Decimotercer Capítulo

Cuerpo

1

No estaban preparados para lo que encontraron.

La nave —si de eso se trataba— era un objeto ovoide cuyo diámetro central se ensanchaba como el de un barril. Una escalerilla central la atravesaba de arriba abajo, cruzando los diferentes niveles. El extremo superior se prolongaba con un cilindro que, además de contener la escotilla de acceso, parecía servir al mismo tiempo de nave auxiliar de dos plazas. El primer nivel era el más grande y ocupaba toda la bóveda superior; semejaba una especie de sala de mandos con varias pantallas de scriptoria, paredes cromático-herméticas verdes con barras laterales, asientos y una mesa de cristal negro con una extraña oquedad central que recordaba la forma del objeto elíptico que Daniel había encontrado en el zócalo. En el siguiente nivel estaban los camarotes, con ventanales gruesos, confortables lechos y potente iluminación, cuyas puertas se distribuían en círculo alrededor de la escalera central. Eran seis en total, de modo que podían disponer de uno por tripulante. Una cabina clínica y otra a modo de almacén constituían el nivel inferior a los camarotes. El último nivel albergaba los generadores de energía y de reciclado de agua y oxígeno, así como un nuevo cilindro central que sobresalía, como el primero, del casco principal, y finalizaba en otra escotilla, aunque no parecía funcionar como nave.

Tardaron dos horas en explorarla, tras escalar las espículas de la superficie dentada y acceder por la escotilla superior. Las dimensiones los aturdieron: Rowen propuso las de una casa de cuatro plantas; Darby opinaba que la anchura de la zona central desbarataba cualquier comparación. Su decoración era un abigarrado museo de metales herrumbrosos y modernos instrumentos. El detalle más llamativo, aparte de la oquedad de la mesa en la sala principal, era un panel en un sector de la misma sala que mostraba peces pintados al estilo sumi-e japonés nadando en un agua gris.

Todo aquello parecía tener un propósito. Darby lo expresó cuando se reunieron en la sala tras el primer recorrido.

—La nave ya estaba aquí. No sé cómo, pero Kushiro y su equipo la repararon.

—¿La repararon? —Rowen, sentado de cara al respaldo de una de las butacas, arqueó las cejas bajo la pequeña venda de la sien—. ¿Quién la construyó entonces?

—No lo sé, pero su estructura parece muy antigua. Piensa, por ejemplo, en los paneles de la sala de máquinas… Las placas pétreas que hallamos detrás… ¿Yilane? Tú las examinaste…

El joven creyente, sentado en una de las barras, de espaldas a la pared cromática verde, pareció temblar cuando habló.

—No es piedra. Se trata de mecanismos sobre los cuales se ha depositado una capa mineral.

—Decir «muy antiguos» sería un eufemismo —completó Darby—. Hablamos de miles de años, o… quién sabe.

Se hizo el silencio.

—No pueden utilizarse máquinas en ese estado —objetó Rowen.

Darby acudió de nuevo a Yilane, que apoyó un pie descalzo en la barra donde se sentaba.

—Puede hacerse con creencia. —Los miró, uno a uno, con terrible seriedad—. Los paneles nuevos necesitaban un punto de conexión válido para extraer información de la masa de instrumentos. Lo consiguieron recuperando lo que está muerto y enterrado. Haciéndolo «hablar».

—Es un poder del Decimotercero —intervino Anjali Sen con el mentón apoyado en sus manos recién reparadas—. A partir de ahí, se logra establecer una conexión.

—Es como la cámara donde Daniel halló este extraño aparato. —Darby mostró el pequeño objeto en forma de barril abierto en dos mitades—. La piedra «tallada» es en realidad maquinaria. Su antigüedad es tan inconcebible como la de la nave, pero el equipo de Kushiro encontró la forma de recuperar los datos que contenía… Datos que se corresponden con el hallazgo que el propio Kushiro había efectuado en los viejos textos de la Biblia original… —Darby hizo girar el objeto de forma que todos pudieran ver su interior. En cada una de las mitades había una pantalla cubierta de símbolos parpadeantes—. Unas coordenadas que fueron suprimidas por los intérpretes de la versión final del Cuarto Capítulo. ¿Recordáis? —Y recitó de memoria—: «Avistaron una gran columna de piedra que surgía del mar, y… llegaron a una costa hecha de barro, cieno y construcciones ciclópeas, llena de algas, que no podía ser otra cosa que la tangible sustancia del supremo horror terreno… la ciudad-cadáver de pesadilla…». —Se detuvo y los miró—. Ese es el texto bíblico del Cuarto tal como lo conocemos, pero el original, al parecer, mencionaba un dato entre medias. Está en la pantalla de abajo… —Lo señaló—: «Avistaron una gran columna de piedra que surgía del mar, y en latitud sur 47°, 9', longitud oeste 126°, 43' llegaron a una costa…».

El silencio se hizo angustioso. Rowen se levantó lentamente del asiento.

—La Ciudad de Dios… —murmuró.

—La Llave del Abismo es la Ciudad de Dios —asintió Darby—. O está en ella. A más de cinco mil kilómetros al este de donde nos encontramos.

—¿Al este? —Rowen parecía desconcertado—. Espera, no hay nada en esa dirección, salvo el océano… ¿Acaso es una isla?

—No. —Darby alzó la cabeza—. Sea lo que sea, está sumergido.

—Como afirma la Biblia —añadió Yilane haciendo equilibrio con su ágil anatomía sobre la barra.

2

Cuando llegó el momento, Daniel se ofreció a ir en busca de Maya.

Había estado pendiente de su recuperación durante las últimas horas, agazapado junto a ella tanto en el camarote como en la clínica. Ignoraba el motivo. Suponía que necesitaba sentirla cerca debido al terror que lo sobrecogía. El miedo, que formaba parte de su carne, de la carne de todos, diseñados o biológicos, agudizado por el lugar donde se hallaban y lo que habían decidido hacer.

La encontró recostada sobre los líquidos curativos del receptáculo de la pequeña clínica, en el nivel inferior a los camarotes. Parecía dormida, pero estaba sometida a la tiranía de las pesadillas. Se retorcía y gemía en el reducido espacio blanco.

No era la primera vez que Daniel la veía sufrir malos sueños desde que había empezado su curación en la nave. Era cierto que sus heridas requerían más atención que las del resto, pero Daniel no creía que aquellos sueños se relacionaran con ellas.

No habían salido mal librados, después de todo. Darby presentaba solo rasguños y Rowen un surco en el cuero cabelludo debido al roce de una de las balas de Mitsuko, la cual le había provocado un desmayo que al propio Rowen le molestaba recordar, pero que Anjali juzgaba providencial.

—Te hubiese matado si llegas a quedar en pie —le decía ella.

Las heridas de Anjali y Maya eran más serias. La india había perdido gran parte del lóbulo de la oreja derecha y tenía contusiones en la cabeza y cortes en las manos, pero nada que no fuese recuperable. En cambio, el estado de la rodilla y mano derechas de Maya hacían aconsejable algún tipo de intervención. Aunque encontraron en la cabina-clínica un receptáculo con luces y líquidos cicatrizantes y todo el instrumental reconstructivo necesario, las técnicas más complejas se hallaban fuera del alcance de cualquiera de ellos, y Darby volvió a echar de menos —no por primera vez— a Brent Schaumann. Por el momento se habían limitado a inmovilizar la rodilla de Maya para, colgada de las axilas, hacerla bajar suavemente por el desfiladero hasta el foso donde se encontraba la nave, y luego, ya en su interior, la habían sometido a sesiones de líquidos y reposo. El perfecto diseño de su organismo había empezado a actuar, epitelizando las brechas más profundas y reponiendo el hueso roto, pero seguiría cojeando hasta que regresara a la civilización. En cualquier caso, por fortuna, ya estaban de nuevo juntos y en el sitio correcto, aunque el objeto que Daniel y Yilane habían descubierto —una nave hermética flotando en el agua de un canal subterráneo— superase todas las expectativas.

Intentó no asustarla mientras la despertaba. En la muchacha, la transición hacia la vigilia resultaba extraña y silente, porque sus ojos seguían cerrados. Luego la ayudó a salir de la cabina y subir al camarote. Maya parecía necesitada de hablar, y Daniel decidió no interrumpirla.

—Soñé que volvía a contemplarme en un espejo mientras ejercitaba mi cuerpo, como hacía en la comuna de Yemen. Pero no tenía once o doce años sino mi edad actual. Me miraba en el espejo, colocado junto a una palmera, en las casamatas donde fui creada… y podía verme. Y esa visión me asustaba. Luego volvía a dormir con mis compañeras, en el suelo, cuerpo contra cuerpo, y a compartir orgasmos con ellas para aliviar mi temor. Y veía colores. Mis recuerdos son colores. El Sur está lleno de ellos. Dormía en una habitación amarilla. La piel de nuestros guardianes era oscura y las uñas y la sonrisa muy blancas. Los golpes eran rojos. Nos pegaban siempre, en todo momento. El miedo era de un tono marfil o hueso. No éramos seres humanos, ni siquiera entes vivos, sino cosas fabricadas para entrar en la Ciudad de la Muerte. Si moríamos o enloquecíamos, simplemente nos eliminaban. Podían sustituirnos con facilidad, ya que creaban «perras» con frecuencia. Llegué a tener tanto miedo que no supe que lo tenía. Todo dentro de mi ser era miedo, no podía diferenciarlo de la vida. El orgasmo, que era blanco, de un blanco muy puro y brillante, como una luz, no nos pertenecía. Nos recompensaban permitiéndonos obtenerlo. Era nuestro alivio.

Daniel, recostado junto a ella en el lecho del camarote, tendió la mano hacia la suya. Aunque no habían compartido orgasmos, la muchacha había buscado uno la primera vez que él se había quedado a solas con ella en aquel lecho, pocas horas antes. Y lo había hecho como si se defendiera de algo: con una mano entre sus muslos y la otra en sus pechos, sin requerir la ayuda de Daniel pero sin que le importase su presencia, gimiendo entre aleteos de párpados cerrados.

Maya aceptó su mano y volvió el rostro hacia él.

—Una vez me preguntaste cómo me había quedado ciega. Nunca quiero hablar de eso, pero ahora te lo contaré. Nos obligaban a percibir el viento de la muerte y descender a la Ciudad bajo tierra, junto a los cadáveres. Teníamos que recorrerla a solas o con otras compañeras. La Ciudad era, casi siempre, una caverna inmensa y vacía en apariencia, pero un día, durante un descenso, encontramos algo. O algo nos encontró a nosotras. Nos habían dicho que era posible que ocurriera, y si así sucedía, teníamos que intentar huir sin mirarlo siquiera…

—¿Qué… era? —murmuró Daniel con la boca seca.

—No te serviría de nada saberlo —contestó ella temblando, tras una pausa—. Hay hombres entrenados como «perros» para buscar la Ciudad, pero tú no eres uno de ellos. Que te baste saber que la muerte, para muchos cuerpos, no es el final de la vida: así lo afirman el Decimotercero y el Último. Hay muertos que viven en abismos hondos, y tan solo encontrarlos significa la locura… En realidad, no sé lo que vi. Pero sé que, a partir de ese instante, ya no vi nada más. A mi alrededor, mis compañeras aullaban. Fui la única que logré salir con vida… Descubrí entonces que el último color, el del pánico, es negro. Cuando llegué a la superficie y abrí los ojos, seguí viendo ese color. Y he continuado viéndolo toda mi vida. Me explicaron que quedarme ciega me había salvado. Mis compañeras, que habían seguido mirando, perecieron.

Hizo una pausa y prosiguió, recobrando la calma.

—La ceguera me permitió resistir, ya que me usaban menos que a otras. Y resistir me ayudó a sobrevivir. Cuando superas un límite de edad y comprueban que eres fuerte, procuran conservarte. Allí se dice: «Si vives lo suficiente, te harán vivir más». Pero diez años después decidieron venderme. Desconfiaban de poder hacer negocios con una «perra» ciega, y yo sabía que si no recibían una buena oferta por mí, me sacrificarían. Fue entonces cuando Héctor Darby me compró. Pensé que era un ritualista. Nunca había conocido a otra clase de individuos que no fueran ritualistas. Pero cuando se quedó a solas conmigo me dijo: «En realidad, compro libros, no personas». —Sonrió—. Añadió que podía marcharme a donde quisiera. Nunca me permitió agradecérselo. Sé que lo hizo porque se dio cuenta de que nadie iba a comprarme. Le pedí quedarme a servirle. Ayudarle. Defenderle. Me aceptó como colaboradora: a partir de entonces yo iba de un sitio a otro, conseguía libros para él y lo protegía cuando tenía que realizar un viaje a lugares remotos. Luego conocí al doctor Schaumann y al magnífico Meldon Rowen… y luego todos conocimos la leyenda de la Llave.

Daniel la miró largo rato durante el silencio que siguió. Se preguntaba qué clase de horrores ocultaban aquellos párpados cerrados, asediados de pecas.

—Te debía esta historia, Daniel Kean —dijo ella.

—Y te agradezco que me la contaras.

—Pero no has venido a oírme tan solo.

Daniel se incorporó en la cama. Escogió las palabras antes de hablar.

—Debemos decidir entre todos lo que vamos a hacer, y nos gustaría que nos acompañaras. Héctor cree que la nave se pondrá en marcha cuando introduzcamos el artefacto que encontré en la muesca de la mesa de control. Entonces nos llevará directamente a la Llave.

—¿A la Llave? ¿Cómo nos llevará?

—Bajo el agua —replicó Daniel, y notó el estremecimiento de ella.

3

—Bajo el agua —insistió Darby. Estaba pálido y parecía contagiar a través de su mirada su palidez a los demás—. Al lugar donde Dios habita. Nadie ha llegado tan lejos jamás, que sepamos, aunque quizá Kushiro sí lo hizo. Pero también sabemos que solo él regresó con vida y cordura para contarlo y planear su revelación. Ahora nos toca a nosotros. Decir que es probable que no todos sobrevivamos podría parecer redundante. Debemos decidir si queremos afrontar ese riesgo. Quien lo desee, puede abandonar esta nave ahora, antes de que introduzcamos el artefacto en la muesca.

Los sondeó con la mirada: Meldon Rowen, el joven y enérgico empresario de lustroso pelo negro y tez morena; la oscura creyente india Anjali Sen; el joven Yilane, de ojos rasgados; Maya Müller, la ciega de rostro pecoso; Daniel Kean, con su delicada delgadez y su pelo rubio con un mechón oscuro.

Nadie renunció, pero tampoco hubo asentimientos. Era como si supieran que el camino estaba trazado y no podían sino seguir avanzando.

Darby se volvió hacia Daniel y le entregó el artefacto abierto.

—Tú lo encontraste, Daniel. Es justo que seas tú quien lo haga.

Daniel contempló las dos pequeñas pantallas con el texto parpadeante. Cerró ambas mitades produciendo un pequeño clic. Por alguna razón solo miró a Maya mientras dirigía el pequeño barril hacia la oquedad de la mesa, como si los ojos cerrados de la muchacha le resultaran tranquilizadores. Abrió la mano y dejó caer el objeto con suavidad. Este se deslizó y quedó engastado en la oquedad.

Por mucho que lo esperase, no pudo evitar un grito de pavor.

Paredes y luces temblaron. Un resplandor cobalto lo llenó todo mientras el panel de los peces dibujados comenzaba a ascender descubriendo un cristal oblongo.

Se hundían. El agua anegó el cristal y el mundo se hizo negro. Reflectores que debían de estar situados en el ecuador de la nave revelaron sombras de peces vivos y un lecho rocoso. El vehículo tomó impulso, se deslizó por un túnel triangular y salió a mar abierto a través de una gigantesca grieta. Tras varios balanceos corrigió automáticamente su rumbo y el suelo del salón volvió a ser firme.

Pero en aquel momento nadie estaba pendiente de eso.

Todo el interés se centraba en el rostro que apareció en las pantallas de los scriptoria, la arrugada faz que cubría cada uno de los visores como el rompecabezas de una máscara dispersa en fragmentos.

Os doy la bienvenida, seáis quienes seáis los que habéis encontrado esto. Os lego un trabajo que ni mis discípulos ni yo hemos podido finalizar, después de ver lo que hemos visto y saber lo que sabemos… Confío en que una humanidad más fuerte lo herede, lo complete y utilice lo mejor posible… —Daniel tenía la impresión de que Katsura Kushiro lo miraba a los ojos desde sus oscuras cuencas, donde brillaba un centelleo de terror—. Preparaos: estáis a punto de conocer la verdad sobre la Llave del Abismo…

Nadie habló cuando las pantallas se apagaron. Todos permanecían sujetos a la barra como petrificados mientras el casco de la nave latía entre sordos retumbos.

El Amo, que era uno de ellos, también sentía miedo. Pero por dentro intentaba serenarse.

Porque, aunque los planes habían dado un giro imprevisto debido a los últimos acontecimientos —Turmaline había fracasado en su intento de eliminarlos—, la Verdad aún seguía disponible y nadie sospechaba de su presencia.

Mientras la nave parecía hervir sumergiéndose cada vez más en aquella tiniebla, el Amo, aferrado a una de las barras, se permitió una sonrisa.

4

Solo varias horas después, Daniel comprendió que sucedía algo extraño.

Hasta ese momento el viaje había sido únicamente abrumador. Sus compañeros parecían estar pasando por la misma etapa de estupor que él. Daban cuenta de las provisiones y se retiraban pronto, o permanecían en la sala y miraban absortos la oscuridad agitada tras el cristal. Nadie hablaba, pero Daniel podía imaginar lo que todos pensaban en la soledad de sus camarotes: que viajaban bajo el agua hacia el Lugar Temido, la materia de las pesadillas infantiles y el terror primigenio. Razonaba que Kushiro lo había planeado bien: si la nave no los hubiese llevado de forma automática, ninguno de ellos habría tenido el valor de dirigirla.

Sucedió durante una de sus visitas a la sala. Daniel acababa de subir la escalera y comenzaba a asomarse por la escotilla cuando lo oyó.

—Es muy probable que no obtengamos nada, Héctor… —Era el tono de Anjali Sen.

—Sea como sea, hay que intentarlo. —Era la voz cautelosa de Darby.

La única importancia que Daniel concedió al breve diálogo fue la que parecieron otorgarle sus protagonistas, que al verlo llegar se interrumpieron súbitamente.

Anjali, recostada en uno de los asientos, se examinaba las cicatrices cada vez menos visibles de sus manos. Luego estiró el flexible cuerpo con cierta languidez y se incorporó.

—Estaré en mi camarote —advirtió. Sonrió hacia Daniel antes de dirigirse a la escotilla por la que él acababa de subir.

Darby siguió sentado contemplando el oscuro espectáculo de la ventana. Llevaba una camiseta que dejaba sus velludos hombros al descubierto y pantalones holgados. Su barba presentaba un curioso aspecto de descuido nada común en él. Más allá del cristal hacia el que miraba se distinguían dos caminos de oro, dos realidades blancas y piramidales en medio de una nada absoluta. Peces asustados y horrendos parecían crearse y destruirse al atravesar aquellos raíles de luz. No había ni rastro del Color, pero Darby aseguraba que eso era «esperable»: la latitud por la que viajaban se hallaba muy alejada de la región donde persistía aquella radiación. Pese a todo, Daniel no sabía qué era preferible, ya que las sombras puras más allá de los reflectores resultaban atroces.

Mientras miraba por el ventanal, Daniel sintió de repente la tosca presión en su pierna desnuda de la mano del hombre biológico. Le confortó aquella caricia.

—A juzgar por nuestra velocidad y las coordenadas de destino, quedan unas veinticuatro horas para llegar a… lo que sea —dijo Darby con voz cansada. Parecía no haber dormido desde hacía días—. ¿Has venido a contemplar lo que ocultan las profundidades, jovencito?

—Me interesa más lo que ocultamos entre nosotros.

La respuesta logró arrancar la mirada de Darby del cristal. Con el velo color castaño transparente que vestía sujeto en su puño, Daniel le devolvió el escrutinio mientras apoyaba un pie en el asiento que Anjali había abandonado.

—Sigues dejándome al margen —añadió Daniel—, como cuando me mentiste en tu casa o me desdeñaste frente a Svenkov.

—No comprendo…

—Comprendes perfectamente. Estáis planeando algo.

—Vamos a intentar una cosa más bien arriesgada —concedió Darby al cabo del rato—. No queríamos comentarlo hasta no conocer sus consecuencias, y menos a ti…

—¿«Menos a mí»? ¡Estoy harto de que me dejes de lado cuando te interesa!

—Calma, jovencito, solo pretendo…

—«¿Protegerte?». Es la palabra correcta, ¿verdad, señor Héctor Darby? ¡Olvidas que estáis aquí por mí!

—¡Y quizá tú olvidas que ninguno de nosotros quería que vinieras!

—Pero he venido. ¡Y sabes bien lo que busco! ¡De modo que si tienes alguna información sobre la Verdad o el Amo, me gustaría conocerla! —Después de aquel estallido, Daniel pareció recobrar la calma. Sentado sobre la mesa de control, bajó los ojos—. Lo siento.

El hombre biológico le restó importancia con un ademán.

Siguió mirando el ventanal en silencio y al cabo de un rato dijo algo extraño:

—Hay oscuridad dentro y fuera.

Daniel lo miró.

—Y nos preocupa más la de dentro —añadió Darby—. La mercenaria que nos tendió la emboscada se llamaba Turmaline. Era una predestinada. ¿Sabes lo que son? Seres diseñados para fines tan específicos que se discute, incluso, si pueden considerarse humanos. El diseño de la predestinación no puede compararse a ningún otro: ni siquiera Maya es una predestinada. Turmaline había sido diseñada para matar o procurar placer, exactamente eso, solo eso. Su cabello era un heteroinjerto de cuchillas. Otros rincones de su cuerpo distarían de ser tan duros, pero a su modo también serían peligrosos. Podía danzar hasta enloquecer a quien la mirara o acribillarlo en dos segundos. Era un ser lujoso, comprado y elaborado a gusto de un cliente particular. Mitsuko la obedecía, pero Anjali sospecha que ella no controlaba a Mitsuko, solo le transmitía las órdenes que recibía. Llevaba un auricular orgánico y una microcámara en la retina izquierda con instrucciones. —Miró a Daniel—. No era ni la Verdad ni el Amo, solo una herramienta.

—¿Quizá uno de ellos sea Moon?

Darby negó con la cabeza.

—Tu venganza se ha visto satisfecha parcialmente: Turmaline acabó con Moon antes de seguirnos a Nueva Zelanda. Ha quedado registrado en el auricular. Anjali acaba de extraer la información.

Daniel no experimentó ninguna alegría ante aquella noticia. Era como si la pérdida de Moon le hubiese despojado de posibilidades de venganza. Pensó que la Verdad y el Amo, los auténticos responsables, se hallaban, tras la muerte de Moon y Turmaline, algo más lejos que antes. Pero las siguientes palabras de Darby desmintieron su temor.

—Están cerca, Daniel. Más cerca que nunca. Las informaciones del auricular eliminaron automáticamente cualquier mención sobre ellos, pero sería una ingenuidad pensar que no nos han seguido hasta aquí. En realidad, creo que el peligro es mayor que nunca, porque nuestra victoria sobre Turmaline nos ha hecho confiarnos. Y quizá eso era lo que pretendía quien la envió.

Hasta aquí. Daniel intentó entender las implicaciones de lo que Darby decía. ¿Se refería a que podían estar en la nave?

Darby clavaba la vista en él.

—Solo nos queda una posibilidad: interrogar a Turmaline.

—Pero… está muerta…

—Así es, y sin embargo… No solo pretendíamos examinar su auricular cuando decidimos traer su cadáver a la nave.

Daniel dejó que el velo se deslizara por el centro de su cuerpo. Se abrazó a sí mismo y observó, más allá del ventanal, los simétricos senderos oscurecidos por vegetales y peces. Hablar con los muertos era una blasfemia que se sentía incapaz de imaginar.

—¿Puede hacerse? —preguntó.

—Los creyentes dicen que sí, y si ellos pueden, yo no veo inconveniente en aceptarlo. De hecho, me parece vital obtener esa información cuanto antes… Sinceramente, Daniel… —Darby retornó a contemplar el ventanal—. Aceptaría cualquier posible solución, fuera la que fuese. Porque creo que el peligro es mucho mayor que nunca.

5

—Tu padre conocía bien el Decimotercero —dijo Anjali Sen—. ¿Te explicó sus profundidades?

—No demasiado —se apresuró a responder Yilane, y su ansiedad despuntó en la voz.

Anjali observaba cómo su joven discípulo depositaba simétricas gotas de ungüento sobre sus brazos, pecho y vientre. Su trabajo era minucioso, pero las manos que sostenían el frasco temblaban.

—Haz lo que te indique y lo lograremos. —Anjali comprobó que la malla estuviera bien ceñida a sus piernas—. Vamos a la otra cámara.

El cadáver yacía en el suelo balanceándose con los casi imperceptibles movimientos de la nave. Su cabello metálico producía un tintineo como de pequeños adornos colgantes. Aunque el perfecto diseño de su piel y la temperatura del cilindro de congelación había retrasado cualquier signo de descomposición en Turmaline, las heridas del rostro seguían siendo un espectáculo difícil de contemplar.

Hubo un silencio. Solo se oía el roce de las palmas de las manos de los dos creyentes al frotar sus cuerpos con el ungüento, y aquel ligero tintineo del cabello.

—Puede que no quiera contestar —observó Yilane—. Se dan casos…

—Entonces la haremos hablar. Tendrá que responder. No podrá negarse.

Una de sus manos se tendió en el aire y alcanzó el suave brazo de Yilane, que dejó de temblar.

—Yil: un cuerpo muerto es como un cuerpo vivo —dijo Anjali—. No nos deben dar más terror unos que otros. Quizá te agobie el pensamiento de realizar un acto blasfemo, pero recuerda que se trata de una predestinada. No son iguales que los seres humanos.

El joven creyente asintió, pero se alejó del contacto con Anjali, como queriendo demostrar que no la necesitaba. Una hora antes habían compartido orgasmos para menguar el infinito pánico que les infundía lo que se iban a hacer. Como en ocasiones similares, ella lo había acariciado al tiempo que lo hacía consigo misma, hasta obtener el placer en ambos. Yilane siempre respondía con una entrega total, pero Anjali había percibido su distancia. Quiere probar que ya no me necesita, pensaba. Le gustaba esa temeridad, pero no cuando comprobaba que, bajo ella, el fascinante Yilane seguía escondido dentro de sí mismo, tembloroso.

Anjali desvió la vista hacia su scriptorium, situado sobre la mesa. Quedaban apenas cuatro horas para que la nave llegara al final del trayecto, según los cálculos de Darby. Tenían que apresurarse.

Habían elegido la cabina que servía de almacén. Se trataba de una cámara cuadrada con una habitación adyacente más pequeña. Las paredes de la primera eran blancas y las de la segunda grises. Además de cajas con piezas de repuesto, la primera cámara contenía dos cilindros de congelación muy útiles. En uno de ellos habían introducido el cadáver de la Rubia al traerlo a la nave.

Habían pasado las horas previas sumidos en los preparativos. Anjali llevaba en su mochila una malla de rombos anchos y un frasco de ungüento. Yilane sacó sus ajorcas, brazaletes y collares. Luego entraron en el pequeño cuarto gris y se desvistieron. Anjali calzó la malla y Yilane se colocó las joyas. Entonces ambos empezaron a frotarse el cuerpo con los ungüentos que provocarían la emisión de sudor. El cabello azabache de Anjali, cuidadosamente peinado, ondeaba reflejando las escasas luces de la habitación en tonos opalescentes. La india sonrió hacia su discípulo y este la imitó: teniendo en cuenta lo que se disponían a hacer, pensaba que se hallaban de bastante buen humor.

Yilane miró hacia el cadáver.

—Tiene el rostro destrozado…

—La lengua está cortada en finas capas, eso será un problema, pero podrá pronunciar palabras breves… ¿Preparado?

—Sí. —Yilane no se apartó esa vez cuando su maestra lo tomó del mentón.

—Saldrá bien, Yil —dijo Anjali—. Empezaré con los gestos. Te llamaré luego.

Los gestos de danza frente al cadáver debían ser secretos. Todo lo relativo a la muerte lo era, y ambos lo sabían. Cuando la puerta se cerró detrás de Yilane, Anjali comenzó una danza lenta en la que creyó vislumbrar que el rostro de Turmaline la miraba. En un momento dado sus giros despidieron gotas de sudor hacia el suelo. La malla recogía la mayor parte de ese sudor y lo cristalizaba, convirtiendo sus piernas en moldes de escarcha frágil. Luego esos delicados cristales constituirían parte de las «Sales Esenciales» que se precisaban para el rito.

Bailó sin pensar ni sentir otra cosa que su propio cuerpo y el calor de la transpiración. Cuando la capa cristalizada se hizo lo bastante opaca, se detuvo y regresó a la cámara gris, donde procedió a quitarse la malla con extraordinaria delicadeza al tiempo que desprendía los cristales con el cuidado de un orfebre. Al fin se bajó la malla hasta los tobillos y dejó que su cuerpo temblara enfebrecido.

Confiaba en que la información que les entregara Turmaline fuese útil. Opinaba, igual que Darby y en contra de Rowen, que sus adversarios seguían activos.

Y había algo más.

Aquello que había sentido al realizar el rito de traslación en la playa. Si bien no había logrado introducirse en las mentes de Daniel y Yilane, había percibido algo en el entorno de todos. No había querido comentarlo con nadie, pero su sensación no se correspondía con la simple presencia de una asesina profesional como Turmaline. Tampoco había sido un aviso de que Svenkov era un traidor. Lo que había sentido en aquel momento era mucho más importante y extraño. Le producía escalofríos solo recordarlo. Había decidido que interrogaría al cadáver sobre eso.

Oyó ruidos en la cámara adyacente. Pensó que Yilane podía haber entrado por su cuenta, pero enseguida comprendió que eso era absurdo. Su discípulo no se atrevería a perturbarla en la intimidad de su descanso, cuando más débil se sentía, durante la recolección de cristales. ¿Podía ser Rowen, que no había cesado de acosarla desde que se había enterado de lo que querían hacer?

La puerta se abrió tan bruscamente que Anjali dio un respingo, sus experimentados sentidos vibrando a lo largo de su perfecto cuerpo. Pero se tranquilizó de inmediato al ver quién era.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

La persona que había entrado cerró la puerta sin responder y se acercó.

6

Casi cuatro horas después, todos se hallaban reunidos en la sala. La sorpresa, el dolor y el llanto habían dado paso a un silencio desconcertado.

—Yil, por favor, ¿podrías contarnos otra vez lo que hiciste? —inquirió Darby.

El joven creyente alzó la vista revelando mejillas húmedas y ojos enrojecidos. Daniel sabía la adoración que Yilane experimentaba por su maestra, y podía comprender su actitud, así como la de Rowen. De hecho, solo Maya y Darby parecían conservar la serenidad.

—Me ordenó que saliera para ejecutar ciertos gestos previos a la recogida de Sales Esenciales según los sagrados ritos del brujo del Decimotercero… Estuve fuera una hora o más, y cuando me pareció que tardaba demasiado en llamarme, entré… y la encontré en la habitación pequeña, en el suelo.

—¿Viste a alguien más cerca del almacén?

—No.

—¿Notaste algo extraño en ella o en algún objeto a su alrededor?

—Nada. Pensé que se había desmayado… Los ritos preparatorios del Decimotercero exigen mucha energía… La urna con el sudor cristalizado estaba volcada y tenía la malla en los tobillos… Creí que había perdido la conciencia. Intenté despertarla…

—¿Dónde estuviste esperando cuando ella te ordenó salir?

—Subí a mi camarote. —Yilane frunció el entrecejo—. No entiendo el sentido de tus preguntas…

Sin responder, Darby se volvió hacia la muchacha.

—¿Y tú, Maya?

—Estaba sola en mi camarote, descansando.

—Igual que yo —intervino Daniel.

Darby asintió.

—Meldon Rowen y yo estábamos juntos, aquí, en la sala principal. Oímos los gritos de Yilane, y Meldon bajó primero… Los demás estabais solos.

—¿Por qué no explicas de una vez lo que piensas, Héctor? —Rowen habló casi por primera vez desde que habían descubierto el cadáver de Anjali, y lo hizo con mucha lentitud, en tono de amenaza. No había llorado aún, y su rostro era una máscara crispada que contemplaba fijamente el lugar donde se encontraba la india: Daniel sabía que eran las señas propias de quien ha mantenido con alguien una relación de «amor».

La habían trasladado a la sala y colocado en un lecho oblicuo. El cuerpo de piel morena, aún con cierta impresión de vida, contrastaba con la blancura del lecho y las dos bandas azules con las que había sido sujetado a este. Su rostro estaba cubierto con otra banda, pero su cabello formaba una almohada negra alrededor. A falta de urnas crematorias, tendrían que esperar a regresar para poder despedirla con los ritos apropiados. Pero antes de someterla al olvido del cilindro de congelación les parecía correcto contemplarla por última vez.

En el silencio que siguió, la voz de Héctor Darby adquirió una sonoridad especial. Se había levantado y situado junto al cadáver, como custodiándolo. Más allá, en la ventana, la nave parecía discurrir sobre una fosa a gran profundidad. Aquel tenebroso decorado se le antojó a Daniel horriblemente simbólico.

—Hay un punto que no debemos olvidar: Anjali Sen se disponía a interrogar el cadáver de Turmaline según las reglas del Decimotercero, para saber quién era su propietario… —Los miró, uno a uno—. ¿Y recordáis cuando realizó la traslación de mentes en la playa? Detectó algo que aún ignoramos…

—A Turmaline y Mitsuko —dijo Rowen.

—No —negó Darby—. Eso es lo que pensé al principio, pero una deducción muy simple me llevó a creer lo contrario. Sencillamente, Turmaline y Mitsuko aún no estaban allí cuando Anjali percibió a Daniel y Yilane. Era Svenkov quien les comunicaba dónde nos hallábamos unos y otros. Cuando Anjali los detectó y corrimos hacia la cala, Svenkov se retrasó para comunicar la nueva dirección a Turmaline, y esta decidió dar un rodeo y tendernos una trampa en la cala. Pero en aquel momento aún no estaban allí, ni con Daniel ni con nosotros… Anja percibió algo distinto… Y ese «algo» puede tener relación con lo que Brent creyó percibir en Sentosa. —Darby les había hecho un resumen de lo que Daniel ya conocía. Todos estaban pendientes de las palabras del hombre biológico—. Por tanto, los dos percibieron una presencia en nuestro entorno, y los dos han muerto de un fallo del corazón. Me parecen demasiadas coincidencias.

De súbito, Rowen se volvió hacia Yilane. Sus ojos verdes relampagueaban.

—Tú encontraste ambos cuerpos: el de Brent y el de Anja… ¿Otra coincidencia?

—¿Eso me convierte en culpable? —La voz de Yilane sonó desesperada.

Darby intentó apaciguarlo, pero Rowen ya estaba lanzando.

—¡Maya, Daniel y tú estabais solos en la zona de camarotes! ¡Si hay un enemigo en nuestro bando, puede ser cualquiera de vosotros tres!

—Cualquiera de nosotros cinco —corrigió Maya—. No olvides que puede haber dos enemigos en lugar de uno. —¿Qué?

—La Verdad es un mercenario contratado por el Amo. El hecho de que sea uno de nosotros no impide que el Amo también esté aquí.

Aquellas palabras hicieron que todos se mirasen entre sí. A Daniel no le parecía imposible que tal cosa fuera cierta. Si había un traidor, ¿por qué no dos? Se alzaron varias voces a la vez, pero el imperioso tono de Rowen pareció poner las cosas en su sitio.

—¿Acaso crees que quien haya contratado a la Verdad iba a arriesgar su vida por llegar hasta aquí?

—Sí —dijo Darby de repente—. Cualquiera hubiese arriesgado algo más que su propia vida por llegar hasta aquí…

Todos lo miraron. El hombre biológico contemplaba, pálido, a través del cristal, el increíble lugar al que se aproximaban.

7

La montaña, alzada sobre el fondo de la fosa y revelada por los reflectores, parecía una formación demasiado regular para ser natural. Daniel advirtió en su cima una base plana con una ligera depresión en el centro.

El miedo y la tensión se reflejaban en los rostros. La muchacha era la única que no se había acercado al cristal y permanecía en silencio, de pie en el mismo sitio, con los ojos cerrados.

—La Ciudad de Dios… —decía Darby como para sí mismo—. En el sitio exacto que la Biblia profetizaba… —Se dirigió a las pantallas para observar los controles—. Hemos llegado —murmuró.

Conforme se aproximaban, la nave se le antojó a Daniel muy pequeña en comparación con aquella mole. El aparato inició una serie de precisas evoluciones que lo situaron en la cúspide. Luego se oyó un zumbido y las imágenes de todas las pantallas de la sala empezaron a parpadear al tiempo que la sensación de descenso se hacía patente. Con un estremecimiento final que despertó ecos en la estructura, el movimiento se interrumpió. Los esquemas tridimensionales de las pantallas no dejaban lugar a dudas.

—Se ha posado en la cima automáticamente —dijo Darby.

Durante un largo instante ninguno de ellos se movió. En la pausa se escucharon silbidos remotos, como el sonido de un cuchillo deslizando su filo sobre una superficie de metal. Después llegó el silencio.

—El cilindro inferior. —Rowen señaló las pantallas—. Se ha abierto.

Por el cristal de la nave se filtraba ahora tan solo oscuridad: los reflectores externos se habían apagado. Fin del trayecto, pensó Daniel. Le pareció que había hecho un largo viaje, el más largo e importante de toda su vida, desde el Gran Tren hasta allí.

Entonces Darby se volvió hacia ellos.

—Creo que las circunstancias nos obligan a unirnos de nuevo. Luego resolveremos el asunto de la dolorosa muerte de Anja. Ahora se impone colaborar. Tendremos que ir armados. Propongo que adoptemos la precaución elemental de no separarnos…

Repartieron las armas que habían podido encontrar después de que Turmaline les obligara a arrojarlas al agua, y bajaron por la escalera hasta el cilindro inferior. Rowen fue el primero en cruzar la escotilla. Lo siguieron, por ese orden, Darby, Maya, Daniel y Yilane. Al salir del cilindro se encontraron en una oscura plataforma de superficie herrumbrosa con una rampa que descendía desapareciendo en la oscuridad. La plataforma, iluminada por débiles luces amarillas, parecía vacía. Un olor rancio lo llenaba todo, pero el aire era respirable.

—La estructura está preparada para soportar una gran presión, como la Zona Hundida —comentó Darby mientras descendían por la rampa. Su anchura permitía a cada uno ir junto a los demás sin estorbarlos—. De hecho, debemos estar a más de mil metros bajo el mar.

Caminaban sumidos en sus terrores privados. Hasta la muchacha parecía llena de asombro, como percibiendo la grandeza de lo que le rodeaba. Solo el silencio no era vasto: lo restringían remotos chirridos a los que resultaba difícil acostumbrarse.

Tras dar una vuelta completa a la rampa y situarse por debajo de la plataforma, Rowen comentó:

—No es una montaña… Estamos en su interior… Está hueca por dentro.

La rampa daba paso a otra plataforma. Al llegar a ella se detuvieron.

Las paredes de aquel nuevo recinto eran redondeadas y de un uniforme color azul cobalto, pero se hallaban cubiertas de llamaradas de óxido y sombras. En el espacioso círculo central había mesas con pantallas de scriptoria y asientos plegables. Junto a las paredes se distinguían oquedades albergadas en piedra oscura.

—Los scriptoria y muebles son casi nuevos —indicó Rowen.

—Sin duda pertenecían al equipo de Kushiro —dijo Darby.

Yilane se había adelantado y en aquel momento se arrodilló junto a la pared.

—Los puntos de conexión han sido obtenidos por creencia. Han unido los scriptoria a máquinas de inconcebible antigüedad…

—Máquinas primitivas —sentenció Darby—. Como la nave que nos ha traído. El equipo de Kushiro logró restaurarlas y conectarse a ellas. Quizá extrajeron datos. —Miró a Yilane—. Me pregunto… Me pregunto si podrías ayudarme, Yil… —El joven creyente, que permanecía como perplejo, levantó la vista hacia Darby—. Creo que conoces tan bien como Brent la tecnología de los scriptoria… Estos parecen modelos bastantes simples. ¿Podrías rastrear la información que contienen?

Yilane los miró a todos, como buscando una aprobación general.

—Podría intentarlo —dijo.

Ocupó un asiento frente a una de las pantallas y depositó la mano en su superficie. De inmediato comenzaron a aparecer ramificaciones tridimensionales que rodearon su cabeza como fantasmas de insectos.

—Funciona… Creo que puedo hacerlo.

Darby se inclinó sobre su hombro. Al poco rato quedó claro que el proceso de descifrado tardaría horas, incluso días, pero el hombre biológico parecía muy animado.

—Creo que haré una parada aquí —dijo volviéndose hacia los demás—. Necesito estudiar esto junto a Yil, intentar hacer algún resumen… Estoy seguro de que aquí se ocultan las claves que hemos venido a buscar… Meldon, vosotros podéis seguir explorando el resto de… esta cosa.

—No debemos separarnos, Héctor —objetó Rowen—. Tú mismo lo dijiste.

—Lo sé, pero este hallazgo cambia el esquema. Si no nos repartimos las tareas, quizá no logremos nada. Tenemos los transmisores de Anja, el tuyo, el de Turmaline y el de Svenkov. Los probaremos para saber si funcionan y estaremos en comunicación directa todo el rato. —Rowen parecía titubear, pero la actitud de Darby era inflexible—. Meldon, esta es la razón primordial de nuestra búsqueda. He aceptado muchos riesgos hasta llegar aquí y nadie me impedirá aceptar uno más…

Abrieron los transmisores y los probaron. Cuando se aseguraron de que funcionaban, Darby los despidió con un seco ademán, y se reunió con Yilane frente a las pantallas mientras Daniel, Rowen y Maya Müller continuaban por la rampa.

El descenso fue trabajoso. El diámetro de los siguientes niveles aumentaba, y como consecuencia, el tramo de rampa que se veían obligados a recorrer era cada vez más largo. Pero un hallazgo que se les antojó sorprendente fue comprobar que, en contra de lo esperado, los nuevos niveles ya no parecían ser más amplios.

—No es una pirámide —dijo Rowen tras inspeccionar el quinto nivel—. Adopta esa forma desde fuera a causa de los detritus acumulados durante eones… Bien puede ser un cilindro con una zona superior cónica.

Bajaron otros dos niveles más antes de hacer un alto. Los nuevos escenarios distaban de asemejarse al de la primera sala: por todas partes solo había ruinas, penumbra, colosales espacios vacíos y siluetas de lo que podrían haber sido máquinas.

En el nivel donde se detuvieron los escasos trechos de luz revelaban algunos objetos en buen estado dispersos por la plataforma, como mantas o colchones. Rowen opinaba que habían sido usados por el equipo de Kushiro. El aire era fresco y húmedo, incluso ligeramente frío, y una capa de vaho recubría los alientos de los tres exploradores, pero el diseño les evitaba la incomodidad. Rowen comprobó una vez más el estado de Darby por el transmisor, luego se adentró en aquella sala seguido de Daniel y Maya.

—Es una ciudad —dijo—. Quizá ya estaba bajo el mar, o quizá se sumergió en la época de los cataclismos… Necesitaríamos más de una vida para recorrer esto…

—Con la mía me basta —replicó la muchacha recostándose en uno de los colchones. Aunque Maya no solía quejarse, Daniel sabía que no se encontraba en buena forma. Su maltrecha rodilla la obligaba a cojear, y le provocaba repentinos y fuertes dolores.

—Si al menos supiéramos dónde buscar… —Rowen lanzó el aliento retenido—. Sea lo que sea la Llave, si está oculta en estas ruinas, no daremos con ella jamás. ¿Qué opinas, Daniel?

Daniel parpadeó, como si despertara de un sueño.

—Me preguntaba el motivo de estos salones tan grandes… ¿Qué había aquí? ¿Por qué fueron construidos y por quién? ¿Qué hacían en ellos?

Por un instante los tres parecieron buscar las respuestas en el cúmulo de sombras que los rodeaban. Se hallaban en un ínfimo cuadrado de luz, con ecos de lejanos chirridos arañando el aire: a Daniel le recordaban los graznidos de gaviotas en las cavernas.

—Si esto es la Ciudad donde Dios sueña —dijo al fin Rowen—, todas tus preguntas tienen una sola respuesta…

Decidieron posponer el resto de la exploración de los niveles inferiores y regresaron a la planta de paredes azules. Darby y Yilane parecían haber quedado inmóviles en las posturas en que Daniel recordaba haberlos visto por última vez. El resplandor de las pantallas tatuaba sus rostros.

—Nosotros hemos hallado más o menos lo mismo que vosotros —dijo Darby cuando Rowen le hizo un resumen de la exploración—: muchos escombros de datos, la mayoría inútiles; ruinas de conocimientos desordenados… —Resopló—. Esto nos llevará días.

—Katsura Kushiro murió sin verlo acabado —repuso Rowen—. No pretendas hacerlo en unas cuantas horas. Además, lo único que nos interesa es la Llave, Héctor. Si hay alguna pista sobre dónde pueda encontrarse…

—Ya la hemos encontrado, Meldon.

—¿Qué?

—La Llave. Ya sabemos dónde está. —Darby tocó el hombro de Yilane y le indicó algo. Los manos del creyente se movieron frente a la pantalla y los datos que lo sitiaban desaparecieron, sustituidos por el esquema, borroso pero identificable, de un objeto cilíndrico dividido en líneas y niveles con una zona superior cónica. Era fácil reconocer el diagrama del interior de aquella «montaña» hueca. Pero todos los ojos estaban dirigidos hacia las palabras en fondo azul, escritas en idioma universal, al pie de la imagen:

La Llave del Abismo

—Es lo único que sabemos —dijo Darby—. Este lugar es la Llave del Abismo.

8

La exploración de los niveles inferiores se hizo más ardua, porque se hallaban en peor estado. La oscuridad les obligó a ir con precaución y usar linternas colgadas del pecho, y, aunque el creciente frío no perjudicaba a los cuerpos diseñados por desnudos que estuviesen, empezaba a resultar molesto. En esos niveles, además, el ruido de maquinaria en ciertas zonas superaba el umbral de lo soportable.

Moviéndose entre diversas piezas, sumidas en la eternidad de la herrumbre o el destrozo, lograron identificar contenedores a baja temperatura, largas filas de anaqueles para tubos de ensayo, vitrinas convertidas en quebradizo hielo y un sinfín de útiles de viejo laboratorio.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Maya.

—Me recuerda la morada del viejo brujo del Decimotercero… —explicó Rowen—. Aquí se fabricaban seres humanos, estoy seguro… Conozco bien los equipos de mis empresas de genética. Los instrumentos tienen cierta similitud con los usados en los centros modernos, aunque revelan una remotísima antigüedad…

En el nivel inferior los techos estaban enhebrados de viejas tuberías, de alguna de las cuales se desprendía un chorro de agua a presión. Las linternas revelaron un pasillo lateral con el suelo inundado. Una de las paredes del extremo final mostraba varias compuertas con cierre hermético y mirillas, y frente a ellas, sobre una estantería, una colección de hornacinas dispuestas en hilera, así como media docena de lechos funerarios apoyados en la pared. Sus correas solo sujetaban huesos.

—Las hornacinas tienen símbolos en antiguo japonés —anunció Maya, palpando la superficie de una de ellas.

—Los lechos también. —Rowen se volvió para examinar las compuertas—. Estos son viejos crematorios… La mayoría de los cuerpos fueron incinerados, pero los últimos quedaron en los lechos…

La muchacha giró hacia el sonido de la voz de Rowen.

—Eran los hombres de Kushiro —afirmó.

—¿Qué pudo ocurrirles? —preguntó Daniel.

—Lo que encontraron en este lugar significó el fin de sus vidas —dijo Rowen.

Un estremecimiento recorrió a Daniel Kean mientras su linterna alumbraba como un sol que se desvanece la superficie de los huesos y las polvorientas cajas de metal.

—Al menos sabemos que los incineradores funcionan —dijo la muchacha.

Regresaron por donde habían venido y continuaron el descenso. La superficie de la rampa estaba anegada de agua gélida y los zumbidos de motores impedían hablar si no era a gritos. Continuos chorros dispersaban por el aire nubes de vapor. Cuando el nivel del agua llegó hasta las rodillas, Rowen propuso retroceder, pero la muchacha avanzó un poco más. La vieron cojear por el recodo de la rampa hasta perderse en plena oscuridad. Un instante después regresó y se detuvo frente a ellos, la rodilla herida en ligera flexión, chorreando de pies a cabeza bajo la fina red negra que vestía.

—No hay forma de seguir bajando. Las compuertas de acceso a las plantas inferiores están selladas y fundidas… Quizá hubo una inundación y algún control automático las cerró…

—Dispositivos antiguos, pero ingeniosos —convino Rowen.

Maya Müller asintió.

—Están diseñados para retroalimentarse sin control humano, quizá por eso han resistido tanto tiempo.

—Queda por averiguar para qué fueron construidos —dijo Daniel—. Y por quién.

La lluvia constante de los escapes de las tuberías marcó el silencio. De repente Rowen sacudió la cabeza. A Daniel le intrigaba la actitud reservada del empresario desde la muerte de Anjali: como si estuviese forjando pensamientos demasiado complejos para ser expresados. En aquel momento, sin embargo, pareció decidido a compartirlos.

—Deberíamos irnos —murmuró—. Quiero decir, regresar a la nave, a la civilización. Olvidarnos de todo… No es conveniente profundizar en estos conocimientos…

—No puedo creer que seas tú quien dice eso. —Daniel sonrió—. Pensé que tenías curiosidad por saber qué significaba…

La voz de Rowen creó ecos entre las paredes oscuras al interrumpirlo.

—¡Hay que ser precavidos con la curiosidad! En el Decimotercero, tras la destrucción del brujo de tiempos remotos, nadie quiere indagar más en su vida… El texto afirma, simbólicamente, que no desean «pintar una imagen definitiva» de la manera en que ha perecido… Y añade, en el idioma llamado latín: «Tace ut potes», que puede traducirse como: «Calla todo lo posible»…

Daniel lo miraba, incrédulo.

—¿Estás proponiendo que abandonemos la Llave sin intentar conocerla?

—¡Ya la conocemos! —Rowen movía los ojos, inquieto, de un lado a otro. Daniel nunca lo había visto tan exaltado—. Es la Casa de Dios, el Ultimo Sitio… ¡Más allá no podemos llegar! ¡Financié este viaje porque quería obtener la Llave, y ya la he obtenido! ¡Estoy en ella! Ahora ¿qué nos queda? No debemos pretender entenderlo todo… Anja solía decirlo… El Sagrado Misterio de la Divinidad no puede ser desentrañado… ¿Hablas de «curiosidad»? ¿Qué consecuencias acarreó esa curiosidad a Kushiro y sus hombres? ¿Ya Anjali…?

Ni Maya ni Daniel quisieron interrumpir el silencio entrecortado por sollozos en que Rowen se sumió. Más allá de los motivos de «amor» y recuerdo que sabía que impulsaban a Rowen a decir aquello, Daniel se preguntó si, de alguna manera, el empresario podía tener razón. ¿Acaso debían abandonar, como había hecho Kushiro? ¿Dejar que otros continuaran el trabajo? ¿Y por qué? ¿Qué peligro había en conocer más? Creer es conocer, y conocer da miedo.

Mientras permanecía pensativo el transmisor sonó.

—Creo que debéis volver —dijo la voz de Darby, muy tensa—. Ya conocemos algo.

9

En el instante en que Darby se disponía a hablar, las luces se apagaron con un ruido de maquinaria cansada. Reinó la confusión mientras las manos flotaban hacia las linternas, pero los generadores cobraron vida de repente y la sala volvió a iluminarse.

—Es un fallo intermitente del sistema de energía —explicó Darby—. Según hemos visto en los diagramas, la Llave está abastecida por cuatro grandes generadores que aprovechan el agua del mar para recargarse sin fin, pero el inmenso tiempo transcurrido ha provocado perturbaciones… Los mecanismos se estropearon y se repararon a sí mismos varias veces. Dos han terminado fallando del todo, aunque Kushiro y su equipo sustituyeron las piezas que pudieron. El sistema de ventilación también es autónomo: recicla el agua para convertirla en aire respirable y extrae los residuos, utilizando la energía sobrante del proceso para mantener la temperatura y disminuir la humedad… En teoría, la Llave fue diseñada para perdurar durante muchísimo tiempo…

—¿Quién la diseñó? —preguntó Rowen, ansioso.

—Nosotros —dijo Darby—. Los seres humanos. Fue un trabajo de enormes exigencias técnicas que requirió varios años. Aunque, visto objetivamente, la construcción de la Zona Hundida de Japón resultara mucho más compleja, la Llave tiene el mérito de haber sido pionera… De hecho, gracias a que ya habíamos construido la Llave, pudimos enfrentar algo tan colosal como lo de Japón…

—Pero no existen registros históricos de su construcción… ¿Se hizo en secreto?

—Los registros desaparecieron tras la época de los cataclismos, Meldon.

—Quieres decir…

—La Llave es anterior al Color.

—¡Antes del Color no existían humanos capaces de hacer algo así!

—Los había, una civilización asombrosa —replicó Darby con calma—. Precisamente construyeron la Llave para proteger esa civilización…

—Anticiparon la caída del Color —intervino Yilane, apoyado en la pared azul, con semblante serio—, y la destrucción consecuente de toda la vida terrestre, y decidieron preservar diversas especies vegetales y animales, incluyendo la humana.

Darby asintió y señaló las pantallas.

—Por eso construyeron la Llave del Abismo. Sus cálculos afirmaban que cualquier cosa viva situada a nivel del mar perecería sin remedio. Incluso las criaturas de aguas someras serían destruidas. Solo lograría sobrevivir lo que se hallara a gran profundidad. —Se detuvo y movió la cabeza—. Tuvo que ser una época espantosa. Los imagino sabiendo que la humanidad estaba condenada, tal como afirmaban ciertos textos remotos que ellos mismos consideraban sagrados… Y aunque nada podían hacer para impedir la catástrofe, la anticiparon con la suficiente antelación y decidieron intentar salvar la vida en la Tierra. Para eso concibieron la Llave. En ella albergaron millones de células humanas y de numerosas clases de animales y plantas. El hábitat tenía que poseer ciertas características: el tamaño apropiado, la independencia de cualquier tipo de control voluntario o de combustible perecedero… La idea genial consistió en usar el agua de mar, que ya había dado origen a la vida al principio de los tiempos. Se inventaron máquinas capaces de extraer de ella la energía, el aire, el agua potable y hasta los alimentos en forma de productos básicos. Sus constructores sabían que quienes vivieran en la Llave no podrían salir a la superficie hasta muchos años más tarde… Puede que siglos.

—¿Por qué? —preguntó Rowen.

—A causa de las alteraciones que el Color iba a provocar. Habían averiguado que se trataba de un conjunto compacto de átomos de una especie distinta a la que forma la materia normal. La llamaban «materia extraña». Al chocar contra la Tierra, esa materia se difundiría en la atmósfera en forma de radiación. Los efectos a largo plazo eran desconocidos, pero los inmediatos resultaban fácilmente deducibles: si algún organismo vivo salía de la Llave incluso años después de la catástrofe, no sobreviviría. Los seres vivos tendrían que residir en este entorno durante varias generaciones antes de que el planeta volviera a ser habitable. Y eso hicieron. Ignoramos el momento preciso en que los primeros humanos lograron por fin abandonar la Llave y colonizar la superficie, porque su cronología es un tanto peculiar, pero creemos que pudieron emerger unos doscientos años después de la caída del Color, al cabo de unas seis generaciones. Fue una época especialmente importante y quedó bien documentada. La Llave contaba con varias naves similares a la que Kushiro y sus hombres repararon, cuyo recorrido estaba trazado automáticamente. Nuestros antepasados las utilizaron para trasladarse a diversos puntos, uno de ellos a esas cavernas al sur de Dunedin… La leyenda, luego, hizo que los descendientes edificaran un santuario honrando «la Máscara y las Manos»… ¿Comprendéis? —Darby sonrió—. Quizá los primeros hombres que subieron a la superficie no confiaban en los análisis de los scriptoria y llevaron durante un tiempo máscaras y trajes especiales, y eso quedó grabado en la memoria colectiva de las tribus…

—Increíble —admitió Rowen.

—Sí, esa es la palabra.

Hubo un extraño silencio.

—Supongo que estos hallazgos indican que la humanidad contemporánea procede de aquí… —añadió Rowen mirando fijamente a Darby.

Darby asintió, como si esa evidencia le pareciera triste.

—Somos los herederos de los supervivientes creados en estos laboratorios. Sospecho que ese es el motivo de que nuestro control actual de la genética sea perfecto. La tecnología del diseño genético, que para nosotros no encierra misterios, fue un verdadero reto científico en la época de nuestros ancestros. Los supervivientes debían recrear la vida a partir de las células guardadas en los laboratorios, y todo el proceso sería supervisado por los que pertenecían a las primeras generaciones, que a su vez iban muriendo y siendo sustituidos por los más jóvenes… ¡Imaginad ese mundo clausurado y programado, destinado solo a preservar las especies!

Se volvió hacia Yilane y le pidió que buscara algo en las pantallas. Yilane obedeció con extraña reluctancia. Mientras tanto, Darby seguía hablando.

—En primer lugar, el diseño genético de los seres tuvo que cambiar… Encerrada en la Llave, sin luz del sol, la vida no tenía ninguna posibilidad. Fue preciso crear otra clase de seres genéticamente más resistentes a las condiciones extremas… Quizá las primeras generaciones murieron muy rápido y solo las siguientes lograron subsistir, modificando a su vez la creación de las posteriores… Al mismo tiempo —añadió señalando la pantalla—, hemos hallado pruebas de que la necesidad de repoblar el planeta en el futuro les obligó a otorgar un sesgo al sexo de los recién nacidos, que fueron en su mayoría mujeres… Al parecer, la vida de las especies más desarrolladas surgía en épocas remotas de las cavidades internas de las hembras…

—Pensé que eso era una leyenda… —Daniel recordaba su conversación con Ina.

—Ha habido mucho debate al respecto —asintió Darby—. El pobre Brent nunca lo creyó, por ejemplo. Pero los datos que hemos encontrado son irrefutables. La vida, antiguamente, venía de la vida, y la intención de nuestros antepasados era que volviese a surgir de ella. Con el tiempo, sin embargo, ese propósito se truncó. Sencillamente, resultó innecesario: las máquinas genéticas, en un solo día, podían producir cientos de miles de criaturas en buen estado… No obstante, ¿resulta sorprendente que, al final, los modelos genéticos de los cuerpos de los hombres terminaran pareciéndose a los de las mujeres? Existía, sin duda, la idea sobreentendida de que ellas eran mucho más importantes y dignas de imitación… A lo largo de decenas de años se unificó la estructura de ambos sexos, salvo en los órganos reproductores… Pero los hombres de antaño eran todos biológicos… —añadió, con un rastro de orgullo.

A una señal suya, Yilane manipuló el scriptorium. En la pantalla empezaron a desfilar toscas imágenes en dos dimensiones. Rowen y Daniel se acercaron a contemplarlas. La muchacha murmuró:

—Por favor, decidme lo que estáis viendo…

—Son… Parecen caras de hombres biológicos… —dijo Daniel.

Sin embargo, había algo extraño en aquellos rostros que Daniel no podía describir, pero que los diferenciaba por completo de seres como Darby. Quizá era la absoluta ausencia de intención. Se trataba de una galería de formas azarosas, sin dirección ni plan previo; una colección disparatada de narices rechonchas o finas, pequeñas o grandes orejas, mandíbulas prominentes o notorias papadas, rostros barbudos o lampiños, abotargados o angulosos. Y no solo había hombres, aunque los rostros de las mujeres eran, asimismo, diferentes de los de personas como Shane Davenport.

—Son nuestros ancestros —afirmó Darby—. Los hombres y mujeres de hace miles, quizá millones de años, el equipo que construyó la Llave del Abismo.

Tras permanecer muy atento al desfile de rostros en las pantallas, Rowen sacudió la cabeza en un gesto de asombro.

—Es extraordinario —dijo—. Pero ya contábamos con historias bíblicas que afirman que procedemos de los Antiguos, unos seres que vivían bajo el agua y que, al ser expulsados por Dios, nos sembraron sobre la Tierra… ¡Sin duda se referían a esto! Lo cual prueba una vez más que Nuestro Libro ha sabido describir…

—Meldon —interrumpió Darby suavemente—. Yil y yo también hemos encontrado curiosos archivos sobre la Biblia. Todo indica que fue escrita antes de la caída del Color… Mucho antes, incluso, de la construcción de la Llave.

—¿Qué?

—Es lo que más nos desconcierta. —El hombre biológico abrió las manos—. Os lo explicaré tal como yo lo veo, y luego Yil os dará su opinión. —Tras una pausa, como si hubiese estado escogiendo las palabras, Darby prosiguió—: Veréis, los seres humanos habían descubierto una forma de sobrevivir a la catástrofe, pero solo desde el punto de vista orgánico… ¿Qué ocurría con el resto de sus vidas? No somos animales o plantas: nuestra supervivencia tiene también mucho que ver con nuestra cultura… Existían conocimientos que necesitaban ser preservados para que la civilización continuara. ¿Y qué hicieron? Yilane: quizá tú puedas explicar esto mejor…

El creyente se levantó del scriptorium y caminó hacia la pared azul. Desde allí se volvió hacia todos para hablar. Su armónica figura ofrecía un contraste violento con las imágenes de los rostros en la pantalla.

—Los que diseñaron la Llave construyeron un scriptorium, tosco pero inmenso, que albergaría todos los datos que los seres humanos del futuro necesitarían conocer… Lo llamaron el Padre. Su biblioteca contenía la información necesaria para comenzar la civilización desde el punto en que se había interrumpido. —Hizo un gesto—. Estaba aquí, en la cúpula… Estas máquinas formaban parte de él.

—¿Y? —dijo Rowen.

Yilane miró a Darby, que tomó la palabra de nuevo.

—Aún no estamos seguros de qué sucedió, pero todo indica que, antes de que los seres humanos habitaran en la Llave, la Biblia no era la que conocemos… Había otra. La denominaban igual, «Biblia», pero era muy distinta. Probablemente heredamos el mismo nombre para Nuestro Libro…

—¿Distinta? Falsa, querrás decir —cortó Rowen.

—Es posible, pero nuestros antepasados la consideraban muy importante. De hecho, el nombre de la Llave del Abismo procede de uno de sus capítulos… que, por cierto, también habla de una estrella que cae del cielo y del fin del mundo… Quizá por eso llamaron así al lugar que preservaría al ser humano de la extinción total…

De repente la plataforma parecía ocupada por estatuas: nadie efectuaba el más mínimo movimiento, ni siquiera semejaban respirar.

—¿Y cómo apareció nuestra Biblia después? —preguntó al fin Maya Müller.

—Es justo el punto de controversia entre Yilane y yo —dijo Darby—. En mi opinión, su origen fue el siguiente. Con el paso de las generaciones, la necesidad de una creencia unificada que explicara lo que estaba ocurriendo se hizo cada vez más acuciante para los seres de la Llave. El texto de la antigua Biblia no les decía nada, supongo. Necesitaban algo diferente, algo que explicase desde un ángulo metafísico el hecho de que no pudieran ver montañas, ríos o nubes sino una noche eterna habitada por extrañas criaturas submarinas… Necesitaban otra creencia, e hicieron lo único que podían hacer, lo que hubiésemos hecho todos en su lugar: acudieron al Padre. Fue el Padre quien les entregó Nuestro Libro.

El rostro de Rowen se crispó.

—¿Quieres decir que la Biblia la inventó un scriptorium?

—No, no, no. —Darby mostró las palmas de las manos—. Quiero decir que la buscó y se la ofreció a los nuevos hombres. Ya estaba escrita desde mucho tiempo antes. Ignoramos quién es el Autor, ya que todo rastro de su nombre se ha borrado… Probablemente, fueron los propios habitantes de la Llave quienes suprimieron esos datos, junto con muchos otros que no significaban nada para ellos, y conservaron solo lo que parecía encajar en el mundo en que vivían.

—¿Y por qué el scriptorium les entregó Nuestro Libro? —preguntó Maya.

Darby subrayó la pregunta con un gesto afirmativo.

—Ese es el punto fundamental. ¿Por qué esos catorce textos precisamente, cuando los habitantes de la Llave le pidieron entender lo que sucedía? Yilane dice que escogió los textos sagrados que sus constructores almacenaron dentro de él… pero yo no lo creo. Si fuera así, ¿por qué tardó tanto en entregarlos? ¡Pasaron varias generaciones!

La atractiva sonrisa de Rowen se desplegó lentamente. Su voz, sin embargo, sonó ronca.

—Estoy seguro de que tú ya has elaborado una teoría, Héctor.

—Bien, yo… —Darby les dio la espalda. Empezó a pasear, inquieto, de un lado a otro—. Pensad que, a fin de cuentas, el Padre era solo una máquina… Buscaba datos. Los nuevos seres humanos, queriendo conocer algo más sobre sus vidas que la simple historia científica, le pidieron todo lo relacionado con lo que sucedía. ¿Y de qué forma lo haríamos hoy? Con otros datos: fechas, coordenadas, descripción objetiva de acontecimientos… Eso es lo que hicieron los habitantes de la Llave, suministraron los datos que sabían, y el scriptorium rastreó y les ofreció… ¿qué? ¡Más datos, que concordaban con los ofrecidos! —Alzó las manos—. ¡No podía hacer otra cosa, era una máquina!

—¿Y qué datos eran esos? —preguntó Rowen.

—Algunos muy generales: un mundo de oscuridad habitado por criaturas monstruosas, dioses sumergidos… Pero otros eran más específicos, y han quedado registrados: la caída de un meteorito y las coordenadas de la Llave. —Los miró, uno a uno—. He aquí el punto crucial. De alguna manera, las coordenadas del lugar donde nos encontramos, el lugar donde nacieron los nuevos seres humanos, coincidían exactamente con las mencionadas en el texto del Cuarto Capítulo, donde se habla de la Ciudad Sumergida de Dios…

—¡Es asombroso! —exclamó Rowen—. ¡Nuestro Libro lo profetizó! —Pero Darby lo interrumpió acercándose a él hasta situarse a escasos centímetros de su rostro.

—¿«Lo profetizó»? —Se quedó mirándolo fijamente—. Sí, quizá. Eso es lo que opina Yilane… Pero ¿no podría haber una explicación más fácil?

—¿Cuál?

—Pensad esto: introdujeron las coordenadas del lugar donde vivían, y el scriptorium les entregó un texto donde figuraban las mismas coordenadas… —Darby abrió los brazos—. ¿Y si se hubiese tratado, tan solo, de una… coincidencia? ¿Y si el scriptorium les ofreció los textos solo por ese dato, y los nuevos hombres consideraron sagrado todo el conjunto?

10

El silencio era denso. Fue Yilane quien lo quebró.

—Esto es lo que Héctor llama «una teoría» —dijo sonriendo, y a Daniel le sorprendió la burla, tan impropia de él, que vibraba en su voz.

—Absurdo —resumió Rowen.

Hubo otro corte de energía repentino, pero ni siquiera eso pudo acallar en esta ocasión el acalorado debate. En la oscuridad varias voces se alzaron, y se impuso la de Rowen.

—La Biblia del Amor y el Arte no consiste solo en datos… ¡La Biblia es la realidad, Héctor! Habla del Color que cayó en la Tierra, de los poderes ocultos en el mar y la montaña, de los híbridos…

—¡No hay ni un solo hecho en Nuestro Libro que haya podido ser probado sin lugar a dudas, Meldon! —discutía Darby.

La luz regresó tras esta declaración, revelando un grupo de rostros ansiosos. El de Darby brillaba de sudor. Sus ojos llameaban.

—¿Dónde están esos híbridos? —prosiguió—. ¡Hay tribus enteras que creen en ellos y se disfrazan como ellos, pero solo los locos afirman haberlos visto! ¡Igual ocurre con «Dios» y su «Ciudad Sumergida»! —Dio una palmada en la mesa del scriptorium—. ¡Maldita sea con vosotros, cuerpos de diseño! ¿Acaso vuestras mentes también han sido diseñadas? ¡Razonad! ¡Si leemos Nuestro Libro con objetividad, no encontraremos ningún dato real, salvo esas malditas coordenadas! ¡Por ejemplo, la Biblia afirma que el meteorito era de pequeño tamaño y que cayó en el patio de atrás de una granja…!

—En una zona del Oeste, ahora desaparecida, llamada Nueva Inglaterra —corrigió Rowen—. Lo de la «granja» es metafór…

—¡Falso! —interrumpió Darby y giró hacia la pantalla, pero abandonó tras un nervioso intento—. Yilane, por favor, muéstranos el mapa del continente desaparecido…

Lanzando un suspiro, el creyente se inclinó sobre el scriptorium. Un instante después el mapa del mundo aparecía alterado hacia el Oeste, con la presencia de una enorme masa de tierra estrecha por el centro con los extremos norte y sur ensanchados.

—¡Aquí cayó el meteorito, Rowen! —Darby puso el índice en la zona norte mientras todos, excepto la muchacha, se acercaban para mirar—. Antes había aquí un continente entero, mucho mayor que Europa. Nueva Inglaterra solo era una parte de él. Ahora queda únicamente un enorme cráter y varias islas dispersas al sur: es lo que llamamos «el Oeste». ¡Y el meteorito tenía kilómetros de diámetro!

Rowen meneó la cabeza, sin convencerse.

—¡Casi todos los nombres de la Biblia fueron borrados de las modernas versiones, Héctor, eso lo sabemos! Se averiguó hace mucho tiempo que son puramente simbólicos… De igual manera, las historias son parábolas. Explican la realidad más profunda pero no son historias reales… ¡El Autor no pretendía decirnos que el meteorito hubiese caído en una maldita granja! No sé qué quieres demostrar con…

—¡Quiero demostrar, Meldon, que algunas cosas significaban algo muy distinto en la época en que Nuestro Libro fue redactado! El idioma que usamos ahora, por ejemplo, no era el único que hablaban y entendían los seres humanos entonces… ¡Yil y yo acabamos de comprobarlo! ¿Recordáis los antiguos lenguajes que la tradición ha conservado en ciertas escrituras: japonés, alemán, latín…? Nuestro idioma, el inglés, era uno más, no el único, pero fue elegido idioma universal por los habitantes de la Llave. ¿Quieres saber por qué? ¡Porque los textos de la Biblia estaban escritos originalmente en ese idioma! ¡Hemos invertido el orden de causa y efecto, Meldon! ¡Nuestro Libro se hizo sagrado y, debido a eso, todo lo relacionado con Nuestro Libro se ha sacralizado!

Rowen parecía haber perdido repentinamente el interés por la discusión y se alejaba del grupo hacia la pared de la sala. Maya y Yilane movían sus cabezas con gestos escépticos. Sus comentarios eran similares: «No, no es cierto, Héctor», «Te equivocas, Héctor». Se habían acercado a Darby de tal manera que parecían sitiarlo. Incluso Daniel pensaba que el hombre biológico estaba exagerando en su ataque a la Biblia.

—No estoy seguro de nada de lo que digo… —dijo Darby moderando el tono—. Puedo estar equivocado…

—Lo estás —sentenció Yilane con mucha más calma que Rowen—. Lo que ocurre es que no eres creyente.

—Héctor… —La muchacha movía la cabeza mientras sus párpados temblaban—. Tu teoría es interesante, pero hay algo que estás olvidando. Nuestro Libro, usado por un creyente profundo, funciona. La Biblia controla la realidad, Héctor. ¿Por qué?

Darby demoró en responder. Cuando lo hizo, pareció bruscamente abatido.

—En este punto tienes razón. He visto lo que la creencia consigue hacer y sabéis que la respeto profundamente… Pero no pretendía negar lo que un creyente hace sino… —su expresión se hizo casi suplicante—… sino encontrar una explicación coherente al extraño mundo en que vivimos, al miedo absoluto que hemos heredado, a nuestra creencia en una divinidad maligna que vive bajo las aguas y en unas fuerzas oscuras que controlan nuestro destino… Es todo lo que pretendo.

Los ánimos parecían más apaciguados, y Darby aspiró antes de volver a hablar.

—De todas formas, no vamos a poder decidir esto ahora… Es demasiado complejo… Tendremos que dejarlo para los que son más sabios que nosotros… o dispongan de más tiempo. —Sonrió—. Hemos hecho un descubrimiento trascendental en la historia de la humanidad y debemos darlo a conocer para que otros saquen sus propias…

—No. —Las cabezas se volvieron hacia aquel de ellos que había hablado—. Eso es justo lo que he venido a impedir.

Había desenfundado la pistola, y les apuntaba.

11

—El problema con todos vosotros es que sois hombres de poca fe.

La voz de Yilane había adoptado otro tono, mucho más grave y firme. En aquella voz antigua parecían tener cabida varias gargantas. Era como un coro de ancianos perversos gruñendo amenazadoramente. Daniel, que era quien se encontraba más cerca, dio un paso hacia él. Sin dejar de apuntar con su pistola a los demás, el joven lo miró.

—¿Acaso crees que necesito disparar para matarte, Daniel Kean? —Y habló con aquella voz bronca, convirtiendo sus ojos en puntos luminosos—: Retrocede.

Daniel se sintió como impelido por una fuerza que lo empujara hacia atrás. Pero nada le impresionaba tanto como el aspecto de Yilane. No era que hubiese cambiado realmente, pero sus facciones poseían una dureza distinta, sin fisuras.

—Tú también, Meldon. —Yilane apuntó hacia el empresario—. No te acerques.

Rowen mantenía alzadas las manos, pero no había miedo en su voz cuando habló.

—¿Qué te ha ocurrido, Yilane?

—Yil, no puedo creer… —murmuró Darby, dolorido.

—¡Claro que no puedes creer, hombre idiota! —Yilane mostró los dientes—. ¡Ese ha sido tu gran problema! ¡Y lo peor es que has odiado a los que sí pueden!

—No es cierto —negó Darby.

—Tus absurdas teorías lo demuestran. Pero ¿sabes lo más divertido? —Yilane, en efecto, parecía divertirse con sus propias palabras—. ¡Que has llegado hasta aquí precisamente debido al poder de la creencia!

—Lo sé —admitió el hombre biológico.

—No sabes nada aún.

Por un instante aquella aseveración flotó en el aire húmedo y frío. Entonces, repentinamente, Yilane volvió a sonreír y hablar como si nada hubiese ocurrido. Cuando lanzó el cabello castaño hacia atrás con un violento gesto incluso volvió a parecer, a los ojos de Daniel, el mismo joven de siempre. Pero había algo en su mirada que había cambiado por completo.

—Yo conocía la existencia de la Llave mucho antes de que os interesarais por ella, Héctor. Incluso antes de que Kushiro la encontrara. Llevo demasiado tiempo buscándola, aunque mis razones no hayan sido ni de lejos similares a las vuestras… Ahora me pertenece. Vosotros ni siquiera hubieseis llegado hasta ella de no ser por lo que mi hijo os contó…

—¿Tu hijo…? —Darby parpadeó sorprendido—. No, Jeremy Yin, no puedes creer…

—Yo sí puedo creer —replicó el joven—. Mírame, Héctor Darby, y dime quién soy.

—Eres Jeremy Yin Lane… Tu semejanza con tu padre es un simple diseño genético… Tu padre lo quiso así, igual que el mío deseaba que yo fuera biológico…

—No —balbució Rowen, de súbito atemorizado—. Tiene razón, Héctor: se ha transferido a su hijo del todo. No es Yilane, es Ezra Obed.

—Correcto —aprobó Yilane—. Incluso los ignorantes como Rowen conocen el Decimotercero…

—¡Estás engañándote, Yil! —Darby había recobrado el aplomo—. ¡No eres tu propio padre! ¡Él influyó mucho en ti, pero no puedes dejarte anular por eso!

Algo en el semblante de Yilane pareció vacilar ante las palabras de Darby. Cuando habló, su voz volvió a ser juvenil y titubeante.

—No es lo que piensas… Mi padre vive en mí y yo en él, pero siempre ha dominado él, y es justo que así sea… —Súbitamente frunció el ceño y su tono se endureció—. Yilane es un inútil. Lloró y gritó cuando fue azotado por los adoradores de la Máscara, se aterrorizó en las cavernas y tuviste que consolarlo, Daniel, ¿recuerdas? A lo largo de todo el viaje he dejado que Yilane se exprese a su manera…, pero he hecho lo que tenía que hacer a sus espaldas y a las vuestras. Ahora ha llegado el momento de que Yilane desaparezca y quede Ezra Obed. Yilane era una simple cáscara, un disfraz útil… No merece concluir una búsqueda de esta envergadura. Fui yo, Ezra Obed, quien supo que la revelación de Kushiro iba a producirse, quien reclutó a la gente necesaria para secuestrar a Mitsuko y el resto de sus discípulos e interrogarlos… Mi error consistió en compartir con mi hijo ese secreto. Le insté a que no lo divulgara, pero Yilane confiaba demasiado en su maestra, Anjali Sen, como para callarse… Cuando quise impedirlo, ya era demasiado tarde. Anjali Sen lo sabía, y vosotros también… Tenía dos opciones: o eliminaros o utilizaros en mi beneficio. Elegí la segunda. Necesitaba tus cuantiosos medios económicos, Meldon, así como los conocimientos de Héctor y la fuerza de Anjali y Maya para llegar hasta aquí, pero llevé a cabo mis propios planes comprando a servidores como Moon, Olsen, Turmaline o la Verdad…

—Hemos estado… luchando contra ti desde el principio… —murmuró Rowen.

—A mi favor, más bien. Ya he dicho que os necesitaba. En esta búsqueda he estado tan a oscuras como vosotros. Al principio creí que la Llave se ocultaba en Japón, y cuando sospeché que Kushiro podía, simplemente, haber dejado una clave más en su laboratorio, cambié los planes y envié solo a Ina y a Olive con Daniel para que creyerais que habíais derrotado al enemigo… En ocasiones me sometía a los mismos peligros para que no sospecharais, como en la Zona Hundida, cuando mis propios mercenarios nos tendieron una emboscada, o en Otago, cuando fui hecho prisionero junto a Daniel por una tribu de enmascarados debido al necio de Svenkov… Dejar que mi torpe hijo permaneciera siempre en la superficie de mi ser me permitió, además, que ni siquiera Anjali me detectara… Nadie, salvo Turmaline, conocía mi identidad; eso me permitía actuar libremente.

—Aun así —intervino Darby—, Ezra Obed murió hace un par de años, y tú lo sabes. Asistimos a su funeral…

Yilane volvía a sonreír. Su voz mantenía aquel tono que horrorizaba a Daniel.

—Estoy vivo, Héctor Darby. Le di a Yilane las instrucciones necesarias. Sabía que haría todo lo que yo le ordenara, y así fue. El Decimotercero dicta que un cuerpo debe ser incinerado para poder ser revivido por un brujo. Mi hijo me revivió en secreto usando ese ritual. Después no me resultó difícil suplantarlo…

—Puedo aceptar que hayas planeado todo esto, Yilane —dijo Darby—, pero no pretendas convencerme de que has resucitado a tu padre…

De forma sorprendente, Yilane pareció reflexionar sobre las palabras de Darby.

—Quizá sea cierto lo que dices —dijo al fin, sonriendo—, pero de nada sirve, porque yo creo otra cosa.

—¿Y esa creencia… te hizo matar a Brent Schaumann? —En la voz de Darby había desprecio.

—Se acercó demasiado… a la verdad.

—Te refieres al último mercenario que has contratado…

Yilane sonrió y el ambiente pareció oscurecerse más.

—Está aquí —afirmó—. No me importa que lo sepáis. La Verdad se encuentra entre vosotros y será la encargada de acabar lo que empecé… Aunque yo muera, ella destruirá la Llave —concretó mirando fijamente a Darby—. Es lo único que importa ahora…

—Yilane, Ezra o quienquiera que seas —dijo Rowen—, yo también creo que no debemos indagar en la Llave, pero ¿por qué destruirla?

—Para impedir que otros indaguen en el futuro. Para salvaguardar la creencia, Meldon. A ti solo te importaba la hazaña, ¿no es cierto? Pero la Llave es mucho más que un trofeo: significa la muerte de Dios y el fin de los tiempos, ¿lo habéis olvidado? Según la leyenda, la Llave puede acabar con todo lo que creemos, y ahora comprendo por qué… Pese a que tu «teoría», Héctor, es ridícula, no deja de presentar cierto venenoso peligro, que se acrecentaría si alguien más hallara este lugar… ¡Nadie debe saber que la Biblia pudo ser… —una mueca torció su rostro—… elegida por casualidad!

—¿Y qué piensas hacer con nosotros?

—Mucho me temo que seréis destruidos con ella.

—No podrás regresar solo —lo desafió Rowen.

—No me importaría perecer, si con eso puedo impedir que lo que hay aquí sea conocido.

—Y a Anjali… —Rowen contenía su ira con esfuerzo—. ¿También le hiciste daño?

—Yilane jamás hubiese sido capaz de eso —intervino Maya.

Débiles músculos se contrajeron en el pétreo rostro de Yilane.

—Cierto, el estúpido de Yilane aspiraba a sentir «amor» por ella… Pero Anjali había percibido la presencia de la Verdad, igual que Schaumann. Además, se disponía a interrogar a Turmaline, que os hubiese revelado mi nombre… No me resultó difícil volver a entrar en la habitación antes del ritual, fingiendo ser Yilane, y sorprenderla, igual que a Schaumann en el jardín de Sentosa. Puedo hacer que un corazón deje de latir a voluntad… Anjali era poderosa, pero estaba herida y débil, y yo soy Ezra Obed Lane, creyente profundo del Decimoter…

—Te desprecio, Ezra Obed —cortó Rowen, enfurecido—. De una forma u otra, te haré pagar la muerte de Anjali…

El odio que veía en los ojos de Rowen infundió a Daniel valor para intervenir.

—Tú ordenaste secuestrar a mi familia y matar a mi esposa…

Yilane lo miró como si solo en ese momento se percatara de su presencia.

—Oh, Daniel, jugar a dos bandas contigo fue apasionante… Eres un pobre tipo a quien Katsura Kushiro convirtió en su messenja, aún ignoro por qué… Mientras tú te dedicabas a consolar a mi cobarde hijo, yo he gozado destruyéndote por dentro… Para mí no representas nada.

—Si no represento nada, no podrás hacerme nada —dijo Daniel, acercándose.

Pero antes de que pudiese dar otro paso, una oscura y atlética silueta lo rebasó, abalanzándose sobre Yilane con un grito.

Todo ocurrió muy rápido. Rowen y Yilane forcejearon, y sonó un disparo. Maya Müller, que también había saltado hacia Yilane, fue golpeada por el cuerpo en retroceso de Rowen.

—¡Basta ya! —gritó Yilane apuntando hacia ella su pistola humeante.

La muchacha se detuvo. Darby, agachado junto a Rowen, sollozaba. Daniel tampoco podía evitar las lágrimas al contemplar el torso destrozado de Meldon Rowen.

—Las cosas podrían haber terminado con más calma para vosotros —dijo Yilane—: pretendía dejaros con vida hasta el momento final, pero ahora creo que apresuraré ese momento…

Se volvió hacia Maya y apuntó a su cabeza. Daniel anticipó el nuevo disparo y cerró los ojos.

En ese instante todo fue ceguera.

Se oyó una detonación en la oscuridad y un breve estrépito. Cuando la energía retornó a la sala, Yilane había perdido el arma, sangraba por la boca y los oídos y la muchacha lo encañonaba. Pese a ello, el joven creyente sonreía.

—Siempre supe que eras la mejor, Maya Müller.

Darby se apresuró a arrebatar el arma a Maya y apuntó a Yilane.

—¡Has matado a todos los que amaba! —gritó el hombre biológico.

—¡Adelante, entonces, dispara! —Yilane sonreía desafiante—. ¡Vamos, hombre biológico, véngate de los diseñados, a los que odias y deseas por igual!

Darby temblaba con el dedo en el gatillo. Tras lo que pareció una eternidad, bajó el arma. Yilane lanzó una ronca carcajada.

—¡He aquí una diferencia entre tu biología y mi diseño: no eres capaz de matar a nadie mirándolo a la cara!

De pronto Maya se apropió de la pistola.

—Yo no necesito mirar —dijo.

Cuando el eco de la detonación se extinguió, Darby y Daniel se acercaron. En el suelo, frente a ellos, Yilane parecía seguir sonriendo.

—No fue culpa suya por completo —dijo Darby—. La influencia de su padre acabó por enloquecerlo y creyó que… —Se interrumpió y miró, pálido, hacia el cadáver.

Daniel siguió la dirección de su mirada y se dio cuenta.

El cuerpo de Yilane estaba comenzando a disolverse.

12

Al principio semejaba una simple funda de piel que ocultara vísceras. Al momento siguiente, las vísceras perdieron entidad y la piel se hundió, como desinflada. Los músculos menguaron hasta circunscribirse a los huesos, que se derrumbaron fragmentándose hasta formar pequeños escombros, que a su vez se agrietaron y desmenuzaron.

Darby y Daniel contemplaron como ensimismados el lugar donde había yacido Yilane, que ahora era solo una sombra de polvo y una imagen grabada en las retinas. El hombre biológico agitaba la cabeza como manteniendo una dura lucha interior.

—No… —Acompañaba sus palabras de gestos de negación—. No… Esto era lo que Yilane creía… Ha vivido con esa idea, y ha muerto con ella… Pero eso no quiere decir que no estuviera equivocado…

—Héctor —dijo la muchacha, el cabello ocultando a medias su rostro—, en el Decimotercero se describen formas de resucitar a un cuerpo a partir de sus cenizas… ¿Recuerdas los tatuajes y el medallón que usaba Yilane, con la serpiente de dos cabezas? Eran símbolos de los nodos ascendente y descendente de la invocación… No nos mintió: Yilane resucitó el cuerpo de Ezra, y Ezra lo suplantó…

Darby se disponía a replicar cuando una señal lo interrumpió. Se acercó presuroso a las imágenes de los scriptoria, que flotaban junto a las pantallas, y su voz mostró ansiedad.

—¡Los datos… están desapareciendo…! ¡Fue Yilane quien los extrajo!

Daniel giró con rapidez y se lanzó sobre los cables antes de que Darby o Maya reaccionaran, tiró de ellos y las pantallas se apagaron. Pero Darby movió la cabeza.

—Ya no tiene remedio. Yilane ordenó, sin duda, borrar toda la información. Estamos en el punto de partida: los datos siguen en el sitio donde se encontraban… Pero creo que podré intentar recuperar algunos antes de irnos usando mi propio scriptorium

Tras asegurarse de que los scriptoria volvían a trabajar, Darby pareció calmarse. Se pasó la mano por la cara y los miró.

—Solo quedamos nosotros tres. Es inútil seguir aquí. Propongo buscar objetos que llevarnos y convencer a otros de la existencia de la Llave… Además de los datos que logre copiar, quizá podáis traer algún viejo instrumento del laboratorio donde se incubaban los seres humanos… Luego regresaremos a la nave. Estoy seguro de que nos llevará automáticamente al santuario del sur de Dunedin.

—Quedamos nosotros tres —puntualizó Maya—, y la Verdad.

Daniel y Darby se volvieron hacia ella. En el rostro del hombre biológico reapareció la preocupación, como un viejo amigo que nunca se hubiese marchado del todo.

—Yilane dijo que estaba con nosotros, y yo le creo —añadió Maya—. Además, se afirma que la Verdad es creyente profundo del Decimocuarto, el Último Capítulo. ¿Sabes lo que eso significa, Héctor?

Darby asintió. Su rostro había perdido color.

—Es capaz de apoderarse de las mentes de otros —dijo.

Daniel recordó a Mitsuko y tragó saliva.

—Podemos ser cualquiera de nosotros tres… —continuó la muchacha, impasible—. Puede estar controlándonos ahora mismo sin que los demás lo sepan.

—Pero, si es así… —Darby la miró angustiado—. ¿Cómo vamos a saber quién es antes de que decida actuar?

Ni Maya ni Daniel respondieron. Durante un instante solo se escucharon sus respiraciones y los chirridos metálicos de las profundidades de la Llave. A Daniel le hacían pensar en el gemido quejumbroso de alguna criatura.

—Por lo pronto, tenemos que asegurarnos de que no puede ser nadie más —dijo Maya. Mientras hablaba se colgó del cinto dos fundas de armas—. Anja y Meldon están muertos, pero existen formas de que una mente ajena resida temporalmente dentro de un cadáver. Hay incineradores en el nivel inferior. Debemos quemar sus cuerpos y disolver las cenizas en ácido, o expulsarlas al exterior. Podemos ir a por Anjali y luego llevarnos a ambos abajo…

—Yo tendré que quedarme a supervisar la recopilación de datos —dijo Darby.

—No quiero que vengas —concedió Maya—. Te quedarás con el transmisor abierto. Si oímos algo raro, o tú oyes algo raro, nos reuniremos de inmediato. Cuando nos libremos de los dos cadáveres, podremos irnos…

Darby y Daniel aceptaron el plan. Repartieron las armas que quedaban. Maya guardó la pistola de dos cañones de Svenkov, que aún contaba con munición, Daniel se quedó con la de ráfagas de Yilane y a Darby le entregaron la de Rowen. Se movían de manera afanosa. Solo las manos de la muchacha ciega no temblaban.

Cuando estuvieron preparados, Maya y Daniel se dirigieron a la rampa, pero ella, que iba delante, se detuvo de repente.

—Otra cosa más. Nuestro enemigo es muy especial. No debemos dudar en disparar si uno de nosotros hace cualquier cosa que despierte nuestras sospechas, y eso me incluye a mí, por supuesto: no nos concederá otra posibilidad. —Hizo una pausa, como para que los dos hombres asimilaran aquellas palabras, y agregó—: La Verdad es una gran mentirosa, no lo olvidéis.

Sin esperar respuesta, continuó subiendo por la rampa.