunda tanda. Preparada para el nuevo ritmo. Este es el ritmo… ahora… dos… tres…

Asumieron el ritmo más calmado, y Kta dejó escapar un gran suspiro y miró a sus hombres. La primera tanda seguía recostada sobre los remos de madera, jadeando por el esfuerzo de respirar. Algunos tosieron roncamente, tanteando con manos torpes en busca de las abandonadas capas para cubrirse los agotados hombros.

—Bien hecho, amigos míos —dijo Kta—. Muy bien hecho.

Lun y otros muchos alzaron una mano e hicieron un saludo sin palabras, sin aliento para hablar.

Hya, Pan… hombres. Ha sido un buen trabajo, de los mejores que he visto. Coged mantas para los hombres de los fosos. También un poco de agua, Kurt, ayuda aquí, ¿quieres?

Kurt se movió, contento de poder hacer algo útil, y cogió un pellejo de agua antes de bajar al foso. Dos de los hombres estaban vencidos por el agotamiento y tuvieron que ser levantados y tumbados en el puente junto al hombre herido en el vientre por su remo astillado. Resultó ser una fea herida, pero no había atravesado la cavidad del viente. El hombre juraba que al día siguiente estaría listo para trabajar, pero Kta ordenó otra cosa.

La Edrif quedaba ahora muy a popa, una mera mota en el horizonte que no se atrevía a perseguirles. Val le entregó el timón a Pan y caminó para unirse a Kta y Kurt.

—El casco ha aguantado bien —informó Val—. Chai acaba de comprobarlo. Pero la Edrif tardará un poco más en repararse.

—Shan t’Tefur ya nos guardaba mucho odio —dijo Kta—, no aminorará con esta humillación. Nos seguirá en cuanto pueda curarse las heridas y conseguir nuevos remos.

—Su puente era un caos —dijo Val con satisfacción—. Lo vi claramente. Shan t’Tefur tendrá motivos para perseguiros, pero puede que los marinos sufakis decidan que ya han tenido bastante. Saben que podríamos haberles hundido de haber querido.

—El pensamiento debe habérseles ocurrido, pero dudo que nos haga merecedor de su gratitud. Ganaremos todo el tiempo que podamos. —Examinó los fosos—. No he remado desde hace años, pero no me hará ningún daño. Y tú, amigo Kurt, deberías recibir cuidados tras lo que has pasado, pero te necesitamos.

Kurt se encogió de hombros alegremente.

—Aprenderé.

—Ve a vendarte las manos —dijo Kta—. Te queda poca piel y vas a perder la que aún conservas.