VIII

La nave que volvía de Indresul entró en el puerto estando ya avanzada la tarde del día previsto de llegada. Era una virreme con una vela roja, el emblema internacional de una nave que reclama inmunidad ante un ataque, le explicó Kta a Kurt mientras esperaban en el puerto. Sería una blasfemia contra los dioses atacar un barco que llevara tal color o reclamar esa inmunidad sin una causa justificada.

La multitud de nephanitas guardó un silencio ominoso cuando el embajador dejó el barco y bajó a tierra. Con una actitud muy nemet, la gente no estalló en gritos de odio, sino que se apartó creando un camino para que pasara la escolta del embajador, dejando así bien claro que no era bien recibido en Nephane.

Mor t’Uset ul Orm, de cabellos blancos y rostro huraño, subió a pie la colina hasta llegar a la altura del Afen, y no prestó atención a los insultos en voz baja que se proferían a su espalda.

—La casa de Uset, la de este lado del Mar Divisor, no abrirá hoy sus puertas —dijo Kta, a medida que avanzaban colina arriba por entre la multitud—. Tampoco acudirán hoy al Upei por esa misma vergüenza.

¿Vergüenza por Mor t’Uset por el pueblo de Nephene?

Por ambos. Es algo terrible que haya una casa dividida. Los Guardianes de Uset a ambos lados del mar están en conflicto. El, el, tener que luchar con los tamurlin ya es bastante triste de por sí; mucho peor es que dos razas guerreen entre sí por esta tierra, pero cuando uno piensa en guerrear contra la propia familia, donde se comparten Ancestros y dioses, y cuyo corazón una vez ardió con el mismo fuego… al, que el cielo nos guarde de semejante día.

—No creo que Djan lleve esta ciudad a la guerra. Conoce muy bien las consecuencias.

—Ningún bando la quiere —dijo Kta—, y los indras de Nephane menos que nadie. Nuestra disputa con…

Kta guardó silencio cuando llegaron al lugar donde la calle desembocaba en el pórtico de la muralla defensiva. Un hombre llegaba a la puerta en dirección contraria y se detuvo a mirarles. Era alto, fuerte, vestía la trenza y la túnica a rayas que no era extraña a los barrios bajos ni entre la guardia de la Methi.

Kurt le reconoció al momento. Shan t’Tefur. El odio parecía residir permanentemente en los rasgados ojos de t’Tefur. El corazón de Kurt aceleró su latir por un momento y sus músculos se tensaron, pues t’Tefur se había detenido ante la puerta y parecía dispuesto a bloquearles el camino.

Kta se pegó a Kurt, le cogió del brazo por debajo de los pliegues del ctan y le empujó a través del pórtico, dejando bien claro que no se detendría.

—Ese hombre —dijo Kurt, resistiendo las ganas de mirar atrás, pues la mano de Kta continuaba sujetándole, advirtiéndole—. Ese hombre es del Afen.

—No te detengas —dijo Kta.

No se detuvieron hasta llegar a la calle principal, esa zona próxima al Afen perteneciente a las casas de las Familias grandes e irregulares, entre las que destacaba Elas como la más prominente. Kta pereció calmarse aquí y aminoró el paso a medida que se acercaban a Elas.

—Ese hombre —dijo Kurt, entonces—. Le conocía cuando me llevaron al Afen. Me condujo a las habitaciones de la Methi. Se llama t’Tefur.

—Conozco su nombre.

—No parecen gustarle los humanos.

—Dudo que sea eso. Es algo de tipo personal. No siente afecto por ninguno de nosotros. Es sufaki.

—Lo he notado. Entonces, ¿las túnicas y la trenza no son el uniforme de la guardia de la Methi?

—No. Es sufaki.

—Osanef… es sufaki. Han t’Osanef y Bel no llevan…

—No. Osanef es sufaki, pero el jafikn el pelo largo trenzado, es una antigua costumbre: la trenza del guerrero. Nadie se la hacía desde la Conquista. Los sufaki lo tenían prohibido. Los espíritus rebeldes han resucitado la costumbre en años recientes, junto con las Ras de Color que diferencian a sus casas. Sobrevivieron tres casas sufakis de la antigua aristocracia, y t’Tefur pertenece a una de ellas. Es un hombre peligroso. Se llaman Shan t’Tefur u Tlekefu Shan Tefur, que es como prefiere ser llamado. Es el peor enemigo de Elas, y también tuyo, y no sólo por culpa de Elas.

—¿Porque soy humano? Pero creía que los sufaki no tenían un odio especial a… —Y se le ocurrió, al tiempo que se sonrojaba.

—Sí. Es amante de la Methi desde hace muchos meses.

¿Qué dicen vuestras costumbres que debo hacer al respecto?

—La costumbre sufaki dice que él tiene que obligarte a luchar con él. Algo que no debes hacer. En absoluto.

—Kta, puedo estar indefenso en muchos aspectos de los nemet, pero si quiere provocar una lucha… eso es algo que puedo entender. ¿Te refieres a una simple pelea, o a una pelea a muerte? No tengo deseos de matarle por ella, pero no pienso…

—Escúchame. Atiende a lo que voy a decirte. Debes evitar una pelea con él. No cuestiono tu valor o tu habilidad. Te lo pido por el bien de Elas. Shan t’Tefur es peligroso.

—¿Crees que permitiré que me maten? ¿Es peligroso en ese sentido o lo es en algún otro?

—Tiene influencia entre los sufaki. Busca más poder del que puede otorgarle la Methi. Has hecho que pierda honor y has amenazado su posición. Resides en Elas, y descendemos de Indras. Hasta ahora, y aunque me haya nombrado su intérprete, la Methi se ha sentido predispuesta hacia los sufaki. Está rodeada por sufakis, amigos de Shan t’Tefur, y ha obtenido mucho poder gracias a ellos, tanto que ha preocupado a las Grandes Familias. Y ahora, de pronto, Shan t’Tefur ha descubierto que pisa terreno inseguro.

Caminaron un momento en silencio. Pensamientos cada vez más amargos y vergonzosos les hacían compañía. Kurt miró al nemet.

—Impediste que me ahogara. Salvaste mi vida. Me diste todo lo que tengo, con permiso de Djan. Fuiste a ella e intercediste por mí, y de no ser por eso yo estaría… no estaría ahora caminando libremente por las calles. Así que no malinterpretes lo que quiero decir, pero dijiste que todo el mundo supo que me relacionaría con la Methi desde el momento en que llegué a Nephane. ¿Me utilizaste para esto? ¿Me condujiste a ella, como un arma de Indras contra Shan t’Tefur?

Y Kta no contestó al momento, para su pesar.

—¿Entonces es verdad? —preguntó Kurt.

—Kurt, te has casado en mi casa.

—¿Es cierto? —insistió.

—No sé cómo entiende las cosas un humano —protestó Kta—. O bien me atribuyes motivos que nunca tendría un nemet, o no piensas lo que sería obvio para un nemet. Dioses, Kurt…

—Contéstame.

—Cuando te vi por primera vez, pensé: Es de la especie de la Methi. ¿No era muy obvio? ¿Hay alguna ofensa en esto? Y pensé: Debe tratársele con amabilidad, ya que es alguien de buen talante, y algún día puede llegar a ser más de lo que parece. Y entonces tuve un pensamiento indigno: Sería beneficioso para tu casa, Kta t’Elas. Y no hay ofensa en ello. En aquel momento sólo eras un humano para mí; y eso no compromete moralmente a un nemet. Te ofendo. Te causo dolor. Pero así fue. Ahora pienso de otra manera. Estoy avergonzado.

—Así que Elas me acogió… para utilizarme.

—No —dijo Kta rápidamente—. Nunca habríamos abierto…

Sus palabras murieron al ver que Kurt seguía mirándole.

—Adelante —dijo Kurt—. ¿O lo he entendido ya?

Kta le miró directamente a los ojos, señal de contricción en un nemet.

—Elas es sagrado para nosotros. Te debo una verdad. Nunca te habríamos abierto las puertas, ni a nadie. Muy bien, lo diré: es impensable que yo expusiera mi corazón a la influencia humana, por muchas ventajas que hubiéramos podido esperar de la Methi. Nuestra hospitalidad es sagrada, y no se pone a la venta por un favor. Pero cometí un error en mi apresuramiento por ganarme tu favor, te di mi palabra, y la palabra de Elas también es sagrada. Así que te acepté. Deja que nuestra amistad sobreviva a esta verdad, amigo mío: cuando las otras Familias reprocharon a Elas que acogieran a un humano en el rhmei, argumentamos que era preferible que el humano estuviera en una casa de Indras a que fuera enviado a una de Sufak, pues la influencia sufaki ya era peligrosamente poderosa. Y creo que Djan-methi también tuvo en cuenta otra cosa al recibirme, que tu vida estaría en constante peligro en una casa Sufak. Esto era debido al honor de Shan t’Tefur, aunque sea algo que no me atrevo a decir con palabras. Así que te envió a Elas. Creo que temía la reacción de t’Tefur hasta en el caso de que te quedaras en el Afen.

—Comprendo —dijo Kurt, porque resultaba adecuado decir algo. Las palabras le dolían. No confiaba en poder decir mucho.

—Elas te ama y te honra —dijo Kta, y bajó la mirada cuando Kurt no le respondió y, con lo que pareció requerir mucha reflexión, extendió cuidadosamente la mano para coger la suya, tocándole como Mim, con la suavidad de una pluma. Era un gesto antinatural para el nemet; estaba copiado, estudiado, ofrecido ahora en la vida pública como un acto de desesperación.

Kurt se detuvo, y apretó los dientes contra las lágrimas que amenazaban brotar por sus ojos.

—Evita a t’Tefur —suplicó Kta—. Si el amigo de la casa de Elas mata al heredero de Tefur, o si él te mata a ti, las muertes no se pararán ahí. Te provocará si puede. Sé sabio. No le dejes hacerlo.

—Lo comprendo. Ya te lo he dicho.

Kta miró al suelo, abocetó una reverencia. Dejó caer su mano. Continuaron caminando, acercándose a Elas.

—¿Tengo un alma? —preguntó Kurt de pronto, y le miró.

El rostro del nemet mostraba sorpresa, miedo.

¿Tengo un alma? —volvió a preguntar Kurt.

—Sí —dijo Kta, pareciendo que le resultaba difícil hacerlo.

Kurt pensó que había sido una admisión que le había costado a Kta algo de su paz mental.

* * *

El Upei, el consejo, se reunió aquel día en el Afen, suspendiéndose al ponerse el sol, tal como indicaba la ley, para volver a reunirse cuando amaneciera.

Nym volvió a casa con el crepúsculo, y en la misma puerta saludó a dama Ptas y a Hef. Cuando llegó al rhmei, dónde había luz, el senador parecía exhausto, totalmente agotado. Aimu se apresuró en traer agua para el lavoratorio, mientras Ptas preparaba el té.

No se habló de nada importante durante la comida. Asuntos como los que tenía Nym en mente se reservaban para el té que se tomaría a continuación. En vez de tocar el tema, Nym preguntó cortésmente por los preparativos para la boda de Mim, y la de Aimu, pues las dos se pasaban los días bordando, planeando y discutiendo las inminentes bodas, manteniendo la casa alborotada con su feliz excitación y ocasionales lágrimas, y Aimu bajó la mirada con un gesto encantador y dijo que casi había completado su ajuar y que estaban trabajando juntas en el de Mim, pues, creía Aimu, que su amado humano no elegiría el largo compromiso formal que ella había decidido con Bel.

—Me encontré con nuestro amigo el anciano t’Osanef —dijo Nym en respuesta a esto—, y no es muy improbable, pequeña Aimu, que adelantemos la fecha de vuestra boda.

—El —murmuró Aimu, con ojos abiertos por la sorpresa—. ¿En cuánto, honrado Padre?

—Puede que dentro del siguiente mes.

—¿Hay tanta prisa, amado esposo? —exclamó Ptas con desmayo.

—Ahí habla una madre —dijo Nym con ternura—. Aimu, hija, puedes preparar con Mim otro poco de té. Y luego continuar con tu labor. Tenemos asuntos que resolver.

—¿Debo…? —preguntó Kurt, ofreciéndose a salir.

—No, no, invitado nuestro. Sentaos con nosotros, por favor. Este asunto concierne a la casa, y pronto seréis de los nuestros.

Se trajo el té y se sirvió con toda formalidad. Luego se retiraron Mim y Aimu, dejando a los hombres de la casa y a Ptas. Nym tomó un sorbo y miró a su esposa.

—¿Tienes alguna pregunta, Ptas?

—¿Quién ha pedido que se adelante la fecha? ¿Osanef? ¿O fuiste tú?

—Ptas, me temo que entraremos en guerra. —Y continuó hablando en el tenso silencio que había provocado esta palabra—. Si queremos este matrimonio deberemos apresurarnos todo lo que nos permita la decencia. Una boda entre sufakis e indras puede salvar la división existente entre las Familias y los hijos del Este. Esa es nuestra esperanza, pero debe ser cuanto antes.

La dama de Elas derramó unas lágrimas en silencio y las enjugó con el borde de su chal.

—¿Qué van a hacer? No está bien, Nym, no está bien que lleven consigo semejante carga.

¿Qué harías tú? ¿Romper el compromiso? Eso es imposible. Nos correspondería a nosotros el pedirlo. No. Y si el matrimonio ha de celebrarse, debe ser cuanto antes. Con la amenaza de guerra, Bel querrá dejar un hijo para salvaguardar el nombre de Osanef. Es el último de su estirpe. Como tú, Kta, hijo mío. Supero los sesenta años de edad, y hoy me he dado cuenta de que no soy inmortal. Hace ya años que debiste poner a mis pies a un nieto.

—Sí, señor —dijo Kta en silencio.

—No puedes llorar eternamente a los muertos, me gustaría que hicieras alguna elección, y así sabría cómo complacerte. Si hay alguna joven de las Familias que haya tocado tu corazón…

Kta se encogió de hombros y miró al suelo.

—Quizá las hijas de Rasim o de Irain… —sugirió su padre amablemente.

—Tai t’Isulan —dijo Kta.

—Una chica encantadora —dijo Ptas—, y será una dama ideal.

Kta volvió a encogerse de hombros.

—Aún es una niña, pero al menos la conozco, y no creo resultarle desagradable.

—Tiene… ¿cuántos?, ¿diecisiete? —preguntó Nym, y cuando Kta lo ratificó—: Isulan es una casa muy piadosa. Pensaré en ello y puede que hable con Ban t’Isulan si no has cambiado de idea dentro de unos días. Hijo mío, lamento tener que cargarte tan repentinamente con este asunto, pero eres mi único hijo, y vivimos tiempos apresurados. Ptas, escancia un poco de telise.

Ella lo hizo así. Los primeros sorbos se bebieron en silencio. Era lo adecuado. Luego Nym suspiró con suavidad.

—El hogar es maravilloso, esposa. Ojalá pudiéramos estar siempre como en esta noche.

—Que así sea —repitió respetuosamente Ptas, y Kta hizo lo mismo.

—El asunto del consejo —dijo Ptas—. ¿Qué se ha decidido?

Nym frunció el ceño y miró al vacío.

—T’Uset no ha venido para traeros la paz, sólo más exigencias de la Methi Ylith. Djan-methi no estuvo hoy en el Upei; no parecía oportuno. Y sospecho que…

Su mirada se desplazó hasta detenerse en Kurt, meditando, y el rostro de Kurt enrojeció. El se recogió para marcharse, pero Nym se lo prohibió con un gesto de la mano y volvió a sentarse, haciendo una reverencia y sin mirar a los ojos de Nym.

—Nuestras palabras pueden ofenderte —dijo Nym—. Espero que no.

—He aprendido que mi pueblo se ha hecho merecedor de pocas bienvenidas.

—Amigo de mi hijo —dijo Nym con gentileza—, tu sabia y pacífica actitud es un adorno para esta casa. No te afrontaré repitiendo las palabras de t’Uset. Se probó imposible razonar con él; los indras de la ciudad madre odian a los humanos, y no negociarán con Djan-methi. Y ése no es el último de nuestros problemas. —Sus ojos buscaron a Ptas—. T’Tefur ya había provocado una amarga discusión incluso antes de que t’Uset se hubiera sentado, exigiendo que no se le permitiera estar presente durante la Invocación.

—Luz del cielo —murmuró Ptas—. ¿Y lo oyó t’Uset?

—Estaba en la puerta.

—Hoy nos cruzamos con el joven t’Tefur —dijo Kta—. No se pronunció palabra, pero su actitud era provocativa y deliberada, dirigida contra Kurt.

—¿Es así? —dijo Nym, preocupado, y mirando a Kurt, añadió: - No caigas en sus manos. No te pongas donde puedas ser una causa, amigo nuestro.

—Estoy advertido —dijo Kurt.

—Hoy, en el Upei, hubo palabras entre la casa de Tefur y la casa de Elas, y debemos estar en guardia. T’Tefur blasfemó al negar la invocación, y yo le contesté como correspondía a su comportamiento. El me acusó de traición, que cuando oramos en privado seguimos haciéndolo en nombre de Indresul la resplandeciente. Esto se dijo y t’Uset lo oyó.

—Y por esto tendremos que soportar que nos maldigan en el fuego —corazón de Elas-en-Indresul, y que nuestro nombre se pronuncie de forma infamante en el Altar del Hombre.

—Madre —dijo Kta, haciendo una reverencia hasta tocar el suelo—. No todos los sufaki piensan así. Bel nunca sentiría así. Nunca.

—Los partidarios de t’Tefur deben ir en aumento —dijo Ptas—. De no ser así no se atrevería a levantarse en el Upei y decir algo semejante.

Kurt miró a uno y a otro intrigado. Fue Nym quien se tomó la molestia de explicárselo.

—Somos indras. Hace mil años, Nay-methi de Indresul estableció colonias cerca de las Islas, al sur de esta costa, poniendo luego los cimientos de Nephane como fortaleza para guardar las costas de los piratas sufaki. Destruyó Chteftikan, capital del reino sufaki, y los colonos de Indras administraron las nuevas provincias desde esta ciudadela. Gobernamos sobre los sufaki la mayoría de este tiempo, pero la aparición de los humanos cortó los lazos que nos unían a Indresul, y cuando salimos de esos años oscuros, abolimos las leyes que atacaban a los sufaki, aceptándolos en el Upei. Pero a t’Tefur no le basta. Hay una gran amargura en todo esto.

—Es una cuestión religiosa —dijo Ptas—. Los sufaki tienen muchos dioses y creen en la magia y adoran a demonios. No todos. La casa de Bel está mejor educada, pero ningún indras pondría el pie en los recintos del templo, el llamado Oráculo de Phan. Y hasta es peligroso estar cerca de esos lugares después del anochecer. Rezamos a nuestros propios corazones e invocamos a los ancestros que tenemos en común con las casas del otro lado del Mar Divisor. No hacemos daño alguno, no les atacamos con nada, pero están resentidos.

—Pero, Elas no está de acuerdo con Indresul.

—Eso sería imposible —dijo Nym—. Somos de Nephane. Hemos vivido entre los sufaki, hemos tratado con humanos. No podemos desaprender las cosas que consideramos verdades. Lucharemos contra Indresul si es necesario. Los sufaki no parecen creerlo, pero es así.

—No —dijo Kurt, y con tal pasión que los nemet callaron—. No. No vayan a la guerra.

—Es un consejo excelente —dijo Nym un momento después—. Pero puede que estemos impotentes para dirigir nuestros propios asuntos. Cuando un hombre encuentra que sus asuntos carecen de solución, su existencia no es acorde con el cielo y su mismo ser es una alteración de la yhia, entonces debe elegir la muerte para que el orden prevalezca. Lo hará bien si lo hace sin violencia. A ojos del cielo, hasta las naciones responden a tal lógica, y hasta las naciones pueden ser llevadas al suicidio. Tienen su forma de hacerlo y, al ser muchas mentes y, no una sola, no pueden encaminarse a su destino con la dignidad que tendría un solo hombre, pero a él se encaminarán.

—El honorable padre —dijo Kta—. Te suplico que no digas esas cosas.

—¿Tú también crees en las profecías, como Bel? Yo, no. Al menos no en que las palabras poco meditadas o semejantes tienen poder sobre el futuro. El futuro ya existe en nuestros corazones, almacenado y esperando desarrollarse cuando lleguemos a nuestro momento y lugar. Nuestro destino es nuestra propia naturaleza. Eres joven, Kta. Te mereces algo más de lo que te ha deparado mi época.

El silencio reinó en el rhmei, Kurt se inclinó un poco más, solicitando, y Nym le miró.

—Tenéis una methi —dijo Kurt— que no está dispuesta a luchar en una guerra. Por favor. Encargadme que hable con ella, como un humano a otro.

Hubo un momento de consternación. Kta abrió la boca como si fuera a protestar, pero Nym consintió.

—Ve —dijo, callando después.

—Kurt se levantó y se ajustó el ctan, abrochándolo con firmeza. Se inclinó ante todos y se volvió para marchar. Alguien se apresuró tras él; supuso que sería Hef, cuya misión era atender a la puerta. Fue Kta quien le alcanzó en el vestíbulo.

—Ten cuidado —dijo Kta. Y cuando abrió la puerta que daba a la oscuridad del exterior—: Quiero acompañarte al Afen, Kurt.

—No —dijo Kurt—. Tendrías que esperarme allí, y serías demasiado obvio a esta hora. No hagamos que esto lo sea más de lo necesario.

Pero una vez se cerró la puerta y estuvo en la calle sumida en la oscuridad, notó una sensación incómoda en la noche. Era más tranquila que de habitual. En las sombras de la casa de enfrente había un hombre embozado con una túnica a rayas. Kurt dio media vuelta y caminó con rapidez colina arriba.

Djan recostó la espalda contra la ventana que daba al mar y se apoyó en el antepecho, una forma metálica contra la oscuridad del cristal. Esta noche vestía como una humana, con ropa sintética de un color azul oscuro que se pegaba al cuerpo y brillaba como cristal pulverizado siguiendo las líneas de su figura. Era algo que no osaría llevar entre los modestos nemet.

—El embajador de Indresul parte mañana —dijo ella—. ¿No podías haber esperado? Estoy intentando mantener a la humanidad fuera de su vista y oído todo el tiempo que me sea posible, y tú tenías que entrar por la puerta principal. Está en el piso debajo nuestro. Si uno de su séquito nos ve…

—Esta no es una visita social.

Djan expulsó lentamente el aliento, indicándole con la cabeza una silla cercana.

—Elas y el asunto del Upei. Me han dicho. ¿Qué te enviaron a decirme?

—No me han enviado ellos. Pero si tienes alguna forma de controlar la situación, será mejor que hagas algo, y rápido.

Sus fríos ojos verdes calibraron a Kurt, centrándose en los suyos.

—Tienes miedo. Lo que Elas ha dicho debe ser considerable.

—Deja de poner palabras en mi boca. Si esto sigue adelante, no quedará nadie para recoger los restos, a excepción de Indresul. Aquí hay una especie de equilibrio, Djan. Había una estabilidad. La has mandado al…

—¿Son palabras de Nym…?

No. Escúchame.

—Sí, hay un equilibrio de poderes. Un equilibrio descentrado a favor de los indras y contra los sufaki. Me he limitado a aplicar la imparcialidad. Los indras no están acostumbrados a esto.

—Imparcialidad. ¿La mantienes con Shan t’Tefur?

Ella echó atrás la cabeza. Sus ojos se cerraron un poco, pero luego sonrió. Tenía una bonita sonrisa, hasta cuando no había humor en ella.

—Ah —dijo—. Debí decírtelo. He herido tus sentimientos.

—Te aseguro que no me preocupa —dijo, preparado para añadir algo más cortante, y entonces lamentó lo que había dicho. Después de todo, ella sí le importaba, en cierto modo, y era posible que ella también sintiera algo. Tenía furia en los ojos, pero no dejó que pasara de ahí.

—Shan es un amigo —dijo—. Su familia fue una vez dueña de esta tierra. Cree poder doblegarme a sus ambiciones, que probablemente son considerables, y está descubriendo poco a poco que no puede. Está furioso por tu presencia, pero es una furia que se le pasará. Le creo tanto como te creo a ti cuando están en juego tus propios intereses. Sopeso todo lo que me dice cada uno, e intento descubrir dónde están los perjudicados.

—Ya que tú eres perfecta, claro.

—En este gobierno no tiene por qué haber un methi. Los methis sirven cuando es útil tener uno; en tiempos de crisis, para unir rápidamente en un todo a las autoridades civil y militar. Mi razón de ser es algo diferente. Soy Methi, precisamente por no ser ni sufaki ni indras. Sí, los sufaki me respaldan. Si doy un paso en falso, los indras nombrarán rápidamente un methi indras. El Upei es indras. Para acceder a él se necesita ser noble y sólo han sobrevivido tres casas nobles sufakis. Las demás fueron masacradas hace mil años. Ahora Elas va a casar una hija suya con una de ellas, y Osanef se convertirá así en un miembro de las Familias. El Upei hace las leyes, y la Asamblea quizá sea sufaki, pero lo único que puede hacer es votar sí o no a todo lo que el Upei se digne pasarles. La Asamblea no se ha reunido para vetar nada desde el día desde su creación. ¿Qué más tienen entonces los sufaki, aparte del Methi? ¿Oponerse a las Familias mediante un veto de la Asamblea? Improbable, cuando el modo de vida de los sufaki depende de las grandes compañías navieras como Irain, Ilev y Elas. Hoy ha salido a la luz un poco de frustración. Fue lamentable. Pero si eso hace que las Familias se den cuenta de la seriedad de la situación, entonces quizá estuvo bien que pasara.

—No estuvo bien —dijo Kurt—. No en ese momento, ni en ese lugar, ni en contra de eso. El embajador lo presenció. ¿Te contaron ese detalle tus informadores? Djan, tu ceguera selectiva va a convertir esta ciudad en un caos. Escucha a las Familias. Llama a los Padres. Escúchales como escuchas a Shan t’Tefur.

—Ah, así que escuece.

Kurt se levantó. A ella le molestaba que le hablara. Había estado tensa con cada palabra. Su mente le decía que se marchara, pero eso haría que ella olvidara todo lo que se había dicho. La necesidad venció a su orgullo.

—Djan. No tengo nada contra ti. Te tengo cierta estima pese a, o quizá por, lo que hicimos una noche, te tengo cierta estima. Esperaba que al menos quisieras escucharme, por el bien de todos.

—Lo meditaré —dijo—. Y haré lo que pueda. —Y cuando él se volvió para partir—. Tengo pocas noticias tuyas. ¿Eres feliz en Elas?

El la miró, sorprendido por su amabilidad al preguntarle.

—Soy feliz —dijo.

Ella sonrió.

—En cierto aspecto te envidio.

—Tú tuviste las mismas opciones.

—No —dijo—. No, según la ley nemet. Piensa que soy como tu pequeña Mim, y sabrás lo que quiero decir. Soy Methi, y puedo hacer lo que quiero decir. Si no fuera por eso, este mundo me impondría unas condiciones con las que no podría vivir. También tu vida sería miserable si tuvieses que aceptar unas condiciones semejantes a las que me ofrecería este mundo. Yo me negué a aceptarlas.

—Comprendo —dijo—. Te deseo lo mejor. Djan.

Ella dejó que su sonrisa se volviera triste, y miró un momento a las luces de Nephane, ignorándole.

—Siento cariño por poca gente —dijo—. Tú has conseguido estar entre mis afectos de un modo muy peculiar, más aún que Shan, más que la mayoría que tienen motivos para utilizarme. Sal de aquí, vuelve a Elas, con discreción. Vete.