1931 d. C.
Lo mío son los ligueros. Los vendo, no los llevo puestos. Con eso siempre consigo que se rían. A menudo te das cuenta de que unas risas son mejor que cualquier otra cosa para que las cosas echen a rodar, ya estés hablando con un cliente, o con una jovencita. O un agente de policía, si se da el caso. A menudo hago algún comentario en el vehículo que me lleva de un lado a otro por Angel Lane hasta el tribunal, ya sabéis. Sólo para bromear, como hace todo el mundo. El otro día pasamos junto a una jovencita que iba andando por la calle y honestamente, menuda cara tenía, nunca había visto algo parecido. La señalé con el dedo para que el joven al que estaba esposado la viera y le dije: «Ah, bueno, es de tontos mirar la repisa de la chimenea cuando el fuego quiere salirse». Como podéis suponer, con eso le arranqué una sonrisa. Es que son humanos, como todo el mundo. Me he fijado en que en que en la esquina que hay justo cruzando la calle desde el juzgado tenemos un baño de señoras que se apoya en esa gran iglesia que se encuentra ahí en medio, Todos los Santos. Bajas unos cuantos peldaños y sólo puedes ver la escalera que se curva y retuerce alejándose de uno, también ves que tiene unos azulejos blancos que llegan hasta la mitad de la pared. Me gustaría saber qué es lo que ocurre ahí abajo, os lo aseguro. Imaginaos que pudierais echar un vistazo, ¿eh? Cierro los ojos y puedo verlas, subiéndose las bragas por encima de sus culos grandes y estupendos. Hace tiempo, cuando era pequeño, soñaba con estar en el váter de señoras, ya sabéis. Incluso entonces yo ya le echaba mucho morro a la vida, como os podéis imaginar. Me encontraría con esa mugre verde creciendo entre los azulejos y quién sabe cómo podría oler eso. Como todos los chochos del mundo a la vez, seguro. Ahora que lo pienso, estoy seguro de que no encontraréis a un solo hombre en el mundo que no haya pensado en ello una o dos veces, si es honesto consigo mismo.
Hay muchas mujeres que vienen al juzgado y se sientan en la sala. Os sorprendería ver qué miraditas recibo. No debería decirlo yo, pero tengo unas cuantas seguidoras como si fuera una estrella de cine en ciernes; a ver, tampoco es que yo sea feo según el estándar normal. Claro que no conviene que las anime ya que tengo a Lillian sentada ahí ante el banquillo, todos los días, mirándome embobada. No quedaría bien, ¿verdad? Que me vieran haciendo ojitos a alguna muchacha de la última fila mientras mi propia esposa está ahí mirando. No después de todo el revuelo que se armó cuando los periódicos publicaron lo que le había contado a la policía acerca de cómo mi harén me mantiene lejos de casa.
Mi abogado el Sr. Finnemore considera que metí la pata con eso, pero no es lo que se dice un hombre de mundo. Según creo yo, a la mayor parte del público le encanta los pícaros apuestos, y admira en secreto a un gran mujeriego. Si hubieran disfrutado la mitad de lo que yo he disfrutado, serían felices. Aun así, hacerme mucho el mártir no va a engañar a Lily por lo que he de tener cuidado y he de procurar que no me pille flirteando desde el banquillo. Hay una mu chacha morena, pequeñita y con mucho pecho, que a veces viene en el descanso que tiene para comer y se queda ahí de pie en una esquina mirándome. Me gustaría que llevara unos ligueros fabricados por la firma a la cual yo represento, y ya que la empresa no está muy lejos, en Leicester, es bastante probable que así sea. Se puede pensar que, en cierta manera, ya estoy dentro de sus faldas. ¿Qué os parece?
La gente se ha compadecido mucho de Lillian y le han dado trabajo en una tienda, aquí, en Bridge Street de modo que puede ganarse la vida mientras puede seguir asistiendo al juicio. La comisaría donde me custodian en Angel Lane da justo a Bridge street de modo que todas las mañanas pasamos junto a la tienda de camino al juzgado. Se trata de una pequeña pastelería, el lugar idóneo para un bomboncito como ella. Está loquita por mí y siempre lo ha estado. Nunca le ha gustado sentarse sobre mi regazo, y mira que ésa es mi postura favorita a la hora de abrazar a una mujer, pero, dejando aparte esos detalles, sigue siendo la mejor esposa que tengo.
Si se me hubiera ocurrido, le habría dicho que me trajera un cuarto de libra de eucalipto mentolado para ver si así se me calma un poco el dolor de garganta. Tanto hablar aportando pruebas se está cobrando su peaje. Si no tengo cuidado, me quedaré sin voz antes de que acaben conmigo, y ¿qué será de mí entonces? Hay mucha gente que piensa que soy el mejor barítono amateur que ha cantado en el Club Social de Friera Barnet en Finchley, donde mi interpretación de «Trompetista qué estás tocando ahora» siempre es todo un éxito. Tengo unas cuerdas vocales bastante decentes y no quiero que algo como esto las fastidie. Sé que, en general, los hombres a menudo la toman con un tío si tiene un tipo de voz más aguda de lo normal, pero la gran mayoría de las señoritas parece preferirlo. No quisiera hablar desde el banquillo con voz ronca y fastidiarla, ¿verdad?
Se retorcía como una caballa sin aire, golpeando el parabrisas de mi Morris. No fue una cosa muy agradable de ver os lo puedo asegurar, y tampoco de escuchar. Imaginaos un gato escaldado. Creía que estaba inconsciente y que no se iba enterar de nada, pero fue el fuego. Le despertó. Para ser honesto, ahora mismo puedo oírlo. Fue tal el jaleo que armó que ni siquiera pronunció palabra alguna que pudiera entenderse. En cuánto abrió de una patada una de las puertas laterales, pensé: «Bueno, se acabó, Alf. Ya está hecho y no hay vuelta atrás». Lo único que, claro, ya tenía el humo y las llamas encima y su suerte estaba echada. Cayó hacia delante sobre el asiento delantero mientras una de sus piernas quedaba fuera del coche, y eso fue todo. Claro que, tonto de mí, ahí me quedé justo en la dirección en la que soplaba el viento y no tuve el buen juicio de moverme hasta que los ojos me empezaron a llorar. Qué estampa debimos componer ambos.
Vi la foto que publicaron en el Daily Sketch de mi Morris Minor y era para echarse a llorar. Se trataba de todo un coche de exposición, y no es que fuera tan viejo. Lo tenía asegurado por ciento cincuenta libras pero no espero que me paguen ahora mucho por él, ya que las cosas están como están. A juzgar por lo que se ve en la fotografía no quedó mucho de aquella maravilla. Los guardabarros estaban desparramados por ahí como si fueran costillas y se podía ver dónde la goma se había derretido en las ruedas dejando de esta forma las llantas desnudas. Si atrapo alguna vez a los tipos que lo robaron, pero no, espera; que eso no es verdad, ¿no? Eso me lo inventé. A veces, cuesta tanto recordar todo lo que has dicho.
Ésa era la peor parte de tener dos esposas a la vez, aparte del tema de los gastos que acarreaba. Recordar qué historia les había contado, a veces, suponía un gran estrés mental, os lo puedo asegurar. Todos los detalles insignificantes y triviales. A cuál de ellas le había contado tal cosa. Con Lillian no era tan difícil porqué es bastante despistada por naturaleza y no suele darse cuenta si meto la pata, pero en el caso de Ivy, bueno, ésa es harina de otro costal. No hace ni seis meses que me casé con ella y a la mínima ya la tengo encima.
Me casé con Lil en noviembre de 1914, o sea hace más de dieciséis años. En todo este tiempo, si ha tenido alguna sospecha se la ha guardado para sí misma. Incluso cuando ha tenido las evidencias delante de sus narices, como cuando le traje el bebé que habíamos tenido yo y Helen para que lo cuidara (no el que murió, el segundo, el pequeño Arthur), incluso entonces, permaneció en silencio cual mosquita muerta y me dijo que me perdonaría cuando ni siquiera yo le había pedido perdón. El joven Arthur tiene ahora casi seis años y he de decir que he de alabar a Lillian, puesto que lo ha criado como si fuera suyo. Nunca le ha mostrado ningún rencor, que yo sepa. Como decía, está loquita por mí. Nada de preguntas. Resulta difícil de creer que hayan pasado dieciséis años. Con todo este cristo que hemos tenido, este noviembre, se me olvidó que era nuestro aniversario. Llamaré a uno de los polis y le diré que le compre algo, si es que me acuerdo. Mejor tarde que nunca, o eso dicen.
En lo que respecta a Ivy, no sé si lo nuestro durará siquiera dieciséis meses, y mucho menos dieciséis años. Cuando nos casamos en junio en Gellygaer me pareció una buena idea, aunque cuando digo una buena idea me refiero a que tenía un bombo de cuatro meses y se la veía ya enorme, como les pasa a menudo a las que están delgaduchas. Aunque, Dios, cómo se les ponen las tetas. Casi merece la pena tener una boca más que alimentar si a cambio obtienes unas tetas tan encantadoras para metértelas en la tuya. Otra vez, ¿veis? Otra broma. Y es lo que yo digo sobre la risa, es lo mejor que hay para romper el hielo. Todo el mundo se siente mucho más a gusto.
Aunque hablando en serio, con Ivy algo me decía que estaba cometiendo un error desde el principio. No es que haya algo en ella que no me guste, es sólo que, de algún modo, se podía ver que todo esto iba a ser, un follón de la leche. Pongamos como ejemplo la última vez que la fui a ver, cuando me fui directamente a Gales, esa misma noche, tras mis «cinco minutos de diversión» en Hardingstone. Como os podéis imaginar, tras haber perdido el coche yo era un manojo de nervios. Salí de Hardingstone Lane y me quedé pasando el rato por ahí y mirando hacia atrás hacia el camino para intentar observar a los dos hombres que me habían visto salir del terreno. No les podía distinguir en la oscuridad, aunque mi Morris seguía ardiendo, allí entre los setos.
Ya sabéis cómo es esto a veces. Sientes que todo lo que haces debe parecer sospechoso, aunque la mitad de las veces te das cuenta de que nadie se ha percatado de nada, Me fui y me quedé junto a la carretera de Londres cerca de la vieja cruz de madera que tienen ahí, donde el cortejo fúnebre depositó a la reina Leonor en su camino de regreso a Londres, no pasó mucho tiempo hasta que haciendo dedo logré que un camión que iba precisamente en esa dirección se detuviera. Me inventé una historia acerca de que había quedado con un viejo amigo muy rico para que pasara a recogerme en su Bentley pero que yo había llegado tarde y mi amigo se había ido, el conductor del camión enseguida se la tragó. Me llevó hasta Tally Ho Comer en Barnet Road, llegamos alrededor de las seis y estaba despuntando el día.
Le dije a un tipo de la Oficina de Transportes que me habían chorizado el coche enfrente de una cafetería ya que, a decir verdad, para entonces estaba bastante somnoliento y se me olvidó lo que había contado sobre el Bentley. Aun así, tengo cierta mano con la gente, muchas personas lo dicen, y ese tipo no fue la excepción. Me metió en un autobús, el de las nueve y cuarto en dirección a Cardiff, de modo que llegué allí por la tarde y de ahí cogí otro autobús en dirección a Penybryn. Desde allí podía ir andando hasta la casa de Ivy en Gellygaer, adonde llegué aquella noche alrededor de las ocho.
Bueno, como decía, con Ivy siempre hay un lío montado. No es que sea culpa suya, es que siempre es así, y esa noche no fue la excepción. En primer lugar su padre, el anciano Jenkins, me sometió al tercer grado en el pasillo y me preguntó por qué había tardado tanto en llegar ahora que Ivy se encontraba a las puertas de la muerte debido a la enfermedad y a que mi hijo estaba en camino. Ya sabéis cuánto les gusta a los encantadores galeses darle a la vida un poco de melodrama de vez en cuando, según él Ivy era más que en ninguna otra ocasión anterior una especie de pequeña Nell[6]. Le conté que me habían chorizado el coche en Northampton, la verdad es que me atrevo a decir que era algo que para entonces yo mismo me creía, puesto que había tenido que contarlo un montón de veces. Tiene gracia, pero juro que en ese pasillo, en ese momento, se me había olvidado todo lo referente a ese pobre tipo y el fuego.
Tras sortear al padre, tenía que enfrentarme a la hija. Dentro de la habitación, Ivy yacía recostada sobre unos cojines y tenía muy mal aspecto. El bebé nacería en cualquier momento. En cuanto me senté en la cama, ya me estaba interrogando sobre cuándo nos íbamos a mudar a nuestra nueva casa en Surrey. Para ser sincero, eso me pilló desprevenido y la miré desconcertado. Sé me había olvidado todo lo relativo a aquel asunto de Kingston-On-Thames que le había contado a ella y a su padre cuando estaba bebido en nuestra boda. Antes de que se me ocurriera algo bueno, ella ya estaba llorando desconsolada y diciendo que no la amaba, y afirmando que estaba segura de que me estaba viendo con otra. Que por qué me pasaba todas esas noches fuera, etcétera, etcétera. Os podéis imaginar cómo fue eso a grandes rasgos.
Lo cierto es que ellas no piensan en lo que tú puedes estar pasando, ¿verdad? Cómprame esto, cómprame aquello, vivamos en otro sitio. Gano quinientas libras al año en Tirantes y Ligas Leicester y podríais pensar que me va muy bien, pero de eso nada. Toda la pasta se me va en niños y mujeres antes de que llegue a ver un solo penique. La misma historia de siempre.
En realidad, aunque no se lo había comentado a Lillian, mi intención era vender la casa, y los muebles, que teníamos en Buxted Road en Finchley de modo que pudiera utilizar esa pasta para poder instalarme con Ivy y el bebé cuando éste viniera al mundo. Podéis llamarme lo que queráis, pero siempre he sido un sentimental con los críos, más de lo que debería. A Lilly y al joven Arthur también les facilitaría un lugar donde alojarse, naturalmente.
Claro que no podía contarle todo esto a Ivy sin que se enterara de la existencia de Lily y del tinglado que tenía montado en Finchley, así que actué como si estuviera realmente ofendido y armé un buen follón diciendo que me habían chorizado el coche justo enfrente de la cafetería y que por eso había tardado dieciocho horas en llegar hasta Gellygaer. He descubierto un truco que a menudo funciona y que consiste en contestar más enfadado que quien tienes en frente. Cuando eres un tipo listo como yo nunca falla, enseguida tenía Ivy diciéndome cuánto sentía haberme abroncado, y que se trataba de que estaba nerviosa, puesto que el bebé estaba ya en camino y ella se encontraba en un estado muy lamentable. Le dije: «Vamos, Ivy, levanta, puedes agarrarte a mí», y cuando lo hizo metí la mano en la parte de arriba de su camisón y la sobé. Su teta estaba dura y pesaba lo suyo, la parte final sobresalía como los tacos de una bota de fútbol. Esa noche dormí en la habitación de invitados y me empalmé pensando en ello, incluso después de todo el cabreo que me entró durante la cena, a cuenta de esa vecina y su maldito periódico.
A decir verdad, el sexo es mi mayor debilidad. Os aseguro que la mitad del tiempo no pienso en otra cosa, y cuando estás a tu aire mucho tiempo como es mi caso, conduciendo de un sitio a otro, la cosa empeora. Pasas un montón de tiempo soñando despierto cuando estás todo el día carretera arriba y abajo. A veces tengo que aparcar en un área de descanso para hacerme una paja para así poder pensar en otra cosa que no sea un chocho durante una o dos horas. Tengo un catálogo que llevo conmigo en el coche con fotos de modelos que muestran los productos de la empresa. Son fotos pequeñas, unas cuatro por página, y sólo puedes ver de estas mujeres la zona que va desde el estómago hasta la parte de arriba de las piernas. Pensaréis que estoy como una cabra pero para mí todas tienen personalidades diferentes, por cómo posan puedes saber de qué tipo de chicas se trata. Algunas son de esa clase de chicas con las que sabes que te llevarás bien, y que además sabes que tienen una personalidad decente.
Hay una a la que llamo Mónica. Si miráis con detenimiento la foto se puede ver una especie de leve pelusilla en sus piernas, así que me imagino que será rubia. El tipo de chica que te puedes encontrar en un mostrador de la oficina de correos, con el pelo como lo llevan ahora, liso por arriba y rizado por la parte de atrás. Estaría muy bien vestida de azul claro. Su ombligo que es de los que son más largos que anchos, parece un agujerito en un melocotón. Lleva puesto uno de los corsés que hemos lanzado recientemente, en plan corpiño, que parece favorecer a las mujeres al dar la impresión de que poseen unas caderas más finas, lo que a mi entender me parece una sabia elección y demuestra que es una muchacha de personalidad reflexiva, de las que se preocupa mucho por cómo viste. Se puede ver por la piel que no puede tener mucho más de veinte años.
Ésa es la edad, os lo aseguro, cuando ya están cansadas y hartas de los chicos más jóvenes y empiezan a ver a los tipos mayores como algo interesante a nivel romántico. Si pudiera conseguir que Mónica me oyera cantar «La canción del zapatero» de Chu Chin Chow, entonces estaría bajándole las bragas en menos que canta un gallo. De todo mi harén, a veces, creo que Mónica es la mejor, ¿sabéis? No me cuesta ni un duro ni me mete en líos. Descargo en el pañuelo, cierro el catálogo, y me largo.
No siempre fui así con las mujeres. Preguntádselo a Lilly y ella os lo contará: cuando me conoció antes de la guerra, como mucho me atrevía a dar un besito de buenas noches, yo era así de tímido. No fue hasta que me alisté en la vigésimo cuarta división de voluntarios de la reina cuando encontré el valor necesario para ir donde una chica y pedirle que saliéramos juntos. El uniforme, ya sabéis. Es lo que marca la diferencia, os podéis reír, pero es cierto. He oído hablar y hablar a las mujeres de lo terrible que les resultan las luchas en las que se meten los hombres, pero una vez han visto las botas y las insignias se rinden a tus pies. Se despiden de ti, y después se quedan en casa y llaman cobardes a los objetores de conciencia. La mitad de los tipos que están en esas trincheras no estarían ahí si no fuera por el modo en que sus novias les miran cuándo van vestidos para la guerra. Negadlo si podéis.
Para ser sincero, Lily era la primera chica con la que salía, aunque estaba a punto de cumplir veinte años. La primera vez que me llevó a la cama estaba tan verde que me quedé encima de ella con las piernas abiertas durante un rato hasta que me di cuenta de lo que debía hacer. Honestamente he de decir que aquello no es que saliera muy bien. Buen:), no podía meterla y acabé sintiendo tanto asco de mí mismo, que cuando Lily me dijo que no pasaba nada, la cosa fue aún peor. No lo llegamos a hacer en plan bien hasta una semana después de la boda. O sea, nos frotábamos y besábamos, pero eso era todo, y cuando al fin lo logramos, se acabó lo que se daba de forma muy rápida, aunque en ese aspecto la cosa fue mejorando a medida que pasaba el tiempo. Aunque, a decir verdad, no es que yo fuera la leche en la cama, aunque creo que, tanto yo como Lillian, éramos más felices entonces. Es una lástima que nunca tuviéramos la fortuna de tener niños, aunque desde entonces me, he desquitado.
Lilly y yo pasamos cuatro meses juntos, y al final de esos meses el mete-saca ya era algo estupendo. Estábamos muy enamorados pero, entonces, llegó marzo de 1915. Me enviaron a Francia. Dios mío, qué horror. No lo sabes hasta que lo vives. Vives metido en el barro y a tu alrededor tienes a tipos no mucho mayores que tú con media mandíbula reventada, y te olvidas de todo salvo de hacer lo que te mandan. He visto a un caballo sin piernas tumbado y estremeciéndose ahí en medio de la mugre como si fuera un blasón sangriento. He visto cómo algunos hombres ardían.
Sólo llevaba dos meses en Francia cuando recibí metralla en Givenchy. En la cabeza y la pierna. Según parece la cabeza es la que se llevó la peor parte, aunque este iluso que tenéis delante no puede recordar ni una puñetera mierda de aquello. Ni el momento en que aquello ocurrió, ni la mañana antes de aquello, ni lo que pasó después. Perdí el conocimiento. Me apagué como una vela. Lo primero de lo que fui consciente, tiempo después, es de que me encontraba en el hospital frente al plato a medio comer de la cena. Levanté una cuchara llena de un puré algo chungo y recordé que era Alf Rouse. Fue una sensación realmente peculiar, os lo aseguro.
No tengo los conocimientos necesarios como para explicarlo mejor pero el mundo me parecía diferente tras eso. No me refiero a que la guerra me abriera los ojos, como he oído decir a otros compañeros. Quiero decir que el mundo parecía diferente, como si fuera un mundo distinto, un sustituto del de verdad. ¿Cómo puedo explicarlo? Todo daba la impresión de estar mal. Mal no, pero como si se hubiera armado deprisa, como si se pudiera caer a pedazos en cualquier momento. La mejor manera en la que puedo describirlo es que se parece a cuando dibujabas en el colegio, y la señorita te daba un folio al principio en el que podías probar cosas y emborronarlo todo, porque no se trata del dibujo final y da igual. Cuando me desperté en ese hospital fue como si me hubiera despertado dentro del boceto, no en el dibujo final. Todo daba igual. Uno podía borrarlo todo y empezar de nuevo. Cuando me pongo a pensar en ello, llego a la conclusión de que me he sentido así desde entonces, aunque ahora me he acostumbrado.
En ese momento fue cuando me «dio» por el sexo débil. Claro que también se me presentaban oportunidades, puesto que ahí había enfermeras. A algunas de ellas, ni se os ocurriría mirarlas, pero ahí pasaban más cosas de las que cabía suponer a simple vista. Mirad, a efectos prácticos eran las únicas mujeres que había por allí y podían elegir. Uno creería que no les apetecería demasiado hacerlo al pasarse el día viendo tipos medio reventados en pedazos, pero os podría contar alguna historia al respecto, creedme. Claro que un poquito de culpa sí sentía al pensar en Lillian, pero no hasta el extremo de que me abrumase. Como decía, para entonces las cosas habían perdido consistencia, y nada de lo que pensase o hiciera parecía importar demasiado. Sé que existe el bien y el mal, pero llegas a un punto en el que, honestamente, te importa bastante poco.
Recuerdo una vez en la que una enfermera bajita y gordita a la que le iba el aquí te pillo aquí te mato me la chupó mientras un pobre tipo sin manos que estaba tumbado en la cama situada junto a la mía se la pelaba. Les seguí la corriente, pero francamente no es que aquello me fuera demasiado, si os lo podéis creer. Había algo raro en esta enfermera que me desmotivaba, algo en la manera en la que actuaba. Se le había ido un poco la cabeza, esa impresión me daba. Había muchas chicas como ella.
Cuando me licenciaron al año siguiente, volví a casa, lo que no calmó para nada el tema de las faldas. Si acaso hizo algo, fue empeorarlo. Mirad, era la herida la que lo provocaba. Eso era lo que las atraía. Mi lesión. Lo que os decía hace un momento acerca de que a las chicas les volvían locas los tipos vestidos de uniforme, bueno, pues no era nada comparado con cómo se ponían si estabas herido o llevabas una venda. Incluso si ya no llevabas puestas las vendas, si simplemente hablabas de cómo te habían herido, con eso bastaba. Cuando me despedía de ellas, apartaba el pelo hacia un lado para que pudieran ver la cicatriz, y les dejaba tocármela si querían. Os lo aseguro, diez minutos así y ya estaba. Ya estaban jadeando. Las mujeres son unas maravillas extrañas. No puedo entenderlas, ni siquiera después de haberme acostado con un montón. He debido de estar con unas setenta u ochenta desde que empecé a viajar como comercial tras salir del ejército, pero siguen siendo un misterio para mí. Y espero que siempre lo sean.
La pequeña Helen no fue la primera chica que me llevé a la cama cuando empecé a viajar. Después de todo, llevaba ya cinco años viajando por aquel entonces, pero fue a Helen a la que cogí más cariño. Quería cuidar de ella. A fin de cuentas, era una niña, de modo que necesitaba que alguien la cuidara. Cualquiera hubiera hecho lo mismo, cualquiera con un poco de corazón.
Helen era una niñita escocesa. Una criada. Solía tirármela en el asiento de atrás del Morris. Cuántos recuerdos había ahí, en ese asiento. Lamento que ya no exista. Supongo que si te pones a pensarlo, Helen era bastante joven. Sólo tenía catorce años, pero ya sabéis cómo son las chicas hoy en día. Muy maduras y muy desarrolladas. Si son lo bastante mayores como para tener la regla, son ya mayores para follar, eso es lo que yo digo. A que es una buena frase, ¿eh? La oí por primera vez cuando estaba en el ejército, y creo que es bastante graciosa.
La dejé embarazada, pero el niño murió poco después de nacer, fue un momento muy difícil. Como decía, me encantan los niños. De todos modos, seguí viéndola y dos arios después, cuando tenía dieciséis años, se volvió a quedar embarazada. Helen, que si bien era joven podía ser muy pesada, esta vez metió la pata. Me dijo que debíamos casamos por el bien del niño, y ante esa afirmación no había muchas respuestas posibles. Ya que le había contado que yo y Lily estábamos divorciados, no podía utilizar el hecho de que ya estaba casado para salir de esa situación, ¿sabéis? En menudo fregado me había metido, os lo aseguro.
Al final, lo que hice fue celebrar una boda de mentira con ella, para tenerla contenta, y luego llevé a ella y al bebé a un bonito apartamento en Islington donde podríamos vivir como marido y mujer. Le dije que iba a tener que estar fuera de casa mucho tiempo. Claro que, en Finchley, a Lily le conté lo mismo y, de este modo, todo fue bastante bien durante un tiempo. Aun así, Helen no era idiota, y al final empezó a sospechar que tenía una aventura extramatrimonial. Claro que ella no sabía que los protagonistas de dicha aventura éramos nosotros mismos.
Al final se descubrió el pastel y, Dios mío, tendríais que haber visto la que se montó. No sé qué habría sido de mí, si Lily no hubiera sido tan comprensiva. En todo momento dijo que aquello no era culpa mía, lo de que fuera un maníaco sexual, y que eso sólo me ocurría desde la guerra. Ella y Helen acordaron conocerse, después de que las cosas se hubieran calmado, y lo solucionaron todo tomando unos pastelitos en una cafetería de la cadena Joe Lyon. Ambas pensaron que era mejor que el bebé de Helen, el pequeño Arthur, tuviera un lugar decente en el que crecer, así que yo y Lily nos lo llevamos a vivir con nosotros a Buxted Road. Podéis pensar lo que queráis, pero no muchas mujeres harían eso por su maridito, ¿verdad? Me refiero a acoger al bebé de otra mujer y alimentarlo.
Ésa es mi Lily, una entre un millón. Recuerdo la noche anterior a que todo esto estallara, la última vez que vi Buxted Road. Yo, Lilian, y el pequeño Arthur nos sentamos ahí en nuestra sala de estar con las luces apagadas, observando cómo estallaban los cohetes y los fuegos artificiales carretera arriba, ya que era la noche de las hogueras[7]. Le dije que tenía cosas que hacer en Leicester con la gente de la empresa de los ligeros y tirantes, así que cuando partí junto después de las siete en dirección a la Great North Road[8] que recorre la parte central del país no le dio ninguna importancia. Dejé que recibiera uno de mis besos superespeciales como despedida, ya que sentía que las cosas iban mal entre nosotros y mi intención era dejarla.
Al salir de Buxted Road fui directo a casa de Nellie Tucker. Me avergüenza tener que admitir que no me había pasado por ahí desde que tuvo al bebé justo la semana anterior, así que se podría decir que llevaba acumulado cierto retraso. Ahora que lo pienso, ¿os he mencionado antes a Nellie? Me lié con ella en 1925, durante aquella fase problemática con Helen y nuestra Lily. Por aquel entonces yo estaba sometido a mucha presión, como os podréis imaginar, así que me refugié en Nelly para tener a alguien con quien hablar del tema, más que nada. Naturalmente, una cosa llevó a la otra como suele pasar en estos casos, y en poco tiempo teníamos un bebé. Si Lily se hubiera enterado, me habría matado, así que lo mantuve en secreto, además le pagaba cinco libras a Nelly todos los meses para la manutención. Todo fue bien hasta que volvió a quedar embarazada, otra vez. Lo tuvo a finales de octubre, el 29 por lo que recuerdo.
Fui a visitarla después de dejar a Lily aquella noche y llegué ahí un poquito más tarde de las siete. Tanto el mayor como el bebé estaban en la cama en esos momentos, así que pudimos echar uno rapidito en el sofá. Me sentí un poco triste después, como se siente a veces uno tras el acto, y le empecé a contar todos mis problemas, le conté todo sobre las deudas que tenía. Nellie sí que sabe escuchar. Siempre ha sabido.
Lo que me pasa supongo que se parece a lo que ocurre en esa película Una Mujer en Cada Puerto de Victor McLaglan. ¿Conocéis esa peli? Es cojonuda. Fui a verla el año pasado con nuestra Lily, y las mujeres que salían en ella, bueno, menuda selección. Myrna Loy está bien. Y Louise Brooks también, aunque para ser honesto no me va tanto, por ese pelo que lleva. Parece demasiado lesbiana, ya sabéis lo que quiero decir. Aunque la verdadera estrella, a mi entender, era Sally. Rand. Tenéis que conocer a Sally Rand. «¿La chica de las burbujas?». Esa chica que bailaba en medio de unos ventiladores y unas burbujas gigantes, y he de decir que en lo que hace hay mucho arte. Detrás de esas burbujas está en cueros, aunque nunca se llega a ver nada. La canción que cantaba era «Hago burbujas eternamente», lo que encajaba a la perfección. Una chica encantadora.
Me quedé en casa de Nellie alrededor de una hora y marché justo después de las ocho. Debería haber meado antes de salir pero no lo hice, así que para cuando llegué a Enfield, en dirección a San Alban, estaba que iba a reventar. Vi un pub algo apartado de la carretera y pensé: «Bueno, tengo tiempo de tomarme un trago que me ayude a recorrer el camino». Y así también podré ir al baño. Tiene gracia, he estado por este sitio antes y aunque conozco la mayoría de los pubs de por aquí, éste no lo conocía. Creo que es por cómo das con él, justo al tomar una curva. La primera vez que vi el pub fue cuando mis faros viraron y lo iluminaron, además, al principio, me dio la impresión de que estaba medio derruido. Tendrían que arreglarlo un poco, en mi opinión. Sería un dinero bien gastado, porque al estar apartado de la carretera seguro que mucha gente se lo pasa de largo. Tiene un nombre extraño, por lo que recuerdo, aunque en estos momentos no recuerdo cuál era. Ya me vendrá a la cabeza, seguro.
Aparqué el coche en la parte de atrás y entré, e hice la primera parada en el lavabo de caballeros. Dios, qué alivio. Fue una meada de ésas en las que el chorro parece seguir y seguir durante horas. Bueno, estoy exagerando, pero ya me entendéis. Salí del váter, fui a la barra, y apenas había nadie ahí. Aquello estaba muerto.
El Trabajo en Vano. Eso es, ¿qué os acababa de decir? Sabía que tenía un nombre raro. Apoyado contra la barra estaba un gitano anciano con un extraño sombrero. Honestamente, me dio la impresión de que era medio idiota, así que procuré evitarlo. Logré que la chica de detrás de la barra me sirviera un brandy, y luego miré alrededor para buscar un lugar donde poderme sentar. En una esquina se encontraba sentado un tipo desaliñado que estaba hablando con un chaval que tendría unos diez años o algo así. Al principio pensé que se trataba de su hijo, pero luego el muchacho le dijo algo al hombre y abandonó el bar. No volvió, así que quizás no conocía de nada a este otro tipo: simplemente coincidió que cuando miré estaba sentado junto a él. Me apetecía hablar con otro tío para pasar el rato tras tirarme todo el día entre conejitos, así que cuando el chavalillo se levantó y se fue, me senté en la mesa situada junto a aquella cosa zarrapastrosa.
Al poco rato, entablamos conversación, y pude ver que quedó impresionado al ver mi tarjeta de visita. Por lo que comentó, él también se dirigía al norte. Me dijo que él era originario de Derbyshire, lo que no fue una sorpresa dado su fuerte acento. Me contó que allí tenía trabajo en las minas, pero que creyó que sería mejor buscarse la vida en Londres, tal y como muchos otros hacen, de modo que se dirigió al sur. Os sorprenderá saber que aquello no salió cómo esperaba, así que ahora volvía a Derby, esperando aún poder recuperar su antiguo trabajo en la mina.
Me han preguntado por qué me ofrecí a llevarle, como si tuviera que tener algún motivo, y no me creen cuando les digo que entonces, al principio, no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Le dije que le llevaría hasta Leicester porque sentía verdadera lástima por aquel tipo, y eso es todo, no hay que darle más vueltas. Se puso pesado con lo de invitarme a otro trago antes de irnos, para mostrarme su gratitud, y se tomó uno aunque, para ser franco, ya se había tomado unos cuantos de más. Por su estado, se podía deducir que se había tomado unas cuantas antes de que yo llegara, y una vez entramos en el coche no conseguí entender nada de lo que decía. La mayor parte del tiempo se lo pasó durmiendo y roncando.
Las cosas podrían haber sido diferentes si hubiéramos conversado un poco como yo quería, para poder así quitarme los problemas de la cabeza. Pero me encontré con que la única persona que tenía como compañía estaba demasiado borracha como para conversar, por lo que no pude hacer nada salvo conducir y rumiar mis penas, mientras él dormía ahí atrás como un tronco. Cuanto más avanzábamos, más me cabreaba con él. O sea, ahí me encontraba yo rodeado de todos mis problemas, el bebé de Nelly que había nacido una semana antes y el de Ivy que estaba a punto de llegar, y Mientras tanto ahí estaba él roncando como un ceporro, babeando sobre la tapicería. No quiero decir que en este momento sienta algún tipo de animosidad en su contra, claro que no, pero así es como me sentía entonces. Subimos por la carretera romana hacia Northamptonshire, a la que entramos por Towcester. Tiene gracia, de qué cosas se acuerda uno, recuerdo en qué estaba pensando cuando dejamos la aguja de la iglesia de Greens Norton a nuestra izquierda. No sé por qué, pero estaba pensando en la época que era un chavalillo y vivíamos en Heme Hill, un lugar situado ahí, carretera arriba si vas desde la taberna de Half Moon. Cuando era pequeño era muy curioso, como son todos los niños. Quería saberlo todo. Un día, yo no tendría más de siete años, recuerdo preguntarle a mamá acerca de Heme Hill y por qué la llamaban así. Me dijo que no lo sabía, pero que si eso me interesaba tanto lo podía buscar en la Enciclopedia Pear, y eso hice.
No sé si alguna vez cuando erais críos habréis abierto un libro y habréis visto un dibujo tan aterrador que tuvisteis que cerrar el libro y no os atrevisteis a mirarlo otra vez. Bueno, eso me pasó a mí. Abrí la enciclopedia por la página que quería, la letra H, y me encontré con este grabado antiguo en el que salía este tipo, que tenía unos cuernos como los de un ciervo que le salían de la cabeza. Sé que ahora no parece para tanto, pero yo estaba aterrorizado. Hasta entonces no había visto en toda mi vida un dibujo que me afectara de tal manera, y no sé por qué.
Cerré el libro y lo escondí debajo del armario de la habitación de mis padres, bajo algunos ejemplares de Reveille que habían acabado ahí. Estaba tan asustado que quería enterrarlo, ¿sabéis? No tengo ni idea de por qué pensé en ese tipo de los cuernos cuando pasé junto a la iglesia de Greens Norton, pero así fue. La mente es algo extraño. La mitad de las veces no sabes por qué haces las cosas, o al menos ése es mi caso.
Pongamos como ejemplo aquella noche en la que fui hasta la casa de Ivy en Gales, justo después de haber estado en su habitación y haberle metido mano. Sus padres habían sido muy amables al ofrecerme para cenar una buena ración de beicon cocido y patatas, cuando estaba ya por la mitad de la cena alguien llamó a la puerta. Los Jenkins tenían una vecina tres puertas más abajo que parecía saberlo todo sobre ellos, y eso incluía lo mío con Ivy, me encontré con que era esa vecina precisamente la que estaba ahí de pie en el umbral de la puerta con un ejemplar del periódico local en la mano. Nos preguntó si habíamos visto esta foto de un coche que había sido encontrado en Northampton. Así sucede en los pueblos, ya sabéis, todo el mundo lo sabe absolutamente todo de todo el mundo. No llevaba en Gellygaer más de una hora o dos, y ahí mismo teníamos a alguien que ya sabía lo que yo le había contado al padre de Ivy acerca de que me habían chorizado el coche. Y lo peor aún estaba por llegar.
Le pidieron que entrara y que nos enseñara a todos ese periódico, me encontraba justo dándole un bocado al jamón cocido cuando lo vi. Os lo aseguro, es un milagro que no me atragantara. Ahí salía una foto de mi Morris Minor completamente quemado en los terrenos de Hardingstone. Había un párrafo a su lado donde se podía leer que se había encontrado un cuerpo humano entre los restos. Bueno, como decía, uno no sabe por qué habla o hace las cosas la mitad de las veces, pero cuando vi aquella foto solté directamente, sin pensarlo dos veces: «Ése no es mi coche». A continuación seguí mascullando algo sobre cómo no se me había ocurrido pensar que los periódicos armarían tanto revuelo al respecto.
Al echar la vista atrás, creo que decir eso fue una estupidez de cojones. O sea, era mi coche, de eso no cabía duda. Se podía leer la matrícula, MU 1468, estaba claro como el agua. Era casi el único trozo que no se había quemado. Lo único que conseguí al decir que no era el mío fue que aquello oliera a chamusquina y que todo el mundo sospechara. Salí de aquel embrollo lo mejor que pude alegando que estaba cansado y me fui a la cama situada en la habitación de invitados, donde pensé en las tetas de Ivy y me hice una gayola rápida para quitarme esas cosas de la cabeza.
Normalmente, en cuanto me corro me quedo rápidamente dormido, pero esa noche no fue así. Oh no. No dormí nada de nada salvo por algún momento que pegué alguna cabezada y tuve algunas de esas pesadillas horribles que me despiertan casi antes de que hayan empezado. En ese momento me resultaron muy intensas, pero ahora no las puedo recordar, sólo sé que me desvelaron de modo que permanecí despierto hasta que el primer rayo de luz se arrastró por el papel con dibujos de azucenas de la pared opuesta.
Para cuando me levanté, ya había llegado el periódico de la mañana. Se trataba del Daily Sketch. Habían publicado la misma foto de mi Morris consumido por el fuego, sólo que esta vez también salía mi nombre, lo que pensé que era toda una suerte. Claro que eso acababa de un plumazo con todo lo que había contado a los padres de Ivy. Lo único que se me ocurrió decir es que debía de haber habido una terrible confusión y que me volvía a Londres hasta que todo se hubiera solucionado. Los Jenkins tenían otro vecino, que respondía al nombre de Brownhill, y que regentaba un modesto negocio de coches en Cardiff. Empezó a hablar y se prestó voluntario para llevarme de vuelta a Cardiff de camino al trabajo para que así pudiera coger un autobús a Hammersmith. No podía negarme, así que me despedí de Ivy y le dije lo que ella quería oír acerca de que pronto estaríamos viviendo juntos en Kingston-On-Thames. Su padre me dio la mano, aunque no sin que la madre de Ivy hiciera un gesto raro, y entonces nos marchamos.
Había un largo camino hasta Cardiff y no sé si fue eso lo que me enervó, pero por una razón u otra me encontré con que no podía callarme ni aunque me fuera la vida en ello. Seguí hablando y hablando sobre mi coche y cómo me lo habían robado frente a una cafetería, y este tío, Brownhill, simplemente, seguía mirando a la carretera que se hallaba frente a él y de vez en cuando decía, «¿Ah sí?» o «¿Es eso cierto?», pero aparte de eso había que sacarle las palabras con sacacorchos. Cuando llegamos a Cardiff insistió en acompañarme a la estación, donde esperó hasta que subí al autobús que llevaba a Hammersmith.
Claro que luego me han contado qué fue lo que hizo justo después: acudir directamente a la policía en cuanto se aseguró de que estaba en el autobús. Les dijo que iba de camino y que algunas cosas que le había contado le resultaban sospechosas. Si os interesa mi opinión, el tipo sólo quería estar en medio de todo el fregado. Pasa lo mismo con toda la gente de pueblo, no hay cosa que les guste más que disfrutar de una pequeña dosis de escándalo. Aún así, me he preguntado si no pudo ser el padre de Ivy el que le dio la idea, la idea de llevarme en coche hasta Cardiff con intención de entregarme desde un principio. No me resulta muy agradable pensar que fue capaz de eso, pero tampoco lo descartaría. Al padre de Ivy nunca le caí demasiado bien. Su idea era que su hija había abandonado una buena carrera como enfermera por un tipo que consideraba que estaba en un escalafón social más bajo, como si hubiera alguien en Gellygaer que ganara quinientas libras al año.
Supongo que si soy totalmente honesto conmigo mismo, fue sobre todo el uniforme de enfermera lo que primero que me atrajo de Ivy. Es una «manía» que tengo, y una vez más lo único que se me ocurre pensar es que esto podría estar ligado a la guerra de alguna manera. A los hospitales y todo eso. A veces, incluso el olor del Germolene o de cualquier sustancia empleada para operar, me pone más rápido que un buen libro lleno de guarradas. Parecía que estaba un poco pirada con ese sombrerito y esas medias negras de lana que llevaba. Es una pena, pero no ha sido capaz de embutirse en su uniforme de enfermera desde los cinco meses de embarazo, y de eso ya hace algún tiempo.
¿Sabéis lo que os digo? Que hace mucho frío para ser enero, ¿no creéis? Angel Lane. Pues la verdad es que no he visto muchos ángeles por aquí en los últimos dos meses, sólo a un montón de polis con cara de culo. Si viera un ángel, lo reconocería. Como mujeres desnudas, así me imagino yo que son los ángeles. Eso sí que sería una cosa bonita que tener revoloteando alrededor cuando uno la casca, ¿verdad? Palmar rodeado de muchas tías desnudas. Así es como a mí me gustaría irme. Eso sí que estaría bien, hay formas mucho peores de abandonar este mundo, creedme.
El tipo de cuyo nombre no puedo acordarme que recogí en el pub a las afueras de San Albans seguía profundamente dormido cuando vi la primera señal que indicaba el camino a Hardingstone. Bill. Creo que dijo que se llamaba Bill. Aún seguía roncando, y en lo que a mí respecta por una parte estaba al borde del pánico pensando en cómo me las iba a arreglar para pagar tanta factura con tantas mujeres e hijos y por otra seguía pensando en ese tipo con la cornamenta de reno de la Enciclopedia Pear. No tengo ni idea de por qué. Como decía, la mente, a veces, es una cosa curiosa.
En medio de todo esto, se me ocurrió que debía tomar el desvío a Hardingstone cuando llegase a su altura. Lo que pasó después aún me resulta confuso. He contado tantas historias que ya ni yo sé cuáles son verdad y cuáles me he inventado. ¿Alguna vez os ha pasado? ¿No?
Realicé una declaración acerca de todo lo que había pasado a los caballeros de la comisaría de policía de Hammersmith que habían estado esperando a que llegara mi autobús desde Cardiff, gracias a que el señor Brownhill se metió donde no le llamaban. A decir verdad, hice el idiota cuando me bajé del autobús y me los encontré esperándome, a los tres. No me lo esperaba, supongo que debería habérmelo esperado, pero no fue así. Me sorprendió tanto que dije lo primero que se me vino a la cabeza. Dije que me alegraba de que todo hubiera acabado, y les comenté que no había dormido nada. Les conté que iba de camino a Scotland Yard en ese mismo instante. Hasta entonces todo bien, pero antes de que pudiera contenerme fui y dije que yo era el responsable. No dije de qué, pero dio igual, me miraron de arriba abajo. No veáis cuánto me arrepiento, en la de problemas que me he metido desde entonces.
No sé si os lo he contado, pero hoy en el juzgado han intentado pillarme en un renuncio con eso, aunque he sido mucho más listo que ellos. Hay un dicho en Finchley que dice que uno ha de levantarse muy temprano por la mañana para poder atrapar a Alfie Rose. El abogado de la acusación, el señor Birkett, me ha preguntado por qué me costó casi dos días informar de lo ocurrido a la policía, lo que me descolocó un instante, pero enseguida me recuperé.
—Bueno —respondí—, tengo muy poca fe en los policías de pueblo como los que se pueden encontrar en las comisarías locales, las más pequeñas, así que pensé que acudiría directamente a las instancias superiores. ¿Acaso no dije que iba de camino a Scotland Yard cuando me detuvieron en Hammersmith?
Pude apreciar que esta respuesta, por la que no dejé que me cazara, no le gustó, así que lo que preguntó a continuación fue: «¿Ah, sí? ¿No dijo también que era responsable? ¿Qué quería decir con eso, buen hombre?». Ya sabéis cómo habla esta gente.
En ese momento me sentí bastante chulo, así que respondí de manera muy inteligente: «Bueno, creía que a ojos de la policía el dueño era el responsable de cualquier cosa que pasara dentro de su coche. Corríjame si me equivoco».
Arqueé una ceja cuando dije eso último, lo de «corríjame si me equivoco», para que el jurado y las chicas que estaban en la sala pudieran ver que estaba jugando con él, y creo que oí cómo un par de ellas se reían entre dientes, a menos que fuera cosa de mi imaginación. Están de mi lado, eso se ve. Una buena parte del jurado está formada por mujeres, así que todo va a ir bien. He atraído la atención de una o dos de ellas, y tengo bastante claro a cuáles gusto. Si me mantengo firme en lo que he dicho, no debería haber contratiempos.
Cuando dieron conmigo al bajar del autobús en Hammersmith, en Bridge Road, me llevaron a la comisaría de la localidad donde les conté, lo mejor que pude, qué había pasado desde el primer momento de aquella mañana del día seis. Les dije que recogí al tipo en la Great North Road, en las afueras de San Albans, lo que era bastante cierto, y que cuando nos acercábamos a Hardingstone creí verle manoseando mi maleta de muestras, la cual guardo en los asientos traseros del coche, que era el lugar donde él estaba sentado. Más tarde, comencé a dormirme al volante, y un poco más tarde todavía escuché toser al motor y me percaté de que funcionaba mal como si me estuviera quedando sin gasolina, así que pensé en adentrarme en un terreno apartado de la carretera principal que se encontraba un poco más abajo del carril que seguíamos. Además, tenía que aliviarme, ya que había sido un largo trayecto desde San Albans.
Se despertó en cuanto entramos en aquel terreno, y le dije que iba a refrescarme. Le indiqué que si quería ser de alguna utilidad podía coger la lata de gasolina del asiento de atrás y llenar el depósito, puesto que parecía que nos quedaba poca. Levanté el capó y le mostré por dónde debía meter la gasolina, luego me preguntó si tenía un pitillo para darle. Ya le había dado unos cuantos así que le dije que no me quedaban, luego me alejé del coche un trecho para poder aliviarme en privado. Me había alejado cierta distancia de la carretera, y justo cuando tenía los pantalones bajados oí un gran ruido y contemplé la luz del fuego a mis espaldas. Me subí los pantalones y corrí hacia el coche pero era demasiado tarde. Pude verlo ahí dentro, pero no pude hacer nada. El muy imbécil debió de encender el cigarrillo mientras estaba sentado junto a la lata de gasolina. Pero qué cosas hace alguna gente.
Observaron que llevaba el maletín conmigo y me preguntaron si había vuelto para sacarlo del coche ardiendo, pero yo ya estaba preparado para esa pregunta. Había visto que manoseaba la maleta, por lo que se me ocurrió que podría robarla, así que me la llevé conmigo cuando dejé el coche. Les conté que me entró el pánico cuando vi el coche quemarse, como le pasaría a cualquiera, y corrí hacia la carretera donde dos jóvenes con pinta de ser unos chicos duros me vieron salir del seto. Les dije que desde entonces era un manojo de nervios, y que no sabía qué hacer, lo que era ni más ni menos que la verdad pura y dura.
Luego, la policía de Northamptonshire fue hasta Hammersmith para hablar conmigo, y luego me trajeron a Angel Lane. Les pregunté si podía ver a Lillian, y cuando me respondieron que podría verla un poco más tarde me avergüenza admitir que me dejé llevar por los sentimientos, al estar tan cansado, y les conté qué gran mujer era Lily, que era demasiado buena para mí, y que siempre me colmaba de atenciones. Les mencioné lo de que nunca se sentaba en mis rodillas, pero que aparte de esa pega era todo lo que un hombre podía desear.
Si me hubiera callado ahí, todo hubiera ido bien, pero estaba dispuesto a alardear y me encontraba ansioso por impresionar, así que seguí hablando y les conté que tenía un montón de amantes por todo el país, y que atender mi harén me obligaba a estar de viaje de continuo por lo que rara vez estaba en casa. De algún modo eso llegó a la prensa, aunque como he comentado, creo que será algo que funcione a mi favor más que en mi contra, a pesar de lo que el señor Finnemore pueda pensar. Es sólo un abogado. No tiene ni idea de mujeres.
Pobre tipo. Aún puedo verlo tal y como estaba cuando llegamos a aquellos terrenos, sentado en el asiento trasero y totalmente dormido. Lo único en lo que podía pensar era en las facturas, en los bebés, y en cómo todo se derrumbaba a mi alrededor. Salí del coche lo más sigilosamente que pude y me dirigí hasta el maletero para ver si podía encontrar el mazo que había estado guardando ahí desde que yo y Lil fuimos a Devon de acampada hace ya varios años. Supongo que lo conservé como medio de protección: cuando viajas tanto como yo puedes conocer a gente muy extraña. Me puse a revolver ahí detrás y supongo que debí de armar un poco de ruido, lo que probablemente le despertó.
En todo caso, lo siguiente que ocurrió fue que oí que la puerta del coche se abría ahí atrás y cómo aquel tipo salía de él. Me apoyé en el maletero abierto para poder echar un vistazo y ahí estaba él de espaldas a mí, intentando desabrocharse los pantalones por lo que parecía, para poder echar un buena meada en los neumáticos. Pensaba en Lil y en el muchacho de Finchley, en cómo se lo tomarían cuando vendiera la casa y los muebles, y en Nellie que ahora tenía otro bebé al que alimentar, y en Ivy y el puñetero Kingston-on-Thames y mi vida era como una pesadilla, peor que cualquier dibujo incluido en un libro. Ojalá todo lo ocurrido hubiera sido algo que venía en un libro, entonces podría cerrarlo y no tendría que pensar en ello ya más. En algún momento, mientras todo esto me pasaba por la cabeza, debí de echar mano del mazo.
La verdad es que los campos de Hardingstone tienen un gran aspecto. No se veía demasiado aquella noche, ya que estaba todo oscuro, pero por la foto en el Sketch tenían aspecto de ser unos auténticos campos como los que solía haber alrededor de Londres cuando nuestro padre aún era un crío. Agrestes y un poco frondosos a los lados, no como si fueran parques. En los parques hay un montón de arriates, jardines, y parterres. No hay nada natural en ello y me da la sensación de que es algo amanerado. Lo que un tío quiere hacer es arrastrarse entre los arbustos como un indio, o encontrar una pequeña madriguera, o algún lugar entre los juncos donde pueda sentarse él solo y no salir hasta que alguien le llame.
Se giró hacia mí justo cuando estaba sacando el mazo así que en vez de golpearle la cabeza por detrás como pretendía, le sacudí por encima de la cabeza por lo que se movió de lado a lado como una vaca a la que acabaran de sacrificar. Se cayó sobre el Monis y se resbaló hasta que se derrumbó de cara sobre la hierba. Emitió un sonido, sólo uno entre el barro, pero no se movió. Me quedé ahí en pie mirándole fijamente no sé por cuánto tiempo, respirando como cuando acabas de echar un polvo. La verdad es que hasta el momento no había pensado en lo que iba a hacer. O sea, no se me había ocurrido hacer nada de esto antes de llegar a Towcester. Lo miré, había estirado la pata ahí mismo bajo la luz que salía del interior del coche, bajo el brillo de la lucecita del techo, y supe que lo mejor sería pensar en algo y rápido.
Como vendedor, o viajante de comercio como prefiero llamarme, en lo que se refiere a pensar disfruto de una gran ventaja. Mi trabajo requiere de hombres que estén acostumbrados a pensar sobre la marcha. Os pondré un ejemplo. Hay una empresa en el norte que visito una vez cada trimestre, se trata de un cliente al que conozco desde hace años, un tipo mayor y agradable al que le gustan las jovencitas y tiene bastante pasta como para gastársela en una colección de novias. A lo largo de los años, le he hecho la rosca llevándole, de vez en cuando, algunos de los ligueros más picantes, de ésos que tienen un montón de perifollos, como obsequios que podría regalar a su amante favorita. Bueno, un día llego ahí, y entró en su despacho con un puñado de ligueros de los más descarados que jamás hayáis visto en la mano, vamos, que parecía que hubiera hecho limpieza en un prostíbulo.
Lo que yo no sabía es que le habían dado la patada un mes después de la última vez que le vi por meter mano en la caja, así que me encontré ahí sentada a esta bruja con cara de vinagre que pasaba de los cincuenta y cinco años, con unas tetas como dos carretas. Me quedé completamente parado al verla, luego miré al montón de ropa picantona que llevaba en la mano. La idea se me vino a la cabeza rápida como un rayo. La miré a los ojos, y luego monté un buen numerito al tirar a la papelera del despacho, junto a los sobres rotos y demás, unos ligueros de los mejores que hay cuyo valor ascendía a diez chelines. Me miró como si me hubiera vuelto loco. Con mi mejor tono de voz le dije: «Señora, discúlpeme. Había oído que una señorita estaba ahora a cargo de este departamento y pensé complacerla ofreciéndole unas prendas que la hicieran más atractiva, pero ya veo que eso no es necesario».
También podría haber dicho que creía que eso era imposible, pero decidí mantenerme dentro de unos parámetros civilizados y la treta dio resultado, como sabía que iba a ocurrir. Después de esto, se convirtió en uno de mis mejores clientes. Lo que intento decir es que lo de improvisar ideas así, a bote pronto, forma parte de la vida del viajante de comercio.
Me agaché y le cogí por debajo de la tripa para poder levantarlo, e intenté llevarlo a la parte delantera del coche. Mirad, la idea era colocarlo en el asiento del conductor o cerca de él. Ni se me ocurrió intentar meterlo por la zona del volante así que lo arrastré por toda la parte delantera del coche hasta llegar al otro lado, lo que implica que lo arrastré por delante de los faros del coche que aún seguían encendidos. Por Dios, qué impresión daba al arrastrarlo bajo las luces de esa manera. Le salía sangre de un oído, y, por lo que parecía, le había aplastado el pómulo en el lugar donde le había golpeado con el mazo. Si he de ser sincero, creía que estaba muerto.
Pensaréis que debería saber la diferencia entre alguien vivo y alguien muerto, pero como dicen los jóvenes, no es lo mismo cuando has luchado en una guerra. En mi opinión la distinción entre la vida y la muerte queda muy difusa. Veis a un tipo con la cara enterrada en el lodo y con sólo medio brazo, y sí, supones que podría estar vivo, pero si no está muerto lo estará en una o dos horas, así que, en realidad, ¿para qué preocuparse? Sé que suena duro, pero como pasa con muchas cosas, es algo a lo que te acostumbras. Yo lo hice. Yo fui un héroe de guerra, lo fui. Tengo una medalla y una cicatriz, cerca de la raya del pelo. ¿Os la he enseñado?
Tuve que dejar al tipo en el suelo para poder meterme dentro del coche y abrir la puerta de pasajeros que, por temor a los ladrones, mantengo cerrada como norma. Tras haber hecho esto, volví a salir y maniobré con él una vez más hasta que lo coloqué con la cabeza echada hacia delante en el asiento delantero, aunque presentaba una postura extraña al tener una pierna aplastada debajo de su cuerpo. Pensé en sacar la maleta con muestras del coche ya que estaba debajo del asiento del conductor. Mirad, es que tenía el catálogo dentro. No quería que Mónica acabara mal.
Luego busqué a tientas la lata de gasolina que guardaba ahí, en el asiento trasero, y empecé a derramada dentro del coche, gran parte del líquido cayó sobre esa cosa que yacía en la parte frontal. Justo cuando estaba haciendo esto me pregunté qué había sido del mazo, no me acordaba de dónde lo había dejado, y entonces, de repente, hizo un ruido. Pareció murmurar algo, pero no se trataba de ningún idioma que yo hubiera podido escuchar alguna vez. Me puso la carne de gallina, os lo aseguro. Cerré todas las puertas tras dejar un rastro de gasolina que llegaba hasta el coche, y luego pensé en echar un vistazo bajo el capó para poder aflojar el manguito de la gasolina y quitarle la tapa al carburador. Mirad, yo sé de coches, sé lo que hago y todo eso. Eso era el toquecito genial necesario para que pudiera parecer que había sido un accidente.
Eché un vistazo alrededor pero no pude encontrar el mazo, así que volví al lugar donde había dejado la lata de gasolina para marcar el final del rastro, y después encendí una cerilla. Las llamas corrieron por la hierba como hormiguitas que marchan en fila, luego se produjo un ruido parecido a un gran suspiro, y el fuego rodeó el coche por todas partes. El fuego rodeó a mi pequeño Morris Minor.
Fue entonces cuando se despertó y empezó a gritar y a retorcerse hasta que de una patada abrió la puerta del coche, pero para entonces, como decía antes, su suerte estaba echada. Aunque os diré que había algo que no encajaba: una de sus piernas sobresalía del coche y no sé cuánto tiempo debí de quedarme ahí mirando, pero se quemó completamente. La pierna chamuscada se cayó y se quedó ahí en la hierba. Para ser franco nunca he visto una imagen parecida.
En la más absoluta de las confianzas, he de confesar que lo que todo el mundo piensa que fue lo más inteligente de toda la operación, fue algo en lo que ni siquiera había pensado hasta que todo estuvo ya hecho. La prensa dijo que actué en la noche de Guy Fawkes para asegurarme de que el fuego no atrajera la atención, y he de admitir que, ciertamente, es una idea muy inteligente. Ojalá se me hubiera ocurrido antes de ponerme a hacer nada. La verdad es que, cuando se me ocurrió aquella idea, esa noche, ahí en ese campo, me vino en una especie de flash, como surgida de ningún sitio. Supongo que así es cómo suceden estas cosas a veces. No fue hasta más tarde, al mirar fijamente las llamas, cuando me di cuenta de que era la noche de las hogueras. Entonces pensé: «Bueno, qué apropiado».
Tras permanecer ahí un buen rato y ver cómo el humo me hacía llorar, se me ocurrió pensar que sería mejor que me moviera. Caminé a través de aquellos campos hasta llegar a un lugar donde había un hueco en cerco formado por los setos y que llevaba hasta Hardingstone Lane. Por azar, en cuanto salí del sendero me fui a encontrar con estos dos tipos, los dos borrachos por la impresión que me dio, que volvían a casa tras estar en alguna fiesta de Guy Fawkes en el palacio de la localidad. Creo que he oído llamarlo El Salón de Danse. A medida que me acercaba, me di cuenta de que ambos podían ver el coche en llamas allá en el campo, y creo que les escuché hablar sobre ello.
Pensé que sería mejor echarle morro y tirarse un largo, así que dije: «Parece que alguien ha hecho una fogata» o algunas palabras similares con esa intención, ya que para entonces ya me había dado cuenta de que era la noche de Guy Fawkes. Ambos me miraron fijamente y no dijeron nada, así que apreté el paso en dirección a la carretera principal situada más arriba.
Era una noche clara. Fresca y vigorizante, lo que era muy adecuado. La luna había salido y mostraba con mucha claridad la cruz de la reina muerta que se encuentra junto a la carretera de Londres. Todo olía de manera excitante y aterradora, a humo y pólvora cómo en una guerra. Me picaba la cicatriz así que permanecí ahí en pie rascándome la cabeza como si fuera alguien que simplemente hubiera salido a dar una vuelta. En una mano llevaba una maleta llena de cosas inconfesables y en la otra una caja de cerillas de la marca England’s Glory. Yo era otra persona, con toda la vida por delante, y estaba tremendamente asustado pero me sentía estupendamente.
Estoy ansioso por salir de aquí. Lo voy a celebrar. Voy a llenar el mundo de bebés, de canciones, y de ropa interior maravillosa. Trataré a mi Lily como una reina y me acostaré con muchachas corrientes y molientes por ser cariñoso. Después de todo no soy malo, y creo que el jurado lo sabe. Oh, a veces soy un granuja, por supuesto, avispado al que no es fácil engañar, pero todo un carácter, un hombre con un corazón lleno de romanticismo que le mete en problemas. Desde el banquillo los miro y sé que tengo ya un pie fuera gracias a ellos, Por cómo me miran. Es cosa de instinto. Uno siempre sabe cuándo dudan, ya sabéis.
Se lo están tragando.