12

Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas fue la única novela de Emily Brontë que algunos consideraron tan buena como las demás y otros una vergüenza. Sólo cabe conjeturar lo que hubiese escrito de haber vivido más tiempo; teniendo en cuenta el carácter fuerte y apasionado de Emily, probablemente más de lo mismo. Pero, independientemente de la impresión que de Cumbres borrascosas se lleve el lector, ya sea de tristeza por los amantes condenados, de irritación por la petulancia de Catherine o incluso de furia por la manera estúpida de comportarse de las víctimas de Heathcliff que hacen cola para dejarse maltratar, una cosa es segura: retrata con brillantez el lugar salvaje azotado por el viento que tan bien refleja la pasión destructiva de los dos protagonistas… y algunos dicen que no ha sido superada.

MILLON DE FLOSS

Cumbres borrascosas; ¿obra maestra

o bodrio rimbombante?

Nevaba cuando llegamos y el viento agitaba los copos formando algo similar a grandes nubes de irritados insectos de invierno. La casa era mucho más pequeña de lo que había imaginado, pero no menos lastimosa, incluso bajo la amable capa de nieve. Las contraventanas colgaban torcidas y del interior sólo llegaba un débil resplandor. Estaba claro que no visitábamos la casa en los buenos días del viejo señor Earnshaw, sino en los de la ocupación del señor Heathcliff, cuya bárbara administración se reflejaba en el edificio adusto y ventoso al que nos acercábamos.

Nuestros pies aplastaron la nieve recién caída mientras alcanzábamos la puerta principal. Golpeamos la madera nudosa. Un anciano nervudo respondió después de una muy larga pausa. Nos miró por turnos con expresión amargada antes de que la luz se hiciese sobre sus rasgos cansados al reconocernos y se lanzase a un chapurreo emocionado:

—Es comportamiento óseo, asechar en los campos, después de las dose a noche, ¡con ese mal, temible demonio de una gitana! Creen que estoy siego; pero no lo toy: ¡ya les gustaría!… Veo ir y venir al bote del joven Linton, ¡y veo sí, sí a la buena para nada, bruja podrida! ¡Salta y se encierra en la casa en cuan oye el carruaje del amo asercarse por el camino!

—¡Nada de eso importa! —exclamó la señorita Havisham. Para ella la paciencia era un concepto desconocido—. Déjanos pasar, Joseph, ¡o sentirás la bota en los calzones!

Gruñó pero abrió la puerta. Entramos rodeadas de copos de nieve y nos limpiamos los pies en el felpudo mientras la puerta se Cerraba.

—¿Qué ha dicho? —pregunté mientras Joseph seguía murmurando por lo bajo.

—No tengo ni la más remota idea —respondió la señorita Havisham, quitándose la nieve del velo de novia—. De hecho, nadie lo sabe. Vamos, tenemos que vernos con los otros. Insistimos en que todos los personajes importantes de Cumbres asistan a la sesiones de control de furia.

No había vestíbulo de entrada ni pasillo. La puerta principal daba a una enorme sala donde había seis personas reunidas alrededor del hogar. Uno de los hombres se puso en pie educadamente e inclinó la cabeza para saludar. Más tarde supe que era Edgar Linton, esposo de Catherine Earnshaw, que estaba sentada junto a él en el asiento de madera y miraba meditabunda el fuego. Junto a ellos había un hombre de aspecto disoluto, dormido, borracho, o posiblemente ambas cosas. Estaba claro que nos habían estado esperando y la falta de entusiasmo dejaba claro que la terapia no ocupaba un lugar muy alto en su lista de prioridades… o de intereses.

—Buenas noches a todos —dijo la señorita Havisham—. Me gustaría agradecerles su asistencia a la sesión de control de furia de Jurisficción.

Casi parecía amable; no era nada propio de ella y me pregunté cuánto tiempo aguantaría.

—Ésta es la señorita Next, que va a observar la sesión de esta noche —siguió hablando—. Bien, quiero que todos os deis la mano y creéis un círculo de confianza para darle la bienvenida al grupo. ¿Dónde está Heathcliff?

—¡No tengo ni idea de dónde puede estar ese sinvergüenza! —escupió Linton con furia—. Por lo que a mí respecta, ojalá que con la cabeza metida en un cenagal… ¡qué el diablo se lo lleve y ya irá con retraso!

—¡Oh! —gritó Catherine, apartando su mano de la de Edgar—. ¿Por qué le odias de esa forma? ¡A él, que me ama más de lo que tú podrías llegar a amarme…!

—Alto, alto —interrumpió Havisham conciliadora—. ¿Recordáis lo que dijimos la semana pasada sobre los insultos? Edgar, creo que deberías disculparte con Catherine por llamar sinvergüenza a Heathcliff, y Catherine, la semana pasada prometiste no volver a comentar delante de tu marido lo mucho que amas a Heathcliff.

Gruñeron sus disculpas.

—Heathcliff llegará en cualquier momento —dijo una sirvienta, que supuse que era Nelly Dean—. Su agente dijo que tenía que ocuparse de una publicidad. ¿Podemos empezar sin él?

La señorita Havisham miró la hora.

—Supongo que podríamos ocuparnos de la introducción —respondió, con claros deseos de terminar con aquello y volver a casa—. Quizá podamos presentarnos a la señorita Next y al mismo tiempo resumir lo que sentimos. Edgar, ¿te importa?

—¿Yo? Oh, muy bien. Me llamo Edgar Linton. Soy el legítimo propietario de Thrushcross Grange, y odio y desprecio a Heathcliff porque, independientemente de lo que yo haga, mi esposa Catherine le sigue amando.

—Me llamo Hindley Earnshaw —dijo el borracho arrastrando las palabras—. Soy el hijo mayor del viejo señor Earnshaw. Odio y desprecio a Heathcliff porque mi padre le prefería a él antes que a mí, y más tarde, porque ese sinvergüenza me quitó lo que me correspondía por derecho.

—Eso ha estado muy bien, Hindley —dijo la señorita Havisham—, ni una sola palabrota. Creo que estamos avanzando. ¿Quién va ahora?

—Me llamo Hareton Earnshaw —dijo un joven de aspecto hosco que miraba la mesa mientras hablaba y que evidentemente odiaba aquellas reuniones más que los demás—, hijo de Hindley y Frances. Odio y desprecio a Heathcliff porque me trata poco más que como a un perro… y no es que yo haya hecho nada contra él; me castiga porque mi padre le trató como a un sirviente.

—Soy Isabella —anunció una mujer bien parecida—, hermana de Edgar. Odio y desprecio a Heathcliff porque me mintió, abusó de mí, me golpeó y trató de matarme. Luego, tras mi muerte, robó a nuestro hijo y le usó para lograr el control de la herencia Linton.

—En ésa hay mucha furia —susurró la señorita Havisham—. ¿Empiezas a darte cuenta de la situación?

—¿De que Heathcliff les cae bastante mal? —le susurré.

—¿Tanto se nota? —respondió, algo sorprendida de que sus sesiones no estuviesen por lo visto surtiendo tanto efecto como deseaba.

—Yo soy Catherine Linton —dijo una joven testaruda y llenita de no más de dieciséis años—, hija de Edgar y Catherine. Odio y desprecio a Heathcliff porque me tuvo prisionera durante cinco días, manteniéndome alejada de mi padre moribundo para obligarme a casarme con Linton… exclusivamente para obtener Thrushcross Grange, la verdadera residencia Linton.

—Y yo soy Linton —anunció un niño de aspecto muy enfermizo, que tosía en un pañuelo—, hijo de Heathcliff e Isabella. Odio y desprecio a Heathcliff porque me robó la única felicidad que podría haber conocido y me dejó morir cautivo. Soy un peón en sus esfuerzos por consumar la venganza.

—Vaya, vaya —murmuró Catherine Linton.

—Yo soy Catherine Earnshaw —dijo la última mujer, que miró con desdén al resto del grupo—, ¡y amo a Heathcliff más que a la vida misma!

Todos gimieron, varios miembros del grupo cabecearon de tristeza y Catherine la joven hizo el gesto de meterse el dedo en la garganta.

—Ninguno de vosotros le conoce como yo, ¡y si le hubieseis tratado con cordialidad en lugar de con odio nada de esto habría pasado!

—¡Ramera mentirosa! —gritó Hindley, poniéndose en pie de un salto—. Si tú no hubieses decidido casarte con Edgar para obtener poder y posición, Heathcliff se habría comportado de forma algo más razonable… No, tú has sido la causante de todo, ¡putita egoísta! —Palabras que fueron recibidas con aplausos, a pesar de los intentos de Havisham por mantener el orden.

—Él es un hombre de verdad —añadió Catherine, entre abucheos del grupo—, un héroe byrónico que trasciende la moral y las leyes sociales; mi amor por Heathcliff es firme como una roca. Grupo, ¡yo soy Heathcliff! ¡Siempre está en mi mente: no como un placer, no más de lo que yo soy un placer para mí misma, sino como mi propio ser!

Isabella dio un golpe en la mesa y agitó el dedo con furia hacia Catherine.

—Un hombre de verdad amaría y reverenciaría a la mujer con la que se casase —gritó—. ¡No le arrojaría un cuchillo de carnicero ni usaría y abusaría de cuantos la rodean continuamente en pos de una venganza por el trato injusto que considera haber recibido hace veinte años! ¿Y qué, si Hindley le trató mal? ¡Un buen cristiano le perdonaría y aprendería a vivir en paz!

—¡Ah! —dijo la joven Catherine, poniéndose también en pie y gritando a pleno pulmón para hacerse oír a pesar del tumulto de acusaciones y de frustración acumulada—. Ahí está el meollo del asunto. Heathcliff es tan poco cristiano como se puede llegar a ser. ¡Es un demonio con forma humana que aspira a la destrucción de todos los que le rodean!

—Estoy de acuerdo con Catherine —dijo Linton con voz débil—. ¡Ese hombre es malvado y corrupto hasta la médula!

—¡Sal fuera y repítelo! —gritó Catherine la mayor, agitando un puño.

—Permitirías que el chico pillase un resfriado y muriese, ¿no? —respondió retadora Catherine la joven, mirando con furia a la madre que había muerto para darla a luz a ella—. ¡Fueron tus altaneros aires de consentida los que nos metieron en este lío! Si le amabas tanto como dices, ¿por qué no te casaste con él y punto?

—¡UN POCO DE ORDEN, POR FAVOR! —bramó la señorita Havisham, con tal fuerza que todos se sobresaltaron, la miraron intimidados y se sentaron refunfuñando un poco—. Gracias. Bien, todos estos gritos no van a servir de nada. Si queremos afrontar la furia en Cumbres borrascosas vamos a tener que actuar como seres humanos civilizados y discutir racionalmente nuestros sentimientos.

—Vaya, vaya —dijo una voz procedente de la oscuridad. Todos guardaron silencio y se volvieron hacia el recién llegado, que penetró en la luz acompañado de dos guardaespaldas y de alguien más, por lo visto su agente. El recién llegado era sombrío, de tez morena y extremadamente guapo. Hasta el momento de esa reunión jamás había comprendido por qué los personajes de Cumbres borrascosas se comportaban de aquella forma ocasionalmente irracional; pero tras contemplar la deslumbrante belleza, los ojos oscuros y penetrantes, lo comprendí. Heathcliff poseía un carisma electrizante; podría haber encantado a una cobra para que ella misma se atase en un nudo.

—¡Heathcliff! —gritó Catherine, saltando a sus brazos y estrechándolo con fuerza—. Oh, Heathcliff, mi amor, ¡cómo te he echado de menos!

—¡Bah! —gritó Edgar, agitando con furia el bastón por el aire—. Deja a mi mujer de inmediato o te juro por Dios que…

—¿Qué harás? —preguntó Heathcliff—. ¡Tú, mequetrefe cobarde y altanero! ¡Mi perro tiene más valor en una pata que tú en todo el cuerpo! Y Linton, enclenque, ¿qué es eso que has dicho de que soy «malvado y corrupto»?

—Nada —dijo Linton en voz baja.

—Señor Heathcliff —dijo la señorita Havisham con firmeza—, no sirve de nada que llegue tarde a estas sesiones ni que irrite a sus compañeros.

—Que el diablo se lleve sus sesiones, señorita Havisham —respondió Heathcliff furibundo—. ¿Quién es el protagonista de la novela? Yo. ¿A quién esperan encontrar los lectores cuando abren el libro? A mí. ¿Quién ha ganado el premio al protagonista romántico más turbulento del MundoLibro setenta y siete veces seguidas? Yo. Todo yo. Sin mí, Cumbres borrascosas es una novelucha provinciana tediosamente larga y carente de interés. Yo soy el centro de este libro y haré lo que me dé la gana, mi dama, ¡y por lo que a mí respecta, puede ir corriendo a contárselo a Bellman, al Consejo de Géneros y al mismísimo Gran Panjandrum!

Del bolsillo de la chaqueta se sacó una foto dedicada y me la pasó con un guiño. Lo curioso fue que le reconocí. Había estado actuando en Hollywood, con gran éxito, bajo el nombre de Buck Stallion, lo que probablemente explicaba de dónde había sacado su fortuna; con su sueldo podría haber comprado Thrushcross Grange tres veces.

—El Consejo de Géneros ha decretado que asista a la sesiones, Heathcliff —dijo Havisham con voz helada—. La supervivencia de este libro exige controlar las emociones de su interior; ahora mismo la novela es tres veces más violenta que cuando se escribió… si seguimos así, no pasará mucho antes de que el asesinato y el caos la controlen por completo. ¿Recuerdan lo que pasó con la en su momento tranquila comedia de costumbres Tito Andrónico? Ahora es el charco de sangre más demente y caníbal de todo Shakespeare. ¡Cumbres borrascosas seguirá el mismo rumbo si alguien no controla la furia y el resentimiento!

—¡No quiero convertirme en pastel! —gimió Linton.

—Un discurso valiente —respondió Heathcliff con sorna—, muy valiente. —Se inclinó hacia la señorita Havisham, quien mantuvo desafiante su posición—. Déjeme «compartir» algo con el grupo. Cumbres borrascosas y todos los que viven en la novela pueden irse al demonio por lo que a mí respecta. Ha servido a su propósito permitiéndome perfeccionar el delicado arte de la traición y la venganza… pero ahora soy más grande que este libro y más grande que todos vosotros. Ahí fuera hay mejores novelas esperándome, ¡qué saben cómo servir adecuadamente a un personaje de mi profundidad!

Los reunidos soltaron exclamaciones ahogadas a medida que fueron asimilando la noticia. Sin Heathcliff no habría libro… y en consecuencia, ellos también desaparecerían.

—No pasaría ni a El cumpleaños de Spot sin el permiso del Consejo —gruñó Havisham—. ¡Intente abandonar Cumbres borrascosas y haremos que desee no haber sido escrito!

Heathcliff rio.

—¡Tonterías! El Consejo tiene necesidad urgente de personajes como yo; dejarme atrapado en un clásico donde sólo me leen estudiantes aburridos de literatura inglesa es malgastar uno de lo mejores protagonistas románticos jamás escritos. Recuerde lo que le digo, el Consejo hará lo que sea necesario para atraer a más lectores… nadie se opondrá a un traspaso, ¡se lo aseguro!

—¿Qué hay de nosotros? —gimió Linton, tosiendo al borde de las lágrimas— ¡Seremos reducidos a texto!

—¡El mejor destino para todos vosotros! —gruñó Heathcliff—. Y yo estaré en la orilla, ¡dispuesto a disfrutar de vuestros últimos gritos al hundiros bajo las olas!

—¿Y yó? —preguntó Catherine.

—Tú vendrás conmigo. —Heathcliff sonrió, ablandándose—. Tú y yo volveremos a vivir en una novela moderna, sin todas esas limitaciones de la rectitud victoriana; se me ha ocurrido que podríamos residir en una novela de espías y tener un cachorro de bóxer con una oreja caída…

Se oyó una tremenda detonación cuando se hundió hacia dentro la puerta principal en una nube de astillas y polvo. Havisham, instantáneamente, empujó a Heathcliff al suelo y se le colocó encima, gritando:

—¡A cubierto!

Disparó la pequeña pistola contra un hombre enmascarado que entró de un salto por la puerta humeante disparando una ametralladora. La bala de Havisham dio en el blanco y el tipo cayó como un pelele. Uno de los dos guardaespaldas de Heathcliff recibió disparos en cuello y pecho, pero el segundo guardaespaldas sacó su propia ametralladora y abrió fuego contra los otros asesinos que entraban. Linton se desmayó de golpe. Isabella y Edgar lo hicieron a continuación. Al menos desmayados no gritaban. Saqué mi arma y disparé como hacían el guardaespaldas y Havisham mientras otro enmascarado entraba; acabamos con él, pero una de sus balas dio en la cabeza del segundo guardaespaldas, que cayó sin vida. Me arrastré hacia Havisham y también me coloqué encima de Heathcliff. Gimió:

—¡Ayudadme! ¡No dejéis que me maten! ¡No quiero morir!

—¡Cierra el pico! —gritó Havisham y Heathcliff se calló al instante. Miré alrededor. Su agente se protegía bajo la cartera y el resto de los personajes se habían metido bajo la mesa de roble. Hubo una pausa.

—¿Qué está pasando? —susurré.

—Un ataque ProCath —murmuró Havisham, recargando la pistola en medio del súbito silencio—. El apoyo a la joven Catherine y el odio por Heathcliff son muy profundos en el MundoLibro; habitualmente se trata de un tirador solitario… nunca había visto nada tan coordinado. Voy a saltar de aquí con Heathcliff; volveré inmediatamente a por ti.

Murmuró algunas palabras, pero no pasó nada. Las repitió y siguió sin pasar nada.

—¡Qué se los lleve el demonio! —murmuró, sacando su notaalpiéfono móvil de entre los pliegues del vestido de novia—. Deben de estar usando una criba textual.

—¿Qué es una criba textual?

—No lo sé… no está del todo claro.

Miró el notaalpiéfono móvil y lo agitó desesperadamente.

—¡Maldición! No hay cobertura. ¿Dónde está el notaalpiéfono más cercano?

—En la cocina —respondió Nelly Dean—, junto al cesto del pan.

—Debemos avisar a Bellman. Thursday, quiero que vayas a la cocina…

Pero no tuvo tiempo de terminar la frase debido a una ráfaga de ametralladora que dio contra la casa, acabando con ventanas y contraventanas; las cortinas bailaron convirtiéndose en jirones, el yeso saltó de las paredes al hundirse las balas. Seguimos agachadas mientras Catherine gritaba, Linton despertaba para volver a desmayarse, Hindley tomaba un trago de su petaca y Heathcliff se convulsionaba de miedo. Al cabo de unos diez minutos los disparos cesaron. El aire estaba lleno de polvo y nosotros estábamos cubiertos de yeso, esquirlas de vidrio y astillas de madera.

—¡Havisham! —dijo una voz amplificada desde el exterior—. ¡No queremos causarles daño! ¡Entregue a Heathcliff y los dejaremos en paz!

—¡No! —gritó Catherine la mayor, que se había arrastrado hasta nosotros e intentaba agarrar la cabeza de Heathcliff—. ¡Heathcliff, no me abandones!

—No tengo intención de hacerlo —dijo con voz apagada, porque tenía la nariz apretada contra las piedras por mi peso y el de Havisham—. Havisham, espero que recuerde sus órdenes.

—¡Envíe a Heathcliff y no les haremos daño ni a usted ni a su aprendiza! —volvió a gritar el megáfono—. ¡Interpóngase en nuestro camino y acabaremos con las dos!

—¿Van en serio? —pregunté.

—Vaya que sí —respondió Havisham sombría—. El año pasado un grupo de ProCath intentó secuestrar a madame Bovary para obligar al Consejo a entregar a Heathcliff.

—¿Qué pasó?

—Los supervivientes del grupo fueron reducidos a texto —respondió Havisham—, pero eso no ha detenido al movimiento ProCath. ¿Crees que puedes llegar al notaalpiéfono?

—Claro… es decir, sí, señorita Havisham.

Me arrastré hacia la cocina.

—Les daremos dos minutos —volvió a hablar la voz del megáfono—. Después, entraremos.

—Tengo una propuesta mejor —gritó Havisham.

Una pausa.

—¿Y cuál es? —dijo el megáfono.

—Dejadnos ir y tendré misericordia cuando os encuentre.

—Creo —respondió la voz del megáfono— que seguiremos con mi plan. Le quedan un minuto y cuarenta y cinco segundos.

Llegué hasta la puerta de la cocina, que estaba tan destrozada como el salón. Había harina y cereales por el suelo, frascos rotos, y una ráfaga de nieve entraba por las ventanas. Encontré el notaalpiéfono; el fuego de ametralladora lo había agujereado. Solté una maldición y me arrastré rápidamente de vuelta al salón. Miré a Havisham a los ojos y negué con la cabeza. Me hizo un gesto para que fuese a mirar atrás y así lo hice, atravesando la oscuridad de la despensa para mirar al exterior. Podía ver a dos, sentados en la nieve, con las armas preparadas. Corrí de vuelta al lado de Havisham.

—¿Qué tal?

—Veo a dos detrás.

—Y hay al menos tres delante —añadió—. Estoy dispuesta a considerar propuestas.

—¿Qué tal entregarles a Heathcliff? —dijo un coro de voces.

—¿Alguna otra?

—Podría intentar colocarme detrás —murmuré—, si usted los entretiene…

Me interrumpió un espantoso grito de terror proveniente del exterior, seguido de un ruido como si estrujasen algo, luego otro grito y fuego esporádico de ametralladora. Se oyó un golpe contundente y otro disparo, luego un grito y entonces los ProCath de atrás también abrieron fuego; pero no contra la casa… sino contra una amenaza que no podíamos ver. Havisham y yo intercambiamos una mirada y nos encogimos de hombros mientras un hombre entraba presa del pánico; todavía sostenía la pistola y, debido a eso, su destino estaba sellado. Havisham le disparó dos veces y cayó muerto junto a nosotros con expresión de horror en el rostro. Se oyeron algunos disparos más, otro grito de agonía, luego silencio. Me estremecí y me puse en pie para mirar con cuidado por la puerta. Fuera no había nada excepto la blanda nieve, alterada aquí y allá por huellas de pisadas.

Sólo encontramos un cuerpo, que había sido lanzado al tejado del granero, pero había muchísima sangre y lo que parecían las huellas de las garras de un felino muy grande. Yo miraba las pisadas del tamaño de un plato de cocina que la nieve iba borrando lentamente cuando Havisham me puso la mano en el hombro.

—Big Martin —dijo en voz baja—. Debía de estar siguiéndote.

—¿Todavía? —pregunté, comprensiblemente preocupada.

—¿Quién sabe? —respondió la señorita Havisham—. Big Martin no rinde cuentas ante nadie. Entra.

Regresamos a donde el elenco se limpiaba el polvo. Joseph murmuraba para sí e intentaba tapar las ventanas con mantas.

—Bien —dijo la señorita Havisham dando una palmada—, ha sido una sesión emocionante, ¿no?

—Sigo teniendo la intención de abandonar este libro horrible —respondió Heathcliff, que había vuelto a su actitud habitual de repelente absoluto.

—No, no lo hará —respondió Havisham.

—Intente detenerme…

La señorita Havisham, que estaba harta de contenerse y que odiaba hasta la muerte a los hombres como Heathcliff, le agarró por el cuello de la camisa y le empujó la cabeza contra la mesa apuntándole a la nuca con la pistola.

—Escúcheme bien —dijo con la voz temblorosa de furia—, para mí, es basura sin valor. Agradezca a su buena estrella que sea leal a Jurisficción. Muchos otros en mi lugar le hubiesen entregado. Podría matarle ahora y nadie se enteraría.

Heathcliff me miró suplicante.

—Yo estaba fuera cuando oí el disparo —le dije.

—¡Nosotros también! —exclamaron ansiosos los demás, excepto Catherine Earnshaw, que se limitó a fruncir el ceño.

—¡Quizá debería hacerlo! —volvió a decir Havisham—. Quizá fuese para mejor. ¡Podría hacer que pareciese un accidente!

—¡No! —gritó Heathcliff contrito—. He cambiado de opinión. Voy a quedarme aquí y seré el viejo y sencillo señor Heathcliff por siempre jamás.

Havisham le miró y, lentamente, le soltó.

—Bien —dijo, poniéndole el seguro a la pistola y recuperando el aliento—. Creo que con esto concluye la sesión de control de furia de Jurisficción. ¿Qué hemos aprendido?

Los otros personajes la miraron, estupefactos.

—Bien. La próxima semana a la misma hora, ¿sí?