Cabos sueltos
Al contrario de lo que afirmaba la Gran Central Textual, no había tramas nuevas en UltraPalabra. El ex verbalizador Libris se había obsesionado hasta tal punto con la perfección de su sistema operativo que, al margen de cualquier consideración, había mentido repetidamente para ocultar sus limitaciones. LIBRO V8.3 seguiría siendo el sistema operativo durante mucho tiempo, aunque en el museo de Jurisficción se pueden ver ejemplares UltraPalabra de El principito. Para evitar llegar otra vez tan al borde del desastre, el Consejo de Géneros tomó la única medida posible para garantizar que la GCT fuese lo suficientemente ineficaz y carente de imaginación para no constituir una amenaza: nombró un comité para dirigirla.
MILLON DE FLOSS
UltraPalabra: las consecuencias
Las fiesta de los Premios MundoLibro terminó casi de madrugada. Heathcliff estaba enfurecido porque con todo lo que sucedió habían olvidado conceder el último premio; una hora después de la aparición del Gran Panjandrum le vi hablar enfadado con su imaginador personal. Siempre quedaba el próximo año, claro está, pero no había logrado el récord de ganar setenta y siete veces seguidas y no le gustaba. Pensé que se resarciría con Linton y Catherine, cosa que hizo.
Después de darle a la palanca de emergencia, a nadie sorprendió más que a mí la aparición del Gran Panjandrum. Para los incrédulos fue toda una conmoción y más aún para los creyentes. Durante tanto tiempo no había sido más que una forma de hablar que al aparecer en carne y hueso pilló a todos por sorpresa. A mí me pareció una mujer normal de unos treinta años, pero más tarde Humpty Dumpty me contó que él la había visto con forma de huevo. En cualquier caso, la estatua de mármol del vestíbulo del Consejo de Géneros muestra a Gran Panjandrum tal como la vio el señor Price el escultor: con un delantal de cuero, martillo y cincel.
Al llegar, Gran Panjandrum se hizo cargo de la situación perfectamente. Congeló el texto en el interior de la sala, atrancó las puertas y decretó que se votase en ese mismo momento. Convocó al presidente del Consejo de Géneros y el voto contra UltraPalabra fue unánime. Me habló en tres ocasiones. Una vez para decirme que yo estaba Escrita Correctamente. La segunda para preguntarme si aceptaría el puesto de Bellman. Y, finalmente, para preguntarme si las esferas de espejos de las discotecas del Exterior tenían un motor que las hacía girar o si se movían por efecto de la luz. Respondí que gracias, que sí y que no lo sabía, por ese orden.
Acabada la fiesta, caminé despacio por el Pozo de las Tramas Perdidas hasta el estante de Caversham Heights y me leí en su interior, cansada pero feliz. El trabajo de Bellman me mantendría ocupada con tareas puramente administrativas… justo lo que me hacía falta para dejar que los tobillos se me hinchasen en paz y tranquilidad, y para planear mi regreso al Exterior cuando el bebé Next y su madre estuviesen bien. Juntos nos enfrentaríamos a las tribulaciones del regreso de Landen, porque el pequeñín tendría padre, cosa que ya le había prometido. Abrí la puerta del Sunderland de Mary y sentí que al entrar el viejo bote volador se agitaba. La primera vez que entré me había dado aprensión, pero ya no lo hubiese cambiado por nada. Las olas suaves golpeaban el casco y en la distancia un búho ululó de regreso al nido. Me sentía tan en casa como me había sentido en casa. Me quité los zapatos y me eché en el sofá, junto a Yaya, que se había quedado dormida tejiendo un calcetín. Ya tenía sus buenos tres metros, porque, como decía, todavía tenía que reunir coraje para girar el talón.
Cerré los ojos un momento y me quedé dormida sin el miedo atroz a Aornis. Eran casi las diez cuando me desperté. Pero no desperté naturalmente… Pickwick tiraba del dobladillo de mi vestido.
—Ahora no, Pickers —murmuré somnolienta, intentando darme la vuelta y casi clavándome una aguja de hacer punto. Siguió tirando hasta que me senté, me froté los ojos y me desperecé sonoramente. Tan insistente estaba que la seguí hasta mi dormitorio. Sentado en la cama y rodeado de cáscara de huevo rota había algo que sólo podía describir como una pelusa con dos ojos y pico.
—Ploc-ploc —dijo Pickwick.
—Tienes razón —le dije—, es una monada. Felicidades.
El pequeño dodo parpadeó, abrió mucho el pico y dijo con voz aguda:
—Plun.
Pickwick se sorprendió y me miró con ansiedad.
—¡Bien! —le dije—. ¿Ya tenemos una adolescente rebelde?
Pickwick le dio con el pico al pollito, que hizo plun indignado antes de sentarse.
Pensé un momento y dije:
—No irás a alimentarla con ese truco repugnante de la regurgitación que usan las aves marinas, ¿verdad?
Abajo, la puerta se abrió de golpe.
—¡Thursday! —gritó Randolph todo ansiedad—. ¿Estás aquí?
—Aquí estoy —grité, dejando a Pickwick con su retoño y bajando para encontrarme con un Randolph muy agitado que recorría el salón de un lado a otro.
—¿Qué pasa?
—Es Lola.
—¿Otro joven que no se la merece? Vamos, Randolph, debes aprender a no sentir celos…
—No —dijo con rapidez—, no es eso. Las chicas son las que mandan no encontró editor, ¡y el autor quemó el manuscrito presa de la furia y la borrachera! ¡Es por eso que anoche no estaba en los premios!
Me conmocioné. Si en el Exterior se destruía un libro, entonces todos los personajes y situaciones…
—Sí —dijo Randolph, leyéndome la mente—, ¡van a subastar a Lola!
Rápidamente me cambié de vestido y llegamos cuando la subasta terminaba. Ya se había vendido la mayoría de las escenas descriptivas, habían hecho un único lote con las respuestas ingeniosas y las habían vendido todas juntas, y ya habían dado cuénta de todos los coches y de casi todo el mobiliario y el vestuario. Me abrí paso entre la multitud y encontré a Lola con cara de pena sentada en su maleta.
—¡Lola! —dijo Randolph mientras se abrazaban—. ¡He traído a Thursday para que nos ayude!
Ella se puso en pie de un salto y sonrió, pero como mucho era una semisonrisa de desesperación más que elocuente.
—Vamos —dije, cogiéndola de la mano—, nos Vamos de aquí.
—¡No tan rápido! —dijo un hombre alto vestido con un traje inmaculado—. ¡No se puede retirar ningún producto hasta que no se paga!
—Está conmigo —le dije mientras varios tipos fortachones aparecían de la nada.
—No, no lo está. Es el lote noventa y siete. Puede pujar si quiere.
—Soy Thursday Next, Bellman electa —le dije—, y Lola está conmigo.
—Sé quién es y lo ha hecho muy bien, pero esto es un negocio. No he hecho nada malo. Podrá llevarse la genérica a casa dentro de diez minutos… cuando haya ganado la puja.
Le miré furiosa.
—Voy a cerrar este asqueroso negocio —le dije—, ¡y voy a disfrutar haciéndolo!
—¿En serio? —respondió el hombre—. Mire cómo tiemblo. Bien, ¿va a pujar o retiro el lote y lo pongo a la venta privada?
—Ella no es un lote —dijo Randolph con furia—, es Lola… ¡y la amo!
—Me estás rompiendo el corazón. Puja o vete, tú eliges.
Randolph intentó dar un golpe a la barbilla del vendedor, pero uno de los fortachones se lo impidió y le retuvo con fuerza.
—¡Controle a su genérico o los expulso a los dos! ¿Entendido?
Randolph asintió y le soltaron. Nos quedamos juntos mirando a Lola, quien lloraba silenciosamente en un pañuelo.
—Caballeros, lote noventa y siete. Buena mujer B-4, genérica, identificación: TSI-1404912-C. Atractiva y agradable. No hay ocasión a menudo de conseguir a una de estas jóvenes entretenidas. Su gran apetito carnal, su ligero alelamiento y su atractiva inocencia se combinan con una energía infatigable que la hace especialmente adecuada para novelas picantes. ¿Pujas?
La situación era mala. Muy mala. Me volví hacia Randolph.
—¿Tienes dinero?
—Un billete de diez.
La puja ya había llegado a los mil. Yo no tenía ni una décima parte de esa cifra ni allí ni en casa… ni nada que vender para obtenerla. El precio siguió subiendo y Lola se deprimió aún más. Dada la cantidad que ofrecían, probablemente saliese en una serie de libros y los derechos cinematográficos… Me estremecí.
—¡Con usted, señor, seis mil! —anunció el vendedor mientras la puja proseguía entre dos tratantes conocidos—. ¿Alguien da más?
—¡Siete mil!
—¡Ocho!
—¡Nueve!
—No puedo mirar —dijo Randolph con las mejillas arrasadas de lágrimas. Se volvió y Lola le miró mientras se alejaba.
—¿Alguien da más? —repitió el vendedor—. Con usted, señor, estamos en nueve mil. Nueve mil a la una… a las dos…
—¡OFREZCO UNA IDEA ORIGINAL! —grité, buscando en el bolso el pequeño fragmento de originalidad que la señorita Havisham me había regalado y acercándome al subastador. Se produjo un silencio mortal cuando levanté el fragmento y, con una fioritura, lo coloqué sobre su mesa.
—¿Un fragmento de originalidad por una buscona como ésa? —dijo un hombre—. A Bellman le falta un tornillo.
—Para nosotros Lola es importante —dije muy seria. La señorita Havisham me había dicho que lo usase con sabiduría… y creo que eso hice—. ¿Es suficiente?
—Es suficiente —dijo el vendedor, recogiendo el fragmento y examinándolo avariciosamente con la lupa—. El lote se retira de la venta. Señorita Next, es usted la orgullosa propietaria de una genérica.
Lola casi se desmayó, pobrecilla, y me abrazó con fuerza durante los cinco minutos que hicieron falta para completar el papeleo.
Encontramos a Randolph sentado en un noray dél puerto mirando al Mar Textual con expresión triste y vacía. Lola se inclinó y le susurró algo al oído.
Randolph dio un salto y se giró, la rodeó con sus brazos y lloró de alegría.
—Sí —dijo—, sí, ¡hablaba en serio! ¡Todo lo que dije era en serio!
—Vamos, pichoncitos —les dije—. Creo que es hora de salir de este mercado de ganado.
Caminamos de vuelta a Caversham Heights, Randolph y Lola de la mano, haciendo planes para montar un hogar de genéricos que lo estuviesen pasando mal y pensando en formas de reunir fondos. Ninguno de los dos tenía recursos para semejante proyecto, pero me dieron una idea.
A la semana siguiente, poco después de mi toma de posesión como Bellman, presenté la propuesta ante el Consejo de Géneros: el Consejo debía comprar Caversham Heights y convertirlo en santuario para personajes que necesitasen un descanso de las tareas repetitivas y arduas a las que se enfrentan las personas de ficción. Una especie de lugar de vacaciones textual sin servicio de habitaciones. Para mi deleite, el Consejo aprobó la medida, ya que de rebote solucionaba el problema de los personajes de poemas infantiles. Jack Spratt quedó encantado con la noticia y no parecieron importarle en absoluto los cambios masivos que serían necesarios para acoger a los visitantes.
—Me temo que la trama de las drogas queda descartada —le dije mientras almorzábamos unos días después.
—Qué demonios —exclamó—. Tampoco es que me encantase. ¿Tenemos un boxeador de reemplazo?
—La trama de boxeo también queda descartada.
—Ah. ¿Qué hay de la subtrama de blanqueo de dinero, esa en la que descubro que el alcalde ha estado aceptando sobornos? Eso sigue, ¿no?
—No exactamente así —dije lentamente.
—¿También descartada? —preguntó—. ¿Tenemos al menos un asesinato?
—Eso sí —respondí, pasándole el nuevo plan que había escrito el día antes con ayuda de un imaginador contratado por horas.
—¡Ah! —dijo, examinando con anhelo las palabras—. «Ha llegado la Pascua a Reading… mala época para los huevos… y Humpty Dumpty aparece destrozado bajo un muro, en una zona poco recomendable de la ciudad…»
Pasó algunas páginas más.
—¿Qué hay de la doctora Singh, de Madeleine, de los agentes de policía sin nombre 1 y 2 y todos los demás?
—Siguen ahí. Hemos tenido que reasignar algunos papeles, pero debería sostenerse bien. La única persona que se ha negado a cambiar ha sido Agatha Diesel… creo que va a darnos algunos problemas.
—Puedo ocuparme de ella —respondió Jack, yendo al final del resumen para ver cómo acababa—. A mí me parece bien. ¿Qué dicen los personajes de poemas infantiles?
—Con ellos hablaré ahora.
Dejé a Jack con el esquema y salté a Norland Park para darle la noticia a Humpty Dumpty; él y los suyos seguían acampados a las puertas de la mansión. Además se les habían unido los personajes de cuentos infantiles.
—¡Ah! —dijo Humpty cuando me vio—. Bellman. Después de todo, las tres brujas tenían razón.
—Suelen acertar —respondí—. Tengo una propuesta para usted.
A Humpty casi se le salieron los ojos de las órbitas cuando le expliqué lo que tenía en mente.
—¿Un santuario? —preguntó.
—Más o menos —le dije—. Le necesito para que coordine a todos los personajes de la poesía infantil, a los que la narración puede resultarles algo extraña después de tanto tiempo en los pareados, así que usted habrá muerto cuando empiece la historia.
—¿No… será… lo del muro?
—Me temo que sí. ¿Qué le parece?
—Bien —dijo Humpty, leyendo con atención el resumen y sonriendo—. Se lo presentaré a los miembros, pero creo que puedo garantizar que no encontraremos ningún problema. Pendiente de ratificación, creo que tenemos un acuerdo.
Al C de G le llevó casi un año desmantelar los dispositivos UltraPalabra de la Gran Central Textual, y se produjeron muchos más arrestos aunque, por desgracia, ninguno en el Exterior. Liberaron a Vernham Deane y a él y a Mimí les concedieron la Estrella de Oro a la Lectura además del reajuste de trama que habían deseado tantos años. Se casaron y (caso sin precedentes para un malvado de Farquitt) vivieron felices para siempre, lo que provocó una brusca caída en las ventas de El señor de High Potternews. Harris Tweed, Xavier Libris y otros veinticuatro miembros de la Gran Central Textual fueron juzgados y declarados culpables de crímenes contra el MundoLibro. Harris Tweed fue expulsado permanentemente de la ficción y regresó a Swindon. Heep, Orlick y Legree fueron enviados de vuelta a sus libros y al resto se los redujo a texto.
Era el primer día de la llegada de personajes de los poemas infantiles y Lola y yo estábamos sentadas en un banco del parque de Caversham Heights… que pronto pasaría a llamarse Asesinato pareado. Veíamos cómo Humpty Dumpty daba la bienvenida a la larga fila de personajes a medida que Randolph iba asignando los papeles. Todos estaban encantados con la situación, pero yo no me sentía precisamente alegre. Todavía echaba de menos a Landen y lo recordaba cada vez que intentaba (infructuosamente) abotonarme los viejos pantalones sobre una cintura que se ensanchaba con rapidez.
—¿En qué piensas?
—En Landen.
—Oh —dijo Lola, mirándome con sus enormes ojos marrones—, le recuperarás, estoy segura… ¡Por favor, no te pongas triste!
Le toqué la mano y le agradecí sus palabras.
—No llegué a darte las gracias por lo que hiciste —dijo muy despacio—. Sobre todo echaba de menos a Randolph. Si me hubiese contado lo que sentía me habría quedado en Heights o habría solicitado un pluriempleo… incluso como C.
—Los hombres son así —le dije—. Yo me alegro de que seáis felices.
—Echaré de menos ser la protagonista —dijo pensativa—. El de Las chicas son las que mandan era un buen papel pero en un libro de mierda. ¿Crees que volveré a ser la heroína?
—La verdad, Lola, algunos opinan que el héroe de una historia es el personaje que más cambia. Si tenemos en cuenta cómo erais en el momento en que nos conocimos al comienzo de la historia y cómo sois ahora mismo, al final, creo que tú y Randolph sois los más heroicos con diferencia.
—La verdad es que sí, ¿no? —Sonrió y permanecimos en silencio un momento—. ¿Thursday?
—¿Sí?
—Al final, ¿quién mató a Godot?