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Experimento

Bienvenido a la República Invisible.

La República Invisible es uno de los gobiernos patrimonio que ha surgido de los restos de la República de Es, como consecuencia de la serie de guerras de censura que se alzaron hace cinco o diez gigasegundos. Durante las guerras, el trabajo de red de puertas T de salto a larga distancia con el que tejía las subredes de los hiperpoderes saltó por los aires, dejando solo algunas redes conectadas aquí y allá, permitiendo que las puertas de ensamblaje protegidas por cortafuegos fueran vigiladas por mercenarios crueles. Todos los que entraban eran sometidos a desensamblaje y se les escaneaba para buscar atributos subversivos antes de ser reconstruidos y de que se les permitiera el paso a través de las fronteras. Se recrudecieron las luchas a través de los desechos criogénicos sin aire que habitaban los nódulos de los saltos a larga distancia, llevando el tráfico entre gobiernos a la guerra, mientras que los gusanos reactivos que soltaron las facciones censuradoras espiaban el firware de todas las puertas A que consiguieron contaminar, borrando sin piedad, con su virus explosivo, todo el conocimiento del origen fundamental del conflicto, haciendo huir a los refugiados conforme pasaban por las puertas.

Como casi todos los gobiernos humanos desde la Aceleración, la República de Es se basaba principalmente en puertas A de manufactura, rutas, alteraciones, filtrado, y demás características esenciales de toda civilización de red. La habilidad de vectores nanoensambladores para deconstruir y replicar artefactos y organismos a partir de los suministros de datos atómicos en crudo los hicieron virtualmente indispensables, no solo para la manufactura y la medicina, sino para el transporte virtual (es más fácil cargar simultáneamente cientos de plantillas a través de una puerta T que cientos de cuerpos físicos) y la protección por cortafuegos molecular. Aun cuando la guerra los expuso al amotinamiento con los gusanos de la Censura, nadie quería estar sin puertas A, porque hacerse viejo y decrépito, o sucumbir al dolor, parecía peor que el riesgo de que le corrompieran la memoria. Los pocos que se negaron a pasar por las puertas infectadas fueron desapareciendo al ir muriendo de viejos o por la acumulación de daños accidentales; mientras tanto, los que todavía las usábamos no podemos estar seguros de lo que los virus quisieron esconder al principio. O, ni siquiera, de quiénes eran los censores.

Pero la presión de la Censura hizo que todos desconfiaran de las puertas que no controlaran ellos mismos. No puedes censurar los datos o masa de información que pasa por una puerta T, que es simplemente un agujero de gusano de espacio-tiempo que conecta dos puntos lejanos. Así fue incluso con el tráfico a corta distancia como intercambiaban las puertas T, mientras que cada vez eran más escasas las nuevas masas de ensamblaje, por la desconfianza generalizada de las puertas A censuradas. Hubo una crisis económica, después una caída de las comunicaciones, y redes enteras de puertas T, que tenían un alto grado de conectividad interna, aunque no estuvieran necesariamente próximas en el espacio, empezaron a desconectarse de la red principal. Es se convirtió en Fue, y lo que una vez fue una miríada de galerías públicas con topología abierta hicieron surgir temibles puntos de control, puestos fronterizos entre las repúblicas virtuales protegidas por cortafuegos.

Así fue, y así es. La República Invisible fue uno de los primeros estados con éxito. Construyeron una red de intranet de puertas T y las defendieron valientemente del exterior hasta que fue disponible la primera generación de nuevas puertas A, sacadas con el máximo esfuerzo de una litografía manual de vectores de puntos quantum. Los Invisibles se abrieron camino como un grupo de instituciones académicas que establecen un sistema de asignación de la verdad al principio de la Censura; manteniendo aún sus raíces académico-militares. La Academia considera la sabiduría, el poder, y pretende restaurar los datos que se perdieron durante las edades oscuras que siguieron, aunque el que realmente sea una buena idea descubrir la causa de la Censura es un punto muy discutido. Todos perdieron parte de sus vidas durante la guerra, y decenas de billones murieron completamente. El recrear las condiciones del peor holocausto desde el siglo XXIII es una cuestión que levanta mucha polémica.

Irónicamente, la República Invisible se ha convertido ahora en el lugar al que mucha gente viene para olvidar su pasado. Los que seguimos siendo humanos (aunque contemos con las puertas A para salvar nuestros cuerpos de la senilidad) tenemos que aprender a olvidar, tarde o temprano. El tiempo es un fluido corrosivo, que disuelve la motivación, destruyendo la novedad, y haciendo que se pierda la alegría de vivir, Pero olvidar es un proceso pesado, propenso a la transcripción de errores y defectos de la personalidad. Borra el formato que no es, y puedes terminar siendo otro. Los recuerdos nos llevan a ciertas dependencias, y su administración es una de las formas de arte médico más elevadas. De aquí el alto estatus y los grandes recursos de los confesores cirujanos, en cuyas manos me dejó mi identidad anterior. Los confesores cirujanos aprendieron sus habilidades por medio del análisis forense del daño que las guerras de censura produjeron en sus víctimas.

Y es así como el peor crimen del ayer lleva al tratamiento médico de hoy.

Unos cuantos diurnos, casi media decena después de mi conversación con Piccolo-47, estoy de vuelta en el club de recuperación, bebiendo y disfrutando de las suaves alucinaciones que produce mi bebida, al unirse a la música suave que están tocando para mí. Se ha decidido que hoy sea un día de calor, y la mayoría de los animales de la fiesta están fuera en el patio, donde han hecho una piscina. He estado estudiando, intentando absorber todo lo que puedo sobre la constitución y las tradiciones de jurisprudencia de la República Invisible, pero es una labor cansada y he decidido venir aquí para relajarme, dejando la cinta y la espada en casa. En su lugar, me he puesto unas polainas negras y una camiseta suelta de esponjas con bolsillos vacíos cosidos a otros más pequeños, unidos a otros más pequeños todavía, que van casi hasta los límites de la visibilidad, tejidos en caída libre por hordas de arañas otaku, como me han dicho, con sus genes programados por una topología de sastrería obsesivo-compulsiva. Me siento bastante bien porque el terapeuta que me han asignado últimamente, Lute-629, dice que estoy haciendo grandes progresos, que, probablemente, es la razón por la que no estoy lo suficientemente en guardia.

Estoy sentado solo en una mesa, ocupándome de mis asuntos cuando, sin ningún tipo de advertencia, dos manos me tapan los ojos. Me sobresalto e intento levantarme, y en un primer momento me pongo rígido para defenderme rápidamente con el brazo, pero otro par de brazos me empujan hacia abajo por los hombros. Me doy cuenta de quién es justo a tiempo de no darle un puñetazo en la cara.

—Hola extranjero —me susurra al oído, sin darse cuenta, aparentemente, de lo cerca que ha estado de que le diera un buen golpe.

—Hola —en un momento de sorpresa huelo su piel al lado de mi mejilla mientras el corazón intenta salirse del pecho, y empiezo a sudar frío. Me levanto con cuidado hasta tocarle la mejilla. Estaba a punto de decirle que no debería darme estos sustos, pero me doy cuenta de que está sonriendo y algo me hace dirigirme a ella con un tono más amable—. Me estaba preguntando si te vería por aquí.

—Suele pasar —me quita las manos de los ojos y me deja libre. Me doy la vuelta hacia ella para descubrir su sonrisa juguetona—. No estoy interrumpiendo nada importante, ¿no?

—Oh, no. Me he hartado de estudiar, y ahora toca relajarse —le sonrío con remordimiento. «¡Y me estaría relajando si dejaras de darme ataques de lucha o fuga!»— Bien —se mete en la cabina a mi lado, recostándose, moviendo los dedos sobre la carta. Un poco después, algo largo y alto, que va del oro al azul, de arriba abajo, llega en un vaso de hielo congelado que humea un poco en el aire húmedo. Veo ondas de cabezas de caballos en la niebla, y estelas de humo con su misma figura—. Nunca estoy segura de si es educado preguntarle a la gente si quiere socializar. Las convenciones aquí son muy distintas a las que estoy acostumbrada.

—Tranquila —me termino la bebida y dejo que la mesa se vuelva a chupar mi vaso—. En realidad estaba pensando comer algo. ¿Tienes hambre, por casualidad?

—Puede ser —se muerde el labio inferior y me mira pensativa—. Has dicho que esperabas encontrarme.

—Sí. Estaba pensando en él, eh, recibidor. Quién lo dirige, y si necesitarían voluntarios.

Ella parpadea y me mira de arriba abajo.

—¿Crees que estás lo suficientemente bajo control? ¿Quieres presentarte voluntario para…?, ¡es asombroso! —uno de mis dispositivos externos se acciona, avisándome de que ella está accediendo a mi metadata pública, la nube luminosa de notas médicas que nos persigue a todos como un enjambre de abejas fantasma, preparado para aguijonearnos hasta la sumisión al primer indicio de agresión no guiada—. ¡Has progresado mucho!

—No quiero ser un paciente para siempre —seguramente estoy un poco a la defensiva. Puede que no se dé cuenta de que me ha abordado del modo equivocado, pero no me gusta que me traten como a un estúpido.

—¿Sabes lo que vas a hacer cuando tus medidas de control estén al nivel de ciudadano? —me pregunta.

—No tengo ni idea —miro la carta—. ¡Eh! Tomaré uno de lo que esté bebiendo ella —le digo a la mesa.

—¿Por qué no? —en su tono se nota una curiosidad inocente. Puede que sea esto lo que me lleve a decidir contarle la verdad.

—No sé mucho de quién soy, o sea, de quién era antes. Mi identidad anterior me puso en un programa de lavado máximo, ¿no? No recuerdo cuál era mi carrera, lo que solía hacer, ni siquiera lo que me interesaba. Tabula rasa, ese soy yo.

—¡Oh! —mi bebida sale de la mesa. Parece como si Kay no supiera si creerme o no—. ¿Tienes familia? ¿Amigos?

—No estoy seguro —admito. Es una mentira piadosa. Tengo algunos recuerdos de cuando estaba creciendo, algunos de ellos lúcidos como un estereotipo, lo que supone una intensificación durante un lavado previo de memoria, recuerdos que quise preservar a toda costa, dos madres orgullosas que veían mis primeros pasos en la arena negra de una playa… y tengo la convicción, fuerte pero sin ninguna base, de que he tenido parejas estables, una vida familiar de por lo menos un gigasegundo. Y tengo vagos recuerdos de colaboradores, espectros de antiguos Cats. Pero por mucho que lo intente, no puedo plantarles cara a ninguno de ellos, y esto es difícil de sobrellevar—. Tengo algunos fragmentos, pero me da la impresión de que antes de mi cirugía de la memoria era bastante solitario. Una persona de la organización, un nodo en la gran máquina. Pero no puedo recordar qué tipo de máquina —«sangre fresca derramada borboteando y burbujeando en el vacío. Mentiroso.»— Es muy triste —me dice.

—¿Y qué hay de ti? —le pregunto—. ¿Antes de que fueras un vampiro del hielo…?

—¡Ah, sí! Crecí en una compañía de teatro, tenía un montón de hermanos y hermanas y familiares. Éramos primados fundamentalistas, ¿sabes? Es un poco embarazoso. Pero todavía estoy en contacto, de vez en cuando, con alguno de mis primos… nos intercambiamos intuiciones de vez de cuando —me mira un poco melancólica—. Cuando era un vampiro del hielo, esta era una de las cosas que me recordaban que yo era diferente.

—Pero ¿tuviste, cuando eras un vampiro del hielo, tuviste…?

Se le hiela la cara.

—No —miro para otra parte, avergonzado. ¿Por qué había creído que era el único que miente en esta mesa?

—Sobre la idea de comer —le digo, cambiando bruscamente de tema—, yo estoy probando todavía los sitios que hay por aquí. O sea, aprendiendo qué es lo que está mejor y descubriendo quién suele venir por aquí. Estaba pensando ir a comer y quizás ver después si me encuentro a algunos conocidos, a Linn y a Vhora. ¿Las conoces? Están también en rehabilitación, solo que ellas han estado fuera un poco más de tiempo que nosotros. Linn está haciendo terapia manual, corrección ambiental ad hoc, y Vhora está aprendiendo a tocar la musette.

—¿Habías pensado en algún sitio en especial donde ir a comer? —se tranquiliza rápidamente en cuanto dejamos a un lado el tema delicado.

—Estaba pensando que una posibilidad podría ser un café de la planta baja del Laberinto Verde que queda detrás del Ala del Imperio. Lo llevan una pareja de cocineros humanos que hacen, en público, tapas indonesias históricamente falsas. Lo hacen estrictamente por diversión, como espectáculo: no esperan que te comas sus prototipos… a no ser que tú quieras —levanto el dedo—. Si no te interesa, hay un cobertizo de fusión, en el Laberinto Verde también, que descubrí ayer. Hacen un calzone de pan frito decente, aunque lo llaman tractor o excavadora o algo así. Y tienen siempre sushi.

Kay mueve la cabeza, pensativa.

—Vale —admite, y sonríe—. Me gusta como suena lo de las tapas. ¿Vamos a ver cuánto conseguimos comer? Después vamos a buscar a esas amigas tuyas.

No son amigas, más bien las conozco de vista, pero no se lo digo. Pago con Billpoint y nos dirigimos a la puerta trasera, saliendo hacia la preciosa playa de plata que está a las espaldas del club de rehabilitación, después pasamos por una puerta rústica que oculta la entrada al Laberinto Verde. Por el camino, Kay se lleva un par de pantalones harem de tejido batik y una chaqueta negra de corte elegante abotonada en el pecho, lo que supone una ingeniosa puerta que da a un espacio de almacenamiento personal. Los dos vamos descalzos: aunque la brisa y la luz del sol nos brillan sobre la piel, fundamentalmente nos mantenemos tan en el interior como es posible llegar a los humanos, envueltos por una red de habitantes cuidadosamente aislados, flotando en intervalos de kilosegundos de luz a través del amplio alcance de la inmensa negrura.

El Laberinto Verde es uno de esos conectores rectilíneos que estaban de moda hace cuatro gigasegundos, justo después de que la postguerra de la fragmentación tocara fondo. La estructura consiste en pasillos verdes, derechos, interceptados por ángulos de noventa grados y unidos por un número confuso de puertas T. En realidad es una red dispersa, así que puedes entrar por una parte del laberinto y encontrarte en la otra parte, o a varios niveles más arriba, o incluso a dos vueltas, en un punto de conexión o a un salto justo detrás de ti. De él cuelgan muchas habitaciones, incluida la entrada trasera de la mía, junto a una impresionante variedad de espacios públicos de estilo cubista, rincones de entretenimiento, comedores, restaurantes, puntos de entretenimiento y unos cuantos laberintos formales de protección construidos en un estilo de hace unos diez terasegundos.

Ni que decir tiene que nadie se sabe el camino del laberinto de memoria o por estimación. Algunas de las puertas incluso cambian de diurno en diurno, pero mi enlace de red sabe dónde quiero ir y lanza una luciérnaga delante de mí. Tardamos alrededor de un tercio de kilosegundo en llegar allí, en un silencio amistoso. Yo sigo intentando averiguar si me puedo fiar de Kay, pero ya estoy seguro de que me gusta.

El sitio de las tapas está en el exterior, hay sillas antiguas de hierro forjado y mesas sobre una cubierta llena de hierba debajo de una bóveda, bajo un cielo rosa veteado por nubes de monóxido de carbono que se deslizan a través de un acantilado agrietado y salvaje. El sol es muy brillante y pequeño, y si la bóveda desapareciera, probablemente moriríamos congelados antes de que la atmósfera nos envenenara. Kay mira el arco decorado que rodea la puerta T, cubierto de hiedra, y coge una mesa cerca de él.

—¿Algo va mal? —le pregunto.

—Me recuerda a mi casa —era como si hubiera mordido un durián cuando se esperaba un mango—. Lo siento. Intentaré ignorarlo.

—No era mi intención…

—Ya lo sé —una sonrisa pequeña, forzada—. Puede que no haya borrado lo suficiente.

—A mí lo que me preocupa es que he borrado demasiado —le digo antes de poder controlarme. Entonces Frita, u na de las propietarias/cocineras/diseñadoras pasa por aquí y, durante un momento, nos perdemos elogiando sus últimas creaciones y, por supuesto, tenemos que probar las frutas de su primera producción y hacer un trabajo elaborado de crítica mientras Erci espera, tocando su mandolín, orgulloso.

—Has borrado demasiado —dice Kay estimulándome.

—Sí —alejo el plato—. No estoy seguro. Mi yo anterior me dejó una carta escrita, larga, un poco vaga y señalizada, pero no empírica. Estaba codificada en un modo que él sabía que la descifraría, tuvo mucho cuidado con esto. Sea como sea, me ha dado todo tipo de indicios de cosas oscuras. Sabía demasiado, divaga sobre cómo ha trabajado para un Poder y ha hecho cosas que no estaban bien, hasta que sus colaboradores lo obligaron a la disección y la rehabilitación. Y me ha sometido a un cuidadoso programa de olvido. O sea que, por lo que sé, he tenido que ser un criminal de guerra, o algo así. He perdido completamente más de un gigasegundo, y todo lo anterior está lleno de agujeros… no tengo ningún recuerdo de mi carrera, o de lo que hice durante la Censura, ni me acuerdo de ninguno de mis amigos ni de mi familia, ni de nada parecido.

—Es horrible —Kay pone una mano delgada sobre las mías y me mira por encima de los restos de una cacerola buenísima de ajo y berenjenas.

—Pero eso no es todo —miro al vaso de vino, que está vacío detrás de la garrafa—. ¿Otra ronda?

—Sí, gracias —llena mi vaso y me lo lleva a los labios mientras que da un sorbo del suyo sin soltarme las manos. Sonrío mientras trago, y ella me sonríe. Puede que haya algo que decir de su cuerpo hexapedal, aunque a mí me pondría nervioso hacerme algo así… ha tenido que hacerse unas buenas modificaciones extensivas espinales para poder coordinar todas esas extremidades con tanta gracia—. ¿Quieres seguir?

—Hay indicios —trago—. Bastante evidentes. Me advertía de que estuviera en guardia contra mis enemigos… de los que no se contentarían con un simple duelo a muerte.

—¿De qué estamos hablando? —parece preocupada.

—Robo de identidad, corrupción de copias —me encojo de hombros—. O… no lo sé. Quiero decir, no me acuerdo. O mi otra identidad era completamente paranoica, o estaba metida en algo extremadamente sucio y optó por un paquete de jubilación radical. Si se trata de esto último, podría estar en grave peligro. He perdido tanto que no sé cómo se comporta el tipo de gente con la que estaba involucrado, ni por qué. He estado leyendo un poco, de historia y cosas así, pero no es lo mismo que estar allí —vuelvo a tragar, tengo la boca seca, porque a estas alturas bien podría levantarse y abandonarme, y de golpe me doy cuenta de que he invertido una gran cantidad de autoestima en que ella siga teniendo una buena opinión de mí—. Lo que quiero decir es que creo que ha tenido que ser un mercenario que trabajó para uno de los Poderes.

—Eso no sería bueno —me suelta las manos—. ¿Robin?

—¿Sí?

—¿Por eso no te has hecho una copia desde la rehabilitación y estás siempre en sitios públicos con la espalda contra las paredes más sólidas?

—Sí —ahora que lo he admitido no sé por qué no lo he dicho antes—. Me da miedo mi pasado. Quiero que siga muerto.

Ella se levanta, se apoya contra la mesa para tocarme las manos y la cara, y me besa. En un instante, le respondo ávidamente. De algún modo estamos en la mesa abrazándonos, lo que significa mucho contacto con Kay, y me empiezo a reír con alivio cuando me roza la espalda y me abraza con fuerza.

—Está bien —me tranquiliza—, está bien.

Bueno, no, no está bien… pero ella está bien y, de repente, es como si mis horizontes fueran el doble de grandes. Ya no estoy solo, hay alguien con quien puedo hablar sin sentir que estoy a punto de enfrentarme a un interrogatorio hostil. El sentido de liberación es enorme y mucho más importante que el simple sexo.

—Vamos —le digo—, vamos a ver a Linn y a Vhora.

—Claro —dice, soltándome un poco—, pero, Robin, ¿no es evidente lo que tienes que hacer?

—¿Eh?

—Con tu problema —mueve la punta del pie con impaciencia—. ¿O los terapeutas no te han estado presionando, tampoco?

—¿Te refieres al experimento? —La llevo al Laberinto Verde, siguiendo otra luciérnaga de mi enlace de red—. Iba a decir que no. Parece una locura. ¿Por qué iba a querer vivir en un panóptico diez o quince ciclos?

—Piénsatelo —dice—. Es una sociedad cerrada que funciona con una puerta T múltiple desconectada. Nadie puede entrar ni salir hasta que empiece a funcionar, o por lo menos, no hasta que todo haya terminado. Además, es un protocolo experimental. Será anónima y aleatoria, y los registros de los voluntarios estarán protegidos por el Comité Ético Experimental de la Academia. Así que…

Lo entiendo.

—¡Si alguien me está buscando, no podrá llegar hasta mí, a menos que no esté dentro desde el principio! Y mientras tanto ¡seré invisible!

—Sabía que lo entenderías —me aprieta la mano—. Anda, vamos a buscar a tus amigas. ¿Sabes si han venido por aquí también?

Encontramos a Linn y a Vhora en un claro del bosque, disfrutando de una tarde de verano interminable. Resulta que a ellas dos también les han propuesto participar en el programa Yourdon. Linn lleva un cuerpo ortohumano femenino y pasa la mayor parte del tiempo fuera de la rehabilitación; últimamente se ha estado interesando por la historia de la moda, los vestidos, los cosméticos, los tatuajes, la escarificación y ese tipo de cosas, y le gusta la idea del programa. Por su parte, Vhora lleva algo así como un bonito mecacuerpo centauroforme rosa y celeste: tiene unos ojos negros enormes, con pestañas a juego, un pecho perfecto y una piel con lunares de colores cubierta por parches kevlar.

—He tenido una sesión con el doctor Mavrides —dice Linn, comedida. Tiene el pelo largo, castaño rojizo, es pálida y con pecas, tiene los ojos verdes, nariz respingona y orejas de elfo: su túnica, de aspecto histórico, la cubre desde la garganta hasta el suelo. Es de un verde que hace juego con sus ojos. Vhora, todo lo contrario que ella, va desnuda. Linn se apoya sobre el costado de Vhora, con un brazo echado perezosamente sobre su espalda jugueteando distraídamente con la base del cuerno que se le forma en mitad de la frente—. Me parece interesante.

—No es de mi tipo —Vhora parece divertirse, pero es difícil saberlo—. Es histórico. Y, además, premórfico. Lo siento pero ya no hago orto, dos vidas han sido suficientes.

—Oh, Vhora —Linn suspira, con tono exasperado. Hace algo con la punta del dedo cerca de la base del cuerno que hace que la meca se ponga tensa un momento—. ¿Tú no…?

—No estoy seguro del periodo histórico en concreto —digo con cuidado. A decir verdad, ignoré deliberadamente la información detallada que me mandó Piccolo-47 hasta que Kay señaló las ventajas de desaparecer en una sociedad cerrada unos años, porque no me interesaba en absoluto ir a vivir en una cueva y cazar mamuts con una lanza, o lo que quiera que Yourdon y sus colaboradores tengan en mente. No me gusta que me tomen por uno fácil y la actitud de Piccolo-47 era exactamente esta. Imagínate que Piccolo-47 es el tipo que se tira flores, un profesional de la psicología introspectivamente obsesionado, que cualquier cosa que demostrara menosprecio en el comportamiento de sus clientes, la tomaría como una proyección, en vez de intentar trabajar sobre las deficiencias sociales reales. Mi experiencia me dice que la mejor forma de tratar con este tipo de gente es aceptar educadamente todo lo que dicen, y después ignorarlos. De ahí mi falta de información sobre la naturaleza exacta del proyecto.

—Bueno, no nos están contando todo —se disculpa Linn—, pero yo he investigado un poco. El profesor de historia Yourdon está especialmente interesado en un campo que yo conozco un poco, la primera Edad Oscura postindustrial, que sería desde la mitad del siglo XX hasta mediados del xxi, si estás familiarizado con la cronología Urth. Está trabajando con el coronel doctor Boateng, que es un psicólogo militar especializado en el estudio de sociedades polimórficas, sistemas de castas, de género, estratificación según las líneas marcadas por la herencia, astrología y otras características que escapan al control del individuo. Ha publicado algunos informes últimamente que sostienen que la gente de la mayoría de las sociedades anteriores a las Monarquías Intermedias no podían actuar como agentes autónomos debido a las represiones sociales que les imponían sin su consentimiento, y sospecho que la razón por la que la Academia financia este estudio es porque tiene implicaciones diplomáticas.

Noto cómo Kay, que me está cogiendo el brazo izquierdo por encima de sus hombros superiores, tiembla levemente. Se apoya un poco más sobre mí, al tiempo que yo me apoyo sobre el tronco del árbol que tengo detrás.

—Como las sociedades de los vampiros del hielo —murmura.

—¿Vampiros del hielo? —pregunta Vhora.

—No son tecnológicos… no, lo que quiero decir es que son sociedades que aún se están desarrollando. Todavía no han llegado a la Aceleración. No tienen máquinas emocionales, ni instrumentos virtuales o autorreproducibles, ni exultantes, ni puertas, ni la capacidad de reestructurar sus cuerpos sin ingerir plantas venenosas o sin cortarse a sí mismos con cuchillos de metal —se estremece—. Son prisioneros de sus propios cuerpos, se hacen viejos y se descomponen, y si uno de ellos pierde una extremidad, no son capaces de reemplazarla —parece muy triste, y por un momento me pregunto qué significaban para ella los vampiros del hielo con los que vivió para que haya tenido que venir aquí para olvidar.

—Suena fatal —dice Linn—. De todas formas esto es lo que le interesa al coronel doctor Boateng. Sociedades en las que la gente no tenga control sobre sí misma.

—Entonces, ¿cómo se supone que va a funcionar el experimento? —pregunto, intrigado.

—Bueno, yo no sé todos los detalles —dice Linn intentando agradar—. Pero lo que pasa… Bueno, si te ofreces voluntario, tienes que pasar toda una serie de pruebas. Por cierto, se supone que no puedes tener familiares cercanos ni amigos. Es estrictamente para patrones singleton —por un momento siento que Kay se aprieta contra mí más fuerte—. En cualquier caso, te hacen una copia que se despierta allí dentro.

—Lo que han preparado para el experimento es un sistema de gobierno completo. El informe dice que hay más de cien millones de metros cúbicos de espacio para alojamiento y una red completa interior de saltos de corta distancia. No es totalmente incivilizado, como un bioma planetario al natural, ni nada por el estilo. Pero hay dos desventajas. No hay ensambladores libres, no puedes pedir la estructura que quieras. Si necesitas comida o ropa o instrumentos o lo que sea, se supone que cuentas con unos fabricantes restringidos que solo te darán lo que tengas derecho a tener durante el experimento. Tienen un sistema económico y te dan trabajo, así que tienes que trabajar y pagar lo que consumes, para imitar así la escasez económica de la era anterior a la Aceleración. Aunque no es demasiado escaso, claro, porque no quieren que la gente muera de hambre. La otra desventaja es que, bueno, te asignan un cuerpo ortohumano y una historia en la que tienes que vivir. Durante el experimento te tienes que limitar a jugar tu papel. No hay enlaces de red, ni copias, ni correcciones… si sufres un daño, tienes que esperar a que tu cuerpo se repare a sí mismo, porque, claro, no tenían puertas A antes de la Aceleración, ¿no? En fin, billones de personas vivieron allí, así que no puede ser tan malo, solo tienes que tener cuidado y no hacerte daño.

—Pero ¿de qué va el experimento? —le repito. Hay algo que no me cuadra, pero no sé lo que es…

—Bueno, se supone que tiene que representar a una sociedad de los años oscuros —explica Linn—. Solo tenemos que vivir allí y seguir las reglas mientras ellos nos observan.

Después termina y nos vamos. ¿Qué más necesitas saber?

—¿Cuáles son las reglas? —pregunta Kay.

—¿Cómo voy a saberlo? —Linn sonríe como en sueños mientras se recuesta sobre Vhora, acariciándole el cuerno, que se está poniendo de un color rosa suave y latiendo al ritmo del movimiento de su mano—. Solo están intentando reinventar un microcosmos de una sociedad polimórfica anterior a la nuestra. Gran parte de nuestra historia viene de los años oscuros, que fue cuando la Aceleración tomó el control, pero sabemos muy poco de ellos. Puede que crean que intentando comprender cómo funcionaba una sociedad de la Edad Oscura, consigamos entender cómo hemos llegado a ser como somos. O algo más. Algo relacionado con los orígenes de las dictaduras cognitivas y las primeras colonias.

—Pero las reglas…

—Son opcionales —dice Vhora—. Estimulan a los individuos a comportarse según el carácter, ganando puntos al comportarse según lo que conocemos de los años oscuros, y perdiendo puntos si no lo hacen. Los puntos se convertirán en bonos de dinero extra al final del experimento. Eso es todo.

Me quedo mirándola.

—¿Y tú cómo lo sabes? —le pregunto.

—He leído el protocolo —Vhora sonríe traviesa—. Quieren que la gente coopere y se comporte con coherencia sin ser preceptivos. Después de todo, en todas las sociedades hay gente que rompe todas las normas que hay, ¿no? Es cuestión de equilibrar costes y beneficios.

—Pero es solo un sistema de puntos —digo yo.

—Sí, así que puedes saber si lo estás haciendo bien o no, me imagino.

—Es un alivio —murmura Kay. Me abraza. La luz de la tarde en el claro del bosque es suave y amarilla, y aunque se escuchen los zumbidos y los ruidos de los insectos en un segundo plano, el bioma nos deja solos. Linn vuelve a sonreírnos, con una mirada marcadamente fantasiosa, y acaricia el mismo punto de la cabeza de Vhora. Hay algo inconscientemente erótico en sus gestos, pero no es el tipo de erotismo que yo comparto—. ¿Nos vamos? —me pregunta Kay.

—Sí, creo que sí —nos ayudamos mutuamente a levantarnos.

—Ha sido agradable vuestra visita —ronronea Vhora, temblando visiblemente cuando Linn le vuelve a hacer cosquillas en la base del cuerno—. ¿Estáis seguros de que no os queréis quedar aquí?

—Gracias, pero no —dice Kay con cuidado—. Tengo una cita terapéutica dentro de un kilosegundo. Puede que en otra ocasión.

—Entonces, hasta la próxima —dice Linn. Vhora está trabajando en los lazos de la parte de atrás de su túnica cuando Kay y yo nos vamos.

—Qué pena que tengas terapia —le digo cuando pasamos la primera puerta y damos la vuelta a la esquina. Saco la mano y ella me la coge—. Esperaba que pudiéramos pasar más tiempo juntos.

Kay me aprieta la mano.

—¿En qué tipo de terapia estás pensando?

—¿Quieres decir que tú…?

—Shhh, tonto. ¡Por supuesto que he mentido! ¿Crees que te habría compartido con la chica pony?

Me doy la vuelta y la pongo contra la pared y, de repente, ella me rodea completamente con manos ávidas que me cogen, me acarician y me aprietan hacia ella. Su boca sabe a Kay y a especias del almuerzo, indescriptibles y exóticas.

Poco después aparecemos en una pérgola de una zona de descanso que no conocemos ninguno de los dos, en algún punto del Laberinto Verde, sudorosos, desnudos, cansados y alegres. Había hecho el amor con Kay con su cuerpo ortohumano desnudo antes, pero esto es distinto. Con sus cuatro manos astutas hace cosas que me hacen gritar presintiendo el placer, manteniéndome al borde del orgasmo una eternidad. Me gustaría poder hacerle algo parecido. Puede que un día lo consiga, si me decido a hacerme xenomórfico yo también. Normalmente no me arrepiento de estar tan unido a mi propia imagen, pero Kay le está dando una buena sacudida a mis inhibiciones.

Después se aleja de mí, y yo la acuno entre mis brazos.

—No admiten parejas —dice en voz baja.

—Tú has dicho que debería ir.

—Es verdad —parece tranquila. No sé, no le he preguntado… pero ¿esto es solo una aventura?

—No tengo que ir.

—Estás en peligro. Prefiero que estés seguro.

Pongo una mano sobre su pecho. Tiembla.

—A mí también me gustaría estar seguro. Pero contigo.

—Estaremos en cuerpos diferentes —murmura—. Puede que ni siquiera nos reconozcamos.

—¿Estarías bien así? —le pregunto nervioso—. Si te asusta…

—Podría pensar que es un disfraz. Ya lo he hecho antes, ya lo sabes.

¡Oh! Tendremos que mentir —cometo un error sin querer.

—¿Por qué? —Me pregunta—. No somos una pareja —me da un salto el corazón—… todavía.

—¿Eres monógama o polígama? —le pregunto.

—Las dos cosas —su pezón se endurece entre mis dedos—. Pero es más fácil manejar el equilibrio emocional con solo una pareja —siento una leve tensión en su espalda—. ¿Eres celoso?

Tengo que pensármelo mucho.

—Creo que no, pero no estoy seguro. No me acuerdo bien como para estar seguro. Pero… antes, cuando Linn nos invitó, no creo que me haya sentido celoso. Mientras sigamos siendo amigos.

—Muy bien —empieza a acercarse a mí y después se apoya en todos sus brazos y se pone encima de mí, quedándose ahí suspendida como una diosa araña de los placeres terrenos—. Entonces no estaremos mintiendo, técnicamente, si les decimos que no tenemos una relación a largo plazo. ¿Me prometes que me buscarás cuando estemos dentro? ¿O después, si no me encuentras? ¿O si al final no entras?

La miro fijamente a los ojos a una distancia de milímetros, viendo que reflejan deseo, pasión e inseguridad.

—Sí —le digo—. Te lo prometo.

La diosa araña está de acuerdo; baja para recompensar a su compañero, cogiéndolo con sus cuatro brazos mientras se ocupa de él con el resto de sus extremidades. Por su parte, el macho se pregunta si esta es la última vez que estarán juntos.

Mientras vuelvo solo a casa después de nuestro encuentro alguien intenta asesinarme.

Todavía no me he hecho una copia, a pesar de lo que le dije a Piccolo-47. Parece un paso irrevocable, que supondrá que he aceptado mi nuevo estado. El hacerse una copia añade bagaje a tu identidad, en la misma medida en que la disección de la memoria te lo quita. Sin embargo en mi caso parece que de verdad debería hacerme una copia en cuanto llegue a mi habitación. Seguramente le haría daño a Kay si me mataran ahora y volviera al estado en que me encontraba antes de conocerla, y no hacerle daño se ha convertido en algo muy importante para mí.

Puede que sea por esto por lo que sobrevivo.

Después de dejar la zona de descanso nos separamos, con una despedida tímida y una mirada brillante. Kay tiene que ir, ahora de verdad, a una sesión de terapia, y yo estoy intentando seguir una rutina de lectura e investigación a la que tengo que dedicar por lo menos otros diez kilosegundos este diurno. Nos separamos de mala gana, llenos de nuevas sensibilidades. Todavía no estoy seguro de cómo me siento, y pensar que tengo que entrar en el sistema de gobierno experimental me preocupa (¿Me reconocerá? ¿La reconoceré? ¿Nos querremos igual que ahora con las nuevas formas que nos asignarán y con el sistema de puntos?), pero, después de todo, los dos somos adultos. Cada uno tenemos una vida que vivir. Podemos despedirnos si queremos.

En este momento no quiero compañía (aparte de Kay), así que le pido a mi enlace de red que me haga anónimo mientras me dirijo a casa a través del gráfico de puertas T que conectan el Laberinto Verde. Veo a los demás, a través de mis nervios ópticos filtrados, como pilares de niebla que se mueven en silencio, mientras que sus enlaces de red filtran mi propia identidad a sus sensores de entrada.

Pero no reconocer a la gente no es lo mismo que no saber que están ahí, y tienes que ser capaz de esquivar a los que pasan aunque no sepas quiénes son. A medio camino me doy cuenta de que uno de los pilares de niebla me está siguiendo, quedándose normalmente a una o dos puertas por detrás. Qué interesante —me digo a mí mismo como reflejos que no sabía que había activado—. Saben que tengo activado el sistema de anonimato, y parece que esto les está dando una falsa sensación de seguridad. Le pido a mi enlace de red que active la columna de niebla con brillo rojo sobre él y que mantenga mi posición actualizada. Esto se puede hacer sin perder el anonimato, es uno de los viejos trucos del libro de los rastros. Sigo adelante esforzándome por que no se vea que he reconocido a mi sombra.

En vez de volver hacia atrás, seguimos por el Laberinto Verde. Me dirijo directamente hacia el pasillo de mi apartamento. Las columnas de niebla me siguen. Despreocupadamente, meto la mano izquierda en el bolsillo de la chaqueta, hasta que encuentro el colector de puertas T y doy con la apertura correcta.

Estoy atravesando la nave de altares en el templo de los esqueletos gigantes cuando el que me sigue da el primer paso. No hay nadie más con nosotros, así que por esto habrá elegido este preciso momento. Se abalanzan sobre mí, creyendo que no los veo, pero el color que ha dado mi enlace de red sobre su sombra los delata. Llevo la cuenta atrás activada en el ojo izquierdo y en cuanto hacen el primer movimiento, corto el filtro del anonimato y me doy la vuelta.

Es un macho pequeño y poco atractivo, de piel de avellana, pelo negro, ojos pequeños, alto y delgado, y lleva puesto un kilt y una camiseta muy común; de hecho, la única cosa que llama la atención de él es su espada, que no es de duelo, sino que se trata de un cable de microfilamentos con energía asistida, capaz de traspasar una armadura de diamante como si no existiese. Es completamente invisible. Solo se ven los adornos que tiene en la punta, a casi dos metros de la mano derecha.

Muy mal. Aprieto la señal por una fracción de segundo, después la suelto e intento evitar las horribles imágenes púrpura que deja. Hay un trueno fortísimo, un enorme hedor a ozono y carne quemada, y me duelen los brazos. El puño de la espada cae sobre las losas desgastadas, y me quito de en medio rápidamente, con cuidado de no tropezar, entonces echo un vistazo, confiando en mi visión periférica para ver si hay alguien por aquí.

—¡Canalla! —siseo en dirección del señor Churrasco. Me quedo curiosamente impertérrito ante lo que he hecho, aunque espero que las imágenes desaparezcan enseguida. Se supone que se debería usar un blaster con gafas antirreflejos, pero no me ha dado tiempo a cogerlas. Un blaster es un arma sencilla, simplemente una pequeña puerta T vinculada (mediante otro par de puertas T a modo de válvula) a un punto final que gira en la fotosfera de un gigante gaseoso. Es un arma confusa, de corto alcance, elimina cualquier otra arma de batalla y es imposible pararla porque se trata de una pareja de agujeros de gusano unidos por una supercadena. Me retumban los oídos y empiezo a notar que me escuece la cara por la radiación, y creo que he derretido dos de las criptas. No está bien visto usar blasters en los duelos, ni nada que no sea estrictamente accionado a mano, así que será por esto por lo que no se lo esperaba.

—Nunca lleves un cuchillo a una lucha con pistolas —le digo al señor Churrasco mientras me voy. Su mano derecha se lo piensa por un momento, después la deja caer.

El resto de mi viaje a casa continúa sin incidentes, pero estoy temblando, y me castañean los dientes cuando llego. Cierro la puerta y le ordeno que se funda con las paredes. Después me dejo caer sobre el sillón que está en mitad de la habitación cuando la cama no está abierta. ¿Sabía que no me había hecho una copia? ¿Se dio cuenta de que mi identidad anterior no habría borrado todos mis reflejos de defensa, o que he sabido dónde conseguir un blaster en la República Invisible? No tengo ni idea. Lo que es que alguien acaba de intentar matarme a escondidas y sin testigos, y sin la normal resurrección postduelo, lo que indica que quieren quitarme de en medio mientras encuentran y alteran mis copias, lo que supone un intento de robo de identidad, un crimen contra el individuo que muchos sistemas de gobierno califican varios grados peor que el asesinato.

No puedo seguir evitándolo. Me voy a hacer una copia, y después voy a tener que buscar refugio en el experimento Yourdon. Como es un sistema aislado, desconectado del resto mientras que el programa funcione, debería de ser uno de los sitios más seguros donde ir. Siempre que ninguno de los que me dan caza se haya inscrito…