22

La señora Dodsworth era tan amable como eficiente. No podría colocar a Roxanna en la nueva Escuela americana para señoritas pero le encontró trabajo como chófer, lectora, masajista, despedidora de sirvientas y atenta oyente de las anécdotas sobre el difunto esposo y los triunfantes sobrinos de la rica señora Weepswell. Roxanna disponía en aquella casa de una suite de habitaciones, doncella propia y toda clase de comodidades a cambio de cierta molestia en los oídos causada por la continua charla de la señora Weepswell.

Roxy y Hayden se reunieron con Nat Friar en un bar. Roxy y Nat simpatizaron en seguida. Eran dos misioneros de la irreverencia norteamericana.

Para Nat, la belleza era una fuerza dinámica, la cultura era más revolucionaria que la guerra, y el producto del artista —aunque no la persona del artista, ni sus queridas, ni su situación económica— había de ser estudiado con el mayor respeto, y mientras más se fortalecía esta creencia suya, con mayor impaciencia escuchaba a los aficionados que tanto daño hacían al arte con sus tonterías, aquella gente estúpida que pretendía capitalizar la belleza y la cultura como una más de sus propiedades.

Si Roxanna no podía saber tanto de arte como Nat Friar —ni muchísimo menos— ni sentir aquel respeto religioso por las obras de arte, disponía en cambio de un repertorio mucho más variado de horribles sinónimos para la palabra «simulador», y Nat le agradecía esa ayuda. Muchas veces, cuando Hayden iba a casa de Nat, se encontraba allí a Roxanna enfrascada en animada conversación con Nat y Ada Baker.

Como quiera que Roxanna estaba haciendo una cura de arrepentimiento y pobreza en Florencia, no se relacionó con los miembros de la pandilla internacional de Sadie Lurcher. Por otra parte, a aquella gente no le parecía Florencia lo bastante elegante para ellos y no solían permanecer allí más que un par de días.

La presentación de Roxy a Lundsgard fue espectacular y un gran éxito. Hayden había invitado a Roxy, Lundsgard y Olivia a cenar con él en la Cantina de Pazzi —no la encontrarán ustedes con ese nombre— en los sótanos del venerable Palazzo Suoli. Bajo las macizas arcadas, el sótano, con su estruendo de platos y charlas de turistas, se pierde en unos cubículos circulares de piedra que fueron lugar de antiguas torturas. Los muros que antaño estuvieron manchados de sangre, lucen ahora alegres carteles que anuncian agencias de viajes, trajes de torero importados de Londres y cuadros del carnaval de Venecia, aunque lo mismo podía ser la Venecia de California que su hermana mayor europea. Como complemento del encanto que ofrece la Cantina a los turistas, la dirección había dispuesto que se pusieran colines de pan y tarjetas postales en colores, gratis, antes de la llegada de los clientes.

Hayden y Roxanna habían llegado antes —ella no había querido beber más de un cocktail—, cuando vieron a Olivia y Lundsgard que venían de la oficina. Roxy hizo un cómico gesto de admiración y delicia al ver a Lundsgard y ronroneó:

—Anda, primito Hay, cómpramelo.

Y la verdad es que aquel vikingo llamado Lorenzo era un hombre como para encantar a una solterita: con su gran anchura de espaldas y su rostro inteligente y enérgico, rebosando virilidad, iba siempre destocado con su cabeza tan heroica echada hacia atrás. Vestía una chaqueta sport y camisa gris abierta con un pañuelo de seda morado y amarillo. Al acercarse, le vio Roxy un enorme anillo con un ópalo en su poderosa mano.

—¡Qué barbaridad, vaya cantidad de hombre en una sola entrega! —suspiró Roxanna.

Olivia estaba decidida a ser simpática. Le dijo a su enemiga con gran finura: «¿Qué tal va esa colocación que deseaba usted?», e incluso la llamó «Roxanna». Y Lundsgard la saludó con grandes voces:

—Bienvenida a nuestra pequeña ciudad, señorita Eldritch; y si me permite hablarle como un veterano florentino, le diré que por ella no ha pasado nada tan bonito como usted desde que Dante descubrió a Be-a-triss. Roxanna, nosotros, morituros, te saludamos.

Hayden pensó: «Olivia tiene razón: este hombre popularizará la sabiduría en los Estados Unidos. Aunque, por supuesto, la matará de camino».

Roxanna miraba a Lundsgard con un cómico éxtasis:

—Pues no parece que la cultura ni Florencia hayan impedido su espléndido desarrollo, joven.

Él le sonrió magnánimo como si Roxanna fuera una pobre pero virtuosa mujer a la que él estuviese regalando miles de dólares, dólar a dólar.

—Roxy, el hecho lamentable pero fatal es que no soy un hombre culto —en esto no mentía Lundsgard—. Puedo enseñar cultura porque me son simpáticos los estudiantes universitarios y sé que lo único que les interesa en este terreno es tener una ligera idea de arte e historia para que cuando lleguen a ser médicos, abogados o grandes fabricantes, no den la impresión de ignorantes. Pero yo no soy más que un túnel para transmitir cultura, y con todas las entrevistas que ha hecho usted es muy probable que sepa diez veces más que yo de los países europeos.

Roxanna le replicó con la misma actitud condescendiente:

—Olivia ha sido demasiado amable. Nunca he hecho entrevistas importantes sino reportajes de la vida corriente hablando con los dueños de los pequeños bares de París y de los restaurantes para saber si los turistas norteamericanos prefieren el vol-au-vent o los pies de cerdo. No, los verdaderos dioses de la cultura son ustedes, según parece.

Olivia se fue agriando al ver que su Lundsgard le volvía la espalda para inclinarse continuamente hacia Roxanna. Pero ésta, con muchos miramientos y, según le pareció a Hayden, con punzante malicia, dijo:

—Pero usted no ha sido siempre profesor, ¿verdad, Lorenzo?

—No. En mi arco hay muchas cuerdas.

—¿Estuvo usted en Hollywood?

—No creo que la gran prensa se haya hecho mucho eco de mi actuación. Pero sí, he interpretado algunos papelitos…

—Apuesto a que todas las chicas le mareaban a usted para que les firmase autógrafos.

Esto halagó al gran Lorenzo y sorprendió a Hayden. Nunca había pensado en ello. Nunca había conocido a nadie cuyo autógrafo buscase la gente, a nadie tan guapo y listo como para que los buscadores de fetiches, e imbéciles en general, llamados cazadores de autógrafos, corriesen tras él. Lorenzo adoptó una actitud condescendiente y con genial espíritu democrático admitió:

—Sí, de vez en cuando iban tras de mí para que les firmase…

—Me refería, claro está, a las niñitas, a las criaturas de doce a catorce años.

Lorenzo se escamó:

—No, no eran tan pequeñas. Muchas veces me han pedido autógrafos mujeres espléndidas y señoras de mucho dinero.

—No me extraña. En serio, Lorenzo, me proponía pedirle un autógrafo para mí y le ruego que me lo firme antes de que se le olvide. ¿No le molesta? Quiero guardarlo con el de Gene Tunney, André Gide y otros por el estilo.

Hayden observó que el papel que Roxy sacó de su bolso después de hacer como que buscaba un buen rato algo donde se pudiera escribir, y que por fin puso ante Lundsgard para que lo firmase, era una factura sin pagar. Lundsgard lo firmó con su letra de gran tamaño. Estaba muy contento. Roxy, por su parte, fingía haber entrado de nuevo en trance de pura satisfacción. Olivia estaba de muy mal humor, pero luego se esforzó en parecer divertida y, en el tono más frívolo que pudo, dijo:

—Lorry, nunca se me ha ocurrido pedirte tu autógrafo. Claro que tengo tus iniciales como firma de tantas notitas encantadoras…

—¡Naturalmente! —le lanzó Roxanna en tono áspero, y volvió a ocuparse de Lundsgard exclusivamente.

Quedaron de acuerdo en que ambos eran dos norteamericanos generosos, ingeniosos y muy serios en el fondo. Hayden y Olivia tuvieron que ponerse a hablar para no quedar en situación demasiado desairada.

Se notaba que Lundsgard se sentía cada vez más atraído por Roxanna, la cual indudablemente estaba mucho más cerca de su manera de ser que la elegante y marfileña Olivia. Es posible que ya le estuviese hartando incluso la feroz pasión de la profesora que tanto contrastaba con su frialdad externa. Seguramente, le resultaba mucho más agradable la picara Roxanna, tan rosada y saludable. Era como una manzana en comparación con la madurez jugosa de una pera, es decir, de Olivia. Hayden estuvo pensando en esto, pero le parecía que la espontaneidad y el generoso entusiasmo de Roxy eran demasiado chillones y vulgares junto a las profundas melodías de Olivia.

Cuando Lundsgard se estaba mirando en el espejo de Roxy mientras se jactaba de su amistad con el príncipe Ugo Tramontana, le soltó Roxy un nuevo dardo.

—Pues sí —estaba diciendo Lundsgard—, Su Alteza y yo somos ya amigos íntimos…

—Un príncipe no real no es una alteza —le interrumpió Roxy—. No seas así, hombre, pues te sentaría mucho mejor dejarles ver los jerseys remendados que llevas debajo de tu brillante toga académica.

—¿Yo, jerseys remendados? Escúcheme bien, señorita. No quiero jactarme de nada, pero debo decir que le pago a mi sastre de Hollywood doscientos diecisiete dólares por cada traje —rugió el ofendido Lorenzo—. Y no te des tanta importancia con tus conocimientos de protocolo. Tienes que saber que Ugo es un gran amigo mío y que entro y salgo en su magnífico palacio como podría hacerlo en el club de mi Facultad, y has de saber que el príncipe posee más cuadros y manuscritos medievales y más espadas antiguas que muchos museos, y ese gran personaje reconoce que yo tengo lo que él llama una nueva visión. Sí, lo ha dicho.

Roxanna dio marcha atrás y restauró su amistad con Lorenzo con estas palabras:

—Estoy segura de que cuanto dices es verdad. Comprendo que tu amigo haya visto que eres un hombre independiente liberado de todas las falsas tradiciones. Estará muy contento de tener como amigo a un joven sabio que al mismo tiempo tiene tan sólidas cualidades humanas.

El profesor Lundsgard, satisfecha su vanidad, dijo modestamente:

—Sí, así parece.

Roxanna no volvió a atacar hasta después de la cena, cuando Lundsgard, con sus habituales gestos de presunción, encendió un enorme habano. Roxanna murmuró:

—Dios mío, pocos cigarros cómo ése se habrá podido ver fumar por un hombre tan grande. Apuesto a que el príncipe Ugo se emociona cada vez que te ve fumar esos imperiales por el Palacio.

Esta vez se rió Olivia con ganas y Lundsgard se sintió muy molesto, pero tampoco ahora le costó mucho trabajo a Roxy volverle a conquistar.

Hayden pensó: «¡Qué tipo tan estúpido, sin el menor sentido del humor! Cuando a Olivia se le acabe el capricho, y es posible que ya se haya cansado sobre todo al ver cómo le maneja a su antojo este diablillo de Roxy, podré recuperarla para siempre. ¿Para siempre? Quizá».

Sintió cierta compasión por Lundsgard al verle manejado como un muñeco por Roxanna, que se burlaba de él implacablemente. Quizás Olivia no habría podido vengar a Evelyn Hoxler, pero Roxanna lo haría. Con muchas risas y bromas y aparentando gran ternura, asestaba unos pinchazos que herían, dolorosísimos. ¡Pobre Lorenzo, agitando siempre su cetro del que pendían unos cascabeles de payaso!

—Creo que deberíamos irnos todos a casa —dijo Olivia con los labios muy apretados.

—¿Me permitirás que vaya a visitar tu cubil de soltera, Roxy? —dijo Lundsgard, el acreditado hombre de mundo.

—A-já —dijo Roxy.

—¿Hay-den? ¡Vámonos! —dijo Olivia.