La mañana siguiente empieza mal, dividida en fragmentos, como un vaso roto:
—Más fugas. Reeve, te estás poniendo peor.
Su mano enorme coge la mía. Débil y pálido. Me toca la parte de atrás de la muñeca con el pulgar. Lo miro a los ojos y veo tristeza y me pregunto por qué…
Dos cabezas de serpiente de metal líquido me muerden la muñeca, y grito, dando un tirón mientras me inyectan un tranquilizante. La mujer que las lleva es una diosa, con la piel dorada y ojos de fuego.
Vuelvo a ser un tanque, un regimiento de tanques, que avanza por el frío de la noche hacia un hábitat enemigo… ¿o esto viene después? Me desconecto del interfaz virtch y sacudo la cabeza, miro a los demás jugadores de la arquería del juego, y me susurro a mí misma:
—Pero esto no era así…
Rasguños de plumas de ganso talladas sobre un papel áspero; el cuerpo de una pluma hecha con un hueso humano. No recordarás nada al principio. Si lo hicieran, analizarían tu vector de experiencia y te identificarían como una amenaza.
—Está muy mal esta mañana. Los adyuvantes han funcionado… la infección está totalmente curada… pero así no nos sirve para nada.
—¿Qué esperas que haga? Corre el peligro de caer de lleno en anterógrado…
Un sofocante hedor a intestinos mientras traspaso sus vísceras con mi espada. Está tumbado entre el rosal de la zona de duelo, bajo la sombra de una estatua de mármol de una especie de pájaro mamífero extinguido. Una repentina puñalada de terror, porque este es un hombre que habría podido amar.
—Fíjela.
—¡No puedo! No puedo fijarla sin su consentimiento.
Una mano que agarra la muñeca de alguien hasta que duele.
—No está en condiciones de darlo… mírela, ¿qué va a hacer si vuelve a tener convulsiones?
Soy un tanque otra vez, arrollando un charco de horrores, sangre chorreándome por debajo de los pies de red cuadriculada mientras paso la espada por el cuello a otra mujer que grita mientras mis otros dos compañeros la sujetan.
Estoy volando, cayendo en picado sobre las alas mientras el dedo entona el canto del dolor de un hueso roto, y huelo el agua fresca de la catarata que ruge debajo de mí.
—¡Haga que pare! —oigo que alguien dice entre dientes, y tengo sangre en los labios donde me acabo de morder. Soy yo a la que están sujetando entre los tanques, delante de una mujer con los ojos de fuego, y tras ella hay un hombre que me ama, ojalá recordara su nombre.
La serpiente me vuelve a morder, y traga con fuerza, y el sol se hace oscuridad.
Reinicio:
Me doy cuenta de que alguien me está cogiendo la mano derecha.
Entonces, algún tiempo después, me doy cuenta de que todavía me está cogiendo la mano. Lo que significa que tiene mucha paciencia, porque yo sigo tumbada en la cama, y está todo muy soleado.
—¿Qué hora es? —pregunto, un poco asustada porque me tengo que ir a trabajar.
—Ssh. Es casi mediodía, y todo va bien.
—Si todo va bien… —Sam me aprieta la mano—, ¿cuánto tiempo llevas ahí sentado?
—No mucho.
Abro los ojos y lo miro. Está en el taburete al lado de mi cama. Llago una mueca, o sonrío, o algo.
—Mentiroso.
No sonríe ni asiente, pero la tensión hace que le salga algo como agua y se inclina mientras le cae.
—¿Reeve? ¿Te acuerdas?
Parpadeo rápidamente, intentando sacarme algo como polvo del extremo del ojo izquierdo. ¿Me acuerdo?…
—Me acuerdo de trozos —le digo. Qué parte de lo que me acuerdo sea verdad, es otra cuestión. ¡Me duele la cabeza solo de intentar decidir! Soy un tanque; soy un joven bioaviador libertino con deseos de muerte; o soy un caso triste de jugadora; o un agente secreto. Pero todas esas posibilidades son mucho más tontas y menos plausibles de todo lo que me rodea, o sea, que soy la bibliotecaria de un pequeño pueblo que ha tenido una crisis nerviosa. Me decido por esta versión por el momento. Me agarro a la mano de Sam como si me estuviera ahogando.
—¿Ha sido grave?
—Oh Reeve. Ha sido grave —se inclina sobre mí, y me abraza y yo lo abrazo tan fuerte como puedo—. Lo más grave posible —noto que está temblando, con más miedo cada vez. ¿Me quiere tanto?—. Tenía miedo de perderte.
Lo acaricio con la nariz en la base del cuello.
—Eso sería malo —ahora me toca a mí estremecerme, con una sensación de miedo existencial al pensar que yo podría haberlo perdido a él. La semana pasada, en algún momento, Sam se convirtió en mi ancla, mi refugio en estas aguas turbulentas de la identidad—. Yo he tenido… bueno. Las cosas son muy confusas hoy. ¿Qué ha pasado? ¿Cuándo supiste…?
—He venido lo antes posible —me susurra al oído—. Ayer por la noche llamaron, pero me dijeron que no podía venir a verte, que era demasiado tarde —se pone nervioso.
—¿Y? —le digo de golpe. Siento que tiene que haber algo más.
—Te estaban ajustando —sigue nervioso—. La doctora Hanta dijo que era una crisis aguda, y necesitabas un fijador, pero que no te lo podía poner sin tu permiso. Le pedí que te lo pusiera de todas formas, pero no quiso.
—¿Un fijador? ¿Para qué?
—Tu memoria —se pone más nervioso todavía. Lo suelto, sintiendo frío.
—¿Qué hace ese fijador?
La doctora Hanta contesta desde detrás de mí, y me doy la vuelta para mirarla.
—La memoria está codificada de muchas formas, como pesos diferenciales de conexiones sinápticas y como conexiones entre los distintos nervios. La última disección y reescritura que te hiciste no fue bien. Empezaste a experimentar rupturas. Que, a su vez, empezaron a mandar alertas a tu sistema inmunitario mejorado, y fue entonces cuando quedaste expuesta a la infección mecanocítica, que empeoró las cosas. Cuando los nuevos rastros asociativos empezaron a integrarse, tus robofagias endógenas decidieron que se trataba de una señal mecanocita y que tenía que matar las células nerviosas. Estabas en camino de perder la capacidad de formar nuevas huellas asociativas a largo plazo… Un daño cerebral progresivo. El fijador se suele usar como último paso de la reescritura redactiva. Lo he usado para renormalizar y borrar los viejos recuerdos que te estaban asaltando. Lo siento, pero no vas a poder volver a acceder más a ellos… tendrás solo los que hayas integrado ya, el resto los has perdido.
Sam ya no me aprieta tanto, y yo me inclino sobre él mientras miro a la doctora.
—¿Le di mi permiso para tocarme dentro de la mente? —le pregunto.
Hanta me mira.
—¿Lo hice? —repito para mí misma. Me siento consternada. Si ha hecho esto sin mi consentimiento, esto es…
—Sí —dice Sam.
—¿Qué?
—Ella… tú te estabas yendo —se inclina otra vez hacia mí—. Te estaba explicando la situación, a ti y a mí, y yo le estaba pidiendo que lo hiciera, y ella dijo que no podía… tú estabas delirando. Empezaste a murmurar y ella te preguntó, y tú dijiste que sí.
—Pero yo no me acuerdo… —me paro. Creo que me acuerdo, de algo. Pero no puedo estar segura, ¿verdad?—. Oh.
Miro a Hanta. Reconozco la expresión de sus ojos. Me quedo mirándola mucho tiempo… entonces me esfuerzo por mover la cabeza, solo un pequeño gesto rápido, pero es suficiente para interrumpir el contacto, y creo que todos respiramos al mismo tiempo. Mientras tanto yo estoy pensando, mierda, ahora nunca conseguiré saber de dónde vengo, ¿no? Pero esto no es tan malo como lo que estaba a punto de pasar si no lo hubiera hecho. No me acuerdo de los ataques, exactamente, pero sí que me acuerdo de lo que pasaba entre uno y otro… es una historia coherente. Una nueva historia de mi vida, supongo.
—Me siento mucho mejor —digo, con cautela.
Sam se ríe, y parece estar al borde de la histeria.
—¿Estás mejor? —me vuelve a abrazar, y yo a él. Hanta está sonriendo, con lo que creo que es una sensación de alivio por haber resuelto una situación difícil. La parte incrédula y desconfiada de mí lo archiva como referencia futura, pero incluso mi identidad de agente secreto está de acuerdo en aceptar que Hanta podría ser lo que parece; una médico éticamente ortodoxa que solo se preocupa por el bienestar de sus pacientes. Lo que es un gran progreso sobre Fiore y el obispo. Por lo menos uno de los tres no es tan malo.
—Bueno y, ¿cuándo me puedo ir a casa? —pregunto impaciente.
Al final resulta que me tengo que quedar en el hospital el resto del día y de la noche. La vida de hospital es aburrida, salpicada de los fantasmas blancos que arrastran carrillos de comida y otras cosas, instrumentos, y pociones de la Edad Oscura.
Todavía me duele todo de la fiebre, y me siento débil, pero ya me puedo levantar para ir al servicio sola. Cuando vuelvo me doy cuenta de que las cortinas de la otra cama que está ocupada están abiertas. Miro a mi alrededor y no veo a ninguna enfermera. Armándome de valor, me acerco.
Es Cass, está hecha un desastre. Tiene las piernas encajadas en unos tubos polímeros de un azul brillante, desde los dedos de los pies hasta los muslos, levantados con cables, así que las sábanas le cuelgan a los lados formando un valle. Los moratones de la cara están cambiando a un feo verde amarillento, menos el de alrededor de los ojos, que parece hinchado y hueco, con los párpados hundidos y cerrados. Sigue estando delgada, y hay una bolsa transparente llena de líquido que se va vaciando poco a poco dentro de la muñeca a través de un tubo.
—¿Cass? —digo, suavemente.
Abre los ojos y se vuelve hacia mí.
—Guu —dice.
—¿Qué? —se sobresalta un poco. Oigo unos pasos detrás de mí—. ¿Estás bien?
La enfermera zombi se acerca.
—Por favor, aléjese de la paciente. Por favor, aléjese de la paciente.
—¿Cómo está? —pregunto—. ¿Qué le habéis hecho?
—Por favor, aléjese de la paciente —dice la enfermera, y se activa un nuevo reflejo—. Todas las preguntas han de dirigirse a la autoridad médica. Gracias por su obediencia. Vuelva a la cama.
—Cass —lo intento por última vez. La cirugía profunda de la memoria me vuelve a la mente como un copo de nieve, que me hiela cuando me toca—. ¿Estás ahí Cass?
—Vuelva a la cama —dice la enfermera, con un toque de amenaza.
—Ya me voy, ya me voy —digo, y me alejo de la pobre Cass, herida. Cass, la que yo creía que era Kay, con la que me había obsesionado, cuando en realidad Kay llevaba todo el tiempo durmiendo en la habitación de al lado… y resulta que Cass estaba viviendo una pesadilla.
Creo que tengo un problema con la ética de este sitio. Hanta no es mala. Pero colabora con Fiore y Yourdon. ¿Qué tipo de persona haría una cosa así? Muevo la cabeza, sobresaltándome por la disonancia cognitiva. ¿Alguien que haría una cirugía de la memoria ilegal y que después implantaría el recuerdo en la mente de la víctima de haber dado su consentimiento? Vuelvo a mover la cabeza. No creo que Hanta hiciera eso, pero no puedo estar segura. Si el paciente está de acuerdo después, ¿se trata de abuso, en realidad?
Es un jueves por la mañana, soleado, cuando Hanta viene y se sienta al lado de mi cama con un portapapeles.
—¡Bueno! —tiene una sonrisa fresca y que expresa aprobación—. Lo has hecho muy bien, Reeve. Una recuperación estupenda. Creo que ya estás preparada para volver a casa —usa la pluma para garabatear algo en su tablero—. Todavía estás convaleciente, así que te aconsejo que te lo tomes con calma los primeros días… está claro que no deberías volver a tu trabajo hasta dentro de una semana a partir de ahora por lo menos, y lo mejor sería que no volvieras hasta el lunes que viene. Toma esta nota y dásela a Janis cuando vuelvas al trabajo, es un volante de asistencia médica. Si no te encuentras bien, o te vuelves a desmayar, quiero que me llames al hospital inmediatamente, y te mandaremos una ambulancia.
—¿Será de ayuda una ambulancia si he perdido la coherencia y estoy alucinando? —le pregunto dudosa.
Hanta se vuelve a poner bien la cola.
—Estamos poblando el programa —dice—. Los paramédicos no llegarán hasta la semana que viene. Tienen que ponerse en sus implantes un conjunto de habilidades adicionales actualizado. Pero dentro de dos semanas, si llamas a una ambulancia o ves a una enfermera o necesitas a un oficial de policía, ya no serán zombis —mira por la sala—. No lo hemos podido hacer antes, si quieres que te lo diga.
—Lo que yo quería preguntar… —me echo para atrás, insegura de sacar este tema, pero Hanta sabe de lo que estoy hablando.
—Hiciste bien cuando llamaste a la ambulancia —dice con firmeza—. Nunca lo dudes —me toca el brazo, para dar énfasis—. Pero los zombis no sirven para casos no rutinarios —un pequeño suspiro—. Será mucho más fácil cuando tengamos asistentes médicos que puedan aprender este trabajo.
—¿Cuánto va a crecer el programa? —le pregunto—. El informe original decía algo como diez cohortes de diez, pero si vais a tener policías y ambulancias, no va a ser suficiente, ¿no?
Parece sorprendida.
—No, cien participantes es solo el tamaño de un equipo paralelo para la renormalización, Reeve, una sola parroquia. Introducimos participantes en cada una de modo controlado, diez cohortes por parroquia, pero ahora ya estáis todos casi establecidos. La semana que viene abrimos el colector y unimos todos los barrios. ¡Entonces será cuando el Programa YFH empiece a existir! Va a ser muy emocionante… vas a encontrar a gente nueva, y habrá muchos menos zombis.
—Guau —digo, con la voz hueca y la cabeza que me da vueltas—. ¿Cuántos, eh, barrios estáis planeando unir?
—Oh, treinta parroquias o así. Son suficientes para una pequeña ciudad, que es lo mínimo que se necesita para una sociedad estable, según nuestros modelos.
—Seguirle la pista a todas será un trabajo enorme —le digo, lentamente.
—Puedes estar segura —la doctora Hanta se levanta y se pone bien la bata blanca—. ¡Se necesitan por lo menos tres de mí para atenderlos a todos! —otro mechón errante se mece detrás del cuello—. Ahora, si no te importa, tengo que dejarte. Puedes darte de alta cuando quieras. Solo tienes que decirle a la enfermera del mostrador que te vas. ¿Algo más?
—Sí —digo precipitadamente. Después me paro un momento—. Cuando estaba teniendo la crisis… ¿tuvo la tentación de… ya sabe… cambiar algo? Aparte de administrarme el algoritmo fijador, claro.
Hanta me mira son sus grandes ojos marrones. Parece pensativa.
—Sabe, si intentara cambiar la mente de todos los que lo necesitan, no me daría tiempo a hacer nada más —me sonríe, y la expresión se vuelve fría—. Y además, lo que me está preguntando sería un comportamiento muy cuestionable, éticamente cuestionable, señora Brown. Para el que tengo dos respuestas. Primero, sea lo que sea que yo pueda pensar de un paciente, nunca actuaría en contra de sus intereses. Y segundo, me esperaba mucho más de usted. Buenos días.
Se da la vuelta y se aleja majestuosamente. Acabo de fastidiarla —pienso, sintiéndome avergonzada—. Yo y mi bocaza… Quiero salir detrás de ella y pedirle perdón, pero eso solo agrandaría el malentendido, ¿no? Idiota —me digo a mí misma—. Tiene razón, no podrían gobernar el programa sin un supervisor médico que se preocupe por los intereses de sus pacientes; y acabo de enfadar al único miembro del equipo experimental que podría estar de mi parte. Podría ayudarme a saber qué tengo que hacer para adaptarme mejor, y en vez de eso… Mierda. Mierda. Mierda.
No tengo nada más que hacer aquí. Me levanto y busco agitadamente dentro de la bolsa de mano que Sam me trajo anoche. Hay ropa interior, un vestido de flores, y un par de sandalias de tela, pero se le ha olvidado el bolso. Bueno, pero ha ganado muchos puntos por intentarlo. Me arreglo, y después de esperar lo suficiente para que la doctora Hanta salga de la sala, me voy para el mostrador de recepción. Por el camino me cruzo con la otra sala, con el cartel de MATERNIDAD. Supongo que dentro de unos meses estará lleno, pero por ahora está deprimentemente vacío. Me siento contenta cuando ando, mientras me acerco al mostrador.
—Me doy de alta —le digo.
El zombi del mostrador asiente con la cabeza.
—La señora Brown deja la institución por su propia voluntad —canturrea—. Que tenga un buen día.
El hospital da a Main Street, que es una calle emparedada entre una fila de tiendas y una zona de oficinas. Hace mucho sol, es un día templado, y me animo en cuanto salgo a la calle. Me siento ligera, ligera como una pluma; ¡sin preocupaciones! Por lo menos, por ahora —murmura misteriosamente una parte obstinada de mí. Entonces tengo la impresión de que, incluso la parte de mí que está siempre alerta, se encoge de hombros y suspira, tranquila, tienes que tomarte un día de descanso. Fiore me ha evitado una situación difícil, y tengo que agradecérselo a la doctora Hanta; así que puedo elegir. Tengo la libertad de seguir pataleando y luchando contra lo inevitable, o me puedo ir a casa y relajarme unos días, seguir el juego y adaptarme. (Así dejaré de atraer la inoportuna atención de Fiore y las busconas de puntos, y puedo fingir estar divirtiéndome mientras lo hago. Lo llevaré como un juego. Además, se me ocurre que, si quiero volver a ganarme a Jen, la mejor forma de hacerlo es vencerla a su modo. Ya tendré el tiempo de ver cómo escapar de aquí más adelante).
Mientras tanto, tengo que intentar resolver las cosas con Sam, porque no me gusta la forma en que la paranoia y el miedo nos han estado arrastrando últimamente.
Tardo tres horas en encontrar un taxi que me lleve a casa, sobre todo porque paso por el salón de belleza Casa de la Mujer para que me peinen, y después me voy a los grandes almacenes. Los empleados del salón y de las tiendas son zombis, que es muy aburrido, pero por lo menos no se entrometen en nada. Necesito algo de ropa… no tengo ni idea de qué habrá pasado con lo que llevaba puesto el último día, y además, ir a la moda es bueno, es una buena forma de ganar puntos, y por ahora lo puedo usar… y aprovechando que paso a comprarme algo de ropa, puedo pasarme también por la sección de cosmética. Los almacenes están desiertos, y me imagino que Sam se llevará una sorpresa, así que espero a que la asistente zombi me maquille a una velocidad inhumana. La gente de los años oscuros no debían de tener nada como la reconstrucción nano, pero sabían usar bien los productos naturales para cambiar su aspecto: casi no me reconozco en el espejo cuando termina.
Todavía no me encuentro muy bien, y me vuelvo a sentir sin fuerzas mucho antes de lo que me esperaba. Así que termino, pido que me manden lo que he comprado y cojo un taxi para volver a casa. La casa está tal y como me la esperaba… hecha un desastre. El servicio de limpieza que solicité cuando empecé a trabajar se ha pasado por aquí, pero viene solo una vez a la semana, y Sam ha estado dejando los platos sucios apilados en la cocina, y los vasos en el salón. Intento no hacerle caso y poner los pies en alto, pero después de media hora no puedo más. Si voy a intentar adaptarme, tengo que cuidar de esto también, porque es parte de mi papel, así que me llevo todo para la cocina y empiezo a poner el lavaplatos. Después me voy y me tumbo un poco. Pero el demonio pernicioso de la insatisfacción ha hecho presa en mí, así que me levanto y empiezo por el salón. No me convence el modo en que están puestos los muebles, y hay algo en el sofá que no me gusta en absoluto. Habrá que quitarlo. Mientras tanto, puedo cambiar las cosas de sitio, pero entonces me doy cuenta de que ya son las seis. Sam llegará pronto a casa.
Soy muy mala cocinera, pero consigo abrirme camino entre las instrucciones de las cajas, y estoy disponiendo la cubertería en la mesa de la sala de estar cuando oigo que alguien está abriendo la puerta.
—¿Sam? —lo llamo—. ¡Ya estoy en casa!
—¿Reeve? —contesta.
Voy al hall, y se lleva una doble sorpresa.
—¿Reeve? —se queda boquiabierto. Es un momento que no tiene precio.
—He tenido un pequeño accidente en la sección de cosmética —le digo—. ¿Te gusta?
Se queda bizco un momento, y después consigue asentir con la cabeza. Además del maquillaje, llevo puesto el vestido más sexy, y más revelador, que he podido encontrar. Aceptaré todos los cumplidos. Sam no ha sido nunca muy bueno expresando sus emociones, y esto es demasiado para él. Pensándolo bien, parece cansado, sumergido en su chaqueta.
—¿Ha sido un día duro? —le pregunto.
Asiente otra vez.
—Yo, eh… —respira—. Creía que estabas enferma.
—Y lo estoy —estoy mucho más cansada de lo que quiero admitir ante él. Pero estoy contenta de volver a casa, y la doctora Hanta me da dado un permiso para no ir a trabajar la semana que viene, así que creo que te voy a hacer una pequeña sorpresa—. ¿Tienes hambre ya?
—Me salté la comida. No tenía hambre —me mira pensativo—. No ha sido una buena idea, ¿verdad?
—Ven conmigo —lo llevo a la sala de estar y le pido que se siente, después vuelvo a la cocina y enciendo el microondas, cojo dos vasos de vino que había preparado y me los llevo a la mesa. No dice nada, pero está anhelante, son los ojos que me siguen como misiles—. Aquí. Un brindis… ¿por nuestro futuro?
—Nuestro… ¿futuro? —por un momento parece sorprendido, pero después parece que algo se aclara en su cabeza, levanta el vaso y por fin me sonríe, ahogando alguna duda interior—. Sí.
Yo me apresuro a preparar nuestra cena, y comemos. No es que coma mucho, la verdad, porque más que nada, miro a Sam. He estado tan cerca de perderlo que cada minuto me parece delicado, como el cristal. Un sentimiento enorme y complejo se está cristalizando dentro de mí.
—Cuéntame de tu día —le pregunto, para hacerlo hablar, y empieza a contarme una historia incoherente sobre unos papeles que se han perdido de unas escrituras de confiscación o algo así, mirándome a la cara todo el tiempo. Tengo que decirle que coma. Cuando termina, rodeo la mesa para coger su plato, y siento el calor de su mirada sobre mí.
—Tenemos que hablar —le digo.
—Sí, tenemos que hablar —su voz está congestionada por la emoción—. Reeve.
—Ven conmigo —le digo.
Se levanta.
—¿Dónde? ¿Qué pasa?
—Venga —me acerco a él, le quito la corbata, y lo empujo con cuidado. Me sigue hasta el hall—. Por aquí —subo los escalones despacio, oyéndole respirar ronca y profundamente. No intenta retroceder hasta que llego a la habitación.
—No deberíamos estar haciendo esto —me dice con voz ronca—. No sé por qué estás haciendo esto, pero no debemos hacerlo.
—Venga —le doy un pequeño tirón y me sigue dentro de la habitación, y por fin lo suelto y me vuelvo para mirarlo. Noto que me estoy relajando por dentro y cuando lo miro a la cara, siento una oleada de calor entre las piernas—. Kay. Sam. Quienquiera que seas. Te quiero.
Me paro, con los ojos muy abiertos cuando veo que sus pupilas se dilatan y que parece sorprendido: me doy cuenta de que no me ha oído.
—La frase mágica, Sam —y me doy cuenta de que lo digo de verdad. No se trata de la hinchazón de los efectos secundarios de la maldad de Jen, esto es algo más profundo—. Lo que me dijiste el otro día, ahora te lo estoy diciendo yo a ti —su expresión parece más clara—. Ven aquí.
Ahora parece confuso.
—Pero si nosotros…
—No hay pero que valga —me acerco a él y tiro del cordón de la corbata. Se la suelto del cuello y voy a tientas hasta el botón más alto. Se muerde el labio inferior, y noto que está temblando bajo mis dedos, cálido e inmensamente sólido y aliviado. Doy un paso adelante hasta que estoy sobre él y, a través de la ropa, noto que él está tan excitado como yo—. Te deseo Sam, Kay. No quiero que haya ninguna barrera entre nosotros. Duele demasiado. Líe estado ya a punto de perderte dos veces, y no voy a volver a hacerlo.
Sus manos sobre mis hombros, enormes y poderosas. Su respiración en mi mejilla.
—Me temo que esto no va a funcionar, Reeve.
—La vida asusta —abro otro botón, lo miro a la cara y me paro. Estaba a punto de estirarme para besarlo, pero hay algo en su expresión que no va bien—. ¿Qué pasa?
—¿Qué es lo que te pasa? —sisea—. No pareces tú, Reeve, ¿qué está pasando?
—Estoy haciendo lo que debería haber hecho la semana pasada —lo rodeo con los brazos y pongo la frente sobre su hombro. Pero ha empezado a pensar, como un tren que pasa por encima de mis deseos—. He tenido una mala experiencia. He empezado a mirar muchas cosas desde una nueva perspectiva, Sam. ¿Nunca la has tenido? ¿Nunca has hecho algo estúpido e insensato y puede que malo, y no te has dado cuenta hasta que has puesto en peligro todo lo que te importaba? Estar allí, hacer aquello (más de una vez), por última vez antes de ayer, y no quiero que se me defina por mis errores. Así que me estoy alejando de ellos. Quiero que lo nuestro funcione, no quiero que…
—Reeve, para. Para. Me estas asustando.
¿Eh? Me echo para atrás y lo miro, ofendida. Es como si me hubieran echado un cubo de agua fría en la cara.
—No estás hablando tú, ¿verdad?
—Sí que soy yo —insisto.
—¿De verdad? —parece escéptico—. Tú no te hubieras lanzado sobre mí así la semana pasada.
—¡Sí que lo habría hecho! En un instante, pero estaba en crisis —entonces, lo que estaba intentando decirme con tantas palabras se hunde, y me pongo una mano en la boca para evitar gritar de la frustración.
—Así que ahora ya no tienes dudas —me dice, echándome con cuidado sobre la cama, hacia uno de los lados, sentándose cerca de mí, uno al lado del otro—. Pero tenías dudas cuando entraste en el hospital, Reeve. Llevas en crisis desde que te conocí. Así que perdona si en este momento el que duda soy yo, viendo que te lanzas sobre mí en cuento vuelves a casa. Después de haber renunciado al sexo por completo, hace solo una semana.
Aquí está, delante de mí, el enorme abismo de mis propias acciones, que ya no puedo evitar, desde que la doctora Hanta me puso el fijador. Estoy fijada en la identidad en la que me he convertido, sin poder reestablecer lo que he perdido.
—Ya no soy la misma de hace una semana —le digo, con dificultad—. Me han fijado las pérdidas de memoria, entre otras cosas. Y he adquirido un nuevo sentido de mi propia mortalidad desde algún sitio del que no quiero hablar, a no ser que sea algo que me hicieron. Creo —pero una parte desconfiada de mí dice: Has dicho «Te quiero», ¿no? La última vez que lo dijiste, tu intrusión de C.Y. se activó. Alguien te ha ajustado tu enlace de red, ¿no?
El horror frío que se apodera de ti cuando te despiertas sin estar seguro de haber muerto durante la noche me acaba de pasar su mano huesuda por la espalda. Parece que he perdido algo en algún momento entre el charco de sangre en el sótano de la biblioteca y el tímido consentimiento ante la doctora Hanta. Sam tiene razón, mi antigua yo no haría esto. A mi antigua yo le asustarían algunas cosas, y en este mismo sentido… todavía me dan miedo Fiore y Yourdon, y todavía quiero escapar de la perversa sociedad que manejan, pero estamos a bordo de un MASucker, y sé lo que eso significa.
—Todavía te deseo —le digo—. Aunque ahora con una sombra de duda, porque ya no estoy segura de si te deseo por las mismas razones que tenía la semana pasada.
—Se han apoderado de ti.
Me río temblorosamente.
—Se apoderaron de mí hace mucho tiempo, solo que no lo he sabido hasta ahora —me agarro a él, pero mucho más por miedo que por deseos—. ¿Por qué estás aquí, Kay? ¿Por qué entraste en el experimento?
—Te seguí.
—¡Tonterías! —ahora lo entiendo—. Eso no es suficiente. Y no me digas que era para alejarte de tu época con los vampiros del hielo. ¿Por qué has entrado? ¿De qué estabas huyendo?
Sam se queda un momento en silencio y sin reaccionar.
—Si te lo digo, me odiarías.
—¿Y? —veo una oportunidad. Me subo a la cama arrastrando los pies y me siento con las piernas cruzadas bajo el vestido, con las manos encima de la falda—. Si escucho tu historia y no te odio después, ¿me dejarás hacerte el amor?
—No sé qué tiene que ver eso con…
—Deja que sea yo la que decida sobre mis propios motivos, Sam —aunque estén contaminados—. Estás intentando adelantarte a lo que yo piense. Se está convirtiendo en una mala costumbre. Antes, no quería dormir contigo por una serie de razones que tenían sentido en su momento. Pero después, cuando estos motivos ya no tienen razón de ser, dices que estoy fuera de mí. Tú no crees que yo pueda cambiar por mi propia voluntad.
Mueve la cabeza.
—¿Tienes idea de lo insultante que es?
—No es eso lo que pretendía decir…
—Yo puedo cambiar, ¡por eso estoy aquí! —respiro profundamente—. No soy el que era durante la guerra, Sam, ni el de antes ni el de después. Soy quien soy ahora, que es el producto de la unión de todos ellos. Te pueden meter dentro de los años oscuros, pero no pueden meter los años oscuros dentro de ti, no sin trucar tu esperanza de vida a unos tres gigasegundos o borrar tantos recuerdos que más te valdría… —me arrastro hacia atrás. Tengo la extraña sensación de que me acabo de dar cuenta de algo importante, pero no estoy segura de qué.
Me mira raro.
—Me odiarías —dice—. Hice cosas terribles.
—¿Y? —me encojo de hombros—. Yo también he hecho cosas que no están bien. Hay gente ahí fuera que quiere matarme, Sam. Creía que estaba relacionado con una misión en la que estaba trabajando y que me habían borrado accidentalmente, pero ya no estoy tan segura; puede que me persiguieran por, bueno, una de las personas que fui. Una persona que luchó en la guerra. Un combatiente.
Se mece hacia adelante y hacia atrás, pensativo.
—Aquí no hay más que criminales de guerra —dice.
Es muy interesante descubrir que la frase «se me hiela la sangre» es, en realidad, una sensación física. Y es mucho menos agradable hacerlo cuando estás sentado delante de la persona que amas incondicionalmente y con la que, en ese momento, no puedes compartir la habitación sin tener que cambiarte la ropa interior, y que sea ella la que te ha activado esa sensación en la cabeza. Y es todavía peor entender que lo que dice se refiere a ti también.
—Aquí no hay más que monstruos —le digo, intentando que no suene serio—. O amnésicos cazados por los fantasmas de sus vidas pasadas.
—¿No se te ha ocurrido que el Programa YFH puede ser muy apropiado para un cierto tipo de persona? —pregunta Sam despacio.
Estoy perdiendo la paciencia.
—¿Me vas a tirar sobre esta cama y vamos a hacer el amor cuando hayas terminado tu clase sobre la muerte?
Se pone de un color raro.
—Si seguimos queriéndolo los dos.
Si seguimos queriéndolo los dos. Bueno, supongo que solo tienes que trabajarte lo que tienes.
—Soy toda oídos —le digo.
Se estremece.
—No digas eso.
—Bueno, es —no literalmente— verdad. Más o menos.
—¿Dónde estabas cuando estalló la guerra? —me pregunta.
¡Uf! No me esperaba que me pidiera que sacara a la luz una cosa tan reveladora cuya respuesta sería un enorme no en circunstancias normales… una grieta de la seguridad operativa que permitiría a un enemigo saber exactamente quién eres y, por lo tanto, descubrir todo tipo de detalles útiles sobre ti, suficientes para ponerte operacionalmente en peligro, porque todas las cosas que hiciste en público están almacenadas en una base de datos en alguna parte. Pero… estamos en las entrañas de un MASucker, y si no me equivoco, solo hay un camino para entrar y salir, y Sam no forma parte de la conspiración, y creo que el riesgo de que nos estén escuchando es bajo. Pero estas no son circunstancias normales.
—Estaba a bordo de un MASucker, hablando con la tripulación —admito—. Estuvimos cortados más de un gigasegundo después de que cayera la red —Sam hace un ruido pensativo—. Tu turno —lo instigo, intentando cambiar de tema—. Yo era un auditor —se queda otra vez en silencio—. Por eso ellos me redactaron.
—¿Ellos?
—La Nación Solipsista: Tercer Batallón Imperdonable del Crimen de Pensamiento, en concreto. Estaban haciendo una investigación y barrido de sienes de memoria inseguras a través del segmento desconectado en el que yo estaba abandonado, menos de cien kilosegundos después de que se desencadenara el Curious Yellow. Yo ya había sido censurado y comprometido, y ellos se limitaron a cogerme y añadirme a su vector de negación de conciencia distribuida. Pasé los dos megasegundos siguientes revolviendo cementerios fuera de recuperación, después consiguieron procesarme y asignarme para borrar los archivos de huellas.
¡Ah! ¿Y yo creía que lo que hice con los Linebarger Cats era algo feo? Debo de temblar o dar algún otro tipo de señal, porque Sam se aleja de mí con cuidado.
—¿Con qué ciados se alineaba la Nación Solipsista? —le pregunto, intentando distraerlo.
—¿Con qué ciados? —mueve la cabeza—. Éramos nosotros contra todos los demás, Reeve. ¿Crees que nadie en su sano juicio se aliaría con un borganismo agresivamente solipsista?
—Pero tú… —me esfuerzo por acercarme a él cuando le pregunto; está tenso y triste—… tú eras solo un componente, ¿no?
Mueve la cabeza.
—Yo tenía un cierto grado de autonomía, cuando terminó la guerra, la nación había empezado a investigarnos con una módica libertad de voluntad. Yo era… bueno. Antes de la guerra, yo era muy parecido a como lo eres tú ahora. La Nación me enriqueció, me convirtió en un monstruo de combate… y me dio un puesto de responsabilidad. ¿Sabes cómo nos llamaron? Máquinas de violar. Si quieres romper la voluntad de resistencia de alguien, puedes ir a través del cerebro, pero si su enlace de red se ha frito con EMP, tienes que ser físico. Nos dieron penes con púas hacia atrás, ¿lo sabías? Hicimos… cosas terribles. Con el tiempo, nos invadieron (a mi sector), era un consorcio de enemigos, y nos desconectaron y cuando me desperté era yo otra vez, pero un yo con recuerdos y con un buen trozo de la Nación acuñado en la cabeza. Pasé medio megasegundo en mi celda sin confiar en las paredes y el suelo antes de darme cuenta de que ellos tenían que existir por la misma razón por la que yo existía. Y mientras formé parte de la Nación, hice cosas —respira profundamente—. Cosas que hacen que me avergüence de ser humano. O de sexo masculino.
—Sí, pero —no sé qué decir—. Tú no eras tú mismo, ¿no?
—Me gustaría creerlo —parece desesperado—. No haría ese tipo de cosas ahora, pero en aquel momento… me acuerdo que creía en lo que hacía. Ese es uno de los motivos por los que hice lo de los vampiros del hielo, porque no quería formar parte de una especie que fuera capaz de crear algo parecido a la Nación Solipsista. Yo quería (nosotros queríamos) pensarlo todo en la fase-espacio humana. ¿Sabes lo que es pasar hambre y comer y seguir teniendo hambre siempre? La Nación Solipsista destruyó las sienes de memoria por rencor porque contenían pensamientos que nosotros nos podíamos originar. Y yo contribuí a ello. Con gran entusiasmo optimicé los procesos. Lo hice porque quise —respira profundamente—. Maté a gente, Reeve. Maté a gente de modo permanente.
—Entonces no somos tan distintos.
—¿Tú? —me mira fijamente—. Pero tú dijiste que…
—Yo empecé la guerra en un MASucker; pero no me quedé allí —inspiro profundamente, porque no creo que pueda evitar esto—. Me presenté voluntario. Me uní a los Linebarger Cats, operaciones de combate. Pasé casi un gigasegundo siendo un regimiento armado. Terminé en Operaciones Psicológicas.
—Bueno —le tiembla la voz—. Eso no me lo esperaba.
—¿Cuántos de los que estamos aquí crees que habrán luchado en las guerras?
—No lo había pensado.
—La gente que estuvo allí no lo quiere recordar. En cuanto se estableció el alto el fuego, la gente escapó a los cirujanos confesores.
—Sí —se para—. Pero Reeve, yo soy un monstruo. Hay cosas en mi cabeza (incluso después de la escisión), que no quiero recordar. No querrás acercarte demasiado a mí.
—Sam —me vuelvo hacia él—. Yo… Hay cosas que yo también quiero enterrar. Yo podría decir lo mismo. ¿Te importa?
—¿El qué? ¿Lo que tú hiciste?
—Sí.
—No.
—Está bien —ahora es a mí a la que le tiembla la voz—. Lo que te dije antes sigue en pie. Es un trato, y tú lo has aceptado, ¿eh?
Se encoge hacia atrás.
—No lo sabía.
Trago saliva para intentar aclararme la boca, que la tengo seca.
—No tiene que ser ahora mismo —le digo. Para mi sorpresa, lo digo de verdad—. Pero seguiré deseándote, en cuanto consigas acostumbrarte a la idea de que te deseo y de que sigo siendo yo. No tengo por qué proyectar en mí tu odio a lo que te obligaron a hacer. Y además, no vi ninguna púa en tu pene la otra noche.
—¡Pero tú has cambiado demasiado! —explota, como un respiradero congelado que se libera al final—. Desde que la doctora Hanta te vio. Antes, tú eras tú: eras taciturna y pensativa, eras desconfiada, eras divertida… no sé cómo describirlo. Sea lo que sea que te haya hecho, te ha cambiado, Reeve. Tú te hubieras negado a hacer lo que fuera, solo porque se esperaba de ti, ¡y ahora quieres que me acueste contigo! ¿De verdad quieres quedarte atrapada en el YFH en el futuro previsible? ¿Atrapada y embarazada, además?
Me lo pienso un momento.
—¿Y cuál es el problema? —Hanta es una médico más que escrupulosa, y estoy segura de que sobreviviría a un embarazo… después de todo, todas las hembras mamífero de mi árbol genealógico lo hicieron antes que yo, ¿no? No puede ser tan malo, ¿no?
—Reeve —ahora me está mirando como si me hubiera transformado adaptando forma de batalla, escupiendo clavos y pistolas y armas ante sus ojos. ¡Es como si hubiera visto a un fantasma!—. ¿Qué te han hecho?
—Me han dado un modo para dejar de ser un monstruo —me inclino sobre él esperanzada—. ¿Me das un beso?
A pesar de haberlo planeado lo mejor posible, al final no hacemos el amor.
De hecho, cuando termino de limpiar y me voy a la cama, Sam se levanta y, con dignidad somnolienta, dice que se va a dormir solo.
Estoy tan enfadada y frustrada que me pondría a gritar. Mi problema se define fácilmente… es la solución la que se me escapa. No es que haya cambiado mucho, pero… con o sin el impulso de Hanta… he decidido dejar de luchar por un tiempo, y la manifestación externa parece un cambio enorme. Sam simplemente no ha llegado todavía de he llegado yo. No es fácil estar junto a una persona que parece haber cambiado todos sus valores y creencias, y sé que si hubiera sido Sam el que hubiera ido al hospital y hubiera vuelto a casa con ojos vidriosos y cambiado, yo estaría increíblemente mosqueada. Pero me gustaría que no proyectara en mí su ansiedad… yo estoy bien, de hecho, estoy mejor de lo que nunca lo he estado desde que me desperté bajo la custodia de los cirujanos confesores.
Sí, hay un problema: Fiore y Yourdon están haciendo algo muy dudoso con una copia señalizada del Curious Yellow, han encontrado la forma de vencer el parche de seguridad de los implantes de todos, y parece que están investigando cómo usar las reglas de control social instaladas a través del C.Y. para crear una dictadura emergente. Pero (y esto es lo más importante)… ¿por qué me debería importar? ¿No he tenido ya suficiente? No debo permitir que mis propios recuerdos me torturen; he estado a punto de matarme intentando hacer lo que Sanni y los otros de la Celda Azul de Seguridad querían. He intentado hacer lo que tenía que hacer, y no lo he conseguido. Y ahora…
Mi pequeño y sucio secreto es que mientras estuve en el hospital me di cuenta de que podía rendirme. Tengo a Sam. Tengo un trabajo que puede llegar a ser tan interesante como yo quiera. Puedo establecerme y ser feliz aquí por un tiempo, aunque las comodidades sean primitivas y algunos de los vecinos no me gusten. Hasta las dictaduras tienen que ofrecer a la gran mayoría de sus ciudadanos una vida diaria acogedora. No tengo por qué seguir luchando, y si dejo de hacerlo por un tiempo, me dejarán en paz. Siempre puedo volver después. Nadie va a gritar si dejo de hacerlo, salvo puede que Sam, pero al final él también se adaptará a mi nuevo yo.
La teoría es muy buena, pero no es de gran ayuda cuando estoy tanto tiempo llorando hasta que me quedo dormida, sola.