A doscientos sesenta por la A419
Hijo rico de un conde polaco y una madre americana, Louis Zborowski vivía en Higham Place, cerca de Canterbury, donde construyó tres coches con motor de avión, llamados todos ellos Chitty Bang Bang, y un cuarto monstruo, el Higham Special, un coche que él y Clive Gallop habían diseñado encajando un motor de avión de 27 litros en un chasis de la compañía Rubery Owen e incorporándole una caja de cambios Benz. Tras la muerte de Zborowski en Monza, al volante de un Mercedes, el Special había estado dando vueltas a Brooklands a 187 kilómetros por hora. Sin embargo todavía no había demostrado todo su potencial. Después de un breve periodo como propiedad de una dama cuya identidad no se ha divulgado, el Special fue vendido a Parry Thomas, que tras unas cuidadosas modificaciones propias llevó el récord terrestre de velocidad hasta los 274,593 kilómetros por hora, en Pendine Sands, sur de Gales, en 1926.
EL MUY REV. TOREDLYNE
El récord terrestre de velocidad
—¿Le ha estado aburriendo, señor Perkins? —gritó Havisham.
—En absoluto —respondió Perkins, guiñándome un ojo—. Ha sido una alumna de lo más atenta.
—Bah —murmuró Havisham—. La esperanza es lo último que se pierde. Sube, niña, ¡nos vamos!
Vacilé. Ya había ido en coche con la señorita Havisham, y en un vehículo que yo consideraba relativamente seguro. Aquella bestia de automóvil daba la impresión de que podía matarte dos veces incluso antes de meter la segunda.
—¿A qué esperas, niña? —dijo Havisham con impaciencia—. Si dejo el Special al ralentí durante más tiempo freiremos las bujías. Además, necesitamos todo el combustible para la carrera.
—¿La carrera?
—¡No te preocupes! —gritó la señorita Havisham dando un acelerón. El coche se ladeó mucho y emitió un gruñido gutural—. No estarás a bordo cuando lo haga… te requiero para otros menesteres.
Respiré hondo y subí a la pequeña cabina para dos pasajeros. Parecía recién modificada y era poco más que un coche de carreras con algunos detalles añadidos para hacer que pareciese digno de ir por carretera. La señorita Havisham pisó el embrague y se peleó un momento con la caja de cambios. Las enormes cadenas de transmisión recibieron la potencia con una ligera resistencia: como un caballo de carreras purasangre que acabase de oler la carrera de obstáculos.
—¿Adónde vamos? —pregunté.
—¡A casa! —respondió la señorita Havisham mientras manipulaba el acelerador de mano. El coche saltó sobre el patio cubierto de hierba y ganó velocidad.
—¿A Grandes esperanzas? —pregunté mientras la señorita Havisham daba un giro en redondo, trasteando con las palancas del centro del enorme volante.
—¡No a mi casa —respondió—, a la tuya!
Con otro gruñido grave y un tirón, el coche aceleró rápidamente… pero no estaba segura de hacia dónde; delante de nosotras estaban el puente levadizo y los sólidos muros de piedra del castillo.
—¡No temas! —gritó Havisham para hacerse oír a pesar del rugido del motor—. ¡Nos leeré en el Exterior con la misma facilidad con la que parpadeo!
Ganamos velocidad. Esperaba que saltásemos directamente, pero no fue así. Seguimos avanzando hacia el pesado castillo a una velocidad que no era del todo compatible con la supervivencia.
—¿Señorita Havisham? —pregunté, con la voz teñida por el miedo.
—¡Simplemente busco la mejor forma de llevarnos hasta allí, niña! —respondió con alegría.
—¡Alto! —grité cuando llegamos al punto sin retorno y lo sobrepasamos en un instante.
—Veamos… —murmuró Havisham, pensando intensamente, pisando el acelerador a tope.
Me tapé los ojos. El coche iba demasiado rápido, no podía saltar, y la colisión parecía inevitable. Agarré el flanco del coche y me envaré mientras Havisham nos llevaba, a ella, al coche y a mí, a través de las barreras de la ficción hasta el mundo real. Mi mundo.
Volví a abrir los ojos. La señorita Havisham estudiaba un mapa de carreteras mientras el Higham Special hacía eses por la carretera. Agarré el volante justo cuando un furgón de reparto de leche se hundía en un seto.
—No iré por la M4, por si el C de G se entera —dijo mirando a su alrededor—. Iremos por la A419… ¿estamos cerca?
Al instante reconocí dónde nos encontrábamos. Al norte de Swindon, en las afueras de un pueblecito llamado Highworth.
—Siga por la rotonda y colina arriba hasta llegar al pueblo —le dije. Luego añadí—: Pero recuerde, hay que ceder el paso.
Demasiado tarde. La señorita Havisham jamás cedía el paso. El primer coche frenó a tiempo, pero el que iba detrás no tuvo tanta suerte… se estampó contra el de delante. Yo me agarré con el corazón en la garganta mientras la señorita Havisham aceleraba rápidamente colina arriba para entrar en Highworth. Me sentí presionada contra el asiento y, por un instante, sentada sobre dos toneladas de maquinaria rugiente. Y de pronto comprendí por qué a Havisham le gustaba tanto hacer esas cosas: en una palabra, era emocionante.
—El conde se limitó a prestarme el Special —me explicó—. Parry Thomas lo recibirá la semana que viene y tiene la intención de conseguir el récord de velocidad. He estado probando con una nueva mezcla de combustibles; la A419 es recta y llana… en ella debería alcanzar al menos los doscientos noventa.
—Gire a la derecha en la B4019, en Jesmond —le dije—, cuando el semáforo se ponga veeerde.
El camión no chocó con nosotras por los pelos.
—¿Qué ha sido eso?
—Nada.
—¿Sabes?, Thursday, deberías soltarte un poco y aprender a disfrutar más de la vida… puedes llegar a ser tan quejica y envarada… —Me quedé sin habla—. Y no te enfurruñes —añadió la señorita Havisham—. Si algo no soporto es un aprendiz enfurruñado.
Circulamos por la carretera, casi nos la pegamos en una curva cerrada y milagrosamente alcanzamos la carretera principal Swindon-Cirencester. Estaba prohibido girar a la derecha, pero lo hicimos de todas formas, acompañadas de un coro de neumáticos frenando en seco y bocinas furiosas. Havisham siguió acelerando. Estábamos ya cerca de la cima de la colina cuando nos topamos con un cartel de desvío que bloqueaba la carretera. Havisham golpeó el volante con furia.
—¡No me lo puedo creer! —aulló.
—¿Carretera cortada? —inquirí, intentando ocultar mi alivio—. Bien… es decir, bien, qué vergüenza. En otra ocasión, ¿no?
Havisham metió primera, bordeamos el cartel y fuimos colina abajo.
—¡Es él, puedo sentirlo! —gruñó—. ¡Intenta robarme el récord!
—¿Quién? —pregunté.
Como en respuesta, otro coche de carreras pasó a nuestro lado emitiendo un ruidoso «¡pup, pup!»
—Él —murmuró Havisham mientras salíamos de la carretera junto a una cámara de velocidad—. Un conductor tan nefasto que es una amenaza para sí mismo y para todo ser inteligente que recorra las autopistas.
Debía de ser realmente terrible para que Havisham se diese cuenta. Unos minutos después el otro coche reapareció y se nos puso al lado.
—¡Hola, Havisham! —dijo el conductor, quitándose las gafas protectoras para revelar los ojos saltones; sonreía—. Sigues usando la vieja tortuga Special del conde Caracol Zborowski, ¿eh?
—Buenas tardes, Señor Sapo —dijo Havisham—. ¿Bellman sabe que está en el Exterior?
—¡Claro que no! —aulló el Señor Sapo, riéndose—. Y tú no vas a decírselo, vieja niña, ¡porque tú tampoco deberías estar aquí!
Havisham guardó silencio y miró al frente, intentando pasar de él.
—¿Eso de ahí es un motor de avión Liberty? —preguntó el Señor Sapo, señalando el capó del Special, que se estremecía con el ronroneo del enorme motor.
—Quizá —respondió Havisham.
—¡Ja! —respondió el Señor Sapo con una sonrisa contagiosa—. ¡Yo llevo un Merlin de la Rolls-Royce en este viejo trasto!
Observé a la señorita Havisham con interés. Miraba directamente al frente, pero le temblaron los párpados un poco cuando el Señor Sapo revolucionó el motor. Al final, no pudo aguantar más y la curiosidad pudo con su desprecio.
—¿Qué tal va?
—¡Cómo un cohete! —respondió el Señor Sapo, saltando de la emoción—. Más de mil caballos en el eje trasero. ¡Hace que tu Higham Special parezca una segadora!
—Eso ya lo veremos —respondió Havisham, entornando los ojos—. ¿El lugar de siempre, la hora de siempre, la apuesta de siempre?
—¡Hecho! —dijo el Señor Sapo. Aceleró, se calzó las gafas protectoras y se perdió en una nube de humo de goma. El «pop, pop» de su bocina permaneció como un eco varios segundos después de que se fuese.
—Reptil viscoso —murmuró Havisham.
—Hablando en propiedad, no es ninguna de las dos cosas —respondí—. Más bien es un anfibio de piel seca.
—Ha causado más accidentes que cenas calientes te has comido tú.
—¿Va a correr contra él? —pregunté algo nerviosa.
—Y también voy a ganarle —respondió Havisham, pasándome unas tenazas para cortar cerrojos.
—¿Qué quiere que haga? —pregunté.
—Abre la cámara de tráfico y saca la película cuando se haya terminado la carrera.
Salí. Ella se puso las gafas protectoras y desapareció con un rugido de motor y un chirrido de neumáticos. Yo miré nerviosa a mi alrededor mientras ella y el coche se perdían en la distancia y el rugido del motor se convertía en un zumbido puntuado por toses sordas del tubo de escape. Hacía sol y podía ver al menos tres naves aéreas volando por el cielo; me pregunté cómo irían las cosas en OpEspec. Con mi dimisión le había mandado a Víctor una nota comunicándole que estaría fuera un año o más. De pronto, algo me sacó de mi ensimismamiento. Algo tenebroso que se movía en el perímetro de mi atención. Algo que debería haber hecho o algo que había olvidado. Me estremecí y todo encajó. La noche anterior. Yaya. El gusano mental de Aornis. ¿Qué había estado desatando en mi mente? Suspiré a medida que las piezas fueron encajando lentamente. Yaya me había dicho que repasase los hechos una y otra vez para refrescar los recuerdos familiares que Aornis intentaba borrar. Pero ¿cómo te pones a descubrir lo que has olvidado? Me concentré… «Landen». Llevaba todo el día sin pensar en él, lo que era raro. Recordaba dónde nos habíamos conocido y lo que le había pasado… en eso no había ningún problema. ¿Algo mis? Su nombre completo. Landen Parke-algo. ¿Empezaba por «B»? No podía recordarlo. Suspiré y coloqué la mano donde suponía que estaba el bebé; ya tenía el tamaño de media corona, colocaba. Recordaba lo suficiente de Landen para saber que le amaba y le echaba terriblemente de menos… lo que supongo que era una buena señal. Pensé en la perfidia de Lavoisier y los hermanos Schitt y sentí la furia crecer en mi interior. Cerré los ojos e intenté relajarme. Junto a la carretera había una cabina y, obedeciendo un impulso, llamé a mi madre.
—Hola, mamá —dije—, soy Thursday.
—¡Thursday! —gritó de emoción—. Un momento… el fogón se ha incendiado.
—¿El fogón?
—Toda la cocina en realidad… ¡espera un momento!
Se oyó un estruendo y unos segundos más tarde volvía al teléfono.
—Ya está apagado. ¡Querida! ¿Estás bien?
—Estoy bien, mamá.
—¿Y el bebé?
—También está bien. ¿Cómo te van las cosas?
—¡Fatal! —exclamó—. Desde que te fuiste Goliath y OpEspec han montado un campamento fuera y Emma Hamilton vive en la habitación de invitados y come como una lima.
Se oyó un rugido furioso y una corriente ruidosa cuando Havisham pasó por allí convertida poco más que en un borrón; la cámara de control de velocidad disparó dos destellos rápidamente y se oyeron algunos estallidos potentes más cuando Havisham le dio al acelerador.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó madre.
—Nunca me creerías aunque te lo contase. Mi… eh… marido no habrá pasado preguntando por mí, ¿verdad?
—Me temo que no, cariño —dijo con su voz más comprensiva; sabía lo de Landen y lo comprendía mejor que la mayoría. Su propio marido, mi padre, había sido erradicado diecisiete años antes—. ¿Por qué no vienes por aquí y hablamos? —añadió—. La reunión de Erradicaciones Anónimas es hoy a las ocho; estarás entre amigos.
—No creo, mamá.
—¿Comes regularmente?
—Sí, mamá.
—He conseguido que DH-82 aprenda unos trucos.
DH-82 era su tilacino rescatado. Enseñar a un tilacino, por lo general increíblemente apático, a hacer algo que no fuese comer y dormir era casi noticia de primera página.
—Eso es estupendo. Escucha, sólo he llamado para decir que te echo de menos y que no te preocupes por mí…
—¡Voy a dar otra vuelta! —gritó la señorita Havisham, que se había acercado. Le hice un gesto con la mano y salió corriendo.
—¿Mantienes caliente el huevo de Pickwick?
Le dije a mamá que ése era el trabajo de Pickwick, que la volvería a llamar en cuanto pudiese y colgué. Pensé en llamar a Bowden, pero decidí que probablemente no era buena idea. El teléfono de mamá estaría intervenido y ya les había dicho suficiente. Regresé a la carretera y vi cómo un pequeño punto gris crecía y crecía hasta que el Special pasó a mi lado con un bramido estridente. La cámara de velocidad volvió a destellar y un eructo de llamas surgió del tubo de escape. A la señorita Havisham le llevó casi dos kilómetros reducir la velocidad, así que me senté en un murito y esperé pacientemente su regreso. Una pequeña nave aérea de cuatro pasajeros había aparecido a no más de un kilómetro de distancia. Parecía ser de control de tráfico de OpEspec y no podía arriesgarme a que me descubriesen. Miré con ansiedad hacia donde Havisham se acercaba lentamente hacia mí.
—Vamos —murmuré entre dientes—, acelera un poco, por amor de Dios.
Havisham llegó y cabeceó apenada.
—La mezcla es demasiado fuerte —explicó—. ¿Sacas la película de la cámara?
Señalé la nave aérea que venía hacia nosotros. Se acercaba muy rápido… para ser una nave aérea.
La señorita Havisham la miró, gruñó y saltó para abrir el enorme capó y mirar dentro. Yo rompí el candado, saqué la cámara y rebobiné la película todo lo rápido que pude.
—¡Alto! —ladró el sistema de megafonía de la nave aérea al situarse a unos centenares de metros—. Están arrestadas. Esperen junto al vehículo.
—Tenemos que irnos —dije con impaciencia.
—¡Tonterías! —respondió la señorita Havisham.
—¡Coloquen las manos sobre el capó! —gritó la megafonía. La nave aérea pasó justo por encima de los árboles—. ¡Están advertidas!
—Señorita Havisham —dije—, ¡si descubren quién soy podría meterme en muchos líos!
—Tonterías, niña. ¿Por qué iban a querer a alguien tan insignificante como tú?
La nave aérea volvió con los motores invertidos; una vez que empezasen a hacerme preguntas yo me pasaría mucho tiempo respondiéndolas.
—¡Tenemos que irnos, señorita Havisham!
Notó la urgencia de mi voz y me indicó que subiese al coche. En unos momentos nos habíamos alejado por completo, con coche y todo, de vuelta al vestíbulo de la Gran Biblioteca.
—Entonces, ¿no eres muy apreciada en el Exterior? —preguntó Havisham, apagando el motor, que chisporroteó y se detuvo. Era agradable disfrutar del súbito silencio.
—Podría expresarse así.
—¿Has violado la ley?
—En realidad no.
Me miró un momento.
—Ya me pareció un poco raro que Goliath te tuviese atrapada en su sótano más profundo y seguro. ¿Tienes la película de la cámara de control de velocidad?
Se la entregué.
—Pediré que hagan dos copias —comentó—. Gracias por tu ayuda. Te veré mañana en la reunión. ¡No llegues tarde!
Esperé a que se hubiese ido, luego volví sobre mis pasos por la Biblioteca, hasta donde había dejado el recurso narrativo de la cabeza en la bolsa de Snell, y me fui a casa. No salté directamente; tomé el ascensor. Puede que saltar entre libros sea una forma rápida de moverse, pero también requiere habilidad.