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Lola se va y Heights otra vez

Daphne Farquitt escribió su primer libro en 1936 y en 1988 ya había escrito trescientos exactamente iguales. El señor de High Potternews era posiblemente el menos malo, aunque lo mejor que se podía decir de él es que era una horripilancia «diferente». Los lectores más sagaces se han quejado de que antes Potternews acababa de una forma diferente, comentario que también han hecho acerca de Jane Eyre. Es todo lo que ambas obras tienen en común.

THURSDAY NEXT

Las crónicas de Jurisficción

A la mañana siguiente tenía la impresión de llevar un martillo neumático dentro de la cabeza. Me quedé despierta en la cama, con el sol entrando por la portilla. Sonreí al recordar el sueño de la noche antes y dije en voz alta:

—¡Landen Parke-Laine, Landen Parke-Laine!

Me senté muy despacio y me desperecé. Eran casi las diez. Me tambaleé para llegar al baño y me bebí tres vasos de agua, la vomité y me cepillé los dientes, bebí más agua, me senté con la cabeza entre las rodillas y luego regresé de puntillas a la cama para no despertar a Yaya. Estaba profundamente dormida en el sillón, con un ejemplar de Finnegans Wake en el regazo. Sabía que tendría que disculparme con Arnie y darle las gracias por no haberse aprovechado de la situación. No podía creer que me hubiese comportado como una tonta de tal calibre, pero tenía la impresión de que, sin dudarlo, podía echar la culpa de todo a Aornis.

Me levanté media hora más tarde y bajé. Encontré a Randolph y a Lola en la mesa del desayuno. No se hablaban y vi que la maletita de Lola estaba en la puerta.

—¡Thursday! —dijo Randolph, ofreciéndome una silla—. ¿Estás bien?

—Mareada —respondí mientras Lola me colocaba una humeante taza de café delante de la cara, que inhalé agradecida—. Mareada pero feliz… He recuperado a Landen. Gracias por la ayuda de anoche. Lamento haberme comportado como una completa idiota. Arnie debe de pensar que soy la buscona más grande del Pozo.

—No, ésa soy yo —dijo Lola inocentemente—. Tu yaya nos lo explicó todo sobre Aornis y Landen. No teníamos ni idea de lo que estaba pasando. Arnie lo comprendió perfectamente y dijo que se pasaría más tarde a ver cómo estabas.

Miré la maleta de Lola y luego a ellos dos; evitaban muy cuidadosamente mirarse.

—¿Qué está pasando?

—Me voy para trabajar en Las chicas son las que mandan.

—Qué gran noticia, Lola —dije, sinceramente impresionada—. ¿Tú qué dices Randolph?

—Sí, está muy bien. Tendrá toda la ropa y los novios que quiera.

—Estás amargado porque no conseguiste el papel de mentor que querías —respondió Lola.

—En absoluto —respondió Randolph, con el resentimiento hirviendo bajo la superficie—. Me han ofrecido un pequeño papel en la próxima de Amis… una novela de verdad. Literaria.

—Bien, buena suerte —respondió Lola—. Envíame una postal si no te causa molestias relacionarte con alguien que trabaja en literatura para mujeres jóvenes y profesionales.

—Chicos —dije—, ¡no os separéis de esta forma!

Lola miró a Randolph, que se apartó. Lola suspiró, me miró durante un momento y luego se levantó.

—Bien —dijo recogiendo la maleta—. Tengo que irme. Hay pruebas de vestuario toda la mañana y luego ensayos hasta las seis. Estoy ocupada, ocupada, ocupada. Me mantendré en contacto, no te preocupes.

Me puse en pie, me agarré la cabeza un momento porque me daba vueltas y luego la abracé. Lola me devolvió el abrazo con alegría.

—Gracias por toda tu ayuda, Thursday —dijo con lágrimas en los ojos—. No habría llegado a B-3 sin ti.

Fue hasta la puerta, se detuvo un momento y miró a Randolph, quien miraba resueltamente por la ventana sin concentrarse en nada en particular.

—Adiós, Randolph.

—Adiós —dijo sin volverse.

Lola me miró, se mordió el labio, fue hasta él y le besó en la parte posterior de la cabeza. Regresó a la puerta, me volvió a decir adiós y salió.

Me senté junto a Randolph. Una enorme lágrima le corrió por la nariz y cayó sobre la mesa. Le puse una mano en el hombro.

—¡Randolph…!

—¡Estoy bien! —gruñó—. ¡Simplemente me ha entrado una mota en el ojo!

—¿Le dijiste lo que sentías?

—¡No, no lo hice! —respondió—. Y lo que es más, ¡no quiero que me dictes lo que puedo hacer o dejar de hacer!

Se puso en pie, se fue a su dormitorio y cerró de un portazo.

—¡Holaaa! —dijo una voz como de Yaya Next—. ¿Estás lo suficientemente bien como para subir?

—Sí.

—Entonces sube y ayúdame a bajar.

La ayudé a bajar las escaleras y la senté a la mesa con un par de cojines del salón.

—Gracias por tu ayuda, Yaya. Anoche me comporté como una verdadera idiota.

—¿Para qué sirve la vida? —respondió—. Ni lo menciones. Y por cierto, Lola y yo te desvestimos, no los chicos.

—Creo que ni siquiera me importa.

—Da igual. Aornis tendrá muchos más problemas para llegar hasta ti en el Exterior, querida… mi experiencia con los mnemonomorfos es que, una vez que te deshaces del gusano mental, el resto es fácil. Tardarás en olvidarla, te lo aseguro.

Charlamos durante una hora, Yaya y yo, sobre la señorita Havisham, Landen, bebés, Antón y otras muchas cosas. Me contó lo de la erradicación de su propio esposo y su regreso final. Yo sabía que él había regresado porque sin él yo no hubiera existido, pero fue igualmente interesante hablar con ella. Me sentía tan bien como para ir a mediodía a Caversham Heights a ver cómo le iba a Jack.

—¡Ah! —dijo Jack cuando llegué—. Justo a tiempo. Hemos estado pensando en una remodelación… ¿quieres echar un vistazo?

—Adelante.

—¿Te pasa algo? No pareces estar bien.

—Anoche me emborraché. Estaré bien. ¿Qué tienes en mente?

—Entra. Quiero que conozcas a alguien.

Subí al Allegro y me pasó un café. Estábamos aparcados frente a un edificio grande de ladrillo rojo, en el norte del pueblo.

En el libro vigilábamos esa casa durante dos días, para acabar viendo al alcalde salir de ella con el capo Angel DeFablio. Con el personaje del alcalde eliminado del manuscrito sin ninguna razón concreta, la espera iba a ser muy larga.

—Éste es Nathan Snudd —dijo Jack, señalando a un joven sentado en el asiento de atrás—. Nathan es un tramador que acaba de graduarse en el Pozo y que, amablemente, ha aceptado ayudarnos. Tiene algunas ideas sobre el libro que me gustaría que oyeses. Señor Snudd, ésta es Thursday Next.

—Hola —dije, dándole la mano.

—¿La exterior Thursday Next?

—Sí.

—¡Fascinante! Dígame, ¿por qué la cola no se pega al interior del bote?

—No lo sé. ¿Cuáles son sus ideas para el libro?

—Bien —dijo Nathan, adoptando la expresión de alguien que sabe mucho—, he estado examinando lo que queda y he preparado un plan de rescate que invierte de la mejor forma todo el presupuesto disponible, los personajes y los momentos decisivos que quedan.

—¿Sigue siendo una investigación de asesinato?

—Oh, sí, y creo que también podemos conservar lo de las peleas amañadas. He traído algunos recursos narrativos de bajo coste que compré en un almacén de oportunidades en el Pozo y los he añadido. Por ejemplo, pensé que en lugar de una sola escena en la que el detective jefe Briggs suspende a Jack, podríamos tener seis.

—¿Eso funcionará?

—Claro. Luego tendremos algo de «policía corrupto»: un agente muy amigo tuyo acepta sobornos y te traiciona a la Mafia. Tengo un ama de casa genérica de media edad y muy inquietante que podemos adaptar. Es más, tengo diecisiete de ellas con las que podemos salpicar todo el libro.

—¿Señoras Danvers, por casualidad? —pregunté.

—El presupuesto es muy ajustado —respondió Snudd fríamente—, no lo olvidemos.

—¿Qué más?

—Se me ocurrió que podría haber varias amiguitas del gángster o una prostituta que quiere reformarse y ayudarte.

—¿Una «puta de buen corazón»?

—Eso. En el Pozo están a diez por penique… podríamos conseguir cinco por medio penique.

—¿Qué pasa a continuación?

—Ahora viene lo bueno. Alguien intenta matarte poniéndote una bomba en el coche. Se me ha ocurrido una escena genial en la que vas al coche, estás a punto de arrancar pero encuentras un trocito de cable en la alfombrilla. También está chupado y sale muy barato. Se la puedo comprar a precio de coste a mi primo; me dijo que nos añadiría un envío perdido de lingotes nazi y una escena de «detective fracasado y triste borracho en un bar con whisky y cigarrillos». Eres un detective inconformista, triste y solitario con problemas con la bebida, ¿no?

Jack me miró y sonrió.

—No —dijo—, ya no. Vivo con mi esposa y tengo cuatro hijos encantadores.

—El presupuesto no lo permite —rio Snudd—. Los secundarios, niños y demás, cuestan una fortuna.

Llamaron a la ventanilla.

—Hola, Prometeo —dijo Jack—. ¿Conoces a Thursday Next? Viene del Exterior.

Prometeo me miró y me tendió la mano. Era un hombre de piel olivácea de unos treinta años, con pelo negro muy rizado y muy corto. Tenía unos profundos ojos oscuros y una tremenda nariz griega tan recta que podías usarla de escuadra.

—Exterior, ¿eh? ¿Qué te pareció la versión de Byron de mi historia?

—Me pareció excelente.

—A mí también. ¿Cuándo vamos a recuperar los mármoles de Elgin?

—Ni idea.

Prometeo, más conocido como dador del fuego, era un titán que había robado el fuego a los dioses y se lo había entregado a la humanidad, un buen gesto o un gesto fatal, dependiendo del periódico que leyeses. Como castigo, Zeus le había encadenado a una roca en el Cáucaso, donde todas las noches las águilas le devoraban el hígado, que le volvía a crecer al día siguiente. A pesar de todo, parecía tener muy buena salud. No tenía ni idea de qué hacía en Caversham Heights.

—He oído que has tenido problemas —le dijo a Jack—. La trama se desmorona o algo así.

—Parece que mis intentos por mantener el secreto son un fracaso —murmuró Jack—. No quiero que cunda el pánico. La mayoría de los genéricos tienen un corazón de oro, pero si se huelen problemas con la narración abandonarán Heights como las ratas un barco… y una llegada de genéricos buscando empleo en el Pozo podría disparar la inspección de libros como si fuese un cohete.

—Ah —respondió el titán—, ciertamente es complicado. Me preguntaba si podría ofrecerte mis servicios para lo que haga falta.

—¿Cómo traficante de drogas griego? —preguntó Nathan.

—No —respondió Prometeo algo molesto—, como Prometeo.

—¿Ah, sí? —Snudd rio—. ¿Qué vas a hacer? ¿Robarle el fuego a la familia DeFablio y entregárselo a Mickey Finn?

Prometeo le miró como si Snudd fuese un imbécil… y supongo que lo era.

—No, se me ocurrió que podría estar por aquí esperando la extradición al Cáucaso por petición de los abogados de Zeus, o algo así, y Jack podría estar encargado del programa de protección de testigos, intentando protegerme de los pistoleros de Zeus… una especie de El cliente, pero con dioses en lugar de la Mafia.

—Si quieres mezclar géneros hay que reconstruir desde los cimientos —respondió Snudd desdeñoso—, y para eso hace falta más dinero y más experiencia de la que tenéis.

—¿Qué has dicho? —preguntó Prometeo con aires amenazadores.

—Me has oído. Todo el mundo cree que es fácil ser tramador. —Señaló con un dedo a Prometeo—. Pues deja que te diga algo, señor listillo titán griego dador del fuego. ¡No pasé cuatro años en la facultad de tramas para que un ex convicto me diga cómo hacer mi trabajo!

A Prometeo le tembló el labio.

—Vale —le soltó, remangándose—. Tú y yo. Ahora mismo, en la acera.

—Vamos —dijo Jack conciliador—, esto no nos va a llevar a ninguna parte. Snudd, me parece que podríamos escuchar lo que Prometeo tenga que decir. Puede que tenga razón.

—¿Razón? —gritó Snudd, saliendo del coche pero evitando a Prometeo—. Te daré razones. Viniste a mí buscando ayuda y te la di. Ahora tengo que escuchar las ideas absurdas del primer mito que pasa por aquí. Esto era un favor, Jack… mi tiempo no sale barato. Y ya que todos estamos proponiendo ideas, deja que te diga una verdad fundamental: ni el Gran Panjandrum en persona podría resolver los problemas de este libro. ¿Sabes por qué? Porque era mierda para empezar. Ahora, si me disculpáis, ¡tengo que escribir dos subtramas para clientes de verdad, de los que pagan!

Y, sin decir nada más, se desvaneció.

—Bien —dijo Prometeo, sentándose en el asiento trasero—, ¿quién necesita a cretinos como ése?

—Yo —dijo Jack suspirando—. Me hace falta toda la ayuda que pueda conseguir. De todas formas, ¿a ti qué más te da lo que nos pase?

—Bien —dijo el titán lentamente—. Me gusta estar por aquí y lo de reenviar el correo es un incordio. ¿Qué hacemos ahora?

—¿Almorzamos? —propuse.

—Buena idea —dijo Prometeo—. Soy camarero en Zorba, en la calle Mayor… puedo conseguir un descuento.