Paso mucho tiempo tumbada en la cama despierta, imaginándome lo que me gustaría hacerle a Mick, lo que creo que se merece por lo que ha hecho… pero que sé que nunca va a pasar. Al final me duermo después de una fantasía terrible, y vuelvo a soñar, pero esta vez no es una pesadilla. Es más bien una vuelta al pasado, un recuerdo de cómo empezó mi vida como un tanque. Me imagino que estos recuerdos deberían ser una pesadilla, si tuvieran todavía algún impacto emocional… Son grotescos y llenos de significado, pero lejanos en el tiempo y sin prioridad.
Estoy en el MASucker Agradecimiento a la Duración desde hace casi un gigasegundo mientras avanza lentamente a través del espacio interestelar. En realidad yo ya no puedo hacer nada más… el Curious Yellow nos ha desconectado, y parece que considera la nave digna de un tratamiento especial basándose en sus sistemas de autocontrol. Preocupadísimo por mi familia, templado por el temor ante mi situación, me compruebo en uno de los ensambladores de la nave cuando está claro que no se trata de una pausa temporal, que algo enorme y extremadamente malo ha debido de pasarle a la República de Es y que no se puede hacer nada. No podremos saber qué ha pasado hasta que el Agradecimiento a la Duración llegue a su próximo destino, a un lugar oscuro de retiro religioso que está en la órbita de un pequeño gigante gaseoso muy frío que gira a su vez en la órbita de una enana marrón que se encuentra a unos treinta trillones de kilómetros de aquí. Consigo que el capitán Vecken me prometa que me deserializará si pasa algo interesante, y que después me archivará para el almacén de copias mientras dure.
Cuando parpadeo y me despierto en una puerta A, todo el universo ha cambiado a mi alrededor. He estado dormido un gigasegundo mientras avanzábamos a casi tres años luz de Urth y después pasamos un ciclo decelerando con unas condiciones inesperadas para acudir a una cita con el Refugio Delta. El monasterio de contemplación ha sido borrado y archivado en almacenamiento profundo, y se han reconfigurado sus bits y átomos para dar forma a las siniestras construcciones angulosas de un completo militar industrial. El capitán Vecket no quiere prestarle su nave a la resistencia conspiradora, pero está de acuerdo con imprimir un clon de su única puerta A para ayudar a acelerar sus intentos chapuceros de construir mal y rápido un nanoecosistema estéril no infectado. Y quiere dejarme en tierra. Así que me uno a la resistencia.
En aquel momento (cuando me uno a ellos por primera vez) los Linebarger Cats son un grupo informal de refugiados, disidentes y, en general, alienistas no cooperativos, que se resienten ante cualquier tentativa de dictar su espacio fásico consciente. Viven en unos pocos habitáculos restringidos donde no se preocupan por ocultar la artificiosidad del ambiente. Durante mis primeros kilosegundos los enigmáticos paramilitares que insisten en venir a buscarme mientras salgo de la cápsula de transbordo me cuentan lo que me he perdido. El virus es un gusano de historia. Se infiltra en las puertas A. Si pasas por una puerta A infectada, te borra cruelmente partes de la memoria (casi siempre aleatoriamente, pero si te acordabas de algo de antes de la República de Es, lo más normal es que lo pierdas). Después copia su propio módulo central operativo en tu enlace de red. Hay algunas instrucciones de arranque. Si encuentras una puerta que no haya sido infectada, te produce el impulso irresistible de activar tu operador de depurador de sistemas, introducir los comandos por medio del interfaz oral, y cargarte. Cuando la puerta A ejecuta la secuencia de arranque infectada de tu enlace de red, se la copia, y… ¡ya está!… otra puerta infectada.
Los ensambladores tienen una tecnología vieja, y durante gigasegundos han seguido una única monocultura, la mejor raza, usando los mismos subsistemas… si quieres una puerta A nueva, solo tienes que decírselo al ensamblador que tengas más cerca, y te la clona. No sabemos dónde empezó el Curious Yellow, pero cuando salió a la luz, se extendió como el gas, filtrándose por la red hasta que llegó a todas partes.
Un gusano tarda bastante en invadir una red de puertas A, siempre que se expanda con cautela, usando los cerebros humanos como vector de infección, pero una vez que la infección ha alcanzado su cota máxima, es virtualmente imposible impedir que se expanda por todas partes.
Una vez enviada la señal de activación, todo se acelera. De repente, aparecen canales de instrucción. Las puertas A infectadas emanan defensas, comprimen enlaces de red seguros a las puertas T más cercanas, y empiezan a comunicarse entre ellas directamente para pasar órdenes e información. Esto es lo que llama la atención del Curious Yellow: las puertas A infectadas pueden mandarse paquetes de información entre ellas, de igual a igual. Si tienes las claves de autenticación correctas, puedes mandar instrucciones a una puerta lejana ejecutando el Curious Yellow para que hagan lo que les órdenes. O para modificar las cosas. O para cambiar a la gente cuando pase por ellas. Son como un cajón donde puedes meter de todo.
Aparecen armas terroríficas, aparentemente al azar, que se dedican a buscar y destruir misiones quién sabe por qué. Alguien, en alguna parte, está escribiendo las macros, y el único modo de estar limpio es cortar las conexiones de todas las puertas T, para que no lleguen las órdenes a los ensambladores. Pero las puertas A siguen infectadas, ejecutando el Curious Yellow. Y si las usas para crear más puertas A, estas estarán infectadas también, aunque utilices plantillas de diseño nuevas… la carga útil del Curious Yellow lleva incorporado un formato de reconocimiento para nanorrepetidores y se inserta en todo lo que le parezca remotamente similar. La única solución es volver a la tecnología prerrepetidora, usar las puertas infectadas para hacer instrumentos mudos, y después intentar reconstruir un ensamblador estéril con los escombros de los tecnosistemas de la postaceleración.
O te puedes rendir al Curious Yellow e intentar vivir con las consecuencias, como los Linebarger Cats me explicaron con monosílabos. Después me preguntaron qué era lo que pretendía hacer, y les pregunté si me podía inscribir.
Lo que explica cómo terminé siendo un tanque, pero, en realidad, no explica por qué.
Me despierto cuando la clara luz del alba llega al borde de mi almohada. Me estiro y bostezo, y veo a Sam durmiendo a mi lado y, por un momento tan lleno de cariño que me para el corazón, deseo con todas mis fuerzas volver a estar fuera de aquí, donde yo soy Robin y ella es Kay y los dos somos humanos normales con la capacidad de ser lo que queramos ser y hacer lo que queramos hacer. Por un momento desearía no haber descubierto quién era…
Así que me esfuerzo por levantarme. Es un día laboral, y tengo que ir a trabajar porque tengo, por lo menos, un cliente que atender… Fiore. Estoy cansada y preocupada, preguntándome, en la fría luz del día, si no habré hecho saltar todo por los aires. Se me hace raro ir a trabajar como cualquier otro día, después de lo que pasó ayer. Es el tipo de comportamiento que seguiría un zombi… como si fuera una crin tura completamente privada de conciencia, que obedece a las órdenes de un titiritero desconocido. Pero hay algo más que cumplir con mi trabajo —me digo a mí misma—. Tengo otro objetivo en mente, algo más que hacer para lo que un día de trabajo es solo una tapadera. Todavía no sé exactamente qué es lo que está pasando aquí, ni por qué me han mandado, ni quiénes son Yourdon ni Fiore, pero han pasado ya bastantes cosas como para empezar a hacerme una idea, y la figura que está tomando forma no es bonita en absoluto.
Estoy segura de que, desde el exterior, el Programa YFH tiene que parecer un experimento de psicología social satisfactorio. Es una comunidad microcósmica cerrada que está estableciendo sus propias reglas y dinámicas internas que parecen ser terriblemente parecidas a las de algunos de los libros que he leído en la biblioteca en mis horas libres. Les tiene que estar proporcionando una buena retroalimentación sobre la sociedad de la Edad Oscura a Yourdon y a Fiore, de la que se vanagloriarán ante el comité de supervisión nombrado por la Academia. Pero dentro de esta prisión, las cosas están cambiando rápidamente. Cuando Yourdon y Fiore, y el misterioso Hanta, anuncien su continuación, y digan que todos los participantes hemos dado nuestro consentimiento para continuar, nadie se parará a examinar la situación con mucho detalle. Para entonces, la población experimental prácticamente se habrá duplicado. La mitad de sus miembros serán ciudadanos nuevos nacidos aquí, que no sabrán que existe un comité de vigilancia en el exterior. Puede que sea incluso peor… tengo que ir al hospital a ver a Cass, curiosear y ver cómo son las unidades de maternidad. Apuesto a que son bastante más avanzadas que las de la Edad Oscura. Y que están esperando un montón de partos múltiples.
También está el tema de las cajas de archivos del depósito de documentos. Supongo que contendrán cerca de un billón de palabras con datos, consignados a un almacenaje medio que será estable durante decenas de gigasegundos o, potencialmente, hasta cientos de ellos. Esporas. Para eso necesitan a los niños, ¿no? No logro recordar por qué ya no hay estallidos del Curious Yellow, es uno de los recuerdos que se han quedado enterrados demasiado dentro de mí y que no consigo sacar a la luz. Pero tiene que haber una relación, ¿no? El Curious Yellow original se expandía a través de portadores humanos, que eran cruelmente reeditados para insertarles el módulo central de su sistema operativo y que expidieran sus comandos de depuración para cargarlos y ejecutarlos en todos los ensambladores que encontraran a través de sus enlaces de red. Nuestros enlaces de red no funcionan bien, ¿no? Mmm. Las nuevas puertas A son distintas, pero, de todas formas, tienen una sola monocultura, diseñada para resistir la estrategia de infección del Curious Yellow. No puedo dejar de pensar en ese ensamblador MilSpec del sótano de la biblioteca. Hay algo que se me escapa, algo de lo que no tengo datos suficientes para…
Me he vestido para ir al trabajo, estoy de pie en la cocina con una taza de café, y no me acuerdo cómo he llegado hasta aquí. Me estremezco, presa de una sensación de horror abstracto desconocido. ¿Será que me he vestido, bajado las escaleras y preparado el café tan abstraída en mis propios pensamientos, intentando descubrir el propósito real de este sitio, que no me he dado cuenta? ¿O está pasando algo mucho peor? El modo en que puedo leer las palabras «Te quiero» pero las oigo «* *» sugiere que hay algo que no funciona bien en mi centro de lenguaje. Pero si estoy sufriendo interrupciones cortas de la memoria, puede que esté enferma. O sea, realmente enferma. Me pica la parte de atrás de la cintura por el sudor frío cuando me doy cuenta de que estoy a punto de deshacerme como un jersey de lana que se ha enganchado con un clavo. Sé que mi memoria está llena de lagunas allí donde se han roto las asociaciones entre conceptos y experiencias, pero ¿qué pasaría si hubiera perdido demasiada memoria? ¿Podría desaparecer espontáneamente el resto de mí, si el lenguaje, la memoria y las percepciones cayeran víctimas de un exceso de reescritura?
No saber quién eres es incluso peor que no saber quién has sido.
Salgo de casa lo más rápido que puedo (dejando a Sam dormido en la habitación de arriba) y me voy a trabajar. El clima es tan cálido como siempre (parece que nos estamos moviendo en una estación programada para el verano), y llego a buena hora, a pesar de que he seguido la dirección contraria, con la idea de dar la vuelta por detrás y llegar al centro, donde está la biblioteca, por otro camino.
Abro la biblioteca. Está limpia y ordenada, así que me imagino que mientras no estamos ni Janis ni yo, tiene que haber un empleado zombi. Me voy a la habitación del fondo para coger fuerzas con otro café antes de que llegue Fiore, y mientras espero que hierva el agua, me encuentro con una sorpresa.
—¡Janis! ¿Qué haces por aquí? Creía que estabas en casa.
—Me encuentro mucho mejor —dice, invocando una pálida sonrisa—. La semana pasada estaba fatal, y el dolor lumbar me estaba matando, pero ahora tengo menos náuseas y, mientras no tenga que agacharme o levantar peso, estaré bien. Así que he pensado venir y sentarme en el mostrador.
¡Mierda!
—Bueno, ha estado bastante tranquilo los últimos días —le digo—. No tienes que quedarte —se me ocurre una cosa—. ¿Te han dicho lo que pasó el domingo?
—Sí —se pone seria—. Sabía que iba a pasar algo malo… Esther y Phil eran demasiado indiscretos… pero no me esperaba nada como…
—¿Quieres un café? —improviso, intentando inventarme una forma de sacarla de aquí mientras que yo hago cosas que me podrían acarrear serios problemas si no salen bien.
—Sí, gracias —tiene la expresión de cuando está absorta—. Podría estrangular a ese pedazo de mierda grasienta.
—Fiore va a venir esta mañana —digo, intentando usar el tono de voz más despreocupado que puedo, esperando llamar su atención.
—Sí… ¿verdad? —me mira fijamente.
Me paso la lengua por los labios.
—Ayer por la noche pasó otra cosa. Yo… serías de gran ayuda si me pudieras hacer un favor.
—¿Qué clase de favor? Si tiene que ver con lo del domingo…
—No —respiro profundamente—. Se trata de un miembro de mi cohorte. Cass. Su marido, Mick, ha estado, eh, en fin, unos cuantos fuimos ayer por la noche a su casa y llevamos a Cass al hospital. Nos estamos asegurando de que él no se le acerque, y mientras tanto…
—Mick es un tipo bajo, con la nariz grande y ojos de loco, ¿verdad?
—Sí.
Janis blasfema, en silencio.
—¿Cómo fue?
Pienso por un momento cuánto debo contarle.
—Lo peor posible. Me temo que si la vuelve a encontrar, la mata —la miro—. Janis, Fiore lo sabía. ¡Tenía que saberlo! Y no ha hecho nada. Medio me espero que nos clave a todos una tonelada de puntos el domingo que viene por haber intervenido.
Asiente, pensativa.
—Entonces, ¿qué quieres que haga?
Apago la máquina del café.
—Tómate el día libre por enfermedad, como estos últimos días. Ve al hospital, visita a Cass. Si le han encajado la mandíbula, podrá hablar. No podemos estar con ella todo el tiempo, pero creo que necesitará tener a alguien cerca. Y a alguien que llame a la policía si Mick aparece. No sé si los zombis del hospital lo harían.
—Olvida el café, me voy —mientras se levanta, me mira raro—. Suerte con lo que sea que estés planeando para Fiore —me dice—. Espero que duela —y se va hacia la puerta.
Cuando Janis se va, yo me pongo a esperar detrás del mostrador. Fiore aparece a media mañana, y me ignora deliberadamente. Le ofrezco un café y me lanza una mirada recelosa, en lugar de un «sí»… parece desconfiado. ¿Será por lo de ayer por la noche? Pero ha venido solo, sin policía ni congregación doméstica de busconas de puntos que lo apoyen. Él finge que no me ve, y yo finjo que no sé que algo va mal. Se dirige hacia la puerta cerrada con llave de la sección de referencia, y yo me esfuerzo por aguantar el golpe de tos que me oprime los pulmones desde que se ha ido.
Sigo con las manos tensas y agarrando las asas de mi bolsa como si fueran las manos de otro. En la bolsa hay una navaja, y he afilado la cuchilla. No es gran cosa como puñal, pero apuesto a que Fiore tampoco es un gran luchador. Con suerte, no se dará cuenta de nada, o pensará que ha sido Yourdon el que ha cambiado un poco el sótano, así que lo dejará como está. El cuchillo lo llevo para el peor de los casos, si creo que Fiore se ha dado cuenta de lo que estoy haciendo. Es mucho peor que el equipo con el que solía trabajar, pero es mejor que nada. Así que me siento aquí como un bibliotecario decente y remilgado, imaginándome que le corto la cabeza al cura con una navaja mientras espero a que salga del depósito.
Por la espalda me corren pequeñas gotas de sudor cuando miro al patio que da a la autopista, viendo las figuras de sol y sombra que producen las hojas de los cerezos que hay a los lados del camino y que se mezclan con los adoquines. Me empieza a doler la cabeza cuando vuelvo a repasar la información fragmentaria que tengo. ¿Mis desconexiones intermitentes me estarán ocultando algo que necesito saber?
Enigma: ¿Por qué tres especialistas en operaciones psicológicas renegados desaparecidos en mitad del caos que siguió a la caída de la República de Es aparecen en un experimento que reactiva un periodo histórico del que prácticamente no se sabe nada? ¿Y por qué el armario de archivos de la biblioteca contiene lo que parece una copia del bytecode del Curious Yellow, impresa en papel? ¿Por qué no oigo las palabras «Te quiero», y por qué tengo cortes intermitentes de memoria? ¿Por qué hay una puerta A solitaria en el sótano, y qué está haciendo Fiore con ella? ¿Y por qué Yourdon quiere que tengamos montones y montones de niños?
No lo sé. Pero hay una cosa que tengo clarísima: estos canallas solían trabajar para el Curious Yellow o alguna de las dictaduras cognitivas, y todo esto tiene que tener alguna relación con las secuelas de las guerras de censura. Yo estoy aquí porque mi antiguo yo, el tipo maquiavélico de la pluma tallada con su propio fémur, albergaba serias sospechas en esta misma línea. Pero para hacerme entrar a través de los cortafuegos del YFH ha tenido que borrar los trozos de la memoria que lo delatarían… ¡pero son exactamente esos los datos que necesito para poder entender la situación!
Es frustrante. Y también es muy preocupante, porque aquí hay mucho más en juego que mi propia seguridad… ya sea por parte de los experimentadores o de las otras víctimas. Tengo una vaga idea del dolor y sufrimiento que causó el Curious Yellow la primera vez que apareció, y de la terrible lucha que supuso cortar las redes de tipo Chord del gusano y esterilizar todos los ensambladores. Terminó por romper lo que una vez fue una civilización interestelar integrada, reduciéndola a un entresijo de sociedades de diamante fragmentado. ¿Cómo conseguimos pararlo…?
Pasos. Es Fiore, que parece curiosamente satisfecho de sí mismo, mientras se dirige a la puerta de la biblioteca.
—¿Ha terminado, padre? —le pregunto.
—Sí, esto es todo por hoy —inclina la cabeza hacia mí, en un gesto que pretende ser amable, pero que termina siendo un movimiento pomposo. Después frunce el ceño—. Ah, Reeve. Tú estuviste involucrada en lo que pasó anoche, supongo.
Agarro con fuerza, con la mano izquierda, el cuchillo que llevo en la bolsa.
—Sí —lo miro fijamente—. ¿Usted sabía lo que Mick le estaba haciendo a Cass?
—Yo sé que… —parece que se le ha ocurrido algo, porque a mitad de la frase cambia de dirección—. Es muy grave interferir en la sagrada relación que hay entre marido y mujer. Pero en algunos casos puede justificarse —me mira muy serio—. Estaba embarazada, sabes.
—¿Y?
Debe de pensar que mi expresión indica desconcierto, porque me explica:
—Si no hubierais intervenido, habría perdido el niño —mira su reloj—. Ahora tienes que perdonarme… tengo una cita. Buenos días —y, de repente, ya se ha ido. Me quedo mirándolo mientras se aleja, boquiabierta por no dar crédito a la situación.
¿Por qué le preocupa a Fiore la salud de un feto, pero no le importa que su madre haya sido agredida, violada una y otra vez, hecha prisionera durante semanas, y mutilada de tal modo que quizá nunca más pueda volver a andar? ¿Por qué? Tiene toda la empatía humana de un zombi. ¿Cuál es su problema? ¿Y por qué ha cambiado de tono de repente? Estoy segura de que estaba a punto de condenar lo que hicimos anoche, pero después se ha moderado. ¿Será porque teme que el obispo le pueda decir algo si incita una nueva revuelta por el modo en que rescatamos a Cass, o habrá algo más?
Quieren que tengamos un montón de hijos. Pero ¿por qué es tan importante para ellos? ¿Tendrá algo que ver con el Curious Yellow?
Aprieto los dientes hasta que Fiore se pierde de vista, después me bajo del taburete de un salto, cuelgo el cartel de CERRADO, y me voy hacia la puerta que está cerrada con llave. El sótano secreto de debajo de las escaleras está como lo dejé, menos el ensamblador, que está resoplando y gorgoteando mientras carga materias primas o líquido de refrigeración o algo así por los tubos del suelo. Supongo que Fiore lo habrá dejado cargando algún lote de trabajo bien largo. Pero no he bajado aquí para ver lo que está haciendo el ensamblador, sino para coger el carrete de la cámara de vídeo que dejé puesto en la estantería del instrumental.
La cámara de vídeo es una caja pequeña de metal con una lente en uno de los lados y una pantalla en el otro. No sé cómo funciona por dentro. Seguro que no es un artefacto original de los años oscuros (he visto fotos en los libros de la biblioteca), pero cumple la misma función. Como habrá pasado con los demás artefactos técnicos de este programa, seguramente habrá habido algún diseñador que se haya roto el lomo trabajando en ella, intentando darle la funcionalidad exacta, sin añadir demasiado. No les salió bien, pero tampoco demasiado mal. Las máquinas originales usaban cosas que llamaban cintas o discos, pero este lo único que hace es escribir lo que ve durante un gigasegundo en una memoria de diamante del tamaño de un grano de arena.
Me siento en el sillón para ver lo que hay en la grabadora. Pongo la bolsa cerca, y pulso la pantalla hasta que he rebobinado de una a tres horas. Después paso las horas de oscuridad hasta que se encienden las luces y aparece Fiore. A una velocidad el triple de rápida de lo normal, veo que va a las estanterías y coge dos archivos. Pulso pausa y zoom para ver qué es lo que está leyendo: Política de los delitos sexuales, y después le echa un ojo al índice de estabilidad familiar, sea lo que quiera que sea. Un poco después se acerca lentamente a la puerta A y le habla, haciendo algunos gestos ante el terminal. No veo ninguna señal de autenticación biométrica, ni que se haga ningún escáner de retina, pero seguramente habrá usado alguna contraseña. La puerta del cilindro gira sobre su eje, y entra. Paso las imágenes rápidamente y, un kilosegundo más tarde, vuelve a salir parpadeando. Así que se ha hecho una copia, ¿eh?
De vuelta en el control del terminal, Fiore activa algunos comandos, y la puerta empieza a resoplar. Miro hacia atrás por encima del hombro. Sí, sigue haciéndolo… debe de ser algún tipo de trabajo de síntesis. Va hacia las escaleras y…
¡Mierda! Me doy la vuelta de golpe y cojo la bolsa. El cilindro de la puerta A está abierta.
Tengo el cuchillo en la mano izquierda, y la bolsa en la derecha. Todo está clarísimo. Fiore desconfiaba. Se ha hecho una copia, ha preparado una emboscada, y yo he caído en ella. El cilindro gira y el interior queda a la vista. Una luz blanca, olor de violetas y algún volátil orgánico extraño, un poco de vapor. Hay algo o alguien ahí, moviéndose.
Me lanzo hacia atrás, con la bolsa levantada, y el cuchillo listo para bloquear lo que sea. Se están levantando, moviendo la cabeza. Solo tendré esta oportunidad. Con el corazón martilleándome, le pongo la bolsa vacía por la cabeza, pelo largo y lacio, grandes mejillas que se bambolean mientras levanta las manos, y le aprieto la lama del cuchillo contra el cuello y grito:
—¡No te muevas!
La copia de Fiore se queda helada.
—Esto es un cuchillo. Si te mueves o haces algún ruido o intentas quitarte la bolsa de la cabeza, te corto el cuello. Si has entendido, di «Sí».
La voz está amortiguada, pero parece casi divertirse.
—¿Y qué pasa si digo «No»?
—Te corto el cuello —muevo un poco el cuchillo.
—Sí —dice a toda prisa.
—Está bien —ajusto la bolsa—. Ahora deja que te diga una cosa. Crees que tienes un enlace de red que funciona, y que puedes pedir ayuda. Pero estás equivocado, porque los enlaces de red funcionan mediante propagación espectral, pero tienes una jaula de Faraday cubriéndote la cabeza y, aunque esté abierta por debajo, estás en una celda. La señal está atenuada. ¿Lo entiendes?
Pausa.
—¿Hay alguien ahí? —parece que se está asustando. Buen chico.
—Me alegra que hayas dicho eso, porque si no, te hubiera cortado la garganta —le digo—. Como ya te he dicho, si intentas quitarte la bolsa, te mato inmediatamente.
Está temblando. Oh, no debería de estar disfrutando, pero lo estoy haciendo. Por todo lo que nos has hecho, debería matarte más de cien veces. ¿En qué me he metido? Estoy casi temblando con la intensidad de… es como hambre, deseos.
—Escucha bien las instrucciones. Dentro de poco te pediré que te levantes. Cuando lo haga, quiero que te levantes despacio, con las manos a los lados. Si en algún momento no sientes el cuchillo, será mejor que no te muevas, porque si te sigues moviendo, te mato. Cuando estés de pie, das un paso adelante de cincuenta centímetros, y pones las manos lentamente detrás de la espalda. Y te coges las manos enlazando los dedos. Ahora, despacio, levántate.
Fiore, para decir de él lo que se merece, tiene la suficiente frialdad de mente como para hacer exactamente lo que le digo sin titubear y sin histerismos. O puede que sepa exactamente lo que le espera si no obedece. No puede no saber cuánto lo odiamos, ¿no?
—Da un paso adelante, después pon las manos detrás de la espalda —le digo. Da un paso. Tengo que estirarme para mantener el cuchillo en el cuello, pero con la mano libre sigo su brazo derecho mientras se lo pone detrás. Ahora es el momento más peligroso… si da una patada hacia atrás mientras le estoy atando las manos, me podría malherir y escapar. Pero apuesto a que Fiore sabe muy poco de violencia física uno-a-uno, y la bolsa que tiene en la cabeza lo desorientará lo suficiente. Doy un paso a un lado, me meto la mano derecha en el bolsillo hasta que encuentro lo que estoy buscando, y aprieto el tubo para que le caiga el contenido en las manos y en los dedos. Pegamento de cianocrilato, las esposas del bibliotecario.
—No muevas las manos —le digo.
—¿Qué es esto? —se para. Está claro que no puede evitar mover las manos, y el pegamento se agrieta. Es menos viscoso que el agua, pero polimeriza en segundos. Muevo el cuchillo a un lado del cuello y examino mi trabajo manual. Podría separar las manos si está dispuesto a dejarse atrás la piel, pero no me pillará por sorpresa mientras lo hace.
—Muy bien, ahora vamos a dar tres pasos hacia adelante. Sí, puedes andar. Te diré cuándo te tienes que parar… despacio, despacio, ¡para!
Lo paro en mitad de un camino sin obstáculos. Tengo que pensar. Está respirando con dificultad dentro de esa capucha improvisada, y apesta por el sudor que le produce el miedo. Dentro de un momento se dará cuenta de que no lo puedo dejar con vida, y no lo podré controlar. Debo de tener unos veinte segundos…
—Cuando mi marido me dice * *, no lo oigo —le digo, como si estuviéramos conversando—. ¿Qué significa?
—Significa que el Curious Yellow te ha infectado. —Parece extrañamente tranquilo.
—Te has hecho una copia para ver quién estaba entrando aquí —le digo—. Muy astuto. ¿Temías que estuviera usando la puerta A?
—Sí —dice con sequedad.
—Es inmune a la variedad de la que estoy infectado, ¿verdad?
Siento que tensa los músculos.
—Sí —dice de mala gana.
—¿Y Yourdon no insistió en que estaba encerrado en vuestros enlaces de red? —le pregunto, poniéndome nerviosa al saber que todo dependía de la respuesta correcta.
No me la da verbalmente, pero refunfuña y empieza a intentar separar las manos, así que yo sé que estoy en lo cierto, aunque también sé que me quedan tres segundos, más o menos. De modo que me acerco a él y le paso la mano derecha por el pecho, avanzando hacia abajo, y se queda inmóvil cuando llego a la entrepierna. Un alivio… es anatómicamente ortohumano, masculino. Le cojo los testículos y los aprieto con fuerza. De repente se dobla como una navaja hacia adelante, sin decir una palabra y jadeando, a punto de golpearme por la violencia con que lo hace, y la bolsa sale volando. Pero está bien, porque lo agarro del pelo, y mientras está preocupado por el dolor que lo ha dejado sin habla, tiro de la cabeza y le paso la lama del cuchillo por la arteria carótida y el cartílago tiroides, justo debajo del hueso hioides.
Ves, la diferencia entre Fiore y yo es que yo no disfruto matando, pero sé cómo se hace. Mientras que Fiore se dedica a sus fantasías de control y ver cómo las busconas de puntos linchan a los amantes, no se le ocurre pedirle a su ensamblador que lo reintegre llevando un arma, y ha tardado casi veinte segundos en darse cuenta de que tendría que matarlo, independientemente de lo que hiciera o dijera. Básicamente, Fiore es el tipo de asesino burocrático que hace sus experimentos apretando un botón por control remoto, mientras que yo…
Me quedo otra vez en blanco.
La guerra civil dura dos gigasegundos, casi sesenta y cuatro años según el sistema de cálculo del viejo Urth. Probablemente, aunque haga tanto que ha desaparecido, sigue enfurecido en algún rincón enorme del espacio humano. Cuando destrozaron la red de gran distancia, intentando prevenir el daño, destruyeron la red interestelar, creando dominios inconexos, separados por el lapso de actualización de las comunicaciones a velocidad de la luz. Puede que existan todavía algunos paquetes aislados de Curious Yellow, detrás del cono de luz liberado, en la oscuridad y frío eternos, así como también tienen que haber salido disparadas de la red bases exteriores de posthumanidad libre cuando se desintegró la República de Es. La reescritura (la supresión de la memoria) es el arma mortal más potente del Curious Yellow. Algunas de estas sociedades habrán sido olvidadas deliberadamente, los extremos de sus puertas T más próximos se habrán convertido en estrellas y todos los que usaron puertas A infectadas habrán olvidado su existencia. Lo peor del Curious Yellow es que no podemos saber cuánto hemos perdido. Puede que hayamos olvidado guerras genocidas enteras, como si nunca hubieran existido. Puede que sea este el motivo de la venganza especial del gusano contra los historiadores y arqueólogos. O es esto, o es que a su creador le da miedo que podamos recordar algo…
Paso mi primer gigasegundo con los Cats siendo un tanque. Cuando llego a tener una idea clara de lo que está pasando, pierdo casi todo mi componente humano. No es difícil generalizar a partir de las historias de atrocidades aleatorias que se han cometido contra los que se especializan en el pasado; además, el gigasegundo de no existencia que pasé a bordo del Agradecimiento a la Duración es una pequeña muerte en pleno derecho… en ese tiempo los niños maduran convirtiéndose en adultos, los esposos pierden la esperanza, guardan luto y siguen adelante. Incluso si, por algún tipo de milagro, mi familia no hubiera sido un objetivo que liquidar por culpa de mi carrera, los habría perdido de todas formas. Este tipo de experiencia tiene que hacer que uno se amargue. Con una amargura suficiente como para abandonar la humanidad como se deja un mal trabajo; con una amargura suficiente como para experimentar con otras identidades, incluso más siniestras.
Sobre mi cuerpo: tengo una masa aproximada de dos toneladas y una espalda de tres metros de altura. Mi sistema nervioso no es biológico. Funciono como un módulo en tiempo real con un vínculo sensorial a través de los nervios de dolor de mi coraza. (Los peligros a largo plazo de un cambio completo a código virtch se entienden bien, pero se consigue evitar manteniendo un somatotipo y estando bien anclado en el mundo real. Además, hay una crisis a la que hacer frente). Si tengo que hacerlo, puedo acelerar mi mente a una velocidad diez veces más rápida de lo normal. Mi piel es una armadura exótica, cubierta de diamantes microcristalinos sujetos en una matriz sorprendentemente absorbente de puntos cuánticos que puede ser rápidamente reajustada para tomar el color de cualquier fondo por radiofrecuencia a través de suaves rayos X. Como uñas tengo tenazas de diamante retráctiles, y como puño (para agarrar y apuntar), tengo blasters. No como, ni respiro, ni defeco, sino que la energía me llega de un rollo circular de plasma que afluye sin fin y proviene de la fotosfera de una estrella secreta.
Como señal de llamada adopto el nombre Liddellhart. Los otros Cats no saben lo que significa. Puede que esto explique por qué después de cuatrocientos megasegundos y sesenta batallas termino por ser promocionado a sargento mayor y replicado cien veces. No como Loral o algunos de los otros, no me inmovilizo cuando hay un problema. No experimento traumas ni disociaciones cuando me doy cuenta de que acabo de decapitar a doce mil civiles y metido sus cabezas en un ensamblador estratégico que, sin dar ningún tipo de señal, no está consiguiendo copiarlos. No dudo en sacrificar seis de mí mismo en un ataque suicida para ganar tiempo y que el resto del equipo de intrusión pueda retirarse. No siento nada más que un odio gélido, y aunque, en general, me doy cuenta de que estoy enfermo, me resisto a pedir asistencia médica que pueda dañar mi capacidad de lucha. Ni tampoco nuestros tenebrosos directores, que nos están vigilando a todos, están dispuestos a modificarme.
Durante el primer gigasegundo, proseguimos la guerra con métodos tradicionales. Encontramos puertas T medio olvidadas que controlan sociedades con el Curious Yellow. Entramos, disparamos a los ensambladores que están utilizando como cortafuegos de inmigración, establecemos un punto de apoyo, luchamos para entrar, instalamos nuestras puertas A desinfectadas, y obligamos a la población civil a pasar por ellas para quitarles la mancha de Curious Yellow que llevan en la cabeza. Los que sobreviven, normalmente nos lo agradecen después.
Al principio es relativamente fácil, pero después encontramos sociedades con sistemas de defensa más pesados, y más tarde el Curious Yellow empieza a programar a los civiles para que luchen como fieras, sin cuartel. He visto a niños desnudos, temblando por una crisis nerviosa existencial, lanzándose, sin experiencia, hacia los tanques, con una espada Vorpal entre las manos. Y he visto cosas peores. La idea del Curious Yellow de rendirse ante una causa mayor, parece apelar a un pequeño dispositivo de humanidad. Estas personas manipulan el gusano, personalizando su carga útil para establecer dictaduras colaboracionistas secretas, y los horrores que estos gauleiters crean a su servicio es mucho peor que las tácticas crueles, pero directas, que usaba el gusano original.
Me doy cuenta de esto ya muy metidos en la campaña, y en un caprichoso retroceso a mi antigua identidad, empiezo a pasar parte de mi tiempo libre pensando en las implicaciones que se derivan de ello. Mi estudio de la psicología de la colaboración se convierte en una de las áreas de memoria de información más visitadas en la base de conocimientos interna de los Cats. Así que no es ninguna sorpresa cuando recibo una citación del cuartel general, junto a órdenes de convergir mis deltas y volver a asumir piel ortohumana antes del tránsito.
Al principio estoy preocupado. Me he acostumbrado a ser un batallón armado, pasando la mayor parte de mis segundos en acción en la órbita helada de una enana marrón cercana o de planetas extrasolares. Respirar, comer, dormir, y tener emociones son desventajas preocupantes y sin sentido. Reconozco que son importantes para entender el marco que define la motivación del enemigo, y que hay que hacer concesiones con la gente que liberamos, pero ¿por qué tendría yo que estar sujeto a las debilidades de la carne? Pero también me doy cuenta de que no se trata de mí. Tengo que ser capaz de tratar con la plantilla del cuartel general. Así que reajusto mis distintas identidades, borrando mi identidad de las kilotoneladas de metal pesado que hasta hace muy poco han sido mis extremidades, e informo al nódulo de comando más cercano para obtener el reprocesamiento.
Cuando recobro el sentido, me encuentro a mí misma reclinada sobre el panel de control de la puerta A. En la mano izquierda tengo un cuchillo goteando sangre, que agarro tan fuerte que estoy a punto de que me entren calambres en los dedos. Media habitación está llena de sangre, formando un lago obsceno.
Si lo he entendido bien, no le ha dado tiempo a usar su enlace de red. Habrá estado en agonía física aguda mientras sacaba la cabeza de la bolsa, y después se habrá desmayado por la hemorragia, quedándose inconsciente en unos diez segundos. Es más de lo que se merecía.
Pero ahora tengo un problema enorme, a saber: ciento diez kilos de carne muerta tirada en diez litros de sangre en mitad de una moqueta de hierba que ya está muriendo. ¿Esto es incriminatorio, o qué? Oh, y una camiseta y una falda, y unos zapatos de trabajo cubiertos de sangre. No suena bien.
Me río, con una risilla histérica que contiene algo más que una pequeña locura. Esto es malo —pienso—, pero tiene que haber algo…
Por un momento vuelvo al tiempo en que las puertas A funcionaban mal. Esto me ayuda a estabilizarme, de algún modo: me ayuda a tener claro lo que tengo que hacer. Cojo a Fiore de un brazo y le doy un tirón para probar. Su carne pálida ondea, y cuando me doy la vuelta, avanza a empujones por el suelo y resbala algunos centímetros hacia mí. Gruño y le doy otro tirón, pero no es fácil moverlo, así que me paro un momento y miro a mi alrededor. Hay una especie de cables en una de las estanterías de las herramientas, de modo que cojo dos metros de cable, se lo enrollo por el torso, debajo de los brazos, y lo uso para acercarlo a la puerta A. Por fin lo pongo en la posición que quiero, otra vez en el recuadro interior de la puerta. Es difícil meterlo (una pierna sigue tambaleándose fuera), pero resuelvo que puedo sujetarlo por dentro si lo lío con el resto del cable.
—Muy bien, dame cinco minutos —me digo a mí misma sin aliento, inclinándome sobre la zona del terminal.
—¿Hablando contigo misma, Reeve? —me pregunto irónicamente—. ¿Ya me estoy volviendo loca?
Voy dejando manchas rojas pegajosas cuando pulso los controles del interfaz virtch, pero al final consigo iniciar el interfaz oral. La puerta parece tener una carga de tareas de síntesis de programas secundarios en fila, pero es multitarea, y esta es una interrupción.
—Puerta, acepta desperdicios de carne como materia prima para desensamblar. OK.
—OK —responde la puerta, y hace un ruidillo mientras se cierra, sellando la evidencia.
—Puerta, selecciona índice de plantilla de sistema de limpieza allí, quiero uno de ellos, hazme uno. OK.
—OK. Fabricando —dice la puerta—. Tiempo de finalización, trescientos cincuenta segundos a partir de la finalización de la tarea actual —ah, las comodidades de la vida moderna.
Subo a la sala común y me preparo una taza de té.
Mientras se está haciendo, me quito la ropa y la tiro en el fregadero. Tenemos algunos equipos básicos de limpieza, y el detergente es bastante bueno quitando las manchas; seguramente es mejor del que tenían en los años oscuros reales. Un par de aclarados, y el jersey y la falda ya solo están mojados, así que los escurro y los cuelgo en el respiradero, marcando la temperatura del aire.
Cuando vuelvo abajo me encuentro que la puerta A está entreabierta, y con todas las cosas que le he pedido dentro. Fiore se ha transformado en una máquina para limpiar la moqueta y en un montón de toallas absorbentes. Tengo que volver a subir para llenar el depósito de la máquina de agua. El olor de los disolventes me marea, pero media hora después las manchas de sangre de la moqueta, las paredes y las estanterías ya no se ven. No puedo hacer nada contra las manchas de las baldosas del techo, pero a no ser que uno sepa que aquí se ha matado a alguien, parecerán manchas de goteras. Así que vuelvo a meter la máquina de la limpieza en la puerta y me pongo a hablar sola.
—No hay salida —digo, y bostezo. Debe de ser que me está calando la adrenalina—. Fiore, Yourdon y el otro. Especialistas en guerras psicológicas que están trabajando en controles colectivos de conducta emergente —mis desmayos parecen estar empujando libremente recuerdos fragmentarios…—. Criminales de guerra. Gobiernan el aparato de seguridad de la Tercera Generación de la Futura Esfera Gloriosa. Cuando el vermífugo salió a la luz, ellos escaparon. Han pasado el último gigasegundo trabajando contra el vermífugo, y después en el endurecimiento del Curious Yellow.
Parpadeo. ¿Soy yo la que está hablando? ¿O es otra identidad mía que está usando mis centros de lenguaje para comunicarse con el resto de… quienquiera que yo sea?
—Prioridad. Exfiltración. Prioridad. Exfiltración. —Mis manos se están moviendo por los sistemas de control de la puerta sin contar con mi voluntad—. ¡Mierda! —grito. Pero no hay modo de pararlas. Saben lo que están haciendo. Parece que están creando un programa de salida.
—Sistema no disponible —dice la puerta, con un tono de voz uniforme y no apologético—. Conectividad en rejilla a gran distancia no disponible.
Sea lo que sea que estén haciendo mis manos, parece que no funciona. Algo se ha soltado en mi memoria interna, algo inmenso y con mala pinta.
—Tienes que escapar, Reeve —oigo que me dice mi propia voz—. Este programa se autodestruirá en sesenta segundos. Conectividad en red a colectores externos no disponible desde este punto. Tienes que escapar. Autodestrucción en cincuenta segundos.
Aunque solo llevo puesta la ropa interior, me empieza a correr un sudor frío por la espalda.
—¿Quién eres? —murmuro.
—Este programa se autodestruirá en cincuenta segundos —contesta algo dentro de mí.
—¡Vale! ¡Ya te he oído! ¡Me voy! ¡Ya me voy! —me aterra que cuando dice este programa se está refiriendo a mí… Está claro que tiene que tratarse de un parásito, como el sistema de arranque del módulo central operativo del Curious Yellow. Pero ¿dónde puedo escapar? Miro hacia arriba, al techo, y de repente lo veo todo claro. Tengo que ir hasta arriba, a través de las paredes del mundo. Quizá, solo quizá, este programa esté interpolado con otros… si es así, si pudiera saltar de una capa más baja a otra más alta, puede que hubiese un modo de llegar hasta una puerta T que me llevara a la República Invisible—. Me voy arriba, ¿vale?
—Este programa se autodestruirá en treinta segundos. Vector de escape aprobado. Interfaz oral finalizado.
Se tranquiliza todo dentro de mi cabeza; estoy de pie delante del terminal del ensamblador, con una respiración rápida y superficial. Es como si hubiera pasado una sombra por mi mente, dejando solo una cauta tranquilidad detrás de ella. El terror que siento ahora es como un vacío, un miedo existencial… ¿Así que han escondido un código zombi dentro de mí? ¿Quién quiera que fuera?… Pero ya estoy aquí, vuelvo a ser yo. No voy a dejar de existir improvisadamente, sustituida por un muñeco de carne sonriente que usa mi cuerpo. Ha sido solo un paquete de aplicaciones de fuga, configurado para informar a casa después de un periodo de programación o de algún nivel de estrés, que alcanzaría si no supiera qué hacer. Cuando no ha podido conectar con el exterior, ha repetido la llamada hacia mí, la cubierta consciente, y me ha dicho lo que quería. Que está bien. Si hago lo que quiere, y escapo, ¡podría llevarme excavados en el cráneo otros pocos pasajeros y todo sería genial! Y yo quiero escapar de todas formas, ¿no? ¿No? Pensamientos felices.
—Mierda, acabo de matar a Fiore —susurro—. ¡Tengo que salir de aquí! ¿Qué estoy haciendo?
Arriba, la sala común tiene tanto vapor que parece una sauna. Tosiendo y ahogándome, bajo el calor, cojo la ropa húmeda, me la pongo y me voy para la salida. Entonces (esta es la parte más difícil), me peino un poco, cojo la bolsa y paso por delante del recibidor, andando tranquilamente, hacia el bordillo de la acera, para parar al primer taxi libre que pase.
—Llévame a casa —le digo al taxista, con los dientes que casi me castañean del miedo.
Mi casa, la casa que he compartido con Sam tanto tiempo que he llegado a sentirla como un sitio que conozco bien, está a unos cinco minutos escasos de aquí. Parece que está a medio camino hasta el próximo sistema solar.
—Espera aquí —le digo al taxista. Salgo y voy al garaje. No quiero ver a Sam, espero de verdad que esté en su trabajo… si me ve, no sería capaz de seguir adelante. O lo que es peor, podría involucrarse. Pero él no está por aquí, así que consigo llegar al garaje y coger mi taladro percutor sin cable, un montón de piezas de repuesto, y otras cosas útiles que dejé por aquí por si llegaba un día difícil. Vuelvo al taxi, y no me ha dado tiempo ni a terminar de abrocharme el cinturón cuando empieza a moverse.
Cruzamos una zona residencial, con casas bajas separadas de la carretera por vallas blancas puntiagudas, con árboles. Hace calor fuera, y se escucha el ruido de fondo de los graznidos de los artrópodos. Nos aproximamos a la entrada de un túnel. Respiro hondo.
—Nuevas órdenes. Párate justo aquí y espera sesenta segundos. Después atraviesa el túnel y sigue adelante. Deja la radio apagada. En cada intersección, coge una dirección al azar y sigue conduciendo. No te pares, salvo para evitar obstáculos. Acepta cien unidades de crédito. Sigue conduciendo hasta que se termine mi crédito. Confirma —me muerdo el labio inferior.
—Esperar sesenta segundos. Conducir, doblar al azar en cada intersección, hasta que el límite de crédito se termine. Evitar obstáculos. ¿Confirmo?
—¡Hazlo! —le digo; entonces abro la puerta y salgo desordenadamente con mi equipo en la boca del túnel. Espero nerviosa a que se vaya el zombi, y después empiezo a andar hacia la oscuridad.
El túnel se hace más oscuro cuando llego a la curva, así que saco la gran linterna de metal. Como todo lo demás por aquí, probablemente no es auténtica, sin baterías electroquímicas. La misma puerta T infraestelar que da energía a los coches y las naves espaciales bastará para dar una gota de corriente a la placa de un diodo blanco. Por ahora, son buenas noticias. Apunto con la luz a las dos paredes del túnel mientras camino, hasta que llego a una de las puertas empotradas. Ahora estoy preparada, no como la primera vez que vine. Saco el taladro, y solo tardo unos segundos en perforar la piedra… he amortizado todo el tiempo que he pasado en el garaje, supongo. El jaleo que hace mientras rompe en pedacitos y rumia el cemento cerca de la puerta es ensordecedor, caen unos buenos trozos de roca sintética, y el aire se llena de un polvo áspero que se me clava en los pulmones cuando respiro. Debería de haberme traído una máscara —pienso—, pero ya es demasiado tarde y, de todas formas, el sonido y la sensación del taladro están cambiando cuando empieza a acercarse a un metal brillante.
—Aja —murmuro, resistiéndome al deseo frenético que me sigue empujando a mirar hacia atrás.
Tardo dos minutos en conseguir ver una superficie suficiente del marco de la puerta para estar segura de lo que estoy viendo, pero cuanto más veo, más contenta estoy. El túnel de cemento es un tubo hueco, y la puerta es algún tipo de escotilla de reconocimiento que está cerca de una conexión. Si es como yo creo, la conexión no es una puerta T, sino una partición física diseñada para sellar segmentos en caso de un cambio de presión, lo que significa que es parte de una estructura física mayor. Esta puerta llevará al mecanismo de presión de la puerta, y puede que, a través de una burbuja de aire, a otros segmentos adyacentes arriba y abajo, y también adelante y atrás, o eso espero. El único problema es que… la puerta está cerrada.
Me revuelvo los bolsillos buscando uno de los juguetes que me he traído del garaje. Un poco de magnesio que he cortado de un bloque que me vendieron en la tienda de excursionistas, mezclado con limaduras de hierro deliberadamente oxidado en una base de alcanos… una carga termita en bruto. Meto un trozo encima del mecanismo de cierre (que está fastidiosamente insertado dentro del cemento), le doy un golpe cito debajo con la linterna, quito la mano deprisa y me aparto rápidamente. Aunque tengo los ojos cerrados con fuerza, el destello es cegador, haciendo que vea reflejos púrpura del contorno de mi brazo. Hay un chisporroteo fuerte, y cuento hasta treinta antes de darme la vuelta y empujar la puerta. Al principio se resiste, pero después cede silenciosamente. La cerradura es un agujero incandescente en la parte del marco que ha explotado… espero que no tengamos ningún cambio de presión dentro de poco.
Entro por la puerta y miro a mi alrededor. Estoy dentro de una habitación pequeña con una máquina muy tosca, que ocupa casi todo el espacio. Botellas de gas, ejes, válvulas fijas. Parece como si la hubieran construido en la Edad de Piedra y la hubieran mantenido después usando las herramientas de la ferretería. ¿Puede que sea así? —Me rasco la cabeza—. Si esta habitación la hubieran construido originalmente para algún tipo de culto paleolítico para que pareciera una de las sociedades del viejo Urth, a Yourdon y Fiore les resultaría bastante cómoda, ¿eh? Puede que sea esto a lo que se refería mi antiguo yo al decir que este sitio tiene características únicas para sus propósitos. Hay una escalera, entre otras cosas, fijada a la pared, y una escotilla en el suelo. Inspecciono la escotilla, que está cerrada con una rueda manual. No me cuesta mucho trabajo girar la rueda, y un momento después me llega una brisa débil, cuando abro la escotilla.
Mmm. Hay un desequilibrio de presión, pero no es grave. Esto significa que hay puertas abiertas, o puede que toda una cubierta, ahí abajo. Pero yo dije subir, ¿no? Empiezo a trepar. La escotilla del techo tiene otra rueda, que me cuesta más abrir, pero hay algún tipo de muelle dentro que hace que se abra. Es un buen mecanismo. Han dado por supuesto que las diferencias de presión vienen del exterior, lo que en una habitación cilíndrica giratoria significa hacia abajo, así que hay que ejercer más fuerza para abrir la escotilla que lleva hacia abajo. Pero las escotillas que van hacia arriba tienen un mecanismo de impulso pasivo para que sea más fácil salir de la erupción. Me gusta esta filosofía. Me pondrá las cosas mucho más fáciles.
Subo por el túnel y me paro un momento para poner la linterna por delante. La enciendo y subo por la escotilla. Después de subir algunos escalones, la cierro detrás de mí. Ahora estoy en el fondo de un túnel oscuro que solo tiene la escalera, perforada por sombras mucho más arriba, y el camino que he dejado lleva hacia abajo, y no hacia arriba. Espero que haya puertas ahí arriba. Sería tener muy mala suerte llegar tan lejos para descubrir que están cegadas o despresurizadas, o algo.