Se vuelven las tornas
COMERCIO INTERNO. Jerga para Manipulación Narrativa Interna. Ilegal desde 1932 y contraria al artículo B17(g) del Código de Continuidad Narrativa, esta fluctuación de trama auto inducida está tan extendida por el MundoLibro que para controlarla no hay que andarse con chiquitas. Normalmente se hace caso omiso de las pequeñas manipulaciones, como violaciones de diálogo y demás, pero grandes ajustes de trama sin autorización se investigan con agresividad. El caso más conocido de alarde de romper esas reglas fue cuando Heathcliff quemó la casa en Cumbres borrascosas. Multado y sentenciado a 150 horas de servicios comunitarios en Huevos verdes con jamón, Heathcliff no fue más que uno de los casos de alto nivel que Jurisficción investigaba en esa época.
GATO DE AU DE W
Guía de Jurisficción a la Gran
Biblioteca (glosario)
Heep me agarró dolorosamente por el brazo y me lo retorció empujándome contra una estantería.
—Lo lamento profundamente, señorita Next —gimió. El virus había atravesado la piel y le había podrido el alma—. ¡Imagine, un A-7 como yo arrestando a una guapa exterior como usted!
El aliento le olía a podrido; respiré por la boca para evitar las náuseas. Se hizo con mi guía de viaje y aprovechó la oportunidad para pasarme la mano por el pecho; me resistí… pero sin resultado.
—¡Esa cabeza no es mía! —grité, comprendiendo de inmediato lo estúpida que parecía.
—Es algo de lo que estamos completamente seguros —respondió Tweed con calma—. ¿Por qué le mató?
—No lo hice. Es de Snell —dije inútilmente—. La compró para usarla en su próximo libro y me pidió que se la guardase.
—¿Snell dedicado al comercio interno? ¿Alguna calumnia más que quiera echar sobre el muerto? No me parece muy probable… ¿y cómo es que ha resultado ser la de Godot? ¿Coincidencia?
—Es una encerrona —respondí—. UltraPalabra™ es…
Me callé. Mis instructores de OpEspec me habían repetido en múltiples ocasiones que el mayor error en una situación de mucho estrés es actuar demasiado rápido y hablar de más antes de pensar. Tenía que ganar tiempo… un artículo que empezaba a escasear.
—Tenemos pruebas de su implicación en al menos otros tres asesinatos, señor Bellman —dijo Tweed.
Bellman se giró de pronto para mirarlo mientras me quitaban la guía de viaje y me encadenaban a tres yunques para evitar que saltase a otro lugar.
—¿Havisham? —preguntó con un estremecimiento en la voz.
—Eso creemos —respondió Tweed.
—Le están engañando, Bellman, señor —dije, intentando parecer tan normal como pude—. Algo huele a podrido en el MundoLibro.
—Ese algo es usted, Next —escupió Tweed—. Cuatro agentes de Jurisficción muertos en cumplimiento de su deber… y Deane desaparecido. No puedo creerlo… ¿mató a su mentora?
—Calma, Tweed —dijo Bellman, acercando una silla y mirándome con tristeza—. Havisham confiaba en ella y eso cuenta.
—Entonces, permita que le ilumine, señor Bellman —dijo Tweed, sentándose en la esquina de una mesa—. He estado investigando. Incluso sin tener en cuenta a Godot, hay pruebas más que suficientes de la perfidia de Next.
—¿Pruebas? —me burlé—. ¿Cómo cuáles?
—¿La clave zafiro le suena?
—Por supuesto.
—Sólo ocho agentes de Jurisficción tienen acceso a La espada de los zenobianos —dijo Tweed—, y cuatro de ellos han muerto.
—Está lejos de ser una prueba definitiva, ¿no?
—No lo es por sí sola —respondió Tweed con mucho cuidado—, pero sumada a otros hechos adquiere consistencia. Bradshaw y Havisham saltaron de La espada de los zenobianos dejándola a solas con Snell… regresan unos minutos después y Snell ha sufrido un brutal ataque antiortográfico. Todo perfecto, todo muy inteligente.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué iba a matar a la señorita Havisham? ¿Por qué iba a querer matar a cualquiera de ellos?
—Mató a Havisham porque descubrió que había hecho trampas en el examen de Jurisficción. ¿Sabe cómo lo sabemos?
—Sorpréndame.
—Pregunta cincuenta: «¿Quién escribió El sapo de Toad Hall?
—A. A. Milne —respondí.
—Correcto —respondió Tweed a su vez—, pero ésa no la acierta nadie. Nadie. Ni siquiera Havisham. Nadie lo ha hecho en los últimos cincuenta años. Todos responden Kenneth Grahame. Juran y vuelven a jurar que es él. Ha estado empleando Jurisficción como trampolín para alimentar sus desmesuradas ambiciones. Algo muy peligroso. La ambición sostiene durante un tiempo… y luego mata indiscriminadamente.
—¿Qué ambición? Sólo deseo tener a mi hijo y volverme a casa.
—El trabajo de Bellman —anunció Tweed, como si estuviera sacándose un as de la manga—. Sabía que se retira, ¿no?
—Todo el mundo lo sabe.
—Y como exterior está en buena posición, pero sólo detrás de Bradshaw, Havisham, Perkins, Deane… y yo. Bradshaw ya ha sido Bellman, por lo que queda descartado. ¿Ahora iba a matarme a mí?
—No ambiciono en absoluto ser Bellman y no maté a la señorita Havisham —dije mientras intentaba pensar en un plan.
—Macbeth también negó sus ambiciones —dijo Tweed, acercándoseme.
—¿Qué tiene que ver Macbeth con todo esto?
—Quizá no lo sepa, pero las tres brujas están obligadas a registrar sus profecías. No les gusta nada tener que hacerlo, pero están obligadas… Si no hay papeleo, no hay licencia para leer entrañas de pollo. Es así de simple.
Se sacó un papel del bolsillo.
—El día posterior a su llegada registraron una profecía para una tal «Thursday Next». Dice: «Profecía uno: Ciudadana de Swindon. Profecía dos: Miembro de pleno derecho de Jurisficción, eso serás. Profecía tres: Al final, Bellman serás.»
Dejó la hoja en la mesa y me la pasó.
—¿Lo niega?
—No —dije abatida.
—Lo llamamos Síndrome de Macbeth —dijo Bellman con voz triste—. Es el deseo enfermizo de cumplir las profecías. Casi siempre resulta fatal. Por desgracia, no sólo para el enfermo. ¿Iba a matarme o planeaba esperar a que me jubilase?
—No sufro ningún síndrome, señor Bellman, e incluso si así fuese, ¿no habría que prestar atención a cualquier posible error de UltraPalabra™?
—No hay ningún error —intervino Tweed—. UltraPalabra™ es la tecnología más perfecta que hayamos creado jamás… segura, estable y por completo carente de problemas. Dígame cuál es el fallo… seguro que hay una explicación satisfactoria.
No dije nada. Sabía que Bellman era un hombre honrado. ¿Debía contarle el problema de la triple lectura y arriesgarme a que Tweed ocultase aún más su rastro? Pensándolo bien, era mejor no hacerlo. Cuanto más escarbase yo, más encontrarían contra mí. Necesitaba espacio para planear… tenía que escapar.
—¿Qué será de mí?
—Expulsión permanente del MundoLibro —respondió Tweed—. No tenemos pruebas suficientes para condenarla, pero tenemos lo suficiente para prohibirle la entrada en la ficción. No hay apelación posible. Sólo precisa la ratificación de Bellman.
—Bien —dijo Bellman, tocando la campanilla con desgana—, no puedo menos que estar de acuerdo con la recomendación de Tweed. Regístrenla por si tiene algún dispositivo del MundoLibro antes de enviarla de vuelta.
—Está cometiendo un error, señor Bellman —dije con furia—, un error muy…
—¡Oooh! —dijo Heep, que había estado rebuscando en mis bolsillos mientras intentaba magrearme otra vez—. ¡Miren lo que he encontrado!
Era el recurso narrativo «¡De pronto, se oyó un disparo!» que Snell me había dado en el Cordero Degollado.
—¿Un recurso narrativo, señorita Next? —dijo Tweed, aceptando aquel pequeño globo de vidrio que le entregaba Heep—. ¿Tiene los papeles?
—No. Es una prueba. Simplemente se me olvidó registrarla.
—Es estrictamente ilegal llevar encima cualquier Dispositivo de Cambio Narrativo. ¿Es traficante? ¿Quién le suministra? ¿Vende esta basura en la ficción para adolescentes?
—Métasela por el culo, Tweed.
—¿Qué ha dicho?
—Ya me ha oído.
Se puso de color carmesí y es posible que incluso me hubiese golpeado, pero yo sólo quería que se me acercase lo suficiente para darle una patada, o al menos un golpe, en la mano.
—Montón de mierda —dijo con desprecio—. Supe que no valía nada desde el mismo momento en que la vi. ¿Se cree muy especial, señorita OpEspec exterior suprema?
—Al menos yo no trabajo para Skyrail, Tweed. ¡Dentro de la ficción eres un tipo muy importante, pero en el mundo real eres menos que nadie!
Estas palabras provocaron el efecto deseado. Dio un paso hacia mí y le di una patada directa en la mano. El pequeño globo salió volando muy por encima de nuestras cabezas. Heep, cobarde como era, se puso a cubierto, pero Tweed y la Reina Roja, temiendo que un Dispositito de Cambio Narrativo se activase en un espacio cerrado, intentaron atraparlo. Quizás hubiesen tenido éxito de no haber chocado entre sí. El globo cayó al suelo y se rompió ante su mirada impotente.
De pronto, sonó un disparo. No vi de dónde venía, pero sentí sus efectos; la bala dio en la cadena que me unía a los yunques, rompiéndola sin problemas. Tomé aliento y corrí hacia la puerta. No sabía adonde me dirigía; sin mi guía de viaje estaba atrapada y Sentido y sensibilidad no era tan grande. Tweed y Heep se pusieron pronto en pié sólo para volver a agacharse en cuanto un segundo disparo siguió al primero. Me agaché y crucé la puerta para encontrarme con… Vernham Deane, pistola en mano. Heep y Tweed respondieron al fuego mientras Deane guardaba el arma y me agarraba ambas manos.
—No te sueltes y deja en blanco la mente —dijo—. Vamos a abstraernos.
Dejé la mente en blanco todo lo que pude y…[24]
—¡Qué extraño! —dijo Tweed, yendo al lugar donde había visto a Thursday por última vez. Sabía que ella era incapaz de saltar sin el libro, pero algo no encajaba. Se había desvanecido… no con el fundido de un salto a libro estándar, sino instantáneamente.
Heep y Bellman se unieron a él. Heep sujetaba por la correa un librosabueso que olisqueó el suelo y gimió ruidosamente, babeando.
—¿No hay rastro? —dijo Bellman confuso—. ¿No hay firma de destino? Harris, ¿qué está pasando?
—No lo sé, señor. Con su permiso, me gustaría llevar a cabo cribas textuales en todos los pisos de la Gran Biblioteca. Desde este momento Heep será su guardaespaldas; Next está loca, no cabe duda, e intentará matarle… seguro. ¿Tengo su permiso para solicitar al Consejo de Géneros una Finalización Extremadamente Perjudicial?
—No, no estoy preparado para dar ese paso. ¿Ordenar la muerte de una persona del Exterior? No seré yo quien lo haga.
Tweed ya se iba cuando Bellman le llamó.
—Tweed —le dijo—, Thursday ha comentado algo de un problema con UltraPalabra™. ¿Cree que deberíamos hablar con la Gran Central Textual y retrasar el lanzamiento?
—¿Se la toma en serio, señor? —exclamó Tweed sorprendido—. Discúlpeme por ser tan directo, pero Next es una asesina y una mentirosa. ¿A cuántos más tiene que matar para que la detengamos?
—UltraPalabra™ es más importante que todos nosotros —dijo Bellman rotundo—. Aunque sea una asesina, es posible que haya descubierto algún defecto. No puedo permitirme correr riesgos con una nueva actualización.
—Bien, podemos retrasarlo —dijo Tweed lentamente—, pero la puesta en marcha del nuevo sistema operativo ya no se llevaría a cabo estando usted en activo como Bellman. Si cree que ésa es la mejor opción, quizá debamos hacerlo. Pero el Bellman que convierta UltraPalabra™ en ley pasará a la historia como un héroe, ¿no cree?
Bellman se frotó el mentón sumido en profundas reflexiones.
—¿Qué otras pruebas podrían realizarse? —dijo al fin.
Tweed sonrió.
—No estoy seguro, señor. Corregimos el conflicto con el manual de vuelo y depuramos el AutoPasaPáginasDeluxe™. El problema de sobrecalentamiento por escenas picantes se ha resuelto y el módulo de traducción al esperanto funciona ahora al ciento por ciento. Todos esos errores se han corregido de forma abierta y transparente. Tenemos que actualizar y actualizar de inmediato… la popularidad del ensayo sigue aumentando y no podemos bajar la guardia.
Heep se acercó corriendo y susurró algo al oído de Tweed.
—Un mensaje de nuestra fuente de información, señor. Parece que recientemente Next ha sufrido un problema de mnemonomorfo.
—¡Gran Scott! —dijo Bellman—. ¡Es posible que ni siquiera sepa lo que ha hecho!
—Eso explicaría esa actuación tan convincente —añadió Tweed—. Una mujer sin memoria de su maldad no sentiría culpa. Bien, ¿tengo ahora su permiso para aplicar una orden de Finalización Extremadamente Perjudicial?
—Sí —dijo el Bellman suspirando y sentándose—. Sí, será mejor que lo haga… y UltraPalabra™ seguirá adelante como está planeado. Ya nos hemos portado con demasiada indecisión.
Volvimos a saltar a las oficinas de Jurisficción. Tweed y Heep estaban a solas con Bellman, repasando un documento que era, como supe más tarde, mi orden de finalización. Yo apuntaba con la pistola de Deane a… Deane; él tenía las manos en alto. Heep y Tweed intercambiaron miradas nerviosas.
—Le he traído a Deane, Bellman —anuncié—. No tenía ninguna otra forma de demostrar mi inocencia. Vern, cuéntales lo que me has contado a mí.
—¡Vete al infierno!
Le di un buen golpe en la nuca con la culata del arma y cayó al suelo, conmocionado momentáneamente. La sangre le mojó el pelo y yo me estremecí; por suerte, nadie me vio.
—Eso ha sido por la señorita Havisham —le dije.
—¿La señorita Havisham? —repitió Bellman.
—Oh, sí —respondí—. Cabrón.
Deane se tocó la parte posterior de la cabeza y se miró la mano.
—¡Puta! —murmuró—. También debería haberte matado a ti.
Se volvió y saltó sobre mí a una velocidad sorprendente. Me agarró la garganta antes de que pudiese detenerle y los dos caímos al suelo, derribando una mesa en el proceso. Fue una interpretación impresionante.
—¡La putilla de la sirvienta merecía morir! —gritó—. ¡Cómo se atrevía a destruir la vida feliz que me correspondía!
Yo no podía respirar y me desmayaba. Había querido que fuese realista… y bien, supongo que él también lo pretendía.
Tweed colocó la pistola bajo la barbilla de Deane y le obligó a apartarse de mí. Me escupió en la cara mientras yo, tendida en el suelo, intentaba recuperar el aliento. A continuación Heep se encargó de Deane, y se divirtió de lo lindo golpeándole a pesar de que se disculpaba de forma muy exagerada cada vez que le daba un golpe.
—¡Ya basta! —gritó Bellman—. ¡Tranquilidad todo el mundo!
Sentaron en una silla al ahora sangrante Deane y Heep le ató las manos.
—¿Mataste a Perkins? —preguntó Bellman, y Dean asintió sombrío.
—Iba a delatarme… Havisham también. Snell y Mathias simplemente se interpusieron en mi camino. ¡La felicidad habría sido mía! —Sollozó—. ¿Por qué tuvo que presentarse la muy puta con ese pequeño bastardo? ¡Debería haberme casado con la señorita O’Shaugnessy! ¡Sólo quería lo que no consigue ningún señor malvado de Farquitt…!
—¿Y qué es eso? —preguntó Bellman con seriedad.
—Un final feliz.
—Penoso, ¿no diría usted, Tweed?
—Penoso, sí, señor —respondió hierático, mirándome mientras me levantaba del suelo.
Bellman rasgó la orden para mi finalización.
—Da la impresión de que la hemos infravalorado —dijo Bellman, feliz—. Sabía que Havisham no podía equivocarse. Tweed, creo que le debe una disculpa a la señorita Next.
—Me disculpo sin reservas —dijo Tweed con los dientes apretados.
—Bien —dijo Bellman—. Bien, Thursday, ¿cuál era ese problema con UltraPalabra™?
Era un momento delicado. Teníamos que llegar a instancias más altas que Bellman. Dado que Libris y toda la Gran Central Textual estaban implicados, no había forma de saber de qué serían capaces. Recordé un error de una de las primeras versiones de prueba de UltraPalabra™.
—Bien —dije—, creo que hay un conflicto con un manual de vuelo. Si lees un libro UltraPalabra™ en una nave aérea, los manuales de vuelo se vuelven locos.
—Eso está resuelto —dijo Bellman con amabilidad—, pero gracias por su diligencia.
—Qué alivio —respondí—. ¿Puedo irme?
—Por supuesto. Sí, y si encuentra cualquier otra irregularidad en UltraPalabra™ quiero que me lo comunique a mí y sólo a mí.
—Sí, señor. ¿Puedo?
Señalé mi guía de viaje.
—¡Claro que sí! Un trabajo impresionante la captura de Deane, ¿no cree, Tweed?
—Sí —respondió Tweed con gravedad—, impresionante… Bien hecho, Next.
Abrí la guía de viaje y me leí en la oficina de Juicio Salomónico. Tweed no intentaría nada en el C de G, y los siguientes tres días eran cruciales. Todo lo que necesitaba contarle a Bellman tendría que esperar hasta que tuviera siete millones de testigos.