El 923 Premios Anuales del MundoLibro
Los Premios Anuales del MundoLibro (o Bookies) se crearon en 1063 d.C. y, durante los primeros doscientos años, los acapararon Esquilo y Homero, que ganaron en la mayoría de las más o menos treinta categorías. Tras la expansión de la ficción y la inclusión de la tradición oral, en 1423 las categorías llegaron a ser doscientas. Veinte años más tarde se añadieron los premios técnicos, incluidos «palabra más empleada» y «palabra mal escrita en más ocasiones», lo que ha sido un tema polémico desde entonces. En 1879 ya había seiscientas categorías, pero ni la duración de la ceremonia ni el escándalo de manipulación de votos de 1965 mellaron la popularidad de una ocasión tan sonada. Durante muchos años seguirá siendo uno de los acontecimientos más famosos del MundoLibro.
TRAFFORD BRADSHAW, CBN
Guía Bradshaw del MundoLibro
Me encontraba entre bastidores de la sala Starlight, una más en una larga fila de celebridades menores, todas aguardando su turno para salir y leer las candidaturas. La zona de espera donde nos habían metido era grande y la cháchara de las voces emocionadas sonaba a agua corriente. Llevaba toda la velada intentando evitar a Tweed. Pero, en cuanto le perdía, Heep ocupaba su lugar. También había otros. Bradshaw me había señalado a Orlick y a Legree, dos ayudantes de Tweed que le parecía que tampoco eran de fiar.
De todos ellos, Heep era el menos profesional. Su capacidad para observar sin ser observado era asombrosamente inadecuada.
—¡Bien! —dije, al pillarle mirándome—. ¡Tú y yo, los dos esperando un premio!
Se frotó las manos y unió los largos dedos.
—Impresionante, yo todo humildad y usted una exterior. Gracias a usted y al incidente antiortográfico soy candidato a «personaje más escalofriante de una novela de Dickens». ¿En qué categoría compite usted?
—Voy a presentar, no a recoger, Uriah… y, por cierto, ¿por qué me sigues?
—Mis disculpas, señora —dijo, retorciéndose un poco y juntando las manos para evitar que le temblaran—. El señor Tweed me pidió que la vigilase especialmente de cerca por si había algún ataque, señora.
—¿Ah, sí? —respondí, nada impresionada por una excusa tan tonta—. ¿De quién?
—De los que deseen causarle daño, claro está. ProCaths, bowdlerizadores… incluso los ciudadanos de Sombra. Estoy seguro de que fueron ellos los que intentaron matarla.
Por desgracia, era cierto. Desde el arresto de Deane ya habían atentado en dos ocasiones contra mi vida. La primera vez habían soltado un tigre en la oficina de Kenneth. Al principio había creído que era Big Martin, que al final me había dado caza… pero no. Bradshaw se había ocupado de la criatura; la mandó de viaje sin retorno a La espada de los zenobianos. La segunda vez fue un asesino a sueldo. Por suerte, la letra de Heep era bastante mala y Thursby de El halcón maltés fue quien recibió el tiro. Seguía viva sólo por el hecho de que era exterior. De haber sido una genérica, haría tiempo que me habrían borrado en la fuente.
—El señor Tweed dice que los exteriores tienen que cuidar unos de los otros —añadió Heep—. Los exteriores tienen obligaciones…
—La verdad es que es muy considerado por tu parte —le interrumpí—, pero puedo cuidar de mí misma. Buena suerte con tu premio; estoy segura de que ganarás.
—¡Gracias! —dijo, retorciéndose brevemente antes de apartarse un poco y seguir mirándome fijamente con más bien poca sutileza.
Me llamaron al escenario, donde vi al maestro de ceremonias cerrando el premio anterior. Me recordó a Adrián Lush: todo sonrisas, hipocresía y pelo cardado.
—Por tanto —decía—, «teletransportación» es la clara ganadora de «premisa más increíble en una novela de ciencia ficción». Mala suerte para «y vivieron felices para siempre», que ganó el año pasado. Me gustaría dar las gracias a todos los candidatos y especialmente a Ginger Hebblethwaite por presentarlo.
Hubo aplausos y un joven pecoso con chaqueta de aviador saludó a la multitud y me guiñó el ojo al salir del escenario.
El maestro de ceremonias respiró hondo y consultó su lista. Al contrario que en casa, allí los premios no se retransmitían por televisión, ya que en el MundoLibro no había televisión. No hacía falta. Los genéricos que se habían quedado en los libros cubriendo los servicios mínimos para mantener las historias en marcha se mantenían informados por medio de enlaces notaalpiéfono desde la sala Starlight. Con todos los personajes habituales asistiendo a los premios, la ficción no era exactamente igual de buena, pero por lo general nadie se daba cuenta. A menudo ésa era la razón por la que la gente del Exterior discutía acerca de la calidad de un libro recomendado. Lo habían leído durante los Bookies.
—Damas, caballeros y… eh… cosas, el próximo premio lo presentará la agente de Jurisficción más reciente en las filas de la agencia policial del MundoLibro. Recién llegada de una brillante carrera en el Exterior y artífice del final mejorado de Jane Eyre, les presento a… ¡Thursday Next!
Se oyeron aplausos y salí, sonriendo como se esperaba de mí. Besé en el aire al maestro de ceremonias y miré al auditorio.
Era vasto. Realmente vasto. La sala Starlight era el espacio de su tipo más grande jamás descrito en un libro. Un candelabro encendido adornaba cada una de las cien mil mesas y, por tanto, al mirar la sala sólo vi un campo interminable de luces blancas parpadeando en la distancia como estrellas. Esa noche estaban presentes siete millones de personajes, pero haciendo uso de una conveniente tecnología de desplazamiento de campo temporal tomada prestada de los chicos del género de la ciencia ficción, todos los presentes ocupaban una mesa justo al lado del escenario y podían vernos y oírnos sin problemas.
—Buenas noches —dije, mirando el mar de caras—. He venido a leer los candidatos y anunciar el ganador de la categoría «mejor inicio de capítulo en lengua inglesa».
Las luces empezaban a darme calor. Me armé de valor y leí la parte de atrás del sobre.
—Optan al premio: La caída de la casa Usher, de Edgar Alian Poe; Regreso a Brideshead, de Evelyn Waugh, e Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.
Esperé a que se apagasen los aplausos y abrí el sobre.
—Y la ganadora es… ¡Regreso a Brideshead! Se produjo un aplauso atronador y yo sonreí como se esperaba de mí cuando el maestro de ceremonias se inclinó hacia el micrófono.
—¡Maravilloso! —dijo entusiasmado mientras los aplausos iban muriendo—. Oigamos el párrafo ganador, ¿vale?
Colocó el breve texto, en el dispositivo de ImaginoTransferencia instalado en él escenario. Pero no se trataba de un dispositivo grabador como los empleados para crear libros en el Pozo. Era un transmisor. La máquina leyó las palabras de la historia de Waugh y las proyectó directamente a la imaginación del público.
«Ya había estado aquí», dije. Ya había estado allí. Primero con Sebastian, más de veinte años antes, un día despejado de junio, cuando las ulmarias llenaban de blanco las zanjas y los aromas veraniegos perfumaban el aire; era un día esplendoroso y, a pesar de haber estado allí en múltiples ocasiones, con muchos estados de ánimo diferentes, era a esa primera visita a la que regresaba mi corazón en aquella ocasión, la última…
Los invitados aplaudieron otra vez y, cuando dejaron de hacerlo, el maestro de ceremonias anunció:
—El señor Waugh no puede estar con nosotros esta noche, así que me gustaría pedirle a Sebastian que acepte el premio en su nombre.
Se oyó un redoble de tambores y un breve estruendo de música cuando Sebastian caminó desde su mesa hasta el podio y, tras besarme en la mejilla, le dio un buen apretón de manos al maestro de ceremonias.
—¡Genial! —dijo tomando un trago de la copa que se había traído—. Es un gran honor aceptar el premio en nombre del señor Waugh. Sé que querría que diese las gracias a Charles, de cuya boca surgen todas las palabras, y también a lord Marchmain por su excelente escena de muerte; a mi madre, cláro está, y a Julia, Cords…
—¿Qué hay de mí? —dijo una vocecilla desde la mesa de Regreso a Brideshead.
—Ya llegaba a ti, Aloysius.
Se aclaró la garganta y tomó otro trago.
—Claro está, también me gustaría decir que en Regreso a Brideshead no podríamos haberlo logrado por nosotros mismos. Me gustaría dar las gracias a todos los personajes de obras anteriores que tanto hicieron por cimentar las bases. En especial, me gustaría mencionar al capitán Grimes, a Margot Metroland y a lord Copper. Además…
Habló de la misma forma durante casi veinte minutos, dándoles las gracias a todos los que se le ocurrían antes de aceptar finalmente la estatuilla y volver a la mesa. El maestro de ceremonias me dio las gracias y salí del escenario muy aliviada, con la voz del maestro de ceremonias diciendo:
—Y en cuanto a la próxima categoría, «trama más incomprensible en cualquier género», nos alegra dar la bienvenida a alguien que amablemente se ha tomado unas horas libres de su agotador programa de dominación sádica de la galaxia. Damas, caballeros y cosas, ¡Su Suprema Santidad el emperador Zhark!
—Le toca —le susurré al emperador, que intentaba calmar los nervios con un cigarrillo rápido.
—¿Qué tal estoy? —preguntó—. ¿Cómo para llenar de terror los corazones de millones de formas de vida indefensas?
—Aterrador —le dije—. ¿El sobre?
Rebuscó en la gruesa capa negra hasta dar con él, me dedicó una amplia sonrisa, respiró hondo y subió decididamente al escenario para recibir gritos de terror y desprecio.
Volví a entrar en la sala Starlight cuando entregaban el premio a la «trama más incomprensible», por quinto año consecutivo, a El mago. Miré el reloj. Faltaba una hora para que se anunciase el último y más prestigioso premio al «protagonista romántico más turbulento». Era una competición muy animada y las probabilidades llevaban todo el día fluctuando. Heathcliff era el claro favorito 7 a 2. Había ganado setenta y seis veces seguidas y, siempre consciente de que alguien podía restarle protagonismo, había estado alterando sus palabras y acciones de forma sutil para mantener la corona bien plantada en su cabeza, algo que la oposición también había intentado. Jude Fawley había intentado modificar su trama para añadirle dramatismo y ni siquiera Hamlet era inmune a sutiles modificaciones de trama; había exagerado su locura hasta tal punto que habían tenido que mandarle de crucero para que se relajase.
Pasé junto a una mesa ocupada por conejos.
—¡Camarero! —dijo uno, golpeando con la pata para llamar la atención—. ¡Más hojas de dientes de león para la mesa ocho, si me hace el favor, señor!
—Buenas noches, señorita Next.
Eran los Bradshaw. Me alegró comprobar que no se habían plegado a los convencionalismos. Al final la señora Bradshaw había decidido asistir.
—Buenas noches, comandante, buenas noches, señora Bradshaw… bonito vestido.
—¿Le parece? —preguntó la señora Bradshaw algo nerviosa—. Trafford quería que me pusiese algo largo pero creo que este traje de cóctel de Coco Chanel es una maravilla, ¿no crees?
—El negro hace juego con sus ojos —le dije, y ella sonrió recatadamente.
—Tengo lo que querías que te guardase —susurró Bradshaw en voz muy baja—. Me gustan las mujeres que saben delegar… ¡Dime cuándo y será tuyo!
—Espere al anuncio de UltraPalabra™ —siseé—. Tweed me sigue de cerca; ¡evite por cualquier medio que se haga con él!
—No te preocupes por eso —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la señora Bradshaw—. La memsahib lo sabe todo… puede que tenga un aspecto delicado, pero por san Jorge que es temible cuando la hacen enfadar.
Me dedicó un guiño y seguí avanzando, con el corazón desbocado. Esperaba que mis nervios no fuesen evidentes. Heep estaba en el escenario, pero Legree había ocupado su puesto y me vigilaba con disimulo a unas setecientas mesas de distancia. La tecnología de desplazamiento de campo temporal le favorecía… todas las mesas estaban junto a todas las demás.
De pronto percibí un fuerte olor a cerveza.
—¡Señorita Next!
—Sir John, buenas noches.
Falstaff me miró de arriba abajo. No me ponía vestido muy a menudo y crucé los brazos a la defensiva.
—¡Resplandeciente, querida, resplandeciente! —exclamó, fingiendo ser un experto.
—Gracias.
Habitualmente evitaba a Falstaff, pero ya que me vigilaban, era mejor que hablara con todos; si Tweed y la GCT creían que podía causarles problemas, no iba a ayudarlos llamando la atención sobre mis verdaderos aliados.
—Sé de una habitación discreta, dama Next, un rincón para conocerse… un niche d’amour. ¿Qué tal si nos retiramos para que te explique por qué me pusieron Falstaff?
—En otra ocasión.
—¿En serio? —preguntó, sorprendido por mi conformidad totalmente accidental.
—No, la verdad es que no, sir John —dije a toda prisa.
—¡Menos mal! —dijo, limpiándose la frente—. Si yacieses conmigo no sería ni la mitad de divertido… ¡La resistencia, dama Next, es efectivamente un potente atractivo!
—Si resistencia es lo que busca —le dije, sonriendo—, ¡entonces jamás tendrá una mujer más reacia!
—¡Brindo por eso! —Rio efusivamente… es posible que acuñasen la palabra especialmente para él.
—Tengo que irme, sir John. No más de un galón de cerveza por hora, ¿recuerda? —Le toqué la enorme barriga, que era tan dura como un barril de cerveza.
—¡Palabra de honor! —respondió, limpiándose la espuma de la barba.
Llegué hasta la mesa de Jurisficción. Beatrice y Benedict discutían, como siempre.
—¡Ah! —dijo Benedict tan pronto como me senté—. A menudo la belleza llena de orgullo a una mujer, pero ¡Dios sabe que Beatrice posee muy poca!
—¿De verdad? —respondió Beatrice—. ¡Ni los caníbales hambrientos se atreverían a tocar esa cara tuya!
—¿Habéis visto a Bellman? —pregunté.
Dijeron que no y los dejé que siguieran discutiendo. Entonces Foyle se me sentó al lado. Le había visto en ocasiones por Norland Park. También pertenecía a Jurisficción.
—Hola —dijo—, no nos han presentado. Gully Foyle me llamo, terra es mi nación; el espacio profundo es mi hogar y la muerte mi destino… Me encargo de la ciencia ficción.
Le di la mano.
—Thursday Next —respondí—. De Swindon. ¿Qué opina de los premios?
—Están bastante bien —respondió—. Me ha decepcionado que Hamlet ganase el de personaje de Shakespeare al que más nos gustaría abofetear. Yo apostaba por Otelo.
—Bien —respondí—. Otelo ha ganado el de protagonista de Shakespeare más lelo y no les gusta que se repitan.
—¿Es así? —reflexionó—. No consigo encontrarle sentido al sistema de votación.
—Dicen que le van a asignar como compañero al emperador Zhark —dije, más por mantener la conversación que por otra cosa.
—Espero que no —respondió Foyle—. Llevamos bastante tiempo intentando elevar el nivel intelectual y filosófico de la ciencia ficción; gente como él no ayuda en nada a la causa.
—¿Cómo es eso?
—Bien —dijo Foyle—, ¿cómo podría expresarlo? Zhark pertenece a lo que describimos como «ciencia ficción menor», «divertida» o incluso «clásica».
—¿Qué tal «basura»?
—Sí, eso me temo.
El público prorrumpió en aplausos mientras el maestro de ceremonias anunciaba el siguiente premio.
—Damas, caballeros y cosas —declaró—, le pedimos a Dorothy que entregase el siguiente premio, pero, desgraciadamente, justo antes de la ceremonia la han secuestrado unos monos voladores. Por tanto, yo mismo leeré a los candidatos.
El maestro de ceremonias suspiró. La ausencia de Dorothy no era más que el último de una serie de problemas de poca importancia que habitualmente alteraban el desarrollo normal del espectáculo. Hacía un rato, Rumplestiltskin había perdido la cabeza y atacado a alguien que había logrado adivinar su nombre. Marry Elliot de Persuasión se había declarado «demasiado indispuesta» para recibir el premio al personaje de Austen más cansino y no habían podido convencer a Boo Radley para que saliese de su camerino.
—Por tanto —siguió diciendo el maestro de ceremonias—, los candidatos a mejor muerto de ficción son los siguientes. —Miró la parte posterior del sobre—. Primer candidato: el conde Drácula.
Se produjeron algunos aplausos cortos, mezclados con algunos abucheos.
—Sí, efectivamente —exclamó el maestro de ceremonias—, el señor supremo del mal en persona, padre de todo un subgénero. Desde su castillo en los Cárpatos saltó al mundo y lo cubrió de sombras para siempre. Leamos un poco más.
Colocó un breve extracto bajo el dispositivo de ImaginoTransferencia y sentí una sombra fría en el cuello cuando la descripción del señor de las tinieblas entró en mi imaginación.
Allí, en una de las grandes cajas, de las que había cincuenta sobre un montón de tierra recién cavada, se encontraba el conde. No supe si estaba muerto o dormía, porque tenía los ojos abiertos y eran pétreos, pero no estaban vidriados por la muerte, y las mejillas poseían el calor de la vida a pesar de su palidez, y los labios eran tan rojos como siempre. Pero no había ninguna señal de movimiento, ni pulso, ni respiración, ni le latía el corazón. Me incliné sobre él para encontrar alguna señal de vida, pero fue en vano.
Aplausos y volvieron a encenderse las luces.
—Del no muerto al muy muerto, el segundo candidato es un hombre que regresa desinteresadamente de la tumba para advertir a su antiguo socio empresarial de los terrores que le esperan si no cambia su modo de vida. Desde Un cuento de Navidad: ¡Jacob Marley!
El mismo rostro: justo el mismo. Marley con su coleta, su chaleco de siempre, calzas y botas; las borlas de estas últimas tiesas, como su coleta, los faldones de su chaqueta y el pelo de su cabeza. Tenía la cadena pasada por la cintura. Era una cadena larga y enrollada como una cola, y estaba formada (porque Scrooge la examinó con atención) por cajas de dinero, llaves, candados, libros de contabilidad, escrituras y pesados monederos, todo forjado en acero. El cuerpo era transparente, por lo que Scrooge, al observarle, y mirando el chaleco, veía los dos botones que la chaqueta tenía detrás.
Miré a Marley en la mesa de Un cuento de Navidad. A través de su silueta semitransparente vi a Scrooge preparando un petardo de Navidad con el pequeño Tim.
Cuando se apagaron los aplausos, el maestro de ceremonias anunció al tercer candidato:
—El fantasma de Banquo de Macbeth. Un amigo asesinado y la venganza sangrienta conforman el menú de esta obra escocesa sobre el poder y la obsesión en el siglo XI —dijo entusiasmado—. ¿Macbeth controla su destino, o el destino controla a Macbeth? Echemos un vistazo.
Entra el fantasma.
MACBETH. ¡Lejos, no te presentes a mi vista!
¡Ve a ocultarte en la tierra!
Tus huesos están resecos y tu sangre está fría;
no hay brillo en esos ojos
con los que me miras con furia.
LADY MACBETH. Pares, considerad lo que sucede
no más que como una costumbre. No es otra cosa,
aunque arruine la presente alegría.
MACBETH. Yo me atrevo a lo que se atreva cualquier
hombre,
acércate como el temible oso ruso,
el rinoceronte armado o el tigre de Hircania;
adopta cualquier forma menos la que tienes, y mis sólidos
nervios jamás temblarán. O vuelve a la vida
y desafíame con tu espada en el desierto.
Si entonces temblase, podrías decir de mí
que soy la muñeca de una niña.
¡Sólo entonces, sombra horrible!
¡Farsa irreal, sólo entonces!
Sale el fantasma.
—Y el ganador es… —anunció el maestro de ceremonias abriendo el sobre—: el conde Drácula.
Los aplausos eran atronadores cuando el conde fue a recibir el premio. Le dio la mano al maestro de ceremonias y aceptó la estatuilla antes de dirigirse al público. Tan blanco y cadavérico era que me estremecí involuntariamente.
—Primero —dijo el conde con una voz suave acompañada de un ligero ceceo—, muchas gracias a Bram por su relato admirable de mis actividades. También me gustaría dar las gracias a Lucy, el señor Harker y a Van Helsing…
—Espero que no se eche a llorar como el año pasado —dijo una voz cerca de mi oído. Me volví para encontrarme con el gato de Cheshire apoyado precariamente en el respaldo de una silla—. Resulta muy embarazoso.
Pero lo hizo. Al cabo de un momento el conde, hecho un mar de lágrimas, daba las gracias a todos los que se le ocurrían y en líneas generales quedaba como un tonto.
—¿Qué tal los premios? —le dije al gato, agradecida de ver una cara amistosa.
—No están mal —respondió—. Creo que Orlando está un poco contrariado por que el Gato con Botas se haya llevado el premio al mejor gato parlante.
—Yo apostaba por ti.
—¿En serio? —dijo el gato, sonriendo todavía más—. Eres muy amable. ¿Quieres un consejo?
—Nunca rechazo ninguno —respondí. El gato de Cheshire siempre había sido completamente imparcial en Jurisficción. Un centenar de Bellmans podían ir y venir, pero el gato siempre estaría allí… y sus conocimientos eran vastísimos. Me incliné hacia él.
—Vale —anunció con grandilocuencia—, aquí tienes mi consejo. ¿Estás lista?
—Sí.
—No bajes del bus mientras esté en marcha.
—Es muy buen consejo —dije con cuidado—. Muchas gracias.
—No hay de qué —dijo el gato, y se evaporó.
—Hola, Thursday.
—Hola, Randolph. ¿Cómo van las cosas?
—Bien —dijo algo dubitativo—. ¿Has visto a Lola?
—No.
—No es propio de ella perderse una fiesta —murmuró—. ¿Crees que estará bien?
—Creo que Lola sabe cuidarse sola —le dije—. ¿Por qué la buscas?
—¡Voy a decirle que me gusta! —respondió con decisión.
—¿Por qué parar ahí?
—¿Quieres decir que debo decirle que me gusta de verdad?
—Y más que eso… pero sería un buen comienzo.
—Gracias. Si la ves, dile que estoy en la mesa de los genéricos sin puesto.
Le deseé buena suerte y se fue. Me puse en pie y me acerqué a una zona cerrada por cortinas donde varios corredores aceptaban apuestas. Aposté cien a que Jay Gatsby ganaba el premio al protagonista romántico más turbulento. No pensaba que fuese a ganar; sólo quería que Tweed malgastase el tiempo intentando deducir qué tramaba. Poco después visité la mesa de Caversham Heights y me senté junto a Mary, que había regresado para los premios.
—¿Qué está pasando en el libro? —exigió saber, indignada—. ¡Jack me dice que mientras he estado fuera ha cambiado algunas cosas!
—Algunas —dije—. Pero no te preocupes, no escribiremos nada vergonzoso sobre ti sin antes consultarte.
Sus ojos pasaron un momento a Arnie, quien compartía un chiste con el capitán Nemo y Agatha Diesel.
—Vale, está bien —respondió.
La velada avanzaba, los famosos que anunciaban los candidatos eran cada vez más importantes a medida que las categorías ganaban también en importancia. El premio al mejor protagonista romántico masculino fue para Darcy, y Scout Finch se llevó el de mejor mujer en una historia de maduración. Miré la hora. Sólo quedaban diez minutos para que se anunciase el prestigioso protagonista romántico más turbulento. La versión femenina de ese premio había estado muy bien presentada por Thomas Hardy y las candidatas Bathsheba Everdene y Tess Durbeyfield habían sido desbancadas por una ganadora inesperada: lady Macbeth. Sylvia Plath también optaba al galardón, pero la habían descalificado porque era real.
Me puse en pie y me acercaba a la mesa de Jurisficción cuando un redoble de tambor anunció la última categoría. Bellman me hizo una amable inclinación de cabeza y miré a la sala. Era el momento de actuar. UltraPalabra™ no era el sistema operativo salvador del MundoLibro… sería su final, y esperaba que Mimí, en los conductos de notaalpiéfono, estuviese lista.[25]
—Y ahora, damas, caballeros y cosas, la hora de la verdad en el 923 Premios Anuales del MundoLibro. Protagonista romántico más turbulento. Para leer las candidaturas tenemos nada menos que al verbalizador Libris, venido desde la Gran Central Textual.
Hubo muchos aplausos, cosa que no había esperado; la GCT no era tan popular. Me vino un súbito ataque de duda. ¿Era posible que Deane se hubiese equivocado? Volví a pensar en Perkins, Snell y Havisham y mi resolución regresó. Agarré el bolso y me puse en pie. Vi que Legree se envaraba y se levantaba de la mesa de La cabaña del tío Tom hablándole a un puño de la camisa. Me dirigí hacia la salida con él siguiéndome de cerca.
—¡Muchas gracias! —dijo Libris, alzando las manos para acallar los aplausos mientras Hamlet, Jude Fawley y Heathcliff esperaban cerca, todos ellos deseando que Libris se diese prisa para poder recoger la estatuilla—. Debo decir algunas palabras sobre el nuevo sistema operativo y luego podremos volver a los premios. —Respiró hondo—. Se han escrito muchas buenas palabras sobre UltraPalabra™ y debo decir que todo lo que dicen es cierto. Todo el MundoLibro disfrutará de sus beneficios, desde los más humildes D-10 de las novelas más baratas hasta los mejores A-1 de la gran literatura.
Caminé hasta un lado del escenario, hacia las puertas dobles que daban a la zona de espera. Legree me siguió, pero la viuda de Mathias le hizo tropezar. Le colocó un casco en el pecho y le retuvo mientras la señora Hubbard le agarraba un brazo y la señorita Muffet el otro. Lo hicieron con tal sigilo que nadie se dio cuenta.
—El ensayo va ganando popularidad y es preciso cortar de raíz su invasión de zonas históricamente restringidas a la ficción. Con tal fin, yo mismo y los técnicos de la Gran Central Textual hemos creado UltraPalabra™, el Sistema Operativo Libresco que nos ofrece más posibilidades, más tramas, más ideas y más formas de trabajar. Con esas herramientas, todos nosotros forjaremos una nueva ficción, una ficción tan variada que los lectores vendrán en masa. El futuro es brillante… el futuro es UltraPalabra™.
—¿Va a alguna parte, señorita? —preguntó Heep, bloqueándome el camino.
—Apártate de mi camino, Uriah.
Se sacó un arma del bolsillo, pero se detuvo de inmediato cuando una voz dijo:
—¿Sabe lo que puede hacer una cabeza borradora con un A-7 como usted, Heep?
Bradshaw salió de detrás de un trífido sembrado en una maceta. Traía su querido rifle de caza. Heep, cobarde como era, dejó caer la pistola y se puso a suplicar por su vida.
Crucé las puertas dobles y saqué el notaalpiéfono móvil. La zona de espera estaba desierta, pero me encontré con Tweed en la entrada al escenario. Libris seguía hablando y, más allá, el público se tragaba hasta la última palabra.
—Claro está —decía—, el nuevo sistema exigirá nuevos procedimientos de trabajo y todos tendréis tiempo de sobra para leer el detallado manual de setecientas páginas; todos los trabajos estarán protegidos, todos los genéricos conservarán su puesto. Dentro de unos minutos pediré una votación para activar el nuevo sistema, tal como exige el Consejo de Géneros. Pero antes de hacerlo, repasemos los puntos más importantes. Primero, UltraPalabra™ soporta la posibilidad de libros «sin florituras» con sólo cuarenta y tres palabras diferentes, ninguna de más de seis letras. Diseñado para aquellos a quienes cuesta leer, esos…
Me incliné y hablé con Tweed mientras Libris seguía hablando con el público.
—¿Es por eso que invitó a todos los genéricos C y D, Tweed?
—¿A qué te refieres?
—¿Para manipular la votación? Sus mentiras causan mayor efecto en los que menos influencia tienen en el Pozo… Les ofrece el poder de cambiar algo y obedientemente lo aceptarán. Cuando Libris termine yo desmentiré lo que afirma. Cuando termine yo, usted, Libris y UltraPalabra™ serán historia.
Tweed me miró fijamente mientras Libris pasaba al tercer punto.
—UltraPalabra™ es demasiado importante para que lo estropee alguien como tú —dijo Tweed con desprecio—. Admito que es posible que tenga sus aspectos negativos, pero en general sus beneficios superan sus desventajas.
—¿Beneficios para quién, Tweed? ¿Para Kaine y para usted?
—Claro está. Y para ti también si dejases de entrometerte.
—¿Con qué le compró Kaine?
—No me compró, Next. Nos fusionamos. Sus contactos en el Exterior y mi posición en Jurisficción. Una persona ficticia en el mundo real y una persona real en la ficción. ¡Es difícil imaginar una asociación mejor!
—Cuando oigan lo que tengo que decir —respondí con calma—, nunca votarán a favor.
Tweed sonrió con esa sonrisa altanera suya y se hizo a un lado.
—¿Quieres hablar, Thursday? Adelante. Queda como una tonta. Pero recuerda: podemos refutar todo lo que digas. Podemos modificar las reglas, cambiar los hechos, negar la verdad mostrando pruebas escritas. Esa es la belleza de UltraPalabra™: todo puede fijarse directamente desde la Gran Central Textual, y como has comprendido correctamente, allí todo lo controlamos Libris, Kaine y yo. Es tan fácil cambiar un hecho como escribir un fallo del eje del Bluebird… o abrir un candado, o esparcir un virus antiortográfico. Basta simplemente con pulsar teclas, Next. Tenemos la Gran Biblioteca bajo nuestro control… con el texto fuente al alcance de nuestros dedos podemos hacer lo que queramos. ¡La historia nos tratará bien porque nosotros la escribiremos! —Rio—. También podrías intentar remontar una cascada en canoa. —Me dio un toquecito paternalista en el hombro—. Pero por si tienes alguna carta en la manga —añadió—, hay siete mil señoras Danvers entrenadas y a la espera, dispuestas a actuar en cuanto las llame. Si queremos, incluso podemos escribir una rebelión… el Consejo será incapaz de distinguir entre una real y una escrita. Ganaremos la votación, Thursday.
—Sí, es posible —admití—. Sólo quiero que los personajes decidan conociendo todos los datos, no sólo los suyos.
Miré a Libris en el escenario.
—Décimo punto —dijo mientras Heathcliff consultaba el reloj impaciente—: todos los personajes, independientemente de dónde residan, dispondrán de cuatro semanas de vacaciones al año en cualquier libro que quieran.
Un estruendo de aplausos; les estaba ofreciendo todo lo que querían oír, haciendo promesas vanas para comprar a los habitantes del MundoLibro.
Tweed habló por el notaalpiéfono móvil.
—La señorita Next quiere hablar.
Vi que Libris se tocaba la oreja y se giraba para mirarme, desdeñoso.
—Pero antes de la votación —añadió—, antes de dar la orden y antes de que saltemos a amplios prados iluminados por el sol, creo que tenemos a un agente de Jurisficción que desea rebatir mis afirmaciones. Está en su derecho. Es vuestro derecho exigir pruebas si lo deseáis… y os aconsejo que lo hagáis. Damas, caballeros y cosas… ¡la señorita Thursday Next!
Hablé por mi notaalpiéfono móvil.
—¡Adelante, Mimí, adelante![26]
Todos los presentes en la sala Starlight reaccionaron un poco a la explosión distante. Tweed se envaró y se giró para mirarme con furia.
—¿Qué ha sido eso?
Le di un toquecito paternalista en el hombro.
—Se llama igualar el terreno de juego, Harris.