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La señora Bradshaw y Juicio Salomónico Inc.

El recurso narrativo «policía suspendido por jefe reacio» era muy común en el género de detectives. Normalmente se usaba justo antes de un segundo capítulo deprimente, cuando el autor lo dispone todo de forma que el lector crea que no hay forma de que el héroe pueda salir del atolladero. Un segundo capítulo deprimente normalmente precede a un tercero feliz, pero no siempre; puede que el tercero sea deprimente, aunque habitualmente sale mejor si el final del segundo es feliz… lo que significa que el final del primero debería ser feliz, no deprimente.

JEREMY FNORP

Altibajos en la narración

A la mañana siguiente fui a trabajar como siempre, con la cabeza despejada y sintiéndome mejor que desde hacía bastante tiempo. Randolph, sin embargo, estaba inconsolable sin Lola y se había pasado abatido toda la noche anterior. Además, se había puesto furioso porque le creí cuando me dijo que no le pasaba nada. Yaya estaba fuera y dormí bien por primera vez en varias semanas. Incluso soñé con Landen… sin interrupciones durante las partes buenas.

—Comparto tu pena por la señorita Havisham —me dijo Beatrice cuando llegué a Norland Park.

—Gracias.

—Maldita suerte —dijo Falstaff cuando pasé por su lado—. En Havisham quedaban los restos de una excelente mujer.

—Gracias.

—¿Señorita Next?

Era Bellman.

—¿Podemos hablar?

Fui con él hasta su despacho y cerró la puerta.

—Primero, lamento mucho lo de la señorita Havisham. Segundo, le voy a encargar tareas menos exigentes.

—Estoy bien, en serio —le aseguré.

—Estoy seguro… pero ya que su aceptación es muy reciente y no tiene mentor, a nosotros nos parece mejor sacarla de la lista de agentes en activo una temporada.

—¿Nosotros?

El sujetapapeles había emitido un pitido y lo consultó. Havisham me había contado que realmente nunca llevaba papeles en su imprescindible sujetapapeles… las palabras llegaban directamente desde la Gran Central Textual.

—El Consejo de Géneros se interesa especialmente por su caso —dijo tras leer el sujetapapeles—. Tengo la impresión de que creen que es demasiado valiosa para perderla debido al estrés. Como sabe, un exterior en Jurisficción es todo un logro. Posee un poder de autodeterminación que nosotros sólo podemos imaginar. Tómeselo con calma, ¿vale?

—Por tanto, ¿no ocuparé el lugar de Havisham en Jurisficción?

—Me temo que no. Quizá cuando todo vuelva a su cauce. ¿Quién sabe? En el MundoLibro todo es posible.

Me dio un papel.

—Preséntese ante Salomón en el piso veintiséis. ¡Buena suerte!

Me puse en pie, le di las gracias a Bellman y salí del despacho. Hubo silencio mientras pasaba junto a los otros agentes, que me miraban como disculpándose. Me habían castigado sin que hubiera hecho nada y todos lo sabían. Me senté a la mesa de Havisham y miré sus cosas. En Grandes esperanzas la había reemplazado un genérico y, aunque el aspecto sería casi idéntico, jamás serían la misma persona. La Havisham que conocía se había perdido en Pendine Sands. Suspiré. Quizás el descenso de categoría me viniese bien. Después de todo, tenía mucho que aprender y probablemente trabajar durante un tiempo para el C de G tuviese sus ventajas.

—¿Señorita Next?

Era el comandante Bradshaw.

—Hola, señor.

Sonrió y se levantó el sombrero.

—¿Te apetecería tomar el té conmigo en la veranda?

—Estaré encantada.

Sonrió, me tomó del brazo y nos hizo saltar a Bradshaw y la caza mayor. Nunca había estado en el este de África, ni en mi mundo ni en aquél, pero era tan hermoso como había imaginado a partir de las múltiples imágenes con las que había crecido. La casa de Bradshaw era un edificio colonial bajo con una veranda desde la que se contemplaba la puesta de sol; la tierra que la rodeaba era salvaje, llena de maleza y espinos, manadas de ñúes y cebras paseándose desganadas y levantando polvo rojo con los cascos.

—Muy hermoso, ¿no te parece?

—Extraordinario —respondí, mirando la escena.

—¿Verdad que sí? —Sonrió—. Me gustan las mujeres que aprecian la belleza en cuanto la ven. —Su voz bajó un tono—. Havisham era una de las mejores —dijo—. Un poco demasiado rápida para mí, pero destacaba del montón. Te apreciaba mucho.

—Y yo a ella.

—Eché un vistazo a los restos del Bluebird cuando volvió al almacén —añadió—. Parece un accidente, mi niña, nada más. El Señor Sapo estaba muy disgustado por todo el asunto y recibió una reprimenda terrible por haber visitado el Exterior sin permiso.

—¿Havisham le confió algo sobre Perkins?

—Sólo que creía que le habían asesinado.

—¿Y fue así?

—¿Quién sabe? La oficina cree que fue Deane, pero no lo sabremos con seguridad hasta que no le arrestemos. ¿Conoce a la memsahib? Querida, ésta es Thursday Next… una colega del trabajo.

Alcé la vista y di un respingo porque la señora Bradshaw era una gorila. Enorme y peluda, iba vestida exclusivamente con un mandil floreado.

—Buenas tardes —dije, pillada por sorpresa—. Es un placer conocerla, señora Bradshaw.

—Buenas tardes —respondió educadamente la gorila—. ¿Le gustaría tomar un poco de tarta con el té? Alphonse ha preparado una excelente de limón.

—Estaría bien, gracias —dije mientras la señora Bradshaw me miraba fijamente con sus ojos profundos y muy hundidos.

—¡Excelente! —dijo—. Volveré enseguida para unirme a vosotros. Los pies, Trafford.

—¿Qué? ¡Oh! —dijo Bradshaw bajando las botas de la silla que tenía delante. Cuando la señora Bradshaw se hubo ido, se volvió hacia mí y me dijo muy serio:

—Dime, ¿has notado algo raro en mi memsahib?

—Eh —empecé, temerosa de herir sus sentimientos—, en realidad no.

—Piensa —dijo—, es importante. ¿Hay algo en ella que te parezca que se sale un poco de lo común?

—Sólo lleva un mandil —logré decir.

—¿Eso te incomoda? —preguntó, totalmente en serio—. Cuando nos visitan hombres siempre hago que se tape. Es una chica de muy buen ver, ¿no te parece? Volvería loco a cualquier hombre, ¿no crees?

—De muy buen ver —admití.

Movió la silla y se me acercó más.

—¿Algo más? —dijo, mirándome fijamente—. Lo que sea. No me disgustaré.

—Bien —empecé a decir muy despacio—, no he podido evitar darme cuenta de que…

—¿Sí?

—…es una gorila.

—Hummm —dijo recostándose—, nuestro pequeño subterfugio no te ha engañado, ¿eh?

—Me temo que no.

—¡Melanie! —gritó—. Por favor, ven con nosotros.

La señora Bradshaw regresó a la veranda y se sentó en una de las sillas, que gimió bajo su peso.

—Lo sabe, Melanie.

—¡Oh! —dijo la señora Bradshaw, sacando un abanico y ocultando la cara detrás—. ¿Cómo se ha dado cuenta?

Apareció un sirviente con una bandeja de té, la dejó en la mesa, se inclinó y se fue.

—¿Es por el pelo? —preguntó, sirviendo delicadamente el té con los pies.

—En parte —admití.

—Te dije que el polvo no lo taparía —le dijo a Bradshaw en tono de reproche—, y no voy a afeitarme. Me pica. ¿Uno o dos terrones?

—Uno, por favor —respondí. Luego pregunté—: ¿Es un problema?

Aquí no es un problema —dijo la señora Bradshaw—. Sólo aparezco en los libros de mi marido y en ningún punto se especifica que no sea humana.

—Llevamos casados más de cincuenta años —añadió Bradshaw—. El problema es que tenemos una invitación para los Bookies la próxima semana y la memsahib se encpentra un poco incómoda en público.

—Que se vayan todos al infierno —respondí—. ¡Cualquiera que no pueda aceptar que la mujer a la que ama es una gorila no merece su amistad!

—¿Sabes? —dijo la señora Bradshaw—, ¡creo que tiene razón, Trafford!

—¡Yo también! —Sonrió—. Me gustan las mujeres que saben cuándo llamar gorila a una esposa. ¡Genial! ¿Tarta de limón?

Tomé el ascensor hasta el piso veintiséis y entré en el vestíbulo del Consejo de Géneros sosteniendo la orden que me había entregado Bellman.

—Disculpe —le dije a la recepcionista, que estaba muy ocupada atendiendo llamadas de notaalpiéfonos—. Tengo que ver al señor Salomón.

—Séptima puerta a la izquierda —dijo sin levantar la vista. Recorrí el pasillo entre la masa apretujada de burócratas que iban rápidamente de un lado a otro sosteniendo gruesas carpetas como si de ello dependiese su vida. Probablemente fuese así.

Encontré la puerta. Se abría a una vasta sala de espera llena de gente aburrida que sostenía tiques con números y miraba al techo inexpresiva. Había otra puerta en el otro extremo, junto a una mesa que ocupaba una recepcionista libre. Miró la hoja que le presenté, sorbió y dijo:

—¿Cómo ha sabido que soy soltera?

—¿Cuándo?

—Justo ahora, en esta descripción de mí.

—Me refería a libre en el sentido de «no estar ocupada con nadie».

—Ah. Llega tarde. Esperaré diez minutos para que usted y «Su Señoría» se conozcan. ¿Vale?

—Supongo.

Abrí la puerta para entrar en otra habitación alargada, en esta ocasión con una única mesa en el otro extremo. Sentado tras la mesa había un anciano barbudo con túnica que dictaba una carta a un estenógrafo. Las paredes de la habitación estaban cubiertas con copias de cartas enviadas por clientes satisfechos; estaba claro que se tomaba a sí mismo muy en serio.

—Gracias por su carta fechada el siete de este mes —dictó el anciano cuando me acercaba—. Lamento informarle de que esta agencia ya no se ocupa de los problemas relativos a los mensajes basura de notaalpiéfono. Le sugiero que dirija su furia contra el departamento de quejas de NAF. Cordialmente suyo, Salomón. Con eso estará bien. ¿Verdad?

—Thursday Next se presenta al servicio.

—¡Ah! —dijo, poniéndose en pie y ofreciéndome la mano—. La exterior. ¿Es cierto que, allá afuera, dos o más personas pueden hablar al mismo tiempo?

—En el Exterior sucede continuamente.

—¿Y los gatos hacen algo aparte de dormir?

—La verdad es que no.

—Comprendo. ¿Y qué te parece esto?

Levantó de la mesa un pequeño cono de tráfico y me lo presentó con una fioritura dramática.

—Es… es un cono de tráfico.

—Toda una rareza, ¿verdad?

Escogí con cuidado las palabras.

—En muchas zonas del Exterior son completamente desconocidos.

—Colecciono objetos del Exterior —dijo con bastante orgullo—. Un día debes venir a ver mi colección de teteras con una forma extraña.

—Estaría encantada.

Se sentó y me indicó que yo también lo hiciese.

—Lamenté lo de la señorita Havisham; era uno de los mejores agentes de la historia de Jurisficción. ¿Habrá un funeral?

—El martes.

—Me aseguraré de enviar flores. Bienvenida a Juicio Salomónico©. Es un servicio general de arbitraje y posee la debida licencia. Hace falta alguien que cuide de la multitud. En ocasiones es un poco revoltosa.

—¿Es usted el rey Salomón?

El anciano rio.

—¿Yo? ¡Debes estar de coña! El día no tiene suficientes horas para Salomón… Desde que decidió lo de «partir el bebé en dos», todo el mundo le quería arbitrando, desde en adquisiciones corporativas hasta en disputas en los patios escolares. Así que hizo lo que haría cualquier hombre de negocios en su sano juicio: montó una franquicia. ¿Cómo crees que se puede permitir el templo, los carros, los ejércitos y demás? ¿Con el importe de las tierras que vendió a Hiram de Tiro? ¡No, no, no! Mi verdadero nombre es Kenneth.

Le miré dubitativa.

—Sé lo que estás pensando. «El juicio de Kenneth» suena un poco estúpido… es por eso que tenemos licencia para emitir juicios usando su nombre. Todo está perfectamente reglamentado, te lo aseguro. Tienes que comprar la túnica, dejarte crecer la barba y asistir a un curso de entrenamiento, pero el resultado es muy bueno. El verdadero Salomón trabaja desde casa, pero hoy en día se concentra en las cuestiones fundamentales de la existencia.

—¿Y si una franquicia emite un juicio fraudulento?

—Muy sencillo. —Kenneth sonrió—. El responsable será aplastado desde las alturas y estará obligado a pasar una eternidad muy dolorosa, torturado sin piedad por demonios sádicos salidos de las profundidades más recónditas del infierno. Salomón es muy estricto en ese punto.

—Comprendo.

—Bien. Veamos al primer cliente.

Fui a la puerta y llamé al número treinta y dos. Un hombre bajito con cartera me acompañó hasta la mesa de Kenneth. Cuando llegó a la silla las rodillas le temblaban, pero logró dominarse muy bien.

—¿Nombre?

—Señor Toves, de la Gran Central Textual, Su Eminencia.

—¿Motivo de su consulta?

—Tengo que pedir más aplicaciones de la regla «N antes de N».

—¿Más?

—Como parte de la actualización a UltraPalabra™, Su Señoría.

—Muy bien, adelante.

—Connatural.

—Aprobada.

—Innoble.

—Aprobada.

—Ennegrecer.

—Aprobada.

—Alunno.

No se aprueba.

—Connubio.

—Aprobada.

—Eso es todo por ahora —dijo el hombrecito, entregando sus papeles para que Kenneth los firmase.

—Es decisión del Juicio Salomónico© —dijo Kenneth lentamente— que estas palabras se sometan a la Regla 7b del código arbitrario de ortografía ratificado por el Consejo de Géneros.

Selló los papeles y el hombrecito se fue corriendo.

—¿Ahora?

Pero yo estaba pensando. Aunque me habían dicho que pasase de las tres brujas, su premonición sobre la regla «N antes de N» se había cumplido. Es más, el perro ciego había ladrado, el erizo había planchado y la señora Passer-by había gritado: «¡Es la hora! ¡Es la hora!» ¿Significaba eso algo? ¿Realmente creían que yo me convertiría en Bellman? ¿Y qué era eso de la «regla de las tres lecturas»?

—Soy un hombre ocupado —dijo Kenneth, mirándome con furia—. ¡No me sirves si te pones a soñar despierta!

—Lo siento —dije—, pensaba en algo que me dijeron las tres brujas.

—¡Charlatanas! —anunció Kenneth—. Y lo que es peor… son la competencia. Si las vuelves a ver, intenta sonsacarles su lista de direcciones, ¿vale? Mientras tanto, ¿podemos recibir al siguiente cliente?

Los hice pasar. Se trataba de varios personajes de Cumbres borrascosas y estaban tan ocupados mirándose con odio que ni me reconocieron. Heathcliff llevaba gafas de sol y no decía nada; le acompañaban su agente y un abogado.

—¡Adelante!

—Una disputa sobre la narración en primera persona de Cumbres borrascosas —dijo el abogado, colocando una hoja de papel sobre la mesa.

—Veamos —dijo Kenneth, examinando la petición—. Señor Lockwood, Catherine Earnshaw, Heathcliff, Nelly Dean, Isabella y Catherine Linton. ¿Están todos aquí?

Asintieron. Heathcliff me miró por encima de las gafas de sol y me guiñó un ojo.

—Bien —murmuró Kenneth al cabo de un rato—, todos consideran que deberían ser la primera persona de la narración, ¿es eso?

—No, Su Santidad —dijo Nelly Dean—, es al contrario. Ninguno quiere serlo. Es una maldición para cualquier genérico honrado… y para algunos no tan honrados.

—¡Contén la lengua, sirvienta! —gritó Heathcliff.

—¡Asesino!

—¡Repítelo!

—¡Ya me has oído!

Y empezaron a gritarse hasta que Kenneth dio un golpe de maza que les hizo callar. El Juicio Salomónico© era la última forma de arbitraje, sin derecho de apelación. Todos lo sabían.

—El Juicio Salomónico© es que… todos compartan la narración en primera persona.

—¡¿Qué?! —gritó el señor Lockwood—. ¿Qué locura es ésa? ¿Cómo podemos ser todos la primera persona?

—Es justo y adecuado —respondió Kenneth, juntando las puntas de los dedos y mirándolos con serenidad.

—¿Qué vamos a hacer? —dijo Catherine sarcástica—. ¿Hablar al mismo tiempo?

—No —respondió Kenneth—. El señor Lockwood presentará la historia y tú, Nelly, contarás la mayor parte a modo de profunda retrospección; los demás hablarán en estas proporciones.

Lo apuntó en la parte posterior de un sobre, lo firmó y lo entregó. Todos se quejaron un rato, sobre todo Nelly Dean.

—Señora Dean —dijo Kenneth—, usted es, para bien o para mal, el único elemento de unión de todas estas familias. Considérese afortunada de que no le diese todo el libro. Es el Juicio Salomónico©. ¡Ahora váyanse!

Nelly se quejaba amargamente mientras salía y Heathcliff iba delante pasando de los demás.

—Eso ha estado muy bien —dije tan pronto como se fueron.

—¿En serio? —preguntó Kenneth, sinceramente encantado por mi alabanza—. Lo de juzgar no se le da bien a todo el mundo, pero a mí me gusta bastante. El truco consiste en ser escrupulosamente justo y equitativo… en el Exterior os vendrían bien un par de franquicias de Salomón. Dime, ¿crees que Lola asistirá la próxima semana a los Bookies?

—¿Conoce a Lola?

—Digamos que la he conocido en cumplimiento de mis funciones.

—Estoy segura de que asistirá. Estará en la mesa de literatura para mujeres jóvenes y profesionales, imagino. Va a protagonizar Las chicas son las que mandan.

—¿En serio? —dijo—. ¿Quién va a ser el siguiente?

—No lo sé; despenderá de a quién tenga a mano. En ocasiones los elige por orden alfabético y otras por orden de altura.

—No el siguiente para Lola, el siguiente para .

—Lo siento —dije, poniéndome un poco colorada—. Iré a ver.

Se trataba del emperador Zhark. Parecía sorprendido de verme y me dijo lo gran agente que había sido la señorita Havisham. Le hice pasar, y él y Kenneth se miraron fijamente. Estaba claro que ya se habían encontrado antes… pero hacía tiempo.

—¡Zhark! —gritó Kenneth, saliendo de detrás de la mesa y ofreciéndole un habano al emperador—. ¡Viejo alborotador! ¡Hace siglos que no te veo! ¿En qué estás metido?

—Soy gobernante tiránico de la galaxia conocida —respondió con modestia.

—¡No me digas! El viejo Zharky el Ladino de 5°-C de San Tabularrasa… ¡Quién lo hubiese dicho!

—Ahora soy Zhark el Emperador, viejo amigo —dijo entre dientes.

—Me alegra oírlo. ¿Qué ha sido del capitán Ahab? No le he visto desde que dejamos la escuela.

—¿Ahab? —preguntó el emperador frunciendo el ceño.

—Hombre, sí. Con una pierna y más loco que la liebre de marzo. Para ganar una apuesta prendió fuego a sus propios pantalones y llenó la piscina de pirañas.

—Oh, ése —respondió Zhark—. La última vez que le vi estaba convencido de que una ballena blanca le perseguía… pero eso fue hace años. Deberíamos organizar una reunión; en el MundoLibro es muy fácil perder el contacto.

—Ni que lo digas —respondió Kenneth con tristeza.

Se quedaron sentados en silencio un momento, supongo que recordando a varios amigos de estudios.

—Bien, Zharky, viejo, ¿en qué puedo ayudarte?

—Se trata de los rambosianos —dijo al fin—. Se niegan a cederme el poder.

—Qué situación más incómoda para ti. ¿Hay alguna razón para que tengan que cedértelo?

—La estabilidad, viejo amigo, la estabilidad. Los rambosianos han sido responsables de numerosas sátiras salvajes en el periódico de la Federación Galáctica, Las estrellas mi destino. Se ríen de mí constantemente y las ilustraciones son tremendamente insultantes.

—¿Y quieres iniciar una invasión?

—Claro que no; eso sería malgastar recursos. No, quiero que me abran los brazos y me adoren como su dios único y verdadero. Me entregarán el poder ejecutivo y a cambio yo los protegeré con el poder del Imperio zharkiano.

—Hummm —respondió Kenneth pensativo—, eso no será porque el planeta Rambosia está compuesto por dieciocho trillones de toneladas de nuez moscada de clase A, ¿verdad?

—En absoluto —fue la poco convincente respuesta del emperador.

—Muy bien —dijo Kenneth—. El Juicio Salomónico© es que llegues a un acuerdo de paz con los rambosianos.

—¡¿Qué?!

El emperador se puso en pie con una expresión tan tenebrosa como una nube de tormenta. Amenazó a Kenneth con un dedo.

—No volverás a jugar al golf en el Club de Hombres Blancos e Ilustres —gritó—. ¡Me pondré tan en tu contra que ni siquiera podrás dejar el sombrero en guardarropía aunque te acompañe el Gran Panjandrum en persona!

Dicho lo cual se echó la capa atrás, soltó un tremendo bufido, giró sobre sus talones y salió por la puerta.

—Bien —dijo Kenneth—, los tiranos son todos iguales. ¡Tienen muy mal carácter cuando no se les da gusto! ¿A quién toca ahora?