Yo soy yo. Las articulaciones me chirrían, el corazón bombea. Hace calor y está oscuro, tengo sueño. Poco a poco se me ocurre que estoy en cuclillas con los brazos alrededor de las rodillas y la barbilla… oh. Así que no estoy pasando como Fiore, ¿eh? Muy bien. Bueno es saberlo. Un hecho más que añadir al montón. Tira el dado, veamos qué sale.
He estado en dos sitios a la vez durante las dos últimas semanas. He estado en el hospital, y recuperándome en casa. Hablando con la doctora Hanta, horrorizada en el campanario, intentando hablarle al reverendo sobre Janis. Y mi otro yo estaba viviendo en la biblioteca, durmiendo en la sala del personal, cautelosamente explorando secciones prohibidas del hábitat y, más tarde, conspirando con Janis. Sanni. Un doble momento de choc eternamente irritante… encontrando su cabeza en la parte de arriba de las escaleras con una pistola en la mano, tan asustada como hace una semana, tropezando cuando pasaba por delante de ella en el sótano con un cuchillo. Se derrumbó y se puso a llorar cuando se dio cuenta de que ya no estaba sola. No lo habría creído si no lo hubiera visto por mí misma. La dura-como-el-diamante Sanni, ¿reducida a esto? El aislamiento produce cosas extrañas…
—Venga, Reeve. ¡Háblame! Por favor. ¿Estás bien ahí? —hay un tono de desesperación en su voz—. ¡Di algo! —se inclina hacia mí ansiosamente—. ¿Cómo es?
—Vamos a ver —parpadeo un poco más, y después estiro los brazos y me incorporo. Vuelvo a ser Reeve. Maldita sea, ¡pero me siento tan ligera! Después de haber estado atada a las cadenas centrípetas que me amarraban a la carne de Fiore más de una decena de días, esta es una sensación sorprendente. Podría salir flotando en la brisa del día. Me descubro a mí misma sonriendo de placer, después miro hacia arriba y se me hiela la cara—. Yo… ella… casi te almacena en Fiore.
Janis se queda pálida.
—¿Cuándo?
—Cuando nos deshicimos de Mick. Déjame pensar —cierro los ojos. Necesito dominar la repentina oleada de adrenalina—. Bajo riesgo. Yo… ella… no estaba totalmente segura, y no calculó bien el tiempo. No sabía quién eras, pensaba solo que estabas metida en algo malo, así que intentó comprarte para protegerte. Fiore estaba preocupado y le dijo que se quitara de en medio. Ya que de él no ha quedado nada, estás limpia.
—Mierda —Janis da un paso atrás, y veo que todavía tiene el arma, pero está apuntando al suelo. Se está bamboleando un poco, aliviada o sorprendida—. Ha estado cerca.
Respiro profundamente.
—Nunca me habían lavado el cerebro —una pequeña parte de mí todavía sigue creyendo que la doctora Hanta es la médico amable y comprensiva que solo quiere lo mejor para mí, pero gana con un gran margen de votación la parte de mí que está deseando usar sus intestinos como si fueran una comba de saltar—. No es —respiras demasiado rápido, ve más despacio—, divertido.
—Vamos a hacer una prueba Ping —Janis duda por un momento—. ¿Me quieres?
—Te quiero —mi corazón empieza a correr otra vez—. ¡Eh! ¡Lo he oído!
—Sí —Janis asiente con la cabeza—. Aunque… yo no. ¿Sabes qué? Creo que la conexión del engranaje diferencial ha debido de garabatear algo sobre parte de la carga del C.Y. de tu enlace de red.
—No —salgo del ensamblador, cerrando la puerta con cuidado—. Fue antes. Lo oí antes —arrugo la frente—, hablando con Sam, cuando salí del hospital. O sea, ella lo oyó.
—Es curioso —levanta la cabeza hacia un lado, una postura muy de Sanni, que parece no pertenecer en absoluto a la Janis que he conocido durante los últimos pocos meses—. Puede que si ella… —chasquea los dedos—. Han rediseñado el C.Y., ¿no? La parte que tenemos los que estamos aquí dentro la están usando para cargar archivos de puntos y cosas así, pero si Hanta lo ha estado modificando como una secuencia de arranque de aplicación general…
Me entra un escalofrío. Las consecuencias están claras. El Curious Yellow original usaba a los humanos como vectores infecciosos, pero funcionaba de verdad solo cuando entraban en puertas A infectadas. Un C.Y. modificado que puede funcionar y ser útil dentro de un enlace de red huésped, y que no activa el parche de detección, es mucho peor. Con él se pueden hacer cosas como…
—¿Los zombis?
—Sí —parece como si Janis hubiera visto un fantasma—. ¿Seguimos en la prisión? ¿O nos han cambiado de sitio?
—Seguimos en la prisión —la consuelo. Son las primeras buenas noticias que consigo reconstruir—. MASucker Recolección del Saber, a juzgar por lo que vio arriba de las escaleras. O sea, hemos tenido que estar en otro MASucker, pero creía que considerabas todos, ¿no?
—Creo que sí —asiente con la cabeza, un poco más animada—. Así que la zona reservada que encontraste en el Ayuntamiento —mientras era Fiore—, será la única puerta T que hay, ¿no?
—Hay puertas de salto de corta distancia que da a las residencias individuales —vuelvo a estremecerme. Entrar en el Ayuntamiento y volver a salir sin que me identificaran fue un guiño desvergonzado de la suerte. Diez minutos después me habría encontrado con el Fiore real—. Están definitivamente desconectados del centro de comunicación en el Ayuntamiento. Encontré la habitación en la que nos obligaron a entrar el primer día. Por lo que me acuerdo, en el Agradecimiento a la Duración la puerta T de salto de larga distancia estaba conectada al panel de control de vuelo por medio de una puerta directa de salto de corta distancia, pero estaba almacenada en una cápsula completamente blindada, exterior al casco de presión principal, en caso de que alguien quisiera lanzar un arma nuclear. Así que, si damos por hecho que no han reconstruido el Recolección del Saber en vuelo, habrá una forma de llegar al nódulo de gran distancia desde el Ayuntamiento o desde la Catedral, que están al otro lado de la calle.
—Bien —asiente moviendo la cabeza—. Así que, si este es el Recolección del Saber, estamos a doscientos años del próximo aterrizaje. Si consideramos la exponenciación en, digamos, cinco hijos por familia, da tiempo a llegar a cinco generaciones… bien, están intentando criar a unos veinte mil vectores humanos no autenticados. Hanta tendrá tiempo de implantarles enlaces de red a todos. Por lo tanto, cuando lleguemos, podrá inundar la red con una nueva población de portadores…
—Eso no va a pasar —sonrío, enseñando los dientes—. No te quepa la menor duda. Ellos creen que estamos atrapados. Pero la forma correcta de verlo es que no podemos retirarnos.
—¿Crees que podemos enfrentarnos a ellos directamente? —pregunta Sanni, y por un momento, es completamente Janis… aislada, dañada, asustada.
—Mírame —le digo.
El resto del día pasa tranquilamente. Me despido de Janis y me voy a casa como todos los días. O, por lo menos, eso es lo que le debe parecer a cualquiera que me estuviera viendo. He pasado las últimas horas abstraída en un ensueño, rodando por recuerdos irreconciliables, e intentando descubrir dónde estoy. Es muy raro. Por una parte, tengo el horror de Reeve al encontrar muerto a Mick, su miedo aprensivo a que Janis pueda no ser de fiar y su tendencia a arriesgarse a pensar que la doctora Hanta sea amable y abierta. Y, por otra parte, tengo las experiencias de Robin, que entra a escondidas de puntillas en el Ayuntamiento; que encuentra las zonas reservadas y que evita a Fiore por los pelos; que se cruza con Mick en el hospital, con Cass; que se encuentra inesperadamente a Janis en la biblioteca; su primera reacción de miedo culposo, y la convicción, cada vez más fuerte (por mi parte), de que Janis no era solo una espectadora, sino una aliada; el protocolo de reconocimiento, y la sorpresa del reconocimiento recíproco.
Janis ha estado aquí sola casi medio año más que yo. Cuando se dio cuenta de que ya no estaba sola, se derrumbó y empezó a llorar. Estaba segura de que era solo cuestión de tiempo que la doctora Hanta llegara hasta ella. Terror, aislamiento, miedo al toque en la puerta a media noche. Hacen que te desgastes poco a poco. Se quedó embarazada antes de que nadie se diera cuenta de esa parte del plan. Lo que me sorprende es que siga funcionando.
El sistema de puntos y los protocolos experimentales son un verdadero obstáculo. Por lo que sabemos, la mitad de la población del Programa YFH podrían ser miembros de células de una u otra facción, moviéndose en la oscuridad, sin querer revelar su identidad. Pero, a no ser que consigamos darle la vuelta de una patada a la superestructura de artificio que los conspiradores han establecido, no podremos identificar a nuestros aliados potenciales y a nuestros enemigos reales. Divide y vencerás: ya sabes que tiene sentido.
Llego a casa a su debido tiempo, por el camino de la ferretería. Sam no está, así que me voy derecha al garaje para ver qué puedo hacer. No es el momento para reprimendas, pero estoy muy enfadada conmigo misma. ¡He estado a punto de tirar todo esto! Aunque no vaya a servir para otra cosa, construir armas históricas me parece fascinante. Terminaré haciéndolas como un hobby, cuando todo esto termine, si es que me podré permitir estos lujos.
De todas formas, no creo que necesite la ballesta por ahora. Ni la espada que estaba intentando templar. Sanni y yo tenemos un ensamblador estéril de ámbito íntegramente militar. Lo dejamos cocinando la otra noche, construyendo lenta y laboriosamente un arsenal de ladrillos de polinitrohexosa. Fabricar armas con puertas A es un proceso muy lento, y cuanto más alta sea la densidad de energía, más despacio trabaja, así que llegamos al acuerdo de construir armas químicas. La primera hornada de ametralladoras estará lista cuando vayamos a trabajar mañana. Lo que nos lleva al siguiente punto lógico… ¿dónde ha ido a parar en todo este montón de cosas mi jaula de Faraday?
Estoy saltando por encima de una pila de barras de acero desparramado y de destornilladores, sin parar de soltar maldiciones, y me agarro el pie izquierdo cuando un cambio de luz me avisa de que la puerta del garaje está abierta.
—¿Qué coño…?
—¿Reeve?
—¡Joder! —chillo—. ¡Mierda! Se me ha caído el martillo y…
—¿Reeve? ¿Qué pasa?
Me obligo a tranquilizarme.
—Se me ha caído el martillo, que ha aterrizado en ese montón de barrotes y me ha rebotado en el dedo del pie —sigo dando saltos. Ya se me empieza a pasar el dolor—. El martillo es malo y hay que castigarlo.
—¿El martillo? —se para—. ¿Has estado bebiendo?
—Todavía no —me apoyo contra la pared y pongo el pie en el suelo, para probar—. ¡Ahu! He decidido volver a… eh… pasar página otra vez. Una chica necesita un hobby y todo eso —levanto una ceja. Me mira escéptico.
—¿Un mal día en la oficina?
—Todos los días son malos en la oficina, sobre todo, porque existe.
Frunce el ceño.
—¿De qué va ese hobby?
—Metalistería a ultranza, o algo así. ¿Has visto la copia de El manual del espadero? Estuve a punto de tirarlo cuando me sentía rara, pero no llegué a tirarlo.
Casi se ve la luz sobre su cabeza.
—¿Reeve? ¿Eres tú?
—Yo también he tenido un día de mierda en la oficina. He estado leyendo poesía hasta morirme del aburrimiento, ¿sabes? «El otro día en la escalera me encontré, a un tipo grande y gordo que no estaba allí; ni tampoco estaba allí cuando hoy lo vi: sé que solo en mi cabeza lo encontraré». Ogden Nashville, por lo visto. Parece que a los antiguos les gustaba, por alguna razón. Venga, vamos a ver qué pillamos para cenar.
Sam vuelve a la casa detrás de mí, moviendo los labios en silencio mientras no deja de darle vueltas a la cabeza. Yo he estado leyendo poesía en el trabajo, solo espero que mis malas rimas cuelen. (La poesía apelmaza de verdad los sistemas de monitoreo conversacionales. Analizar gramaticalmente las metáforas y los estados emocionales es todo un problema de inteligencia artificial).
Terminamos en la cocina.
—¿Estabas pensando volver a cocinar? —me pregunta Sam con tiento. Si vuelvo a pensar en los últimos días, sospecho que no le habrá entusiasmado demasiado someterse a mis experimentos.
—Mejor vamos a pedir una pizza, ¿eh? Y una botella de vino.
—¿Por qué? —se me queda mirando.
—¿Es que tienes que convertir cada idea de lo que podemos hacer esta noche en una sesión de terapia improvisada?
Se encoge de hombros.
—Era solo una pregunta —empieza a irse.
Le cojo del hombro.
—No seas así.
Se da la vuelta de golpe. Parece sorprendido.
—¿Cómo?
—«El otro día en la escalera me encontré, a un tipo grande y gordo que no estaba allí; ni tampoco estaba allí cuando hoy lo vi: sé que solo en mi cabeza lo encontraré»… He estado muy rara últimamente, Sam, pero hoy estoy mucho mejor —arrugo la frente, esperando que las palabras calen en él.
—Oh, quieres decir…
—¡Shh! —levanto el dedo a modo de advertencia—. Las paredes oyen.
Sam abre los ojos de par en par, y empieza a separase de mí. Lo cojo del hombro, fuerte, me acerco y lo abrazo. Intenta echarse hacia atrás, pero le pongo la cabeza encima del hombro.
—Tenemos que hablar —susurro.
—¿De qué? —susurra él. Pero, por lo menos, deja de hacer fuerza.
—De lo que está pasando —le chupo el lóbulo de la oreja, y se sobresalta como si le hubiera metido un alambre.
—¡No hagas eso! —susurra.
—¿Por qué no? —le pregunto, divertida—. ¿Te da miedo que te pueda gustar?
—Pero nosotros, ellos…
—Voy a pedir comida. Mientras cenamos, estamos tranquilos, ¿vale? Después nos vamos para arriba, que tengo uno o dos trucos que enseñarte. Para evitar mirones —y añado en un susurro—: Sonríe, por favor.
—¿No será evidente? —ha bajado los brazos y me está abrazando relajadamente por la cintura. Tiemblo porque la semana pasada esperaba desesperadamente que lo hiciera… no, no quiero entrar en eso.
—No, no se darán cuenta. Usan monitores de bajo nivel que detectan comportamientos anormales, y solo transmiten a los monitores de alto nivel el comportamiento raro que podamos tener. Así que no hagas cosas raras.
—Oh —lo miro, levantando la cabeza, y él me mira, bajando un poco la suya, durante un instante, y lo beso. Tiene un sabor dulce y un débil aroma a rancio de polvo y papeles. Después de un momento, responde con entusiasmo—. ¿Esto es normal? —pregunta.
—¡Guau! —me río, empujándolo.
—Primero la cena —me mira con una expresión seria y oscura.
Llamo para pedir una pizza y un par de jarras de vino y, mientras Sam va al salón, intento recuperar el aliento. Las cosas están yendo demasiado rápido y, de repente, estoy teniendo que afrontar al mismo tiempo un montón de emociones en conflicto, cuando yo lo único que quería era ganarme a otro compañero insatisfecho para la campaña. El caso es que Sam y yo tenemos demasiada historia a nuestras espaldas como para que nada entre nosotros sea fácil… aunque la verdad es que todavía no hemos hecho muchas cosas juntos. No nos ha dado tiempo, y Sam ha tenido muchos problemas de imagen corporal, y después ella/yo casi lo destroza todo entre nosotros por completo mientras que estaba bajo la influencia de la perversa doctora Hanta… oh, la retrospectiva es una herramienta maravillosa, ¿verdad? Ahora que lo pienso, la insatisfacción de Sam y su pasividad han estado haciéndonos daño, y me da la impresión de que eligiéndolo para la campaña le voy a dar un empujón para que haga algo sobre ello.
Me siento culpable cuando me acuerdo de lo que estaba pensando entonces. Me puedo rendir… sí, y ellos convertirían mi vida en un infierno, ¿no? ¿De verdad quiero darle el control completo de mi vida a gente como Fiore, Yourdon y Hanta? No creo que quisiera algo así explícitamente, pero el resultado es el mismo. Parece un momento de cobardía de mi yo anterior, un momento de cobardía voluntario, y me siento terriblemente sucia por ello. Porque mi carácter normal no está tan lejos de esta inclinación… Hanta no la reconstruyó a ella, a mí, sino que solo toqueteó algunos valores específicos de mi mapa mental. «Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada», en gran medida. Y Sam tuvo que ver esa parte de mí. Puaj.
Me llama la atención el montón de cosas que hay en el armario. Saco la bandeja de la pizza y el vino. De camino al salón me quito los zapatos y los dejo tirados por el vestíbulo.
—¿Sam? —se da la vuelta. Está otra vez anidando en el sofá, con la televisión puesta en el canal de los deportes—. Sube el volumen.
Levanta una ceja, pero hace lo que le he pedido, y me siento a su lado.
—Aquí está. Ajo con tofu con un filete de pollo muy hecho con limón —abro la caja, saco un trozo y se lo pongo delante de la boca—. ¿Te lo comes?
—¿Qué haces?
—Quiero darte de comer —me inclino sobre él y le pongo el trozo de pizza delante de la cara, donde no llegue—. Venga. Lo estás deseando, ¿no?
—Aaah —se inclina hacia mí para dar un bocado… quito la mano, pero ya es demasiado tarde, y consigue morderlo. Me río y me recuesto más cerca, y me doy cuenta de que me está rodeando los hombros con el brazo. Masticando dice:
—Eres. Insoportable.
—Manipuladora —sugiero—. Irritante.
—¿Todo eso?
—Sí, según el momento —le acerco la pizza para que le dé otro mordisco, después decido no dejar que se coma todo el trozo él solo, así que el resto me lo como yo.
—Cada vez que creo que te entiendo, tú cambias las reglas —se queja—. Dame otro…
—No es culpa mía. No soy yo la que pone las reglas.
—¿Y quién las pone?
Señalo al techo con un dedo, moviéndolo.
—¿Te acuerdas de nuestra conversación en la biblioteca? —el martes, después de irse, Janis llamó a Sam y le pidió que fuera a verla. Él se sorprendió al verme como Fiore; casi tanto como cuando le enseñamos el sótano y la puerta A—. ¿Te acuerdas de mi cara? —asiente con la cabeza, dudoso—. Janis y yo lo hemos arreglado todo. Nuestras pequeñas diferencias de opinión. Me siento mucho mejor ahora, y menos inclinada a rendirme ante las cosas.
Sus brazos cobran fuerza. Cálido, confortante, presente.
—Pero ¿por qué?
Respiro profundamente y le doy otro trozo de pizza. Mejor pequeño. A este paso se lo va a comer todo.
—No querrás vivir así.
—Pero yo… —se para.
—¿O sí? —le aguijoneo.
Me mira.
—Viéndote, la semana pasada… —mueve la cabeza—. Me encantaría ser capaz de adaptarme así —vuelve a mover la cabeza, acentuando el tono irónico de su voz—. ¿Qué alternativas hay?
—Se supone que no podemos hablar del sitio de donde venimos —me paro para masticar un momento—. Y no podemos volver —le lanzo una pequeña mirada de advertencia—. Pero podemos hacer nuestra vida más cómoda aquí si reorganizamos nuestras prioridades —¿lo entenderá?
Sam suspira.
—Ojalá pudiéramos hacerlo —mira hacia abajo a sus rodillas.
—¿De verdad?
—Sí —pongo la caja de la pizza y me echo sobre él—. Podemos empezar ahora mismo, cogiéndome en brazos y llevándome arriba al cuarto de baño.
—¿Al cuarto de baño?
—Sí —le doy otro beso y, de repente, me doy cuenta de que, en realidad, esta no es una buena idea, en absoluto—. Donde nos vamos a meter en la ducha juntos, y nos lavaremos el uno al otro, y hablaremos. No podemos irnos a la cama con el olor de la oficina, ¿no?
—Ducha… —sus monosílabos no son su cualidad más atrayente: lo beso para que no diga nada, temblando alarmada por las reacciones de mi propio cuerpo.
—Ahora.
Las cosas no van según el plan.
El plan parecía bastante simple. Conseguir que Sam vuelva a bordo. Para hacerlo, con una buena conversación, corríamos el eterno riesgo de que nos escucharan. Pero si disfrazas tus actividades sospechosas con algo que se esperan de ti, mientras solo estén en línea, escuchando, los robots sin inteligencia, tienes buenas probabilidades de no ser detectado. Los robots sin inteligencia son buenos en la monitorización de las palabras clave, pero nada más, y los conspiradores son tan pocos respecto a los demás que no pueden controlar todo lo que decimos todo el tiempo.
Así que puedes llamarme ingenua, si quieres, pero yo me imaginé que una pareja casada, con uno de los dos que intenta seducir al otro y se lo lleva a la ducha (con un montón de ruido para dificultar el rastreo audio, el agua que cae y que hace que sea difícil leer en los labios, con una excusa que nos haga estar muy, muy cerca el uno del otro cuando hablamos) podría ser el modo perfecto de evitar que nos vigilen más atentamente de lo normal.
Lo que no tuve en cuenta es que cuando estoy demasiado cerca de Sam, siento un hormigueo en la piel, y me siento cálida y necesitada en mis zonas más íntimas. Y lo que de verdad no consideré es que Sam se siente terriblemente en conflicto consigo mismo, pero siente los mismos impulsos que yo. Es humano, también, y los dos tenemos nuestras necesidades, que hemos estado intentando ignorar durante demasiado tiempo ya.
Sam hace lo que le pido, pero, por las escaleras, a mitad de camino, ya tengo clarísimo que voy a perder el control si seguimos con el plan. Estoy a punto de decirle que lo dejemos, pero por algún motivo mi boca no quiere decir palabra. Me deja en la moqueta del cuarto de baño y se queda a mi lado, demasiado cerca.
—¿Y ahora qué? —me pregunta, con una ligera tensión en la voz.
—Nos, eh, desnudamos —sin saber ni cómo, ya le estoy desabrochando el cinturón. Cuando noto que me está desabrochando la camisa, me estremezco, pero no da miedo—. Ducha.
—Esta no es una idea tan buena…
—No digas nada.
—Te quedarás, eh, embarazada.
—No —ya me preocuparé de eso después. Le paso la mano por la espalda, notando la fina piel de hombre en la base de la columna, y me acerco más a él—. Ya no me preocupa.
—Pero —noto que me está bajando la cremallera de la falda. Manos en los muslos—. Seguro.
Lo beso para que no siga hablando. Ya estamos en ropa interior.
—Ducha. Ahora —me castañean los dientes sintiendo una necesidad cada vez mayor que amenaza con destrozar lo poco que me queda de autocontrol.
Estamos dentro de la ducha, con la ropa interior, y marco la presión al máximo y la combinación de temperatura. Su lengua… ajo y miel y un indicio de algo más, de él. Abrazados, estamos bajo el agua, y noto la tensión de su espalda. Tiene una erección, claro. ¿Por qué no estoy desnuda completamente? Un segundo después ya lo estoy. Y un segundo más tarde estoy contra la pared, con las rodillas tensas, jadeando por tenerlo completamente dentro de mí.
—Quieres hablar…
Todo el universo está aquí. Lo envuelvo entre mis brazos y me aferro a sus labios, con todas mis ganas. Yo quiero hablar, pero en este momento tengo otras prioridades.
—La ceremonia de apertura.
—¿Sí?
—En un MASucker. ¡Sí!
—Sí…
—Solo una puerta T de salida. A seis gigasegundos de la próxima constelación.
—¿Derribar el… el?
Crece como un mar salvaje. Estoy perdida en él, abandonada. Al principio, cuando era Reeve, la idea de quedarme embarazada me horrorizaba. Después Llanta toqueteó algo, y el problema dejó de ser gran cosa. Ahora simplemente no me importa: se sobrevive, y si es el precio que tengo que pagar por tener a Sam ahora, lo pagaré. Quiero centrarme, planear, pero hemos perdido el control. Sam me está penetrando moviéndose con fuerza, y él normalmente es más consciente que yo, lo que significa que él también se ha perdido en el océano. Si podemos descubrirnos mutuamente y estar juntos toda la noche, ¿quién sabe?
—Sam, yo, yo quiero que tú…
—¡Oh! —y un momento más tarde…— ¡Oh! —esta vez más tranquilo. Y una sensación de calor que se expande que hace que me deshaga contra él hasta que todo pase, y me convierto en océano unos segundos eternos.
Las cosas no van según el plan, pero van sorprendentemente bien. Después de la primera oleada de deseo salvaje, perdemos el control en la ducha, y después nos enjabonamos el uno al otro por todas partes. Sam no huye de mis manos esta vez, sino que está tranquilo, pensativo. Lo beso, y él a mí. Poco después tengo la sensación de que se me va a caer la piel: casi no se ve nada con el vapor.
—Vamos a secarnos y nos vamos a la cama —sugiero, sintiendo que la preocupación empieza a volver.
—Vale —Sam apaga el mezclador de agua y abre las puertas de la ducha. Hace frío fuera. Me entra un escalofrío y, como por milagro, me envuelve entre sus brazos.
—¿Te sientes bien? —le pregunto indecisa—. Quiero decir, ¿con esto?
Se lo piensa un instante.
—Me siento bien contigo.
—Pero…
Me da un beso en la cabeza desde atrás.
—Eres tú. Que lo hace todo más fácil.
Ya no hay nada que nos pueda separar: sabemos exactamente lo jodidos que estamos. Hemos pasado por unos malentendidos tan desastrosos que ya no puede pasar nada más. ¿Sam no consigue aceptar ser humano, y hombre, y grande? Sí. ¿A mí me preocupa quedarme embarazada, y no hay anticonceptivos en el Programa YFH? Está claro. Lo hemos superado todo. Desde ahora será todo mucho más fácil.
Así que nos secamos con las toallas, le cojo de la mano y nos vamos juntos a la cama, donde volvemos a hacer el amor, con ternura y muy despacio.
A la mañana siguiente, me voy para abajo tarde, desarreglada y feliz, y me encuentro una carta en la moqueta del vestíbulo. Es como una jarra de agua fría. La cojo y me la llevo a la cocina, donde la leo mientras la cafetera borbotea y resopla.
Para: Señora Reeve Brown
De: El Comité de Administración del Programa
Querida Sra. Brown:
Hace cuatro meses que entró en el Programa YFH. En este tiempo, se han producido muchos cambios en nuestra pequeña comunidad, y dentro de poco comenzará la Fase Dos del experimento en el que consintió participar.
Por lo tanto, la invito a nuestra primera Reunión Municipal, que tendrá lugar en el Ayuntamiento el próximo domingo por la mañana en sustitución del habitual Servicio Dominical. En la reunión se explicarán los cambios que conllevará la Fase Dos, y después tendrá lugar un servicio de agradecimiento, dirigido por el Excelentísimo Dr. H. Yourdon en la Catedral.
Saludos…
Esto cambia la perspectiva de las cosas, ¿no? Muevo la cabeza, cojo las dos tazas de café y me las llevo para arriba. De camino, me encuentro otra carta idéntica a la mía, con el nombre de Sam.
—¿Qué crees? —me pregunta, después de leerla.
—Creo que es exactamente lo que parece —me encojo de hombros—. El programa está creciendo, habrá caras nuevas, nuevos paisajes… ¡y esta catedral que van a abrir! No se puede gobernar una ciudad igual que a una parroquia de doscientas personas, ¿no? Es imposible que nos conozcamos todos. Así que van a necesitar un mecanismo de puntos intergrupal distinto para que la gente siga comportándose según su papel. Para justificar el anonimato de las ciudades, y ver a desconocidos que parecen familiares.
Contrae las mejillas.
—No estoy seguro de que me guste como suena todo esto.
—Oh, no puede ser tan malo —le doy confianza, rodando los ojos.
—¿No?
Asiento con la cabeza.
—No —se me ocurre una cosa—. Oye, ¿no puedes salir de la oficina a la hora de comer?
—¿Qué, quieres decir…?
—Sí. Ven a la biblioteca sobre la una, y vamos juntos a comer —le sonrío—. ¿Qué te parece?
—Quieres que yo… —lo descifra—… sí, puedo ir.
—Vale —me acerco a él y le doy un beso en la mejilla—. Hasta luego.
Llego al trabajo un cuarto de hora antes, sujetando mi bolsa con fuerza; lo que no es, en sí mismo, un cambio fuera de lo normal: pero la biblioteca está abierta porque Janis ya ha llegado.
—¿Janis? —asomo la cabeza por la puerta de la oficina.
No está aquí. Suspiro y me voy para el depósito.
Encuentro a Janis en el sótano, metiendo unos cargadores en unas cajas de archivos.
—Échame una mano —me dice nerviosa—. Si Fiore o Yourdon aparecen mientras estamos aquí…
—Comprueba —los cargadores tienen una ligera forma de banana y no encajan bien, pero logro meter cuatro o cinco en cada caja antes de ponerlos en la estantería. Janis tiene seis ametralladoras alineadas delante de ella en una silla, que están todavía metidas en sus cápsulas de gel de síntesis—. ¿Te ha llegado la carta? —le pregunto.
—Sí, y también a Norm —su marido… no sé mucho de él—. Están acelerando las cosas. Una vez que hayan institucionalizado el programa y dejen de contar con el aislamiento para su trabajo, lo tendremos mucho más difícil.
—Estoy de acuerdo —me paro—. ¿El círculo de costura de señoras? —esa era la idea, cuando yo era Robin, y Janis se puso al frente, pero después de la reunión a la que fui siendo Reeve, me imagino que tendrá que disolverlo.
—Las he invitado aquí a comer. ¡Date prisa! —está muy nerviosa esta mañana.
—Sí, ya voy —escondo la última pieza de repuesto en una de las cajas de la estantería, que, para el resto del mundo, parecen inocentes archivos de copias del Curious Yellow—. Le he pedido a Sam que pase por aquí. Creo que está con nosotras.
—Ah, bien. Esperaba que vosotros dos pudierais solucionar vuestros problemas —una breve sonrisa—. Ahora vámonos para arriba. Tenemos una biblioteca que abrir antes de derrocar al gobierno.