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Capitán Nemo

SUMINISTROS DE WEMMICK. Para que los agentes de Jurisficción puedan viajar por la ficción sin problemas y sin ser vistos, en el vestíbulo de la Gran Biblioteca se construyó Suministros de Wemmick. El almacén dispone de un inventario casi ilimitado, ya que al señor Wemmick se le permite crear lo que precise empleando un pequeño dispositivo de ImaginoTransferencia autorizado por la Gran Central Textual. Para minimizar los hurtos por parte del personal de Jurisficción, todos los artículos que se retiran deben ser devueltos, momento en que son rápidamente reducidos a texto.

GATO DE AU DE W

Guía de Jurisficción a la Gran

Biblioteca (glosario)

A la mañana siguiente me levanté tarde. Mi cama quedaba cerca de una portilla, así que me di la vuelta, doblé una almohada y miré cómo el sol rielaba sobre la superficie del lago. Oía el golpeteo suave del agua contra el casco del bote volador y experimenté una sensación de tranquilidad y paz interior que diez años con los mejores estresexpertos de OpEspec no hubiesen logrado.

Me puse en pie lentamente y de pronto me sentí mareada. La habitación me dio vueltas y me entró un sofoco. Después de una breve y desagradable visita al baño, me sentí algo mejor y bajé.

Me preparé unas tostadas (me aliviaban las náuseas) y miré mi reflejo en la tostadora cromada. Tenía un aspecto horrible. Agarraba la tostadora sacando la lengua, intentando ver qué tal estaba, cuando entraron los genéricos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ibb.

—Nada —respondí, dejando apresuradamente la tostadora en su sitio—. ¿A clase?

Los dos asintieron. Me di cuenta de que no sólo se habían preparado su propia comida sino que, después, habían recogido. Cierto tacto con los demás es una buena señal en un genérico. Demuestra personalidad.

—¿Sabéis dónde está Yaya? —pregunté.

—Ha dicho que se iba a la corte de los Medici unos días —respondió Obb—. Te ha dejado una nota.

Encontré la nota en la encimera y la recogí, mirando algo confusa el mensaje de una sola palabra.

—Volveremos a las cinco —anunció Ibb—. ¿Necesitas algo?

—¿Qué? Eh… no —dije, volviendo a leer la nota de Yaya—. Os veré luego.

Me comí un abundante desayuno e hice un poco más del examen de opción múltiple. Después de media hora de pelearme con preguntas del tipo «¿En qué libro reside Sam Weller, el limpiabotas?» y «¿Quién dijo: “Cuando ella apareció, fue como si al fin hubiese llegado la primavera tras un terrible invierno”?», me detuve y, por enésima vez, miré la nota de Yaya, compuesta de una única palabra: RECUERDA.

—¿Recuerda qué? —murmuré para mí, y me fui a dar un paseo.

Paseé por la orilla del lago, recorriendo un sendero que atravesaba el bosquecillo de abedules que crecía al borde del agua. Pasé bajo las ramas bajas y seguí hacia el conjunto variopinto de buques anclados cerca del viejo Sunderland. El primero era una pinaza reconvertida, con las cubiertas tapadas con plásticos y en constante estado de renovación. Había también una gabarra Humber abandonada y hundida donde estaba amarrada. Iba a avanzar cuando oí una chillona risa demoníaca seguida de un trueno y percibí olor a azufre traído por una ráfaga de viento glacial. Parpadeé y tosí a medida que el humo verde me rodeaba; cuando se dispersó comprobé que ya no estaba sola. Tres viejas brujas de barbilla ganchuda y piel manchada bailaban y reían delante de mí, frotándose las manos sucias y moviéndose de la forma más torpe y descoordinada posible. Era la peor sobreactuación que hubiese visto en mi vida.

Tres veces ladra el perro ciego —dijo la primera bruja, sacando un caldero de la nada y colocándolo delante de mí.

Tres veces más una el erizo planchó —dijo la segunda, quien conjuró un fuego echando unas hojas bajo el caldero.

Passer-by grita: «¡Es la hora! ¡Es la hora!» —fue el alarido de la tercera, que arrojó algo al caldero haciéndolo burbujear ominosamente.

—La verdad es que no tengo tiempo para esto —dije cabreada—. ¿Por qué no se van a molestar a otra?

Una sopa de nueces —siguió diciendo la segunda bruja— en el caldero se cuece: baba de perro y moco de gato, oreja de vieja y pico de pato, lago Ness y no sé qué es pata de brujo vuelta del revés. ¡Para un sortilegio del que te precies, a revolver basta que empieces!

—Lamento interrumpir —dije—, pero la verdad es que estoy muy ocupada… y ninguna de sus profecías se ha cumplido, aparte de lo de ciudadana de Swindon y cualquiera con una guía de teléfonos podría haberlo descubierto. Y escuchen, ¡sabían que era aprendiza, por lo que tarde o temprano estaría haciendo los exámenes de Jurisficción!

Dejaron de reír y se miraron. La primera bruja se sacó un enorme reloj de los pliegues de la capa raída y lo examinó cuidadosamente.

—¡Dale tiempo, no seas impaciente! —gritó—. ¡Salve, señorita Next, presta atención y cuídate de la regla de las tres lecturas!

¡Salve, señorita Next, N antes de N! —dijo la segunda.

Salve, señorita Next —añadió la tercera, que evidentemente no quería ser menos—. Conoce a un rey, pero no seas rey, lee a un rey, pero no…

—¡A callar! —gritó una voz potente a mi espalda.

Las tres brujas miraron cabreadas al recién llegado. Era un anciano cuyo rostro arrugado parecía haber sido tallado por años de aventuras recorriendo el globo. Vestía una chaqueta azul sobre un suéter de cuello alto estilo Aran y en la cabeza llevaba una gorra de capitán, que coronaba los rasgos marcados y dejaba ver algunos mechones de pelo gris. Sus ojos relucían de vida y mientras se nos acercaba por el sendero una mueca le distorsionaba la cara. Sólo podía ser el capitán Nemo.

—¡Fuera de aquí, viejas! —gritó—. ¡Id a vender a otra parte!

Probablemente las hubiese molido a palos con la rama que blandía si las brujas no se hubiesen acobardado y huido en un trueno, con caldero y todo.

—¡Ja! —dijo Nemo, lanzando la rama hacia el lugar donde habían estado—. ¡La próxima vez os haré picadillo, repugnantes destructoras de la naturaleza, con vuestro salve esto y salve aquello!

Me miró acusador.

—¿Les has dado dinero?

—No, señor.

—¡Ahora en serio! ¿Les has dado algo?

—No.

—Bien —respondió—. Nunca les des dinero. No hace más que animarlas. Engatusan con profecías caprichosas; sugieren que tendrás un coche nuevo y, tan pronto como empiezas a pensar que podrías necesitarlo, ¡toma!, se ponen a ofrecerte prestamos, seguros y otros servicios financieros que no quieres. El pobre Macbeth se las tomó un poco demasiado en serio… no querían más que venderle una hipoteca y un seguro para un castillo más grande. Cuando lo del bosque de Birnham y lo de «no nacido de mujer» se cumplió, las brujas fueron las primeras en sorprenderse. Así que nunca caigas en sus estafas. Te vaciarán la cartera antes de que te des cuenta. Por cierto, ¿tú quién eres?

—Thursday Next —dije—. Sustituyo a…

—¡Ah! —murmuró pensativo—. La exterior. Dime, ¿cómo funcionan las escaleras mecánicas? ¿Tienen una escalera larga enrollada alrededor de un enorme tambor y luego la vuelven a enrollar cada noche, o se trata de una cinta continua que da vueltas y vueltas?

—Una… eh… cinta continua.

—¿En serio? —respondió reflexivo—. Siempre me lo había preguntado. Bienvenida a Caversham Heights. Soy el capitán Nemo. He preparado café. ¿Me concederías el honor de tu compañía?

Le di las gracias y seguimos caminando por la orilla.

—Una mañana hermosa, ¿no te parece? —me preguntó, usando la mano para señalar el lago y las nubes esponjosas.

—Normalmente lo es —respondí.

—Para ser un paisaje campestre es casi pasable —añadió Nemo con rapidez—. No es nada comparado con la belleza de las profundidades, pero la jubilación exige sacrificios.

—Leí su libro muchas veces —dije con toda la cortesía posible—, y he encontrado mucho placer en la narración.

—Julio Verne no sólo era mi autor, sino también un buen amigo —dijo Nemo con tristeza—. Me entristece su muerte, una emoción que no comparto con muchos otros de los míos.

Habíamos llegado al hogar de Nemo. Ya no era la estilizada y peligrosa nave de 20.000 leguas de viaje submarino. El submarino de hierro remachado era una ruina destartalada manchada de óxido, con una gruesa capa de algas creciendo en el vidrio de dos de las grandes ventanas de observación. Pertenecía a una época que rebosaba de esperanzas en la alta tecnología. Era el Nautilus.

Recorrimos la pasarela y Nemo me ayudó a subir a bordo.

—Gracias —dije, recorriendo la superficie exterior hasta la pequeña torreta donde había dispuesto una silla y una mesa sobre la que había un narguile. Abrió otra silla plegable y me indicó que me sentase.

—¿Estás aquí, como yo —preguntó—, descansando… entre misiones?

—Es una especie de baja maternal —le expliqué.

—De esas cuestiones no sé nada —dijo con seriedad, sirviendo una taza de café; la porcelana era de la naviera White Star Line.

Tomé un sorbo y acepté la galleta que me ofreció. El café era excelente.

—Bueno, ¿no es cierto? —me preguntó, con una sonrisa en los labios.

—¡Así es! —respondí—. El mejor que he probado nunca. ¿Qué es?

—De la fosa de la Guayana —me explicó—, una zona subacuática llena de montañas y colinas tan hermosas como los Andes. En un valle profundo de esa región descubrí una planta acuática cuyas semillas, al secarse y molerse, producen un café tan bueno como cualquier café terrestre.

Su rostro se puso triste un momento y miró la taza, removiendo el líquido marrón.

—Tan pronto como nos bebamos este café, será el fin. Ya hace casi un siglo que me mueven por el Pozo de las Tramas Perdidas. ¿Sabes?, iba a aparecer en una continuación. Verne había escrito la mitad cuando murió. Por desgracia, tras su muerte tiraron el manuscrito y fue destruido. Apelé al Consejo de Géneros contra la orden de destrucción forzosa, y a mí y al Nautilus, claro está, nos dieron un respiro. —Suspiró—. Hemos sobrevivido a muchos traslados de libro en libro dentro del Pozo. Ahora, como ves, estoy varado aquí. Las pilas voltaicas, que son la fuente de energía del Nautilus, están casi agotadas. El sodio, que extraigo del agua marina, se acaba. Hace años que soy objeto de una orden de conservación, pero la conservación sin inversión no sirve de nada. Al Nautilus sólo le hacen falta un par de miles de palabras para estar como nuevo… pero no dispongo de dinero ni de influencia. Sólo soy un solitario excéntrico que aguarda una continuación que teme que no se escribirá nunca.

—Me… me gustaría poder hacer algo —respondí—, pero Jurisficción sólo se ocupa de mantener el orden en la ficción. No dicta la política, ni tampoco escoge qué libros se escriben. Supongo que se habrá hecho publicidad.

—Desde hace años. Mira, aquí tienes.

Me pasó un ejemplar de The Word. La sección «Se busca puesto» ocupaba la mitad del periódico y leí lo que Nemo me indicaba.

Lobo de mar excéntrico y autocrático (ex Verne) busca narración emocionante y de moral elevada para ejercitar su conocimiento de los océanos y comentar la relación del hombre con su entorno. Habla francés y posee submarino en propiedad. Dirigirse a: capitán Nemo, Caversham Heights, subsótano seis, PDTP.

—Todas las semanas durante más de un siglo —gruñó—, pero nadie me ofrece nada razonable.

Dudaba de que su idea de una oferta razonable coincidiese con la de alguien… era difícil superar 20.000 leguas de viaje submarino.

—¿Has leído Caversham Heights? —me preguntó.

Asentí.

—Entonces sabrás que la destrucción no es sólo inevitable, sino muy necesaria. Cuando el libro vaya al desguace, no pediré el traslado. El Nautilus y yo quedaremos convertidos en texto… ¡y hace tiempo que lo deseo! —Frunció el ceño mirando al suelo y se sirvió otra taza de café—. A menos —añadió, alzando de pronto la cabeza— que creas que debería poner el anuncio dentro de un recuadro, con foto. Cuesta más, pero puede que lo haga más atractivo.

—Por supuesto, vale la pena probar —respondí.

Nemo se puso en pie y se metió en el submarino sin decir nada más. Pensé que volvería, pero al cabo de veinte minutos decidí irme a casa. Recorría de vuelta el sendero del lago cuando recibí una llamada de Havisham por el notaalpiéfono.[12]

—Como siempre, señorita Havisham.[13]

—Perkins se habrá llevado un buen disgusto —dije, pensando que con gramásitos, un Minotauro, yahoos y uno o dos millones de conejos la vida en el bestiario debía de ser más bien incontrolable.[14]

—Voy para allá.