VI

No hay necesidad de esto —gritó Kurt apartando las manos de los guardias a medida que éstas persistían en empujarle hacia las puertas del Afen.

No importaba lo rápido que caminase, siempre le empujaban o le ponían las manos encima, y, por tanto, la gente en las calles se detenía y miraba de una forma muy poco nemet, embarazosa para la casa de Elas. Estaba seguro de que lo hacían para molestar a Nym, y para no empeorar la escena había admitido el abuso hasta que entraron en el atrio del Afen, donde no había testigos.

Había una gran distancia separando la puerta exterior de hierro y la puerta principal de madera del Afen, y durante este recorrido discutió con ellos, para descubrir que le apartaban de la puerta hacia la que se dirigían.

Conocía el juego. Querían que se resistiese. Lo había hecho y ahora tenían la excusa que buscaban. Empezaron a rodearle.

Echó a correr hacia el único espacio libre que tenía, hacia el extremo del atrio, donde se topó con la cima de la gran peña sobre la que estaba edificado el Afen, un enorme muro de basalto gris. Estaba fuera del alcance de cualquier posible testigo.

Estaban conduciéndole. Lo sabía y pensaba seguirles el juego, mientras tuviera sitio para retirarse, con la intención de devolver con creces el castigo al menos en uno de ellos. T’-Senife, que había insultado a Nym, era el que prefería matar, un individuo de ojos rasgados y una mirada de arrogancia innata.

Pero matarle pondría a Elas en peligro y no se atrevía, pese a saber cómo terminaría la cosa. Arriesgaba la vida de los demás, hasta defendiéndose.

En el muro se abría una pequeña puerta. Se lanzó hacia ella, sorprendiéndoles, apartando desesperadamente la barra de hierro.

Al otro lado se abría un enorme jardín, un jardín pavimentado con mármol, con un solo edificio de altas columnas al extremo, un cubo blanco con tres pilones triangulares formando un arco sobre sus anchos escalones.

Corrió, vio a su izquierda la seguridad del muro que daba a la calle principal de Nephane, a la vista de los viandantes.

Pero, por el bien de Elas, no se atrevía a poner el asunto a la vista pública. Conocía a Nym y Kta, y sabía que intervendrían en el asunto, y se verían perjudicados y sin poder para ayudarle.

Prefirió correr por el blanco patio. Las sandalias de sus pies y las de sus perseguidores retumbaban en las desiertas piedras. Había entrado por la única salida. El lugar era un callejón sin salida, con el templo al fondo, una enorme muralla a un lado y roca viva al otro.

Sus perseguidores aceleraron de pronto la marcha. El hizo lo mismo, pensando que no querían que llegara a ese lugar, un sitio religioso, un santuario.

Subió por los pulidos escalones, ganándoles terreno, resbalando y derrumbándose por la prisa y el agotamiento.

Dentro rugía fuego, un enorme cuenco en llamas bullía en su interior, un calor que llenaba todo el lugar y fluía hasta el aire del exterior, un phusmeha, tan grande que el brillo hacía que el lugar pareciera de oro y cuyo sonido asemejaba el de un horno.

Se detuvo sin otro pensamiento en la mente que no fuera el terror, azotado por el calor que sentía en el rostro y sintiéndose ahogado en su sonido. Era un rhmei, y conocía su carácter sagrado.

Sus perseguidores se detuvieron unos pasos detrás de él. Les miró.

—Baja —dijo t’Senife—. Nos encomendaron que os lleváramos ante la Methi. Si no bajáis será peor para vos. Bajad.

Kurt le creyó. Era un lugar de poder para el que todo toque humano era una impureza. No era un santuario, al menos no para un humano, ninguna Ptas le abriría el rhmei y le daría la bienvenida.

Bajó hasta ellos y ellos le cogieron por los brazos y le condujeron por todo el patio hasta la abierta puerta del Afen, arrastrándole detrás de ellos.

Entonces le obligaron a ponerse contra un muro y se cobraron venganza, expertamente, sin dejar marca visible en su cuerpo.

Prefirió no resistirse, tanto por su vergüenza personal como porque sus amigos siempre quedarían a su alcance, especialmente Kta, que consideraría cuestión de honor el vengar a su amigo, aunque fuera en la guardia de la Methi.

Kurt se enderezó todo lo que pudo en el momento que t’Snife le arreglaba el revuelto ctan, y volvió a cogerle del brazo.

Le llevaron por una entrada lateral del Afen, por escaleras que no había pisado nunca. Anduvieron por salones conocidos, próximos al centro del edificio.

Les recibió otro de los suyos, un joven vistiendo túnica a rayas y cintas, tan bien parecido como Bel, pero con ojos rasgados y llenos de odio. Los que le llevaban mostraron una gran deferencia. Shan t’Tefur, le llamaban.

Hablaron del compromiso, y de cómo habían llegado demasiado tarde.

—Entonces debemos darle las noticias a la Methi —concluyó t’Tefur, y sus ojos rasgados se clavaron en una habitación con una sólida puerta—. Está vacía. Mantenedle allí hasta que ella sepa las nuevas.

Así lo hicieron. Kurt permaneció sentado en una dura silla junto a una enrejada ventana y evitó las miradas que se clavaban en su espalda, para no proporcionarles excusa para repetir el tratamiento.

T’Tefur volvió por fin para decir que la Methi le recibiría.

Le vería a solas. T’Tefur protestó con una mirada de ira, pero Djan le miró en tal forma que t’Tefur acabó haciendo una reverencia y dejando la habitación.

Entonces le dedicó a Kurt la misma mirada furiosa.

—Entrar en los recintos del templo fue un error-dijo. —No sé si hubiera podido salvaros de haber entrado en el templo.

—Fue una idea.

—¿Quién os dijo que teníais libertad para establecer contratos en Nephane… como el de casaros con esa nemet?

—No se me dijo que no pudiera. Ni tampoco se le dijo a Elas, o no lo habrían permitido. Os son leales. Y no han sido muy bien tratados.

—Esta irrespetuosidad hacia Elas no es el menor de los problemas que me habéis causado.

Caminó hasta la pared más lejana de la habitación y movió un panel, descubriendo una terraza protegida por muros de cristal. Era de noche. Desde allí se veía todo el mar. Ella miró afuera, dándole la espalda, y permaneció así largo rato. Kurt pensó en el que sería el tema de sus pensamientos, Elas y él.

Luego se volvió y le miró.

—Bueno —dijo—, lamento las inconveniencias que he causado a Elas. Les haré llegar noticia de que estáis a salvo. ¿Aún no habéis cenado, verdad?

Comer era lo último que tenía en mente. Tenía el estómago vacío y dolorido por los nervios y el súbito cambio de comportamiento en la mujer no hacía nada para calmarlo.

—Habéis asustado a mi esposa, me habéis convertido en un espectáculo público en las calles de Nephane, y lo único que quiero ahora es…

—Creo que será mejor que nos ahorremos los discursos —dijo Djan con tono terminante—. Yo voy a cenar. Si queréis discutir el asunto, Shan podrá encontraros alguna habitación segura donde podréis reflexionar sobre el tema. Pero saldréis del Afen, si salís del Afen, cuando yo quiera que salgáis.

Y llamó a una muchacha llamada Pai, que acogió sus órdenes con una profunda reverencia.

—Es chan del Afen —dijo Djan cuando se marchó—. La heredé. Es muy leal y muy reservada; grandes virtudes. Su familia sirvió al último methi, hace cien años. La familia de Pai ha sido chan de methis incluso antes de la ocupación humana y en el transcurso de la misma. No hay nada en Nephane que carezca de raíces, a excepción de nosotros dos. Olvidad vuestro genio, amigo mío. Yo perdí el mío. Me pasa rara vez. Lo siento.

—Resolvamos entonces todo lo que tengáis que decirme y volveré a Elas.

—Me parece bien —concedió ella tranquilamente, ignorando su ira—. Venid aquí. Sentaos. Estoy demasiado cansada para discutir de pie.

El obedeció, dejando a un lado su aprensión. La terraza era oscura. Ella dejó que siguiera así, y se sentó en el alféizar, mirando al mar que rugía abajo. Era una vista espectacular de Nephane, con sus luces agitándose al viento debajo de ellos, y el enorme peñón recortándose contra la luna. La superficie del mar iluminada por la luna sólo se veía turbada por la vela de un solo barco saliendo del puerto.

—Si yo fuese más sensata —dijo Djan, cuando Kurt se unió a ella en el alféizar—, si tan sólo fuese algo sensata, había hecho que os hubieran matado hace mucho. Desgraciadamente decidí no hacerlo. Me pregunto lo que haríais en mi lugar.

También él se lo había preguntado.

—Pensaría en las mismas cosas que os han ocurrido —dijo.

—¿Y llegado a la misma conclusión?

—Supongo —admitió—. No os culpo.

Ella sonrió, con irónica diversión.

—Entonces puede que tengamos mejor futuro que los demás humanos que estuvieron en Nephane. Construyeron esta parte del Afen, ¿sabéis? Por eso no tiene rhmei, el lugar no tiene corazón. Es único en ese aspecto. La fortaleza sin corazón, el edificio sin alma. ¿Os dijo Kta lo que fue de ellos?

—Los nemet les expulsaron. Sólo sé eso.

—Los humanos gobernaron Nephane durante veinte años. Pero se mezclaron con los nemet. La amante del comandante de la base era de una gran familia de indras, de Iraian. Los humanos eran muy crueles con los nemet, y disfrutaban humillando así a las Grandes Familias. Pero, una noche, ella dejó entrar a sus hermanos y todo Nephane se alzó en una rebelión contra los humanos. Fue una noche que tuvo lugar una gran celebración y la mayoría de los humanos estaban borrachos de telise. Y perdieron sus máquinas y huyeron al sur y se convirtieron en los tamurlin; se convirtieron en animales en una sola generación. Sólo el ancestro de Pai, On t’Erefe defendió a los humanos en el Afen, por ser chan y estar obligado a defender a su señor humano. El methi humano y On murieron juntos, en la antesala. Los demás lo hicieron en el patio, y los que fueron capturados llevados allí y ejecutados.

He leído los informes anteriores a su caída y por ellos me enteré que les falló la nave de suministros. No volvió nunca, probablemente debió ser destruida en el viaje de vuelta, tras informar en Aeolus. Debió ser una baja más de la guerra; pasaría desapercibida. Pasaron los años e hicieron que los nemet les odiasen. Les amenazaron durante veinte años con el inminente regreso de la nave y la amenaza fue perdiendo fuerza. Ese fue su fin. Cuando llegamos nosotros, los nemet creyeron que la amenaza se había hecho realidad y que iban a morir todos. En lo que a mis compañeros competía, podríamos haber destruido Nephane sólo para asegurarnos el control del lugar. Yo no pensaba permitirlo. Cuando liberé a los nemet de la amenaza inmediata de mis compañeros, me convirtieron en methi. Algunos dijeron que me envió el destino; creen lo mismo de vuestra presencia. Para un indras no pasa nada sin una finalidad lógica. Su universo es completamente racional. Les admiro profundamente por eso. Hay mucho en esa gente que vale la pena. Y creo que estáis de acuerdo conmigo. Es evidente que os habéis establecido a gusto en Elas.

—Son mis amigos.

Djan se reclinó, apoyándose en el antepecho y miró por encima de su hombro. El barco estaba a punto de abandonar la bahía.

—Este es un modo de pocas prisas y mucha reflexión. ¿Podéis imaginar dos barcos como ese yendo el uno contra el otro en una batalla? Nuestras naves viajan más rápidas que el pensamiento, pasas de no ver nada a estar encima del objetivo, atacar y desaparecer. Pero esas naves con sus velas y remos… para cuando se ponen al alcance del rival ha habido tiempo sobrado para pensar. Hay una terrible intencionalidad en los nemet. Maniobran tan lentamente, pero cuando se marcan un rumbo se mantienen en él.

—No habláis de naves.

—¿Sabéis lo que hay al otro lado del mar?

El corazón le dio un vuelco; pensó en Mim, y lo primero que pensó fue que Djan lo sabía. Pero no dejó que esto se reflejara en su rostro.

—Indresul —dijo—. Una ciudad hostil a Nephane.

—Vuestros amigos de Elas son indras. ¿Lo sabéis?

—Eso he oído, sí.

—Igual sucede con la mayoría de las Grandes Familias de Nephane. En tiempos, los indras establecieron aquí una colonia, cuando conquistaron la fortaleza de Chteftikan, tierra adentro. Edificaron esta fortaleza con esclavos sufakis capturados en la guerra. Indresul no siente aprecio alguno por los indras nephanitas, pero nunca ha olvidado que, gracias a ellos, tiene cierto derecho sobre esta ciudad. La quiere. Camino por un sendero muy angosto, Kurt Morgan, y vuestros amigos indras de Elas y todo ese entrometerse en cuestiones de los nemet son una preocupación en un momento en que no puede permitirme preocupaciones. Necesito tranquilidad en esta ciudad. Haré todo lo necesario para asegurármela.

—No he hecho nada —dijo—, excepto dentro de Elas.

—Desgraciadamente —dijo Djan—. Elas no hace nada que carezca de repercusiones en Nephane. Son consecuencias de la riqueza y el poder. Esa nave se dirige a Indresul. La methi de Indresul ha evadido todos mis intentos de entablar un diálogo. No podéis imaginar cuánto desprecia a los sufakis y los humanos. Bueno, al menos enviarán un embajador, un tal Mor t’Uset ul Orm, un canciller de mucha importancia en Indresul. Vendrá cuando vuelva ese barco. Y sería preferible que no llegara a su atención este matrimonio vuestro, comentado hoy en el mercado.

—No tengo deseos de que nadie se fije en mí.

La mirada que ella le dirigió fue gélida. Pero en ese momento entraron Pailechan y otra chica y trajeron té y telise y un refrigerio, colocándolo todo sobre la mesita baja de la terraza.

Djan hizo que se marcharan, aunque la tradición exigía que alguien sirviese. Las chani hicieron una reverencia y salieron.

—Uníos a mí —dijo—, tomando alguna cosa, ya que no en otras cuestiones.

Había recuperado el apetito. Empezó a comer y se descubrió hambriento. Comió bastante para aplacarse y no hizo reparos cuando ella le sirvió telise pero puso la copa a su lado. Djan sacó los platos, volvió y se sentó a su lado. Hacía mucho que la nave había dejado el puerto y este sólo veía turbada su superficie por el viento y la luna.

—Es tarde —dijo él—. Desearía volver a Elas.

—Esa chica nemet. ¿Cómo se llama?

La comida pareció de plomo dentro de su estómago.

—¿Cómo se llama? —repitió.

—Mim —dijo, y cogió la copa de telise, tragando parte de su vaporoso fuego.

—¿Comprometisteis a la chica? ¿Es esa la razón de este matrimonio repentino?

La copa se heló en su mano. La miró, y se dio cuenta que sólo repetía lo que había oído decir, y enrojeció por la ira, no por el telise.

—Estoy enamorado de ella.

Los fríos ojos de Djan descansaron en él, calibrando.

—Los nemet son un pueblo hermoso. Tienen cierto atractivo. Y supongo que las mujeres nemet tienen cierto atractivo para un hombre de nuestra especie. Siempre dejan que sus hombres tengan razón.

—No os dará problemas —dijo.

—Estoy segura de que no. —Dejó que la insinuación flotara un instante en el aire y luego se encogió de hombros—. No tengo nada personal contra la chica. Espero que nunca tenga que plantearme ese problema. Confío en vuestro buen sentido. Casaos con ella. De cuando en cuando descubriréis, al igual que yo, que no podéis soportar por más tiempo los pensamientos, actitudes y aspectos de los nemet, y sus prejuicios. A mí me ha afectado, lo admito. De no ser así, estaríais haciendo compañía a los peces o a los tamurlin. Prefiero pensar que somos compañeros, humanos, y razonablemente civilizados. Esa Mim sólo es chan; al menos os proporcionará cierta respetabilidad si vais con cuidado. Supongo que no es tan mala elección, así que no creo que este matrimonio me cause muchos inconvenientes. Espero que me comprendas… Kurt.

La copa tembló en su mano. La puso a un lado para que sus dedos no rompieran el frágil cristal.

—Te estás jugando el cuello, Djan. No me fuerces.

—Yo no fuerzo más de lo necesario para hacerme entender. Y creo que nos entendemos a la perfección.