La tarde era sosegada en Sentosa. El brillo del horizonte tenía una tonalidad naranja remota, casi dorada. Héctor Darby dijo las últimas palabras y la ceremonia concluyó. Habían sido frases improvisadas, basadas en el afecto y los recuerdos. Aunque sostenía la Biblia del Amor y el Arte, no la había leído.
Daniel, con la máscara y el manto rituales, apretó afectuosamente los hombros de Yun mientras la hornacina que contenía las cenizas del cuerpo de Bijou, parte de las cenizas que habían logrado reunir en la nave y que un día habían sido horriblemente profanadas, era abierta cuidadosamente sobre el acantilado. Luego se repitió el mismo gesto con las que contenían los restos de Meldon Rowen, Anjali Sen y Jeremy Yin Lane, a quien Darby insistía en considerar como a los demás, aduciendo que solo una enfermedad había podido transformarlo así. Cuando el aire terminó de dispersarlas sobre el mar, los asistentes se quitaron las máscaras y se retiraron.
Pese a la atmósfera triste que envolvía el día, la pequeña Yun sonreía, abrazada a Daniel. Lania le había dicho que Yun se hallaba mucho más feliz desde que él había vuelto, y Daniel sabía que era cierto. Había podido comprobarlo nada más llegar, cuando la niña, al besarlo, afirmó con extraña convicción:
—Ya has regresado del tren oscuro, papá.
Los cambios eran lentos, pero incesantes.
Aquella tarde, tras la ceremonia, Daniel entró en el salón de la casa de Rowen donde solía reunirse con Héctor Darby y Maya Müller a charlar. Todas las tardes charlaban sobre los hallazgos de la Llave. Esas conversaciones habían cambiado muchas cosas, no solo entre ellos: Darby había hecho público el descubrimiento y varias universidades y centros religiosos de todo el mundo habían solicitado ya su presencia. Se preparaba una magna expedición de científicos y religiosos hacia la Llave del Abismo, y aunque habían surgido escépticos, no solo entre los creyentes, parecía obvio que las conclusiones de Darby iban a transformar algo más que la opinión de unos cuantos bibliófilos.
Darby aún no había llegado a la sala, pero la muchacha aguardaba de pie frente a la ventana, donde el ocaso deslumbraba. Vestía una pieza negra ceñida y la postura en que se encontraba, de cara a la ventana, recordó a Daniel la que había adoptado en el salón de la casa de Darby aquella primera vez.
Con una diferencia.
Daniel se percató indirectamente, por el reflejo en el cristal de la ventana.
—¡Maya… tus ojos…!
Se acercó al tiempo que la muchacha, sobresaltada, giraba hacia él respirando agitadamente. En su rostro enrojecido los ojos seguían firmemente cerrados.
—Los tenías abiertos… Lo he visto en el reflejo… —La tomó del mentón con suavidad y contempló aquel semblante de mandíbula tensa, endurecido y al mismo tiempo dulce, donde los ojos se movían como pájaros encerrados en pequeños sacos de piel. Ella apartó la cara—. Tus ojos… son normales…
Iba a añadir: «Y muy hermosos», pero la muchacha negaba con la cabeza, una y otra vez.
—Son horribles… Me quedé ciega cuando vi aquello…
—¿Y si no es así? ¿Y si eso es lo que crees? ¿Y si es lo que siempre has creído? Es posible que todo forme parte de lo mismo, Maya… —Ella seguía negando con más fuerza—. ¿Por qué no abres los ojos? ¡Los tenías abiertos cuando entré! ¿Por qué no pruebas a abrirlos de nuevo?
—Tengo miedo… —Los párpados se separaron un poco, pero solo brotaron lágrimas. Se abrazaron mientras ella sollozaba—. ¡Estoy cambiando! ¡No sé lo que significa, pero…! ¡Antes podía percibir cosas bajo tierra…! ¡Antes sentía la Ciudad! ¡Ahora todo es… muy confuso!
Él intentó tranquilizarla. Sabía que solo era necesario un poco de tiempo. Igualmente sabía que, como había dicho Darby, ninguno de los dos experimentaría a lo largo de sus vidas un cambio radical. Se necesitarían varias generaciones para que los grandes cambios se produjeran, pero, mientras tanto… quizá una pobre muchacha ciega de terror se atrevería a ver la luz… ¿Por qué no?
Sonrió y tocó con la yema del dedo los párpados de ella.
—Aún no se sienten preparados para nacer… Pero un día podrás comprobar qué efecto causa mi sonrisa en mi rostro, te lo aseguro… aunque quizá te decepciones.
La muchacha sonrió débilmente.
—No creo que me decepcione.
Mientras la miraba Daniel se preguntó si podía estar forjándose entre ambos una relación de «amor». Era pronto para saberlo, pero el destino de Maya ya empezaba a preocuparle… y la preocupación por el destino del otro era señal inequívoca de que el «arte» cedía paso al «amor».
—Perdonad —dijo Darby desde la puerta—. Si interrumpo algo…
Ambos lo invitaron a entrar. El hombre biológico traía en sus manos la Biblia que había llevado a la ceremonia, pero a Daniel le interesó más su expresión. Ya lo conocía, y sabía que aquel brillo en la mirada solo podía significar una cosa.
—Se te ha ocurrido otra idea extraña… —dijo.
—Yo también lo noto. —Maya asintió sonriendo.
—Puede que tengáis razón… —Darby eludió contestar y se rascó la calva—. Pero antes que nada quería deciros dos cosas, ambas inesperadas. La primera es que los familiares de Meldon Rowen acaban de comunicarme su última voluntad… Me ha legado esto. —Abrió los brazos—. Su casa de Sentosa. Nunca pude imaginarlo, pobre amigo… He venido a deciros que es tan vuestra como mía… De hecho, más vuestra que mía, porque tengo decidido regresar a Europa. Soy del Norte. Vivir en Sentosa me haría perder el maravilloso cuerpo biológico que aún me queda y me convertiría en un jovencito andrógino como vosotros… —Darby parecía extrañamente excitado pero Daniel sabía que no era debido a la noticia de aquella herencia—. En fin, podéis quedaros a vivir aquí si os apetece. Y me figuro que con el oro que nos ofrecen por las conferencias no tendréis más remedio que consideraros ricos…
A Daniel la idea de ver a Yun vivir y crecer en la mansión de Sentosa le parecía increíble. Miró a la muchacha, que sonreía con expresión burlona.
—Héctor, no has venido a decirnos solo eso…
El rostro de Darby había enrojecido, como el de un niño a punto de cometer una espléndida jugarreta.
—Bien, tengo otra noticia… Muy curiosa, por cierto. Acaba de llegar la información que pedí a Alemania. ¿Recordáis a Shar, el discípulo de Mitsuko del que obtuvo Ezra Obed el anuncio de la revelación? Era amigo de Klaus Siegel… De hecho, gozaban juntos.
—Vaya coincidencia… —dijo Daniel.
—O quizá no —replicó Darby sonriendo—. Quizá Shar le contó a Klaus, mientras se besaban: «Habrá una revelación muy importante el día tal, a tal hora, en el Gran Tren de Hamburgo…». Y el pobre soñador, el loco Klaus, lo creyó a pies juntillas y decidió convertirse en el protagonista…
Daniel meditó en aquella asombrosa idea.
—¿Quieres decir que… todo fue invención de Klaus?
—Pero, Héctor —objetó Maya—, la revelación era cierta…
—Maya tiene razón. —Daniel asintió—. Gracias a ella encontramos la Llave y yo acerté a desconectar el cable que…
—¿Más coincidencias? —Darby los interrumpió sin dejar de sonreír—. ¿O quizá deseos de que así ocurriera? —Alzó la Biblia frente a ellos—. ¿O… tan solo fantasías?
—¿Qué quieres decir? —Maya frunció el ceño.
—Que teníais razón: se me ha ocurrido otra idea extraña sobre Nuestro Libro. —Lo dejó sobre la mesa y empezó a dar cortos paseos—. He estado leyendo en estos días sus catorce capítulos, preguntándome qué son exactamente. Es decir, qué fueron… Si no describen el mundo real, ¿qué significado tienen y por qué se concibieron?
—Nos explicaste que quizá los redactó un grupo de religiosos que creían equivocadamente que el mundo era así —dijo Maya.
—Y no es que haya cambiado de opinión —advirtió Darby—, pero se me ha ocurrido otra teoría. Carece de pruebas, como todas las teorías ciertas antes de ser probadas…
—Y las falsas —arguyó Daniel.
—No obstante —replicó Darby riéndose—, esta es lo bastante extraña como para resultar cierta. Veréis… Hasta ahora hemos creído que estos textos habían sido escritos por motivos religiosos o científicos… Pero ¿y si se tratara de simples invenciones? Me refiero a mentiras conscientes, voluntarias… Los historiadores afirman que en épocas muy remotas había poetas que escribían mentiras para solaz de los lectores…
En el silencio que siguió, Daniel observó que Maya perdía la sonrisa.
—Estás hablando de la Biblia, Héctor —dijo la muchacha moviendo la cabeza—. Del Libro Sagrado. El más importante de todos.
—Porque un scriptorium lo decidió así —repuso Darby.
—Porque nosotros lo decidimos así cuando el scriptorium nos lo entregó. —Maya, muy seria, encaraba a Darby con sus ojos cerrados—. Todavía estoy intentando asimilar la simple idea de que Nuestro Libro no define el mundo tal como lo conocemos… No aceptaré que, además, blasfemes de él…
—No pretendía blasfemar. —Darby parecía dolido—. He estado leyendo los capítulos como si no los hubiese leído nunca… Me ha parecido tan extraño todo lo que le sucede a los personajes… ¿Por qué no pudo ser así alguna vez? —Se defendió, algo tenso.
—Porque fue escrita con el propósito de llegar a la verdad —dijo Maya—. Incluso si se demuestra que está equivocada, no podemos considerar a la Biblia del Amor y el Arte como simples fantasías de un poeta bromista…
—No he dicho que sea…
La tensión era palpable. Daniel quiso atenuarla con un comentario banal que acababa de ocurrírsele. Cogió el libro que Darby había dejado en la mesa y mostró la portada.
—Perdona, Maya, pero… ¿os habéis fijado? Quizá sea estúpido, pero no es «la Biblia del Amor y el Arte». Todo el mundo la llama así, pero el título exacto es «Biblia del Amor Artesanía». ¿Puede significar algo eso?
Maya se apresuró a responder.
—Ya lo creo que significa algo —dijo con tono reverencial, como si recitara una lección aprendida—. Nuestro Libro se llama «del Amor» porque habla de la pasión del espíritu, los ideales y las sombras que yacen bajo ellos. «Artesanía» se refiere a la manera en que debemos hacer las cosas, lo práctico, lo que realizamos con las manos…
—Eso ya lo sabía, pero…
—Por lo tanto —siguió Maya, interrumpiéndolo—, abarca todo lo que interesa al ser humano: el mundo interior de las pasiones y el mundo práctico de la realidad exterior. «Amor y Artesanía».
No hay ninguna «y», pensó Daniel observando la cubierta, pero le pareció mejor no decir nada. La muchacha se volvió de nuevo hacia Darby.
—Héctor, respeto tus teorías y no puedo negar las evidencias que hemos encontrado en la Llave, pero opino que debes ir un poco más despacio… He vivido toda mi vida creyendo en este libro y ahora… quizá pueda admitir que está equivocado, pero… no puedo pensar que ha sido escrito por alguien que quería reírse de todos nosotros, burlarse del futuro y de la humanidad… Se trata de la Biblia. No fue concebida como un juego. Quien la hizo, creía en ella.
Darby asintió en silencio, pero cuando habló no parecía convencido.
—Solo quise decir que nos hemos pasado la vida sintiendo miedo por culpa de estos catorce capítulos… ¡y quizá solo sean mentiras creadas para divertir!
—Eso me daría mucho más miedo —repuso Maya. Sus ojos temblaban, pero no los abrió. Tras un repentino silencio agregó—: Perdonadme.
Los dos hombres quedaron callados mientras la muchacha caminaba hacia la puerta (su rodilla estaba cada vez mejor, pero Daniel notó que aún cojeaba) y la cerraba al salir. Un instante después, Daniel sonrió, intentando restar importancia a lo sucedido.
—Está nerviosa… Para ella ha sido mucho más difícil que para nosotros…
—Lo sé, soy un idiota… —Darby hizo un gesto de impaciencia—. Me duele haberla ofendido… Y, de todas formas, ¿qué pruebas tengo? ¡Con el paso del tiempo, sin duda, los pocos datos objetivos que albergó el scriptorium de la Llave fueron borrados o convertidos en otra cosa…! ¡No quedan datos! ¡Ninguno!
Mientras Darby paseaba por el salón rumiando sus cavilaciones, Daniel sacudió la cabeza sin saber qué decir. Volvió a mirar el grueso libro de tapas negras. El título estaba escrito en letras doradas, en relieve: LA BIBLIA SAGRADA DE AMOR ARTESANÍA. Era un bonito ejemplar, aunque las letras habían perdido algo de color. Daniel sopló sobre ellas, las frotó con el borde de su velo, las contempló y se sintió satisfecho del resultado. Destellaban un poco más, formando palabras en el idioma universal llamado «inglés»:
The Holy Bible
Of Love Craft