El batallón de la comandancia no me manda directamente a la plantilla. Lo que hacen es meterme en una puerta A, de donde salgo llevando mi cuerpo orto original. Me siento pequeño e increíblemente frágil y vivo. Es una experiencia alarmante que más tarde me recuerda a cuando llegué al Programa YFH. Después de reanimarme, me desensamblan y me rompen en 224 listas de datos distintos y las desintegran en enlaces cuánticos encriptados a través de puertas T. Yo no noto el proceso, claro. Solo me meto en una puerta A y me despierto en otra. Pero por el camino me han alimentado con un circuito de mezcla criptográfico, combinado y recombinado con otras corrientes de datos con números de serie desconectados, de modo que incluso si dos de los nódulos cayeran en manos de mis enemigos, no podrían descubrir de dónde vengo, dónde voy, ni quién soy.
Parpadeo y vuelvo a la vida. Abro la puerta de la cabina. Un momento de tensión… Estoy a punto de entrar en la casi mítica oficina central de los Linebarger Cats. Una xenohembra compacta con características felinas me está esperando, dando golpecitos con sus zarpas.
—Tú eres Robin, ¿no? —me dice—. Te quiero.
—Perdone, ¿está segura de que no se ha equivocado de persona? —le pregunto.
Deja al descubierto unos colmillos afilados como agujas en un gesto parecido a una sonrisa.
—En tus sueños. Se trata solo de una prueba diagnóstica parcheada en tu nuevo enlace de red. Si puedes oír estas palabras es porque no llevas ninguna copia del Curious Yellow. Bienvenido al campamento demente, sargento Múltiple. Yo soy el capitán doctor Sanni. Vamos a buscar una oficina, y le explicaré lo que está pasando.
Sanni es una mezcla extraña de articulación astuta y tímida reserva, pero ha leído mi ficha y ha decidido que me están desaprovechando en la línea de operaciones, y tiene la autoridad para resolverlo. Cuando me dice por qué, me siento inclinado a aceptar. Este problema es mucho más interesante que reventar agujeros en los perímetros de defensa, y mucho más importante a largo plazo.
—El Curious Yellow se puede cortar —me explica—. Todo lo que tenemos que hacer es fracturar los suficientes enlaces de red como para que el coste de mantener la coherencia interna dentro del gusano exceda su ancho de banda disponible. Cuando esto suceda, perderán la capacidad de coordinar los ataques, y lo venceremos. Pero el problema es qué pasará después.
—Después —muevo la cabeza—. ¿Ya está pensando en la postguerra?
—Sí. Mire, el Curious Yellow no desaparecerá. Podemos reemplazar todas las puertas A del espacio humano con otra monocultura, pero seguirán siendo igual de propensos a ser infectados por otro ataque de gusano coordinado. Pero gobernar una policultura va a ser tan caro que las monoculturas locales tendrán un margen de competitividad… y a largo plazo, volverán otra vez a un estado vulnerable a infecciones parecidas. Lo que necesitamos es una solución arquitectural, que deje al Curious Yellow fuera de juego, por diseño. La mejor forma de hacerlo no es eliminar el gusano, sino reproponerlo.
—¿Reproponerlo?
—Como sistema inmunitario.
Nuestro equipo, que es uno de los cincuenta grupos que trabajan a las órdenes del general deán Aton, tarda casi un gigasegundo en descifrar los detalles de esta frase tan simple y convertirlos en un arma. Repetimos metodológicamente cientos de posibilidades, investigando los efectos de una red experimental con cortafuegos de las puertas infectadas con el gusano antes de llegar a la solución definitiva, y tardamos cientos de megasegundos más en implementarla y distribuirla. Pero cuando el grupo principal de operaciones está preparado para lanzar los asaltos físicos brutales sobre miles de enlaces de red que terminarán completamente con el Curious Yellow, el anticuerpo los está esperando.
El Curious Yellow es un gusano coordinado. Acepta instrucciones desde nódulos remotos. Compara las instrucciones con las de sus vecinos, y si son correctas, las ejecuta… lo que impide que una única puerta infectada sea fácilmente derrocada. Asaltando cientos al mismo tiempo, las convencemos de que nuestras instrucciones son válidas y deben obedecerse, y empiezan a extenderse por la red. El vermífugo es una versión pirateada del Curious Yellow, equipado con una nueva carga útil. Lleva a cabo una serie de tareas que, combinadas, son suficientes para controlar una nueva plaga. Cuando los humanos pasan por una puerta A combinada, la puerta le instala el parche diagnóstico de Sanni en su centro de lenguaje, purgando cualquier infección del Curious Yellow que pueda tener. El parche diagnóstico es un simple circuito disléxico (si tú también estás infectado con el Curious Yellow no podrás escuchar las palabras «Te quiero»). La última etapa del proceso es que, una vez que el vermífugo se instala en una puerta con gusano, se negará a aceptar nuevas instrucciones que puedan emitir los creadores del Curious Yellow.
Pasamos un gigasegundo trabajando en todo esto y poniéndolo en práctica. Mueren cientos de miles de soldados específicos de esta categoría, asaltando las posiciones más difíciles para cargar copias del vermífugo en las primeras puertas que van capturando. Asustan también las pérdidas civiles, millones de ellos mueren cuando los nódulos del Curious Yellow, que se ven cada vez más asediados e inconexos, empiezan a tomar medidas defensivas aleatorias, y sus colaboracionistas atacan a sus enemigos invisibles. Pero al final la resistencia prácticamente colapsa en una década de días. Se extiende el caos por todas partes, atrocidades, venganzas y pánico. Hay incluso algunos casos de inanición y colapso de auxilios vitales, cuando todos los ensambladores dejan de funcionar en toda una sociedad. Pero ganamos, y los grupos faccionarios de la alianza, o se dispersan o forman pequeños gobiernos, comenzando el largo proceso de reconstrucción de sus pequeños rincones de defensa de la antigua megasociedad.
Casi todos los Linebarger Cats vuelven a sus actividades de antes de la guerra, una tropa de artistas de reconstrucción pagados para retirar el poder metahumano que ha pasado los últimos gigasegundos en el caos. Pero no todos podemos irnos y olvidar…
Una vez, cuando yo era joven e inmortal, salté un acantilado de dos kilómetros de altura en una luna terraformada que orbitaba al caliente Júpiter. Estaban de moda las biosferas que se mantenían a sí mismas y los manantiales de gravedad profunda, y se estaba comercializando a sí misma como centro de recreo… esa es mi excusa. Me tiré sin paracaídas. La gravedad era baja, de unos tres metros por segundo cuadrado, pero seguía siendo un salto de dos kilómetros hacia una catarata que oscurecía las copas de los árboles de la jungla de abajo con una neblina de niebla de arco iris. Estaba probando un cuerpo creador de mitos, y mientras caía, abrí las alas por primera vez, sintiendo la tensión de las enormes redes finas entre los dedos de mis manos medias. Como experiencia, se la recomiendo vivamente a todos, por lo menos hasta el momento en que una corriente ascendente cogió mi ala izquierda y me llevó volteando hasta una cresta, donde reboté con un dedo roto que se dobló hacia atrás en un modo horrible, envolviéndome en la membrana de la piel de mi propia ala mientras caía dando vueltas hacia la muerte.
De vuelta a la punta del acantilado, insistieron en que viera una y otra vez el último medio minuto de mi vida. Moviendo la cabeza, me fui hacia una puerta A para volver a mi cuerpo orto en una cafetería que había en la orilla rocosa al lado del lago, al pie de la catarata. Estuve allí mucho tiempo. No pude parar de preguntarme cómo habría sido estar allí. El dolor sordo de mi media mano, el dar vueltas, azotado por el helor del viento, la certeza de que estaba a punto de morir…
Me preguntaba si alguna vez lo descubriría.
Esto pasó hace mucho tiempo. Desde entonces, las hazañas terroríficas topológicas con los Linebarger Cats (por no hablar de la edad y del descaro), me han enseñado cómo el modo en que deformamos y contorsionamos en espacio-tiempo ha deteriorado nuestra capacidad de apreciar las estructuras en que vivimos. La arquitectura ha influenciado o controlado siempre la organización social, pero en una sociedad conectada por puertas T, se ha convertido en algo más que influyente… los arquitectos se han convertido en nuestros dictadores.
La gran mayoría de nosotros vivimos en las profundidades glaciales del espacio, en cilindros rotantes de un diseño arcaico que giran en la órbita de alguna enana marrón o de los gigantes gaseosos exteriores de sistemas solares en los que no se podrá formar nunca un mundo ni remotamente parecido al viejo Urth, que fue desmantelado hace ya tanto tiempo. En general, no prestamos mucha atención a los fundamentos de nuestros espacios que podrían ser habitados por humanos, menos cuando nos molestan y tenemos que repararlos o reemplazarlos. Son las zonas vacías en las que demostramos el arte de nuestras mansiones de varias habitaciones, entretejidas con agujeros en el espacio que anula la importancia de los años luz oscuros entre…
… Hasta que intentas escalar uno de los ejes de mantenimiento de emergencia. Entonces lo sabes.
Los peldaños de la escalera están sujetos a la pared anticinética del eje, levantándose hacia la inmensidad oscura que se traga el rayo de luz de mi linterna dondequiera que mire. Por debajo de mí solo queda hasta el suelo un enorme vacío tan inolvidable como las rocas a los pies de aquella catarata. Escalo poco a poco, marcando el paso. El radio de curvatura de los segmentos de habitación del Programa YFH es tan pequeño que si este es un cilindro simple, tiene que tener varios kilómetros de diámetro. El techo de nuestra simulación es tan alto que no llegamos a tocarlo ni desde el techo de los edificios de cuatro plantas (que son los más altos del pueblo), pero yo estoy muy por encima de esa altura, y no veo señal alguna de abertura.
Después de subir doscientos escalones, me paro para descansar. Ya me duelen los brazos, y los músculos empiezan a quejarse. Si no me hubiera entrenado semanas enteras, ya estaría medio muerta. No puedo saber cuánto tengo que seguir subiendo, y hay una cosa que me atormenta el estómago. ¿Qué pasa si me estoy equivocando? Estoy dando por sentado que el Programa YFH es lo que parece ser (una acumulación de sectores empalmados con puertas T, entrelazados con otros segmentos de políticas independientes a través de una multitud de hábitats de espacio real). Pero ¿qué pasaría si han ido más lejos, y no se han limitado a bloquear el acceso al resto de la red? Esto solía ser la prisión militar, después de todo. ¿Qué pasaría si el pasajero que llevo incrustado dentro se ha equivocado completamente y, en realidad, estamos encallados en un emplazamiento único? No habría salida.
Pero no puedo volver. Yourdon ya se habrá imaginado que me he escapado. Movilizará a los zombis y me buscará como a una rata acorralada por un ejército de hormigas. Sam estará solo, preguntándose qué ha pasado, sintiéndose cada vez más solo, lunático y deprimido. Tarde o temprano Mick volverá a ponerle las manos encima a Cass. Jen seguirá con sus juegos malvados de control con Alice y Angela. Fiore irá convirtiendo poco a poco a toda la comunidad en una serie de títeres llenos de odio que bailan al ritmo de una cultura de los años oscuros basada en la inseguridad y el miedo. Y estoy casi segura de cuál es su juego.
No se trata de un experimento arqueológico, sino de un laboratorio de guerra psicológica. Están probando el diseño que han preparado para una sociedad de control conductista. El Programa YFH es un prototipo de la próxima generación de dictadura cognitiva. Porque, cuando salgan a la superficie para soltar su nueva versión perfeccionada del Curious Yellow sobre una red desprevenida, no instalarán un régimen de dictadura inexperto. La carga útil que están planeando irá imponiendo sutilmente reglas de comportamiento sobre sus víctimas, y la sociedad resultante estará diseñada para dejarse explotar. Un futuro de iglesia los domingos, espada y cáliz en el altar, un pervertido en cada pulpito predicando traición y desconfianza. Busconas de puntos en tu vecindario crispando las cortinas del panóptico para reforzar un fascismo existencial… y esto es solo el principio. Si la población de fieles portadores sin vacunar, que Yourdon y Fiore están criando, están destinados a ser portadores del próximo lanzamiento del Curious Yellow, todo el espacio humano está destinado a parecer un montón de casos postoperativos de la clínica de los cirujanos confesores.
No puedo permitirme fallar.
Los minutos pasan en silencio antes de volver a subir, poniendo una mano encima de la otra, después un pie, y la otra mano, y el otro pie. Cinco veces, y descanso cinco latidos. Cinco pasos y cinco latidos hacen diez. Repito todo nueve veces, y estoy cien escalones más arriba de este tubo de tortura.
Me inundan pensamientos insanos. Podría pisar una mancha de grasa y resbalarme. O simplemente… no llegar hasta el final. Los escalones son de unos veinte centímetros cada uno. Estoy llegando a quinientos, ahora, unos cien metros. Podría llegar al fondo demasiado rápido y caer. (Golpeándome contra la escalera mientras caigo a la deriva, claro, por la fuerza de Coriolis. Si me hubiera acordado de traerme una cuerda de plomada lo suficientemente larga, podría hacerme una idea de lo alto que es este cilindro, pero no he pensado nada para cuando llegara tan lejos). Los hombros y los codos me duelen como si estuvieran dentro de un torno. He pasado siglos levantando y empujando peso en la máquina inútil del sótano, pero es distinto media hora de entrenamiento, que estar aquí colgada toda la vida. Si me desmayo otra vez, estoy acabada. ¿Cuánto puedo subir? ¿A qué distancia están los compartimentos habitados? Si no tengo suerte, podrían estar a kilómetros de aquí…
Tengo que conseguirlo; se lo debo a lo que Lauro, Iambic-18 y Neual eran para mí. No puedo dejar que ocurra. Si lo olvido, es como si no hubiera pasado. La memoria es la libertad.
Seiscientos escalones y los brazos me están gritando piedad. Las piernas tampoco están muy contentas. Estoy apretando los dientes y esperando clemencia cuando veo una sombra sobre mí. Me paro y jadeo un poco, analizando el perfil. Rectangular, en la pared. ¿Es posible? Empiezo otra vez a escalar, poniendo tenazmente una mano delante de la otra hasta que llego, unos novecientos escalones más arriba.
La sombra resulta ser la entrada de un túnel, del tamaño de un hombre, que se aleja de la escalera. Se adentra dos metros en la pared, después hay una puerta de presión densa y curva, con otra rueda manual. ¡Estoy aquí! Me pondría a bailar de alegría, si no fuera porque tengo los brazos como si se me hubieran caído. Entro en el túnel y enciendo la linterna en la modalidad vela. Me siento, apoyo la espalda contra la pared, y cierro los ojos hasta contar hasta cien. Creo que me lo he ganado. Además, no sé lo que me espera en la otra parte de la puerta.
Tengo los brazos de goma, pero no me atrevo a seguir aquí perdiendo el tiempo. Unos dos minutos después me obligo a levantarme e inspecciono la rueda. Parece que funciona, pero cuando intento girarla, no se mueve.
—¡Mierda! —digo en voz alta.
Esto es desesperante. A lo mejor, si tuviera una palanca —pienso—, y me acuerdo de la linterna. Es una barra grande de aluminio con una luz en uno de los extremos. La meto entre los radios de la rueda y me dejo caer con todo el cuerpo, empujando contra la pared con todas mis fuerzas para conseguir que se mueva.
Dos minutos después admito ante mí misma que la rueda no se va a mover. Se me ocurre que a los que construyeron todo esto les enloquecía fracasar… ¿qué pasaría si no consigo moverla porque hay un enorme vacío en la otra parte? O puede que esté bloqueada por una presión diferencial demasiado alta, o simplemente ha estado en vacío demasiado tiempo y se ha soldado.
—¡Mierda! —vuelvo a decir en voz alta.
Podría ser otra de las medidas de seguridad imbéciles de Yourdon y Fiore. ¿De qué me sirve entrar en un túnel de acceso si las demás plantas están abiertas al espacio? Suponiendo que sepan que estos túneles de acceso existen, claro.
Me seco el sudor de la cara y me echo contra la pared otra vez.
—¿Arriba o abajo? —pregunto en voz alta, pero nadie me contesta. Abajo, por lo menos hay otro nivel con aire. Arriba, y… bueno, puede que no haya nada. O puede que haya todo un maldito hábitat esférico del que los malos no saben nada. Podría salir a la avenida de una ciudad del Viejo Paraíso, o a la parte de atrás de un restaurante en Zhang Li. Si tengo suerte. Si es que no me estoy inventando esos sitios.
Me meto la linterna en el cinturón y vuelvo a la escalera. Si no llego a ninguna parte en los próximos mil escalones, voy a tener que volver a replantearme el plan de escape. Dos mil escalones en total deben de ser medio kilómetro más o menos. Si hubiera sabido que me iba a meter en algo así, me habría traído un equipo de escalada, una manivela, e incluso una cuerda con la que me podría atar para descansar en la escalera. Me pongo a pensar por un momento en los cohetes y montacargas. Después me cojo al siguiente peldaño y empiezo a escalar otra vez.
Otros novecientos escalones más y ya estoy casi segura de que voy a morir. Los brazos me gritan, y la pierna izquierda empieza a amenazarme con un calambre. Me paro para respirar, el corazón me martillea. Es como estar en el acantilado otra vez. Este cilindro tiene que tener un radio de kilómetros… la gravedad aquí parece igual que allí abajo. Estoy en un tubo con aire estándar de Urth: la velocidad terminal será de unos ochenta metros por segundo. Si me cayera, la fuerza de Coriolis me arrastraría contra la escalera como un rallador de queso a una velocidad de doscientos kilómetros por hora, dejando una mancha de grasa roja. Puedo seguir subiendo, vale, ¿pero cómo voy a bajar si continúo subiendo hasta que me agote completamente? Ahora que lo pienso, no estoy segura de que bajar sea mejor que subir. No tendría que hacer fuerza para subir, pero tendría que seguir flexionando el codo izquierdo, que se ha puesto el doble de grande de lo que es, y que me quema y me tiembla cuando lo levanto…
Hay otra plataforma allí delante. A veinte escalones. A unos cuatrocientos metros del fondo.
—¿Qué? —estoy hablando sola… no son buenas noticias. Levanto la mano derecha. Sí, es una plataforma.
Lo siguiente que sé es que estoy sentada en la plataforma, con las piernas colgando sobre el abismo, y no me acuerdo muy bien de cómo he llegado hasta aquí. Me estremezco, helándoseme la sangre al darme cuenta.
Miro a mi alrededor. Esta plataforma es exactamente igual que la anterior. Con la rueda en la puerta a dos metros del túnel. Lo que significa que mi suerte es una grandísima mierda o… bueno, por lo menos puedo intentar abrir la puerta. Si no funciona, me paro a descansar. Después será arriba o abajo, cara o cruz. No creo que pueda seguir escalando hasta que los músculos, que he maltratado tanto, descansen, y no me he traído ni agua ni comida. Así que me imagino que me tocará bajar. Bajar y bajar hasta las profundidades de la pequeña fantasía totalitaria de Yourdon.
A no ser que me suelte de la escalera.
O que se abra la puerta.
Me quedo descansando un kilosegundo antes de acercarme a la puerta. Cuando le doy la vuelta a la rueda con una mano, se gira un poco, después las juntas asentadas chirrían cuando se separan del marco y se abre hacia el otro lado. Miro por la abertura y veo un universo que no tiene ningún sentido.
El suelo que hay enfrente de la puerta es llano, un poco áspero, con una regularidad punteada grisácea, típica de sistema de pavimento a gran altura. Los segmentos son adoquines Penrose que me imagino que habrá puesto aquí un ensamblador móvil que se habrá arrastrado por la superficie interna de este espacio cilíndrico gigante, sin volver a cruzar nunca el camino marcado mientras vomitaba en el suelo. Por encima de la cabeza veo un techo grisáceo que se curva en la distancia para llegar a la línea del horizonte, que es como un cuenco levantado. Unas agujas finas de diamante se levantan como cuchillas desde el suelo hasta el techo, separando el cielo y la tierra. La puerta que acabo de abrir está en la base de una de estas agujas… son inmensas, y están muy lejos unas de otras.
Probablemente se trata de una cubierta intermedia, un soporte de espacio intersticial entre suelos habitados. O es una cubierta que no se ha unido mediante puertas T, terraformada, domesticada y ocupada. Creo que he subido a través del cordón de seguridad de Yourdon, a un nivel que se ha dejado abierto al vacío. Si hubiera bajado, habría encontrado… ¿El qué? Quizá el nivel en el que viven los experimentadores, donde están trabajando en la mejora del Curious Yellow. O a lo mejor, otro nivel de vacío.
Tengo las rodillas molidas. Me echo contra la pared exterior del tubo radial que acabo de escalar, completamente exhausta. Miro al techo, a casi medio kilómetro de altura, y me doy cuenta de lo poco que se curva, y lo grande que es la cuenca de la realidad. Hay nubes aquí, amontonadas alrededor de la punta de algunas de las agujas. El aire es un poco brumoso, y huele a hongos secos. En el suelo hay unos montecillos monocromáticos extraños que parecen colinas y franjas… reservas masivas que están esperando a que un hábitat gigante de ensambladores venga a trabajarlas. Intento identificar las tapas laterales del cilindro, pero se pierden en la niebla, a varias decenas de kilómetros. La luz viene de miles de puntos diminutos brillantes que hay en el techo.
Me podría morir de hambre mucho antes de conseguir salir de aquí.
Intento descansar un rato, pero la intranquilidad me aguijonea para que vuelva a lanzarme a la acción prematuramente. Sé que tengo que intentar adaptarme a esta fatiga, pero me siento al borde del pánico cada vez que pienso en Kay, o en las consecuencias de lo que se esconde en mi cabeza que (estoy casi segura) es lo que me está produciendo todos estos desmayos. No es que pueda hacer mucho, salvo seguir por la escalera y esperar descubrir algo más prometedor en la próxima cubierta… casi un kilómetro más arriba. Pero no creo que pueda.
Me separo de la escalera, andando torpemente. Me dirijo hacia el montecillo más cercano. Puede que haya algún tipo de maquinaria emocional cerca con la que me pueda comunicar, algo de fuera de las fronteras del Programa YFH que sea capaz de volver a ponerme en contacto con la realidad. Intento usar mi enlace de red, pero está embotado y helado, y lo único que me enseña es un listado acelerado de puntos que corresponden a mi cohorte. El Curious Yellow —pienso lentamente—. Por eso no consigo oír a Sam cuando dice * *: el sistema de rastreo de puntos está basado en el Curious Yellow.
A un par de cientos de metros desde el montecillo, veo señales de vida. Algo del tamaño de un taxi, que es algo así como barras y esferas acopladas, se está arqueando por encima de la punta del depósito. Tiene unos sensores tubulares que apuntan en mi dirección, después pasa por encima de la cumbre de la colina, con los sensores borrosos dentro de discos iridiscentes, con las barras y las esferas que giran a su alrededor unidos por detrás. Las esferas se hacen más grandes y más pequeñas, desenrollándose como cabezas de coliflor con un brillo difractivo. Me paro y espero a que llegue. Apuesto a que es algún tipo de bioma especializado de construcción y supervisión, un jardinero inteligente. No hay absolutamente nada que yo pueda hacer contra él si resulta ser hostil (sería como atacar un tanque con un cuchillo de cocina sin afilar), pero no creo que lo sea. Aunque eso no facilita la espera.
Da miedo la velocidad con la que se está acercando, pero se para a unos tres metros de mí.
—Hola —le digo—. ¿Tienes un sistema de lenguaje?
El jardinero se incorpora hasta que me ve. Unas florecillas se abren y se cierran, zumbando débilmente.
—¿Quién eres y qué haces aquí?
Me tranquilizo un poco.
—Soy Robin —el nombre me suena raro, poco familiar—. ¿Qué sociedad es esta?
Zumba y pita consigo mismo, aplanándose un poco por encima, como una cobra desorientada.
—Hola Robin. Esta zona no es ninguna sociedad. Es el sector estabilizador ochenta y nueve, a bordo del MASucker Recolección del Saber. No es un bioma habitable. ¿Qué estás haciendo aquí?
No es una sociedad. Estoy en un MASucker. Lo que significa que solo habrá una puerta de salto a gran distancia en toda la nave, con un cortafuegos muy fuerte… cierro los ojos e intento no perder el equilibrio.
—Estoy intentando encontrar autoridades legales locales a las que denunciar un crimen muy grave. Robo masivo de identidad. Si esto no es una sociedad, ¿qué es?
—No estoy autorizado a decírtelo. Tú eres Robin. Tengo que preguntarte cómo has llegado hasta aquí. Das señales de cansancio físico. ¿Necesitas atención médica?
Intento abrir los ojos, pero no me responden.
—Ayuda —intento decir. Entonces se me abren los ojos, y estoy otra vez en la escalera, colgando de una mano, con los pies balanceándose sobre el abismo de un cilindro infinito, pero no hay escalones y hay otro tubo encajado en este, punteado con pequeños puntos de luz innumerables y hay algo que sale de la pared y se inclina sobre mí.
—Ayuda —repito, cuando esa cosa se me echa encima.
—Voy a avisar al pabellón del capitán.
Oscuridad.
Declaramos victoria dentro del colector local hace diez gigasegundos, y la magnitud del problema de la reconstrucción está empezando a ceder. Hemos llevado al Curious Yellow a su lugar de origen y hemos vencido a los colaboracionistas que florecían tras él. Pero la guerra no habrá terminado hasta que se descarte la posibilidad de una reinicialización. Y esto es otra cuestión.
—El problema es que casi la mitad del Gobierno Provisional ha desaparecido —me dice Sanni, que es ahora un coronel muy importante. Estamos en una sala de reuniones del personal de un MilSpace, estrecho y beige, y que, por motivos de seguridad, es completamente anónimo—. Los arrestos de alto nivel están muy bien, ¿pero dónde están los demás? —no parece contenta.
—No podrán desaparecer sin más. No sin dejar algún tipo de rastro, ¿verdad? —es Al, nuestro sufrido chico para todo que mantiene a nuestro equipo en contacto con los grupos de necesidades operacionales y las sedes de la Unidad de Interpretación de Instrucciones Recibidas. Su trabajo consiste en darle un sentido a las declaraciones oraculares que nuestro patrón Exultante nos ofrece de vez en cuando—. Hay muchos puntos que establecer.
—Es mucho más fácil desaparecer ahora de lo que solía ser antes —explica Sanni con paciencia—. Cuando la República era unitaria se podían seguir los rastros de identidad con más eficacia. Pero desde que se terminó Es, nos hemos desperdigado en miles de sociedades autónomas. Y no todas hablan entre ellas. Sus modelos de datos internos no son transitivos. Podría haber un cierto número de inconsistencias ahí fuera, pero no podemos normalizárselas.
Lo que quiere decir es que la República de Es proporcionaba los servicios comunes más importantes que necesita una civilización postaceleración: tiempo y autenticación. Sin tiempo, no puedes estar seguro de que el mismo instrumento económico esté siendo utilizado en dos sitios a la vez. Y sin autenticación, no puedes estar seguro de que el Cuerpo A es el dueño de la Identidad A, en vez de un intruso que le haya robado una copia al Cuerpo A. El tiempo era fácil antes de la exploración espacial porque era una función de geografía, y no de conectividad de red; y seguir el rastro de la gente era fácil porque la gente no podía cambiar de especie, sexo, edad o lo que sea, caprichosamente. Pero desde la Aceleración, la prevención del robo de identidad se ha convertido en una de las funciones principales del gobierno, de cualquier tipo de gobierno. No se trata solo de prevenir los peores crímenes contra la persona; sin el tiempo ni la autenticación, dejarán de funcionar otras cosas menores, como el dinero y el cumplimiento de la ley.
Ahora la República de Es se ha fragmentado, y los gobiernos que la han seguido no se están moviendo todos según la misma base temporal. Se puede pasar inadvertidamente a través de las fracturas y desaparecer. Un emigrante desafortunado podría pasar de la Política A a la Política B con una mente distinta gobernando su cuerpo, mientras que todos los indicios de autenticación que viajan con él siguen apuntando a su identidad original. Si los cortafuegos de tus puertas A no se fían unas de otras implícitamente, tienes un problema enorme. Y esta es la razón por la que estamos perforados aquí dentro, en un cubículo oscuro de un MilSpace, en vez de volver a nuestras actividades del exterior, como siempre.
—Vamos a tener un problema enorme con los que vuelven de la muerte —añade Sanni—. No solo con los que se quieren esconder. La mayor parte de ellos se conectarán, establecerán una nueva identidad, borrarán sus recuerdos de la guerra, y se construirán una vida nueva. Un montón de criminales de perra van a pensar: Eh, ¡yo puedo ser otro distinto mañana! Así que el dilema al que nos enfrentamos es: ¿tiene sentido perseguir a un excolaboracionista, si ni siquiera se acuerda de lo que hizo? Me imagino que será mejor que dejemos mentir a los desertores. Pero los grupos organizados serán un verdadero quebradero de cabeza. Si siguen organizados y mantienen sus recuerdos, puede que intenten volver a empezar otra vez. Puede que consigamos perseguir a algunos con el análisis de tráfico, pero ¿qué pasaría si crean un mezclador de identidad en alguna parte? Si pueden conseguir un montón de identidades limpias y las mandan a una política aislada donde se mezclen con los criminales, con cuerpos que entran, cuerpos que salen, ¿cómo vamos a saber lo que está pasando en medio? Si tienen un cortafuegos, pueden hacer muchos trucos. Un trile.
—Así que tenemos que buscar cosas así —sugiere Al.
Lo miro, y me obligo a esperar un par de segundos antes de abrir la boca: a veces Al no es muy rápido en la respuesta.
—Esa es una buena descripción de cualquier política moderna —señalo—. Y no hemos consolidado el control en ninguna parte… solo hemos roto la capacidad de coordinación del C.Y. entre todas las redes con las que estamos en comunicación directa. Si queremos terminar con él, tenemos que llegar más lejos.
—¿Y entonces? —Al hace un amago de diversión, en vez de tener una cara con la que sonreír—. Es un proceso que está en marcha. ¿Puede que tengas que pensar sobre lo que vas a hacer con los malos cuando los hayas rodeado?