17
Misión

Está lloviendo cuando me levando al día siguiente, después del asesinato. Y sigue lloviendo (con una lluvia delicada, suave, pero persistente) el resto de la semana, reflejando mi estado de ánimo a la perfección.

Tengo toda la casa para mí y la orden del doctor de tomarme las cosas con calma (no tengo que ir a trabajar a la biblioteca), así que debería estar contenta. Tomé la decisión de ser feliz aquí, ¿no? Pero parece que he complicado las cosas con Sam, y que hay corrientes ocultas, oscuras y aterradoras, a mi alrededor… gente que ha tomado la decisión opuesta y que me atacaría enseguida si no ando con pies de plomo. Ahora que tengo tiempo para pensar, me alegro mucho de que Fiore no me estuviera haciendo caso cuando intenté hablarle de Janis. La vida se está haciendo más barata cada semana que pasa, y aquí no hay resurrecciones libres… no hay ensambladores en casa que te devuelvan a la vida diaria.

¿De verdad me preocupa tanto?

Sí.

Consigo tirar adelante hasta el jueves por la mañana, cuando me hundo. Me levanto con la luz del alba (no estoy durmiendo bien últimamente), y oigo que Sam está dando vueltas por el cuarto de baño. Miro por la ventana las gotas de lluvia que siguen cayendo suavemente como una cortina translúcida delante de las plantas, y me doy cuenta de que no puedo más. No quiero pasar otro día sola en la casa. Ya sé que la doctora Hanta me dijo que me tomara toda la semana para recuperarme, pero me encuentro bien y, si voy a trabajar, por lo menos tendré algo que hacer, ¿no? Alguien con quien hablar. Una amiga, o algo así, aunque estos días esté un poco rara. Y aunque me sienta incómoda por lo que diré cuando la vea.

Me visto para ir al trabajo, bajo las escaleras y llamo a un taxi, como siempre. Casi me gustaría ir andando, pero está lloviendo, y se me ha olvidado comprar un impermeable. Lluvia a bordo de una nave interestelar, ¿quién se lo habría imaginado? Me quedo en la parte de delante de la casa, en el porche, esperando al taxi] después salgo corriendo y salto al asiento de atrás.

—A la biblioteca —digo casi sin aliento.

—Claro señora —el conductor arranca, acelerando un poco más de lo que estoy acostumbrada—. ¿Cree que este tiempo cambiará?

—¿Eh? —vacilo un momento—. ¿Cómo dice?

—Oí decir a Jimmy, del Departamento de Obras Públicas, que lo están haciendo así porque han descubierto un problema con el sistema de desagüe… y que necesitan vaciarlo. Por cierto, yo soy Ike. Encantado.

Consigo recuperarme airosamente:

—Yo soy Reeve. ¿Hace mucho que conduce taxis?

Se ríe nervioso.

—Desde que llegué. ¿Usted es la bibliotecaria? Eso es nuevo para mí. La puedo llevar al centro, pero tendrá que indicarme cuál es el edificio.

—El consorcio —consigo decir.

—Sí, ese es el trato —da golpecitos con un ritmo sincopado sobre el volante, siguiendo el ritmo de los limpiaparabrisas, y después coge una curva cerradísima—. ¿Qué hace una bibliotecaria todo el día?

—¿Qué hace un taxista? —argumento en contra, agitada todavía. ¡Estos son controles manuales! Han puesto a uno de nosotros al cargo de una máquina como esta… Tienen que estar tomándose en serio eso de convertir el programa en una sociedad real. Lo que significa que probablemente creen que tenemos bien cargados nuestros niveles de puntuación en nuestros implantes—. La gente entra y pide libros, y nosotros los ayudamos a encontrarlos —me encojo de hombros—. Hay mucho más, pero en resumidas cuentas, esto es.

—Ajá. Yo, yo conduzco todo el día, me llaman por la radio, voy a por la carrera y los llevo a donde quieren ir.

—Parece aburrido, ¿no?

Se ríe.

—Buscar libros también me parece aburrido, ¡así que estamos empatados! El centro, nos acercamos al Ayuntamiento. ¿Adónde quiere ir desde aquí?

No está lloviendo en el centro.

—Me quedo aquí, y seguiré dando un paseo el resto del camino —le digo, pero no está de acuerdo.

—No… tengo que aprenderme dónde está todo, ¿no? Así que, ¿dónde está?

Me rindo.

—La próxima a la izquierda. Otros dos bloques, después coja la primera a la derecha y aparque. Estará justo delante.

Llego a mi trabajo bastante nerviosa, pero no sé por qué. Ya oí hablar a Yourdon de los sargentos policía y los jueces. ¿Terminaremos sin ningún zombi, haciéndolo todo nosotros mismos? Ese sería el modo correcto de dirigir una sociedad de los años oscuros —eso lo entiendo—, pero significa que las cosas van a un paso que se ajusta a una escala de tiempo mucho más larga de lo que me calculaba.

Llego un poco tarde (la biblioteca ya está abierta), pero no hay clientes, así que me voy directa para el mostrador y sonrío a Janis, que tiene la nariz enterrada en un libro.

—¡Hola!

Se levanta de un tirón, y me mira sorprendida.

—Reeve. No te esperaba hoy.

—Bueno, estaba cansada de estar en casa. La doctora Hanta dijo que podría venir a trabajar hoy si quería y, bueno, agobia ver la lluvia, ¿no?

Janis asiente con un gesto, pero no parece contenta. Cierra su libro y lo pone sobre la mesa con cuidado.

—Sí, supongo —se levanta—. ¿Quieres un café?

—¡Sí gracias! —la sigo a la sala del personal. Me alegro mucho de estar aquí otra vez… pertenezco a este sitio. Janis no parece muy animada, pero puedo ayudarla a solucionarlo. Y además, ¡tenemos una biblioteca que dirigir! ¿Y qué puede haber mejor que eso? Ike se puede quedar con su taxi maloliente y peligroso.

—Muy bien —Janis enciende la cafetera y me mira de arriba abajo críticamente.

—Puede que tenga que salir un par de horas. ¿Estarás bien aquí llevándolo todo tú sola?

—¡No hay ningún problema! —me pongo bien la falda. ¿Puede que tuviera un hilo suelto?

Se sobresalta, y se masajea la frente.

—Por favor, sin tanto entusiasmo tan temprano por la mañana. ¿Pero qué te ha pasado?

—¡Me he aburrido! —intento no chillar—. Ha sido muy aburrido estar en casa, y ha estado lloviendo toda la semana —saco la otra silla y me siento—. No puedes ir de compras todos los días de la semana, y solo te queda muchísimo que limpiar y ordenar en casa, la tele es aburrida, y debería haber pasado por aquí solo para coger algunos libros, pero he pensado… —poco a poco pierdo la fuerza. ¿Qué es lo que he estado pensando?

—Creo que te entiendo —una sonrisa anémica tira de los lados de sus ojos—. ¿Cómo está Sam?

Me pongo nerviosa.

—¿Por qué me lo preguntas?

La sonrisa desaparece.

—Estuvo ayer aquí. Quería hablar de ti, quería saber mi opinión… No cree que pueda hablar contigo, así que tiene que desahogarse con alguien. Reeve, eso no es bueno. ¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?

—Sí, puedes cambiar de tema —lo digo con poca seriedad, pero ella se queda helada en el sitio—. Sam se ha ofendido por una cosa que le dije, y tenemos que resolverlo entre nosotros —el estómago me da vueltas por la rabia y la culpa, pero lo controlo. Después de todo, Janis no tiene la culpa, pero Sam debería saberlo, el muy idiota—. Lo solucionaremos —añado, intentando tranquilizarla.

—Ya… veo —Janis tiene toda la cara de estar chupando una rodaja de limón. Justo ahora se pone a pitar la cafetera, así que se levanta y echa el agua caliente en las tazas, y les pone una cucharadita de polvo cremoso y les da vueltas—. Espero que no te lo tomes a mal, Reeve, pero parece que has cambiado mucho desde que saliste del hospital. No pareces tú.

—¿Mmm? ¿Qué quieres decir? —soplo mi café para que se enfríe.

—Son… pequeñas cosas —levanta una ceja al mirarme—. Estás más entusiasmada. Eres más superficial. Y pareces haber perdido tu sentido del humor.

—¿Qué tiene que ver el humor? —me quedo mirando mi taza, intentando no enfadarme—. Sé quién soy y sé quién era.

—Olvídalo —Janis suspira—. Lo siento, no sé lo que me pasa. Estoy siendo muy malintencionada estos días —se queda callada un momento—. Espero que no te importe que me vaya unas horas.

Me esfuerzo por sonreír. Los asuntos de Janis no me incumben, estrictamente hablando, pero…

—¿Para qué están las amigas?

Me mira extrañada.

—Gracias —da un sorbo a su café y hace un gesto—. Esto está malísimo. Lo único peor que se me ocurre es no tenerlo en absoluto —estira un poco la frente—. Se me está haciendo tarde. ¿Nos vemos después, a la hora de comer?

—Claro —le digo, y se levanta, coge su chaqueta de detrás de la puerta, y se va.

Me termino el café, y me voy para el mostrador de recepción. Hay algunas catalogaciones por hacer, pero los zombis de la limpieza han estado por aquí… y no me han dejado ni una mota de polvo para limpiar. Una pareja de empleados aburridos vienen para devolver unos libros o les echan una ojeada a las estanterías buscando algo con que entretenerse a mediodía, pero por lo demás, no hay nada que hacer. Así que al final termino sentada en el mostrador, intentando descubrir si hay algún modo mejor de organizar la estantería de las devoluciones, cuando se abre la puerta principal, y entra Fiore.

—No esperaba encontrarte por aquí —dice, contrayendo suspicazmente sus ojos rechonchos.

—¿De verdad? —salto del taburete y le sonrío, aunque todos mis instintos me están gritando que tengo que ser prudente.

—No —olfatea—. ¿Está la otra bibliotecaria, Janis?

—Ha salido esta mañana, pero volverá más tarde —tengo la horrible sensación de haber vivido ya esta situación, como una escena retrospectiva de un mal sueño.

—Mmm. Bueno, si te puedo pedir que no te entrometas, tengo trabajo que hacer en el depósito —levanta la voz—. No quiero que me molesten.

—Ah, vale —doy un paso hacia atrás involuntariamente. Hay algo en Fiore, algo que no me gusta, una tensión fiera en sus ojos, y de repente soy consciente de que estamos solos, y de que él es el doble de grande que yo—. ¿Tardará mucho?

Le brillan los ojos al mirar más allá de mi hombro.

—No, no tardaré mucho, Reeve.

Se da la vuelta y avanza pesadamente hacia la sección de referencia y el depósito seguro de documentos, sin molestarse en mirarme. Por un momento no creo en mis propios instintos. Después de todo, es un gesto de desprecio propio de Fiore, un hombre tan centrado en sí mismo que si pasas demasiado tiempo con él, terminas pensando que eres parte de su imaginación. Pero después lo escucho bufar. Un chirrido de la llave en la cerradura, y unos pasos por el entablado.

—Puedes venir conmigo. Podemos hablar dentro.

Me apresuro a seguirlo.

—¿En calidad de qué estoy hablando con usted? —le pregunto, exprimiéndome los sesos desesperadamente para buscar una excusa y no ir con él—. ¿Es por Janis?

Se vuelve y me mira con una mirada globulosa.

—Puede ser, hija mía —y ese es puramente Fiore. Así que lo sigo por la puerta y bajo las escaleras hacia el sótano, con una tensión desesperada royéndome las entrañas, sin estar aún segura de si debo preocuparme o no.

Fiore se para cuando llegamos a la extraña habitación que hay al fondo de las escaleras.

—¿Qué piensas exactamente de la doctora Hanta? —me pregunta. Parece cansado, y lleno de preocupaciones.

Me pilla por sorpresa. ¿Qué es esto, algún tipo de politiqueo interno?

—Ella es… —me paro, mordiéndome la lengua, extremadamente consciente de con quién estoy hablando— agradablemente directa. Tiene buenas intenciones, y se preocupa. Confío en ella —añado impulsivamente, resistiéndome a decir, todo lo contrario de usted. Consigo situarme de forma que tengo la espalda contra una de las estanterías que dan a la pared. Si tengo que agarrar algo…

—Eso es de esperar —dice Fiore tranquilamente—. ¿Qué te ha hecho?

—¿No se lo ha dicho?

—No, quiero que me lo digas tú con tus propias palabras —su voz es baja y apremiante, y algo en mi corazón se rompe. No puedo seguir pretendiendo que esto no está pasando, ¿no? Así que gano tiempo.

—Estaba teniendo fugas frecuentes de memoria, y cogí una pequeña y desagradable infección de sustancias pegajosas grises en la zona de depósito de fracción de masa de la nave. Eso terminó con mi sistema de inmunidad, y empezó a arrancarme trozos de memoria. La doctora Hanta tuvo que ponerme antirrobóticos y darme un fijador de memoria completo para detener el proceso —muevo las manos detrás de la espalda y me desplazo lentamente hacia atrás, alejándome de él al tiempo que me acerco a la pared—. Diría que es un médico sorprendentemente ético, dado el modo en que todos los demás del programa siguen actuando en secreto. ¿O no está usted de acuerdo?

—Mmm —Fiore (el falso Fiore), se inclina sobre el panel de instrumentos del ensamblador y pulsa algún tipo de código—. Sí, de hecho, sí.

Cuando no me ve, doy otro paso hacia atrás, hasta que me doy con la estantería. Bien. Mentalmente ya estoy planeando cuál va a ser el siguiente paso.

Fiore sigue, implacable.

—Uno de nuestros predecesores aquí… (sí, siguen con nosotros en el fondo), lo descubrió. La doctora Hanta no es su nombre real. Ella, o mejor esa Cosa, fue un miembro de la Liga Asclepiana —me quedo boquiabierta—. Sí. ¿Te acuerdas de ellos, verdad? Ella fue un Vivisector, Reeve. Uno de los ciados internos, dedicado al seguimiento de su propia visión de cómo debería de reestructurarse la humanidad.

—Gracias por recordarme de lo que vine escapando —digo temblorosa—. Voy a tener pesadillas sobre esto toda la semana.

Se da la vuelta y me mira fijamente.

—Pero eres tonta, o… —se para—. Lo siento. Pero si esto es todo lo que significa para ti, estás realmente lejos… —le da un puñetazo al panel, enfadado—. ¡Mierda! Creía que estarías por lo menos vagamente preocupada por el resto de los que están con nosotros aquí.

Respiro profundamente, intentando controlar las ganas de vomitar. Los asclepianos eran otro de los cultos de la dictadura, un colectivo morfológico. Mucho peor que las naciones solipsistas. Reestructuraban las sociedades desfigurando los cuerpos uno a uno. Si la doctora Hanta es una asclepiana, y está trabajando con Yourdon y Fiore, el futuro que están creando será de terror puro. No puede ser. Ella no puede serlo.

—¿Y supongo que crees que el comandante doctor Fiore es solo un psiquiatra gordo y egocéntrico? —me sonríe sin ningún sentido del humor—. Basta ya, Reeve. Sé lo que pretendes. Hanta te ha jodido bien la cabeza, ¿eh? Además, seguro que le diste tu consentimiento antes. Estos asclepianos están obsesionados con las formalidades. Fiore y Yourdon también son criminales de guerra. Mierda, la mayoría de la gente que está aquí ha hecho cosas tan horribles que lo que quiere es olvidarlo todo. ¿Te acuerdas de por qué esta sociedad es experimental?

—¿Acordarme? —esta es nueva.

—Oh. Un fijador de la memoria. Tiene sentido —pulsa por última vez el panel. Pita y se enciende el verde—. ¿Qué sería de los dictadores sin nuestra obediente amnesia? Haz que el colectivo pierda la memoria, y podrás ocultar de todo. ¿Quién sigue acordándose de los armenios? —da un paso atrás—. Escucha, tenemos que sacarte lo que quiera que sea que te ha implantado.

El estómago me da vueltas, esta vez de verdad. Estoy mareada. Es un monstruo, y quiere volver a llevarme a la confusión en la que estaba hundida antes de que Hanta me ayudara. Y ahora que ya he subido la escalera, sé que no hay salida. Estamos aquí encerrados. Resistir es inútil. Debería escapar, llamar al obispo y a la policía para que lo cojan. Pero eso sería como traicionarme a mí misma, también, ¿no?

—¿Has matado tú a Mick? —murmuro—. ¿Cómo entraste en ese cuerpo?

—¿Te sentirías mejor si te dijera que sí? —su voz es sorprendentemente amable—. ¿O peor?

—Yo… —respiro otra vez—. Quiero saberlo.

El falso Fiore, Robin, parpadea lentamente, cerrando los ojos rechonchos: me pongo nerviosa, pero los vuelve a abrir antes de que consiga moverme.

—Fue después de que mataras a Fiore —dice—. Entré en el ensamblador y me hice una copia, me fusioné con el cuerpo y el empalme neural, así que salí con la piel de Fiore en vez de como… —asiente con la cabeza—. Lo programé a una contención de dos horas, para darte tiempo a limpiarlo todo, pero tú debiste de desmayarte mientras tanto. Así que me desperté dentro de la puerta y me encontré que habían limpiado el sótano solo parcialmente y que tú no estabas, de forma que tuve que terminar el trabajo. Fiore se ha copiado en la puerta, y tengo sus biométricos, por lo que conseguí una copia de su implante, y cuando uno de él apareció para verificarte, le dije simplemente que te habías ido. Me creyó. No es muy bueno manejando la multiplicidad.

—El domingo por la mañana fui a ver a Cass al hospital —dice tranquilamente—. Resultó que yo no era la primera visita de esa mañana. No había oído hablar por la red de nada de lo que había pasado, pero estaba muy mal: creo que Hanta lo cubrió todo después para que no se supiera, pero si te lo estás preguntando… cogí a Mick. Estuvo viviendo en el sótano de una casa vacía, robando cosas de las cocinas de la gente mientras estaban en el trabajo… somos un grupo confiado, ¿te has dado cuenta? Dejamos las puertas traseras de nuestras casas abiertas. La había amordazado, y tú viste el cadalso en que Hanta le había levantado las piernas. No podía hacer nada. Es decir, estaba intentando escapar, pero no podía hacer mucho. El la estaba volviendo a violar, Reeve, y ya sabes lo que pienso de las terceras oportunidades.

Asiento con la cabeza, tragando para respirar. Lo peor de todo esto es que puedo verlo con los propios ojos de mi mente: yo-en-Fiore, que cojo por sorpresa a Mick mientras la estaba violando, Cass intentando escapar desesperadamente (seguramente Mick le amarró los brazos)… y yo-en-Fiore vaciándole la base del cerebro. Sin ninguna delicadeza; sin preocuparme por las hemorragias debajo del aracnoide. Me tiene absolutamente sin cuidado que Mick vuelva a despertarse. De hecho, pienso que no es buena idea que vuelva a levantarse, por lo menos para Cass, y puede que pensara que podía usar a Mick para mandar un mensaje a los sociópatas límite que están pensando seguir su ejemplo…

Soy exactamente yo. Yo como fui, no el yo que era antes (un historiador tranquilo y pacífico, un hombre devoto de su familia) o el yo que soy ahora (un poco estrafalario, que se está desvaneciendo ante la alegría de descubrir qué se siente al rendirse después de lo que parece toda una vida de lucha), sino el yo que fui en la mitad, la inexorable máquina de matar. Pero entonces cruzo su mirada, y veo una extraña tristeza en sus ojos, un loco sentido de culpa que refleja lo que siento al saber que, inevitablemente, voy a tener que llevarlo ante el obispo, porque no nos podemos permitir tener al doble del asesino de uno de los ciudadanos más respetados dando vueltas por ahí suelto…

Agarro lo primero que encuentro: un archivo pesado de papeles impresos, parte de la copia del Curious Yellow de los armarios de arriba. Doy dos pasos enérgicos hacia adelante mientras lo levanto y le golpeo con él en la cabeza lo más fuerte que puedo. Se dobla y tropieza, pero yo no me quedo ahí para terminar el trabajo. Me doy la vuelta y salgo corriendo escaleras arriba. Si consigo llegar arriba y cerrar la puerta, se quedará ahí atrapado el tiempo suficiente para llamar…

—¿Vas a alguna parte? —dice Janis con voz cansada, apuntándome con una pistola electrónica desde el escalón más alto. Veo que el dedo del gatillo se le pone blanco detrás del dispositivo de seguridad.

Empiezo a levantar las manos.

—No…

Lo hace.

Gimo y consigo tocarme la cabeza, que me duele a reventar donde Reeve me ha golpeado. Alguien me coge la muñeca e intenta tirar de mí. Abro los ojos. Es Janis. Me mira preocupada.

—¿Qué ha pasado? —le pregunto.

—La he pillado subiendo las escaleras, con muchísima prisa por llegar a alguna parte —Janis me mira—. ¿Y a ti?

Me toco por fin la cabeza y hago una mueca por el dolor.

—Me ha golpeado con algo, una caja de archivos, creo. Y me he caído al suelo —estúpido. Estúpido. Me siento un poco mareado. Al mirar a mi alrededor siento una puñalada de dolor en el cuello— me he dado con la cabeza en la peana de la puerta A.

—Entonces ha sido una suerte que llegara a tiempo.

—La suerte no tiene nada que ver en todo esto.

—Eso era en otra vida —dice pensativa—. ¿Estarás bien solo? Tengo que cerrar.

—Cierra ya —hago una mueca y me incorporo, respirando pesadamente. Este cuerpo tiene mucho impulso, y mucho aislante, pero no está hecho para rebotar—. Si alguien nos encuentra…

—Yo me encargaré de ellos.

Janis desaparece escaleras arriba. Me siento e intento no vomitar. Reeve casi lo arruina todo, y yo estoy horrorizado de lo cerca que he estado de hacer saltar todo por los aires. Si no hubiera descubierto quién es Janis, estaría aquí abajo solo y Reeve me habría matado sin pestañear. Órdenes del doctor.

Voy a tener que hacer algo con Reeve, y no me gusta. Seguramente Hanta (coronel cirujano Vyshinski, para darle su nombre real), se ha apoderado de ella, pero perder una semana no es algo que me tomo a la ligera, y además, ella sabe cosas que pueden sernos útiles. Dilemas, dilemas. Si hubiera algún modo fácil de revertir el lavado de cerebro que le ha hecho la doctora Hanta… mierda. Hanta es una artista, ¿eh? Tiene que ser algún tipo de hack abreactivo, sutil como el demonio, que deja la personalidad intacta pero que manipula el resultado con un par de características, justo las necesarias para que Reeve se convierta en una pequeña buscona de puntos.

Me siento con las piernas separadas, jadeando pesadamente sobre mi enorme cubo de intestinos tambaleante e intento aceptar el hecho de que voy a tener que matar a mi parte mejor. Es desquiciante, no importa cuántas veces lo hayas hecho ya antes.

Se escucha un traqueteo arriba. Me levanto, jadeante, y ando como un pato para ver qué es lo que está pasando. Odio este cuerpo, pero me ha servido para entrar en sitios donde no podría entrar de otra forma… han abandonado un poco su sistema de seguridad interna, olvidándose de la rima del autenticador: ¿algo compartido, algo hace, algo secreto, algo tú? Supongo que conformarse con algo tú ya es suficiente si controlas los ensambladores de todo el sistema, pero aun así… Espero al final de la escalera.

—¿Quién es? —digo quedamente.

—Yo —dice Janis—. Necesito que me eches una mano con ella.

—¡Tonterías! —arrastro mi cuerpo arriba. Janis está esperando arriba con Reeve, a la que le ha atado las manos y los tobillos con un rollo de cinta de la biblioteca. Reeve está dando pequeños tirones, mostrando señales de volver en sí misma—. ¿Qué estás pensando hacer con ella? —le pregunto.

—¿Puedes bajar las escaleras? —me pregunta Janis, sin aliento.

—Sí —me inclino hacia adelante y cojo a Reeve por los tobillos: aunque este cuerpo sea grotescamente gordo, tiene fuerza. La levanto y la arrastro, y Janis le mantiene los brazos lo suficientemente en alto como para que no dé con la cabeza contra los escalones. Cuando llegamos abajo, la empujo hacia la puerta A. Para entonces los ojos le dan vueltas, y está recobrando el color en la cara. Odiándome a mí mismo, me echo sobre ella—. ¿Qué harías tú? —le pregunto.

—¡Mmf! ¡Mmmf!

Desafiante hasta el final… esa soy yo. Miro a Janis.

—¿Por qué no la has matado?

—¡Tú ponía en la puerta! —parece agobiada.

Pongo las manos debajo de las axilas de Reeve y la levanto. Se queda flácida, intentando ser un peso muerto.

—A mí esto me gusta tan poco como a ti —le digo—. Pero este pueblo es demasiado pequeño para los dos.

Cuando la dejo caer dentro de la puerta A, se pone a dar patadas con las dos piernas, pero ya me lo estaba esperando, así que le doy un puñetazo en el riñón izquierdo que hace que se doble. Balanceo la puerta para cerrarla.

—¿Y bien? —miro a Janis—. ¿Ahora qué? —me siento una mierda. Matarme a mí misma siempre hace que me sienta fatal. Por eso estoy retrasando a Janis, creo. Haciendo que la decisión difícil recaiga sobre los hombros de otro.

Janis está inclinada sobre la estación de control.

—Estoy calculando esto —murmura—. Mira, voy a hacerle una plantilla, ¿de acuerdo?

—Joder —muevo la cabeza, como una parodia de resignación. Se oye un ruido sordo desde dentro de la puerta A, y contraigo la cara. Lo siento por Reeve: me imagino en su lugar, y es horrible—. ¿Por qué?

—Porque —Janis me mira— Fiore va a sospechar si sigues arrastrándote por ahí. ¿No crees que es tiempo de volver?

—¿Volver?

—De volver a ser Reeve —dice con paciencia.

—Oh —resueno—. Oh, ya entiendo —el golpe en la cabeza me ha dejado torpe y lento. Janis tiene razón, no tenemos por qué matarla. Y, de repente, me siento mucho mejor, ya no me importa tanto haberle dado un puñetazo a Reeve y meterla en el desensamblador de nanoestructuras a macroescala, por la misma razón que darte una torta en la cara a ti mismo no es igual a que te la dé otro.

—Voy a hacerle una plantilla, y después la seguirás, y voy a extraer tu delta del actual vector de estado neural y ponerlo sobre el de Reeve. Te despertarás en su cuerpo, con las dos memorias, pero la tuya será dominante. ¿Crees que funcionará?

Se escucha otro ruido amortiguado desde dentro de la puerta A, y después un ruido sordo de arcadas: Janis ha activado el programa de plantilla, paralizando a Reeve por medio de su enlace de red, y el espacio se está llenando de humo digitalizador ablativo.

—Eso espero —le digo.

—Me preocupa que Fiore descubra lo que está pasando. La historia de Mick nos puede descubrir, si ata cabos.

Suspiro pesadamente.

—Vale, volveré a ser Reeve. Supongo que tiene sentido.

—¿Estás de acuerdo? —mira demacrada a la luz tenue de las bombillas del techo—. Bueno, entonces será que no es totalmente estúpido.

—¿Entonces qué…?

—Entonces nos sentamos y pensamos cómo tapar todo este lío. Una vez que sepa todo lo que ella sabe.

—Muy bien —sus labios se doblan de modo extraño con una débil sonrisa—. Tú mandas, una actitud sensata es siempre como una bocanada de aire fresco.

—Tanque una vez, tanque para siempre —le recuerdo.

—Correcto —retumba, y por un instante veo en ella una sombra de su identidad anterior. Que me produce una punzada en el pecho.

—Cuanto antes vuelva a ser yo, mejor.

Nos sentamos en silencio unos minutos interminables mientras que la puerta sigue resoplando. Al final, el panel de instrumentos da la señal, y se oye un clic cuando se abre la puerta. Me acerco y abro la puerta: como siempre, la habitación está vacía y seca. Miro hacia atrás y veo que me está mirando.

—¿Preparado? —me pregunta.

—Nos vemos en el otro lado, Sanni —le digo mientras cierro la puerta.

Eso es todo.

La Celda Azul de Seguridad solía formar parte de la división de contraespionaje de los Linebarger Cats. Se suponía que me habían eliminado al final de las guerras de censura, borrando todas las huellas de memoria. Pero yo sé que no es así, porque soy un miembro. No huimos, nos fuimos bajo tierra… porque nuestra misión no había terminado.

Es un negocio arriesgado. Nuestro trabajo es hacer cosas desagradables a gente cruel. Cubrir nuestro rastro cuesta dinero… mucho dinero, y no es fácil cambiarlo más allá de las fronteras de la política hoy en día. Algunas milicias locales y gobiernos han reinventado las tasas de cambio, el equilibrio de riesgos, y muchísimas otras prácticas arcaicas. Algunas sociedades son relativamente abiertas, mientras que otras han caído en manos de señores de la guerra. Algunas almacenan enormes rastreos de autenticación y unicidad, mientras que hay otras a las que no les importa quién crees que eres siempre que pagues tu impuesto sobre el oxígeno. (Las primeras hacen buenas casas, la segunda grandes refugios). Una consecuencia de la fragmentación de la postguerra es que terminamos por movernos mucho, cambiando nuestras apariencias y, a veces, la memoria, dividiendo recambios y asociando deltas. Al principio dependemos del capital liberado por la liquidación de los Cats; después, lo complementamos con una variedad de frentes de negocios. (Si has oído hablar alguna vez del Escuadrón Asesino Víbora Letal o de las Industrias Pesadas Cordován, esos somos nosotros). Operacionalmente, trabajamos en celdas conectadas sueltas. Yo soy uno de los peces gordos, mis antecedentes en operaciones de combate engranan limpiamente con mis vivencias mentales.

Aproximadamente un megasegundo después de la conclusión oficial de las hostilidades, recibo una citación de la Política del Amanecer Jade. Es una política estrictamente limitada a la tecnología, y yo estoy en arrastre orto, mi tapadera es ser un instructor móvil de lucha con espada. Tengo el acceso suficiente al mercado gris del cerebro militar como para practicar lo que enseño, así como para cortar el pelo flotante, y mi tapadera de segundo nivel es un fugitivo desmilitarizado que huye de un sumario de justicia en algún sitio no limitado tecnológicamente… lo que me hace parecer culpable de la Introducción Odessa si veo una oportunidad y necesito activar la estafa de El Prisionero Español. He estado haciendo este tipo de trabajo últimamente, pero no estoy seguro de lo que tratará exactamente este.

La cita establecida es en unos balnearios públicos de la calle de Hojas de Naranja. Es una calle estrecha, empedrada, que está en las faldas de una montaña, que va desde cerca de la calle principal al distrito de plata, abajo, hacia el puerto. Es una buena tarde de primavera, y el aire huele a madreselva. Una banda de niños está jugando ruidosamente al boomerang fuera de los edificios de pisos reclinados ebriamente, y el habitual tráfico ligero está pasando por la carretera arriba y abajo, gritando insultos a los bicitaxis, mientras ambos grupos se enfadan con el pastor que está intentando llevar una pequeña manada de cabras-araña monte arriba.

Llevo aquí el tiempo suficiente como para saber lo que estoy haciendo, más o menos. Localizo a un chico que se está quedando al margen y hago un chasquido con los dedos. Viene hacia mí, más que andando, serpenteando, para que sus amigos no lo vean. Mugriento, medio desnutrido, con la ropa descolorida y remendada: perfecto. Una moneda aparece entre mis dedos.

—¿Quieres otra? —le pregunto.

Asiente con la cabeza.

—Yo no laz hago —cecea. Lo miro más de cerca y me doy cuenta de que tiene el paladar partido.

—No te lo estoy pidiendo a ti —hago que aparezca otra moneda, esta vez fuera de su alcance—. La casa del té. Quiero que mires por el callejón de atrás, y que veas si hay unos hombres esperando allí. Si están, ven y dímelo. Si no, entra y encuentra a la señorita Sanni. Dile que el Tanque le da recuerdos, y después vienes y me lo dices.

—Dos monedas —levanta un par de dedos.

—Muy bien, dos monedas —lo miro fijamente, y vuelve a hacer el truco de desaparecer. Está claro que el chico tiene talento, lo hace como un pro Sharp desconfiado entrometido: ¿Puede que sea un pro? Hace tiempo organizamos una caza de objetivos fáciles… los que quedan suelen ser mucho más difíciles de pillar.

No tengo que esperar mucho tiempo. Pasa un céntimo más o menos, y el chico vuelve.

—La zeñorita Zanni dice que el bote de miel eztá dezbordándoze. Te llevo donde eztá.

El bote de miel está desbordándose: no suena bien. Le doy las dos monedas.

—Vale, ¿por dónde?

Se desvanece rápidamente delante de mí, pero no tan rápido como para perderlo. Estamos en la parte de atrás de un dudoso callejón, después, en cuestión de segundos, entramos en el laberinto de los patios traseros. Entonces examina la valla de madera desvencijada, pasamos por otro callejón… este está lleno de estiércol, con una peste increíble… y llegamos a una puerta trasera anónima.

Eztá aquí.

Se me va la mano a la empuñadura de la espada.

—¿De verdad? —miro fijamente al chico, después a los dos gamberros recostados a los lados del escalón trasero. Los chicos se ríen abiertamente ante mí.

—Has hecho que el maestro comprobara el callejón de atrás, Robin.

—I Sanni?

Esboza un saludo, de granuja. Levanto una ceja. Los gamberros parece como si estuvieran durmiendo, si no hacemos caso de la sangre que les sale por la nariz. Muy buen trabajo, para un tipo que elimina las ambigüedades que no es un especialista de operaciones de cerebro.

—No tenemos mucho tiempo. Autentifícame.

Hacemos lo de siempre, algo compartido, algo hace, algo secreto, algo tú… y todo lo que la República de Es está acostumbrada a hacer por nosotros.

—Vale, jefe, ¿por qué me ha llamado? —Sanni ya no es mi jefe, pero la costumbre es la costumbre.

—El bote de miel está desbordándose —deja el ceceo y mantiene la frente alta, la presencia natural de Sanni brilla a través del embotellamiento de su megacuerpo trescientos—. Nosotros, o sea, el Vera Six, supimos hace unos veinte megasegundos que un montón de espectros familiares estaban dando caza a la República Invisible. Todo se desarrolló muy rápido. Parece que varias de las lavanderías de memoria se han infiltrado y la prisión ha sido tomada.

Me apoyo contra la pared.

—¿La prisión?

Sanni asiente con un gesto.

—Alguien va a tener que ir y limpiar los espejos. Otra persona. Yo mandé una instancia mía hace cinco megasegundos, pero todavía no ha comunicado con nosotros. Me temo que va a ser una cubierta profunda.

—Mierda y más mierda —miro a los gamberros muertos, como si tuvieran la culpa.

La prisión es un centro de rehabilitación para prisioneros de guerra. La configuración está diseñada para estimular la resocialización, para ayudarlos a volver a integrarse en algo vagamente parecido a la sociedad de la postguerra; se trata de un antiguo MASucker, configurado como una política compacta con, con solo una puerta T de entrada y salida. Los malos entran, los civiles salen. O, por lo menos, ese era el proyecto original.

—¿Qué está pasando? —le pregunto.

—Creo que alguien ha roto nuestra seguridad operacional —dice Sanni. Me estremezco y miro a los gamberros—. Sí —dice, viendo la dirección de mi mirada—. Ya he dicho que no tenemos mucho tiempo. Un grupo formado por varios de nuestros rivales operacionales se ha infiltrado en la Comisaría de Amnesia Estratégica de la República Invisible, y se ha hecho con los fondos y el control operacional de la prisión. Han descargado a todos los residentes actuales y ya no sabemos qué está pasando dentro. La prisión está sometida a una nueva dirección.

—Yo soy la persona equivocada, en el lugar equivocado. ¿No se puede mandar a Magnus? ¿O al Sintetista? ¿Hacer una comunicación de alto rango a la coordinación descendiente y a la asociación de veteranos y ver si alguien…?

—Yo ya no existo —me dice Sanni con tranquilidad—. Después de que entrara mi delta y no se volviera a comunicar, los malos siguieron a mi yo primario y me mataron tantas veces que casi me dejan totalmente muerta. Este —se toca el pecho flacucho— es limitado. Yo soy un espectro, Robin.

—Pero —me paso la lengua por los labios, a punto de que me dé un ataque al corazón—. ¿No me matarían a mí también, y ya está?

—No, si eres una identidad muerta antes —el espectro de Sanni me sonríe—. Esto es lo que vas a tener que hacer…