V

Kta no estaba en el rhmei como había esperado Kurt al volver a la segundad de Elas. Estaba Hef, y Mim. Mim se adelantó para abrir la ventana y airear su cuarto, y tras hacerlo giró sobre sus talones. Sus oscuros ojos brillaban.

—Somos tan felices —dijo ella, en lenguaje humano, y el aprendizaje de la máquina le produjo dolor, castigando su comprensión de lo que le decían.

Fue todo lo que Mim pudo decir, pues Kta estaba en el umbral, y ella hizo una reverencia, saliendo cuando Kta entró.

—Mucho se llora estos días en esta casa —dijo Kta, dirigiéndole una mirada a Mim mientras ésta se retiraba escaleras abajo. Luego miró a Kurt y formó una ligera sonrisa—. Pero ya no más. El Kurt, sentaos, sentaos, por favor. Parecéis un hombre que lleva tres días ahogado.

Kurt se pasó la mano por el pelo y se dejó caer en una silla. Le temblaban las piernas. Tenía pálidas las manos.

—Hablad en Nechai —dijo—. Me es más fácil.

Kta pestañeó, mirándole de arriba a abajo.

—¿Cómo es eso? —preguntó, y hubo cierta nota de sospecha en su voz.

—La Methi tiene máquinas que pueden hacerlo —dijo Kurt roncamente—. No os miento.

—Estáis pálido —dijo Kta—. Tembláis. ¿Estáis herido?

—Cansado —dijo—. Gracias, Kta, gracias por acogerme otra vez.

Kta hizo una pequeña reverencia.

—Hasta mi honorable padre habló por ti, y jamás en todos los años de nuestra casa hizo Elas algo semejante. Pero ahora sois de Elas. Nos alegra poder recibiros.

—Gracias.

Se levantó e intentó hacer una reverencia. Tuvo que cogerse a la mesa para no perder el equilibrio. Consiguió llegar hasta la cama y se derrumbó en ella. Su memoria cesó de que dejara de moverse.

Algo le tiraba del tobillo, pensó que había caído al mar y algo le arrastraba hacia abajo, pero no pudo reunir fuerzas para moverse.

Entonces notó libre el tobillo y un aire frío tocó sus pies. Abrió los ojos y miró a Mim, que ya empezaba a quitarle la otra zapatilla. Estaba tumbado en su cama, totalmente vestido, y frío. La noche se veía al otro lado de la ventana. Sentía las piernas de hielo, los brazos también.

Los oscuros ojos de Mim le miraron, dándose cuenta de que estaba despierto.

—Kta no se ha portado bien dejándole así —dijo—. No os habéis movido. Dormís como los muertos.

—Habla Nechai —pidió—. Me lo han enseñado.

Su mirada denotó un momento de sorpresa. Luego aceptó esa rareza humana con una reverencia, se restregó las manos en su chatem y se acercó hasta la cama para taparle, tirando de las mantas debajo de él.

—Lo siento —dijo—. Procuraba no despertaros, pero la noche es fría y mi señor Kta dejó la ventana abierta y la luz encendida.

El suspiró profundamente y cogió su mano cuando intentaba taparle con la colcha.

—Mim…

—Por favor.

Ella le esquivó, liberó el broche de su hombro y quitó de debajo suyo el arrugado ctan, y soltó la hebilla de su cinturón, tapándole hasta la barbilla con las sábanas.

—Ahora dormiréis más cómodo.

El volvió a coger su mano, impidiendo que se marchara.

¿Qué hora es, Mim?

—Tarde, muy tarde. - Ella tiró, pero él no la soltó, y tuvo que mirarle; sus oscuras pestañas resaltando contra las bronceadas mejillas. —Por favor, dejadme ir, señor Kurt.

—Le pedí a Djan, le pedí que os enviara recado para que no os preocuparais.

—Se recibió. No supimos cómo interpretarlo. Sólo decía que estabais a salvo. —Volvió a tirar—. Por favor.

Sus labios temblaban, y había terror en sus ojos, y él, cuando soltó su mano, dio media vuelta y corrió a la puerta. Apenas se detuvo para cerrarla, y el sonido de sus pies bajó las escaleras a gran velocidad.

Si hubiera tenido fuerzas se habría levantado e ido tras ella, pues no pretendía herir a Mim el mismo día de su vuelta. Permaneció despierto y enfurecido, por las costumbres nemet y por él mismo, pero su cabeza le dolía abobinablemente y todo le daba vueltas. Se sumergió en la cálida placidez y perdió la consciencia. Quedaba mañana. Mim debía haberse ido a la cama, y no quería escandalizar a la casa intentando hablarle esa noche.

La mañana empezó con el té, pero sin una Mim que entrara alegremente con lienzos limpios y descolocara cosas. Hizo acto de presencia para servir en el rhmei, pero mantuvo la mirada baja al servirle.

—Mim —susurró.

Ella derramó unas gotas de té que le quemaron la mano, y se apartó rápidamente para servir a Kta. También a él le derramó un poco de té, y el nemet reaccionó sacudiendo la quemada mano y mirando interrogadoramente a la joven, pero sin decir nada.

Tuvieron lugar las acostumbradas formalidades, y Kurt realizó una profunda reverencia ante Nym y Ptas y Aimu, y agradeció al señor de Elas en su propio idioma el que hubiera intercedido ante Djan.

—Habláis muy bien —observó Nym, agradeciéndoselo, y Kurt se dio cuenta de que debió hablar a través de Kta.

El anciano nemet apreciaba su dignidad, y Kurt vio que debía haber ofendido gravemente al señor Nym con su sentido humano de lo teatral.

—Señor —dijo Kurt—, me honráis. Lo hago mediante máquinas. Aún hablo con lentitud y no bien, pero distingo lo que se me dice. Cuando haya escuchado unos cuantos días más, lo hablaré mejor. Perdonadme si os he ofendido. Ayer estaba tan cansado que no me quedó sentido para explicaros dónde había estado o el porqué.

El honorable Nym consideró esto un momento, y luego la más débil de las sonrisas iluminó su rostro, creciendo hasta formar una expresión divertida. Se llevó los enguantados dedos al pecho e inclinó la cabeza, en sustitución a la risa.

—Bienvenido a Elas por segunda vez, amigo de mi hijo. Traéis alegrías con vos. Esta mañana hay sonrisas en todos los rostros, y hace pocos días temíamos por vos. Cuando creíamos comprender a los humanos, he aquí que nos sorprenden con nuevas maravillas. ¡Y qué alivio produce el hablar sin necesidad de esperar a ser traducidos!

Y se sentaron y dio comienzo el ritual del té. La dama Ptas se sentó en el centro. Cuando Kurt pensaba en Elas, lo primero que acudía a su mente era Ptas, una dama digna y gentil de cabellos grises, corazón mismo de la familia, puesto que tenía una madre entre los nemet; dama de Nym, fuente de amor y vida, protectora de su ancestral religión. Un hombre confiaba el corazón en las manos de su esposa, y la esperanza de una continuidad en la eternidad en las de su nuera. Kurt empezaba a comprender por qué los padres elegían a las compañeras de sus hijos; y teniendo en cuenta el afecto que se evidenciaban Nym y Ptas, no podía concebir que tales matrimonios nos fueran por amor. Era algo adecuado, y se sentó cruzando las piernas sobre una esterilla de lana, como igual de Kta, como un hijo de la casa, y bebió el fuerte té endulzado y sintió que en verdad había vuelto a casa.

Tras el té, se levantó la dama Ptas y se inclinó formalmente ante el fuegocorazón, mostrando las palmas de las manos. Todo el mundo se levantó respetuosamente, y su dulce voz invocó a los Guardianes.

—Ancestros de Elas, de esta costa y la otra del Mar Divisor, velad por nosotros. Kurt t’Morgan ha vuelto a nosotros. Que la paz sea entre el huésped de nuestra casa y los Guardianes de Elas. Que la paz sea con nosotros.

Kurt se sintió conmovido e hizo una profunda reverencia ante la dama Ptas cuando esta concluyó.

—Dama Ptas —dijo—. Honro profundamente vuestra persona.

Podía haber dicho: como un hijo, pero no quería hacerle ese dudoso cumplido a la dama nemet.

Ella le sonrió con el afecto que mostraba a sus hijos, y a partir de ese momento, Ptas tuvo su corazón.

—Kurt —dijo Kta cuando se quedaron a solas después del desayuno—, mi padre os suplica que os quedéis todo el tiempo que deseéis. Esto me ha dicho que diga. No quiere abrumaros con una respuesta inmediata, pero quiere que lo sepáis.

—Es muy amable —dijo Kurt—. No me debéis todo lo que habéis hecho por mí. Vuestro voto no os ataba a tanto.

—Pocos son los que comparten el corazón de Elas —dijo Kta—, pero nunca les olvidamos. A esto lo llamamos amistad de huésped. Es un lazo que une para siempre vuestra casa y la mía. Nunca podrá romperse.

Dentro de Elas pasaba los días en compañía de Kta, hablando, descansando, disfrutando del sol en el patio interior de la casa donde había un pequeño jardín.

Una cosa seguía preocupándole: Mim solía estar ausente. Ya no entraba en sus habitaciones cuando estaba él. Por muy variado que fuera su horario, jamás entraba cuando él estaba dentro; descubría que le habían hecho la cama cada vez que volvía de alguna ausencia. Cuando se dejaba caer por los lugares donde ella solía trabajar, simplemente no podía encontrarla.

—Está en el mercado —le informó Hef una mañana que reunió bastante valor para preguntarlo.

—No se la ve mucho últimamente —observó Kurt.

—No, señor Kurt —se encogió de hombros Hef.

Y el anciano le miró de forma extraña, como si el interés de Kurt también hubiera socavado la paz de esa mañana.

Cada vez estaba más decidido. Cuando oyó cerrarse la puerta al mediodía, se levantó de un salto y corrió escaleras abajo para conseguir solamente un atisbo de ella desapareciendo en las habitaciones de las mujeres al otro lado del rhmei. Era territorio de Ptas, y ningún hombre, a excepción de Nym, podía poner allí el pie.

Caminó desconsoladamente hacia el jardín y se sentó al sol, sin mirar a nada en particular y poniéndose a dibujar figuras sin sentido en la pálida arena.

La había herido. Mim no se lo había contado a nadie. Estaba seguro, pues de haberlo hecho habría tenido que tratar el asunto con Kta.

Deseaba desesperadamente poder preguntarle a alguien cómo disculparse, pero no era algo que pudiese consultar con Kta, o con Hef, y, por supuesto, no se atrevía a preguntárselo a nadie más.

Esa noche sirvió la cena, como cualquier comida, y evitó su mirada. No osó preguntarle nada. Kta estaba sentado a su lado.

Después se sentó en el vestíbulo y esperó hasta muy pasada la hora en que la familia se acostaba decentemente todas las noches, pues el chan de Elas tenía como último deber del día el preparar las cosas para el té del desayuno y apagar las luces de la antesala antes de retirarse a dormir.

Ella le vio allí, bloqueando el paso a sus habitaciones. Kurt temió por un momento que se pusiese a gritar, cuando su mano voló a sus labios, pero permaneció inmóvil, aunque preparada para hechar a correr.

—Mim. Por favor. Deseo hablar contigo.

—Yo no lo deseo. Dejadme pasar.

—Por favor.

—No me toquéis. Dejadme pasar. ¿Queréis despertar a toda la casa?

—Hacedlo si lo deseáis, pero no dejaré que os marchéis hasta que habléis conmigo.

Sus ojos se abrieron un poco.

—Kta no permitiría esto.

—En el jardín no hay ventanas y no podemos ser oídos. Venid afuera, Mim. Os juro que sólo deseo hablar.

Ella lo meditó un momento. Su encantador rostro parecía tan asustado que sintió dolor por ella, pero Mim cedió y fue delante hacia el jardín. La luna del mundo proyectaba suaves sombras. Ella se detuvo donde había más luz, agarrándose los brazos para protegerse del frío de la noche.

—Mim, no quería asustaros. No pretendo haceros daño.

—Nunca debí estar allí a solas. Fue culpa mía. Por favor, señor Kurt, no me miréis así. Dejadme marchar.

—Como no soy nemet te sentías libre de entrar y salir de mi cuarto y no avergonzarte ante mí. ¿Era eso, Mim?

—No.

Sus dientes castañeteaban tanto que apenas podía hablar, y no hacía tanto frío como para eso. Kurt soltó el broche de su ctan, pero ella no quiso aceptarlo, alejándose de la vestidura ofrecida.

—¿Por qué no puedo hablaros? —preguntó—. ¿Cómo puede hablar un hombre con una mujer nemet? Me contengo en esto, me contengo en aquello, no debo tocar, no debo mirar, no debo pensar. ¿Cómo voy a…?

—Por favor.

—¿Cómo puedo hablaros?

—Mi señor Kurt, os he hecho pensar que soy una mujer ligera. Soy chan de esta casa; no puedo deshonrarla. Dejadme entrar, por favor.

Un pensamiento acudió a su mente. ¿Sois suya? ¿Sois de Kta? —No.

En contra de lo que ella deseaba, Kurt se quitó el ctan y lo puso alrededor de los hombros de Mim. Ella se lo ajustó. El estaba lo bastante cerca como para haberla tocado. No lo hizo, ni tampoco ella lo rechazó; no se lo tomó como una invitación. Pensó que hiciera lo que hiciera, no protestaría ni despertaría a la casa. Habría conflictos entre su señor Kta y su huésped, y conocía lo bastante a la dignidad nemet como para saber que Mim optaría por el silencio. Ella cedería, odiándole.

Carecía de argumentos contra esto.

Derrotado, hizo una reverencia formal y dio media vuelta.

—Mi señor Kurt —susurró ella con preocupación en la voz.

El se detuvo, miró atrás. —Mi señor… no comprendéis…

—Comprendo que soy humano. Os he ofendido. Lo siento.

—Los nemet no… —se interrumpió avergonzada, abrió las roanos, suplicante—. Mi señor, buscad una esposa. Mi señor Nym os aconsejará. Tenéis contactos con la Methi y con Elas. Podréis casaros… sería muy fácil que os casarais, si Nym buscara en la casa adecuada… —¿Y si yo os deseara a vos?

Ella permaneció inmóvil, sin decir palabra, hasta que él se acercó para abrazarla. Ella se lo impidió poniendo sus delgadas manos sobre las suyas.

—Por favor —dijo—. Ya os he hecho bastante daño. El ignoró la protesta implícita en el gesto y abarcó su rostro con las manos, temiendo a cada momento que se apartase horrorizada. No lo hizo. El se inclinó y le rozó los labios con los suyos, delicadamente, casi castamente, pues temía que la costumbre humana pudiera disgustarla o asustarla.

Las suaves manos de Mim seguían posadas sobre sus brazos. La luna brillaba en las lágrimas de sus ojos cuando se separó de ella.

—Señor —dijo—. Os respeto. Haría lo que deseáis, pero eso avergonzaría a Kta y avergonzaría a mi padre y no puedo hacerlo.

¿Qué podéis hacer? —Descubrió que le resultaba difícil respirar—. ¿Y si decidiese hablar algún día con vuestro padre? ¿Es así como debe hacerse?

¿Para desposarme?

—Puede que algún día pareciese una buena idea.

Ella tembló en sus manos. Las lágrimas fluían libremente por sus mejillas.

—¿Me daríais un sí o un no, Mim? ¿Tan difícil os es mirar a un humano? Si preferís no responder, entonces decir «dejadme» y haré lo que esté en mi mano para no volver a molestaros.

—Mi señor Kurt, no me conocéis.

—¿Estáis decidida a que no os conozca nunca?

—No lo entendéis. No soy hija de Hef. Si me pedís a él, tendrá que decírselo, y entonces no me querréis por esposa.

—No me importa de quién sois hija.

—Mi señor… Elas lo sabe. Elas lo sabe, pero ahora debéis escucharme. Sabéis de la existencia de los Tamurlin. Me raptaron cuando tenía trece años. Fui esclava suya durante tres. Solo Hef me llama su hija, y todo Nephane me considera de este país. Pero no lo soy, Kurt. Soy una indras, de Indresul. Me matarían si lo supieran. Elas se ha guardado esto para sí, pero vos, no podéis llevar semejante carga. La gente no debe miraros y pensar en Tamurlin: os ocasionaría problemas en esta ciudad y es lo que deben pensar al verme.

—¿Es que creéis que me importa lo que piensen? Soy humano. Eso les resulta obvio.

—No lo comprendéis, mi señor. Fui propiedad de cada hombre de ese pueblo. Kta os avisará de esto si me pedís a Hef. No soy honorable. Nadie desposaría a Mim h’Elas. No os avergoncéis a vos y a Kta haciendo que Kta os diga esto.

—¿Daría su consentimiento después de decirlo?

—Muchas mujeres honorables se casarían con vos. Los de Sufak no temen tanto a los humanos como los de Indras. Quizá quiera desposaros la hija de algún mercader. Yo sólo soy chan, y antes de eso no era nada.

¿Rehusaríais si os lo pidiera?

—No. No rehusaría. —Su pequeño rostro adquirió una expresión de dolorida perplejidad—. Seguro que por la mañana pensaréis de otra forma, Kurt-ifhan.

—Pienso hablar con Hef —dijo. Entra, Mim. Y devuélveme mi capa. No debéis llevarla dentro.

—Mi señor, reflexionad durante un día antes de dar ese paso.

—Le concederé mañana para reflexionar. Y vos debéis hacer lo mismo. Y si mañana por la tarde no venís y me decís claramente que no me queréis, hablaré con Hef.

* * *

Apenas era razonable, pensó durante toda la noche y la mañana del siguiente día. Deseaba a Mim. No sabía de ella lo bastante como para decir que la amaba, o que ella le amaba a él.

La deseaba. Ella había impuesto sus términos y no había forma de vivir bajo el mismo techo que Mim sin desearla.

Podía enfocar racionalmente el asunto, hasta que miraba a su rostro a la hora del desayuno cuando escanciaba el té, o cuando pasó junto a ella en el vestíbulo y le miró con temible ansiedad.

¿Lo has pensado mejor?, parecía decir la mirada. ¿Fue algo momentáneo, sólo anoche?

Y entonces volvía a tener la sensación, la certeza de que perdería a Mim si no decía nada, que habría perdido algo irreemplazable.

Al final, aquella tarde se encontró reuniendo valor ante la puerta de Hef, que servía a Elas, y avanzando torpemente al interior cuando el anciano le admitió.

—Hef-dijo, —¿puedo hablaros de Mim?

—¿Mi señor? —preguntó el anciano, haciendo una reverencia.

—¿Qué debería hacer de querer casarme con ella?

El anciano nemet le miró sorprendido, y luego se inclinó varias veces, mirándole con expresión turbada.

—Señor Kurt, sólo es chan.

—¿No me dirijo a vos? ¿Sois quien debe dar el sí o el no? —No se ofenda mi señor. Debo preguntárselo a Mim—. Mim está de acuerdo —dijo Kurt.

Entonces se le ocurrió que no le correspondía preguntar a Mim, y que así la avergonzaba y ponía en un apuro a Hef; pero Hef le miró con paciencia en los ojos y cierta simpatía.

—Pero debo preguntarle a Mim —dijo Hef—. Así es como debe procederse. Y luego hablar con Kta-ifhan, y con Nym y la dama Ptas.

—¿Es que toda la casa debe dar su consentimiento? —dijo Kurt automáticamente, sin pararse a pensar.

—Sí, mi señor. Debo hablar con la familia, y con Mim. Lo adecuado es que hable con Mim.

—Me siento muy honrado —murmuró Kurt cortésmente y subió a sus habitaciones para calmar sus nervios.

Se sentía mucho más aliviado ahora que estaba hecho. Hef consentiría. Estaba seguro de lo que Mim respondería a su padre, y eso satisfaría a Hef.

Se disponía a meterse en la cama cuando Kta subió las escaleras y pidió ser admitido. El nemet traslucía preocupación en la mirada y Kurt supo con seguridad lo que le llevaba a sus habitaciones. Casi habría suplicado a Kta que se fuera, pero vivía bajo su techo y no tenía tal derecho.

—Has hablado con Hef —dijo Kurt, para facilitarle las cosas.

—Dejadme entrar, amigo mío.

Kurt se apartó de la puerta y le ofreció una silla. También había sido correcto ofrecerle té, pero para ello debería llamar a Mim. Prefirió no hacerlo.

—Kurt —dijo Kta—, sentaos también, por favor. Debo hablaros. Os ruego que me prestéis atención.

—Quizá os resulte más fácil decirme sólo lo que tenéis en vuestra mente —dijo Kurt, cogiendo la otra silla—. ¿Vais a interferir sí o no?

—Mi preocupación es por Mim. No es tan simple como parece. ¿Me prestaréis atención? Si vuestra ira no lo permite, bajaremos abajo y beberemos té y esperaremos a tener la mente más dispuesta, pero estoy obligado a hablar.

—Mim me habló ya de lo que supongo es casi todo lo que venís a decirme. Y eso no implicará diferencia alguna. Sé lo de los tamurlin y sé de donde viene.

Kta soltó el aliento en un largo suspiro.

—Bueno, al menos es algo. ¿Ya sabéis que es indras?

—Nada de eso puede afectarme. La política de los nemet no tiene nada que ver conmigo.

—Optáis por la ignorancia. Siempre es una elección peligrosa, Kurt. Ser de raza indras o ser sufaki es algo de importancia entre los nemet, y estáis entre nemet…

—La única diferencia que he notado alguna vez es la de ser humano entre los nemet —dijo él, controlando la irritación con un gran esfuerzo—. Traeré la desgracia sobre tu cabeza. ¿Es eso lo que os preocupa, y no el que Mim pueda ser feliz?

—La felicidad de Mim es de gran importancia para esta familia —insistió Kta—. Y sabemos que no pretendéis herirla, pero las costumbres humanas…

—Entonces no encontráis diferencia alguna entre mi persona y los tamurlin.

—Por favor. Por favor. No imaginéis tales cosas. No son como vos. Eso no es lo que quiero decir. Los tamurlin son groseros y carecen de vergüenza. Usan pieles y cuando luchan rugen y enseñan los dientes como las bestias. En su trato con las mujeres no tienen más dignidad que los animales. Copulan donde les place sin buscar la intimidad. No se refrenan ante nada. Un feje fuerte puede tener veinte o más mujeres, mientras hombres más débiles no tienen ninguna. Cambian de compañeras mediante el combate. Hablo de mujeres humanas. Las esclavas como Mim son de todo aquel que las quiera. Y cuando la encontré…

—No quiero oír esto.

—Escuchadme, Kurt. No quiero ofenderos. Cuando atacamos a los tamurlin para acabar con sus incursiones, matamos a todos los que encontramos, íbamos a prender fuego al lugar cuando oí un sonido como el de un niño llorando. Encontré a Mim en un rincón de una choza. Vestía con un trozo de piel y estaba tan sucia como los otros; por un momento no me di cuenta de que era nemet. Estaba muy delgada y tenía terribles marcas por todo el cuerpo. Me atacó cuando intenté sacarla de allí, y de forma poco femenina, con un cuchillo y con dientes y rodillas, y con cualquier cosa que encontrase a su alcance. Estaba acostumbrada a luchar por un lugar entre ellos. Tuve que dejarle inconsciente para poder llevarla a la nave, y una vez allí intentaba arrojarse continuamente al mar hasta que perdimos de vista la costa. Entonces se escondía entre los bancos de los remeros y no salía excepto cuando bajaban los hombres a sus puestos. Cuando le dábamos de comer cogía la comida y salía corriendo, y no pronunciaba más allá de unas cuantas sílabas cada vez a excepción de las de lengua humana.

—No puedo creerlo —dijo Kurt en voz baja—. ¿Cuánto hace de eso?

—Cuatro años. Lleva cuatro años viviendo en Elas. La traje a casa y se la entregué a mi dama madre y hermana, y a Liy mujer de Hef, que en aquel entonces vivía. Pero no llevaba muchos días entre nosotros sin que Aimu la sorprendiera ante el fuego con las manos extendidas, un gesto que no realizan los sufakis. Aimu era entonces más joven y no tan sabia; exclamó en alta voz que Mim debía ser indras.

Mim huyó. La atrapé en la calle, para sorpresa de todo Nephane y desgracia nuestra. Y la traje por la fuerza a Elas. Entonces, a solas con nosotros, empezó a hablar con el acento de Indresul. Esta era la razón de su anterior silencio. Pero los de Elas también somos de allí, como todas las Grandes Familias de la colina, descendientes de colonos de Indresul que llegaron a estas costas hace mil años, y aunque ahora somos enemigos de Indresul, compartimos la misma religión y Mim sólo era una niña. Así que Elas ha guardado su secreto, y la gente que no es de esta casa sólo la conoce como la hija sufaki que adoptó Hef, una niña de campo y sangre mezclada rescatada a los tamurlin. No habla como los sufaki, pero la gente cree que le enseñamos el idioma; no parece sufaki, pero no es algo inusual en los pueblos costeros, donde los marineros tienen… el, bueno, puede pasar por sufaki. El escándalo que provocó su huida por las calles hace mucho que se ha olvidado. Ahora es un honor y un adorno para esta casa. Pero el volver a exponerla a la atención pública… causaría dificultades. Ningún hombre desposaría a Mim; perdonadme, pero es verdad y ella lo sabe. Un matrimonio semejante provocaría cotilleos desfavorables para cualquiera de los dos.

El instinto le dijo que Kta hablaba con sentido común. Lo aceptó.

—Yo cuidaría de ella —insistió—. Lo intentaría, Kta.

Kta bajó la mirada avergonzado, luego volvió a levantarla.

—Mim es nemet. Comprendedme. Ha sido herida y profundamente humillada. Las costumbres humanas son… perdonadme, hablaré sin vergüenza. No sé cómo se comportan los humanos con sus compañeros. Djan-methi es… libre… a este respecto. Nosotros no. Os ruego que penséis en Mim. No repudiamos a nuestras mujeres. El matrimonio es indisoluble.

—Eso suponía.

Kta se recostó un poco.

—No podría haber niños, Kurt. Nunca he oído que sucediese algo semejante, y ha habido tamurlins que han copulado con mujeres nemet.

—Si los hubiera —dijo Kurt, aunque lo que había dicho Kta le había turbado grandemente—. Podría quererlos. Los querría. Pero si no es el caso, sería feliz con Mim.

—¿Pero podrían amarlos los demás? —se preguntó Kta—. Les sería muy difícil, Kurt.

Eso le dolió. Algunas de las cosas que le decía le divertían y otras no le irritaban poco, pero éste era un hecho en el mundo de Kta y le dolió profundamente. Kurt olvidó por un instante que la actitud nemet más adecuada era bajar los ojos y hacer que su dolor fuese privado. Miró de frente al nemet, y fue Kta quién se retrajo y tuvo que alzar luego la mirada.

—¿Podrían ser esos niños unos monstruos semejantes, Kta? —dijo Kurt, siendo cruel con el avergonzado Nemet.

—Yo —repuso inseguro—, yo podría amar a un hijo de mi amigo. —Y el escalofrío fue demasiado evidente.

—¿Incluso —concluyó Kurt—, aunque se pareciese demasiado a tu amigo?

—Os ruego me perdonéis —dijo Kta roncamente—. Temo por vos y por Mim.

—¿Eso es todo?

—No os entiendo.

—¿La queréis?

—Amigo mío. Yo no amo a Mim, pero me es muy querida, y soy responsable de ella como lo es mi padre. Es demasiado anciano para tomar a Mim, pero cuando yo me case, estaré obligado a tomarla como concubina, pues es chan y soltera, y no lo lamentaré, pues es una amiga muy querida, y me alegraré de darle hijos que puedan continuar el nombre de Hef. Cuando se la pedisteis a Hef… hicisteis algo terrible. Hef no tiene hijos. Mim es su hija adoptiva, pero todos convinimos en que sus hijos se quedarían en Elas para continuar su nombre y dar vida a su alma cuando muriera. Mim debe tener hijos, y vos no podéis dárselos. Estáis pidiendo la eternidad de Hef y la de todos sus ancestros. La familia de Hef ha sido buena y fiel a Elas. ¿Qué debo hacer, amigo mío? ¿Cómo puedo resolver esto?

Kurt negó con la cabeza sin poder evitarlo, inseguro de si Kta creía que había una respuesta o si todo esto no era más que una forma lenta y dolorosa de decirle que no.

—No sé si podré quedarme en Elas sin casarme con Mim —dijo Kurt—. La quiero mucho Kta. No creo que sea algo que cambie mañana o en la duración de mi vida.

—Hay una vieja costumbre —empezó Kta con lentitud— en la que si muere el marido de la lechan y la casa de la chan se ve amenazada de extinción… el deber es para con el señor de Elas más próxima. Es algo que ha veces se hace hasta cuando vive el marido de la lechan, si no hay niños al cabo de un tiempo.

Kurt no sabía si su rostro había empalidecido o enrojecido, sólo que en ese momento no podía moverse a derecha ni a izquierda, y que se encontraba atrapado mirando a los tristes ojos del nemet. Entonces recuperó el alivio de poder bajar la mirada.

—Podría hasta amar al hijo de mi amigo —repitió como un eco.

Kta se sobresaltó.

—Puede que sea un caso diferente el que se dé entre vosotros dos. Veo cuánto le pertenece vuestro corazón, y hablaré en vuestro favor ante Hef y le daré mi opinión en el asunto. Y si Hef acepta, será sencillo que lo haga mi señor padre y mi señora madre. También hablaré a Mim sobre esta costumbre que llamamos iquun.

—Lo haré yo.

—No. Le sería muy doloroso escuchar esas palabras de vuestra boca. Creedme si os digo que tengo razón. Conozco desde hace mucho a Mim y podré hablarle de esto. Le resultaría más doloroso oírlo de su prometido. Y quizá podemos retrasar el asunto algunos años. Nuestro amigo Hef no está tan viejo. Si su salud desfallece o transcurren los años sin que haya niños, entonces será el momento de invocar el iquum. En ese caso deberé tratar tu honor y el de Hef y el de Mim con el mayor de los respetos.

—Sois mi amigo —dijo Kurt. Sé que lo eres de Mim. Que así sea, si ella lo desea así.

—Entonces iré a hablar con Hef.

El compromiso se llevó a cabo de forma necesariamente discreta, confirmándose en la tarde de tres días después. Hef pidió permiso formalmente para que el señor Nym entregara su hija al huésped de Elas, y Kta cedió formalmente su derecho a la persona de Mim ante los dos testigos obligatorios, amigos de la familia: Han t’Osanef u Mur, padre de Bell, y el anciano Ulmar t’Ilev ul Imetan, con todos sus servidores.

—Mim-lechan —dijo Nym—, ¿deseáis este matrimonio?

—Sí, mi señor.

—Y en ausencia de los vuestros, Kurt t’Morgan, os pido que respondáis en vuestro propio nombre. ¿Aceptáis este contrato como un lazo indisoluble, comprendiendo que cuando hayáis jurado deberéis llevar hasta sus últimas consecuencias la ceremonia de este matrimonio, o hacer valer vuestra causa ante las familias presentes? ¿Aceptáis este conocimiento, querido amigo Kurt t’Morgan?

—Acepto.

—Esta es la cláusula de iquun en este contrato —dijo Nym con calma—. Los principales son naturalmente Mim y Kurt, y tú, Kta, hijo mío, y Hef, para preservar el nombre de Hef. Se conceden tres años a este acuerdo antes de que se invoque el iquun. ¿Es esto aceptable a todos los implicados?

Todos inclinaron la cabeza.

Sobre la mesa había dos pergaminos, y Nym, t’Osanef y t’Ilev se turnaron para poner su sello en cera.

Entonces, la dama Ptas presionó la cera con el pulgar y selló ambos pergaminos. Luego acercó uno al phusmeha y lo arrojó a las llamas tras echarle un poco de sal.

Luego puso las manos ante el fuego, entonando una oración tan antigua que Kurt no pudo comprender las palabras, pero que pedía bendiciones para el matrimonio.

—El compromiso está sellado —dijo Nym—. Kurt Liam t’Morgan ul Edwuard, mira a Mim h’Elas e Hef, tu novia.

Y lo hizo, aunque no había podido, no debía tocarla, durante los largos días que esperaron a la ceremonia. La cara de Mim brillaba de felicidad.

Estaban en lados opuestos de la habitación. Era la costumbre. Los nemet se divertían atormentando a los jóvenes en sus esponsales, y conocían bastante bien su frustración. Los invitados masculinos, especialmente Bel y Kta, arrastraron a Kurt en una dirección, mientras Aimu y Ptas y las demás mujeres hacían lo propio con Mim, riéndose mucho mientras se la llevaban.

La campana de la entrada sonó, cascabeleando débilmente. Hef se acercó para contestar; el deber y la cortesía que eran corrientes en Elas tenían preferencia sobre la conveniencia, incluso en momentos como éste.

Las burlas cesaron. Los nemet reían mucho entre sí, entre amigos, pero había visitas en la puerta, e invitados y miembros de la casa de Elas adquirieron una actitud seria.

Se oyeron voces. Se oyó a Hef discutir, a Hef que era la encarnación de la cortesía, y el pesado caminar de unos extraños penetrando al vestíbulo, el hueco golpetear de un bastón en la pulimentada piedra, las voces de forasteros elevando el tono al de una disputa.

—En el rhmei había silencio. Mim se aferraba al brazo de Ptas con ojos muy abiertos. Nym acudió a recibir a los extraños en el vestíbulo, con Kurt y Kta y los invitados yendo detrás suyo.

Eran hombres de la Methi, de rostro huraño, con las extrañas túnicas que vestían algunos ciudadanos, y el pelo peinado en una única trenza que pendía por detrás. Tenían los ojos rasgados que eran comunes a algunos de los habitantes de Nephane, como Bel, o Han t’Osanef, padre de Bel.

Los guardias de la Methi no dieron el último paso para entrar en el rhmei, donde ardía el fuegocorazón. Nym se interpuso en su camino, y Nym, pese a sus cabellos de plata y a ser antiguo miembro del Upei, el concejo de Nephane, era un hombre alto de anchas espaldas. Ya fuera por deferencia al lugar o por miedo a él, no continuaron más allá.

—Estáis en Elas —dijo Nym—. Pensad dónde estáis, caballeros. No os he invitado aquí y tampoco he oído que el chan de Elas os haya dado permiso para entrar.

—Las órdenes de la Methi —dijo el mayor de los cuatro—. Venimos por el humano. Este compromiso no está autorizado.

—Entonces llegáis demasiado tarde —dijo Nym—. Si la Methi desea intervenir, estaba en su derecho, pero el compromiso se ha sellado ya.

Eso hizo que retrocedieran.

—Aún así —dijo el jefe de ellos—, debemos llevarle al Afen.

—Elas permitirá que vaya, si así lo desea él.

—Vendrá con nosotros —dijo el hombre.

Han t’Osanef se puso al lado de Nym y frunció el ceño ante los guardias de la Methi.

—T’Senife, te pido que vengas esta noche a la casa de Osanef. Te lo pido, t’Senife… y también al resto de tus compañeros. Acudid con vuestros padres. Hablaremos.

Los hombres se comportaron de un modo muy distinto ante t’Osanef: resentidos, pero mostrando respeto.

—Tenemos deberes que nos retienen en el Afen —dijo el hombre llamado t’Senife—. No tenemos tiempo para eso. Pero le diremos a nuestros padres que t’Osanef habló con nosotros en la casa de Elas.

—Entonces volved al Afen. Os lo pido. Ofendéis a Elas.

—Tenemos nuestros deberes —dijo t’Senife— y debemos volver con el humano.

—Iré con ellos —dijo Kurt, dando un paso adelante. Tenía la sensación de que había en juego mucho más que su persona y se entrometió, con temor, en el odio que llenaba el aire. Kta interpuso una mano, prohibiéndoselo.

—Los invitados de Elas —dijo Nym con terrible voz—, atravesarán la puerta de Elas si así lo desean, y ni la propia Methi tiene poder para que se invada esta antesala. Esperan ante nuestro umbral. Y vos, amigo Kurt, no actuéis contra vuestra voluntad. La ley lo prohíbe.

—Esperaremos afuera —dijo t’Senife ante la mirada de t’Osanef, pero no hicieron reverencia alguna al salir.

—Amigo mío —exclamó Han t’Osanef dirigiéndose a Nym—. Enrojezco por esos jóvenes.

—Eso son —dijo Nym con voz temblorosa—, jóvenes. Elas también hablará con sus Padres. No vayáis, Kurt t’Morgan. No estáis obligado a ir.

—Creo que eventualmente no tendré otra opción. Prefiero ir a hablar con Djan-methi cuando es posible hacerlo. —Pero en su mente sabía que no se mostraría razonable. Miró a Mim, asustada y en silencio junto a Ptas. No podía tocarla. Sabía que ni siquiera en un momento así lo comprenderían—. Volveré en cuanto pueda —le dijo.

—Paró a Kta, ante la puerta y antes de ponerse en manos de los guardias, le dijo:

—Cuidad de Mim. No quiero que ni ella ni vuestro padre ni nadie de Elas vaya al Afen. No quiero mezclarla en esto y temo por todos vosotros.

—No tenéis porqué ir —insistió Kta.

—Al final tendría que hacerlo —repitió—. Me habéis enseñado que hay gracia en reconocer lo inevitable. Cuidad de ella.

Y alargó la mano instintivamente para tocar a Kta, al que conocía tan bien, y se contuvo.

Fue Kta quien cogió su mano con un gesto torpe e inseguro que no era nada nemet.

—Ahora tienes familia y amigos. Recuérdalo.