A juzgar por el tamaño de la casa y su proximidad al Afen, Kta era alguien importante. Desde el exterior, la casa de Elas era un cubo sin rasgo alguno, con el umbral de A apuntando directamente al camino. Tenía una altura de dos pisos, y se extendía hacia atrás sobre la roca en que se asentaba Nephane.
Los guardias que le escoltaban hicieron sonar una campana que pendía ante la puerta, y pocos momentos después la puerta fue abierta por un nemet de escaso pelo blanco y que vestía de negro.
Hubo un rápido intercambio de palabras, en el que Kurt captó varias veces los nombres de Kta y Djanmethi. La conversación concluyó con una reverencia del anciano, llevándose las manos a los labios, y aceptando a Kurt al interior de la casa. Los guardias hicieron una reverencia a su vez, y a continuación salieron. El anciano cerró lentamente la doble puerta y a continuación la atrancó.
—Hef —se identificó con un gesto—. Ven.
Lámparas de bronce iluminaban el camino a las profundidades de la casa, atravesando una antesala en penumbras que se bifurcaba hacia arriba y hacia abajo en forma de Y tras pasar una arcada triangular. Escaleras a izquierda y a derecha conducían a un balcón y a otras habitaciones. Tomaron por el pasillo de la derecha del piso en que estaban. La pared de la izquierda daba paso a una especie de salón central situado en el arco de unión de la Y. A la derecha había una puerta cerrada. Hef llamó con los dedos.
Kta respondió a la llamada, el asombro asomó a sus oscuros ojos. Prestó atención a las rápidas palabras de Hef, que le serenaron rápidamente. Luego abrió del todo la puerta y pidió a Kurt que entrara.
Kurt entró vacilante, desorientado tanto por el agotamiento como por la extraña geometría del lugar. Esta vez Kta le concedió el honor de ofrecerle un asiento, aún más bajo de lo que Kurt consideraría natural. Las alfombras que había bajo sus pies eran abundantes en dibujos de formas geométricas, el mobiliario estaba fantásticamente tallado y hasta la cama estaba rodeada por cortinajes bordados.
Kta se sentó frente a él y se recostó. En la intimidad de sus habitaciones sólo vestía sandalias y un Kilt. Era un hombre de constitución robusta, con piel dorada que brillaba como la estatua de algún dios de la antigüedad devuelto a la vida, e irradiaba el poder que da la riqueza, algo que no había sido aparente en el barco. Kurt se descubrió temeroso del hombre, y se dio cuenta repentinamente que «amigo» quizá no fuese la palabra adecuada entre un rico capitán nemet y un refugiado humano que llegaba a su puerta como un indigente.
Quizá ni siquiera la palabra «invitado» fuera la adecuada, pensó incómodo.
—Kurt-ifhan —dijo Kta—. La Methi os ha puesto en mis manos.
—Agradezco que hayáis hablado en mi favor.
—Era necesario. El honor exige que Elas se ponga a tu disposición. Comprended que si no os portáis correctamente, el castigo caerá sobre mí. Si huís, perderé mi libertad. Os lo digo para que lo sepáis. Actuad como consideréis oportuno.
—Aceptáis una gran responsabilidad sin saber nada de mí —objetó Kurt.
—Hice un juramento —repuso Kta—. No sabía entonces que un juramento es un error. Juré protegeros. El honor de Elas exigía que intercediera por vos. Era necesario.
—Su gente y la mía llevan más de doscientos años en guerra. Os arriesgáis mucho, más de lo que suponéis. No quiero causaros problemas.
—Seré vuestro anfitrión durante catorce días —dijo Kta—. Os agradezco que habléis con franqueza, pero aquel que entra en el hogar de los Elas nunca volverá a ser un extraño ante mi puerta. Venid en paz y sed bienvenido. Honrad nuestras costumbres y Elas las compartirá con vos.
—Soy vuestro invitado —dijo Kurt—, haré todo lo que me pidáis.
Kta unió la yema de los dedos e inclinó la cabeza. Luego se levantó y golpeó un gong que pendía junto a su puerta, produciendo una nota profunda y grave que le acarició la mente como un susurro.
—Llamo a mi familia al rhmei —el corazón— de Elas. Por favor. —Se tocó los labios con los dedos e hizo una reverencia—. Esto es cortesía, reverencia. El, sé que los humanos se tocan para mostrar amistad. No debéis hacerlo aquí. Es un insulto, especialmente ante las mujeres. Se derrama sangre por insultar a las mujeres de una casa. Bajad los ojos ante un extraño. No extendáis la mano hacia un hombre. De este modo no ofenderéis a nadie.
Kurt asintió, pero sintió miedo, miedo de los nemets, de encontrar alguna oscura faceta en su amable y cultivada naturaleza… o de ser rechazado como un salvaje. Eso sería lo peor de todo.
Siguió a Kta hasta la gran sala enmarcada por la bifurcación de la antesala de la entrada. Se sostenía sobre columnas de pulimentado mármol negro. Sus paredes y suelo reflejaban el fuego que ardía en un cuenco de bronce sostenido por un trípode situado en el vértice superior del triangular vestíbulo.
En la pared de la base había dos sillas de madera, y una mujer se sentaba en la de la izquierda. Tenía los pies sobre una estera de lana blanca y había otras dispersas a sus pies como si fueran nubes. En la silla de la derecha había un anciano, y una chica se sentaba sobre una de las esteras de lana. Hef estaba junto al fuego, con una joven a su lado.
Kta se arrodilló en la estera cercana a los pies de la dama y habló rápida y fervorosamente, mientras Kurt continuaba incómodamente de pie sabiendo que era el tema de la conversación. Su corazón latía más rápido cuando el hombre se levantó y le dirigió una prohibida mirada.
—Kurt-ifhan —dijo Kta, mientras se ponía en pie—. Os traigo ante mi muy honrado padre, Nym t’Elas u Lhai, y mi madre la dama Ptas t’Ley e Met sh’Nym.
Kurt hizo una gran reverencia, y los padres de Kta respondieron relajando algo su actitud hacia él. La joven a los pies de Nym también se levantó e hizo reverencia.
—Mi hermana Aimu —dijo Kta—. Y también os presento a Hef y su hija Mim, que honran a Elas estando a su servicio, It a, Hef-nechn s’mim-lechn, imimen, Hau.
Los dos avanzaron e hicieron otra reverencia. Kurt respondió, sin saber si debía inclinarse ante los sirvientes, pero igualó su servidumbre a la de ellos.
—Hef —dijo Kta—, es el Amigo de Elas. Su familia nos sirve desde hace trescientos años. Mim-lechan habla lenguaje humano. Te ayudará.
Mim le dirigió una mirada. Era una mujer pequeña, de cintura estrecha. Tan educadamente estirada como atractivamente femenina dentro del ajustado corpiño. Sus ojos eran grandes y oscuros, antes de que le dedicara una rápida mirada e inclinara la cabeza ocultándolos.
La mirada que le dedicó era una de odio, llena de violencia.
El se le quedó mirando, impresionado, hasta que recordó y mostró que le guardaba cortesía mirando hacia abajo.
—Me siento muy honrada —dijo Mim fríamente, como si recitara—, de poder ayudar al invitado de mi señor Kta. Mi muy honrado padre y yo procuraremos que os sintáis cómodo.
Los cuartos para invitados estaban arriba, encima de lo que, según Mim explicó, eran las habitaciones de Nym, con la implicación de que Nym esperaba silencio de él. Era un apartamento espléndido, tan elegante en todos sus detalles como el de Kta, con un baño anexo de brillantes azulejos, un horno de madera para calentar el agua, recipientes de bronce para el baño y un juego de té. Había una bañera redonda para bañarse, y una hilera de telas y lienzos blancos aromatizados con hierbas.
La cama de la triangular habitación principal era un gran colchón de plumas cubierto por delicadas sábanas onduladas y las pieles mas suaves, situada bajo una soleada ventana de nebuloso cristal esmerilado. Kurt miró la cama con ansiedad, pues las piernas le temblaban y los ojos le ardían por la fatiga, y no había un músculo de su cuerpo que no le doliera, pero Mim se movía de un lado a otro con montones de telas y ropas e insistía cruelmente en deshacer la cama y rehacerla, moviendo y sacudiendo el gran cobertor marrón. Y luego, cuando estuvo seguro de que ya había terminado, empezó a limpiarlo todo.
Kurt estaba a punto de quedarse dormido en la silla de la esquina cuando Kta apareció en medio de todo esto. El nemet supervisó todo lo que se había hecho y le dijo algo a Hef, el cual le prestó atención.
El viejo sirviente pareció incomodarse, luego hizo una reverencia y movió una pequeña lámpara de bronce de un nicho triangular de la pared oeste, moviéndolo con gran cuidado.
—Es algo religioso —explico Kta, pese a que Kurt no se aventuró a preguntarle—. No toquéis esas cosas, por favor, y tampoco phusmeha, el cuenco del fuego del rhmei. Vuestra presencia es una alteración. Os suplico vuestro respeto en estos asuntos.
—Es porque soy forastero —preguntó Kurt, irritado por la actitud de Mim—, ¿o porque soy humano?
—No tenéis raíces en esta tierra. He pedido que sacaran el phusa no porque no desee que Elas vele por vos, sino porque quiero ahorraros problemas por ofender a los Ancestros de Elas. He consultado con mi padre en este asunto. Los ojos de Elas permanecerán cerrados en esta habitación. Creo que es lo mejor. Que no sea una ofensa.
Kurt hizo una reverencia, satisfecho por la turbación que evidenciaba Kta.
—¿Honráis a vuestros antepasados? —preguntó Kta.
—No os comprendo —dijo Kurt, y Kta mostró preocupación como si se hubieran confirmado sus temores.
—No importa —dijo—. Lo intentaré. Puede que los Ancestros de Elas acepten oraciones en nombre de vuestra distante casa. ¿Aún viven vuestros padres?
—No tengo pariente alguno —dijo Kurt, y el nemet murmuró una palabra que sonaba a lamentación.
—Entonces —dijo Kta—, os pido que me deis vuestro nombre completo, el nombre de vuestra casa y el de vuestro padre y vuestra madre.
Kurt se los dio, para tener paz, y el nemet repitió muchas veces los largos y extraños nombres, decidido a pronunciarles correctamente. Kta se horrorizó al principio al creer que sus padres compartirían un nombre de casa común, y Kurt enfurecido, casi llorando, explicó las costumbres humanas del matrimonio, pues estaba exhausto y este interrogatorio prolongaba su sufrimiento.
—Se lo explicaré a los Ancestros —dijo Kta—. No temáis. Elas es una casa paciente con los forasteros y las costumbres forasteras.
Kurt inclinó la cabeza, para no continuar la conversación. Se le toleraba por Kta, era una cuestión del honor de Kta.
Tenía frío cuando Kta y Mim le dejaron solo, y se arrastró entre las frías sábanas, incapaz de dejar de temblar.
Era el único de su especie, a excepción de Djan, que le odiaba.
Y entre los nemet ni siquiera era odiado. Era una inconveniencia.
Hef le llevó comida bastante avanzada la tarde; Kurt sacó sus doloridas piernas de la cama y se vistió del todo, algo que no le apetecía hacer, pero estaba decidido a no hacer nada que disminuyera su estima ante los ojos de los nemet.
Luego llegó Kta para compartir la cena en su habitación.
—Es costumbre que se cene en el rhmei, con todos los de Elas reunidos —explicó Kta—. Pero os enseñaré aquí. No quiero que ofendáis a mi familia. Antes aprenderé modales.
Kurt tuvo bastante.
—Tengo modales propios —gritó—, y lamento contaminar vuestra casa. Devolvedme al Afen, a Djan. Aún no es demasiado tarde.
Y le dio la espalda a la comida y a Kta y caminó por el lugar hasta detenerse junto a la oscura ventana. Se le ocurrió que enviarle a Elas había sido una crueldad muy sutil por parte de Djan; debió pensar que volvería ante ella con el orgullo herido.
—No pretendía insultaros —protestó Kta.
Kurt le devolvió la mirada, clavando sus ojos en los oscuros y extraños ojos con más franqueza de la que Kta le había permitido nunca. El rostro del nemet mostraba desolación.
—Kurt-ifhan —dijo Kta—. No deseo causaros vergüenza alguna. Deseo ayudaros, no poneros en evidencia ante los ojos de mi padre y mi madre. Estoy protegiendo vuestra dignidad.
Kurt inclinó la cabeza y volvió, no muy contento. Tenía a Djan en la mente y no pensaba correr hacia ella en busca de refugio, cediendo aquello por lo que había suplicado tan abyectamente. Y quizá ella también pretendía enseñarle a la casa de Elas cuál era su sitio, pensando que suplicaría que se les descargase de la carga que habían pedido. Cedió. Había cosas peores que sentarse en el suelo como un niño y dejar que kta moldeara sus desentrenados dedos alrededor de los extraños cubiertos.
Pronto supo porqué Kta no le permitía bajar abajo. Apenas podía llevarse la comida a la boca, y con lo hambriento que estaba, tenía que resistir el impulso de coger la comida con las manos prescindiendo de los extraños utensilios. Beber sólo con la mano izquierda, comer con la derecha, coger con la izquierda, nunca con la derecha. El cuenco se levanta casi hasta los labios, pero no debe tocarlos. Se le caían los bocados de la delgada brocheta y el cucharón casi plano. El cuchillo sólo podía usarse con la zurda.
Kta mostró un cauteloso tacto tras el estallido, pero fue relajándose a medida que Kurt recuperaba su sentido del humor. Hablaron entre instrucciones y accidentes y continuaron mientras tomaban el té. Kta preguntaba a veces sobre las costumbres humanas, pero manteniendo siempre la actitud de que si bien eran posibles otras opiniones y costumbres, éstas no lo eran bajo el techo de los Elas.
—¿Qué haríais de estar entre humanos? —se atrevió Kurt a preguntarle por fin.
Kta la miró como si la idea le horrorizara, pero lo disimuló bajando la mirada.
—No lo sé. Sólo conozco a los Tamurlin.
¿Acaso no… —llevaba mucho tiempo intentando conducir la conversación hacia esta pregunta— no vino Djan-methi con otros?
La mirada asustada continuó presente.
—Sí. La mayoría se marchó. Djan-methi mató a los demás.
Cambió rápidamente de tema y dio la impresión de haber preferido no poder responder a la pregunta, aunque la había contestado correcta y deliberadamente.
Hablaron de cosas poco importantes hasta bien avanzada la noche, tomando muchas tazas de té y algunas de telise, hasta que no hubo sonidos de gente en el resto de Elas y debieron bajar la voz. La luz era excesivamente escasa, y el aire estaba cargado con el olor del aceite de las lámparas. El telise hacía que todo fuera cálido y acogedor. La tardía hora vestía las cosas de irrealidad.
Kurt aprendió cosas, casi todas ellas simples cotilleos familiares, pues lo único que ambos tenían en común de todo Nephane eran Djan y Elas, y Kta, momentáneamente liberado de tener que decir la verdad, pareció recordar que había peligro en ella. Así que hablaron de Elas.
Nym tenía en la casa la autoridad de señor de Elas; Kta apenas tenía alguna, aunque sobrepasaba los treinta años (pero apenas los aparentaba) y capitaneaba una nave de guerra. Kta seguiría bajo la autoridad de Nym mientras Nym viviese; el varón con más años era el señor de la casa. Si Kta se casaba, debía traer a su esposa a vivir bajo el techo de su padre. La chica se convertiría en parte de Elas, y obedecería al padre y la madre de Kta como si hubiera nacido en la casa. Aimu se marcharía pronto de la casa, al estar comprometida con el teniente de Kta, Bel t’Osanef. Kta, Bel y Aimu eran amigos desde niños.
Kta no poseía nada. Nym controlaba las riquezas de la familia y decidiría cómo y cuándo y con quién se desposarían sus dos hijos, ya que los matrimonios determinaban las herencias. Las propiedades pasaban de padre a hijo sin ser divididas, y el mayor asumía la responsabilidad que los padres tenían hacia los hermanos menores y los primos y las mujeres solteras de la casa. La tradición determinaba que un patriarca como Nym tuviera siempre las habitaciones a la derecha de la entrada, y Kta explicó que era así desde épocas más violentas, cuando un hombre debía dormir en el umbral de su casa para defender el hogar de un ataque. Los hijos ya adultos ocupaban los pisos inferiores por la misma razón. El cuarto donde habían hospedado a Kurt había pertenecido a Kta cuando fue niño.
Y la matriarca, en este caso Ptas madre de Kta, aunque hasta hacía poco lo había sido la abuela paterna, tiene sus habitaciones detrás de la pared de la base del rhmei. Era guardián de los asuntos religiosos de la casa. Atendía el fuego sagrado de la phusmeha, supervisaba el control de la casa y era la segunda en autoridad después del patriarca.
Kta explicó que había varios grados muy complejos de obediencia y respeto. Era una enorme falta de respeto que un hijo adulto se presentara ante su madre sin arrodillarse, pero cuando era un niño no se castigaba esa falta de deferencia. En cambio era al revés entre padre e hijo: un niño se arrodillaba ante su padre hasta la pubertad, y luego, al llegar a la edad adulta, debía inclinarse como lo hacen los casi iguales. Y la obediencia variada en diversos grados a medida que se era el segundo hijo, tercer hijo, y demás. Sin embargo, una hija era tratada como un invitado, una visita que la casa perdería algún día ante un marido; le debía a sus padres sólo la obediencia correspondiente a un segundo hijo, y mostraba ante sus hermanos la misma formalidad y modestia que debía usarse con los extraños.
Pero de Hef y Mim, que servían a Elas, sólo se requería la obediencia de los iguales, aunque tuvieran por costumbre mostrar más deferencia en las ocasiones formales.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Kurt, temiendo hacerlo—. ¿Qué debo hacer yo?
Kta frunció el ceño.
—Sois un invitado, mío; debéis ser mi igual. Pero resulta adecuado que a veces un hombre muestre más respeto del necesario —añadió nerviosamente—. Es algo que no daña la dignidad, y a veces la aumenta. Mostrad educación con todos. No… avergocéis a Elas. La gente os observará pensando que ve un Tamuru con ropa nemet. Debéis probar que no es tal caso.
—Kta —preguntó Kurt—, ¿soy un hombre… para los nemet?
Kta apretó los labios y miró como si deseara de todo corazón que no se hubiera formulado la pregunta.
—Entonces, no lo soy —concluyó Kurt, y la desolación del rostro de Kta le robó hasta la ira.
—Aún no lo he decidido. Algunos… dirían que no. Es una cuestión religiosa. Debo pensarla, pero os tengo afecto, Kurt, aunque seáis humano.
—Sois muy bueno conmigo.
El silencio flotó entre ellos. En la dormida casa no se oía sonido alguno. Kta le miró con una franqueza y una piedad que le incomodaron.
—Os damos miedo —observó Kta.
—¿Os nombró Djan mi guardián sólo porque se lo pedisteis o porque confía en vos de alguna forma especial… para que me vigiléis?
La cabeza de Kta se levantó ligeramente.
Elas es leal a la Methi, pero sois nuestro invitado.
¿Abundan los nemet que sepan hablar una lengua humana? Habláis con fluidez, Kta. Mim también. Vuestra… presteza a aceptar un humano en vuestra casa… ¿es muy distinta a los sentimientos de los demás nemet?
—Serví de intérprete para los umani cuando llegaron por primera vez a Nephane. Antes de eso, lo aprendí de Mim, y Mim lo aprendió porque fue prisionera de los tamurlin ¿Qué maldad sospecháis? ¿Cuál es el conflicto que tenéis con Djan-methi?
—Somos de naciones diferentes que libran una vieja, vieja, guerra. No os mezcléis en ella, Kta, si es que estáis en esto por ayudarme. Si amenazo la paz de vuestro hogar, o vuestra seguridad, decídmelo. Me iré. Lo digo de veras.
—Eso es imposible —dijo Kta—. No. Elas jamás ha echado a un invitado.
—Elas jamás acogió a un humano.
—No —concedió Kta—. Pero, cuando vivían, nuestros Ancestros eran hombres temerarios. Tal es el carácter de Elas. Los Ancestros nos guían en tales elecciones, y Nephane y la Methi no pueden sorprenderse mucho por lo que hagamos.
* * *
La vida de los nemet era monótonamente tranquila. Kurt soportó algo más de cuatro días de silenciosas habitaciones en penumbra y de apagadas voces y de reverencias interminables y de no tocar objetos intocables y personas intocables antes de notar que empezaba a perder la cordura.
Aquel día subió a la planta superior y se encerró en su cuarto, pese a las súplicas de Kta para que explicara su comportamiento. Derramó unas lágrimas en la intimidad de su habitación, y corrió las cortinas de la ventana para no tener que ver ese mundo alienígena. Se sentó en la oscuridad hasta que llegó la noche y luego bajó en silencio hasta el piso de abajo y se sentó en el desierto rhmei intentando hacer las paces con la casa.
Apareció Mim. Se quedó inmóvil observándole en silencio, retorciendo nerviosamente las manos ante ella.
Se acercó hasta las sillas con pasos silenciosos y cogió una de las esterillas, llevándola hasta el lugar donde él continuaba sentado sobre la fría piedra. La extendió a su lado, y permitió que sus miradas se cruzaran al levantarse. Los ojos de Mim eran interrogadores, llenos de preocupación y hasta miedo.
El aceptó la tregua que le ofrecían y se situó sobre la bienvenida suavidad de la esterilla.
Ella hizo una gran reverencia y luego salió, apagando todas las luces una por una mientras salía, a excepción del phusmeha, que debía arder toda la noche.
Kta también se acercó a él, pero sólo para ver si estaba bien. A continuación se marchó, y dejó abierta toda la noche la puerta de su cuarto.
Kurt se levantó por la mañana y se detuvo ante la puerta de Kta para disculparse. El nemet estaba despierto y algo preocupado, pero Kurt no encontró las palabras adecuadas para explicar su comportamiento. Se limitó a hacer una respetuosa reverencia al nemet y Kta hizo lo propio, y subió a su habitación a prepararse para el desayuno con la familia.
Gentil Kta. De hablar suave, rara vez furioso, alcanzaba una altura de más de 1,80 de altura y tenía un imponente físico; pero no quedaba claro si Kta había prescindido alguna vez de su dignidad para usar la fuerza sobre alguien. Le resultaba cada vez más sorprendente que este hombre enormemente orgulloso saltara desde un barco ante toda la ciudad de Nephane para salvar a un humano que se ahogaba, o que se arrodillara en los muelles y le ayudara a recuperarse. Nada parecía preocupar a Kta durante mucho tiempo. Combatía la frustración retirándose a meditar sobre el problema hasta que recuperaba lo que él llamaba, yhia, o equilibrio, una filosofía que parecía ser útil hasta para tratar con humanos.
Kta también tocaba el aos, una pequeña arpa de cuerdas metálicas, y cantaba con una voz que no era desagradable, y que complacía especialmente a la dama Ptas en apacibles veladas, a veces con canciones alegres que llevaban la risa al rhmei, a veces con otras muy largas, interrumpidas con copas de telise para que descansara la voz de Kta, canciones que escuchaba toda la casa en silencio, melodías melancólicas y hechizadoras de notas disonantes.
—¿Sobre qué cantáis? —preguntó después Kurt.
Estaban sentados en el cuarto de Kta, compartiendo una taza de té. Tenían el hábito de sentarse y hablar hasta entrada la noche. Ya era casi la última. Las dos semanas estaban a punto de transcurrir. Esta noche quería conocer a los nemet, por no estar muy seguro de llegar a tener otra oportunidad. Todo había sido hermoso en el rhemei, las notas del aos, la sobria dignidad de Nym, el rostro extasiado de la dama Ptas, Aimu y Mim haciendo punto, Hef sentado a un lado, escuchando con ojos soñadores.
La calma de Elas se le había metido esa noche en los huesos, en un momento inmóvil y fugaz que detenía al mundo entero. Hasta ahora se había revelado contra él. Esta noche, escuchaba.
—La canción no os diría nada —dijo Kta—. No puedo cantarla con palabras humanas.
—Intentadlo —dijo Kurt.
El nemet se encogió de hombros, forzó una sonrisa, cogió el aos y pasó los dedos sobre las sensibles cuerdas, volviendo a tocar la misma melodía. Por un momento pareció perdido, pero la melodía creció sola, rehaciéndose asímisma en toda su complejidad.
—Es el principio de todos nosotros —dijo Kta, y habló en voz baja, sin mirar a Kurt, moviendo los dedos sobre las cuerdas como un soplo de viento, como si lo necesitara su pensamiento.
—Y en el principio sólo había agua. Del mar surgieron los nueve espíritus de los elementos, y los más importantes eran Ygr el terráqueo e Ib el celestial. De Ygr y de Ib acaecieron un millar de años de asedios y caos y guerras entre elementos, hasta que Las, que era la luz, y Mur, que era la oscuridad, persuadieron a sus hermanos Phan, el sol, y Thael, la tierra, a hacer las paces.
Así se formó el primer orden, pero Thael amaba a Ti, hermana de Phan, y la poseyó. El enfurecido Phan mató a Thael, y de las costillas de Thael fue la tierra. Ti dio a luz un hijo de Thael, Aem.
Llegaron y pasaron diez veces un millar de años.
Aem llegó a la pubertad, y Ti vio que su hijo era atractivo.
Cometieron el gran pecado. De este pecado llegó Yr,
Yr, la serpiente de la tierra, madre de todas las bestias.
El consejo de los dioses en el cielo condenó a muerte a Aem y a Ti,
y murieron, trayendo dos niños al mundo, un varón y una hembra.
—Nunca había intentado expresarlo en términos humanos —dijo Kta, frunciendo el ceño—. Es muy difícil.
Pero Kurt le urgió a seguir con un gesto, y Kta volvió a tocar las cuerdas, intentándolo, fustrándose.
—Los primeros seres que fueron mortales fueron Nem y Panet, hombre y mujer, gemelos. También cometieron el gran pecado. El consejo de los dioses les despojó por ello de la inmortalidad, e hicieron que sus vidas fueran cortas. Phan les odiaba y copuló con Yr la serpiente, y trajo bestias y cosas terribles al mundo para que persiguieran al hombre.
Qas, hermano de Phan, desafió sus iras,
robó el fuego, e hizo llover rayos sobre la tierra.
Los hombres cogieron el fuego, mataron a las bestias de Yr,
y edificaron ciudades.
Llegaron y pasaron diez veces un millar de años.
Los hombres fueron muchos y los reyes fueron orgullosos,
hijos de hombres y de Yr la serpiente de tierra,
hijos de hombres y de Inim que cabalga en los vientos.
Los hombres adoraban a esos semihombres, los reyes dioses.
Los hombres les honraban, les construían ciudades.
Los hombres olvidaron a los primero dioses,
y las obras de los hombres fueron impías.
—Entonces se realizó una profecía, y Phan eligió a Isoi, una mortal, y procreó un hijo semidiós: Qavur, el que lleva las armas de Phan para destruir el mundo por el fuego. Qavur destruyó a los dioses-reyes, pero su madre Isoi le suplicó que no matara al resto de los hombres, y no lo hizo. Y entonces llegó Phan con la espada de la plaga y destruyó a todos los hombres, pero antes de llegar a Isoi, ésta corrió hasta el fuego-corazón y se sentó junto a él, solicitando así el amparo de los dioses. Sus lágrimas hicieron que Phan se compadeciera de ella. Le dio otro hijo, Isem, que se desposó con Nae, la diosa del mar, y fue padre de todos los dioses que navegan en el mar. Y Phan hizo que Qavur fuera inmortal, y es la estrella que brilla al amanecer, el heraldo del sol.
Y para impedir que los hijos de Nae hicieran mal alguno, Phan le dio a Qavus la yhia para dársela a los hombres. Todas las leyes manan de ahí. Por ella conocemos cuál es nuestro lugar en el universo. Sólo la ley de Dios está por encima de ella; pero esto es más profundo que la letra de la canción. La canción es Ind. Es sagrada para nosotros. Mi padre me la enseñó, y sus siete versos sólo son para los de Elas. Y así ha pasado de generación en generación.
—Dijisteis una vez que no sabíais si yo era o no un hombre —dijo Kurt—. ¿Lo has decidido ya?
Kta, pensativamente, dejó a un lado el aos, sin tocar sus cuerdas.
—Es posible que alguno de los hijos de Nem escapara a la plaga; pero no sois nemet. Puede que descendáis de Yr, y que fuerais puestos entre las estrellas en algún mundo del parentesco de Thael. Por lo que he oído entre los humanos, la tierra parece tener muchos hermanos. Pero no creo que tú lo creas así.
—No he dicho nada.
—Tu mirada dice que no estás de acuerdo.
—No quiero incomodarte diciendo que te considero humano.
Los labios del nemet se abrieron al instante, sus ojos reflejaban la sorpresa. Entonces le miró como si considerara a Kurt sospechoso de alguna ligereza, y luego como si temiera que lo dijera en serio. Su expresión adquirió lentamente cierto aire pensativo, e hizo un gesto de rechazo.
—Por favor —dijo Kta—, no digas eso tan libremente.
Kurt inclinó la cabeza en señal de respeto a Kta, pues el nemet parecía realmente asustado.
—He intercedido en tu favor ante los Guardianes de Elas —dijo Kta—. Eres una perturbación aquí, pero siento que no eres mal recibido por nuestros Ancestros.
La última mañana Kurt se vistió con cuidado. Debería llevar las ropas con las que llegó, pero Mim se las había retirado. Eran indignas, dijo, de un huésped de Elas. En su lugar tenía una hilera de ropas que supuso pertenecían a Kta, y esta mañana eligió las más cálidas y resistentes, pues no sabía lo que podía depararle el día, y el viento de la noche era gélido. En las habitaciones del Afen hacía frío, y temía no dejarlas una vez entrara en ellas.
Elas volvió a parecerle distante, y la estéril modernidad del interior del Afen estaba en continuo conflicto con sus pensamientos, recordándole que, pese a lo que hubiera pasado en Elas, sus asuntos eran con Djan y no con los nemet.
Al principio de las dos semanas había tomado una decisión en la forma de una pequeña daga con empuñadura de dragón que encontró almacenando polvo entre los papeles de Kta, y que nadie echaría de menos.
La sacó de su escondite y la consideró apta tanto para Djan como para él mismo.
Y fatalmente rastreable hasta la casa de Elas.
No hacía juego con la ropa, pero siempre pensó en llevarla consigo. La dejó a un lado, sobre el vestidor. Volvería a ser de Kta. Los nemet se enfurecerían por el robo, pero de todas formas la cosa se enmendaría.
Kurt terminó de vestirse, ajustándose la ctan, la capa, sobre los hombros, y eligió un broche de bronce para sujetarle, pues ya debía bastante a Elas; no usaría los de plata y oro que le habían proporcionado.
Un ligero golpeteo sonó en la puerta. La llamada de Mim.
—Entrad —dijo, y ella lo hizo así. Los lienzos de tela se cambiaban a diario en toda la casa. Traía unos limpios para la cama y el baño, y se inclinó ante él antes de empezar a trabajar. Últimamente había dejado de haber odio en la mirada de Mim. Sabía que tenía motivos al haber sido cautiva de los tamurlin, pero había cejado en su guerra con él por iniciativa propia, y siempre procuraba complacerla en consideración a esto.
—Al menos ahora tendréis menos cosas que lavar —observó.
Ella no apreció la triste broma. Le miró, bajó la mirada y dio media vuelta para ocuparse de su trabajo.
Y se detuvo en seco, dándole la espalda, mirando al vestidor. Alargó insegura la mano hacia la daga, la cogió y volvió a mirarla como si pensara que iba a saltar contra ella. Sus ojos oscuros se agrandaron por el terror y tomó la actitud de alguien dispuesto a resistirse si intentaba quitársela.
—El señor Kta no os dio esto —dijo.
—No, pero puedes devolvérselo.
Ella la cogió con las dos manos y continuó mirándole.
—Si lleváis un arma al Afen, nos mataréis a todos, Kurt-ifhan. Todo Elas moriría.
—Ya lo he devuelto —dijo—. No estoy armado, Mim. Esa es la verdad.
Ella lo deslizó al cinturón que llevaba bajo la túnica, por una de las cuatro hendiduras que descubrían de pies a cabeza el membranoso pelan. Era una mujer tan pequeña, con esa cinturita, ese cuello esbelto acentuado por la forma en que se peinaba los cabellos, en muchas trenzas pequeñas unidas sobre las orejas. Era una criatura tan pequeña, de hablar tan suave… y, sin embargo, estaba continuamente temeroso de ella, temiendo que le desaprobase con cada músculo de su pequeña y tensa espalda.
Pero esta vez, al igual que aquella noche en el rhmei, había algo parecido a preocupación, e incluso ternura en la forma que le miraba.
—Kta desea que volváis a Elas —dijo ella.
—Dudo que me lo permitan —dijo.
—¿Entonces, por qué os envió aquí la Methi?
—No lo sé. Quizá para contentar a Kta durante un tiempo. Quizá así encuentre el Afen comparativamente mucho peor.
—Kta no permitirá que recaiga mal alguno sobre ti.
—Kta haría mejor en quedarse al margen. Decídselo, Mim. Podría granjearse la enemistad de la Methi. Será mejor que lo olvide.
Estaba asustado. Había vivido con ese miedo atenazador desde el principio y ahora que Mim tocaba puntos sensibles, le resultó difícil hablar con la calma que los nemet consideraban dignidad. La inseguridad de su voz le hizo avergonzarse.
Y lo ojos de Mim se llenaron inexplicablemente de lágrimas. Feroz y pequeña Mim, inhumana Mim, a la que habría considerado atractivamente femenina de no ser por su extraño rostro. No sabía si algún otro ser se molestaría lo bastante como para llorar por él. Descubrió, de pronto, que dejar Elas le resultaba insoportable.
Tomó sus doradas y delgadas manos entre las suyas, supo al momento que no debía hacerlo, pues ella era nemet y temblaba ante el mero contacto de su persona. Pero ella le miró y no se mostró ofendida. Sus manos le devolvieron gentilmente el apretón.
—Kurt-ifhan —dijo—. Le diré al señor Kta lo que decís, porque es un buen consejo, pero no creo que me escuche. Elas hablará en nuestro favor, estoy segura de ello. La Methi ha escuchado anteriormente a Elas. Sabe que habla con el poder de las Familias. Bajad ya a desayunar, por favor. Ya os he retrasado demasiado. Lo siento.
El asintió y se dirigió hacia la puerta, volviéndose para mirar atrás.
—Mim —dijo, porque quería que le mirara. Quería ver su cara para poder recordarla, como quería tener gravado en la mente todo lo que era de Elas. Pero entonces se sintió avergonzado, pues no se le ocurrió nada que decir.
—Gracias —murmuró, y se marchó rápidamente.